Professional Documents
Culture Documents
Ir a la navegaciónIr a la búsqueda
Estatua del Buen Pastor. La versión original —el altorrelieve de un sarcófago— fue hallada en las
catacumbas de Roma y datada del siglo iii. La estatua de casi 1 m de altura fue restaurada en el
Settecento. Representa a un joven con túnica sin mangas y una cesta en bandolera que carga
sobre sus hombros un cordero. Hoy se encuentra en el Museo Pío Cristiano de la Ciudad del
Vaticano.
Grabado de Jan Luyken que ilustra el versículo del Evangelio de Mateo 18,12 en la Biblia Bowyer.
Bolton, Inglaterra.
La parábola de la oveja perdida, llamada a veces parábola de la oveja extraviada,12 o parábola de
la oveja descarriada,3 es una comparación (mashal) contenida en el Evangelio de Lucas (15, 3-7)
que tiene en un pasaje del Evangelio de Mateo (18, 12-14) un texto con paralelismos evidentes
que ilustra la misma idea general. En ambos casos la parábola se presenta puesta en labios de
Jesús de Nazaret. Si bien esos dos pasajes del Nuevo Testamento tienen marcos diferentes y
algunas características propias, presentan un núcleo central con tres elementos en común:
También existe una versión en el extracanónico Evangelio de Tomás –el logion 107–8 que, por los
cambios que presenta, se diferencia del carácter más novedoso del mensaje de la parábola tal
como lo transmiten las versiones de Lucas y de Mateo: que se ha de buscar a quien está
extraviado, no porque sea bueno sino porque se ha perdido.9 Una cuarta versión de la parábola,
con formato de comentario y lenguaje manifiestamente gnóstico, aparece en el Evangelio de la
Verdad.10
El cuidado individual de que es objeto la oveja perdida por parte del pastor tiene su correlato en el
Evangelio de Juan, donde Jesús se presenta como el Buen Pastor que llama una por una a sus
ovejas por su nombre (Juan 10, 3b). Así, suele asociarse la parábola de la oveja perdida con la
advocación de Jesucristo como Buen Pastor:11 «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida
por las ovejas» (Juan 10, 11). Joseph A. Fitzmyer sugirió que la atención del pastor por la oveja
perdida depende de la tradición del Evangelio de Juan.12
1Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él (a Jesús) para oírle, 2y los fariseos y los
escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos.» 3 Entonces les dijo
esta parábola. 4«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las
noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? 5Y cuando
la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; 6y llegando a casa, convoca a los amigos y
vecinos, y les dice: “Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido.” 7Os
digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que
por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión.A
12¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los
montes las noventa y nueve, para ir en busca de la descarriada? 13Y si llega a encontrarla, os digo
de verdad que tiene más alegría por ella que por las noventa y nueve no descarriadas. 14De la
misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos
pequeños.B
Evangelio de Mateo 18, 12-14
(*) El versículo 1 se incluye a efectos
de indicar el auditorio de la parábola.
Originalidad y origen
Un pastor contemporáneo. Para cargar una oveja en una zona montañosa durante una distancia
prudencial, debe colocarla sobre los hombros y sujetar las patas delanteras y las traseras con cada
mano. En caso de usar su cayado, debe sujetar las cuatro patas fuertemente contra el pecho. Entre
las distintas versiones de la parábola de la oveja perdida, la única en la que el pastor carga la oveja
sobre sus hombros es la del Evangelio de Lucas: el evangelista expresa con esa imagen la
delicadeza que caracteriza el verdadero cuidado pastoral.
No existe unanimidad de criterios sobre cuál de las dos versiones canónicas de la parábola es la
más próxima a la versión inicial. Rudolf Karl Bultmann,15 Eta Linnemann,16 y Joseph A. Fitzmyer17
sugirieron que la versión mateana es la más cercana a la original. Por su parte, Joachim Jeremias y
Josef Schmid señalaron que la forma más próxima a la original es la del Evangelio de Lucas.18
Claude Montefiore comentó que la forma original de la parábola podría conservarse de manera
compartida: en algunos puntos el Evangelio de Mateo y en otros el de Lucas podrían preservar el
material original de forma más precisa.19 Por su parte, Charles Harold Dodd y François Bovon
consideraron que posiblemente ninguna de las versiones que llegaron hasta nosotros sea la
original,20 aunque Dodd sugiere que la versión lucana parece ajustarse mejor a los términos de la
parábola.21
La mayoría de los especialistas actuales acepta que la parábola de la oveja perdida tendría por
origen la fuente Q,222324252627 una fuente hipotética común al Evangelio de Mateo y al de
Lucas.
Ambos relatos tienen un punto llamativo en común: ninguno de los dos nombra explícitamente el
término «pastor» o «buen pastor», lo que sí hace el Evangelio de Juan (10, 11-14). Por otra parte,
existen otros detalles diferentes en ambas versiones de la parábola. En Mateo, el pastor deja a sus
ovejas en la montaña, mientras que en Lucas lo hace en el desierto. El Evangelio de Lucas es el
único que presenta al dueño llevando a la oveja descarriada en sus hombros. Los autores
cristianos de los primeros siglos tendieron a aunar las dos versiones para crear una nueva versión
de la parábola con elementos obtenidos, en distinta proporción, tanto de los textos de Mateo y de
Lucas como del Evangelio de Juan. Los relatos de Mateo y de Lucas se impusieron en los primeros
siglos del cristianismo, mientras que el pasaje del Evangelio de Juan empezó a tener más
notoriedad a finales del siglo iv y comienzos del siglo v.37
La versión del Evangelio de Tomás presenta varias diferencias respecto de la parábola de los
evangelios sinópticos de Lucas y de Mateo.
Jesús dijo: «El Reino es como un pastor que tenía cien ovejas. Una de ellas, la mayor (*), se perdió.
Dejó a las noventa y nueve y fue a buscar esa una hasta que la halló. Tras haberse esforzado, dijo a
la oveja: "Te quiero más que a las noventa y nueve".»42
Además, añade que la oveja perdida era la más gorda, 4443 y la más amada,45 con lo que
encuentra una justificación diferente para la búsqueda de la oveja: era la más apreciada por el
pastor, la mejor.945 Esa aclaración elimina el aspecto más original, paradójico y hasta escandaloso
de la parábola de Jesús tal como la presentan los evangelios de Mateo y Lucas, en los cuales el
pastor buscaba la oveja, no porque fuera buena o valiosa sino porque estaba perdida.945
Existe una cuarta versión, que aparece en el Evangelio de la Verdad,4647 atribuido a Valentín el
gnóstico. En palabras de François Bovon, esta versión «parece más un comentario que una
cita».10
Si bien en varios pasajes de la Biblia hebrea se presentaba a Moisés, a David y al propio Yahvé
como pastores, la literatura rabínica en general contenía juicios desfavorables sobre quienes
ejercían ese oficio.49 De hecho, se igualaba a los pastores con los publicanos y recaudadores de
impuestos. Se decía: «A los pastores, a los recaudadores de impuestos y a los publicanos les es
difícil la penitencia», debido a que supuestamente no podían conocer a todos aquellos a quienes
habían dañado o engañado como para hacer una reparación.49 En el Evangelio de Lucas Jesús se
presenta criticado por los escribas y fariseos en razón de que acoge a los publicanos. En respuesta,
pronuncia una parábola en la que el protagonista misericordioso es un pastor, figura igualmente
menospreciada. De allí que se haya llamado a este conjunto el «Evangelio de los marginados», ya
que parece tener como uno de sus objetivos mostrar la cercanía de Dios y su misericordia para con
quienes viven agobiados por el desdén y el rechazo de los demás.50
Este aspecto supone una subversión de ciertos procederes establecidos. En palabras de José María
Cabodevilla, entre los hombres suele practicarse una variante de la parábola que no es trivial, la de
«la oveja sarnosa»,Nota 2 que manifiesta que para evitar el contagio debe arrojarse tal oveja fuera
del aprisco.58 Cabodevilla sugiere con sutileza el aire de superioridad de quien así opera, «el
celoso guardián de las ovejas sanas y robustas, orgullo de su redil». Tal principio de intransigencia
no halla respaldo alguno en las páginas del evangelio, sino que entra en abierta oposición con la
enseñanza de Jesús de Nazaret,58 expresada en parábolas como la de la oveja perdida.
Si bien la búsqueda en el primer cuadro de la parábola refiere el amor del pastor por lo extraviado,
la alegría por haber encontrado lo perdido constituye el núcleo central del relato.64 En la bula
Misericordiae Vultus con la que se convocó el Jubileo extraordinario de la misericordia, el papa
Francisco hizo referencia a la alegría como aspecto fundamental de la parábola de la oveja
perdida:
Jesús como el Buen Pastor. Pintura realizada en un techo de las catacumbas de San Calixto en
Roma, y datada de mediados del siglo iii. La imagen es una alegoría de Cristo como pastor.65
En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un
Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo
con la compasión y la misericordia. Conocemos estas parábolas; tres en particular: la de la oveja
perdida y de la moneda extraviada, y la del padre y los dos hijos (cfr Lc 15,1-32). En estas
parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas
encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la
fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón.66
[…] me sorprende mucho que tanto los comentaristas que he leído como los predicadores que he
escuchado se detengan todos ahí, en la ponderación de la misericordia divina, y no digan nada
sobre ese otro punto que para mí es mucho más asombroso y maravilloso: la alegría de Dios
cuando recupera a un pecador. Y la verdad es que en las dos primeras parábolas (la de la oveja
perdida y la de la moneda perdida) es eso precisamente lo único que cabría resaltar. Aun
admitiendo que una oveja puede ser responsable de su extravío, cosa que me parece improbable,
convendrá usted conmigo en que una moneda no tiene ninguna culpa de haber ido a caer debajo
de la cama; lo único que ahí se pone de manifiesto es la alegría, la felicidad de la mujer al recobrar
su moneda perdida. En cualquier caso, aunque la alegría de Dios suponga el ejercicio de su
misericordia, ciertamente añade otra cosa más, añade algo que la simple noción de misericordia
no implica, algo que no es menos admirable sino más admirable: el hecho de que Dios se alegre
tanto cuando un hombre vuelve sus ojos a Él, el hecho de que una criatura pueda dar alegría a su
Creador.67
El Señor ha venido a buscar a la oveja que había perecido y es el hombre el que había perecido.72
En la Iglesia católica, el cuidado de los máximos pastores hacia los destinatarios de su ministerio se
simboliza con el uso del palio, una faja o banda circular tradicionalmente hecha con lana de
cordero. Se coloca sobre los hombros del sumo pontífice y de los arzobispos como símbolo del
pastoreo y recordatorio de que deben cargar con las ovejas como el pastor lo hizo en la parábola
de la oveja perdida.75
Así lo recordó Benedicto XVI, en la misa de inicio de su ministerio petrino, al asociar la imposición
del palio con la invitación de llevarnos unos a otros sobre los hombros:
La parábola de la oveja perdida, que el pastor busca en el desierto, fue para los padres de la Iglesia
una imagen del misterio de Cristo y de la Iglesia. La humanidad —todos nosotros— es la oveja
descarriada en el desierto que ya no puede encontrar la senda. El Hijo de Dios […] la pone sobre
sus hombros, carga con nuestra humanidad, nos lleva a nosotros mismos, pues Él es el Buen
Pastor, que ofrece su vida por las ovejas. El palio indica primeramente que Cristo nos lleva a todos
nosotros. Pero, al mismo tiempo, nos invita a llevarnos unos a otros.76
Benedicto XVI
Representación del Buen Pastor, con una oveja sobre sus hombros, en medio de ovejas, palomas y
ramas de olivo, datada del siglo iii. Catacumbas de Priscila, Roma.
El Buen Pastor (1660) de Bartolomé Murillo. Museo del Prado, Madrid. A diferencia de las
representaciones tradicionales, Murillo caracteriza al Buen Pastor como un niño que apoya la
mano sobre la oveja como forma de demostrar su cuidado pastoral, sustituyendo así la clásica
carga sobre sus hombros.
La parábola en las artes plásticas y literarias
Junto con los numerosos análisis que se hicieron de la parábola de la oveja perdida, se puso de
manifiesto su profundidad, que supera el marco estrictamente religioso y que, a través del tiempo,
alcanzó diversos campos de la cultura y de las artes.
Desde los tiempos del cristianismo primitivo se asoció la imagen del pastor que sale en busca de la
oveja perdida con la de Cristo como Buen Pastor.13 La profusión de representaciones escultóricas
y pictóricas del tema del pastor y la oveja en el arte paleocristiano es notable:77 se identificaron
hasta 892 representaciones,78 datadas en su mayoría de los siglos iii y iv. La representación del
Buen Pastor comenzó a menguar en su frecuencia hacia fines del siglo iv y prácticamente
desapareció en el siglo v.79
Más tarde, el tema del Buen Pastor y de la oveja perdida se entrecruzaron nuevamente en
representaciones pictóricas como El Buen Pastor de Bartolomé Esteban Murillo. Tiene su
inspiración en el Evangelio de Juan (10, 11-14) donde Jesucristo se identifica con el Buen Pastor
que da su vida por sus ovejas. En el primer plano de esa obra, Jesús niño apoya su mano izquierda
sobre una oveja. Madrazo sugirió que esa oveja haría referencia a la oveja perdida del Evangelio
de Mateo (18, 12).8081
En la literatura, distintos elementos de la parábola sirvieron de modelo a varios autores de primer
orden del Siglo de Oro español. La parábola de la oveja perdida facilitó la incorporación de
elementos dramáticos a un subgénero pastoril ya popularizado por las églogas de Gómez
Manrique, Juan del Encina, y Garcilaso de la Vega.82
En uno de sus Salmos del Heráclito cristiano, Francisco de Quevedo utilizó el «yo poético» a través
de pronombres, verbos y posesivos para presentarse como la oveja perdida que se aleja del
rebaño:91