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“Soñamos con viajes por todo el universo: ¿Acaso el universo no está dentro de
nosotros?”
Friedrich Leopold Von Hardenberg, filósofo alemán (1772-1801).
Existe una creciente incertidumbre acerca del límite del universo en la actualidad.
La evidencia experimental disponible arroja que éste sigue expandiéndose en
forma acelerada y en altos niveles de simetría desde que era primitivo, según el
modelo de expansión ultrarrápida de inflación cósmica. Estudios recientes suponen
que los cuerpos celestes son atraídos masivamente por un tirón gravitatorio,
provocado por un punto caliente cósmico llamado flujo oscuro. Posibilidad nunca
imaginada.
A raíz de las primeras evidencias del flujo oscuro, cosmólogos sostienen la idea de
que el universo no es único, puesto que forma parte de un conglomerado que va
más allá de la percepción humana, un multiverso. Han surgido cuestiones acerca
de la existencia misma y no es para menos, ¿Acaso vivimos en una de trillones de
simulaciones? ¿Existe una matriz original de la cual desprendemos? ¿Es probable
establecer una conexión entre múltiples universos?
Se presume que nuestra visión del entorno es una interpretación del sistema
nervioso, una verdad subjetiva y propia. Imágenes, vibraciones, aromas, sabores,
melodías, entre otros; son captados por los sentidos, los cuales hacen un esfuerzo
por bocetar el ambiente. Lejos de nuestro horizonte se ocultan sensaciones
completamente nuevas que la especie aún no ha logrado alcanzar.
Daniel Tello
Angelo Manuel
Nixon Uribe
Ricardo Montalván
Y la lista continúa…
__________________________
Secretaría Nacional de Francia Marzo 14, Marseille, Francia, 2085
Dr. Ostin Feraud
APARTADO N°1
Contempla al intangible espectro agazaparse frente a ella, éste se rehúsa a
pronunciarse mientras repta por aquel brazo que no le pertenece. La joven frota
sus dedos entre sí observando una bruma blanquecina ocupar toda la ventana. El
espectro adquiere notable figura y mueve el cuello hacia la izquierda, dando lugar
a una sutil complicidad. Ella abandona la danza manual y da un suspiro antes de
que su cabeza golpee el asiento acolchonado.
El fulgor rosa del eminente casino “Sun’s Palace” rebota sobre sus ojos durante el
colapso, el café oscuro que les caracteriza absorbe en forma pausada un tono
avellano, las pupilas se ensanchan como bocas de serpientes ante la presa. El
movimiento rítmico de su pecho se intensifica a lo largo de incesantes suspiros.
«francés» —¡No, no! ¡Debe estar bromeando! ¡Señorita! —apretando las manos
sobre el volante—. ¡Joder, lo que menos necesito ahora es una castaña inconsciente
en al asiento de atrás! ¡Ya me lo había dicho Gauthier «De ning…»!
«francés» —¡Oh, rayos! Gracias al cielo… ¿Cómo se encuentra? ¿Está usted bien?
—secándose la humedad del bigote.
—Uh…
«francés» —¿Pero…?
«francés» —Tiene que decirlo frente a la cámara —el conductor señala con el
pulgar y presiona un botón gris.
—Creo haber visto a ese hombre fantasma… —humectándose los labios— ¡De
acuerdo! ¡De acuerdo! tengo cosas más importantes en que pensar. La joven saca
una libreta que rápidamente abre en el reverso. —Docum… ¡Jesús!
—¿¡Sangre!?
—¿Está segura?
—Uhm… sí. Supongo que fue una salpicadura. Desdobla un pañuelo violeta de
seda, se limpia el dorso de la mano. Arruga la tela y la coloca en el bolsillo.
El taxi se detiene ante el rojo del semáforo, ella gira y observa por la ventanilla a
un niño moviendo las piernas apresuradamente por la acera. Lleva una mochila
oscura totalmente repleta, las manos morenas se aferran a los tirantes mientras se
abre paso entre las personas. La figura desaparece en un callejón al doblar a la
izquierda.
«francés» —Casi llegamos a pasarla mal, como dicen por ahí… viernes trece —dice
el chofer luego de un breve silencio y miradas que solo podían encontrarse en el
vidrio del retrovisor.
«francés» —¿Ocurre algo? —acota el conductor buscándola con el rabillo del ojo.
«francés» —Me da gusto oír eso —antes de ser descubierto por la joven, gira la
cabeza— Se nota que habla otros idiomas… ¿Cuál es ese? El de hace un rato.
«francés» —¿Eh?... español, es parte de mi trabajo, sí. —con un aire cortante. Baja
la manga de la chaqueta de algodón y presiona su pulsera. La interfaz del móvil se
extiende sobre su antebrazo, escribe un texto moviendo los dedos con rapidez, gira
la muñeca hacia la izquierda desvaneciendo el refulgente panel.
El moderno vehículo avanza a lo largo del Boulevard des Maréchaux, muy cerca
del club «UCPA -EGP23», un complejo campestre muy famoso en el 86’ por sus
animales electrónicos y cantidades desmesuradas de vegetación. El lugar
perteneció al magnate francés Couture, hombre de extrema delgadez y de una voz
de inusitada profundidad. La joven al llegar al club por primera vez quedó tan
maravillada que las visitas se hicieron más frecuentes. Variadas especies de flora y
fauna, modeladas de tal forma que era posible interactuar con ellas. Animales
silvestres oficialmente extinguidos corrían y se revoloteaban en el parque. Se le
hacía difícil creer en la efectividad del mundo virtual, las plantas que tanto
disfrutaba repasar en los libros de biología de hace seis décadas atiborraban cada
espacio en un radio de veinticinco metros. Salía del club llevando consigo una
planta de su elección en una macetilla. Calev pagaba sumas exorbitantes por esas
especies, disfrutaba ver aquellos ojos cafés curvarse con armonía. Con el tiempo, la
joven tenía ya seis pequeñas amigas alojadas en su ventana; Blanca, Charlie, Iris,
Hanna, Beatriz y Micaela, sus delicadas confidentes.
Ella juega con la correa del bolso de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba. En
un vistazo pasajero se percata de la prótesis del chofer, un empalme de tres
funciones unido a un pedazo de batería con ralladuras. La joven gira hacia la
derecha, un auto blanco emplea un segundo para rugir con furia y sobrepasar al
taxi. —¡Ah!, odio cuando hacen eso… —arrugando la nariz.
«francés» —¿Acaso ese fue el auto del General Durant? —frunciendo el ceño— Ese
señor es el héroe de muchos y, el mío sin duda.
La joven utiliza la red de internet para dar con el vehículo del General —¡Entra ya,
ya!... vamos a ver. «General Edmond Durant Koller, auto, imágenes». Uhm, hace
dos meses… Conmemoración de la batalla de… —alzando el mentón antes de
completar la idea. «francés» —¡Es él! ¡Es él! ¡Acelere! ¡Acelere, por favor!
APARTADO N°2
Cerca de las 20:42 hrs los faros de cuarzo halógeno arden implantados cada dos
cuadras. Bajo el flagelo de la lluvia, una incisión de admirable maestría divide a
una calle en caminos paralelos. Los árboles rojizos que la envuelven son golpeados
por el destello de las contiguas tiendas de autoservicio. Los recipientes de acero
motorizado forman largas columnas hasta que el verde se ponga otra vez, en tanto
los rutinarios caminantes hacen de vallas en las veredas.
La herencia de Vivaldi nunca había resonado tanto sobre las concurridas calles
durante un viernes trece, la melodía yace a cargo de «Les trois», cuyos miembros
arrugados exhiben un carisma nato al agitar los brazos de lado a lado. Ostentan la
musicalidad clásica acompañada de semblantes de juventud y sin retraerse hacen
frente a las copiosas figuras. La gente aprisionada en abrigos circula alrededor de
los puestos de «Kraft Hot Dogs», pequeños negocios que gobiernan las esquinas con
su tiranía olfativa, sucumbir ante el exclusivo combo «Pierre» era un inevitable
placer.
La gran torre abastecida con más de veinte mil bombillas a todo dar, el monstruo
arquitectónico se alza con ímpetu hacia los cielos. «La ciudad luz» en su máxima
expresión. No obstante, la lluvia atraída por la ancestral edificación aumenta su
entusiasmo sobre el ígneo espectáculo.
El encuentro se acerca a paso lento, reunión que lleva sobre el papel más de diez
años y por fin, se ha materializado. Puesto que de ser una invitación casual se ha
convertido en una urticante obligación.
Después del recorrido el auto se detiene ante un imponente edificio. Ningún otro
inmueble a varias millas, como todo un ermitaño. Las gloriosas paredes hablan por
sí solas y su distintiva estructura excita la vista. El lujoso automóvil ignora el
aparcamiento y se estaciona en toda la entrada. Vidrios opacos impiden que el ojo
penetre en el interior.
—Ya lo hice.
—Le escucho…
—Estuve muy ocupado para la cirugía, es una buena forma de disimularlo, ¿no
crees? —con una sonrisa a medias.
—Si usted insiste. Sin embargo, ha tenido el tiempo suficiente, ¿Acaso no desea
operarse, señor?
—No soy partidario de los órganos sintéticos, hace mucho dejaron de hacer
trasplantes.
—Hoy puede ser una gran noche para usted —Simon asiente con la cabeza
devolviéndole la sonrisa, regresa a su posición inicial quedando completamente
inmóvil.
APARTADO N°3
*Los siguientes diálogos están traducidos del francés al español*
—Ah, ¿dependeré de esto en lo que me resta de vida? — susurra al mirar las
píldoras de su mano.
—Sí, lo estoy. —entrecierra los ojos al verle, oculta las píldoras en su bolsillo.
—Parecía una estatua, allí dentro puedo alcanzarle agua para que pueda
consumirlas —haciendo un ademán.
«Tenemos que entrar ya» —No hay problema, señor ¿Le importa si aparcan su
coche a unos cuantos metros?
—Eh, sí. Por favor, no quiero que nadie le ponga las manos —levantando la ceja e
inclinándose pausadamente hacia François.
—Es un honor llevarle hasta su reunión —con una voz melódica—, su papel en
Kazán fue excepcional… le admiro.
—Si la situación lo amerita, usted lo hará de nuevo, no lo dudo. «Él arrasó con un
ejército entero de esas cosas, increíble»
—Esperemos que no se repita.
—Aún no. Antes prefiero ver quien cuidará de mi auto —buscando con los ojos al
afortunado.
—Me llamo…
—Beringer. Eh, gracias por encargarte de mi coche —tomándole del hombro.
Beringer mudo por la interrupción del viejo recobra la postura.
—Ya le escuchaste, así que… por favor —añade François engrosando la voz.
Beringer le devuelve una mirada que encierra un mensaje que solo los dos son
capaces de entender.
—Bien señor, hasta luego. Espero que disfrute del recorrido —finaliza el joven.
«Lo que se tarda esta maldita cosa, por supuesto que no Cohen, hoy no» —Todas
las luces de la entrada están apagadas, hay que aguardar un poco. Políticas de
ahorro de energía… —sugiere François arrugando la nariz.
APARTADO N°4
*Los siguientes diálogos están traducidos del francés al español*
Los dos hombres ingresan al complejo por la puerta principal que al cerrarse
produce tremenda resonancia en el salón. La oscuridad se apodera del espacio a la
par que el viejo introduce la mano en el bolsillo. «Enciéndete, ya. Tengo que
llevarle rápido» —Creo que están trabajando en un nuevo reactor —agrega
François. El silencio es casi incisivo, el viejo va incrustando más la mano. A pesar
de no verle en lo absoluto, supone que los ojos de François están sobre él como un
sigiloso carroñero.
—Sí, la veo.
—Me gusta la mesa de cristal alrededor, le da un buen toque «Debe estar afuera
tratando de entrar…»
—No hay nadie allí.
«Ojalá, pero tengo que seguir órdenes» —La verdad no, señor. Yo, eh… tengo una
compañera. Lamentablemente —acomodándose el reloj de cobre—, se reportó
enferma.
«¿Qué diablos…?» —Já, evidentemente. Pasa todo el tiempo, ese aparato necesita
algo de mantenimiento.
«Estuvo cerca, joder…» —tomándose de la correa con las dos manos. El viejo cruza
con normalidad ante la mirada de François, quien le sigue al instante dejando atrás
el ruido del portón.
—¿Cuál?, señor.
«No lo sé, creo que veintiséis» —Realmente no la conozco. Este lugar es enorme,
así que... —gira la muñeca y esconde el reloj.
—Al contrario, eres uno de mis mejores hombres —puso la muñeca en el borde
del escritorio—, no es necesario que te sientes, así es mejor.
—Oh, eh… gracias por el cumplido, señor Fontaine. Lamento mucho tener que
venir.
—Como diga… señor —respondió François algo sorprendido por el corto sermón.
Fue y abrió la puerta con fuerza, la joven yacía sentada viendo las plantas con las
manos sobre el papeleo.
—Señorita Cohen, buenos días. Tomen asiento los dos. —mostrando la mano.
—Muy buenos días, señor Fontaine… —agregó Marina con una sonrisa totalmente
forzada.
—No ponga esa cara señorita, nada malo ha pasado con usted.
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí, chico? —el viejo rompiendo el silencio.
—Eh, ¿cómo dice? Ah… cerca de seis años. —François contesta con un tono
apagado.
—Es mucho.
—Sí pero, estoy bastante… contento. «En realidad me quedo por el sueldo. Ni
siquiera me agrada esta gente.»
—Te felicito. Eh… ¿Cómo te llevas con tus colegas?
—Eso es importante.
—¿Puedes decirme qué es lo que hacen en este lugar? —intentando ver a través de
las ventanas.
Llegan a un punto en donde los pasillos se dividen en compuertas cada siete metros,
desplegando inteligencia artificial muy bien lograda. Ante la incandescencia de las
bombillas el viejo cubre sus ojos en repetidas ocasiones, el muchacho hace un gesto
con la ceja casi imperceptible —Lo siento, señor. Estas luces suelen fastidiar a los
visitantes, con el tiempo uno se llega a acostumbrar, descuide. «Pues no será la
última vez que llegue».
APARTADO N°5
*Los siguientes diálogos están traducidos del francés al español*
Se introducen a una habitación medianamente grande, con dos filas de puertas de
acero en paralelo, diferenciadas por coloridas etiquetas en la parte superior. El
suelo está recubierto por un enorme bloque de cerámica pulido que refleja las
figuras de los caminantes. El viejo gira la cabeza en ambas direcciones para
observar algún inusual detalle. Un robot enano se le acerca por detrás rozándole el
tobillo, produce una serie de sonidos en forma irregular. El viejo empieza a
recordar el monstruoso aspecto de François y estira el cuello de su camisa con
sutileza.
—Por ello la institución ha visto la luz hace… —continúa François. El viejo tiene
un bajo interés en su discurso pues para él es simple relleno, es de admirar su
incredulidad, fruto de sus arcanas experiencias. —… esa es nuestra misión como
entidad gubernamental. «Espero que lo haya convencido» —cierra el joven
tomándose el pecho.
—¿Qué tan cercana es su relación con el Estado francés? —agrega el viejo dando
un giro de noventa grados hacia François.
François se lleva la mano a la oreja derecha «Tienes que asegurarte, amigo» —¿Ha
oído del infortunio que sufrió el presidente? El país está conmocionado.
—No lo sé, señor… creo que no quieren que sepamos. Sin embargo, es un grupo
con el que nadie debería cruzarse —advierte François metiéndose ambas manos en
los bolsillos.
«¿Cómo se dio cuenta?» —Lo encenderé ahora mismo —mirando al viejo. Los dos
se detienen ante una puerta metálica, nuevamente François obtiene el acceso y
cruzan. El corredor es mucho más angosto y el aire, más gélido. El viejo decide ver
a través de las ventanas del pasillo, una fuerte impresión le envuelve, un cuarto de
una profundidad abismal.
- Sector: Z-E-R-G -
El laboratorio de genética molecular está repleto de incubadoras con filtros de aire
exterior, ventanas para la manipulación y sofisticados sistemas de monitoreo que
incluyen el control de peso, respiración, actividad cardíaca y cerebral. Cámaras
relativamente grandes conservan la temperatura, humedad y otras condiciones en
grado óptimo, poseen concentraciones de dióxido de carbono (CO2) y oxígeno (O)
en el interior para mantener y desarrollar cultivos microbiológicos o celulares.
Por allí también circulan drones con luces parpadeantes construidos a base de
fibras de carbono, programados para supervisar el funcionamiento de las máquinas.
El viejo las considera como monstruos de hojalata que aguardan su momento para
cobrar vida y aniquilarlo totalmente. Por la ventana observa cómo se va
desarrollando una notable abertura en el suelo que deja ver una especie de máquina
madre de proporción colosal en el centro.
Aquel prototipo “BIG MOM” ostenta una forma cilíndrica, elaborada de aceros
bajos en carbono, ideal para la alta resistencia mecánica y el degaste. En la parte
superior, gobierna una cúpula de vidrio ultra resistente tan dura como el hierro.
En esta bóveda un tejido de carne rebosante de filamentos largos descansa en una
viscosa sustancia turquesa. Posee en los lados grandes placas de acero que soportan
altas temperaturas y corrosión. En la parte inferior ascienden picos en dirección
diagonal hacia el centro, cuyo orificio es lo suficientemente grande para que un
elefante adulto pueda atravesarlo. De allí cae un líquido de una textura espesa hacia
un recipiente ubicado por debajo que, al llenarse cede su lugar al próximo
repitiendo el proceso automáticamente.
El viejo queda con la cabeza punzante de preguntas a raíz del acto, voltea hacia
François, quien está acariciando el reloj de cobre. El joven agrega con un aire
confiado —Increíble, ¿cierto? Nuestra organización se siente orgullosa de este
último logro conseguido por los científicos más respetados del país en el campo de
la genética… por favor, sigamos… «Ni siquiera yo tengo idea de que es esa cosa
gigante» —apoyando su mano sobre la espalda del viejo.
Finalmente se detienen ante una compuerta particularmente diseñada, sin duda la
excentricidad del artista no pasó desapercibida. —Llegamos, señor Fontaine —
afirma François a través del comunicador. La señal se corta espontáneamente.
Antes de pronunciar cualquier otra palabra, las ventanas que habían dejado atrás
se cierran por completo de manera implacable, arrojando un rumor seco que
espanta al viejo. François Laserre le clava una mirada con determinación
abrumadora «Se acabó, a ver cómo escapas de esta Cohen».
—¿Eh…? —François se sube las gafas que estaban al nivel de las fosas nasales.
—Por supuesto que no, chico —haciendo un gesto con la boca— ella es la hermana
de Calev Cohen, el número uno.
—Vaya… no creí que terminaría trabajando para quienes le hicieron tanto daño a
su propia familia.
APARTADO N°6
Al dar un par de pasos fuera del auto, muy temblorosa y quejándose de la
incomodidad que le producen los tacones de punta fina, desenfunda su fiel
paraguas. Marina observa cerca de la puerta principal al anciano y a François frente
a frente, sin que ellos notaran su presencia, se aleja hacia una puerta secundaria
mientras piensa en cómo recibir al viejo. Con una encantadora sonrisa de las que
secuestran a los hombres y les llevan a las profundidades del océano empieza a
ensayar sus líneas, mostrando cada vez más los dientes a tal punto de incomodar a
cualquiera.
—Camina con normalidad… eso es, eso es… no voltees —escondiéndose detrás de
las estatuas— ¡No! No voltees… ¡Ya casi, ya casi! Un poco más… —a pocos metros
de aquella puerta que le concedería una oportunidad y la evasión de un eventual
regaño o algo peor, un despido fulminante.
—¡Aghr! Pero… ¡No!, ¿Dónde la puse? —revolviendo los bolsillos—, ¡Esta es! ¡No,
Dios!, eso… ¡Eso me ocurre por ser una completa desordenada! Sé que andas por
aquí pequeña... ¿Uh?… ¡Oh, aquí está!
«francés» ¡Error! ¡Inténtelo una vez más! —un texto se desplaza a través de la
oscura pantalla.
—¡¿Por qué no la reconoce?! —pasando la tarjeta una tercera y cuarta vez en menos
de un segundo. Su respiración se precipita en forma ligera. Gira buscando a
François, no obstante, había desaparecido con el viejo. Vuelve a pasar la tarjeta
unas tres veces más, es inútil. La joven con los ojos completamente agrandados
trata de maquinar soluciones rápidas. La tarjeta se le escapa de entre los dedos y
desciende hasta el suelo.
—Me estás jod… —antes de pronunciar cierta blasfemia, se cubre la boca con las
manos manchadas por el polvo de la caída, se había enrojecido. Todo alrededor le
parece ser partícipe de la cruel broma, lluvia, arbustos, insectos, viento, hasta la
misma edificación.
EL AUTOR
“¿Por qué esta magnífica tecnología científica, que ahorra trabajo y nos hace la
vida más fácil nos aporta tan poca felicidad? La respuesta es esta, simplemente
porque aún no hemos aprendido a usarla con tino”.
Albert Einstein.