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Platón especificaba en su alegoría de las cavernas, que hay que desconfiar de la intuición
que proporcionan los sentidos propios del ser humano, y que lo correcto es creer en el
conocimiento que suministra la razón, es decir, la lógica o las ideas. A partir de esto mismo,
el hombre podría liberarse de la caverna y buscar la libertad explorando el exterior, lo que
representaba una realidad objetiva. Lo mencionado primeramente, es exactamente la misma
acción que llevó a cabo Truman, pues él siguió lo que dictaba su conciencia (la razón), para
ir en búsqueda de la realidad (de la cual siempre había estado exento). Podemos representar
los anteriores paralelismos mediante la siguiente cita: “Desde la observación viva hacia el
raciocinio abstracto y de él hacia la práctica, tal es el camino dialéctico del conocimiento
de la verdad, del conocimiento de la realidad objetiva” (Lenin, 258). Lo que hace
referencia a la razón, a la lógica y a las ideas -como ya se había señalado anteriormente-
como fundamentos esenciales al momento de reconocer la realidad, pero al mismo tiempo
la práctica (la acción de ir en búsqueda de lo que es veraz), como base que va de la mano
con la lógica para descubrir la verdad, que en este caso sería el hallazgo de una realidad
objetiva para el hombre.
Este mundo está construido sobre cimientos de mentiras, que la mayoría de la sociedad
conoce como realidad. Depende únicamente de nosotros mismos como individuos, salir del
pozo de la ignorancia e informarnos sobre la verdad de lo que sucede en el mundo real, tal
y como lo hizo Truman. Todos podemos ser manipulados, sin embrago somos los únicos
responsables de permitir que esto suceda. También somos dueños de nuestra conciencia,
por lo que podemos dejar de ser prisioneros del sistema, y ayudar a un desarrollo a nivel
social e individual. Ahora sólo queda reflexionar: ¿Conocemos nuestra realidad?
Bibliografía
Peter Weir, Andrew Niccol, (1998), The Truman show. Estados Unidos.
Vladímir Lenin, (1946), Diccionario filosófico marxista (p.258).
Patrick Rothfuss, (2007), El nombre del viento, crónica del asesino de reyes (p.18).