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1ra.

Conferencia
Capitalismo
Los términos descriptivos que la gente utiliza son a menudo muy engañosos. Hablando de
los modernos capitanes de industria y de los líderes de los grandes negocios, por ejemplo,
llaman a una persona el ‘rey del chocolate’ o el ‘rey del algodón’ o el ‘rey del automóvil’. Su
utilización de dicha terminología implica que no ven prácticamente diferencia alguna entre
los modernos líderes de la industria y aquellos reyes, duques o señores feudales del
pasado. Pero la diferencia, de hecho, es muy grande, ya que un ‘rey del chocolate’ no
gobierna de manera alguna, sino que sirve. No reina sobre un territorio conquistado,
independiente del mercado, independiente de sus clientes. El ‘rey del chocolate’ – o el ‘rey
del acero’ o el ‘rey del automóvil’ o cualquier otro rey de la moderna industria – depende de
la industria en la que opera y de los clientes a los cuales sirve. Este ‘rey’ debe mantenerse
en buenos términos con sus ‘súbditos’, los consumidores; pierde su ‘reino’ tan pronto no
pueda dar a sus clientes un mejor servicio, y proveerlo a un menor costo, que los otros con
quienes debe competir.

Hace doscientos años, antes de la llegada del capitalismo, la posición social de un hombre
estaba fijada desde el comienzo hasta el final de su vida; la heredaba de sus ancestros y
nunca cambiaba. Si nacía pobre, siempre permanecía siendo pobre; y si nacía rico – un
lord, un duque – mantenía su ducado y las propiedades correspondientes por el resto de
su vida.

En lo que respecta a la manufactura, las primitivas industrias procesadoras de esos


tiempos existían casi exclusivamente para beneficio de los ricos. La mayor parte de la
gente (noventa por ciento o más de la población europea) trabajaba la tierra y no entraba
en contacto con las industrias procesadoras, orientadas hacia las ciudades. Este rígido
sistema de sociedad feudal prevaleció en la mayor parte de las áreas desarrolladas de
Europa por muchos cientos de años.

Sin embargo, como la población rural se expandía, se desarrolló un exceso de gente en la


tierra. Este exceso de población, sin herencia de tierras o establecimientos rurales, no
tenía mucho para hacer, ni le era posible trabajar en las industrias procesadoras; los reyes
en las ciudades le negaban el acceso a las mismas. La cantidad de estos ‘marginados’
continuaba creciendo y todavía nadie sabía qué hacer con ellos. Eran – en el total sentido
de la palabra - ‘proletarios’, a quienes el gobierno atinaba solamente a ponerlos en un asilo
o casa para pobres. En algunos lugares de Europa, especialmente en Holanda y en
Inglaterra, llegaron a ser tan numerosos que – para el siglo XVIII – eran una real amenaza
para la preservación del sistema social prevaleciente.

Hoy en día, analizando condiciones similares en lugares como India y otros países en
desarrollo, no debemos olvidar que – en la Inglaterra del Siglo XVIII – las condiciones eran
mucho peores. En ese tiempo Inglaterra tenía una población de seis o siete millones de
personas, pero de esos seis o siete millones de personas, más de un millón,
probablemente dos millones eran simplemente pobres marginados para los cuales no
hacía provisión alguna el sistema social entonces prevaleciente. Qué hacer con estos
marginados era uno de los grandes problemas de la Inglaterra del Siglo XVIII.

Otro gran problema era la falta de materias primas. Los Británicos, con mucha seriedad, se
hacían a sí mismos esta pregunta: ¿Qué vamos a hacer en el futuro cuando nuestros
bosques no nos provean más la madera que necesitamos para nuestras industrias y para
calentar nuestros hogares? Para las clases dirigentes era una situación desesperante. Los
hombres de estado no sabían qué hacer y la aristocracia no tenía idea alguna sobre como
mejorar las condiciones.
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