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LA JUSTICIA INTERNACIONAL

En un sentido amplio, alude a la jurisdicción correspondiente a los Estados y Tribunales


Supranacionales para juzgar y sancionar la comisión de crímenes contrarios al Derecho
Internacional, con independencia de los límites espaciales propios de la idea de soberanía. En
una acepción más restringida, se refiere a las atribuciones procesales atribuidas a los jueces de
cualquier Estado para juzgar y castigar crímenes de naturaleza universal, tomando como único
nexo jurisdiccional el arresto en el territorio de dicho Estado del sujeto imputado. Supone la
existencia del derecho imperativo o derecho obligatorio –ius cogens- en el derecho
internacional, esto es, normas aceptadas y reconocidas por la comunidad internacional de
Estados en su conjunto, como norma que no admite acuerdo en contrario y que sólo podría ser
modificada por otra ulterior de derecho internacional general que tenga el mismo carácter. La
Corte Internacional de Justicia ha estimado que algunas obligaciones internacionales son tan
básicas que afectan por igual a todos los Estados y todos ellos tienen el derecho y la obligación
de ayudar a proteger su cumplimiento. El Estatuto de dicho tribunal prevé como tales los
crímenes de genocidio, crímenes de lesa humanidad, crímenes de guerra y crimen de agresión.
La idea no es nueva. Santo Tomás de Aquino teorizaba sobre el derecho que los soberanos
titularizaban de intervenir en los asuntos internos de sus pares, cuando éstos maltrataban
gravemente a sus propios súbditos. Asimismo, Dante Alighieri propugnaba un único monarca
como legislador y juez en disputas internacionales. El primer caso de juicio criminal internacional
que se registra es en el año 1474, cuando Peter von Hagenbach, gobernador de Breisach en
Borgoña, fue juzgado por asesinato, violaciones, pillaje y otros crímenes. El tribunal, compuesto
por 28 jueces de distintas ciudades del Rin Superior y Suiza, condenó a muerte al acusado. Esta
sentencia fue la primera condena criminal de la historia emitida por un órgano colegiado
internacional. Con posterioridad a la finalización de la Segunda Guerra Mundial, se establece el
Tribunal de Nuremberg con jurisdicción sobre los crímenes contra la paz, crímenes de guerra y
crímenes de lesa humanidad. Lo mismo haría el Comandante en Jefe de las fuerzas de ocupación
norteamericanas en el Océano Pacífico, general Douglas Mac Arthur, quien constituyó en enero
de 1946 el Tribunal Internacional para Extremo Oriente con sede en Tokio. La idea también se
cristalizó en instrumentos convencionales, entre los que merecen destacarse la Carta de la
Organización de las Naciones Unidas y la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito
de Genocidio. Hacia fines del siglo XX, el orden internacional concreta estos conceptos a partir
de varios hechos, como la instalación de los Tribunales Internacionales para el juzgamiento de
los crímenes cometidos en el territorio de la antigua Yugoslavia y en Rwanda; el establecimiento
de la Corte Penal Internacional; la detención del dictador chileno Augusto Pinochet en el Reino
Unido para su extradición al Reino de España, entre otros casos.

La idea de una “justicia internacional” parte de la misma ficción que funda el derecho “nacional”:
la neutralidad del Estado y el Derecho y la objetividad de sus ejecutores, en abstracción de los
intereses de las distintas clases sociales. Supone, por lo tanto, una instancia que está por encima
de los conflictos sectoriales, y que se manifiesta en el ideal del bien común. Sin embargo, el
Estado y el Derecho, como cualquier otra institución superestructural, se encuentran regidos
por las contradicciones de la sociedad de clases. La denominada “justicia universal” no es más
que la institucionalización, a nivel internacional, de las necesidades de la clase dominante, en
particular, de la fracción de la misma que ostenta el máximo poderío, quien lo interpreta e
impone a su modo, autoexcluyéndose incluso del sometimiento a tales normas. Tal es el caso
de la burguesía norteamericana, renuente a someterse a una supuesta “jurisdicción
internacional”. Así, por ejemplo, el presidente Bush denunció formalmente el Estatuto de la
Corte Internacional de Justicia, hecho que se añade a un conjunto de Tratados no ratificados o
incumplidos por este Estado, como por ejemplo la denuncia del Protocolo Opcional de la
Convención de Viena sobre Relaciones Consulares, que ha dejado sin protección consular a
muchos extranjeros habitantes de los EE.UU. Sólo se podrá hablar de verdadera “justicia
internacional” cuando la misma esté determinada por los intereses más generales de la
humanidad a nivel internacional, es decir, cuando se logre abolir, no formalmente sino
realmente, las diferencias de clase.

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