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WALTER BEVERAGGI ALLENDE

EL PARTIDO LABORISTA,
EL FRACASO DE PERON
Y EL PROBLEMA ARGENTINO

BUENOS AIRES
1956
ADVERTENCIA AL LECTOR

En el título original de este libro era "El Partido Laborista, el fracaso de Perón y el problema
argentino"
Para la fecha en que su publicación ha podido materializarse, he debido renunciar a la Vicepresidencia
del Partido Laborista, y también a mi condición de afiliado a dicho partido.
Una inquebrantable adhesión a principios éticos y políticos me ha llevado a tomar tan extremas
determinaciones, y no es poca la zozobra que me causa el ver frustradas tantas nobles esperanzas e
intenciones como puse yo y pusieron muchos otros en el Partido Laborista.
En tales circunstancias, me he preguntado si debía publicarse esta nueva edición que, con excepción
de la tapa, estaba ya impresa. Y he optado finalmente por la afirmativa pensando que, de cualquier
manera, aquí se refieren episodios que son de interés público, así como el juicio del autor acerca del
problema político nacional y lo que, a mi criterio, pudo y debió haber sido el Partido Laborista.
¿Llegarán esas patrióticas aspiraciones a cristalizar en alguna nueva fuerza política que sea capaz de
servirlas lealmente? En éste como en otros casos el futuro tiene la palabra.

Walter Beveraggi Allende.


Febrero de 1956.
A LA MEMORIA DE MI QUERIDO PADRE,

que me inculcó la inquietud cívica y patriótica, que no utilizó su


prestigio científico y su carácter de cirujano eminente para
convertirse en un indiferente o en un timorato en las horas
difíciles de la tiranía, que en razón de ello, sufrió la cárcel y debió
partir al destierro, donde murió el 11 de mayo de 1954.
PROLOGO DE LA SEGUNDA EDICION

A poco más de un año de haberse publicado en Montevideo este libro, estamos en condiciones de
ofrecer, desde tierra argentina la segunda edición. La Revolución Libertadora, que ha hecho posible
esta feliz circunstancia, abre una nueva e importantísima etapa en la vida institucional y política de
la Nación.
Creemos que el triunfo revolucionario ha sido la plena confirmación de las afirmaciones optimistas
contenidas en el último capítulo de esta obra y la demostración palmaria de que la masa popular —
especialmente el vasto sector de los trabajadores— había retirado ya, de la manera más amplia, el
apoyo y la confianza que anteriormente depositara en Perón.
El éxito de esta etapa difícil que ahora se inicia, de transición y de recuperación democrática,
dependerá de que se alcance a comprender que la convulsión política que sufrió el país en los
últimos diez años, representa la activa incorporación de la masa obrera a la vida cívica de la Nación
y la aspiración de que sean plenamente reconocidos y respetados sus derechos económicos, sociales y
políticos, en un pié de igualdad con los de todos los demás sectores de la ciudadanía. Si esto no se
comprendiera así; si se pretendiera volver al reinado desaprensivo de la oligarquía en el orden
económico-social y del caudillo "ilustrado" en el orden político, la Revolución habrá de encaminarse
hacia un rotundo fracaso y se estará abriendo la puerta a nuevos aventureros y "hombres
providenciales" —con o sin uniforme— que vengan a capitalizar el descontento, el resentimiento y el
sentimiento de frustración del pueblo.
Este es, en nuestro concepto, el gran desafío que la Historia plantea a nuestra generación.
Córdoba, Diciembre de 1955.
W. B. A.
PALABRAS PRELIMINARES

Hay muchos aspectos de la crisis política argentina que no han sido tratados con la suficiente
extensión y sinceridad. La presencia de una dictadura de tipo nazi-fascista que se ha perpetuado en
el poder por más de diez años, parecería suficiente explicación de todos nuestros males. Y el planteo
de que "hay que terminar con la tiranía y restablecer la democracia" parecería satisfacer plenamente
a muchos opositores en la búsqueda de una bandera de lucha contra el régimen. Sin embargo, esta
es una excesiva simplificación del problema argentino; para ello no hace falta referirse a los
antecedentes históricos del mismo, ni considerar programas políticos futuros, ni sumirse en
cavilaciones acerca de las imperfecciones de la democracia argentina antes de 1943, o del papel que
la masa obrera ocupara y debería ocupar dentro de ella.
A estos aspectos fundamentales he creído necesario referirme, aunque sea en forma abreviada, y
fruto de esta convicción es el presente trabajo. En el curso de las páginas que lo integran procuro
explicar con entera sinceridad cómo veo el problema de mi país. Además, hay hechos importantes
que no han podido divulgarse suficientemente y que es necesario que la opinión pública conozca y
recuerde.
Conocí a Cipriano Reyes en septiembre u octubre de 1946. Hasta ese momento su actividad política y
mis inquietudes cívicas nos habían mantenido en campos diametralmente opuestos. Cipriano había
sido el dirigente obrero más impetuoso y decidido de cuantos apoyaron a Perón en su ascenso a la
Presidencia Constitucional; el organizador de las manifestaciones públicas del 17 de octubre de
1945, el inspirador y gestor fundamental del Partido Laborista, que dió a Perón mayoría electoral en
los comicios del 24 de febrero de 1946.
Yo, por mi parte, había actuado desde 1943 como dirigente del movimiento estudiantil universitario,
el sector ciudadano más activamente opuesto a la dictadura militar que se instala en junio de 1943 (y
se perpetúa hasta nuestros días!). Por mis actividades corno tal, fuí encarcelado varias veces en el
curso de los años 1944 y 1945. Desde mediados de 1945, me cupo el honor de desempeñar funciones
directivas en el movimiento de la Resistencia civil contra la dictadura. Como ciudadano me opuse,
activa y públicamente, a las elecciones del 24 de febrero, porque no habían sido precedidas de un
ambiente de libertad, y porque el resultado práctico de las mimas había de ser el de "legalizar" la
dictadura del Cnel. Perón.
En mayo de 1946 se produjo la ruptura entre el Partido Laborista y Perón. Fue este el primer
indicio para mí de que había en el Partido Laborista hombres con criterio independiente, y no
seguidores incondicionales del Cnel. Perón.
Fruto de mi curiosidad y de mis actividades como miembro de la Resistencia civil, fué mi primer
contacto con Cipriano Reyes, en una entrevista tensa y por momentos dramática, en la que dos
contendores enconados de la víspera admitimos recíprocamente la posibilidad de una intención
honesta y patriótica.
Seguí frecuentando a Reyes, y fuí conociendo paulatinamente a numerosos dirigentes y afiliados
laboristas. Empecé a ver que detrás de la fachada de agitación en torno a Perón había un auténtico
despertar político de la masa trabajadora, y una nueva concepción en ésta acerca de sus
posibilidades. Pude conocer así otra faceta del problema: el punto de vista de los trabajadores, con
su enfoque realista; con su acendrado y justificado resentimiento hacia los partidos políticos
tradicionales; con una fe en Perón a la que los hechos iban transformando paulatinamente en espe-
ranza defraudada. Así conocí también el ideario político del Partido Laborista, y encontré una casi
perfecta coincidencia entre sus objetivos e ideales y los que yo siempre he alentado.
Me incorporé al Partido Laborista el 14 de julio de 1947, en el convencimiento de que dicho Partido
encarna una nueva posición en la política argentina y que constituye una fiel expresión de las
legítimas aspiraciones políticas y sociales de la masa trabajadora, que hasta ahora ha sido
mantenida en un papel más o menos pasivo (si no subordinado) en nuestra vida democrática.
Perón ha querido hacer con la masa trabajadora lo mismo que otros caudillos hicieron
anteriormente: halagarla, engañarla y servirse de ella. Pero la masa trabajadora, que es el pueblo
argentino mismo, no se ha prestado ni se prestará a engaño por demasiado tiempo, ni volverá a ser
dócil juguete de caudillos sin programa, de "hombres fuertes" o de generales "salvadores".
Demasiado ha aprendido ya acerca de esta materia. Ello ha forzado a Perón no sólo a mantener
sino a agravar progresivamente su dictadura policial para mantenerse en el poder.
La masa trabajadora, como todos los restantes sectores de la ciudadanía, sufre en estos momentos
una tiranía de la que no puede librarse por falta de medios y organización. Pero NO está conforme
con ella ni tampoco con las soluciones que le ofrecen las fuerzas opositoras oficializadas o toleradas
por el gobierno, dentro de la pseudo-democracia actualmente vigente en el país.
El Partido Laborista, que aspira a ser un fiel y leal intérprete de los anhelos políticos de una mayoría
del pueblo argentino y en particular de la masa trabajadora, no ha muerto ni ha retrocedido. Prueba
irrefutable de ello son: 1º) La privación de su personería política en enero de 1948; 2º) Los 6 años de
cárcel que llevan Cipriano Reyes y Luis García Velloso, y 3º) Todos los impedimentos restantes que se
ponen para privarlo de desarrollar cualquier género de acción pública.
El futuro se encargará de decirnos cuál será el papel que, en definitiva, jugará el Partido Laborista
en el progreso inevitable de la democracia argentina.

Montevideo, setiembre de 1954.


W. B. A.
I
LA REALIDAD POLITICA ARGENTINA DESDE 1930

El 6 de setiembre de 1930 se consumó un grave atentado contra las instituciones argentinas al


derrocar una fracción mayoritaria del ejército el gobierno de la Nación, rompiendo así una tradición
constitucional de casi ochenta años. Ni los desaciertos de la administración del señor Yrigoyen, ni la
senilidad del Jefe del Ejecutivo, ni la mediocridad de muchos de sus colaboradores justificaban el
quebrantamiento del orden jurídico, creando así un estado de subversión que había de llevar
sucesivamente el entronizamiento del fraude, a la dictadura militar, y finalmente al caos.
Luego del relativamente breve gobierno de facto presidido por el general Uriburu, jefe de la
revolución militar del 6 de setiembre, la minoría conservadora se sentó oficialmente en el poder por
conducto de la "Concordancia", que integraban el Partido Conservador, algunos radicales
antipersonalistas y los socialistas independientes. La Unión Cívica Radical, que era entonces el
partido con mayor caudal electoral, fue privada de concurrir a elecciones y con ello se consumó el
fraude. Esta sola circunstancia quitaba por anticipado carácter democrático y representativo al nuevo
gobierno, pero los partidos Socialistas y Demócrata Progresista no obstante ello decidieron concurrir a
elecciones y obtuvieron las bancas de la minoría en un Congreso desnaturalizado, controlado por los
conservadores.
La administración del general Justo —Presidente de 1932 a 1938— condujo eficientemente los
intereses oligárquicos que de hecho representaba. Contando con la colaboración de personas
técnicamente capaces, la política económica del gobierno pudo orientarse eficazmente para proteger y
beneficiar los intereses de la minoría privilegiada, e indirectamente de la economía general del país.
En el orden político, se continuó con el fraude en la medida necesaria para asegurar al régimen la
mayoría parlamentaria y por ende su continuación en el poder dentro de una relativa estabilidad.
De esta época data la acuñación y el uso deliberado, por parte de los conservadores, del término
"fraude patriótico" para expresar el sistema que ellos habían establecido en el país; o sea que se
reconocía la perpetración del fraude como una técnica corriente impuesta por la minoría gobernante,
pero pretendía atenuarse la responsabilidad y la inmoralidad política alegando la "patriótica" intención
del procedimiento.
En 1938 el frente concordancista lleva al poder a los doctores Roberto M. Ortiz y Ramón Castillo,
radical antipersonalista y conservador respectivamente, para los cargos de presidente y vice durante
los años 1938-1944. El imperio del fraude continuó y gracias a él se consagró esta fórmula, pero el
Partido Radical a esta altura había variado ya su postura: concurría a elecciones y se conformaba con
las bancas de la minoría y con ejercitar la crítica de un gobierno cuyos actos no podía controlar.
El doctor Ortiz, pese al origen espurio de su investidura, pareció tener la decidida intención de
devolver a la República el libre y auténtico juego de sus instituciones democráticas. La intervención
que decretara a, la provincia de Buenos Aires en 1939 destinada a desbaratar el fraude perpetrado para
elegir gobernador al doctor Manuel A. Fresco, fué un índice claro de esta intención. Pero los intereses
creados eran muchos y espesa la maraña conservadora que trababa los actos del doctor Ortiz; y a ello
se sumó la enfermedad incurable que lo aquejara y que diera a sus cofrades políticos de la víspera el
pretexto para desplazarlo del poder a mediados de 1941.
Con el advenimiento del doctor Castillo a la primera magistratura desaparecieron los escrúpulos
democráticos, y la oligarquía conservadora y reaccionaria sentó nuevamente sus reales en el gobierno
y dejó ver claramente sus intenciones de no hacer concesiones grandes o pequeñas a las masas
populares o a los partidos de oposición. La Unión Cívica Radical, el Partido Socialista, el Partido
Demócrata Progresista y otros de pequeña cuantía ganaban en tanto las gobernaciones y las bancas
que la presión oficial y el fraude les permitían obtener, y desplegaban el grado de oposición que el
gobierno conservador se manifestaba dispuesto a tolerar.
Dentro de este marco de lamentable empeoramiento del clima político argentino de 1930 a 1943, cabe
destacar el papel cada vez más importante que iba desempeñando el Ejército en el complejo de fuerza
—ya que no de instituciones— en que se basaba el gobierno del país. Desde el establecimiento del
régimen de facto en septiembre de 1930, al no sustentarse los sucesivos gobiernos en la voluntad
popular, la minoría que detentaba el poder debió buscar el apoyo de la fuerza, y para ello se inició la
serie de halagos y prebendas destinadas a sobornar a las instituciones armadas; mientras que por otra
parte se purgaban los cuadros de oficialidad de todos aquellos elementos que no parecían adictos al
régimen constituido. Así fueron desplazándose desde 1930 gran cantidad de jefes y oficiales que no
solamente eran los más destacados por su dignidad y conciencia ciudadana, sino también por su
competencia profesional y técnica. De defensoras del orden establecido en la Constitución, las
fuerzas militares fueron así convirtiéndose en el brazo armado y base de sustentación de la minoría
privilegiada gobernante, y fueron también adquiriendo conciencia de su creciente importancia como
factor político. En los primeros, meses de 1943, en tanto se barajaba la fórmula que había de
imponerse por el fraude electoral, el presidente Castillo reunía jefes y oficiales en sendas comidas de
agasajo; y era la comidilla popular el que "hasta los sargentos" eran invitados a los banquetes
presidenciales como parte del plan para asegurarse el apoyo militar. Mientras esto ocurría en el
campo conservador, el Partido Radical ofrecía reservadamente la candidatura a la presidencia al
general Pedro P. Ramírez, ministro de Guerra del presidente Castillo.
El virus totalitario había ido mientras tanto contaminando apreciablemente el cuadro de oficiales de
las fuerzas armadas. Los triunfos transitorios del nazi-fascismo en Europa eran un buen caldo de
cultivo para la germinación del virus en la Argentina, donde el principio del respeto a la Constitución
había dejado de ser la base primordial de la conducta militar. Desde el "germanófilo", simple
admirador de la marcialidad y eficiencia del militarismo prusiano, hasta el fascista integral, fueron
reproduciéndose en forma lamentable hasta constituir una fuerza importante y organizada. Y en ese
cuadro de simpatizantes e ideólogos totalitarios no faltaron desgraciadamente quienes se convirtieron
en instrumento del propio nazismo alemán, en calidad de propagandistas y espías a sueldo.
Recientemente el ex diputado Silvano Santander ha rendido un gran servicio al país presentando, en
su libro Técnica de una traición, la prueba documental más terminante de que importantes jefes
militares argentinos -entre ellos el coronel Juan Do-mingo Perón— servían como espías pagados del
totalitarismo alemán.
Paralelamente, pues, al agravamiento de la subversión institucional, al relajamiento de la democracia,
y a la decadencia de los partidos políticos fué produciéndose el aumento de la influencia del Ejército
en la vida política del país y el auge de la conspiración totalitaria dentro del mismo.
En estas condiciones no resulta difícil explicarse la revolución del 4 de junio y la falta de interés
popular en los resultados de la misma. El pueblo era tan ajeno a los intereses y ambiciones de las
partes que protagonizaron ese conflicto como en realidad había sido a todo el proceso político del
país desde 1930
Las fuerzas armadas, que habían apoyado al régimen de la oligarquía conservadora y posibilitado su
supervivencia, decidieron de allí en adelante asumir directamente el control del país e iniciar el
experimento totalitario con prescindencia del elemento conservador que fuera hasta entonces su aliado
y protegido.
Esta sintomatología de la revolución del 4 de junio no excluye de ninguna manera la presencia de otro
posible factor determinante: la orden impartida a Perón por los jerarcas nazis alemanes de
desencadenar la revolución militar y apoderarse del gobierno a fin de que Argentina pudiera servir
como refugio seguro a los jefes hitleristas y a los tesoros que pudieran salvarse de la derrota,
previsible en esos momentos en Europa. (Véase el libro de Silvano Santander, Técnica de una
traición, pp. 32 y 33).
Esta es, en sus trazos fundamentales, la versión de democracia política que conocimos los que
llegamos a la adolescencia en la Argentina de 1930 a 1943, al tiempo que leíamos en los textos de
Historia de los colegios nacionales las generosas hazañas de nuestros próceres civiles y militares de la
Independencia y la Organización Nacional.
II
LA CONDICION DE LA MASA TRABAJADORA HASTA 1945

Para los trabajadores argentinos, la igualdad ante la ley fué una fórmula con valor solamente nominal
en muchos aspectos fundamentales. El patrón, el "doctor" y el caudillo eran especies indudablemente
privilegiadas en el cuadro de las relaciones jurídicas, económicas, sociales y políticas del país,
gobernado tradicionalmente por los intereses oligárquicos. Con la diferencia importante, debemos
agregar, que la anterior a la crisis de 1890 fué una oligarquía patriarcal, sobria e ilustrada, con
patriótico interés en el fomento de la educación y en el mejoramiento progresivo de las instituciones
democráticas, mientras que en las décadas siguientes fué transformándose en una oligarquía de clase
acaudalada sin más preocupación importante que la defensa y acrecentamiento de sus recursos
materiales.
Si esto es cierto con relación al período de vida constitucional anterior a 1930, mucho peor se tomó
aún la situación a partir de la revolución del 6 de septiembre y el retorno al poder del Partido
Conservador. La crisis económica que afectó al mundo entero desde 1930 a 1935, contribuyó
indudablemente a agudizar el problema de los trabajadores, pero en general, antes y después de ella,
podemos afirmar que este grupo social estaba en una posición desfavorable y no contó dentro del
liberalismo tradicional con una efectiva protección legal, y tampoco con el positivo respeto a los
derechos que las leyes y la Constitución implícitamente les reconocían cada vez que sus intereses
estuvieron en conflicto con los intereses patronales o los intereses del Estado. Preguntaríamos, por
ejemplo: ¿Qué recursos legales tenía un obrero de la ciudad o un peón de campo, antes de 1945, para
defenderse de las arbitrariedades o la explotación de un patrón que no evidenciaba espontáneamente
la voluntad humanitaria de tratarlo con la debida consideración? ¿Qué organismos judiciales o ad-
ministrativos eficaces existieron antes de esa fecha, ante los cuales los trabajadores pudieran recurrir
para hacer respetar sus derechos inherentes o emanados de contratos individuales o colectivos de
trabajo?
Podrá alegarse, por parte de algunos con espíritu indulgente hacia la gestión rectora de las viejas
oligarquías, que antes del advenimiento de Perón existía en Argentina un "Departamento del Trabajo"
y se habían sancionado ya muchas leyes obreras; y también que los códigos y las leyes en general
brindaban suficiente protección a los trabajadores. Sin embargo, la realidad es lo que debe interesar-
nos, en cuanto a la posibilidad de hacer efectivos esos derechos, no los enunciados legales o teóricos
que no pueden por sí mismos traducirse en hechos. Lo cierto es que el Departamento del Trabajo no
era sino una entidad burocrática sin facultades propias para decidir conflictos obrero-patronales, que
dependía de organismos políticos del Estado (el Ministerio del Interior) y que estaba supeditado por
tanto a las órdenes que le venían "desde arriba". Las leyes obreras, dictadas en su mayoría por
iniciativas de los legisladores socialistas, representaron indudablemente un progreso considerable,
pero la aplicación de las mismas quedaba siempre supeditada al criterio interpretativo de los patrones,
de las autoridades administrativas o, en última instancia, del Poder Judicial; y el procedimiento ante
éste era raramente accesible para el trabajador y no siempre una garantía de justicia.
Por otra parte, la organización de los trabajadores en sindicatos y gremios nunca fué favorecida o, en
muchos casos, plenamente tolerada por los gobiernos anteriores a la revolución de junio de 1943.
Una prueba de ello es la supervivencia de la ley 4144, o Ley de Residencia, a través de varias
administraciones radicales y conservadoras. Ni aún durante el apogeo del Partido Radical, que tanto
reclamara para sí el carácter de movimiento representativo de las masas populares, los obreros
tuvieron libertad amplia para organizarse sindicalmente o para ejercitar el derecho de huelga; y fué
precisamente durante el primer gobierno de Yrigoyen que se produjeron las represiones más violen-
tas, como la célebre "semana trágica" de tan triste memoria para el movimiento obrero argentino. La
sindicalización fué obstaculizada en muchos casos con el pretexto (muy elástico por cierto) de que a
través de ella se perseguían fines anarquistas o comunistas. Sintetizando, podríamos afirmar sin
temor a equivocarnos que durante el período que estamos considerando el derecho de agremiarse y el
derecho de huelga fueron reconocidos a medias, simplemente como "concesiones" a la masa
trabajadora y con carácter precario, de manera que el ejercicio de tales derechos nunca pudiera hacer
peligrar el sistema de privilegios e intereses de la oligarquía gobernante. Y uno de los hechos
significativos durante la década de la gran crisis mundial (1930- 1940) es que, mientras en casi
todos los países del mundo se materializó un progreso considerable en materia social y obrera, en
Argentina se detuvo por completo el proceso de mejoramiento de los trabajadores.
En el plano político, la situación de los trabajadores era igualmente desfavorable: los dos grandes
partidos tradicionales y únicos que llegaron al poder, representaban sustancialmente intereses ajenos a
los de la masa trabaja-dora. El Partido Conservador, como su nombre lo indica, era el vehículo
político de la minoría acaudalada con orientación política y económica conservadora. El Partido
Radical, cuyo objetivo revolucionario (el sufragio universal, secreto y obligatorio) fué logrado sin
revolución, con la sanción de la Ley Sáenz Peña en 1911, representaba sustancialmente los intereses
de la clase media y de la minoría acaudalada con orientación política y económica liberal. Tan es así
que llegado el Radicalismo al poder en 1916, la política social y económica del gobierno permaneció,
en sus rasgos fundamentales, igual a la de sus predecesores conservadores.
Pero independientemente del tipo de intereses que estos partidos representaban, había en ellos algo en
común que dió perfiles característicos a la "política criolla" de toda esa época: el predominio del
caudillo, que manejaba "su" gente y que era el eje personalista alrededor del cual giraba la opinión
local, partidaria o nacional. Ante ese ente tan particular, y casi sin excepción representativo de la
minoría pudiente o ilustrada, el trabajador de la ciudad o del campo carecía de personalidad política
propia: a lo sumo era un adepto, un partidario, o un incondicional.
Al no tener un partido que fuera representativo de sus intereses y de sus aspiraciones, la masa
trabajadora era una fuerza a la deriva, cuyos integrantes se hallaban sometidos a la influencia de uno u
otro caudillo, en cuya órbita caían por razones de dependencia en las relaciones de trabajo, de
necesidad, o aún de coacción.
El Partido Socialista pudo haber sido esa expresión política que faltaba, pero fracasó por diversos
motivos. Algunos de ellos ajenos a sus posibilidades, como la inmadurez política y organizativa de la
masa trabajadora que en ese entonces creía tal vez insuperable el sistema vigente. Otros más
importantes e imputables a los pensadores y dirigente del partido mismo, como el matiz antirreligioso
que originariamente lo caracterizara y que con seguridad le restó el apoyo de infinidad de adeptos
potenciales que estaban en todo de acuerdo con el Socialismo argentino menos en ese aspecto. Pero
la falla fundamental radicó por cierto en la falta de fibra revolucionaria o de persistencia en esa
postura, tanto en el terreno teórico como en el terreno de los hechos. He aquí el por qué de nuestra
afirmación:
Cuando se entronizó oficialmente en Argentina el sistema del fraude electoral y cuando más
reaccionaria y desaprensiva se había tornado la oligarquía conservadora después del año 1930, ni el
Partido Socialista ni el Partido Radical adoptaron como partidos la postura de lucha que las
circunstancias requerían, ni se constituyeron en los esforzados defensores de los intereses populares y
del sistema representativo. La de ambos fué una oposición académica, falta del calor y del empuje
que era necesario para infundir a las masas fe en las instituciones democráticas y en los partidos que
decían y pretendían representar los intereses del pueblo. Por el contrario; después de la no
concurrencia a elecciones que le fué prácticamente impuesta por la dictadura uriburista en 1932, el
Partido Radical participó en el proceso electoral viciado, ocupó bancas en el Congreso y compartió
como opositor la responsabilidad de un sistema que desconocía libertades democráticas esenciales.
Eran los años en que se robaban libretas cívicas, se matoneaba en los pueblos, se seleccionaba a los
votantes con la policía blandiendo máuseres, y si todo ello no bastaba se cambiaba el contenido de las
urnas. Fué en ese lapso que se llegó a un exceso no superado posteriormente, al asesinarse en el
recinto de sesiones del Senado Nacional a uno de los más dignos representantes de la oposición, el
doctor Enzo Bordabehere, del Partido Demócrata Progresista. Y en tales circunstancias, radicales y
socialistas cometieron la grave omisión de no constituirse en los esforzados conductores de una
mayoría popular vejada por el atropello oficial.
El Partido. Socialista adoptó, como decimos, idéntica actitud que el Radicalismo, pero en su caso
podemos hablar de circunstancias agravantes, ya que dicho partido afirmaba representar
específicamente a la masa trabajadora y éste fué indudablemente el sector más afectado por el
régimen imperante. El Partido Socialista estaba doctrinariamente en las antípodas del Partido
Conservador: su misma teoría política le impedía adoptar una postura conciliatoria frente a un
régimen de orientación reaccionaria, y opresor en el hecho. Cierto es que el Socialismo propiciaba la
transformación económica y social a través del cauce de la legalidad; pero los mismos usurpadores
del poder habían desbordado ese cauce y no había en consecuencia ninguna legalidad que respetar.
¿Qué podía entonces justificar persistencia en una postura de legalidad ficticia y de tolerancia?
Desgraciadamente, se siguió el curso del cálculo electoral, o mejor dicho pseudo-electoral...
La masa trabajadora se vió así defraudada ciento por ciento en ese desventurado período 1930-1943;
lo que venia a sumarse a su ya desalentadora experiencia de los años anteriores a 1930 en lo que se
refiere a menosprecio de sus derechos y otros factores que demostraban la subalternación social y
política de los trabajadores.
Tal fué, en síntesis, el clima que este importante grupo social respiró antes de la revolución militar de
1943. Y a él nos hemos referido específicamente porque fué a dicho sector que el coronel Perón se
propuso atraer a toda costa. cuando la dictadura militar que él encabezaba se vió obligada a establecer
una parodia de democracia popular en el país.
III
POLITICA OBRERISTA DE PERON Y ACTITUD PROLETARIADO ARGENTINO

La logia militar G.O.U. (Grupo de Oficiales Unidos) que se apoderó del gobierno de Argentina 6 de
junio de 1943 desplazando al general Rawson del mando revolucionario, no tenia la menor intención
de restaurar en el país el libre juego democrático, ni depurar la administración, y menos aún de
impulsar la Justicia Social en beneficio de los trabajadores. Su filosofía política estaba claramente
expresada en un párrafo de la proclama secreta del 3 de mayo de 1943, que luego fuera denunciada
por ex integrantes del Grupo y acerca de cuya autenticidad no existen dudas. (Véase ARGENTINA
LIBRE, periódico de la Resistencia contra la dictadura militar, del 21 de enero de 1949, 1ra.
pág.):
"Nuestro gobierno será una dictadura inflexible aunque el comienzo hará las concesiones
necesarias para afianzarse sólidamente. Al pueblo se le atraerá pero fatalmente tendrá que
trabajar, privarse y obedecer. Trabajar más y privarse más que cualquier otro pueblo. Sólo así
se podrá llevar a cabo el programa de armamentos indispensable a la conquista del
Continente".
Eran los primeros meses de 1943 y los componentes del G.O.U. creían aún en el triunfo de sus
inspiradores Hitler y Mussolini; por eso hablaban un lenguaje tan categórico!...
Ciertamente que ni Juan Perón ni ninguno otro de sus cómplices en la logia fascista había pensado
jamás, antes de 1944, en los problemas y aspiraciones de la masa trabajadora, y no existe la más
mínima manifestación escrita (o de otro carácter) de que alguno de ellos hubiera tenido
preocupación por las cuestiones sociales o políticas. Para el G.O.U. y especialmente para su jefe, el
coronel Perón, el pueblo argentino y en particular la masa obrera eran y son entes inferiores, dignos de
tenerse en consideración sólo en la medida que puedan servir como dóciles instrumentos para
secundar sus planes de dominación.
A Perón, por ejemplo, pertenecen estos conceptos sobre sus compatriotas obreros, emitidos poco antes
de que iniciara su campaña como supuesto redentor de los trabajadores:
"Los trabajadores argentinos nacieron animales de rebaño y como tales morirán. Para
gobernarlos basta darles comida, trabajo y leyes para rebaño, que los mantenga en brete".
(Técnica de una traición, S. Santander, p. 60).
Conforme a esta filosofía procedió la dictadura militar hasta mediados de 1944, y no se enunciaron
planes de ninguna especie en materia de política social. Pero para esa fecha los sucesos bélicos en
Europa evidenciaban la inminencia de la derrota del nazi-fascismo, y llevaron al convencimiento a sus
lugartenientes en Argentina de que no podrían continuar por el camino del totalitarismo desembozado.
Las conferencias de Chapultepec y de San Francisco fueron una clara advertencia en este sentido, y
por tanto la dictadura en Argentina se aprestó a disimular su verdadera índole bajo las apariencias de
una restauración pseudo-democrática. Todo ello vino a sumarse a la situación en el orden interno,
totalmente desfavorable al régimen militar, pues a su creciente impopularidad se venía agregando la
acción decidida y entusiasta de la resistencia civil.
Fué esa imperiosa exigencia de las circunstancias políticas nacionales e internacionales la que llevó
a la dictadura militar a iniciar, a mediados de 1944, la política obrerista y demagógica que habría de
darle a Perón por algunos años la aureola de "campeón de las reivindicaciones obreras" y "redentor
del proletariado".
La atmósfera política viciada que hasta ese momento había vivido el país, la falta casi absoluta de una
educación política entre los trabajadores (atribuible a la laxitud y los vicios de los gobiernos
anteriores) y la falta de libertades, más notoria aún a partir de la revolución de junio de 1943, fueron
eficaces aliados del régimen a los efectos del éxito de ese engaño transitorio.
El primer paso de importancia que dió la dictadura poniendo en ejecución esta nueva táctica, fué la
creación de la Secretaría de Trabajo y Previsión en junio de 1944; y Perón, verdadero jefe del
gobierno que el general Farrell presidía nominalmente, fué quien se puso a su frente.
El procedimiento para atraer a los trabajadores y para interesarlos en la gestión de la Secretaría de
Trabajo fué bien simple: destacar hasta la exageración el rol de nueva defensora de la masa
trabajadora que a partir del momento de su creación había de desempeñar dicho organismo del
Estado. Por su gestión oficiosa se obtendrían aumentos de salarios, vacaciones pagas, jugosas
indemnizaciones, aguinaldos y mejoras de todo género. Por vía de la Secretaría los obreros tendrían
—según la propaganda oficial— un nuevo y activo defensor de sus derechos en las disputas con los
patrones. Y el abuso y la explotación patronal tendría que desaparecer, allí donde existiera, gracias a
ese flamante y "providencial" accesorio de gobierno.
Indudablemente, era ésta una oferta tentadora para la masa obrera argentina; con más razón aún si se
piensa que dichas promesas fueron bien pronto acompañadas por una serie de realizaciones tangibles.
Empezaron a elevarse los salarios de diversos gremios importantes; se establecieron vacaciones pagas
en beneficio de numerosos grupos obreros que hasta entonces no habían disfrutado de ellas; se impuso
el sistema de los aumentos con efecto retroactivo y se hizo más severo el régimen de indemnizaciones
por despido. En una palabra, empezó a mediarse en los conflictos de trabajo inclinando
sensiblemente la balanza a favor del trabajador, tan favorablemente en este sentido como antes se
había inclinado en favor del patrón o del empresario. Y en todo este novedoso mecanismo la
Secretaría de Trabajo y Previsión (y más aún que ella, el propio coronel Perón) jugaba el rol de
"protectora incondicional" y "salvadora" de la masa trabajadora.
Por su parte, la Secretaría de Trabajo escuchaba a los obreros que acudían en busca de protección y de
mejoras económicas; y cuando éstos no acudían espontáneamente, la Secretaria se encargaba de
exhortarlos a recurrir a ella, haciendo notar las ventajas que se derivarían de dicho contacto. Todo
esto era acompañado de una prédica radial y periodística formidable, en la que el régimen militar no
escatimaba recursos fiscales y que se destinaba a destacar la condición económica, social y política
subordinada en que con diferencias de grado se había mantenido hasta entonces a la masa obrera. Y
por si la dosis de verdad que había en ello no bastaba, se exageraba hasta el infinito tratando de
sugestionar a los trabajadores como presuntas víctimas de la explotación más sanguinaria y de una
esclavitud africana, al tiempo que se insultaba soezmente a los patrones, a los próceres argentinos y a
todo lo que no comulgara con el régimen fascista imperante. Lo que ciertamente no le decían al
trabajador era que a nadie debía considerarse más responsable de las mentadas injusticias, y en lo
que ellas tenían de cierto, que a los propios militares reaccionarios que ahora gobernaban y que
habían sido hasta entonces el sostén fundamental y casi único de los regímenes oligárquicos
precedentes.
Los resultados de esta nueva política obrerista no tardaron en hacerse sentir: grupos considerables de
trabajadores fueron buscando el amparo de la Secretaría, y numerosos dirigentes sindicales
recurrieron a ella en busca de solución para los problemas de sus gremios.
Para mediados de 1945 Perón contaba ya con un caudal importante de simpatizantes entre los obreros
argentinos —por cierto muchos más que los que los dirigentes de la oposición le reconocían.
Una vez que los frutos de esta nueva política se hicieron perceptibles, la dictadura militar acosada a su
vez por la resistencia civil (particularmente activa en el estudiantado universitario) y por la presión
internacional, anunció las elecciones presidenciales que habrían de restablecer —al menos en
apariencia— el mecanismo constitucional.
Muchas veces se ha calificado en los más duros términos la actitud de los trabajadores argentinos de
responder favorablemente al llamamiento demagógico del dictador militar. Se ha dicho que esa fué
una actitud materialista, inmoral, que no demostraba ninguna preocupación de los obreros por la
supresión de libertades públicas y del sistema democrático perpetrada por la dictadura. A quienes así
piensan, cabría recordarles que para el pueblo argentino, y para la masa obrera en particular, la
supresión de libertades y el viciamiento del sistema democrático no eran ninguna novedad. Por el
contrario, los obreros habían recibido invariablemente la peor parte durante tres lustros de
arbitrariedad política; y desde el menosprecio por sus legítimas aspiraciones hasta la negación
reiterada de sus derechos electorales se contaban en su amarga experiencia, en tanto que la subversión
institucional había estado destinada a favorecer los intereses y los privilegios de la "elite" económica
y social del país.
Cuando el fiel de la balanza se inclinó para el lado contrario por razón de las necesidades políticas de
la dictadura militar, la prédica de la oposición en favor de las libertades públicas debía, lógicamente,
despertar poco entusiasmo entre los trabajadores, pues éstos habían conocido el falseamiento de la
democracia por muchos de los que ahora aparecían como sus ardientes defensores y hasta la víspera
habían abusado de ella en beneficio de sus intereses o los de su clase.
Debemos reconocer, por otra parte, que para la masa obrera el sistema y las prácticas políticas
vigentes, eran una realidad a la que ellos no podían pretender modificar o mejorar, porque carecían
hasta ese momento de programa, de organización adecuada y de medios para hacerlo. En último caso,
a quien menos correspondería la responsabilidad de la degradación política e institucional era precisa-
mente a la masa obrera, por ser éste el grupo social menos preparado intelectualmente y con menor
poder económico, social y político. ¡Sería muy cómodo y totalmente injusto responsabilizar a la masa
trabajadora del drama contemporáneo argentino, al no haberse opuesto por razones de principios a la
demagogia peronista que tendía a beneficiarla, cuando los restantes grupos sociales con mayor cultura
y con amplios recursos económicos posibilitaron el entronizamiento del fraude, de la corrupción
administrativa y de los demás vicios que prepararon el camino a la dictadura militar de junio de 1943!
Si a todo lo dicho en materia de política obrerista agregamos la desigualdad en los medios de difusión
y propaganda con que contaban la dictadura y la oposición respectivamente, la primera para divulgar
sus ofrecimientos demagógicos y la segunda para propiciar el restablecimiento de una democracia
"depurada de vicios", tendremos clara la explicación del por qué los trabajadores argentinos prestaron
apoyo al coronel Perón. La adhesión a Perón fue el corolario lógico de una serie de factores
internos, e insistimos en explicarla de esta manera, porque a menudo se pretende hacerlo en base a
hechos que sólo tuvieron una importancia subalterna o incidental. Así, por ejemplo, se ha insistido
equivocadamente que Perón despertó el fanatismo nacionalista de los trabajadores y se valió de la
fórmula "Perón o Braden" para triunfar en las elecciones de 1944; en lo que va implícita la acusación
de que por ignorancia la masa obrera se prestó al juego demagógico de Perón.
Esta será una forma útil de explicar las cosas para quienes prefieren no acordarse de cuál era
verdaderamente la situación política y la condición de los trabajadores antes de 1943. Pero la verdad
es que la consigna "Perón o Braden" y todos los slogans antiimperialistas sólo jugaron un rol
insignificante en la determinación de la actitud del electorado obrero.
Culpar al pueblo, a los trabajadores o a los fenómenos de carácter internacional es simplemente una
buena técnica de ciertos políticos para eludir una referencia a sus propias responsabilidades.
IV
EL 17 DE OCTUBRE Y LA FUNDACION DEL PARTIDO LABORISTA

A mediados de 1945 la dictadura presidida por Farrel anunció oficialmente la fecha en que se
realizarían las elecciones que, supuestamente, debían devolver al país su sistema constitucional de
gobierno. Y los partidos opositores al régimen de fuerza, previendo una candidatura oficialista con
Perón como aspirante a la Presidencia, hicieron pública poco después su determinación de participar
en los comicios que, desde luego, había de presidir el propio gobierno militar.
La concurrencia de la oposición a tales comicios resulta imposible de justificar. Se mantenía
permanentemente el estado de sitio y el país continuaba gobernado por una logia fascista que había
evidenciado sobradamente una falta absoluta de escrúpulos morales y de respeto por los derechos de
la ciudadanía; por consiguiente, nada hacía suponer que régimen gobernante fuera a proceder
limpiamente durante la campaña electoral, y ésta lógicamente debía tener una influencia decisiva
sobre los resultados de la elección. Cierto es que se anunció que las fuerzas armadas de la Nación
habían de fiscalizar el acto de emisión del voto, como ocurrió en efecto, pero ni esto era una garantía
decisiva de limpieza comicial, ni el eventual cumplimiento de esta promesa podía modificar
sustancialmente el carácter viciado de todo el proceso, electoral y pre-electoral. Había sin embargo
una razón de más peso para rechazar cualquier género de elección presidida por la dictadura, y era que
ninguna garantía se daba a la oposición de que en el caso de ganar ésta las elecciones, se había de
entregar lealmente el poder a los vencedores del candidato oficial.
O sea que las perspectivas favorables eran remotísimas, sino totalmente inexistentes, mientras que
había por lo menos un aspecto negativo de singular gravedad: la legalización y el espaldarazo
constitucional que había de conferirse al régimen dictatorial de Perón mediante esos comicios que,
con reservas o sin ellas, serían la expresión de la voluntad ciudadana.
Con la participación en tales comicios quiso disimularse la falta de decisión por parte de los dirigentes
de los partidos de oposición para encauzar y dirigir a la ciudadanía a través de la única lucha que
podía dar resultados positivos frente a un gobierno totalitario: la insurrección civil. Las
desacreditadas fuerzas políticas tradicionales carecían de prestigio popular y del vigor necesario para
encarar con optimismo semejante lucha, y prefirieron entonces tentar fortuna en la elección aún
cuando sabían que sus posibilidades eran prácticamente nulas.
Para empeorar más las cosas, los partidos opositores convinieron en aglutinarse en una alianza
política que recibió el nombre de Unión Democrática y que tenía por finalidad reunir los votos de los
adversarios del candidato oficial. Y en la constitución de esa amalgama se cometieron transgresiones
graves al ideario democrático, por una parte, y a las conveniencias tácticas de la oposición por la otra.
Ejemplo de lo primero fué la aceptación del Partido Comunista dentro de la Unión Democrática, a
pesar de ser el comunismo por definición una fuerza esencial y militantemente antidemocrática.
Ejemplo de lo segundo fué la exclusión del Partido Conservador del conglomerado unionista, debido
a las viejas rivalidades entre radicales y conservadores, y al carácter presuntivamente fraudulento de
estos últimos.
Examinemos lo que ocurría mientras tanto en el campo oficialista. Hemos visto que para mediados o
fines de 1945, Perón se había ganado ya abundantes simpatías entre los trabajadores y que la
propaganda oficial arreciaba en su intento de sumar nuevos adeptos. Fué en tales circunstancias que se
produjo la temporaria caída del mencionado coronel y su ulterior retorno con renovadas ínfulas, moti-
vadas fundamentalmente por la evidencia de un apoyo de los trabajadores.
El 9 de octubre de 1945 Perón fué depuesto por un grupo de militares encabezado por el general
Arturo Avalos, que pasó a formar parte como Ministro de Guerra del gobierno presidido siempre por
el general Farrell. La caída de Perón se produjo en parte como resultado de la presión opositora, que
veía en él al verdadero cabecilla de la logia fascista que gobernaba, y en parte por el descontento que
ya veníase produciendo en el ejército a raíz de la ingerencia que Perón daba en los asuntos de Estado
a Eva Duarte, una ex artista cuya profesión alternativa era frecuentar militares de alguna figuración.
(Con referencia al papel de Eva Duarte como espía al servicio de los nazis, véase el libro de
Santander, op. cit., pág. 36 y sig.). A los dos o tres días de haberse anunciado el nombramiento de un
señor Nicolini, vinculado por alguna clase de parentesco sui-generis con la señorita Duarte, el país fué
sorprendido con la noticia de la remoción de Perón de todos sus cargos y su detención en un barco de
guerra.
La dictadura entonces, buscando tímidamente una solución de transición al grave pleito político e
institucional en el país, ofreció a un ciudadano independiente, el doctor Juan Alvarez, ex Procurador
General de la Nación, la formación de un gabinete de conciliación que gobernaría con el apoyo de las
fuerzas armadas hasta la realización de elecciones libres y la normalización definitiva del país.
Ni el doctor Alvarez tuvo éxito inmediato en sus gestiones, ni los partidarios militares y obreros de
Perón acataron este planteamiento con resignación. En una atmósfera de extraordinaria confusión y
de ánimos tensos se preparó subrepticiamente el retorno triunfal del dictador. La Policía Federal, a
cuyo frente seguían los amigos del militar desplazado, y los importantes grupos obreros que le apo-
yaban, se organizaron para desembocar en el gran despliegue popular del 17 de octubre de 1945.
Ese día cientos de miles de trabajadores en todo el país se manifestaron fervorosamente en favor del
coronel Perón y la policía no sólo no perturbó en absoluto dichas demostraciones sino que prestó su
decidido apoyo y protección a los manifestantes. El alma organizativa y el espíritu resuelto detrás de
la movilización obrera del 17 de octubre fué un trabajador de los frigoríficos y dirigente obrero que
pronto alcanzaría gran notoriedad en el plano sindical y político argentinos: Cipriano Reyes.
En el atardecer del 17 de octubre marchaban sobre Buenos Aires y en dirección a su histórica Plaza de
Mayo, densas columnas de trabajadores que procedían de los barrios obreros de la Capital y de sus
inmediaciones, y a su frente la Federación de Trabajadores de la Carne encabezada por Reyes.
Mientras convergían las columnas de manifestantes hacia la Casa Rosada, los amigos militares del
coronel preparaban su retorno para el momento oportuno. Trasladado del barco de guerra al Hospital
Militar de la Capital Federal por no se sabe qué indulgencias de la Marina de Guerra, Perón se dedicó
a esperar allí el momento para aparecer triunfalmente en la casa de gobierne ante las masas obreras
que lo victoreaban.
Lo demás fué el epílogo, sin pena ni gloria, característico de tantas disensiones entre militares. La
noche del 17 de octubre debió estallar una revolución que frustrara el retorno del coronel Perón al
poder; la revolución no llegó a concretarse; hubo una tremenda guerra de nervios y de palabras sin
que el pueblo supiera "de lo que se trataba", y al final Perón quedó nuevamente instalado en todos sus
cargos, con el sabor del éxito sobre sus adversarios y con la evidencia de un respaldo importantísimo
de parte de los trabajadores.
A raíz de estos acontecimientos la realización de las elecciones bajo el control de la dictadura quedó
asegurada. Perón, ensoberbecido de triunfo, siguió prodigando su apoyo a los obreros,
incrementándose el ritmo de las concesiones estratégicas dispuestas por el gobierno con fines
electoralistas, incluyendo el famoso "aguinaldo", o sobresueldo de fin de año, que la dictadura ordenó
pagar en beneficio de todos los trabajadores del país en los últimos días de 1945.
Por su parte, los obreros que habían rescatado a Perón el 17 de octubre y habían actuado por
primera vez en un primer plano de la política nacional, adquirieron con ese motivo conciencia de su
fuerza y de sus posibilidades y creyeron llegado definitivamente el momento de incorporarse en
forma activa y directa a la vida cívica del país. Fruto de ello fué la decisión de constituir un
movimiento político que canalizara y representara orgánicamente las aspiraciones de la masa
trabajadora. Así nació en octubre de 1945 el Partido Laborista, y de él también fue Cipriano Reyes
el principal inspirador y alma organizadora.
Perón rendía entonces verdadera pleitesía al movimiento obrero en Argentina. Se sabía salvado
políticamente por los trabajadores, y actuaba ante ellos con estudiado afecto y humildad. En sus
frecuentes visitas a La Plata para ver a Cipriano Reyes, acostumbraba a esperar, pacientemente, dos y
tres horas hasta entrevistar al dirigente obrero. Sus reconocidas facultades histriónicas le ayudaron
positivamente en la tarea de ganar la confianza de los trabajadores y de muchos de sus dirigentes.
El famoso 17 de octubre ha sido y seguirá siendo interpretado de muy distintas maneras por la
ciudadanía. Conforme a una interpretación, que no comparto, ésa fué una fecha infausta en que las
"turbas regimentadas e ignorantes" marcharon tras el demagogo que saciaba sus "apetitos subalternos"
mediante aumentos de salarios inmerecidos y otras "dádivas denigrantes"... Según este criterio, el 17
de octubre no es la expresión de un anhelo revolucionario de la masa trabajadora obrando con
autonomía y con criterio independiente, sino que fué sólo una expresión de servilismo colectivo frente
a un dictador fascista y demagógico. Para quienes así piensan el 17 de octubre fué PERON, y una
chusma inconsciente que sin otro programa que vitorear al jefe se lanzó a la calle contando con la
impunidad policial.
Según otra interpretación más serena, menos apasionada, ajustada por cierto a lo que fué la intención
determinante de los que dieron contenido popular al 17 de octubre, esta fecha señala una verdadera
revolución en el panorama político argentino, en la que el factor "Perón" fué sólo un elemento
secundario. La masa obrera, equivocadamente, consideraba a Perón un exponente del progreso
económico, político y social de los trabajadores, y cuando se movilizó el 17 de octubre no fué en pos
de lo transitorio y subalterno —el coronel Perón— sino en pos de ese progreso político y social que
Perón supuestamente representaba.
No podrá negarse que, para 1945, la política obrerista que la dictadura militar había desarrollado por
razones de estricta necesidad, había despertado ya una conciencia revolucionaria en la masa
trabajadora. De dicho fenómeno no nos interesa en absoluto la intención demagógica de la dictadura,
intención oportunista a la que ya nos hemos referido suficientemente. Lo que debe interesarnos es el
efecto permanente, y perfectamente legitimo, de esta política revolucionaria sobre un vasto sector de
la ciudadanía. Y si tal efecto fué el surgimiento en la masa trabajadora de una nueva conciencia
acerca de sus posibilidades sociales, políticas y económicas, tampoco podremos negar que desde este
punto de vista el ocaso de Perón y el retorno de los viejos partidos, que se perfilaba en los días
anteriores 17 de octubre, constituía un proceso alarmante y angustioso. Para los trabajadores Perón
significaba una revolución imperfecta, pero una revolución al fin; la vuelta de los opositores al poder
significaba, en el mejor de los casos, la detención de un proceso revolucionario, y muy
presumiblemente una contra revolución y el nuevo encumbramiento de la oligarquía.
De la misma manera que se ha, juzgado equivocadamente al 17 de octubre como una pueblada sin
otro programa que la adhesión servil a Perón, ha pretendido juzgarse al Partido Laborista como una
organización política sin otro objetivo que el apoyo incondicional al coronel convertido en candidato
oficial de la Presidencia de la Nación -y una particularidad interesante es que sustentan por igual esta
teoría los partidos tradicionales, opositores de Perón... y Perón y los cómplices que le acompañan en
su prolongada gestión de dictador pseudo-constitucional.
La verdad es que el Partido Laborista surgió a la vida política nacional como la expresión orgánica de
ese movimiento revolucionario que protagonizara la masa trabajadora y que tuvo su expresión más
elocuente en las manifestaciones públicas del 17 de octubre de 1945. Y así como Perón fue un
representante circunstancial del anhelo que movilizara a los trabajadores en aquella oportunidad, tam-
bién fué el candidato que la masa Laborista decidió apoyar en la esperanza de que él se convirtiera en
un fiel intérprete y auténtico realizador del programa político del Partido.
Cierto es que Perón por diversas causas fue el candidato impuesto por las circunstancias, pues de no
haberlo sido difícilmente se hubiera permitido al Partido Laborista concurrir a elecciones; pero más
cierto aún es que en esos momentos la mayoría de los trabajadores tenían fe en Perón y lo
consideraban un abanderado de las reivindicaciones sociales y políticas del proletariado. Tal fue
conforme a nuestra interpretación, la índole de la actitud de la masa trabajadora.
En cuanto a los dirigentes obreros que se vincularon al dictador y constituyeron el Partido Laborista,
deben distinguirse entre ellos dos categorías fundamentalmente distintas.
Primero, la de aquellos que se unieron al dictador por venalidad o por apetitos políticos. Estos
fueron desde el primer momento instrumentos incondicionales de Perón, y si militaron en el
Laborismo, ningún reparo tuvieron en traicionar a su Partido y unirse al carro del dictador a cambio
de posiciones y de dinero. A esta categoría pertenecen los Montiel, los Tesorieri, los Bramuglia, los
Borlenghi y los Mercantes.
Segundo, la de los que procedieron con intención honesta y demostraron posteriormente con sus
actitudes que no se habían aliado a Perón por venalidad o por ambiciones personales sino que en una
u otra medida creído en él, y quisieron aprovechar de todas maneras la oportunidad favorable para
mejorar la condición económica y política de la masa trabajadora. Cipriano Reyes es, precisamente,
un exponente de esta categoría, a la que pertenecen también los Gay y los Jesús Fernández.
Entre los dirigentes honestos, había muchos que desconfiaban de Perón; sabían que por sus
antecedentes reaccionarios y sus técnicas fascistas este improvisador no podía convertirse de la noche
a la mañana en un conductor digno de crédito de todo un proceso de revolución social. Pero ellos, por
una parte, eran concientes de que la popularidad de Perón entre los obreros tornaba su candidatura
inevitable y, por la otra, abrigaban la esperanza de que si Perón consagrado ya Presidente, pretendía
seguir el camino de la arbitrariedad y de la dictadura, el Partido Laborista podría contener los ímpetus
de su ex candidato y obligarlo paulatinamente a restablecer el proceso democrático.
De la autenticidad de esta intención da buena cuenta la actuación posterior de Reyes y otros dirigentes
obrera que fundaron el Partido Laborista. Y si dicho Partido no tuvo éxito mediato en su gestión de
frenar a Perón, ello se debió en primer término, a la claudicación de la mayoría de los legisladores
electos por el Partido en la elección del 24 de febrero de 1946 y, en segundo término, a la subsiguiente
supresión del Laborismo del panorama político nacional.
Pero aún así, dos cosas resultan bien claras: 1°) que la masa obrera aglutinada en el Partido Laborista
no se sometió incondicionalmente a Perón, y 2º) que éste nunca se atrevió a enfrentar al Partido
Laborista en un proceso democrático. En otras palabras, la masa trabajadora argentina, votó a Perón
en el engaño de que éste representaba un paso adelante en sus aspiraciones de mejoramiento político,
social y económico. Pero cuando se hizo patente la traición de Perón al Partido Laborista, que
representaba sus aspiraciones, los trabajadores refirmaron su lealtad al Partido y repudiaron al
dictador. Y no importó entonces que algunos de sus dirigentes, y 50, ó 100, ó 200 de los legisladores
laboristas electos defeccionaran en la lucha: bastó que un puñado de dirigentes mantuviera la
organización partidaria para que todos los trabajadores se mantuviesen firmes en torno a ella. Por
tal razón, repetimos, Perón no se sintió jamás, ni se sentirá, en condiciones de enfrentar en los
comicios al Partido Laborista, o a cualquier otro que realmente represente las aspiraciones y merezca
la confianza de los trabajadores argentinos.
V
EL TRIUNFO DEL PARTIDO LABORISTA, ELECCION DE PERON Y EL INTENTO DE
PERON DE DESTRUIR EL LABORISMO

El Partido Laborista determinó el triunfo de Perón en las elecciones del 24 de febrero de 1946. De las
fuerzas políticas que apoyaron su candidatura —el Partido Laborista, el Partido Radical-Junta
Renovadora y el Partido Independiente— el primero obtuvo más del 85 % de los votos; y en la
elección de diputados nacionales, en que estos partidos fueron con listas propias, el Laborismo obtuvo
una proporción semejante sobre el total de los diputados electos partidarios de Perón.
Merece destacarse que, a pesar de la indiscutible popularidad del candidato presidencial y del deseo
de éste de imponer su exclusivo criterio, el Partido Laborista estableció desde su creación serias
limitaciones a su voluntad personal en todos los aspectos políticos y preparativos electorales. En
materia de candidaturas, por ejemplo, Perón intentó aplicar sin cortapisas el método de digitar a los
candidatos a los cargos electivos, y tuvo por esta razón las primeras divergencias serias con los
dirigentes laboristas —particularmente con Luis F. Gay y Cipriano Reyes, presidente y vicepresidente
del Partido, respectivamente— por cuanto éstos exigían que los mismos fueran seleccionados
libremente por las correspondientes convenciones partidarias. Un ejemplo de estas divergencias en
que se impuso finalmente el criterio democrático y orgánico de los dirigentes laboristas fué la
selección del candidato a gobernador por la provincia de Buenos Aires. En este caso Perón intentó
imponer a Alejandro Leloir y, eventualmente, a Atilio Bramuglia —que luego fuera su Ministro de
Relaciones Exteriores—; sin embargo, el Partido hizo respetar su autonomía y la convención
provincial laborista designó candidato al coronel Mercante, que resultó en definitiva electo para el
cargo.
Estos acontecimientos previos a la elección demostraron a Perón en forma concluyente que el Partido
Laborista no era una organización de incondicionales a su servicio y que no podría contar a su antojo
con el apoyo y la aprobación del Partido, a partir del día que se restableciese el imperio de la
Constitución y de los poderes establecidos en ella.
Mientras tanto, la dictadura militar, una vez que se hubo confirmado el triunfo electoral de Perón, fijó
el 4 de junio de 1946 para el cese del régimen de facto y la inauguración de las autoridades elegidas
en las elecciones del 24 de febrero. Por consiguiente, Perón, que ya había obtenido del Partido
Laborista el apoyo que necesitaba para el acto comicial de febrero, planteó e intentó perpetrar su
destrucción antes de la fecha designada para la normalización constitucional del país. En el mes de
mayo de 1946, pocos días después de anunciados los resultados definitivos que consagraba-a su
triunfo electoral, Perón en una alocuci6n radial para toda la República, ordenó la disolución de los
partidos que le habían apoyado en el acto eleccionario y la conjunción de los mismos en uno que
había de llamarse Partido Único de la Revolución Nacional.
Esto equivalía a todas luces, a ordenar la disolución del Partido Laborista, pues tanto el Partido
Radical-Junta Renovadora como el Partido Peronista Independiente eran fuerzas de un volumen
electoral insignificante, como acababa de demostrarse en los comicios realizados pocas semanas
antes.
La respuesta de. la Junta Ejecutiva Nacional, órgano superior del Partido Laborista, fué enérgica e
inmediata, negándose por amplia mayoría a acatar la orden absurda de Perón. Cipriano Reyes, que
desde la fundación del Partido constituía su figura descollante, afirmó públicamente -que ni Perón ni
nadie tenía facultades para disolver el Partido, y que éste seguiría su lucha por el programa que se
había trazado y que no se identificaba en forma alguna con la voluntad personal del Presidente de la
Nación; agregando que sólo la Convención Nacional del Partido tenía autoridad para decidir.
La ruptura del Laborismo con Perón quedó así definitivamente concretada antes de que éste último
se hiciera cargo de la Presidencia de la República, y desde ese mismo momento ambos contendientes
se movilizaron afanosamente para lograr sus objetivos: Perón el de debilitar y destruir el Partido
Laborista, y éste el de evitar la claudicación de sus dirigentes y mantener incólume el Partido frente a
la traición de Perón, y lo que pudiera sobrevenir.
En el primer momento, 83 diputados nacionales electos por el Partido Laborista se manifestaron
unánimemente en favor de la tesis de Cipriano Reyes y expresaron su determinación de resistir el
úkase de Perón. Éste, por su parte, se movilizó con toda premura y mediante sobornos y amenazas
fué logrando la defección paulatina de los diputados laboristas, de manera que dos días después de la
reunión inicial en que todos manifestaron su intención de resistir, no menos de 30 habían claudicado;
luego este número aumentó a cincuenta, a setenta, y en definitiva sólo un diputado, Cipriano Reyes, se
mantuvo firme en su postura. Los demás cedieron vergonzosamente ante el cúmulo de amenazas o de
prebendas con que Perón doblegó sus respectivas lealtades al Partido, y se ataron dócilmente al carro
de su abyecto personalismo.
Una defección semejante se operó entre los legisladores provinciales electos por el Laborismo de todo
el país, ya que en los momentos iniciales de la crisis sólo el senador doctor Seisdedos Martín y un
grupo de diputados de la provincia de Buenos Aires mantuvieron su lealtad inquebrantable al Partido
y repudiaron expresamente la actitud dictatorial del presidente electo.
Perón, por su parte, con este solo acto posterior a su elección como primer mandatario, se anunciaba
como incorregible e inescrupuloso dictador, pese a que el triunfo en las elecciones de febrero le había
brindado la oportunidad de gobernar bajo el imperio de la Constitución y con el respaldo de una
mayoría ciudadana.
La ruptura del Partido Laborista con Perón provocó también, al inaugurarse las sesiones del Congreso,
la constitución por una parte, de un bloque Laborista y, por la otra, de un bloque peronista con el
nombre de Partido Único de la Revolución Nacional. Y así como este último actuó desde el mismo
momento de su creación como una comparsa regimentada sin otra función que la de dar apariencia de
sanción legislativa a la voluntad personal del amo, el primero se constituyó, serena pero firmemente,
en el defensor de los postulados democráticos y progresistas que encarnaba el Partido Laborista. Y
Cipriano Reyes, que había desechado la fortuna, los honores oficiales y los cargos más encumbrados
que se le ofrecían para doblegar su lealtad ideológica, se manifestó como un fogoso parlamentario de
la causa revolucionaria que Perón y sus incondicionales estaban traicionando reiteradamente no
obstante seguirla usando como bandera.
En agosto de 1946 se reunió la Convención Nacional Laborista que fuera convocada inmediatamente
después de la crisis provocada por Perón en su intento de destruir el Partido. A dicha asamblea
concurrieron prácticamente los mismos delegados que habían proclamado el programa del Partido y
las candidaturas para las elecciones de febrero. La Convención, integrada por más de 1.500 delegados
de todo el país, ratificó por unanimidad la decisión de la Junta Ejecutiva nacional de no acatar la
orden de Perón y de continuar sin renunciamientos con el Movimiento Laborista conforme al
programa trazado originariamente.
Se reestructuró parcialmente el organismo superior partidario, que pasó a presidir el diputado Reyes, y
se dispuso la reorganización de las entidades directivas provinciales y departamentales, mediante la
depuración de todos aquellos elementos que en una u otra forma hubieran manifestado inconsecuencia
con la causa Laborista al ratificar su adhesión al dictador.
Con este pronunciamiento de la Convención quedó patentizado el hecho de que el Movimiento
Laborista era una fuerza orgánica, con un programa bien delineado y con una misión histórica que
cumplir, en la que el señor Perón, con sus antecedentes e ínfulas dictatoriales, sólo habría
desempeñado un papel incidental y accesorio.
Este, con la egolatría típica de los autócratas, creyó lo contrario pero los hechos le demostraron muy
pronto que a pesar de contar con todos los resortes del poder no podría doblegar, sobornar, ni destruir
al Movimiento que verdaderamente representaba el surgimiento de la masa trabajadora a la actividad
política nacional en condiciones de igualdad con los restantes sectores de la ciudadanía. Prueba
irrefutable de ello es que jamás, posteriormente, Perón se animó a medir fuerzas con el Partido
Laborista que lo había repudiado.
La ruptura con el dictador marcó también la iniciación de una persecución implacable contra el
Partido Laborista, que continúa hoy con el mismo vigor que el primer día y en la que se han usado
todos los recursos imaginables para destruir al Partido y amedrentar a sus dirigentes. En el primer
acto público del Partido, posterior a ese episodio, la policía agredió a balazos la tribuna en que se
hallaban los oradores, quienes hicieron frente a la agresión -y defendieron gallardamente su libertad
de palabra y de reunión. Providencialmente se salvaron los dirigentes laboristas, pero hubo muertos y
numerosos heridos por ambas partes. Ante un clima semejante tuvo que desarrollar el Partido
Laborista de ahí en adelante su actividad política en todo el país, sin que nunca se dejara intimidar o
desalojar de una tribuna por la violencia. Hasta que convencido el gobierno de la irreductibilidad de
su espíritu de lucha, optó por condenarlo a la ilegalidad y encarcelar a sus principales dirigentes, en la
forma que narraremos en las próximas páginas.
De toda esta saña persecutoria Cipriano Reyes fué, obviamente, el blanco principal. El 4 de julio de
1947 se produjo el más vandálico de los atentados perpetrados por el gobierno contra su vida. En la
ciudad de La Plata, su automóvil fué ametrallado sorpresivamente desde otro vehículo que
desapareció a gran velocidad. El chofer del taxímetro que ocupaba Reyes, resultó muerto en el aten-
tado y el dirigente laborista se salvó milagrosamente. La justicia (ya sensiblemente peronizada)
aparentó no descubrir nada en torno a este grave suceso, pero una investigación privada permitió
establecer en forma indubitable, que la instigación y las directivas para el intento criminal habían
emanado directamente de la Presidencia de la Nación. Así se manifestaba claramente la
determinación de Perón de liquidar al valiente dirigente obrero que había sido uno de los factores
decisivos para desbaratar sus planes de destruir al. Movimiento Laborista.
VI
SE RETIRA AL PARTIDO LABORISTA SU PERSONERIA POLITICA Y SE LE PRIVA
PERMANENTEMENTE DE CONCURRIR

Para el 7 de marzo de 1948 estaban anunciadas las elecciones para la renovación de diputados al
Congreso Nacional. Iba a ser ése el primer cotejo electoral desde febrero de 1946, y por consiguiente
la primera compulsa de fuerzas entre el Partido Laborista y el Partido Peronista (pues, ante los
embates laboristas que le hicieron fracasar la organización del Partido Único de la Revolución
Nacional, Perón hizo otro intento cambiándole aquel nombre por el Partido Peronista, donde se habían
aglutinado finalmente los incondicionales del dictador), porque hasta ese momento —y temiendo
precisamente la popularidad del Laborismo— varios gobiernos provinciales se habían negado a
convocar a elecciones municipales.
Sin embargo, no pudo llegarse a ese anhelado cotejo porque el 30 de enero de 1948, a sólo un mes de
las elecciones, el Partido Laborista fué privado de su personería política, y por ende del derecho de
participar en los comicios. La estratagema utilizada por el gobierno para consumar este atropello fué
torpe y burda, y para ello el Poder Ejecutivo contó con la sumisa colaboración de algunos organismos
importantes del Poder Judicial. En efecto, ante el Juez Federal de la Capital, se presentó un grupo de
seis personas —empleadas todas ellas en el Ministerio del Interior -- y exhibiendo los Libros de Actas
del Partido Laborista reclamó para sí la personería correspondiente a dicha organización política.
Estos libros habían sido sustraídos de la Sede Central del Partido, que fué asaltada y ocupada por la
policía cuando la Junta Ejecutiva Nacional se negó a acatar la orden de disolución impartida por
Perón,
Sin más justificativo que este pretexto formal y sin ninguna indagación previa, el Juez Oscar R. Palma
Beltrán y la Cámara Federal de Apelaciones, presidida por el doctor Romero Ibarra, resolvieron retirar
la personería del Partido Laborista a la Junta Ejecutiva Nacional que encabezaba el diputado nacional
Cipriano Reyes, y concederla al grupito de amanuenses del dictador que se presentó a reclamarla. Y
es obvio añadir que estos nuevos depositarios de la personería partidaria, jamás habían realizado ni
realizaron después ningún acto destinado a demostrar síntomas de vida o actividad política. El
significado de esto fué que mientras por un lado se adjudicaba la personería política del Partido a una
"vía muerta", por el otro se le quitaba a la verdadera entidad su patente electoral y todos sus derechos
para intervenir en la vida política de la Nación.
El Partido Laborista fué así privado de concurrir a elecciones de cualquier naturaleza y, más aún,
convertido en agrupación política al margen de la pseudo-legalidad reinante en el país. A raíz de ello,
por ejemplo, nunca se le permitió realizar un solo acto público en la Capital Federal con el siguiente
cínico procedimiento. Por una parte, el juez Federal, ante quien el Partido efectuaba reiteradas
reclamaciones exigiendo la restitución de su personería, contestaba que el Partido debía realizar actos
públicos que pusieran en evidencia que la Junta Nacional presidida por el diputado Reyes era la que
verdaderamente representaba la masa partidaria; y a su vez, la Policía, que debía autorizar la
realización de los actos, contestaba que no podía dar el permiso porque el Partido Laborista carecía de
personería. De este círculo vicioso nunca pudo salirse, pese a la enérgicas protestas y reclamaciones
presentadas por la junta Ejecutiva Nacional.
La privación de la personería impidió al Laborismo concurrir a las elecciones de marzo de 1948,
cuando el Partido se hallaba ya en plena campaña precomicial, con sus listas de candidatos
proclamadas, con los afiches de propaganda en las calles y con las boletas para la votación impresa y
distribuidas. Este inconcebible atropello sólo pudo interpretarse como la manifestación más clara de
que Perón temía decididamente al Laborismo en las urnas. De otra manera, Perón, que siempre
alentó la estúpida pretensión de que él, y no el Partido Laborista, había sido el que atrajo los votos en
las elecciones de 1946, hubiera permitido el cotejo de fuerzas electorales, a fin de poner en evidencia
la presunta "debilidad" de un Laborismo que ya había roto lanzas con él y lo enfrentaba en todos los
terrenos. Sin embargo, repetimos que no fué así, el presidente Perón tuvo positivo miedo de enfrentar
al Partido Laborista y sólo se creyó a salvo de una derrota espectacular, cuando con los
procedimientos arbitrarios y precipitados que hemos referido se le hubo impedido su concurrencia a
elecciones.
Aparte de este objetivo fundamental que se perseguía al condenar a la ilegalidad al Partido Laborista,
existió otro motivo determinante de gran importancia: Perón no ignoraba que al privar a la ciudadanía
laborista de votar por sus propios candidatos, un elevado porcentaje optaría por votar a los candidatos
peronistas antes que a los candidatos de los partidos tradicionales. El desprestigio de éstos entre los
trabajadores era ya grande, y aumentó más aún a raíz de la intensa campaña desarrollada por la
propaganda oficial tendiente a desacreditarlos del todo y a exagerar sus abusos y desaciertos del
pasado. De manera que cuando Perón les ofreciera la rígida alternativa de votar por ellos o por el
peronismo, los trabajadores se inclinaran por este último, aunque ello sólo significara inclinarse por el
mal menor.
Esta especulación del dictador no era por cierto desacertada, según pudimos comprobarlo
posteriormente. Cuando la Junta Nacional del Partido Laborista llegó al convencimiento de que sería
imposible recuperar la personería y participar en las elecciones, el diputado Reyes propuso pulsar la
opinión de la masa partidaria a fin de formar criterio para una declaración de la Junta Nacional frente
al acto comicial. Con este motivo visitamos numerosos centros laboristas en la Capital Federal y
Provincia de Buenos Aires, y la opinión ampliamente mayoritaria que recogimos de los afiliados, fué
más o menos la siguiente: "si el Partido Laborista no puede concurrir con sus propios cante datos,
votaremos en blanco o votaremos por los peronistas pero en ningún caso por los partidos
tradicionales".
A decir verdad ,la piedra angular de la estrategia política de Perón desde su ascenso al poder como
Presidente Constitucional fué la que está implícita en las consideraciones precedentes, a saber: cerrar
herméticamente el camino a cualquier fuerza política de nuevo cuño y establecer así una rígida
alternativa para que la ciudadanía se pronunciara: o por Perón (y sus sirvientes incondicionales) por
una parte, o por los partidos tradicionales, por la otra; contando de antemano con la seguridad de
que él tendría que desacreditarse mucho más de lo que ya estaba entonces para que la masa
trabajadora optara por votar nuevamente por alguno de los partidos anteriores al 4 de junio de 1943.
Pruebas inequívocas de esta estrategia que comentan son: 1º) La proscripción del Partido Laborista, y
2º) La nueva Ley de los Partidos Políticos, sancionada a fines 1949, que hace totalmente imposible en
el hecho el surgimiento de ninguna nueva fuerza política.
El mismo Perón en un acto de impúdica franqueza ha expresado en alguna oportunidad, que su caudal
político radicó más en la debilidad de sus adversarios electorales que en su propio prestigio, y que el
pueblo, en las elecciones de 1946, no votó por él sino en contra de los candidatos de la oposición.
El Partido Laborista, condenado a la ilegalidad bien al comienzo de la dictadura pseudo-constitucional
de Perón, dirigió entonces un manifiesto a la ciudadanía expresando que aún cuando se le cerraba el
camino de la legalidad, seguiría combatiendo sin desfallecimientos por difundir la verdad acerca de la
situación imperante, por la implantación de una auténtica democracia representativa y por las
legítimas reivindicaciones de la masa trabajadora.
VII
EL IMAGINARIO COMPLOT DEL 23 DE SEPTIEMBRE Y EL ENCARCELAMENTO DE
LOS DIRIGENTES LABORISTAS

A mediados de 1948 se produjeron ciertos acontecimientos que no trascendieron públicamente, pero


que sellaron la dura suerte del Partido Laborista y que explican también en parte el posterior
ensañamiento persecutorio contra sus dirigentes. En julio de ese año, Perón realizó el primer y
último intento, desde su ruptura con el Laborismo, de recuperar el apoyo del Partido que lo había
llevado al poder constitucional de la Nación.
El núcleo central de la propuesta de entendimiento, que fracasó, fué que el Partido Laborista volviera
a apoyar a Perón y que, a cambio de ello, asumiera el comando político de su administración,
comenzando por hacerse cargo de todos los puestos ministeriales con excepción de las carteras
correspondientes a las fuerzas armadas. Esta inesperada oferta no puede causar mayor extrañeza.
Para mediados de 1948, Perón había fracasado ya en su propósito de constituir el Partido Único de la
Revolución Nacional y carecía de una fuerza política orgánica que lo respaldara. El "partido
peronista" era simplemente (y sigue siéndolo) una parodia de organización política, cuyos dirigentes
son todos servidores personales del Presidente y carentes por completo de significación popular. De
modo que a esa altura de su gobierno, el dictador debía intentar un último esfuerzo por recuperar el
apoyo de un partido de masa para encubrir, en alguna medida o por algún tiempo, su dictadura policial
en franco progreso. Desconfiando de una maniobra de esta naturaleza y conocedores de la proverbial
mala fe del Presidente, los dirigentes laboristas rechazaron categóricamente la proposición
aparentemente generosa que se les formulaba.
El fracaso de esta gestión llevó a la dictadura a concebir y ejecutar un siniestro plan para suprimir
totalmente la acción pública del Partido Laborista y silenciar a sus dirigentes —particularmente a
Cipriano Reyes, cuya popularidad se acrecentaba constantemente y cuya palabra esclarecedora iba
restándole día a día miles de partidarios a Perón entre los integrantes de la masa trabajadora.
En síntesis, el plan consistió en inventar un complot contra la pareja Perón-Evita, culpar de él a los
dirigentes laboristas, y hacerlos desaparecer definitivamente del escenario político del país.
Cumplido esto, el régimen se encargaría por cualquier medio de que el Partido no pudiera
desempeñar ningún género de actividades futuras.
Desgraciadamente, lo fundamental de este plan se ha venido cumpliendo hasta la fecha, aunque para
ello hayan tenido que cometerse todas las arbitrariedades e injusticias concebibles. Pero la
maquinación peronista no salió, en sus primeros pasos, tan bien como se había pensado, y muy pronto
se puso en evidencia ante la opinión del país la burda trama, en la que cooperaron elementos de las
fuerzas armadas (el Brigadier Francisco J. Vélez y el ler. Teniente Walter Pereyra, entre otros), del
Poder Judicial (el Juez Federal Dr. Oscar R. Palma Beltrán y los miembros de la Cámara Federal de
Apelaciones, el Juez de Instrucción Rodolfo Pessagno, el Fiscal Federal Pardo Campos), y otros del
Poder Ejecutivo y de la Policía Federal.
He aquí, suscintamente, como ocurrieron los hechos:
El 16 de Septiembre de 1948 el Brigadier Francisco J. Vélez envió dos emisarios "confidenciales"
para entrevistar a Cipriano Reyes. Estos dijeron ser ambos oficiales de la Fuerza Aérea Argentina,
presentándose como los tenientes Puig y Pereyra respectivamente; pero en realidad uno solo de ellos
lo era (el Tte. Pereyra, que simulaba ser Puig), ya que el otro, que decía llamarse Pereyra, era el
inspector de la Policía Federal, Salomón Wasserman. Estos sujetos, que actuaban como verdaderos
agentes provocadores, expresaron a Reyes en nombre del Brigadier Vélez que el país se hallaba ante
la inminencia de un movimiento revolucionario en el que participaba la casi totalidad de las fuerzas
armadas, -y que prácticamente nada ni nadie podría impedir su éxito. Y en nombre del Brigadier,
como integrante del Comando revolucionario, solicitaron a Reyes, y por su intermedio al Partido
Laborista, el apoyo político a dicho movimiento.
Ni Reyes ni ninguno otro de los dirigentes laboristas quiso dar una respuesta apresurada, y sí en
cambio establecer la orientación y magnitud del movimiento en ciernes. Para ello se realizaron dos o
tres entrevistas, en una de las cuales, el propio autor de esta relación, se entrevistó personalmente con
el Brigadier Vélez en la Dirección General de Aeronáutica Civil. Vélez ratificó en todas sus partes las
expresiones de sus emisarios, y agregó que ni de la policía había que cuidarse pues sus jefes estaban
en convivencia con el Comando revolucionario. A fin de darnos a conocer diversos pormenores y
presentarnos a los demás integrantes del Comando revolucionario (generales y almirantes, según sus
propias expresiones) nos invitó a realizar una nueva entrevista el 23 de Septiembre por la noche,
insistiendo en la conveniencia de que Reyes y otros dirigentes del Partido Laborista estuvieran
presentes.
Pocas horas antes de esta reunión pudimos verificar que toda la supuesta "revolución" era una trampa
que Perón tendía, con la complicidad de Vélez y demás agentes provocadores, para inducir a los
dirigentes laboristas a concurrir. a la Dirección de Aeronáutica Civil, donde, se sabe con certeza,
habían de ser ultimados por la policía.
Ante esta perspectiva nada halagüeña, nos abstuvimos de asistir para la nueva conversación con
Vélez, y si enviamos en cambio un par de emisarios en nombre de la Junta Nacional del Partido para
expresar discretamente que ya no nos interesaba el conocimiento de los supuestos planes revo-
lucionarios.
Pocas horas más tarde, unos 15 dirigentes laboristas fuimos detenidos por la policía en nuestras casas
particulares y conducidos a la cárcel con carácter de "rigurosamente incomunicados". Trasladados a
la Sección Especial después de un par de días en la Penitenciaría Nacional, varios de los detenidos
fuimos despiadadamente torturados por medio de la "picana eléctrica" y otros procedimientos que no
es del caso detallar aquí. Al término de este período álgido de vejaciones y torturas, se inició una
simulación de proceso (todavía en trámite); durante el cual la "Justicia" peronista lleva cometidas
todas las transgresiones imaginables a las disposiciones constitucionales, penales y procesales.
Simultáneamente con la detención de los dirigentes laboristas, el gobierno desató una formidable
campaña de agitación y propaganda por todos los medios a su alcance: una concentración
monumental en la Plaza de Mayo el día 24 de Septiembre, actos públicos en todo el país para
condenar el supuesto intento criminal contra la pareja gobernante, transmisiones radiales
interminables, misas, banquetes, candombes y toda clase de algarabía prefabricada. Y para agregarle
un poco más de pimienta a ese magno corso político, el dictador Perón en una pataleta de histerismo
simulado, acusaba a los dirigentes laboristas de ser "instrumentos de Wall Street"…
Contradicciones tan flagrantes como la siguiente llegaron a cometerse en el curso del sensacional
proceso: mientras Perón nos acusaba en su discurso incendiario del 24 de Septiembre de organizar el
complot para impedir la reforma de la Constitución (que el régimen preparaba en esos momentos), el
Juez Federal dictaba diez días después la orden de prisión preventiva contra nosotros porque
habíamos querido cambiar la Constitución por la fuerza y la violencia. O sea, que, en la necesidad
de formulamos cargos improvisados, Perón y el Juez se contradecían completamente.
Tan organizado estaba lo del "complot" Laborista y la algarabía publicitaria oficial en torno al mismo,
que se anunció haber "descubierto" el complot del día 24. Sin embargo, el diario LA PRENSA traía el
mismo día un telegrama de felicitación a Perón de los miembros de la Embajada Argentina en Estados
Unidos, fechado en Washington el 23 de Septiembre; o sea que los diplomáticos peronistas eran
videntes, pues festejaban el 23 en el hemisferio norte la "frustración de un complot que había de
descubrirse en Buenos Aires 24 horas después.
Estos, al fin y al cabo, no eran sino incidentes jocosos dentro de la trágica situación de los dirigentes
laboristas.
Hubo otros, sin embargo, tan absurdos como los ya referidos pero nada jocosos, como el del
Escribano Luis García Velloso, Secretario de la Junta Nacional del Partido Laborista y procesado
como presunto tirabombas del atentado "frustrado", pese a que este señor era completamente ciego
para la fecha de su detención. (Véase sobre este particular el Diario de Sesiones de la Cámara de
Diputados, correspondiente a los días 2, 4 y 15 de diciembre de 1953, págs. 2349, 2581 y 2660,
respectivamente).
El imaginario delito que se imputaba a los dirigentes laboristas encuadraba estrictamente en el art.133
del Código Penal, que reprime la "conspiración para la revolución". Pero conforme a la magnitud de
las penas imponibles y a las disposiciones procesales, habría correspondido de inmediato dejar a los
procesados en libertad bajo fianza. Como esto era precisamente lo que el régimen quería impedir, el
juez y la Cámara de Apelaciones no aplicaron las referidas disposiciones legales sino un decreto (el
famoso decreto 536), emitido por la dictadura militar pro-nazi en 1945 y que reprimía los delitos
"contra la seguridad del Estado". No importó en absoluto que el delito supuestamente cometido nada
tuviera que ver con los que contemplaba y reprimía dicho decreto; lo que importaba era que éste no
hacía posible la excarcelación bajo fianza.
Hasta el 23 de abril de 1949 se nos mantuvo en la cárcel valiéndose del inconstitucional decreto 536,
pero en esa fecha el Juez Palma Beltrán decidió poner término al grotesco proceso cambiando la
calificación del delito por el de conspiración que preveía el Código Penal. Como consecuencia de
ello una docena de los procesados fueron sobreseídos de inmediato y los restantes —supuestos
"promotores del complot"— fuimos puestos en libertad bajo caución juratoria. Como fruto de esta
"desviación" de las directivas superiores, el doctor Palma Beltrán fué destituido de su cargo pocas
semanas después. Así recuperamos la libertad Cipriano Reyes, García Velloso, el que esto escribe y
otros tres detenidos, aunque sólo se tratara de una libertad retaceada, pues la policía nos impuso una
guardia permanente como "custodia" protectora...
Diez días más tarde la Cámara Federal de Apelaciones revocó la orden de libertad dispuesta por el
doctor Palma Beltrán y ordenó nuevamente el encarcelamiento de los dirigentes laboristas,
restableciendo la calificación del decreto 536. En forma providencial pudo el autor de esta narración
eludir la "custodia" policial, sólo un par de horas antes de que la Cámara dispusiera esta medida, y
ponerse a salvo en territorio uruguayo. Los demás fueron encarcelados esa misma tarde, con
excepción de Reyes que había sido detenido por la policía bonaerense a las cuarenta y ocho horas de
haber sido puesto en libertad por el juez Palma Beltrán, con el pretexto de que en su casa se estaban
violando las leyes de juego de la Provincia de Buenos Aires!... Cargo absurdo, entre otras razones,
porque Reyes estaba vigilado permanentemente por cuatro oficiales de Orden Político de la Policía
Federal!
Desde setiembre de 1948 están presos, por consiguiente, los dirigentes laboristas Cipriano Reyes y
Luis García Velloso. Y son SEIS AÑOS de cárcel en calidad de verdaderos secuestrados, porque todo
el proceso del complot ha sido una grotesca farsa y porque se han cumplido ya con exceso los plazos
de las penas máximas que podrían haberse impuesto — INCLUSO CONFORME A LAS
PRESCRIPCIONES DEL DECRETO 536! (1)
Hemos referido hasta aquí la implacable saña desplegada por la dictadura peronista contra los
dirigentes laboristas, y en particular contra Cipriano Reyes y Luis García Velloso. Pero este no es
sino un capitulo de la persecución y amordazamiento total del Partido Laborista, punto al cual nos
referiremos en las próximas páginas.

1
Al tiempo de ser liberados con motivo de la Revolución, en los últimos días de Septiembre de 1955, Cipriano
Reyes y los demás compañeros de causa habían cumplido exactamente SIETE AÑOS en la cárcel!
VIII
EL ENSAÑAMIENTO PERSECUTORIO CONTRA EL PARTIDO LABORISTA

Nos hemos referido a la suerte que corrieron los dirigentes laboristas desde su detención ocurrida el
23 de setiembre de 1948. Estos hechos, según dijimos antes, fueron divulgados profusamente por la
prensa y las radiodifusoras del país y del Continente, ya que el régimen aprovechó la comedia policial
del "complot" para hacer un escándalo mayúsculo. Lo que nunca se comunicó a la prensa, lo que la
dictadura peronista silenció meticulosamente, fué el encarcelamiento y las torturas que
simultáneamente se impusieron a más de cien dirigentes sindicales de la Capital Federal y Provincia
de Buenos Aires, vinculados al Partido Laborista. Esta era la cara posterior del "complot" que
también interesaba sobremanera al régimen, y que desde luego debía ocultarse cuidadosamente.
A este ocultamiento contribuyó poderosamente el hecho de que ya no hubiera una radio y una prensa
verdaderamente libre en el país, y más aún el escándalo superlativo que se había desatado con motivo
del supuesto atentado contra Perón y su mujer. Frente a hordas de empleados públicos que recorrían
las calles blandiendo horcas y "pidiendo las cabezas" de los dirigentes laboristas que presuntamente
iban a asesinar al binomio Perón-Evita, ¿quién iba a denunciar la detención y los padecimientos
físicos de modestos dirigentes sindicales y afiliados laboristas?
Con esta maniobra el régimen de Perón persiguió un doble objetivo: por una parte, dejar acéfalo al
Partido que, entre paréntesis, estaba aún a mediados de 1948 en plena etapa de depuración y
reorganización, después de las defecciones de los dirigentes que optaron por uncirse al yugo del
peronismo; y por la otra, coaccionar e intimidar a los dirigentes sindicales y a los gremios que eran y
son la base fundamental de la masa partidaria.
Y desde entonces hasta la fecha esos han sido los objetivos centrales de la persecución oficial contra
el Partido Laborista: mantener acéfalo el Partido y evitar por cualquier medio la acción pública de
los dirigentes obreros y de los sindicatos que integran sus filas.
Daremos a continuación algunos ejemplos.
A varios de los miembros de la junta Ejecutiva Nacional Laborista, que fueron puestos en libertad por
el juez Palma Beltrán en abril de 1949, se les exigió que renunciaran a sus cargos y se abstuvieran de
toda actuación política so pena de ser devueltos a la cárcel.
En numerosas oportunidades los integrantes de organizaciones gremiales encabezadas por dirigentes
de conocida filiación laborista, han sido advertidos por el régimen de que debían alejar a esos
dirigentes si no querían verse privados de obtener mejoras, y aún de su personería gremial.
El periódico LABORISMO, expresión integral y vibrante del pensamiento partidario, fué el primer
periódico correspondiente a un partido político suprimido por la dictadura peronista. Sus oficinas
fueron asaltadas por la policía y clausuradas a fines de agosto de 1947.
El vicepresidente 1º del Partido, autor de esta relación,, ha sido distinguido con la más grave de todas
las sanciones aplicadas por el régimen de Perón en su ya largo historial de persecuciones y
arbitrariedades: la privación de la ciudadanía argentina; mediante una ley del Congreso, aprobada
por la mayoría regimentada de adulones del dictador que allí figuran nominalmente como "diputados
nacionales".
Ningún acto público, ninguna manifestación ostensible de vida o actividad partidaria ha sido
consentida por la dictadura peroniana en todo el territorio de la Nación desde setiembre de 1948.
Dirigentes del Partido han sido detenidos en la Capital y en las provincias al menor síntoma de
agitación en favor de la libertad de Reyes y García Velloso o de la causa partidaria. Uno de los
recursos aplicados más frecuentemente como medida represiva e intimidatoria ha sido el secuestro de
los dirigentes o afiliados laboristas por la policía, y su detención durante días o meses sin formación
de proceso y sin que se supiese su paradero.
El Partido Laborista ha sido llevado de esta manera, cien por ciento a la clandestinidad, y mientras
dure el régimen peronista y la privación de libertades esenciales que es característica del mismo, no
le será posible ciertamente retomar su acción pública a la luz del día.
Entre los métodos persecutorios, dos más merecen destacarse: el divisionismo, y el confusionismo,
desplegados contra el Partido por el régimen gobernante.
Con respecto al primero, bastará con hacer mención de la táctica de procurar el soborno o la
intimidación de algunos de sus dirigentes, invitándolos simultáneamente a formar un "laborismo
disidente", que no sería molestado por la policía... siempre y cuando desplegara una "oposición
constructiva"... Estos ofrecimientos arreciaron inmediatamente después de nuestro ingreso a la cárcel
en setiembre de 1948, y tenían por principal objeto atizar un Laborismo "colaboracionista" y "que
prescindiera de Cipriano Reyes"...
En cuanto al confusionismo, el objetivo permanente ha sido el de inducir a la gente de creer que "no
hay Laborismo fuera del que apoyó a Perón" o bien de que hay núcleos laboristas importantes que aún
le brindan su apoyo. Como ejemplo de esto último pondremos el caso del diario EL LABORISTA que
todavía se publica en Buenos Aires y que es un órgano más del pasquinismo oficialista (2). Este diario
pudo seguir apareciendo con ese título porque lo había registrado a su nombre uno de los dirigentes
originarios del Partido que luego se incorporó al rebaño peronista; y por una anomalía de la Ley de
Propiedad Intelectual no puede privársele de que lo siga utilizando. Con el mismo propósito
confusionista, aparece de vez en cuando en alguna provincia un pequeño grupo que se intitula "la-
borista" y que profesa su apoyo al régimen, mientras que por otra parte nunca se menciona como
laboristas a los demás dirigentes del Partido cuyos nombres aparecen esporádicamente en la prensa
controlada del país. Estos soné simplemente, los "complotados", los "del complot", o "Reyes y sus
cómplices"…
Para terminar, mencionaremos como rasgo muy reciente de la saña persecutoria contra los dirigentes
laboristas, la exclusión de Cipriano Reyes, de García Velloso y de otros co-procesados de los
beneficios de la ley de Amnistía aprobada por el Congreso a fines del año 1953.
Sin perjuicio de nuestras serias reservas a esa parodia de "perdón político", sancionada mientras se
mantenía la vigencia del "estado de guerra interno", y que simplemente concedía al dictador
facultades para decidir quiénes serían los beneficiarios de la Amnistía, debemos reconocer que
numerosos presos políticos recuperaron su libertad con motivo de la misma. Era lógico suponer que
esa ley había de restituir su libertad a los dirigentes laboristas, que ya llevaban cinco años y tres
meses de cárcel y que por lo tanto se habían convertido en los decanos de los presos políticos de la
América Latina, lo cual por causas harto conocidas constituye un verdadero "record".
Sin embargo, ni Reyes ni García Velloso, ni los restantes co-procesados fueron comprendidos en los
beneficios de la ley de Amnistía, y llevan en la actualidad seis años de cárcel, sometidos a un régimen
carcelario verdaderamente inhumano.
Y como si esto fuera poco, tenemos que destacar una vez más el caso de García Velloso que, a la
privación de su libertad y a los vejámenes que viene soportando desde hace más de un lustro, une la
condición de CIEGO que, bien debe destacarse, adquirió este ilustre hombre de ciencia y verdadero
mártir de la civilidad argentina realizando investigaciones en radioterapia profunda para determinar
sus efectos en la lucha contra el cáncer.
Y por si el lector se preguntara qué razones de orden práctico llevan a la tiranía peronista a mantener
en la cárcel a una persona con tan grave lesión física, diremos que este rasgo de sadismo que sólo se
compara con los de las tiranías nazi o moscovita, obedece al hecho de que Perón teme a la palabra
firme y combativa de García Velloso, a quien ni las persecuciones, ni la cárcel, ni la ceguera han
privado de su admirable espíritu cívico y de su pasión por la democracia y los intereses del pueblo!

2
El diario EL LABORISTA fué recuperado por su legítimo propietario, el Partido Laborista, el día 16 de Noviembre de
1955, a los 60 días de la Revolución Libertadora, y es desde entonces vocero de los anhelos y aspiraciones de los
trabajadores argentinos.
IX
LA REVOLUCION HA SIDO TRAICIONADA PERO LOS IDEALES REVOLUCIONARIOS
ESTAN EN PIE

A manera de recapitulación, intentaremos ahora situar al Partido Laborista y su ideario dentro del
panorama político argentino, para determinar con precisión el carácter de su misión histórica en la
profunda crisis moral y política que vive el país desde hace un cuarto de siglo, y particularmente
desde el 4 de junio de 1943. Aclararemos que el propósito de este análisis no es el de servir una
finalidad de propaganda partidista, ni el de destacar méritos personales de alguno de sus dirigentes.
Lo que si pretende, en cambio, es hacer pública la trayectoria del Partido -el más duramente
perseguido por la dictadura peronista- y ex-poner muchos hechos salientes que la ciudadanía y la
opinión extranjera ignora, entre otras razones porque así ha convenido al oficialismo y aún a los
partidos tradicionales, que siguen debatiéndose sin encontrar un camino para la solución del problema
argentino.
Estas, que son por cierto opiniones personales, van dirigidas fundamentalmente a mis colegas de la
juventud argentina, no solamente porque son los jóvenes quienes abrigan normalmente mayores
ideales y menores intereses creados, sino también porque es a ellos a quienes menos les perturba la
soberbia en los momentos en que nos vemos obligados a juzgar los desaciertos propios y ajenos, a fin
de interpretar- el pasado y el presente con objetividad.
Nos referiremos en primer término a las circunstancias históricas en que hizo su aparición el Partido
Laborista; luego expondremos sucintamente su ideario —a efectos de precisar si encarna una nueva
posición y llena una necesidad; y finalmente haremos ciertas consideraciones de carácter general
sobre el significado del Laborismo en momento actual de la crisis argentina.

a) CIRCUNSTANCIAS HISTORICAS QUE DE-TERMINARON EL SURGIMIENTO DEL


LABORISMO.
Hemos visto en los primeros capítulos de este breve, ensayo que, por múltiples razones, puede
afirmarse que los partidos políticos tradicionales no representaban fielmente los intereses y
aspiraciones de la masa trabajadora. Hemos visto también que la subversión institucional que se
produce en septiembre de 1930, agudiza notablemente el proceso de corrupción política que ya venía
perfilándose desde los comienzos de la segunda presidencia del señor Yrigoyen. A partir de esa fecha
el conservadorismo gobierna el país con miras a satisfacer primordialmente los intereses de la "élite"
económica y social, llegándose al extremo de acuñar el término "fraude patriótico" para referirse
ostentosamente a la violación del sistema democrático que ellos habían convertido en un sistema. Por
su parte, la Unión Cívica Radical y el Partido Laborista se designan a coparticipar en el proceso
democrático viciado y a fustigar al régimen conservador con una oposición de alguna significación
teórica pero de ninguna eficacia práctica. Las honrosas excepciones personales a esta postura como
partidos, ninguna validez quitan a nuestras afirmaciones.
En un ambiente como ese la posición del pueblo, y particularmente de la masa trabajadora, fué
haciéndose cada vez más desalentadora. Paulatinamente se fué perdiendo la fe en la vigencia del
sistema democrático, y con mayor razón aún en los partidos que por su tradición y sus programas
teóricos tenían el deber de interpretar y concluir los intereses populares.
Se llega así al año 1943, que marca, podemos afirmar, un verdadero "record" de descomposición
política. El sector más reaccionario del Partido Conservador maniobrando a sus anchas para
asegurarse el "continuismo", y los partidos opositores sin atreverse a pensar en soluciones de carácter
drástico para restablecer el proceso democrático. Frente a ese panorama y a la pasividad de los
entonces llamados "partidos populares", uno se siente inclinado a pensar si sus dirigentes no temían
en realidad más al pueblo que a la oligarquía gobernante. De otra manera no se explica que no
hubieran alentado y conducido al pueblo para darle al país las soluciones que la inmensa mayoría
reclamaba.
Al ejército no le resultó difícil en esa situación dar cuenta del presidente Castillo y arrogarse las
facultades de gobernantes. El país estaba harto del manoseo a que lo tenían sometido los
conservadores y vio el advenimiento de los militares con indiferencia y hasta con júbilo. Frente a una
sucesión de malos gobiernos, que no representan la voluntad ciudadana, parecería que no le quedara a
los pueblos otra grata perspectiva que el castigo de los malos por los que después resultan peores...
Se instaura así en 1943 un régimen de fuerza que es el mismo que perdura hasta nuestros días, porque
a decir verdad, todo el adorno político que desde entonces hasta la fecha ha matizado la dictadura
militar del coronel Perón, no le ha quitado ni por un instante su carácter de fondo.
Y a los efectos de explicar mejor lo que entendemos por "adorno político", diremos que así puede
llamársele a toda la actividad política consentida o fomentada por el régimen militar desde su asalto al
poder incluyendo las elecciones del 24 de febrero de 1946 y todas las que se llevan realizadas
posteriormente. Ello no le quita autenticidad e interés a los fenómenos sociopolíticos que han
acaecido durante los once años de vigencia del régimen militar, y que son los que verdaderamente
interesan desde el punto de vista de nuestro análisis. Con ello simplemente queremos expresar que
en ningún momento durante este prolongado período, el substractúm del poder ha sido la voluntad
popular ni el propósito de la dictadura el obedecerla e interpretarla.
La dictadura militar podrá haber tenido sus fines —el establecimiento de un sistema nazi, el
enriquecimiento de los jefes de las fuerzas armadas que apuntalan el régimen y de los civiles
mercenarios que lo secundan, la prostitución moral y cultural del país para lograr mejor esos
objetivos, etc.— pero tales fines nada han tenido o tienen que ver con las necesidades permanentes del
pueblo argentino ni con las aspiraciones de progreso de la masa trabajadora.
Por consiguiente, toda la actividad política desplegada por la dictadura o tolerada por ella no ha sido
sino la cortina de humo con que ha debido cubrir, por exigencia de las circunstancias, su verdadero
sistema de poder. Ciertamente que si el nazismo hubiera triunfado en la II guerra mundial el régimen
presidido por Perón nunca se hubiera molestado en realizar parodias electorales, ni hubiera iniciado
una campaña demagógica destinada a atraer a los trabajadores, ni hubiera restablecido la ficción de
libertades y de sistema democrático-Constitucional que impera en Argentina desde 1946.
Ahora bien, esta situación de hecho vigente en el país desde hace once años no ha significado que la
ciudadanía argentina pierda sus esperanzas en el restablecimiento —tarde o temprano— de una
verdadera democracia y en la depuración de las viejas fuerzas políticas o en el surgimiento de otras
nuevas que representen más auténticamente la voluntad popular.
Esto explica la actividad política desplegada por el pueblo y los partidos bajo el régimen dictatorial.
Esta también es la razón que explica el surgimiento del Partido Laborista y de otras organizaciones
políticas que no han podido concretarse en una realidad porque lo ha impedido la ley de Partidos
Políticos impuesta por el peronismo en 1949.
Cuando las necesidades circunstanciales llevaron a la dictadura a simular el restablecimiento de una
democracia representativa y a buscar el apoyo de la masa trabajadora, surgió el Partido Laborista
como expresión del anhelo político permanente de ese grupo social que no se sentía verdaderamente
representado en ninguno de los partidos preexistentes. Y como tal, el Partido Laborista vino a llenar
una necesidad histórica; e hizo su aparición en el escenario nacional en el momento mismo en que se
conjugaron una serie de circunstancias para hacer posible su aparición.
Esto es lo único que en verdad puede caracterizarse como una Revolución en el panorama argentino
del último cuarto de siglo, y sólo esto; porque lo otro —el acceso de los militares al poder en 1943—
fué sólo un cuartelazo, subversivo de un orden institucional ya prostituido, pero sin ninguna
trascendencia sobre la estructura política, social y económica del país.
Por otra parte, los hechos se encargaron de inmediato de demostrar que entre el dictador militar que
había favorecido el surgimiento del Partido Laborista y el Partido mismo no había en absoluto
intereses comunes: el dictador procuró aplastar la fuerza política que ya había servido su finalidad
personal; y el Partido Laborista que, consciente del carácter elevado de su misión, se preparó a luchar
por su programa y por los ideales de la masa que representaba, y como primera expresión de ello
contra el impostor que detentaba el cetro del poder.
Fruto de esa diversidad de propósitos e intereses ha sido también la persecución implacable contra el
Partido Laborista, desde el día mismo en que el dictador Perón fracasó en su intento de destruirlo.
Ello explica los ataques armados contra sus actos públicos durante los arios 1946, 47 y 48, la
privación de su personería política por el gobierno de enero de 1948, las persecuciones contra sus
afiliados y dirigentes en todos los ámbitos del país, el encarcelamiento de las autoridades superiores
del Partido en septiembre de 1948 con motivo del absurdo proceso del "complot", así como los seis
años de cárcel que llevan a la fecha Cipriano Reyes y Luis García Velloso, valientes y sacrificados
líderes del movimiento laborista.
Pero la masa trabajadora ha permanecido fiel a sus ideales y al Partido que los encarna. Por tal razón,
Perón no se ha atrevido nunca a medir fuerzas con el Laborismo que lo ha repudiado y mantiene al
Partido totalmente impedido de desarrollar cualquier forma de actividad pública a través del
perfeccionamiento de su máquina totalitaria.
Sin embargo, el Laborismo surgirá triunfante de las dificultades insuperables que el régimen
dictatorial le ha impuesto el día en que el país consiga liberarse del oprobio y la opresión que lo tiene
sojuzgado para restablecer su sistema democrático y representativo de gobierno. Entonces, y sólo
entonces, podrá determinarse el verdadero alcance y arraigo del Movimiento que representa el anhelo
de la Justicia Social y de una democracia efectiva con plena participación y respeto de todos los
sectores que integran la masa ciudadana.

b) SINTESIS DEL IDEARIO Y PROGRAMA LABORISTA.


El Partido Laborista reconoce a la persona humana como fin y al Estado como medio para lograr la
armonía y la felicidad de todos los habitantes de la Nación; anhela la realización efectiva de la
Justicia Social por la vía democrática y en un Estado fundado en el derecho y las libertades
individuales. No cree en la seguridad económica fundada en la supresión de las libertades políticas,
ni acepta este tipo de solución.
Aspira a la realización de la Justicia Social como resultado de la aplicación de un imperativo moral:
"Amar al prójimo", y no como resultado de la lucha de clases.
El vehículo para garantizar la Justicia Social deberá ser la Ley, y el impulso para sancionar ésta las
conciencias individuales y el procedimiento democrático.
En materia internacional, las guías tutelares del laborismo son: 1°) El principio de la fraternidad
humana, sin distinción de color, de credo, de raza o de lengua; 2°) La Justicia; y 3°) La libre
determinación de los Estados en todo en cuanto no ofendan ni agravien los derechos iguales ele otros
Estados.
El Partido Laborista abriga honda veneración por la tradición histórica liberal de la República
Argentina y por los próceres que la hicieron y la mantuvieron libre, que le dieron instituciones
democráticas, que afianzaron y respetaron las libertades individuales, que difundieron la enseñanza y
fomentaron la cultura, que estimularon el progreso y que hicieron un culto de la moral pública y
privada. Admira a San Martín por su humanismo y por su respeto de la voluntad popular; a Sarmiento
por su pasión constructiva; a Belgrano y a Moreno por su abnegación; a Leandro N. Alem por su fe
inquebrantable en las virtudes cívicas del pueblo y en la raíz popular de la democracia.
A continuación trataremos los objetivos fundamentales del ideario y programa Laborista en tres
campos importantes, más o menos diferenciables: 1°) Político; 2°) Económico, y 3°) Social y cultural.
A ellos nos referiremos a continuación; acompañándolos de algunos comentarios indispensables. Y al
término de este folleto se incluye el Manifiesto aprobado por la Convención Nacional del Partido
Laborista en enero de 1948, la última realizada antes de que la persecución de la dictadura llevara sus
dirigentes a la cárcel o al exilio y el Partido a la clandestinidad.

1º) En MATERIA POLITICA el Partido Laborista sostiene los siguientes objetivos:

a) RESTABLECIMIENTO DEL SISTEMA REPRESENTATIVO Y REPUBLICANO DE


GOBIERNO QUE CONSAGRE LA CONSTITU-CION DE 1853.
La declaración de principios del Partido Laborista condena expresamente todos los
totalitarismos —entre ellos, específicamente, el nazismo, el fascismo y el comunismo— y
repudia cualquier sistema que busque la seguridad económica del individuo, el progreso social
o el engrandecimiento del Estado por medio de la supresión o el cercenamiento de las
libertades públicas.
b) RECUPERACION DE UNA MORAL POLITICA QUE SIRVA DE POSITIVO
FUNDAMENTO AL SISTEMA DEMOCRATICO DE GO-BIERNO.
Proscripción del caudillismo. Estabilidad y Escalafón del empleado público. Régimen legal
que determine con precisión la responsabilidad de los funcionarios del Estado e impida el
enriquecimiento en el ejercicio de la función pública.
c) RESTAURACION Y FORTALECIMIENTO DEL SISTEMA FEDERAL.
Efectivo respeto de las autonomías provinciales. Estricta limitación por ley (o por enmienda
constitucional) de la facultad conferida por la Constitución al Poder Ejecutivo de "intervenir"
los gobiernos de provincia. Desarrollo y vitalización de las economías provinciales, y
reorganización del sistema tributario para hacer a las provincias lo menos dependientes
posibles del Gobierno Federal en materia de recursos. Freno a la absorción política y
económica de la Capital Federal.
d) AFIANZAMIENTO DEL REGIMEN MUNICIPAL EN TODO EL TERRITORIO DE LA
NACION.
Fortalecimiento de la autonomía administrativa y fiscal de los municipios, que son la
verdadera raíz y escuela de la democracia argentina.
e) DESCENTRALIZACION ADMINISTRATIVA DE LA NACION Y PROMOCION DEL
SISTEMA DE ENTES AUTONOMOS PARA TODAS AQUELLAS ACTIVIDADES
ECONOMICAS Y SERVICIOS PUBLICOS QUE HAGAN ESTRICTAMENTE
NECESARIA LA INTERVENCION DEL ESTADO,
a fin de hacer posible el predominio del criterio técnico y la supresión de la politiquería en
tales organismos de la Administración Nacional.
f) FOMENTO DE LA CULTURA CIVICA Y PERFECCIONAMIENTO DEL SISTEMA RE-
PRESENTATIVO POPULAR.
Voto femenino. Adopción del sistema de representación proporcional en todos los órganos
deliberativos federales, provinciales y municipales.
g) REORGANIZACION Y DEMOCRATIZACION DE LAS FUERZAS ARMADAS.
Modernización de los órganos de la Defensa Nacional, y fijación de los efectivos según las
auténticas necesidades del país, conforme a un criterio técnico. Afianzamiento del principio
que las fuerzas armadas tienen una misión profesional absolutamente subordinada a los
poderes civiles de la Nación. Capacitación suplementaria para que los jefes y oficiales puedan
desarrollar actividades privadas al margen de sus funciones profesionales. Remuneración
adecuada de los oficiales de menor graduación. Cooperación de las fuerzas armadas con las
actividades de desarrollo del país en tiempos de paz (caminos, obras públicas, fomento de la
educación, cultura física, transportes aéreos, etc.) y remuneración adicional razonable para
estas actividades productivas a quienes las practiquen y a efectuarse por intermedio de los
organismos no militares que las administren. Estrecho intercambio cultural, deportivo y social
entre las instituciones civiles y militares a fin de promover la más amplia camaradería y evitar
la supervivencia de la incomprensión e intolerancia entre civiles y militares.

2°) MATERIA ECONOMICA.

El Partido Laborista anhela el máximo de libertad económica compatible con un mínimo razonable
de bienestar para todos los habitantes de la Nación y que les garantice: 1º) Un mínimo razonable de
ingreso para subvenir a sus necesidades y vivir dignamente; 2º) Un mínimo razonable de asistencia
sanitaria; 3°) Un mínimo razonable de vivienda higiénica y confortable; y 4º) Un mínimo razonable
de educación.
Un país inmensamente rico como es la República Argentina, puede proveer a todas estas
satisfacciones mínimas de la totalidad de sus habitantes sin suprimir para ello la libertad económica a
que aspiran todos los hombres de empresa. Sólo el egoísmo o la incompetencia técnica, o ambas
cosas a la vez, pueden hacer suponer que la base de la riqueza estable puede consistir en la
explotación del trabajador o en el olvido de los desvalidos, pues cuanto más se amplíe el mercado
consumidor mayor serán las necesidades de producción y por ende las oportunidades favorables para
los hombres de empresa que aspiran incrementar sus negocios y su fortuna. Una integración
balanceada de los objetivos de desarrollo económico, de impulso a la producción, del Seguro Social
Nacional, del fomento de la educación y de las leyes protectoras del trabajador, debe asegurar esas
bases mínimas a todos los habitantes de la Nación, y también ampliar decididamente el campo de los
incentivos para la empresa privada y asegurar a la vez un amplísimo margen y mejores horizontes
para la libertad económica. Consecuente con este criterio general, el Partido Laborista sustenta los
siguientes objetivos:
a) DERECHO AL TRABAJO.
En la misma medida que el Estado está facultado a convocar a todos sus habitantes para la
defensa nacional en caso de una emergencia, el Estado debe garantizar permanentemente a
todos sus habitantes un trabajo equitativamente remunerado. Asegurar la ocupación plena es
un deber moral de la Nación, además de ser un objetivo económico conveniente.
b) CREACION DE UN "CONSEJO NACIONAL DE LA PRODUCCION, DE LAS
REMUNERACIONES Y DE FOMENTO ECONOMICO".
Este será un órgano deliberativo, para actuar como consultor técnico-económico-financiera
de los poderes Legislativo y Ejecutivo de la Nación. Este organismo constará de unos 60
miembros, de los cuales una tercera parte deberá representar a los sindicatos obreros, otra
tercera parte a los empleadores y empresarios, y la tercera parte restante dividirse por partes
iguales entre las profesiones liberales y técnicas, por un lado, y el Poder Ejecutivo por el otro.
Las deliberaciones y recomendaciones del Consejo en materia de salarios tendrán el carácter
de instancia decisiva en los conflictos obrero-patronales.
c) CREACION DE UN MINISTERIO DEL TRABAJO,
para atender todos los problemas de los trabajadores con los empresarios (o viceversa) en su
faz técnica, y en todos aquellos asuntos que no versen sobre salarios. Creación de Bolsas de
Trabajo, dependientes de este Ministerio, en las principales ciudades y centros productores del
país con el objeto de facilitar el acceso de los trabajadores a los lugares de ocupación, y de
equilibrar la oferta y la demanda de trabajo en todo el territorio nacional.
d) PARTICIPACION DEL TRABAJADOR EN LOS BENEFICIOS DE LAS EMPRESAS Y EN
LA RESPONSABILIDAD DE SU CONDUCCION.
Para que exista una verdadera armonía y cooperación entre el capital y el trabajo, debe darse
gradualmente al trabajador participación en la responsabilidad de conducir las empresas, y
también en los beneficios o pérdidas que resulten de la explotación. En el caso particular de
las pérdidas, el Plan de Seguro Social Nacional que propicia el Partido Laborista, pone tanto a
los trabajadores como a los empleadores a cubierto de cualquier contingencia extrema en lo
que respecta al sustento de sus necesidades esenciales y las de sus familias.
e) DESARROLLO ECONOMICO DEL PAIS CON RECURSOS NACIONALES.
En la República Argentina existe una inmensa obra por realizar en este sentido, pero el
desarrollo económico debe fomentarse con criterio sereno y técnico, y no con la manifiesta
incapacidad de improvisación demagógica de los planes quinquenales peronistas.
1º) Debe facilitarse el natural desenvolvimiento y el progreso de nuestra riqueza básica
fundamental: la explotación agrícola-ganadera.
2°) Debe estimularse al máximo nuestra industria extractiva-minera.
3º) Debe desarrollarse progresivamente la industria, sobre la base de las sólidas perspectivas
del mercado consumidor interno o de un mercado exterior estable, o de ambos conjuntamente.
La intervención del Estado debe propender a promover nuevas industrias y nuevas
explotaciones, a facilitar la acción de la empresa privada, y a regularlas en caso necesario a
efectos de impedir cualquier exceso en perjuicio de los trabajadores o del cuerpo social. Pero
decididamente no creemos en la estatización, la nacionalización o la socialización como
soluciones dogmáticas y uniformes en el campo económico.
Creemos que existen amplísimas posibilidades de impulsar el desarrollo económico con
recursos nacionales, esto es con capital privado argentino. El coeficiente de ahorro nacional
(el ingreso nacional no consumido) propio del estado actual de desenvolvimiento de la
economía argentina (haciendo abstracción del quebrantamiento económico temporario
provocado por la dictadura peronista), debe ser lo suficientemente considerable como para
financiar un ritmo intenso de nuevas inversiones . La función promotora del Estado debe
consistir en facilitar la materialización de ese ahorro y su canalización hacia actividades
altamente reproductivas.
Con esto no queremos expresar que estemos indiscriminadamente en contra de la inversión de
capitales extranjeros en nuestro país. Por el contrario, creemos que este puede ser ahora,
como en el pasado, un auxiliar valioso del desarrollo económico. Pero subordinamos
estrictamente el ingreso y la operación de estos capitales a las condiciones que deberán
establecerse para contemplar debidamente las necesidades de desarrollo orgánico y racional
de la economía argentina, la defensa del valor internacional de nuestra moneda y el nivel del
ingreso y de la ocupación.
En síntesis, creemos en esta materia que existen: 1º) Amplísimas posibilidades para impulsar
el desarrollo económico financiando las nuevas inversiones con recursos nacionales; 2°) el
ingreso y la operación de los capitales extranjeros deberá supeditarse a las condiciones
indispensables que les imponga la Nación en defensa de sus más legítimos intereses
económicos y políticos.
f) CREACION DEL BANCO DE TRABAJO,
cuyo capital se formará, con las contribuciones de los obreros, de los patrones y del Estado al
Fondo del Seguro Social Nacional. El crédito debe otorgarse no solamente a quien puede
ofrecer bienes materiales en garantía sino a quien tiene la voluntad de producir y la
responsabilidad de manejarlo honrada y eficientemente. Por consiguiente, el capital de este
Banco, que llegará a ser de notable magnitud, estará destinado primordialmente a proveer
crédito personal a los trabajadores, o a las asociaciones obreras de carácter cooperativo,
deportivo; social, etc.
g) REFORMA AGRARIA.
Supresión gradual y progresiva del latifundio. Reforma no con un criterio demagógico e
improvisado sino teniendo en cuenta los efectos económicos de la misma, los intereses a largo
plazo de los beneficiarios, y las perspectivas del mercado interno e internacional.
Diversificación, incremento y abaratamiento de la producción. Fomento de la mecanización
agrícola en base al sistema cooperativo. Fomento de la granja y de la pequeña propiedad
agrícola-ganadera, en base al crédito adecuado y la asistencia técnica.
h) PLAN RACIONAL DE IRRIGACION PARA TODO EL PAIS.
Varias provincias y territorios de la Nación cuentan con tierras de excelente calidad y
abundantes corrientes de agua, y sólo carecen de los medios de regadío para aprovecharlas
debidamente. La construcción de diques y canales de riego debe propender en especial a
facilitar la producción agropecuaria en esas provincias y territorios a fin de vitalizar sus
economías
i) PLAN DE VIALIDAD NACIONAL.
Uno de los medios fundamentales de promover la riqueza del país es vincular adecuadamente
los centros de producción y de consumo o de embarque. Asimismo deben abrirse nuevas rutas
que permiten incorporar vastos y ricos territorios, que hoy permanecen aislados e
improductivos, a la vida económica activa. Este desarrollo vial debe contemplar todos los
intereses de la Nación y no primordialmente los de la Capital Federal, desde la cual se han
extendido en forma radial la casi totalidad de los caminos que hoy existen en el territorio
nacional.
j) FOMENTO DE LA VIVIENDA OBRERA Y RURAL,
a fin de asegurar a todos los habitantes de la Nación un mínimo razonable de vivienda
higiénica y confortable, en colaboración con el Plan de Seguro Social Nacional y el Banco del
Trabajo.
k) DESARROLLO DEL COOPERATIVISMO,
a efectos de incrementar el bienestar y de facilitar el desenvolvimiento y progreso de los
grupos sociales con menos poder económico. Deberán merecer especial atención, entre otras,
las Cooperativas de consumo, de producción, de transporte, de distribución y de crédito.
l) INMIGRACION.
El Partido Laborista favorece la inmigración y cree que la República Argentina debe continuar
con su generosa política de brindar hospitalidad "a todos los hombres del mundo que quieran
habitar en suelo argentino". Sin embargo, considera que: 1°) Debe aplicarse un criterio
primordialmente selectivo, con especial referencia a las condiciones morales y preparación
técnica del inmigrante; 2º) El inmigrante no debe desplazar al trabajador nacional creando un
problema de desocupación o empeorando las condiciones de vida del trabajador argentino; 3º)
Debe adoptarse un plan educativo definido destinado a asimilar al inmigrante y muy
particularmente a sus hijos y demás descendientes, a las características nacionales y al espíritu
argentino. De, lo contrario, los inmigrantes y aún sus hijos y nietos argentinos forman
verdaderos "quistes extranjeros" —como es frecuente encontrar en nuestro territorio— que no
viven en su integridad la vida e inquietudes de la Nación.
3º) ASPECTO SOCIAL Y CULTURAL.

El Partido Laborista anhela la realización de la Justicia Social y considera que ésta debe ser una
aspiración moral de todos los argentinos. Igualmente estima que la Justicia Social no debe ser un
instrumento de demagogia política, ni un arma a esgrimirse por una clase contra otra, ni un pretexto
para el abuso del poder por parte de determinados grupos de intereses. A la Justicia Social se llegará
—natural y democráticamente— el día que en la Argentina se respete y aplique en su integridad el
sistema republicano representativo de gobierno y, por lo tanto, que los trabajadores se hallen
auténticamente representados e interpretados tanto en los partidos políticos como en el parlamento y
en los demás organismos de gobierno. Ese día la Justicia Social habrá dejado de ser un "slogan" al
servicio del caudillo-demagogo y habrá empezado a convertirse en un factor decisivo del progreso y
de la concordia de todos los argentinos.
Parte importante de la Justicia Social a que aspira el Partido Laborista es la educación, que debe
fomentarse en todo el territorio de la Nación con verdadero espíritu sarmientino, y que debe hacerse
llegar al pueblo como el irás eficiente aporte para su progreso espiritual y material.
Consecuente con este criterio, el Partido Laborista sustenta en materia social y cultural los siguientes
objetivos:
a) HUMANIZACION INTEGRAL DE LA CONDICION DE VIDA DEL TRABAJADOR.
El trabajo humano no debe ser considerado como una mercancía, ni el trabajador como un
simple proveedor de energía física. El Partido Laborista demanda que se considere al
trabajador y se pongan a su alcance los medios para su perfeccionamiento como tal.
Igualmente aspira a que el trabajador adquiera perfecta conciencia de responsabilidad social y
de sus derechos y deberes como factor concurrente e indispensable dentro del proceso
económico, social, político y cultural del país.
b) LIBERTAD SINDICAL.
Una de las experiencias y de los saldos más lamentables que nos deja la dictadura peronista es
la destrucción de los sindicatos libres en la República, y uno de los rasgos distintivos de esa
dictadura ha sido la persecución brutal de los sindicatos y dirigentes obreros que no se han
avenido a convertirse en dóciles instrumentos de la dictadura. La pacificación verdadera de
Argentina y el progreso democrático reclamará, al término del presente régimen oprobioso,
que se reconozca y se respete la más amplia libertad sindical, sin retaceos y sin subterfugios
mediante los cuales se pretenda subordinar los gremios obreros a los intereses políticos del
partido que gobierna. El reconocimiento de una plena libertad sindical hará, necesaria, entre
otras cosas la abrogación de la ley 4144, o "ley de Residencia", que en el pasado fuera
utilizada con frecuencia para deportar sin justa causa a los obreros extranjeros que
desplegaban algún grado de actividad gremial.
c) PROTECCION DE LA MUJER Y LOS MENORES QUE TRABAJAN.
Elementales razones de humanidad nos dictan en esta materia el criterio a seguir:
establecimiento de maternidades obreras; salas para lactantes anexas a las fábricas; licencias
adecuadas en caso de maternidad; jornada de trabajo razonable para la mujer y el adolescente.
En este sentido, una de las principales preocupaciones del Estado deberá ser que la necesidad
de trabajar no entorpezca la obligación del menor de adquirir una educación adecuada.
d) ADOPCION DEL PRINCIPIO "A IGUAL TRABAJO IGUAL SALARIO".
Uno de los vicios más frecuentes en materia de sueldos y salarios, es la discriminación en
contra del trabajador por razones de sexo, edad, o ubicación geográfica de la fábrica. El
Partido Laborista considera como un principio fundamental de Justicia Social que se remunere
de igual manera todo trabajo que no difiera en cantidad, calidad o intensidad, y que este prin-
cipio sea válido para todo el territorio de la Nación.
e) ESTABILIDAD LEGAL DE LAS DISPOSICIONES QUE REGULEN LAS RELACIONES
OBRERO-PATRONALES, CODIGO DEL TRABAJO.
Las disposiciones que regulen las relaciones entre los trabajadores y los empresarios deben ser
objeto de leyes que les den estabilidad y precisión. Es totalmente inadmisible el sistema de
dejar libradas tales disposiciones al capricho del Poder Ejecutivo, que tendrá la tentación de
convertirlas en arma política y de utilizarlas con fines electoralistas —tal como ha ocurrido
hasta el hartazgo bajo el régimen del coronel Perón con el sistema de los "laudos". Todas
aquellas disposiciones que contemplen problemas de carácter general deberán reunirse en un
Código del Trabajo. Este podrá legislar acerca de cuestiones tales como jornada de labor,
Descanso, Accidentes del trabajo, Condiciones de higiene y salubridad de las fábricas,
Salarios, Contratos individuales y colectivos de trabajo, Regímenes especiales, Organizaciones
sindicales, y Procedimiento ante los Tribunales del. Trabajo.
f) SEGURO SOCIAL NACIONAL.
El Partido Laborista propicia, y el diputado Reyes lo propuso en un proyecto de ley en 1947, el
establecimiento del Seguro Social Nacional, destinado a brindar protección individual mínima
y razonable en materia de ingreso y asistencia sanitaria a todos los habitantes de la Nación
cuando por razones de desocupación, de incapacidad física o mental, o de indigencia no
pudieran subvenir por si mismos a esas necesidades. El Seguro Social Nacional sustituirá. y a
su vez unificará en el hecho todo el sistema de jubilaciones y pensiones existente, ampliándolo
y reformándolo hasta. cubrir todos y cada uno de los habitantes del país. Al Fondo del Seguro
Social Nacional deberá contribuir cada uno en relación a la magnitud de sus ingresos, y de él
percibirá cada uno en relación a sus necesidades mínimas y a la magnitud de sus
contribuciones.
La asistencia sanitaria que proveerá el Seguro Social Nacional no significará la "socialización
de la medicina" sino la provisión de asistencia sanitaria a todos aquellos que la necesitan y que
no pueden o no quieren costeársela particularmente.
g) FOMENTO DE LA ENSEÑANZA EN TODO EL TERRITORIO DE LA NACION.
Como ocurre normalmente con los regímenes totalitarios, la educación ha sufrido en la
Argentina en los últimos arios un retroceso tan pronunciado como lamentable. Es el firme
propósito del Partido Laborista impulsar la enseñanza con todo vigor, y serán objeto de esta
preocupación particularmente la enseñanza primaria y secundaria, así como las escuelas de
artes y oficios las escuelas rurales. La Nación debe garantizar a todos sus habitantes un
mínimo razonable de educación, para lo cual podrá establecerse un Plan en relación con el
Seguro Social Nacional a efectos de subvenir las necesidades esenciales de los educandos
hasta que hayan cumplido las exigencias mínimas en esta materia. De esta manera será
posible en poco tiempo terminar definitivamente con el analfabetismo, cuyos índices son aún
elevados en varios puntos del territorio nacional.
h) LIBERTAD DE ENSEÑANZA.
Siendo la familia y la moral privada la base de la Sociedad y del Estado, todos los educandos
de la Nación deben ser libres de recibir en materia de educación moral y religiosa la
orientación que sus padres deseen inculcarles, pues el Estado liberal y democrático debe
abstenerse de imprimir a la enseñanza una orientación confesional determinada. Lo que sí
puede y debe asegurarse el Estado es que todos los educandos reciben la instrucción técnica y
humanística indispensable para otorgarles los certificados de estudios correspondientes a cada
ciclo de enseñanza.
El Estado deberá poner especial empeño en la enseñanza de la Instrucción Cívica y de la
Economía elemental, pues las complejidades del Estado moderno hacen indispensable el
conocimiento de estas disciplinas por parte de quienes deben seleccionar con su voto las
autoridades y los programas que regirán los destinos de la Nación.
Debe proscribirse totalmente de las escuelas la propaganda política, mereciendo especial
repudio la técnica peronista de implantarla por primera vez en nuestro país.
i) REFORMA UNIVERSITARIA.
He aquí la Reforma Universitaria que sustenta el Partido Laborista y que el diputado Reyes
expuso y defendió en oportunidad de sancionar la mayoría peronista del Congreso la Ley
Universitaria de julio de 1947:
1) Una Universidad humanista, "porque entiende —decía Cipriano Reyes— que es necesario
humanizar nuestra enseñanza, de manera que una profesión universitaria llegue a ser un
verdadero apostolado, y no lo que se hace de ella, por lo común: un medio para ganar dinero y
explotar a nuestros semejantes, devolviendo mal por bien a la sociedad que nos dió la
oportunidad de alcanzarla".
2) Una enseñanza universitaria al alcance de todas las clases sociales.
3) La enseñanza universitaria debe ser también formativa de la personalidad moral del
hombre.
4) La enseñanza universitaria debe estar al alcance de todos los estudiantes carentes de
recursos, "siempre que reúnan ciertas condiciones de idoneidad", decía en aquella oportunidad
el Diputado Reyes y agregaba: "Hacer de la enseñanza un privilegio que se otorga a los que
nacen de padres ricos, y se niega a los que nacen de padres pobres, poniendo las universidades,
de esta manera, sólo al alcance de aquellos cuyos padres tienen por cualquier accidente bienes
de fortuna, es una tremenda injusticia que sólo en una sociedad torpemente organizada y sin
sentido humano y trascendental puede existir". A tales efectos el Partido Laborista proponía la
provisión de becas a los estudiantes sin recursos que hubieran obtenido buen promedio en sus
estudios secundarios. Las becas podían ser de dos clases: de estudios, y de estudios y
compensación económica familiar, estas últimas para estudiantes cuyo trabajo significara una
ayuda imprescindible al sustento familiar.
5) Amplia autonomía universitaria, a efectos de obtener una enseñanza libre.
Terminando su intervención en el áspero debate que precedió a la sanción de la Ley
Universitaria aprobada por el peronismo, expresó en aquella oportunidad el Diputado Reyes:
"Sabemos, y lo sabe todo el pueblo de la República,, y no solamente los que están
vinculados a la actividad universitaria, que esta es una ley camaleón, destinada a tener
aprisionadas a las universidades y a ponerlas al servicio del Poder Ejecutivo".
"Nosotros no venimos a discutir este problema que ha agitado la cultura de nuestro
país, con un sentido político. Por eso no vamos a decir, como han dicho algunos
diputados peronistas, que todos los rectores, decanos y profesores han sido malos. A
todos ellos les debemos el saldo de cultura y de sentido democrático que las
universidades han dado al país".
"Nosotros no podemos admitir que se le quiera dar a la clase trabajadora del país que
siempre ha anhelado que las puertas de la universidad se le abran de par en par, las
limosnas de las becas que el Poder Ejecutivo quiere repartir a quien se le antoje".
"Las becas no deben crearse y otorgarse arbitrariamente sino a todos aquellos que
demuestren aptitudes y vocación para el estudio, dando a todos por igual la
oportunidad de acceder a las universidades".
"La cultura universitaria debe llegar al seno de la clase trabajadora. Esta debe tener la
posibilidad de penetrar al recinto de la ciencia, del arte y del tecnicismo. Pero la
reforma no puede hacerse en la forma que se proyecta, porque ello significará un
atentado a la democracia y a la enseñanza libre de nuestro país.
(LABORISMO, julio 30 de 1947, págs. 1 y 4).
j) REFORMA DEL REGIMEN CARCELARIO. - COLONIAS PENALES.
Parte integrante de un auténtico programa de Justicia Social debe ser la reforma del sistema
penal y carcelario del país. Por ello el Partido Laborista propicia decididamente un método
reeducativo y de readaptación social del delincuente, en lugar del simple confinamiento
acompañado de las múltiples lacras que caracterizan al presente la vida carcelaria en la
República Argentina, y que hacen de ésta un fermentario de delincuencia antes que una escuela
de readaptación social.
A tales efectos debe propenderse a la reorganización y difusión del sistema de colonias
penales, dirigidas por médicos y por otros técnicos que procuren la rehabilitación moral, la
cura mental y la capacitación de los recluidos, antes que su aislamiento y castigo. Dichas
colonias penales pueden —con eficiente dirección— producir lo suficiente como para no
significar una carga presupuestaria importante para la Nación.

Finalmente, en el
k) ORDEN INTERNACIONAL
el Partido Laborista propicia:
a) La estrecha unión de todos los países latinoamericanos, dentro del respeto escrupuloso de
las respectivas soberanías y del principio de libre determinación de los Estados.
b) El estrechamiento de los vínculos continentales, sobre la base de la igualdad jurídica de
los Estados, la coincidencia en el sistema democrático de gobierno y el repudio sincero y
expreso del imperialismo político y económico. Continentalización de la Doctrina Calvo y
de la Doctrina Drago como prueba inequívoca de una verdadera adhesión a los principios
de Confraternidad Americana y respeto recíproco.
c) La armonía y fraternidad internacional. Plena adhesión al concepto del ex-Presidente
argentino Luis Sáenz Peña: "América para la Humanidad". Amplia cooperación con los
organismos internacionales que procuren la Paz, el acercamiento y progreso de todas las
naciones, sin distinciones de color, raza, credo o lengua, con especial empeño en evitar en
el seno de esos organismos la hegemonía de hecho de las grandes potencias.

4º) EL PART IDO LABORISTA ANTE LA BANCARROTA DEL TOTALITARISMO PERONISTA


Y EL PORVENIR ARGENTINO.

Estamos a fines de julio de 1954. Los once años y fracción de dictadura militar que llevamos en
Argentina han significado un cúmulo de desastres y de vergüenzas para la Nación —que van desde la
prostitución moral del país hasta su ruina económica, pasando por crímenes y cárcel de miles de
ciudadanos dignos— pero felizmente tenernos también un saldo positivo de experiencias alentadoras
que, si sabemos aprovecharlas, pueden compensarnos en todo o en parte de aquellos sufrimientos y
amarguras.
En primer término, hemos podido comprobar el fracaso del totalitarismo en nuestra patria. Y
debemos tener presente que en la tentativa de imponerlo y prestigiarlo se han gastado miles de
millones de pesos, miles de toneladas de propaganda y el esfuerzo continuado de un gobierno de
fuerza que ya lleva más de dos lustros en el poder.
En segundo término, hemos podido comprobar el fracaso del militarismo como gobierno. Quienes
hasta hace pocos años censuraban la ineptitud, la corrupción y la ineficacia del sistema democrático y
de "los políticos", han demostrado con su sistema y su conducta ser mil veces más corruptos, más
ineptos y más ineficaces que los gobernantes civiles.
Finalmente, hemos llegado a la materialización de un estado de conciencia que parecería
exhortarnos a recuperar nuestras instituciones libres, a extirpar los vicios pasados y presentes de la
política nacional, y a interesarnos en ella con todo el empeño que es necesario para salvaguardar y
mantener saneado el proceso democrático.
La administración peronista está, en los amos estertores de su pataleo. Se han acumulado ya todas las
traiciones a todos los sectores que en una u otra medida, o en una u otra época, dieron su apoyo al
Coronel Perón. Se ha acumulado el desprestigio en una medida tal que ya no queda "adorno político"
posible con qué encubrir la torpe fachada totalitaria. El régimen de fuerza se muestra más al desnudo
que nunca, y los intentos de aparentar popularidad son desganados y esporádicos. Ya ni siquiera
interesa buscar nuevos "slogans" destinados a sustentar esa popularidad aparente con que otrora se
exhibiera el régimen en el plano nacional e internacional. "Alpargatas sí, libros no", "Braden o
Perón", "Justicialismo", "Antiimperialismo" y otras mil consignas han caído en desuso porque a nadie
interesan ya: Perón traicionó alternativamente a todas, buenas y malas, y el descrédito interno y
externo les hace considerar superfluo el acuñar otras nuevas.
Ya ni se sabe bien quién es el que manda: Perón, el Ministro de Defensa, el G.O.U. reconstituido, o la
oficina de "Control de Estado". Perón no se va (o no lo dejan ir) simplemente porque como
"Presidente" es una ficción constitucional que resulta ventajosa para mantener la precaria estabilidad
del régimen y la pseudo-legalidad aparente con que la Argentina se exhibe en el exterior.
Pero todo esto no implica que la situación de la dictadura no sea verdaderamente incómoda. La
economía del país está destrozada, las finanzas son un descalabro, la inflación sigue su curso
incontenible, el costo de la vida se eleva constantemente, hay considerable desocupación, escasean
cientos de productos indispensables, hay descontento profundo en el ejército, en las filas obreras, en la
clase media, en los círculos intelectuales, en el seno de la Iglesia Católica. Y es difícil imaginar cómo
ha de poder sostenerse un régimen que sólo cuenta con el apoyo activo de unos cuantos miles de
militares y civiles mediocres, que se han enriquecido hasta la saciedad a costa de los dineros públicos
y que necesitan defender el régimen para seguir encubriendo sus privilegios y sus delitos. El mismo
concurso de la red de espionaje y la policía, que son los puntales principales y casi únicos del
régimen, es una base demasiado insegura como para confiar ilimitadamente en ella.
Por tales razones vamos entrando sostenidamente en el período de la "pacificación" y en el intento de
obtener nuevos recursos para el despilfarro oficial. Agotadas ya las posibilidades del "adorno
político" y de la demagogia para encubrir la verdadera índole de la dictadura, agotadas la economía y
las finanzas, y desconfiando de poder mantenerse por mucho tiempo sobre la base exclusiva de la
coerción policial, el régimen necesita imperiosamente buscar una salida.
Se comenzó con la parodia de Amnistía política y los discursos del Coronel llamando a la "concordia"
de todos los argentinos y exaltando el carácter de su método "persuasivo". Se continuó con el
llamamiento emocionado para que los capitalistas extranjeros invirtieran su dinero en la Argentina
"económicamente libre" de Perón. Y sobre estas líneas se ha venido trabajando en los últimos meses.
La presunta enfermedad del dictador sirve de telón de fondo a este nuevo acto de tragicomedia. Por
una parte sirve para distraer a la gente, técnica ésta en que los jerarcas del régimen son artistas
consumados. Por la otra, hace concebir esperanzas a las fuerzas políticas de oposición, que empiezan,
a pensar en la posibilidad de aprovechar la coyuntura para llegar a una solución incruenta del
problema argentino.
Este es, más o menos, el estado actual de la crisis, y por cierto que no podemos predecir cuáles serán
sus derivaciones.
Puede que los militares que apoyan a Perón lleguen a un acuerdo con los elementos más reaccionarios
de uno o varios de los partidos políticos de oposición, con vistas a establecer un régimen híbrido
(como el que imperara desde 1930 a 1943) donde se confundirían los intereses de una minoría
conservadora con los de la camarilla militar que la respalda. A cambio de ello, los ladrones públicos
sostenedores del peronismo recibirían un certificado de impunidad y la garantía de que nadie
investigaría sus anteriores procedimientos.
Puede que se llegue a un acuerdo más amplio, de restauración democrática más o menos auténtica,
llamándose a elecciones luego que la "enfermedad" de Perón haga crisis. Pero la condición
indispensable —la condittio sine qua non— será siempre que "se eche tierra" a todos los latrocinios,
desastres y arbitrariedades de la "era peronista".
Puede finalmente que no se llegue a nada de esto y que la dictadura continúe dentro de su precaria
estabilidad. Cualquier solución pacífica exigiría siempre que la oposición, o suficientes elementos de
ella, estuvieran dispuestos a conceder a los criminales de lesa patria un olvido amplio por sus delitos
y una ubicación "decorosa" en el gobierno que resultaría de la pacificación. Y éste es un hueso dema-
siado duro de tragar para aquellos que aún conservan dignidad e idealismo democrático. Además, se
duda y con razón de que el pueblo aprobara cualquiera de estos enjuagues palaciegos realizados a sus
espaldas.
El problema es, pues, hoy el mismo que en 1943: hacer que efectivamente termine el gobierno de
fuerza; hacer que la base del poder gubernamental vuelva a radicar en el pueblo; hacer que los
futuros gobiernos sean auténticos representantes e intérpretes de la voluntad popular, libres de los
vicios, de la corrupción y de las impurezas que desnaturalizaron el proceso democrático antes de
1943; hacer porque el anhelo de la masa trabajadora en materia de Justicia Social y de respeto de
sus derechos políticos, iguales a los del resto de la ciudadanía, sean reconocidos en su plenitud.
Tales son, hoy como ayer, los objetivos del Partido Laborista. Y por ello podemos repetir, desde el
punto de vista de la Revolución que el Laborismo personifica dentro del panorama político argentino:
"La Revolución ha sido traicionada, pero los ideales revolucionarios están en pie".
APENDICE I

MANIFIESTO DEL IV CONGRESO NACIONAL DEL PARTIDO LABORISTA, DEL 22 DE


ENERO DE 1940

El IV Congreso Nacional del Partido Laborista, considerando el caso político, económico e


institucional en que se debate el país, resultante de más de medio siglo de injusticias sociales y
desconocimiento de la voluntad popular, aún no reparado, pese a la incipiente acción moralizadora
insinuada en la proclama revolucionaria del 4 de Junio, ratificada por la revolución popular del 17 de
Octubre y convalidada el 24 de Febrero por el veredicto ciudadano, sintiéndose la única fuerza
política que sintetiza la esperanza, las inquietudes y los anhelos de todas las masas trabajadoras que
hacen la grandeza de la Nación, manifiesta al pueblo de la República:
Que después del último gobierno popular que pudo surgir por la ley Sáenz Peña, la democracia
argentina no tuvo vigencia. La inercia y la pasividad, cómplice de las camarillas políticas que
corrompieron los partidos populares en ese período fueron, a no dudarlo, la causa del
desconcepto de dichos partidos y de la falta de fe con que el pueblo los miraría en lo sucesivo
como posibles vehículos de soluciones recuperadoras. La revolución del 4 de Junio de 1943
adquirió contenido político-social y orientación definida cuando la masa de los trabajadores
argentinos se la otorgó con el cúmulo de aspiraciones reivindicadoras concretadas en los
postulados del Movimiento Laborista que nucleó en Octubre de 1945 a los trabajadores de
todo el país y significó en las elecciones del 24 de Febrero de 1946 el triunfo político más
inesperado y resonante de toda nuestra historia, institucional. Fué ese mismo movimiento
social del 17 de Octubre de 1945, el que salió a la calle y se volcó en las plazas, dispuesto a los
mayores sacrificios, para la recuperación de sus derechos y libertades y para la conquista de
sus reivindicaciones sociales y no, como se creyó equivocadamente, para la liberación de una
determinada figura. El pueblo argentino había llegado a su mayoría de edad y, como lo
evidenciara posteriormente, no sería la tutela de nadie la que orientaría sus destinos, sino sus
principios y sus postulados políticos y sociales que dicen claramente donde va y qué doctrina
sintetiza el Laborismo.
Que el Movimiento Laborista sigue sosteniendo con acrecentada convicción y energía,
inspirado en los principios revolucionarios y renovadores de la primera hora, los ideales que
alentaron su nacimiento. Es así cómo mantiene su trayectoria sin renunciamientos ni
claudicaciones, en defensa de las libertades públicas, esenciales para la vigencia de la
democracia y de los derechos del hombre, sin distinción de sexo, raza, religión, credo o
fortuna; en resguardo de la soberanía y de la dignidad de la Nación y de su patrimonio
espiritual y material frente a los imperialismos avasalladores y en franca y abierta lucha por la
estructuración de una sociedad asentada en principios de Justicia para el trabajo humano, de
amplio respeto y garantía de todas las creencias.
Que la posición del Partido Laborista es esencialmente constructiva. Por encima de las
simpatías y de los odios que perturban los espíritus y erigido en fiscal severo de los ideales de
la Revolución, juzga con la misma serenidad y energía la obra buena como la obra mala de los
gobernantes, sin especulaciones políticas de ninguna índole. Constituye, libre de todo
personalismo y percibiendo claramente que los hombres son solamente accidentes dentro de
los grandes movimientos sociales, una organización sin enconos ni rencores que con una
doctrina y una personalidad propia y definida, marcha por sobre todos los obstáculos y
venciendo todas las dificultades hacia la realización de su programa surgido del sufrimiento,
de las angustias y del anhelo de superación del pueblo.
Que el Partido Laborista representa, frente a las doctrinas extremas que se debaten en el
mundo: totalitarismos imperialistas y políticos, la tercera posición, fundamentada en el respeto
de las libertades humanas y en el respeto de las soberanías estaduales, dentro de un marco de
justicia social, de comprensión y armonía. Entiende, en este sentido, que sobre la base de la
democracia política que esbozaron los hombres de Mayo y estructuraron los constituyentes de
1853, superada y perfeccionada en sus realizaciones prácticas, debe realizarse en la República
la democracia social y económica de los nuevos tiempos, inspirada en la finalidad de asegurar
a todo hombre, que crea y construye en la sociedad, el nivel de vida que por derecho le
corresponde. De ese modo, sostiene que no es posible regirnos por más tiempo conforme a la
máxima de "Dejar hacer, dejar pasar", que sólo conviene a los poderosos, y que la presente
época del industrialismo y del capitalismo monopolizante, dejar a los débiles a merced de los
fuertes. Entiende también que el Estado, medio y no fin, conforme a las finalidades mismas de
su existencia, debe ser, además de guardián de la vida, del honor, de la libertad y fortuna de
sus habitantes, el tutelar del bienestar de todos y de cada uno dentro de la sociedad y el
propulsor del progreso material y cultural de los más necesitados, de los débiles y de los
ignorantes, pues es imprescindible asegurar a toda persona que desempeña una actividad
creadora, condiciones de trabajo y retribución que le aseguren una existencia digna y
garantizar a sus hijos la posibilidad de alcanzar todas las posiciones propias de su capacidad y
de su esfuerzo, sin tener que someterlo a las contingencias de un orden jurídico injusto, ajeno a
su esfuerzo y a sus previsiones.
Que el Partido Laborista, surgido de las inquietudes y aspiraciones más nobles de nuestro
pueblo, insatisfechas por los movimientos políticos pretéritos, integrado por hombres y
mujeres dotados de la entereza moral que requiere la hora, marcha con la mirada puesta en el
porvenir de la Patria, con ritmo y empuje revolucionario, en consonancia con la evolución
universal de las ideas, pero firme y consciente del tradicional sentido de libertad que nos es
propio y que fuera puntual básico de nuestra independencia, e inspirador de la ejemplar obra
patriótica de los ilustres varones que gestaron nuestra nacionalidad.
Por estos motivos, el Partido Laborista representa dentro del caos en que parecen sumirse los
pueblos del mundo, no una fuerza electoral que se suma a las ya existentes, sino el custodio de
la libertad, la fraternidad y la justicia, por ser un movimiento profundamente cristiano y
pacifista, surgido del fondo mismo de las masas populares. Sus filas están siempre abiertas
para todas las personas honestas, sin distinción de sexo, raza ni credos, tanto para los trabaja-
dores del músculo como del cerebro, sin otra exigencia para con los que lleguen a él que una
inspiración noble, una conducta recta y un espíritu de solidaridad y de comprensión.

La Plata, 22 de enero de 1948.


JUNTA EJECUTIVA NACIONAL
Cipriano Reyes, Presidente;
Antonio Toscano, Secretario General.

Belgrano 3679, Buenos Aires.


APENDICE II
CARTA ABIERTA DIRIGIDA POR EL AUTOR A LOS BLOQUES PERONISTAS DEL
SENADO Y LA (AMARA DE DIPUTADOS, AL PRIVARLE EL CONGRESO DE SU
CIUDADANIA ARGENTINA

Julio 26 de 1951.

Bloque peronista de la Cámara de Diputados —


Bloque peronista del Senado de la Nación,
República Argentina.
Capital Federal.

Una reciente disposición emanada de esa parodia de Legislatura ha pretendido despojarme de mis
derechos de ciudadano argentino. En realidad, dentro del actual sistema totalitario que impera en la
República, los argentinos no tenemos derechos porque no existen las libertades individuales ni un
Poder Judicial, independiente, que las garantice. El régimen peronista es incompatible con la exis-
tencia de lo que en una democracia se califica como "derechos del ciudadano"; de modo, pues, que
vuestra estúpida resolución no ha hecho sino "privarme" oficialmente de algo que no existe sino
nominalmente.
Por otra parte, y desde el punto de vista institucional, vuestra resolución carece de todo valor, ya que
no representáis legítimamente la voluntad del pueblo argentino. Más de la mitad de los miembros del
Congreso que ahora pretenden despojarme de mi ciudadanía, no recibió del pueblo sus mandatos,
como correspondía, sino de una supuesta "Asamblea Constitucional" reunida en marzo de 1949 e
insanablemente nula por cuanto se la convocó en virtud de una ley inconstitucional, sancionada sin el
porcentaje de votos exigido expresamente por la Constitución vigente. Dicha "Asamblea" carecía,
pues, de facultades para reformar la Constitución, así como para prorrogar los mandatos de los
miembros del Congreso; y tan inexistentes son vuestros poderes legislativos como carente de valor la
"constitución peronista" de 1949, aprobada por una pandilla regimentada con el único fin de satisfacer
los apetitos dinásticos de vuestro amo el presidente-dictador— mediante la cláusula que hace posible
su reelección.
Os atribuís el derecho de otorgar y quitar ciudadanías, y de definir lo que es y lo que no es argentino,
aún sabiendo que en ninguna forma estáis capacitados para expresar la auténtica opinión del pueblo
argentino, ya que el régimen de quien vosotros sois un instrumento ha estado siempre a las órdenes
del totalitarismo internacional y ha conspirado invariablemente contra la libertad, la honestidad, el
bienestar y la cultura de los argentinos,, así como contra la armonía y la buena fe en las relaciones
internacionales. Por eso cometéis con frecuencia el sacrificio de identificar la Patria con el dictador
que os tiene a su servicio; y por eso en vuestro delirio de obediencia creéis que denunciar sus
crímenes es traición a la Nación.
Traidores a la Patria son vuestros amos -los jerarcas de la camarilla gobernante— que no sólo
recibieron su inspiración y su entrenamiento en las filas del nazi-fascismo europeo, sino que están
siempre dispuestos a venderse al mejor postor en el plano internacional, sin importarles en absoluto
las doctrinas políticas y los principios filosóficos de sus eventuales aliados, y menos aún el
sentimiento y el criterio de los argentinos. Las manifestaciones mías, que os han sacado de quicio
hasta el punto de llevaros a dictar tan extravagante "ley", van dirigidas, precisamente, a los países
democráticos y las formulo como intérprete de mi propio pueblo, que está impedido en estos
momentos de hacer escuchar su voz por causa de una férrea dictadura.
Vuestro jefe es, asimismo, quien está clamando por ayuda exterior para mantenerse en el poder.
Prueba de ello es que ya tuvo que humillarse pidiendo prestado 125 millones de dólares a aquellos
mismos a quienes él califica de "imperialistas" y "capitalistas explotadores".
Mi exhortación tiende, precisamente, a que ningún gobierno democrático siga traficando con el
régimen peronista, que explota y despoja despiadadamente al pueblo argentino, además de tenerlo
políticamente esclavizado. No se trata de "cercar por hambre al pueblo argentino", como vosotros
falsamente pretendéis hacerme decir. El pueblo argentino está cercado por vosotros, y el objeto de mi
reclamación es, justamente, evitar que las naciones democráticas sigan posibilitando vuestro
enriquecimiento a expensas del pueblo.
Mis declaraciones exhortan a las naciones democráticas a cumplir con su altísimo deber de
solidaridad humana, considerando en el seno de las Naciones Unidas las monstruosas y constantes
violaciones a la Carta Universal de los Derechos del Hombre, la supresión de la libertad de prensa, el
aniquilamiento de la agremiación libre, de la libertad de pensar y de todas las restantes libertades indi-
viduales, cometidas por el régimen peronista. Asimismo, ellas tienen por objeto llamar la atención del
mundo civilizado y democrático acerca de los centenares de dirigentes políticos y gremiales que se
mantienen encarcelados y son sometidos a torturas corporales; entre ellos los señores Cipriano Reyes
y Luis García Velloso, presidente y secretario respectivamente, del Partido Laborista de la República
Argentina, que llevan cerca de tres años en la cárcel acusados de un complot imaginario que también,
según la propaganda oficial, era dirigido por el "imperialismo capitalista".
Sé mejor que nadie que el pueblo argentino, con sus propios recursos terminará pronto con la pandilla
totalitaria, que lo tiene sojuzgado. Y corno todo argentino en condiciones de hacerlo, tengo no ya el
derecho sino el deber de reclamar que los hombres y gobiernos democráticos del mundo entero se
abstengan de traficar con la dictadura peronista que, como todas las otras, se atribuye falsamente la
representación y el apoyo del pueblo mientras adopta nuevas y más violentas medidas de fuerza
destinadas a silenciarlo.
Debo manifestaros, finalmente, que no me siento agraviado por vuestra resolución. Por el contrario,
es para mí honrosísimo el haberme hecho acreedor a la más alta sanción aplicada por la más
degradada y repugnante tiranía que registra la historia política de nuestra Patria. Dicha sanción es,
por así decirlo, el mejor comprobante no sólo de que he sabido cumplir con mis deberes de argentino
insobornable, sino de que he tenido las energías suficientes para luchar, incluso desde el destierro, por
la independencia y la recuperación de nuestra gloriosa República, así como por la libertad y los
derechos de mis conciudadanos.

Walter Beveraggi Allende.


Cambridge, Mass.
ES. UU. de Norte América.
INDICE
Palabras preliminares 7
I
La realidad política argentina desde 1930 11
II
La condición de la masa trabajadora hasta 1945 17
IV
Política obrerista de Perón y actitud del proletariado argentino 23
III
El 17 de Octubre de 1945 y la fundación del Partido Laborista 31
V
El triunfo Laborista, elección de Perón y el intento del dictador de destruir el Laborismo 41
VI
Se retira al Partido Laborista su personería política y se le priva permanentemente de concurrir a
elecciones 47
VII
El imaginario complot del 23 de Septiembre de 1948 y el encarcelamiento de los dirigentes laboristas
53
VIII
El ensañamiento persecutorio contra el Partido Laborista 61
IX
"La Revolución ha sido traicionada pero los ideales revocionarios están en pie".
a) Circunstancias históricas que determinaron el surgimiento del Laborismo;
b) Síntesis del ideario y programa Laborista;
c) El Partido Laborista ante la bancarrota del totalitarismo peronista y el porvenir argentino 67
Apéndices
1. Manifiesto del IV Congreso Nacional del Partido Laborista (22/1/48) 95
2. Carta abierta dirigida por el autor a los bloques peronistas del Senado y la C. de Diputados al
privarle el Congreso de su ciudadanía argentina 99
Este libro se terminó de imprimir el día 16 de
enero de 1956 en los Talleres Gráficos Argentinos
L. J. Rosso, S.R.L., Doblas 951, Bs. As.

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