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El resultado obtenido por Marine Le Pen, candidata del Frente Nacional (FN),

en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Francia, ha sentado al


país ante una triple realidad: la extrema derecha es una fuerza pujante, la
derecha convencional la ha legitimado con la radicalización de los mensajes
de Nicolas Sarkozy y el desastre puede consumarse en las legislativas de junio
si el FN logra sentar un nutrido grupo de diputados en la Asamblea Nacional.
Poco consuelo es comprobar que el auge de la extrema derecha no es un
fenómeno exclusivamente francés, sino que cruza Europa de parte a parte,
cuando el peligro que corre la derecha serena es verse arrastrada hasta las
trincheras de la xenofobia y el antieuropeísmo sin que, por lo demás, el
presidente Sarkozy se muestre dispuesto a rectificar el tiro. Por el contrario,
insiste en atraer al electorado de Le Pen para corregir el vaticinio de las
encuestas, que anuncian una victoria holgada del socialista François Hollande el
6 de mayo.

Portada del periódico comunista 'L'Humanité' del 25 de abril.

“El primero de mayo organizaremos la fiesta del trabajo, pero la fiesta del
verdadero trabajo –anuncia Sarkozy–, la de aquellos que trabajan duro, la de
aquellos que corren riesgos, que sufren y que no quieren que, cuando no se
trabaja, se pueda ganar más que cuando se trabaja”. Alarma inmediata, portada
sangrante en el diario comunista L’Humanité: fue el mariscal Pétain, deshonra
de Francia, quien dio a la celebración del primero de mayo el nombre de fiesta
del trabajo. ¿Forma esto parte de la estrategia de campaña diseñada
por Patrick Buisson? Nadie ha dicho lo contrario y los antecedentes del
personaje inducen a pensarlo: fue educado en el aprecio por el mensaje
de Charles Maurras, fundador de Action Française, y es el urdidor del manual
de argumentos que maneja el estado mayor de la Unión para un Movimiento
Popular (UMP) destinado a justificar el incansable acercamiento del presidente a
las tesis del FN.
Maurras, Pétain, unas gotas del populismo menestral legado por Pierre
Poujade en los años 50, recuerdos ominosos que han dado pie a reacciones
exaltadas. “Estoy asustado. No me preocupa nada que Nicolas Sarkozy intente
recuperar los electores de Marine Le Pen. Pero, tal como lo hace, recuerda
verdaderamente el petenismo: está la oposición entre los verdaderos y los falsos
trabajadores, el ataque contra las instituciones intermedias; está todo. Es peor
que el discurso de la propia Marine Le Pen”, sostiene Jean-François Kahn,
fundador del semanario Marianne, que ha difundido un breve manifiesto para
“cortar el paso al aprendiz de brujo”.
El politólogo Jean Daniel, referencia permanente del pensamiento progresista
europeo, llama la atención en el semanario Le Nouvel Observateur sobre el
significado del resultado obtenido por la candidata del FN: “El éxito de Marine
Le Pen no pone en peligro la victoria de la izquierda. Es simplemente un
deshonor para Francia. Nuestro país, desde hace siglos, exporta revoluciones.
Ahora arriesga ponerse al frente de todos los movimientos populistas y
xenófobos de Europa (…) Marine Le Pen ha percibido a propósito de estos
dramas (los asesinatos de Montauban y Toulouse cometidos por un
fundamentalista islámico) que un viento soplaba en su dirección, y decidió
tomar de nuevo la antorcha, abandonada durante un tiempo, de la lucha contra
la inmigración y la inseguridad”.
¿Debía Sarkozy hacer algo distinto a rendirse a esta estrategia y entablar con su
contrincante una carrera de ofertas populistas? A la vista de la desorientación
de parte del electorado conservador de tradición gaullista, del germen de la
división en el seno de la UMP y de las expectativas para las legislativas de junio,
parece que sí. De acuerdo con la encuesta publicada por Les Échos, según la cual
el 64% de los electores de la UMP son partidarios de un acuerdo con el FN en
junio, y del tono trágico empleado por el candidato-presidente para seducir a
los votantes atraídos por Le Pen –les aplica los apelativos de sufrientes y
angustiados–, se diría que no. En todo caso, los datos que se desprenden del
escrutinio del día 22 indican que las maniobras presidenciales dejan mucho que
desear. Valgan algunos ejemplos para ilustrarlo:

Dibujo de Delucq difundida por 'Le Huffington Post'. Sarkozy, disfrazado de Juana de Arco, dice:

"Voy a expulsar el falso trabajo de Francia".

·En Donzère, la ciudad donde Éric Besson, tránsfuga del PS captado para la
causa sarkozyana en el 2007, puso en circulación el debate –de infausto
recuerdo– sobre la identidad nacional, el FN sumó más votos que la UMP.
·En Meaux, la ciudad de Jean-François Copé, secretario general de la UMP,
Hollande superó a Sarkozy.
·Marine Le Pen ha salido tan fortalecida de la prueba que el 1 de mayo se
sentirá inclinada a recomendar el voto en blanco, aunque las encuestas dicen
que el grueso de sus electores piensa apoyar a Sarkozy. La líder del FN lo
enunció con palabras escuetas en la emisora pública de televisión France 2: “Ya
no creo en la sinceridad de Nicolas Sarkozy. Y muchos de cuantos han confiado
en mí han dejado de creer en sus posiciones”. Se impone la idea de que tiene al
alcance de la mano la oportunidad de reorganizar radicalmente la derecha de
pies a cabeza.
·La radicalización del presidente complica enormemente las cosas al
centrista François Bayrou, líder del MoDem, para que el 2 de mayo pida a sus
votantes –9,13% en la primera vuelta– que el 6 se inclinen por Sarkozy.
·Si el FN repite el 10 de junio los resultados de ahora, la multiplicación de
elecciones triangulares –tres candidatos en la segunda vuelta– el 17 dividirá el
voto de la derecha en provecho de una izquierda que, salvo sorpresas, pondrá
en marcha la maquinaria de los désistement (apoyos a los candidatos
progresistas más votados en la primera vuelta). Basta que se repita la lógica
seguida por Jean-Luc Mélenchon y Eva Jolyla noche del último domingo.
Charles Jaigu, cronista en el Elíseo del periódico conservador Le Figaro, sostiene
que si Sarkozy hubiese diseñado otra campaña, “habría hecho correr al país el
riesgo de un segundo 21 de abril, que esta vez opondría François Hollande a
Marine Le Pen”. Jaigu se refiere al 21 de abril del 2002, cuando Jean-Marie Le
Pen quedó en segundo lugar en la primera vuelta de las presidenciales, por
delante del socialista Lionel Jospin, y disputó la relección a Jacques Chirac dos
semanas más tarde. Claro que Chirac, que obtuvo el 80% de los votos de la
segunda vuelta porque la izquierda en bloque se movilizó contra a extrema
derecha, desacreditó esta línea argumental en el mismo momento en que
anunció que pensaba votar a Hollande y, al hacerlo, inclinó a otras
personalidades de la Francia conservadora a dar su voto al aspirante socialista.
En resumen, Sarkozy se ha excedido incluso para la derecha-derecha, y aún más
para la derecha moderna y con inquietudes sociales en cuyas filas figuran
personajes como la senadora Chantal Jouanno, denostada ahora por Sarkozy y
Copé, que ha expresado un temor y ha hecho un anuncio. Al semanario
centrista Le Point ha manifestado sus recelos: “Temo que la derechización sea
un espejismo doloroso”. A través de su cuenta en Twitter ha adquirido un
compromiso público: “Mis principios son claros: en las legislativas, si no hay otra
alternativa entre el FN y el PS, mi responsabilidad será votar al PS”. Lo que colea
detrás de la corriente de opinión que representa la senadora es el propósito de
una parte de los herederos del gaullismo de impedir que se banalice la extrema
derecha, los peligros que entraña y la amenaza que se cierne sobre el bloque
conservador, entre la implosión y la explosión (depende de cómo se concrete).
El director de la redacción del semanario L’Express, Christophe Barbier, considera
inútiles los esfuerzos de Sarkozy para debilitar al FN: “El populismo protestatario
tiene una sola cabeza, que es la de Marine”. El presidente desdeña a quienes lo
critican e insiste en que su propósito es atraerse a seis millones y medio de
franceses –cuantos votaron a Le Pen–, sin atender a más
consideraciones. Gérard Courtois da a entender en las páginas del
progresista Le Monde que Sarkozy ha logrado lo contrario de lo que perseguía:
“Todo sucede como si, lejos de secar al Frente Nacional, Nicolas Sarkozy en
realidad haya banalizado y desculpabilizado de alguna forma sus ideas y sus
propuestas. Hasta el punto de que es evidente que numerosos electores han
preferido el original a la copia, de acuerdo con la esperanza a menudo
formulada por Jean-Marie Le Pen”. Sylvie Pierre-Brossolette, en Le Point, va
incluso más allá y transmite una imagen no exenta de patetismo: no solo para
muchos es preferible el original a la copia, sino que “Sarkozy ha hecho trampas
consigo mismo”.
¿Errores estratégicos? ¿Ausencia de principios? La respuesta que da a estos
interrogantes Joël Roman en el periódico católico La Croix es perturbadora para
el equipo de campaña del aprendiz de brujo: “A cuantos evocan el precedente
de las relaciones entre François Mitterrand y los comunistas, a los que hizo
descender aliándose con ellos, se les puede subrayar que él actuó a la inversa:
no hizo ninguna concesión programática, lo que por lo demás explica por qué la
alianza fue provechosa para los socialistas”… ¡Qué tiempo aquel de Maquiavelo!

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