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Las diferentes posturas teóricas que problematizan el tránsito de la baja edad media a la
modernidad, allende las disputas sobre las continuidades o rupturas entre estos dos momentos históricos,
señalan al siglo XIV y a sus producciones intelectuales como la bisagra que aúna ambos términos.
En el siglo XIV, en efecto, el aristotelismo constituye un problema para su integración con las
verdades reveladas. Las sucesivas condenas del tomismo exigen, a los filósofos del momento, intentos
de nuevas síntesis del saber; la nueva lógica se expande y desarrolla en los centros universitarios
europeos; Marsilio de Padua y Guillermo de Ockham delinean una nueva concepción del poder político en
su relación con el Papado; surge el movimiento de los místicos renanos que influenciará profundamente la
religiosidad popular; el humanismo de Dante, Petrarca y Bocaccio es ya una realidad en Europa.
Esta es la densa urdimbre histórica en la que se desarrolla la filosofía de Guillermo de Ockham
(circa 1285-1349).
El pensamiento de Ockham ha sido objeto de múltiples y hasta contradictorias interpretaciones,
tanto en su significación como en sus proyecciones históricas. El ejemplo de dicha profusión de lecturas lo
plantea, entre otros, Alain de Libera:
En la base del pensamiento ockhamista está, en primer lugar, su voluntarismo teológico fundado
en el principio de la omnipotencia divina, según el cual la metafísica de las esencias es un elemento
helénico, extraño a la fe cristiana, ya que introduce una necesidad en el ente finito que coarta la libertad
divina.
En segundo lugar, el principio del reduccionismo ontológico traducido en la célebre premisa
metodológica: entia non est multiplicanda sine necessitate, constituye una de las claves de comprensión
de las tesis metafísicas, gnoseológicas y antropológicas ockhamistas, cuyo centro de gravitación es la
exaltación del individuo, negando toda posibilidad de existencia de entidades universales, lo que requiere
que el proceso de abstracción sea reemplazado por la intuición (sensible y abstractiva) como una vía
cognitiva de acceso a lo real.
La relevancia del abordaje de esta temática en este autor se justifica, principalmente, por las
siguientes consideraciones:
F. Uno de los aspectos de mayor dificultad de interpretación es la posición ockhamista del lenguaje
como límite del conocimiento –lo que propiamente se conoce no son las cosas, sino las
proposiciones sobre ellas- que puede releerse desde la perspectiva gadameriana en relación a la
pretensión de validez universal de la hermenéutica filosófica.
4
Cfr. LLANO, Alejandro., (1997), Metafísica y lenguaje. Pamplona, EUNSA, págs. 13-92
5
GRONDIN, Jean., (1999), Introduction à Hans-Georg Gadamer. Paris, Du Cerf, págs. 192-193: “El
problema de la relación entre el pensamiento y el lenguaje ha sido siempre suplantada por el de la
relación entre el lenguaje y el mundo; el lenguaje ha sido relegado al rango de instrumento para la
expresión del pensamiento. El nominalismo, que tiende a reducir las palabras a modos de designación de
los seres para hacerlas signos de un pensamiento esencialmente lógico y noético, no fue más que la
expresión más cabal de esto. Por su nominalismo latente, todo el pensamiento occidental sucumbió,
según Gadamer, a un olvido del lenguaje”