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Clase publicada en el Ciclo de Desarrollo Profesional Docente: “Enseñanza

de las ciencias sociales para formadores de las carreras de Ciencia


Política, Economía, Filosofía, Geografía, Historia, Filosofía y Sociología
para la educación secundaria”. INFD. ME. 2014

Ideas y escrituras de los 30


El diputado nacional por el radicalismo Alcides Greca, preso
político
En el encuentro presencial de mayo tuvimos la oportunidad de ver la película de
Alcides Greca El último malón que, filmada en 1917, busca recrear, con pasajes que
la acercan al documental y una trama de ficción, el malón que conmovió al pueblo
de San Javier de la provincia de Santa Fe en abril de 1904. Alcides Greca, oriundo
de ese mismo pueblo, tenía 28 años al dirigir El último malón y era diputado
provincial por la Unión Cívica Radical. No volvió a realizar una película pero sí
escribió varios libros. Al mismo tiempo, en tanto abogado pasó a desempeñarse
como profesor de derecho en la Universidad del Litoral, mantuvo su militancia en la
UCR y al producirse el golpe de 1930 estaba cumpliendo el mandato como diputado
nacional.

Lo cierto es que en los últimos días del año 1933 es detenido en su provincia,
acusado de haber participado de manera activa en un levantamiento propiciado por
el radicalismo contra el gobierno fraudulento de Agustín P. Justo. Con muchas
debilidades, el intento de levantamiento había existido en la zona del litoral y había
terminado en un fracaso. En el libro que Alcides Greca escribirá casi de inmediato,
recogiendo sus tribulaciones como preso político de la dictadura de Justo, dejará
muy en claro su adhesión al radicalismo y a su caudillo Hipólito Yrigoyen pero, al
mismo tiempo, con mucha sorna explicará lo que las autoridades policiales y
políticas no quisieron siquiera escuchar: que nada tenía que ver con el
levantamiento, que sólo una mesa de exámenes demorada y una indisposición
estomacal lo habían hecho interrumpir sus vacaciones familiares en Córdoba para
volver a la ciudad de Rosario.

El libro publicado en 1934 se titula Tras el alambrado de Martín García. “Hace


diecisiete años que dejé de ser conspirador, es decir, que deseché el sombrero
aludo, la corbata voladora y me hice cortar el pelo. Por otra parte… la calvicie me
venía apurando. Desde entonces soy un pacífico y robusto burgués. Me agrada la
buena mesa, veraneo en lugares calificados y voy todos los domingos al cine, a la
sección matinée, con mi chico y mis sobrinitos. Me falta sólo ir a misa… Creo que no
tardaré en hacerlo.” La alarma que enciende Greca no sólo indica que sin mayores
pruebas un ciudadano puede devenir delincuente bajo una dictadura que tiene un
fuerte sostén civil y político, sino que la misma posición social, incluso la
normalidad de una vida, de nada sirven si la decisión es que la sanción represiva
caiga sobre él. En otro pasaje, cuando tiene la posibilidad de ver a través de una
ventana enrejada lo que ocurre en la calle, señala: “Diviso algunos conocidos que,
lo que menos se imaginarán, es que ahí dentro va un profesor de la Universidad
que un día, presidiendo la Comisión de Justicia de la Cámara de Diputados de la
Nación, tuvo sentado en el banquillo de los acusados a un ministro de Guerra que
hoy es presidente de la República”. Greca imagina la sorpresa de quienes lo
conocen para subrayar la suya. La situación que está viviendo, como preso en
primera instancia en dependencias policiales de su provincia, está por fuera del
horizonte de lo que consideraba podía sucederle a un hombre de relevante
participación política pero al mismo tiempo de comportamiento ciudadano
intachable.

“Las torturas de la Penitenciaría Nacional, bajo la dictadura de Uriburu,


palidecen ante ese cuadro sombrío, ante esa horrible agonía que están
sufriendo más de doscientos ciudadanos dignos, patriotas e idealistas, la
mayoría de los cuales fueron apresados en su hogares o sorprendidos por las
patrullas policiales en la mañana del 29 de diciembre, mientras se dirigían al
trabajo. En un sótano de seis metros por diez, y con una temperatura de
cuarenta grados, en el célebre cuadro 18, están hacinados ciento cincuenta
individuos, semidesnudos, chorreando sudor por todos los poros, y que para
sentarse o dormir deben hacerlo por turno en el suelo pringoso, lleno de
inmundicias. (…) Comen sin cubiertos la `tumba` policial en un plato de latón,
debiendo absorber un líquido grasiento en el que sobrenadan algunos
garbanzos. (…) Defecan en pestilentes letrinas, sin puertas, a la vista de
todos, situados en un pequeño pasillo que está dentro del mismo calabozo.”
Ante esto que ve y escucha, concluye que lo que se dice en la Constitución Nacional
sobre las cárceles –“serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo”–, son
sencillamente “mentiras”, “pavaditas” o “tonterías que nadie piensa cumplir”. El
desplazamiento es notable: un ciudadano respetable, un profesor de derecho, un
diputado que se enorgullece de su actuación pública es empujado por la situación
que vive a descreer de la misma Constitución. Más que convocarla para su defensa,
prefiere denunciar su irrealidad.

Saben que de Rosario serán trasladados a una cárcel principal. Hablan –se ríen y
temen–de la posibilidad de que se los envíe a la Penitenciaría Nacional de Buenos
Aires, al penal de Ushuaia o a la isla de Martín García. Finalmente ese último es su
destino. Allí las condiciones no son tan tremendas, el calor afloja y no hay
hacinamiento. No obstante, Greca usa la palabra “campo de concentración”,
tomada sin dudas de la reciente experiencia de la Gran Guerra europea. Yrigoyen
había estado también preso ahí; antes, cantidad de indios y caciques.

Así y todo, da la impresión que tan dolorosos como esos cuadros de


deshumanización se presentan algunas observaciones acerca del lugar que estos
presos ocupan para la sociedad argentina. “Hay que convencerse –digo a alguien
con amargura–. El país permanece indiferente ante nuestra prisión. Los propios
amigos y correligionarios andan gozosos de estar sueltos y sacarle el jugo a la vida.
Nuestra prisión es para ellos un episodio lejano, como el si el hecho hubiera
sucedido en el Japón o en la Indochina. A los únicos a quienes preocupa es a
nuestras familias desamparadas.”

Contabiliza Greca que fueron “cuatro meses y siete días” de prisión que lo llevaron
a escribir este libro que, aunque con elegancia y humor, es sin dudas una denuncia.
Incluso hay en sus páginas señales de que la lucha que el radicalismo –y él mismo
como parte de ese movimiento– emprenderán contra la iniquidad del gobierno
fraudulento de Justo será una lucha sin cuartel. Sin embargo, no fue esto lo que
sucedió y el tronco fundamental de la UCR a partir del año 1935 se integró al juego
político, suponiendo que fuera de él se extinguiría. Tulio Halperin Donghi, en La
República imposible, propone ver en este texto de Greca una señal relevante de
cómo el golpe del 30 sometió a una mitad de la población a la humillación y el
escarnio. A la vez, con mucho de vértigo pero corriendo el mejor riesgo, añade que
la radicalización polítíca de las clases medias hacia fines de la década de los sesenta
y principios de los setenta fue también una respuesta demorada a esa humillación.
Sonidos, palabras y territorios
La música propone recorridos por diversos territorios cargados de sentidos, ya que
encuentra en sus versos una forma de hacer cuerpo el espacio y dialogar con sus
contextos; sus acordes y melodías conjugan sentimientos y poesía que trascienden
su tiempo, interpelan y perduran, para abrir posibles vías de abordajes epocales, a
través de estas tramas de significados compartidos por grupos sociales particulares.
Podría entenderse a la música como una configuración cultural que "refiere más
bien a los modos específicos en que los actores se enfrentan, se alían o negocian.
Por lo tanto, no sólo hay una dimensión política en el encuentro entre agentes con
formas culturales distintas; los diferentes actores que participan de una disputa
pueden insertar además sus acciones en una lógica compartida y de ese modo
pertenecer, al menos parcialmente, a mundos imaginativos similares" (Grimson,
2012: 86).

En los entornos a 1930 algunos estilos musicales lograrán identificaciones con los
sectores populares que construyen a partir de ciertas melodías mundos
imaginativos compartidos. El tango y los ritmos propios del interior, que
posteriormente entrarán en la clasificación de folklore, encuentran canales de
masividad, ayudados por la radiodifusión y una incipiente industria discográfica,
que les permitirán introducir a partir de sus creaciones las tradiciones locales y
lograr lenguajes comunes con sentimientos y experiencias vividas como propias por
estos sujetos. Así, encontramos en sus letras abordajes posibles de un mundo de
ideas que permite acercarnos a la complejidad de relaciones sociales contextuales y
territoriales.

En las clases anteriores de este módulo veíamos el territorio como un conjunto de


fijaciones que hacia la década del treinta presentaba las transiciones de un paisaje
rural heredado y de centros urbanos pampeanos que crecen aceleradamente a
partir de funciones y usos que se consolidan y llevan a la aparición de
infraestructuras y morfologías que delinean relaciones espaciales novedosas. Estas
transformaciones pueden ser atravesadas desde las canciones, que a lo largo de
esta década dejarán su huella en el imaginario colectivo.

Si tomamos la letra que el correntino Evaristo Fernández Rúdaz plasma en Ajhá


Potama (Me estoy yendo), aparece la tristeza del alejamiento de la tierra y de la
gente querida, del monte y sus quebrachos, de aquel mundo que la Empresa La
Forestal, constituida por capitales extranjeros y en su condición de enclave
productivo para la exportación, había instalado en el noreste del territorio,
siguiendo el desarrollo de los bosque naturales, desde fines del siglo XIX y hasta
mediados del XX. Junto a una organización claramente estratificada social y
territorialmente entre los obrajes y los pueblos fabriles y hacia el interior de ellos,
la explotación en sentido amplio, paradójicamente, constituía la representación del
trabajo que desaparece con el cierre de la empresa y sumerge a estas poblaciones
en el olvido y la pobreza. Por lo cual, el decir adiós a ese territorio, a los afectos, a
los modos de vida conocido, provoca la nostalgia y el desprendimiento con los que
estos trabajadores rurales comienzan a movilizarse en busca de nuevos sueños; un
adiós que se sabe para siempre y que pretende permanecer grabado en el recuerdo
como vínculo inseparable con el lugar que se siente propio.

Chaco Santafesino, (…) Dejé que pasara un año


errabundo y dolorido dejé que pasara el tiempo…
siempre buscando tu luz Adiós Colonia Florencia, adiós mi sargento Aranda
me vio cruzar tu floresta Guillermina y el Rabón
con esta guitarra a cuestas adiós che gente pora arecó un presentimiento…
como Cristo con la cruz. don Rogelio Lamazón.
Adiós Don Luisito Bentos, Adiós para siempre, adiós
Villa Ana y Tartagal; que llore el que me ha querido
adiós ingenio y aquel que me tuvo antojo
Las Toscas y la zona Forestal. que no me eche al olvido.

En estas palabras, en estos sonidos aparecen reflejos, miradas que permiten


traducir ciertas maneras de significar el espacio, como una materialidad
internalizada que trasciende lo meramente descriptivo, para instalarse en la
experiencia y los sentidos que dan vida al conjunto de elementos que lo forman.
Continuando el recorrido por letras que nos abran el camino a introducirnos en los
territorios vividos, y en particular en los espacios rurales del período que estamos
abordando, el Canto a la Zafra, escrita por Leopoldo Marafioti, unos años después
de la que mencionamos con anterioridad, y popularizada por la voz de Atahualpa
Yupanqui (Héctor Roberto Chavero Aramburu), nos traslada a otro paisaje: a los
cañaverales de Tucumán y su gente, a las economías regionales dependientes del
mercado interno centralizado en la zona pampeana, a las formas productivas
basadas en la estacionalidad, a los trabajadores golondrina y la precariedad de su
existencia. Vino, vidala y silencio entre hombres que trabajan bajo el sol del
invierno, los surcos de la tierra, los carros cañeros, la noche y nuevamente el
silencio son palabras que nos transportan a esta región.

(…) Por caminos tucumanos, Ya no se ven en la huella Adiós, tierra tucumana.


vino, vidala y silencio, pesados carros cañeros. Caminos que llevan lejos
se van los hombres del surco Ya no se siente el zumbido me han de separar mañana
tan pobres como vinieron. de los trapiches moliendo. de tus campos y tus cerros.

Ha terminado la zafra, Y en la noche de los campos Ya no he de ver en los surcos


dura labor de invierno. como un adiós del silencio, curtidos brazos obreros
La tierra quedó cansada donde antes hubieron cañas luchando de sol a sol
cansada como el obrero. queda la mal´hoja ardiendo. por lo que siempre es ajeno. (…)
Estas ruralidades diversas se hacen escuchar en los tonos sentidos de los cantores,
circulan y trascienden su localización absoluta y se imbrican en los aconteceres de
las ciudades bulliciosas, que emergen en las llanuras del este, como bloques de
cemento y de industrias incrustados en la tierra. Entre éstas Buenos Aires adquiere
protagonismo y es el tango su música distintiva; sus letras combinan la palabra
literaria con la oralidad cotidiana y trasmiten con emotividad formas y pasiones de
la vida urbana. Como propone Eugenio Mandrini "la historia viva de las letras de
tango se fue gestando y enriqueciendo a través de la incorporación de temas,
ámbitos y sentimientos de tal diversidad que parecieran abarcarlo todo (…), la
ciudad como personaje a la vez distante y opresivo, la embriaguez del baile y del
alcohol, los arrebatos del bandoneón, el babélico conventillo, los barrios y las calles
que ya no son lo que fueron…" (Antología, 2000: 11).

En los versos de algunos de ellos, como Viejo smoking de Celedonio Flores o Al


mundo le falta un tornillo de Enrique Cadícamo, compuestos en la década de 1930,
podemos encontrar el desaliento, la desolación, la mirada perdida y extrañada
sobre un mundo en crisis. La restricción del ingreso es palpable en estas melodías
que vislumbran la añoranza de tiempos pasados y percepción de la pobreza,
asociada con el hambre, de los sectores más vulnerables de las ciudades.

Viejo smoking (fragmento)


Campaneá cómo el cotorro va quedando despoblado

todo el lujo es la catrera compadreando sin colchón,

y mirá este pobre mozo cómo ha perdido el estado,

amargado, pobre y flaco como perro de botón.

Poco a poco todo ha ido de cabeza p'al empeño

se dio juego de pileta y hubo que echarse a nadar...

Sólo vos te vas salvando porque pa' mi sos un sueño

del que quiera Dios que nunca me vengan a despertar.

Al mundo le falta un tornillo (fragmento)

Todo el mundo está en la estufa,


Triste, amargao y sin garufa,
neurasténico y cortao...
Se acabaron los robustos,
si hasta yo, que daba gusto,
¡cuatro kilos he bajao!

Hoy no hay guita ni de asalto


y el puchero está tan alto
que hay que usar el trampolín.

Si habrá crisis, bronca y hambre,


que el que compra diez de fiambre
hoy se morfa hasta el piolín…

De esta manera, algunas palabras, algunos sonidos van delineando los territorios
vividos y nos permite acercarnos a mundos imaginarios compartidos de una época,
que marcaron el devenir de la sociedad argentina, de su tierra, de su gente y sus
modos particulares de sentirlos.

El teatro de revista como género de la “década infame”


El 10 de octubre de 1932, nuestro conocido Pepe Arias, subía a la tablas del teatro
porteño Maipo para interpretar el monólogo Muerte rea! de Antonio Botta. Se
trataba de un cuadro cómico incluido en los tantos espectáculos de revista que el
elenco teatral “Compañía Argentina de Revistas de actualidad Pepe Arias” ponía
cada noche en escena.

El texto de Botta narra la historia de un hombre desocupado que asumió con suerte
fatídica distintos lances de su vida: hijo de “alcoholista consetudinario”, probó
suerte como jugador de fútbol, bochófilo (jugador de bochas), referí, entrenador de
caballos de carreras, amaestrador de loros… pero nada lo sacó de la mala y
entonces decide salir a buscar enojado a la muerte atorranta para poner fin a una
vida francamente rea.

Ya vimos la gestualidad de Pepe Arias. Oímos su voz algo nasal y su decir


recalcado. Imaginémoslo entonces interpretando este texto del que compartimos
un fragmento:

Muerte atorrante, muerte rea, vení abajo y llevame… Me despedí


definitivamente de mi mujer y ahí nomás me preparé para ser referí. El
fútbol me tiraba. Tengo un alma suicida de la madona… Visto mi fracaso en
el referato tomé la última resolución de mi vida. Me hice amaestrador de
loros, gallináceos. Compré este ejemplar que ustedes ven aquí que me
estaba saliendo una maravilla. Ya decía viva Yrigoyen y todo. Me lo
alquilaban los radicales para la campaña electoral. En ese ínterin de tiempo
vino la revolución, y yo, que vivía en la plaza del Congreso me olvidé de
sacarlo del balcón. Empezó el tiroteo y el pobre Agapito, que así se llama
este desgraciado, creyendo que se trataba de una reunión peludista,
comenzó a gritar: "Viva Yrigoyen, viva el Klan, viva el Peludo, viva el
Viejo". ¡Fin! Cómo quedé yo y cómo quedó el loro después de esta
emergencia, para qué os voy a narrar mis distinguidos escuchas. Ahora a
este desgraciado que se quedó mudo lo único que se le ocurre decir de
cuando en cuando es: "¡Bum! Laralara, laralara… loroloro, loroloro, ¡bum!
Laralara, laralara". Muerte rea. Muerte atorranta, abajá abajo y llevame.
¿No abajás? Entonces voy a buscarte.
La revista cruzaba la tradición con la modernización. Había allí ecos de las voces de
un patio de conventillo a lo Florencio Sánchez o Vacarezza, pero también sonaba la
novedad musical y la presencia de objetos modernos de la vida urbana en
expansión. Se trataba de un género que fundamentalmente daba lugar al habla
popular y a la representación de esos hablantes, claramente excluidos de otras
narrativas expresivas. En los 20 la influencia del teatro parisino sumó algunos
procedimientos teatrales que dotaron a la revista de su componente exótico en
escena: el atractivo de las vedettes, el lujo de vestuarios y los despliegues de
coreografías en el escenario comenzaron a ser parte constitutiva del género.

Hacia los 30 la revista porteña inició su época de masividad y plenitud. Entre bailes,
tangos, canciones y entremeses teatrales, el humor de actualidad y político ganó
presencia.

La referencia a lo actual se lee en los nombres de los cuadros cómicos incluidos en


las piezas: Buenos Aires está seco; El balance está a la vista; Sonaste 1932; Un
millón para la langosta; El cabaret de los pobres; El mundo al revés, entre muchos
más, remiten a la centralidad de la crisis económica y al sinsentido que también
describía el tangoCambalache para la misma época.

La presencia en la escena revisteril de personajes populares como el pobre


amaestrador de Agapito, víctima de los efectos de la mishiadura –haciendo honor al
lunfardo de Muerte rea!– convivía con los monólogos que hacían referencia directa
a acontecimientos políticos contemporáneos. Alicia Aisenberg en un artículo sobre
Pepe Arias, compilado por el investigador teatral Osvaldo Pelettieri, menciona
algunos sketches politicos. En El jardinero de Martín García (1931) –título que alude
a Hipólito Yrigoyen– se satiriza la presencia femenina en la burocracia del gobierno
radical y se denuncia la situación de los verduleros, victima de la competencia
desleal ocasionada por la política radical de plantación de árboles frutales en la
acera municipal. Por su parte, en Pepe Arias dictador (1932) el actor caracterizaba
al mismísimo Hitler. Good Bye 1934 satiriza los principales acontecimientos del año,
especialmente el conflicto entre los frigoríficos extranjeros y la Comisión
investigadora del Comercio de Carnes creada por Lisandro de la Torre. En Pepe
Arias presidente (1936) se sustituía sin más la Ley Saenz Peña y la elección
presidencial pasaba a regirse por una suerte de lotería que sorteaba el cargo entre
los personajes más populares de la Argentina.

El éxito de la revista probablemente se haya debido al empleo de la picaresca y la


parodia –por momentos rayana en el absurdo– como estrategias de representación
popular de los efectos de la crisis económica y de una política conservadora que
mueve a la burla.

El autor de Muerte rea!, entrevistado en la Nación, hablaba así del género:

Yo creo que la revista no es un género que permita trazar normas o establecer


orientaciones a priori, sino una forma de teatro accidental y variable, una especie de
periodismo objetivado, en el cual la sucesión de hechos imprevistos casi siempre dará
apoyo más o menos sólido a la pluma del comentarista. A mayor abundancia de
actualidades, sea el campo político, social, o simplemente en acontecimientos que
tengan su aspecto satirizable hallará el autor más materia para su trabajo. (Antonio
Botta, La Nación, 22/03/1937)
Como sucedía en la prensa masiva de la época, la diversidad del relato, la
posibilidad de incorporar la variación, lo imprevisible, lo ridículo, permitía a la
Revista teatral hablar de una realidad desestructurada y crítica y movilizar
identificaciones de los espectadores.

Un arquitecto en las provincias


En la clase anterior se afirmaba que en los años 30 se llevó a cabo una profunda reconfiguración
del territorio nacional, con un fuerte incremento de la obra estatal en todo el país y en el marco de
una supuesta incorporación de “regiones de la patria” que habían sido hasta entonces relegadas
(en sentido productivo pero también en términos de consumo turístico-cultural). Surgieron en
aquel momento numerosas impugnaciones al pampeano-centrismo que había dominado el mapa
nacional anterior. En ese sentido, y junto a la multiplicación de los kilómetros de la red caminera,
mencionábamos la acción del Automóvil Club Argentino y de YPF en la consecución de un plan
nacional de estaciones de servicio que pudieran proveer de combustible a todos los rincones del
país. En 1943, el ingeniero-arquitecto que estuvo a cargo del diseño integral de esa campaña (que
incluyó no sólo los edificios sino también la proyección del famoso hombre-ruta y con cabeza de
rueda que sigue presidiendo muchas de esas obras), Antonio Vilar, publica un extenso texto
balance en la revista Nuestra Arquitectura. En gran parte de la publicación revisa lo actuado desde
1936 y analiza con detalle (acompañado de planos y fotografías) los detalles arquitectónicos y
técnicos de las distintas series realizadas para ACA-YPF. Sin embargo, nos interesa traer ese texto
porque, incluso desde el interior de su disciplina, Vilar se hace eco de varios de los tópicos que
atraviesan la ensayística de aquellos años.
La nota de Nuestra Arquitectura iba acompañada de diferentes imágenes del interior, como ésta, de la
estación en San Antonio de la Paz en Catamarca.

Si bien la primera tanda de estaciones fue construida en líneas “racionalistas”, lo


cierto es que a partir de cierto momento esto se modifica. Cualquiera que vea la
serie completa se dará cuenta de que aparecen las tejas, la cubierta a dos aguas y
otros materiales autóctonos que no estaban precisamente dentro del repertorio de
la cristalina “arquitectura moderna”. Así, en el texto, la modificación de la expresión
arquitectónica es en un primer momento explicada por el encarecimiento del hierro
debido al contexto de la Segunda Guerra, pero, prontamente, surgen otros
motivos: el “descubrimiento” del interior en clave estética y social por parte de
Vilar. “Gracias a la honrosa misión que el ACA me ha confiado y en la que he puesto
mi mayor entusiasmo, he visto y «aprendido» mucha Patria en largos y a veces
azarosos viajes desde La Quiaca a la Patagonia, ya que se han requerido algunas
vueltas por esos caminos de Dios para inspeccionar las estaciones hechas”, escribe
inaugurando en su texto la figura del conocedor de una realidad que antes estaba
velada y que contribuía, en su ausencia, a una imagen sólo aparente de lo
argentino. En el medio de la crisis económica y política, dice María Pia López, “las
imágenes de lo falso, y de la existencia como farsa, en Argentina se vuelven claves
durante la década del 30”. Para Vilar, sus viajes para inspeccionar las obras lo han
puesto en contacto con una realidad que lo transforma y que “todo argentino”
debería conocer. “Estos viajes han tenido mucha similitud con los de Turismo y con
lo que exige la dura vida rural, por lo que en realidad siento que estas
observaciones son inherentes al hecho de «andar» como argentino a través de
nuestra Patria, lo que es precisamente la más noble finalidad de la obra del ACA.” A
diferencia de la visión espectacular de la Argentina que se tiene desde el avión,
Vilar apela a la “verdad del camino”:

“para conocerlo en todos sus aspectos y sobre todo en los humanos que son
primordiales y atañen a nuestra responsabilidad, hay que andar por la tierra,
pisándola; ni siquiera en auto… a lo más en esos heroicos y destartalados colectivos
de campaña (que se están quedando sin gomas y sin nafta habiendo tanta en Buenos
Aires) y que para un solo viaje de cientos de kilómetros, metidos entre el polvo o
encajados en el barro, salen antes que el sol y llegan a destino cuando ya se ha
puesto”.
Vilar accedía entonces a la realidad social del interior que escondía, como afirmaban
otros ensayos de la época, una promesa de pureza espiritual y de valores
auténticos contrapuestos a la vida de los mayores centros urbanos, verdaderas
metrópolis sumidas en una modernización supuestamente desarticuladora de toda
vida en común.

“El turbio aire de la gran ciudad intoxica; su ruido distrae y atolondra;


su luz encandila y enceguece; su internacionalismo desarraiga y
enfría…; su corrupción tienta y atrae; su artificio y vanidad alejan de lo
verdadero y natural; su nerviosa lucha tras las ambiciones que provoca,
crea odios feroces; sus exageradas e injustas «diferencias»
desmoralizan. (…) El progreso en el interior del país tiene el mismo
«doble filo» de que ha sido víctima nuestra Capital y sería muy
oportuno aprovechar la experiencia. Ese progreso material,
erróneamente apreciado arrasa a menudo con muchas cosas buenas,
bellas y útiles que no pueden volverse a hacer y sólo podrían
reemplazarse con otras, conscientes de aquellas cualidades perdidas.”
Por supuesto, esta escisión, entre un falso y corrupto país urbano –cifrado sobre
todo en Buenos Aires– y el verdadero país rural –escisión que recuerda a la
establecida entre la “tierra adentro” y “la ciudad litoral” del Scalabrini de Política
británica en el Río de la Plata–, no era leída de la misma manera por todos los
testigos del 30, ni todos harán de los nuevos ritmos de la modernización urbana un
objeto de pesimismo o de pesar. El caso de Arlt, citado en esta clase, sería claro
ejemplo de esto último.

“Nuestro país, como todos, tiene sus pedazos malos… y al «conocer» con
humanitario y justiciero espíritu la situación involuntaria (y aunque fuera voluntaria)
de muchos pobladores y poblaciones del interior, «comprendemos» que ese estado
de miseria no debe subsistir.”
Aunque el “llamado de conciencia” de Vilar y su denuncia de las desigualdades
encontradas en las provincias era realizada desde una perspectiva humanista y
cristiana y en modo alguno movilizaba valencias emancipatorias o de radicalismo
político, la discusión que él planteaba no era exclusivamente moral. Porque el
“descubrimiento” del interior no sólo le hizo modificar su “idioma” arquitectónico
(experimentando con expresiones que incorporaban lo local al canon más
moderno), sino que lo llevó a plantearse los problemas de una producción seriada
que pudiera resolver cuestiones de vivienda y producción y una recuperación muy
concreta de ciertas operaciones estatales (como las de YPF) que, según él,
repercutían en la independencia económica del país y en beneficio de una más
igualitaria organización de todas sus regiones. Si en los 30 el antiimperialismo se
declinó de muchas maneras y desde perspectivas políticas muy diversas,
encontramos también en el arquitecto Vilar frases elocuentes en ese sentido: “hay
otros [extranjeros] y cada vez más, que sólo desean explotarnos y avasallarnos,
con la fuerza maldita de su dinero”.
Roberto Arlt, crítico de la clase media
En la clase anterior, abríamos uno de los apartados (el dedicado a la multitud y la
industria cultural) con una cita de David Viñas que refería a la filmación de los
funerales de Carlos Gardel siendo anticipados, en esta línea –la del registro
cinematográfico de exequias públicas–, por los de Valentino y presagiando a los de
Evita. Además de los sentidos que condensa, se verifica en aquella cita de Viñas la
persistencia de un método que caracteriza su obra: develar prefiguraciones y
señalar consumaciones de lo que para él son presencias constantes. A estas
presencias las ha llamado muchas veces “manchas temáticas” y gracias a ellas es
que encontramos, en su abordaje crítico de la literatura argentina, un armado de
series históricas que rompen cualquier interpretación lineal del acontecimiento
literario porque, de hecho, la linealidad de los procesos sociales y culturales que lo
enmarcan, entendida ésta como sucesión de casos que se enlazan por relaciones
sucesivas de causa-efecto, queda asimismo jaqueada. Así, si lo que sucede –sin
perjuicio de su particularidad histórica–, consuma por un lado una figuración previa,
por el otro anticipa lo que, quizás con nueva fachada, aparecerá con posterioridad.
Se trata de una posición en el dilema de los estudios del material literario: la
literatura ¿dice un puñado de cosas mediante una variedad incesante de formas o
son temas inagotables tratados por un número limitado de procedimientos?

Como fuere, una de las “manchas temáticas” que vertebran el riguroso trabajo de
Viñas es la cuestión de la violencia oligárquica, cuestión a la que la literatura
argentina no ha sido ajena sino agente fundamental. Pero si junto a las armas de la
Nación hubo siempre libros (el “libro nacional” ha sido una búsqueda constante de
los sectores dominantes), en paralelo se desarrolló un tipo de literatura de denuncia
que funciona como su contraparte; a esa zona pertenecen los escritores
heterodoxos y que, por esa condición, están expuestos al riesgo de la sanción. Es el
caso de los escritores aludidos por Viñas en la próxima cita. Se trata del artículo
“Rodolfo Walsh, el ajedrez y la guerra”. Dice Viñas allí, “el derrotero crítico de
Walsh culmina en Operación masacre, de 1957, ese testimonio fundamental que
por su movimiento de página y por su entonación se graba con nitidez en un curso
trágico: el que inaugura José Hernández con sus comentarios al degüello del
Chacho Peñaloza en 1863, prolongado en el aguafuerte de Roberto Arlt con la
descripción del fusilamiento de Severino Di Giovanni en 1931”.

Nos interesa de este trazo la posición intermedia de Roberto Arlt. Está claro a
dónde apunta la crítica de Viñas: hacia la descarga represiva de las clases
dominantes argentinas sobre los sectores populares identificados siempre como
enemigos de la Nación: gauchos rebeldes en una punta, obreros conspiradores en
la otra. Pero repetimos que no quisiéramos dejar de considerar, por ser un escritor
de los años 30, la perspectiva un tanto bifronte de Roberto Arlt en la serie. Hacia
atrás parece estar viendo las formas tradicionales de la violencia oligárquica,
formas en las que lo que es o no estatal parece una distinción carente de
importancia; hacia adelante, las formas en que esa misma agresión de clase sobre
los cuerpos concretos de los sectores populares es ejercida plenamente desde el
aparato estatal con amparo, incluso, de la trama judicial. Arlt, el escritor que se
consolida al tiempo que los sectores medios consolidan sus gustos, en el medio:
oscilando entre distintas formas de la violencia pero también basculando entre el
gaucho y el obrero, no queriendo ser ninguno; o –en un emplazamiento que se va
fortaleciendo hacia el 30– entre los sectores populares y el poder oligárquico,
deseando no ser el primero, ni pudiendo participar del segundo. Lo que puede
parecer una comodidad, estar en el medio y no tender a las puntas, para Arlt es,
sin embargo, humillante. La pertenencia a ese espacio equidistante y la vacilación
entre ir hacia un lado o hacia otro para finalmente no ir hacia ninguno es lo que
verdaderamente humilla. Ni se es, ni se quisiera ser gaucho como no se es ni se
quisiera ser obrero; tampoco se podrá ser Estado pues la democracia es, por el
momento, una experiencia cerrada desde el 6 de setiembre. Se es testigo
complaciente y nervioso, en todo caso, de lo que, desde la clase media, resulta tan
ominoso como cercano y que, por lo mismo, parece merecer que la sanción –en
cualquier de sus formas: estatal o como fuera– tenga la eficacia del tiro de gracia.

El texto que sigue es un fragmento del “aguafuerte” a la que se refiere David Viñas
en la cita que hacíamos más arriba. Las “Aguafuertes” fueron columnas que
Roberto Arlt publicó de manera cotidiana (con alguna interrupción) en el diario El
Mundo desde que salió por primera vez a la venta, el 14 de mayo de 1928, hasta el
día de su muerte, el 26 de julio de 1942. En tan considerable lapso, estas
aguafuertes fueron variando tanto de tonos como de temas: desde el costumbrismo
para el retrato de los tipos urbanos, hasta una modulación más reflexiva cuando se
trataba de considerar una situación política de escala nacional o mundial, pasando
por el crudo realismo si se trataba de denunciar irregularidades en instituciones
públicas. Aquí les dejamos, entonces, un fragmento de “He visto morir...” (El
Mundo, 7 de febrero de 1931), crónica del fusilamiento del anarquista Severino Di
Giovanni, apresado el 29 de enero de 1931 y ejecutado tres días más tarde por
aplicación de la ley marcial.

Foto de Severino Di Giovanni en las


horas previas a su fusilamiento, aparecida enCaras y Caretas, Nº 1688,
7/2/1931, con el siguiente epígrafe:“La recia figura de Di Giovanni, el cual
muestra las ropas desgarradas, por haberse resistido a comparecer, es
conducido con las esposas puestas ante el tribunal que lo condenó”.

He visto morir...
Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanosos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina
el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran
a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados.
Ruidos de culatas. Más sombras que galopan.
Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.

[…]

Habla el Reo.

-Quisiera pedirle perdón al teniente defensor...

Una voz: -No puede hablar. Llévenlo.

El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a
las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico.
Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quien sabe!.

El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira


arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas
abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el
mate.

Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que
cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de
derecha a izquierda y se deja amarrar.

Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado.


Éste grita:

-Venda no.

Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero
permanece así, tieso, orgulloso.

Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se ordene a la tropa,
perpendicular al pelotón fusilero, retirarse unos pasos.

Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza,


en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será
para recibir las balas?

-Pelotón, firme. Apunten.

La voz del reo estalla metálica, vibrante:

-¡Viva la anarquía!

-¡Fuego!

Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de


papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde
con las manos tocando las rodillas.

Fogonazo del tiro de gracia.


Muerto.

Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece
sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a los pies del cadáver. Quita los
remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el
condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira
con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala
palabra.

Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los
labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez de Última hora, Enrique Gonzáles Tuñón,
de Crítica y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se
reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que
rezara:

 Está prohibido reírse.

 Está prohibido concurrir con zapatos de baile.

Combates por la historia


Año 1923. En su libro Fervor de Buenos Aires, el más celebrado de los escritores
nacionales (y para muchos el menos argentino) incluía la siguiente poesía:

En la sala tranquila
cuyo reloj austero derrama
un tiempo ya sin aventuras ni asombro
sobre la decente blancura
que amortaja la pasión roja de la caoba,
alguien, como reproche cariñoso,
pronunció el nombre familiar y temido.
La imagen del tirano
abarrotó el instante,
no clara como un mármol en la tarde,
sino grande y umbría
como la sombra de una montaña remota
y conjeturas y memorias
sucedieron a la mención eventual
como un eco insondable.

Famosamente infame
su nombre fue desolación de las casas,
idolátrico amor en el gauchaje
y horror del tajo en la garganta.

(…)

Ahora el mar es una larga separación


entre la ceniza y la patria.

Ya toda vida, por humilde que sea,


puede pisar su nada y su noche.

Ya Dios lo habrá olvidado


y es menos una injuria que una piedad
demorar su infinita disolución con limosnas de
odio. El propio Borges incluye esta
nota en la parte final del libro en
la reedición de 1969: “Hacia
1922 nadie presentía el
revisionismo. Este pasatiempo
En este poema Borges retrata con
consiste en «revisar» la historia
extraordinaria fidelidad lo traumática que
argentina, no para indagar la
resultaba la figura del “tirano” para los grupos
verdad sino para arribar a una
intelectuales y políticos cercanos al ideario
conclusión de antemano
liberal, y para la élite económico-social
resuelta; la justificación de Rosas
forjadora de la Argentina moderna. Además
o de cualquier otro déspota
resulta conveniente detenerse en esta obra
disponible. Sigo siendo, como se
pues en sus líneas parece anunciarse (de
ve, un salvaje unitario”.
manera errónea) que Rosas está condenado al
olvido y su figura irá desapareciendo de la memoria colectiva.

En el año 1934 se produce un acontecimiento significativo que marca un punto de


inflexión en los combates por la memoria que agitan a la década. En cierta medida
está preanunciado en los versos de Borges: “Ahora el mar es una larga separación
entre la ceniza y la patria.”

Algunos consideran que es el momento de finalizar esa larga separación… En la


provincia de Santa Fe se crea una comisión para repatriar los restos de Juan Manuel
de Rosas. Conociendo el fracaso de esa iniciativa, habrá que esperar al año 1989
para ver concretado ese anhelo. No obstante, esto reaviva la polémica alrededor
del personaje que desde fines del siglo XIX se vuelve a poner en consideración,
tanto desde un miembro de la historiografía liberal que reconoce en el restaurador
de las leyes a un defensor de la soberanía (Adolfo Saldías), como desde el ensayo
social positivista que se propone analizar su tiempo desde perspectivas científicas,
desmitificando la imagen del tirano impuesta por el liberalismo en los orígenes de
esa historiografía (Ernesto Quesada). Tal iniciativa provocó airadas reacciones. A
modo de ejemplo destacamos el editorial del diario La Nación del día 21 de junio de
1934:

“(…) Toda intención reivindicatoria que quisiera darse a esa iniciativa chocaría con
convicciones y sentimientos profundos, justificados por el recuerdo imborrable de
muchas cosas nefastas; recuerdo que parece tener un eco indignado y doloroso en
ese artículo 29 de la Constitución del 53, que marca con el estigma de infames
traidores a la patria a los que intenten conferir a un gobernante facultades
extraordinarias o la suma del poder público, cuyo ejercicio en manos de Rosas resultó
el más terrible de los ejemplos.”

Este párrafo no solo demuestra el


encono que en ese tiempo despertaba en
los medios más tradicionales la figura del
caudillo, sino que también permite
reflexionar, tal cual lo señala Diana
Quattrocchi-Woisson, acerca del poco
celo mostrado por el diario de la familia
Mitre para remarcar el artículo 29 de la
Constitución durante los golpes militares
anteriores y posteriores.

Pero la década de 1930 es un tiempo


clave en la reivindicación de la figura de
Rosas y en la consolidación del
movimiento historiográfico revisionista
que se propone intervenir en los debates
públicos y cuestionar los relatos
hegemónicos del pasado. Es cierto que
Juan Manuel de Rosas es el tema
aglutinante, y esto se expresa en las
Entre las principales obras podemos principales obras de este movimiento
señalar Juan Manuel de Rosas. Su vida, que giran alrededor de su figura.
su drama, su tiempo (1930) de Carlos
Ibarguren; Ensayo sobre Rosas (1936) de Pero también otras preocupaciones
Julio Irazusta; Vida de Don Juan Manuel aparecen en la agenda y desde el
de Rosas (1940) de Manuel revisionismo se cuestiona el predominio
Gálvez; Defensa y pérdida de nuestra del puerto sobre el interior, la
soberanía económica (1941) de José María interpretación del pasado en clave liberal
Rosa. (Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López),
la mirada denigrante o directamente
ignorante de la acción de los pueblos y sus líderes naturales (los caudillos), el
alejamiento de las tradiciones hispano-católicas promovido por una élite
europeizante, y el papel jugado por las clases dominantes para permitir el ingreso y
explotación del capital extranjero, fundamentalmente el británico. Este programa
compromete a la activa participación de intelectuales que desde variadas
identidades políticas se reconocen como nacionalistas y militan a favor de revisar el
pasado y correr el velo oculto por la “historia oficial”, escrita por los vencedores de
Caseros. Para esto se agrupan en el Instituto Juan Manuel de Rosas de
Investigaciones Históricas, expresión institucional del revisionismo, creado en
agosto de 1938. Este centro de estudio encuentra su adversario ideológico en la
Academia Nacional de Historia, organizada en el mismo año, sobre la base de la
vieja Junta de Historia y Numismática creada por Bartolomé Mitre a fines del siglo
XIX. Las palabras de Ernesto Palacio, uno de los más activos participantes de este
grupo y el primero que habla de “historia oficial”, ejemplifican el contexto al que
hacemos referencia.

“No entraré a considerar las causas que dieron origen a lo que llamo la versión oficial
de nuestra historia, ni la legitimidad de la misma, porque ello nos llevaría a
enfrentarnos con los problemas fundamentales del conocimiento histórico. Diré
solamente que dicha versión no se ha independizado, que sigue siendo tributaria de la
escrita por los vencedores de Caseros, en una época en que se creía que el mundo
marchaba, sin perturbaciones, hacia la felicidad universal bajo la égida del liberalismo
y que no se sospechaban los conflictos que acarrearía la revolución industrial, ni la
expansión del capitalismo, ni la lucha de clases, ni el fascismo ni el comunismo.
Impuesta por Mitre y por López, ahora tiene por paladín al antes citado doctor
Levene, lo que, en mi entender, es altamente significativo. Fraguada para servir a los
intereses de un partido dentro del país, llenó la misión a la que se le destinaba: fue el
antecedente y la justificación de la acción política de nuestras oligarquías
gobernantes, o sea el partido de la “civilización”. No se trataba de ser independientes,
fuertes y dignos; se trataba de ser civilizados. (…) Es la angustia por nuestro destino
inmediato lo que explica el actual renacimiento de los estudios históricos en nuestro
país, con su consecuencia natural: la exaltación de Rosas. (…) La primera obligación
de la inteligencia argentina consiste hoy en la glorificación –no ya en la rehabilitación–
del gran caudillo que decidió nuestro destino (Rosas).”
Los historiadores coinciden en que el revisionismo no fue solo un momento
historiográfico, sino que además constituyó una respuesta de los sectores
nacionalistas a “la angustia por nuestro destino inmediato”, tal como lo señala
Palacio. Sus integrantes están influidos por el fracaso del proyecto autoritario de
Uriburu, al que muchos suscribían. También condenan al colonialismo en el
contexto del pacto Roca-Runciman y el escándalo suscitado por las investigaciones
de la comisión encabezada por el senador Lisandro de la Torre. Las denuncias de
corrupción y connivencia de las autoridades argentinas y los propietarios de los
frigoríficos extranjeros agitaron las aguas del nacionalismo y el antiimperialismo en
el que abreva el revisionismo, fundamentando su intervención en el pasado en
términos ético-políticos y mostrándose como la verdadera historia nacional. No será
la única vez que confronten diferentes visiones del pasado en una polémica
historiográfica. La corriente revisionista de los treinta se convirtió en el sentido
común histórico para muchos argentinos, pese a la mirada peyorativa de algunos
historiadores como Tulio Halperin Donghi, que lo definió como “esa corriente
historiográfica cuyo vigor al parecer inagotable no ha de expresarse por la
excelencia de sus contribuciones, en verdad modestísimas”. Pese a estas miradas,
tendrá una presencia importante en el campo intelectual y en los debates acerca de
cuál es la “verdadera” historia, debates que continuarán abiertos por largo tiempo.

Para seguir pensando

La siguiente es parte de la bibliografía citada en la clase:

 Alicia Aisenberg, “Actualidad y transformaciones culturales en las


representaciones de Pepe Arias”, en Osvaldo Pelletiteri (dir.), De Eduardo
de Filippo a Tita Merello. Del cómico italiano al actor “nacional argentino”
(II), Galerna, Buenos Aires, 2003.
 Antología, Los poetas del tango, Colihue, Buenos Aires, 2000.
 Roberto Arlt, "He visto morir" en Roberto Arlt, Obras II, Losada, Buenos
Aires, 1998
 Jorge Luis Borges, Poesías, Editorial Kapelusz, Buenos Aires, 1977.
 Alejandro Cattaruzza, Historia de la Argentina 1916-1955, Siglo XXI, Buenos
Aires, 2009.
 Fernando Devoto y Nora Pagano, Historia de la historiografía argentina,
Sudamericana, Buenos Aires, 2009.
 Alcides Greca, Tras el alambrado de Martín García, Editorial Tor, Buenos
Aires, 1934
 Alejandro Grimson, Los límites de la cultura, Siglo XXI, Buenos Aires, 2012.
 Tulio Halperin Donghi, Ensayos de historiografía, Ediciones El Cielo por
Asalto, Buenos Aires, 1996.
 Tulio Halperin Donghi, La República imposible (1930-1945), EMECE, Buenos
Aires, 2007
 Ernesto Palacio, La historia falsificada, Difusión, Buenos Aires, 1939.
 Diana Quattrocchi-Woison, Los males de la memoria. Historia y política en la
Argentina, EMECÉ Editores, Buenos Aires, 1995.
 Oscar Terán, Historia de las ideas en la Argentina. Diez lecciones iniciales,
1810-1980, Siglo XXI, Buenos Aires, 2009.
 Antonio Vilar, “El ACA al servicio del país”, en Nuestra Arquitectura, Nº1, enero
de 1943.
 Viñas, David, “Rodolfo Walsh, el ajedrez y la guerra”, en Viñas,
David, Literatura argentina y política. De Lugones a Walsh, Vol. 2, Santiago Arcos
Editor, Buenos Aires, 2005.

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