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5.2.

Segundo nivel: duda del conocimiento racional

Tercer paso: a) Vimos que bastaba que yo pueda poner algo en duda para considerarlo falso (no importa mediante qué recursos), ahora
vamos a poner a prueba esas verdades matemáticas. Descartes nos dice que tiene la idea de que existe un Dios todopoderoso que lo ha
creado, pues bien, “podría ocurrir que Dios haya querido que me engañe cuantas veces sumo dos más tres, o cuando enumero los lados de
un cuadrado, o cuando juzgo de cosas aún más fáciles que esas, si es que son siquiera imaginables”.

b) Mediante el «argumento del Dios engañador», Descartes ha puesto en duda a los conocimientos surgidos de la propia razón. Por ello es
que ahora no sólo los conocimientos matemáticos, sino también los conocimientos racionales en general caen dentro del campo de la duda.

c) Pareciera que no hay residuo, que la duda lo abarca todo. Pero, remarquemos el pareciera, ya que tendremos que esperar al próximo
paso para encontrar aquello que se escapa a la duda.

Cuarto paso: a) Descartes abandona el argumento basado en la posibilidad de la existencia de un Dios engañador, porque si Dios existiera
(cosa que aún no está demostrada) el engañarme iría contra lo que suele ser, por definición, atributo propio de Dios: la bondad[5].Es por
eso que reemplaza el argumento del tercer paso por lo que se ha llamado la «hipótesis del genio maligno».

Este argumento dice así: es posible suponer que existe un “cierto genio maligno, no menos artero y engañador que poderoso, el cual ha
usado de toda su industria para engañarme”.

Hagamos la aclaración que tanto el «argumento del Dios engañador» que Descartes abandona, como la «hipótesis del genio maligno» que
lo reemplaza, tienen el mismo status gnoseológico[6]. Descartes se encarga de señalar que prefiere hablar del «genio maligno» en tanto
no hiere determinados espíritus que podrían sentirse ofendidos por hablar de Dios como engañador. Aclaremos también, que tanto el «Dios
engañador» como el «genio maligno» están planteados como posibilidad, es decir, no se afirma su existencia (si así fuera ya nos
encontraríamos con algún conocimiento cierto: Dios existe o el «genio maligno» existe), sino su posibilidad, o sea, tienen carácter hipotético.
Observemos además, que tanto el «Dios engañador» como el «genio maligno» son los argumentos que le permiten a Descartes poner en
duda los principios de la razón misma. Señalemos, por último, que en este segundo nivel de la duda, Descartes necesita plantear una instancia
exterior (Dios o genio maligno) para dudar de lo racional. En el primer nivel los argumentos surgían del proceso de conocimiento mismo,
ahora, en cambio, la razón no puede dudar de sí misma y para ello debe generar una instancia exterior a ella.

b) Todo el conocimiento, aún el de las verdades simples ejemplificadas mediante las matemáticas, cae bajo la duda. En el comienzo de la
segunda meditación resume el alcance de la duda del siguiente modo: “Así pues, supongo que todo lo que veo es falso. Estoy persuadido de
que cuanto mi mendaz memoria me representa no ha existido jamás; pienso que carezco de sentido; creo que cuerpo, figura, extensión,
movimiento, lugar, no son sino quimeras de mi espíritu. ¿Qué podré entonces tener como verdadero? Acaso sólo esto, que nada hay cierto
en el mundo”.

c) Aparentemente no hay residuo: “nada hay cierto en el mundo”. Si las Meditaciones concluyesen en este punto la duda cartesiana resultaría
escéptica. Aguardemos al próximo acápite para encontrar aquello que será el residuo de todo el proceso de la duda y, por tanto, la
primera evidencia.

Resumamos lo visto hasta el momento: el conocimiento se origina o en los sentidos, o en la razón. De los sentidos se duda a partir de que
solemos equivocarnos y por la imposibilidad de distinguir el sueño de la vigilia: de la razón mediante el argumento del «Dios engañador» y
del «genio maligno». Como resultado pareciera que no hay ningún conocimiento verdadero y que el camino cartesiano coincide con el
escéptico.

Notemos además que la duda, que ha llegado al máximo de cuestionamiento, lo ha hecho siempre dentro del campo especulativo, es decir,
no afecta al ámbito práctico[7]. Por eso es que Descartes indica que no hay riesgo en el dudar: “no puede haber peligro ni error en ese
modo de proceder, y nunca será demasiada mi presente desconfianza, puesto que no se trata de obrar, sino sólo de meditar y conocer”.

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