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Una vez asumido que el poder produce consecuencias significativas, Lukes divide las
teorías del poder en dos grandes grupos:
*Desde Hobbes hasta aquellos especialistas en ciencia política que sostienen una
postura conductista en el debate contemporáneo sobre comunidad y poder, y que
disciernen el poder poniendo de manifiesto «quién prevalece en la toma de
decisiones», esta es la concepción más nítida del poder, y también la más estrecha.
El primer componente del concepto de autoridad, entonces, es dar y aceptar una razón
que es al mismo tiempo una razón de orden primero para la acción o la creencia y una
razón de orden segundo que mueve a dejar de lado razones que se opusieran.
Conviene señalar aquí algunos puntos. En primer lugar, dar una de estas razones (es
decir, ejercer la autoridad) no necesariamente es intencional: puedo aceptar como
auto- ritativo lo que tú propones, a saber, a modo de consejo. En segundo lugar, que un
determinado caso se considere un ejemplo de autoridad dependerá del punto de vista
desde el cual se lo entienda. Puedo utilizar el término de una manera «normativa» o
no relativizada: en este caso juzgo si se ha dado una razón autoritativa (en contra de
patrones que a mi juicio pueden ser objetivos). O puedo (en mi condición de sociólogo,
por ejemplo) emplear el término de manera «descriptiva» o relativizada. Aquí se abren
por lo menos dos posibilidades. Puedo individualizar qué razones son autoritativas por
referencia a las creencias y actitudes de los que están sujetos a la autoridad (es lo que
se llama autoridad de jacto) o por referencia a un conjunto de reglas que imperan en
determinada sociedad, no importa lo que crean los que participan en determinada
relación (es la autoridad de jure). Este es el punto de vista de los teóricos del derecho,
y también el de Max Weber. «En un caso concreto —escribe Weber— el cumplimiento
de la orden pudo haber estado motivado por la convicción de que ella era correcta, o
por el sentido del deber del sometido a la autoridad, o por miedo, o por una costumbre
“inadvertida”, o por el deseo de obtener algún beneficio. Sociológicamente estas
diferencias pueden no ser pertinentes». El sociólogo «normalmente partirá de la
observación de que poderes “fácticos” de mando por lo común pretenden existir “en
virtud de la ley”. Es exactamente por esto que el sociólogo no puede omitir el aparato
conceptual de la ley». El tercer punto es que es posible una variación considerable con
respecto al dominio de las razones opuestas que la razón autoritativa excluye. Si estoy
sujeto a la autoridad, puede ocurrir que se me permita actuar según mi conciencia o
respetando algunos de mis intereses (como el de supervivencia, según Hobbes, o el
miramiento por mí mismo, según J. S. Mili) o sobre la base de la autoridad de otro, por
ejemplo la del rey, si está presente dentro de la jurisdicción de un señor feudal. La
autoridad, en este análisis, no depende de que una razón prevalezca sobre otras que se
le oponen por ser ella más ponderable, sino porque estas carecen de todo peso. Puede
ocurrir que se excluyan entonces razones muy ponderables: lo que importa es que la
autoridad excluye la acción o la creencia basadas en la ponderación de razones. Desde
luego, los que aceptan la autoridad suponen que los pronunciamientos autoritativos
contienen, según lo señala Friedrich, «el potencial de una elaboración racional». La
autoridad, como la intuición, se considera entonces como un atajo que lleva adonde se
supone que lo haría la razón.
«Kent: . . . tenéis en vuestro gesto lo que me atrevería a llamar señorío. Lear: ¿Qué es
eso? Kent: Autoridad».