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La Didajé o Doctrina de los Doce apóstoles

La Didajé, primer vade-mecum de los misioneros en


el medio judío-cristiano, tuvo sucesivas redacciones.
Sigue las etapas de la catequesis y tiene una parte doc-
trinal y una parte litúrgica. El libro está organizado en
los siguientes apartados: los dos caminos, el bautismo,
el ayuno, la oración, la eucaristía. Las directrices litúr-
gicas describen la organización de la Iglesia, la reunión
dominical, la preparación para el retorno de Cristo,
con la oración maranatha, conservada en arameo.

Texto: La plegaria eucarística

Con respecto a la Eucaristía así daréis gracias:


Primero sobre el cáliz:
Te damos gracias, Padre nuestro,
por la santa viña de tu siervo David,
que nos diste a conocer
por medio de Jesús, tu siervo.
A ti sea la gloria por siempre.
Y sobre la fracción del pan:
Te damos gracias, Padre nuestro,
por la vida y el conocimiento que tú nos has dado
por Jesús, tu hijo,
A ti sea la gloria por siempre.
Como este pan partido estaba disperso sobre las colinas
así sea una tu Iglesia
desde los confines de la tierra en tu reino.
Porque tuya es la gloria y el poder
Por Jesucristo para siempre. [...]
Después de saciaros, así daréis gracias:
Te damos gracias, Padre santo,
por tu santo nombre, que has incrustado en nuestros
corazones,
y por el conocimiento y fe e inmortalidad
que nos diste a conocer por medio de Jesús, tu siervo.
A ti la gloria por siempre.
Tú, Señor todopoderoso,
creaste todas las cosas
y has dado alimento y bebida a los hombres para
disfrutarlo
y que te den gracias.
Pero a nosotros tú nos has otorgado
comida y bebida espirituales y vida eterna
por (Jesús) tu siervo.
Ante todo, te damos gracias
porque tú eres poderoso.
A ti la gloria por siempre.
Acuérdate, Señor, de tu Iglesia:
líbrala de todo mal,
hazla perfecta en tu amor
y reúne de los cuatro vientos a la santificada
en el Reino
que le has preparado.
Porque tuyo es el poder y la gloria por siempre.
¡Venga la gracia y pase este mundo!
¡Hosanna al Dios de David!
Se acerque el que sea santo. El que no lo sea, se convierta.
¡Marana tha! Amén

Trad. T. H. Martín, en Textos cristianos primitivos,


Sígueme, Salamanca, 1991, p. 51-52.

JUSTINO, teólogo laico y santo

Nació en Nablus, (Flavia Neápolis), en Palestina,


cerca de la antigua Siquén, en el seno de una familia
de colonos de lengua griega; se preocupó por la bús-
queda de la verdadera filosofía. Se convirtió al cristia-
nismo hacia el 130. "Descubrí que [en el cristianismo]
es donde estaba la única filosofía segura y provecho-
sa". Después de una estancia en Efeso, llega a Roma
donde pasa prolongadas temporadas, siempre reves-
tido con el manto de los filósofos, y donde funda una
escuela cristiana. Allí muere mártir con varios de sus
discípulos el año 165.

Texto: Celebración del domingo

Desde entonces, siempre hacemos conmemoración


de esto. Los que tenemos bienes ayudamos a los necesita-
dos y permanecemos siempre unidos. Al presentar estas
ofrendas alabamos al creador del universo por medio de
Jesucristo su Hijo y del Espíritu Santo. En el día que lla-
man del sol se reúnen en un mismo lugar los que viven en
la ciudad lo mismo que los del campo y se leen los escri-
tos de los apóstoles o de los profetas todo el tiempo que
se puede. Terminada la lectura, el que preside toma la pa-
labra para amonestar o animar a la imitación de cosas
tan sublimes. Después, todos nos ponemos de pie y eleva-
mos nuestras súplicas. Concluidas las preces, como ya di-
jimos, se trae el pan, el vino y el agua. El que preside reci-
ta las preces con fervor y la acción de gracias, a lo cual el
pueblo responde "Amén".
De los dones consagrados los diáconos dan la comunión
a todos los presentes y la llevan a los ausentes. Cuantos dis-
ponen de bienes y quieren dan libremente lo que les pare-
ce. Lo recogido se deposita en manos del que preside, quien
se encarga de socorrer a los huérfanos, a las viudas y a quie-
nes por enfermedad o cualquier otra razón se hallan necesi-
tados. También a los presos y a los huéspedes llegados de le-
jos. En una palabra, él es quien cuida de los necesitados.
Nos reunimos el día del sol por ser el primer día de la
creación, cuando Dios actuó sobre las tinieblas y la mate-
ria; también por ser el día en que Jesucristo, nuestro Sal-
vador, resucitó de entre los muertos, pues le crucificaron
la víspera del día de Saturno, y al día siguiente, o sea el
día del sol se apareció a los apóstoles y a los discípulos. Y
les enseñó lo que acabamos de presentar a vuestra con-
sideración.

Primera Apología, 67, trad. T. H. Martín, en


Textos cristianos primitivos, Sígueme, Salamanca,
1991, pg. 171.

LA TRADICIÓN APOSTÓLICA, SIGLO III


(ATRIBUIDA A HIPÓLITO DE ROMA)

(En cursiva los pasajes o palabras que podemos encon-


trar hoy todavía en la plegaria eucarística II de la liturgia
romana actual)

Te damos gracias, oh Dios,


por medio de tu amado Hijo Jesucristo,
el cual nos enviaste en los últimos tiempos
como Salvador y Redentor nuestro y como anunciador
de tu voluntad.
El es tu Verbo inseparable, por quien hiciste todas las cosas
y en el que te has complacido.
Lo enviaste desde el cielo al seno de una Virgen,
el cual fue concebido y se encarnó,
y se mostró como Hijo tuyo, nacido del Espíritu Santo y de
la Virgen.
Él, cumpliendo tu voluntad y conquistándote tu pueblo
santo,
extendió sus manos padeciendo
para librar del sufrimiento a los que creyeran en Ti.
El cual, habiéndose entregado voluntariamente a la pasión
para destruir la muerte, romper las cadenas del demonio,
humillar al infierno, iluminar a los justos,
cumplirlo todo y manifestar la resurrección,
tomando el pan y dándote gracias, dijo:
Tomad, comed: Este es mi cuerpo, que por vosotros será
destrozado.
Del mismo modo tomó el cáliz, diciendo:
Esta es mi sangre, que por vosotros es derramada;
cuando hacéis esto, renováis el recuerdo de mí.
Recordando, pues, la muerte y la resurrección de El
te ofrecemos el pan y el cáliz, dándote gracias,
porque nos tuviste por dignos de estar delante de ti y de
servirte.
Y te pedimos que envíes tu Espíritu Santo a la oblación de
la santa Iglesia.
juntándolos en uno, da a todos lo santos que la reciben,
que sean llenos del Espíritu Santo
para confirmación de la fe en la verdad,
para que te alabemos y glorifiquemos por tu Hijo Jesucristo,
por medio del cual honor y gloria a ti, al Padre y al Hijo con
el Espíritu Santo
en tu Santa Iglesia, ahora y por los siglos de los siglos.
Amén.

Trad. J. Solano, en Textos eucarísticos primitivos,


B.A.C. Madrid, 1988, p. 117-118.

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