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TRANSGRESIÓN Y SURREALISMO
ERNESTO GUZMÁN ROBLES*
Introduccion
La transgresión o ficción transgresiva es ese rompimiento con lo establecido, ese fuelle contra lo
normativo que desborda en provocación y voluptuosidad. Sexo, violencia, drogadicción, parafilias,
muerte… tabúes que silencian a la sociedad; es descocerse la boca y escupir rebeldía a bocajarros,
prenderle fuego a las cartas de amor y cagarse en la boca de todos los enamorados.
La transgresión viene a abrirse paso desde la Grecia clásica con poetas dedicados a la lascivia;
durante el renacimiento vemos que se destaca principalmente a través de la escultura y la pintura,
en esas formas redondeadas, posiciones y expresiones faciales que invitan a la sensualidad
cortejando nuestra vista; a mediados del siglo XVIII vemos trabajos significativos en Francia
dentro del campo del desenfreno; el siglo XX bien cargado de novelas, poemas, cine, pintura,
performatividad, toda clase de nuevas y mejoradas formas de extender una invitación hacia lo
ilícito, hacia lo incómodo, hacia lo grotesco, lo exagerado… hacia lo extraña e inexplicablemente
atrayente. Si bien de primera instancia genera tanta repulsa ¿qué es aquello que guarda en sus
entrañas que termina por seducir?
“En la psicosis, el amor está inseparablemente ligado a la figura del ideal del yo del sujeto, que
cobra una fuerza tan grande que acaba por sustituir al otro real, reducido a una figura de ideal” (1),
no importa quién es el otro, no importa si me vínculo con él, no importan rasgos que generalmente
están presentes en el lazo de cohesión amorosa y sexual; es decir, vemos en la transgresión un
*
Estudiante de la licenciatura en psicología de la Universidad del Claustro de Sor Juana.
1
Miller, J. (2008). El amor en las psicosis. Barcelona: Paidós.
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engullimiento del otro como objeto nutrimental de su propio narcisismo; hay un muro insopesable
que no se puede atravesar, lo cual impide un registro de mí mismo ante el otro, se desdibuja mi
deseo por la búsqueda de ser deseado por el Otro, pero, precisamente, no es la mirada del otro, sino
-enfatizo- de ese gran Otro, sitiar al sujeto en un lugar de poder donde este narcisismo tan endeble
y fracturado sea sostenido: el reconocimiento, o bien, el goce producido por el rendimiento a
cambio de la renuncia del deseo.(2)
La transgresión a lo largo de la historia se ha sostenido precisamente en esta ilusión del deseo, pero
es un “deseo” que está mediado por la mirada ajena; la satisfacción de romper con lo preestablecido,
con lo permitido, romper con toda moral e ir más allá donde podemos encontrarnos en un baraje
sin límites en el cual se llega a topar con la misma destrucción y la muerte. El arte de provocar.
2
Han, B. (2014). La agonía del Eros. Barcelona: Herder.
3
Lévinas, E. (1991). Ética e infinito. Madrid: Antonio Machado.
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A mediados del siglo XVIII, mayoritariamente en Francia, se vislumbra una transgresión con un
sentido filosófico, una sustentación de la misma a través de una argumentación favorable para el
hombre como conducto del espíritu y de la vida. “Vamos a darnos indiscriminadamente a todo lo
que sugieren nuestras pasiones, y siempre seremos felices, la conciencia no es la voz de la
naturaleza, si no solo la voz de los prejuicios” (4), una propuesta que no invita al rendimiento ante
la mirada del otro como aceptante y consentidora, sino a una constitución colectiva, a un “yo
disfruto porque tú disfrutas, tú disfrutas porque yo disfruto, pero no hay disfrute si no nos
disfrutamos”, un mecanismo en el que cada engrane juega con la misma importancia y que de algún
modo pretende romper con la normatividad preestablecida para normativizar la transgresión como
conducto a la felicidad absoluta; sujetos en condición de sujetos, pero en juego con el otro para su
condición propia y a la vez la del ajeno.
Sin embargo, la transgresión como estilo de vida, como filosofía, como vanguardia, como
individualidad, no es sustentable por sí y para sí; retorna al goce destructivo y, por tanto, agolpa
con los límites infranqueables de la sociedad. El goce discurre en el trayecto directo buscando la
descarga pulsional en favor de su economía, no conoce los límites y las restricciones, por tanto, si
la descarga está inyectada de una subjetividad que place de la pedofilia, de la zoofilia, de la
violación o del incesto (por mencionar), irá por ella sin importar las consecuencias, sin embargo,
esto ocurre en situaciones patológicas donde la consolidación superyóica es pobre o nula; en
condiciones típicas sí hay un refreno de la descarga, pues este goce es integrado y actúa ya en
conjunto con otras partes del psiquismo: ya se debate con una pulsión de vida y con un super-yó
que se apega al ámbito social impuesto.
Ahora, contenido pulsional que es pobremente descargado o bien, nulamente, desencadena con el
tiempo la neurotización del sujeto, en casos complejos, la aniquilación del mismo por incapacidad
de sustentar la pulsión de vida, es aquí donde, en la medida de nuestras posibilidades
constitucionales, se busca una salida o un mecanismo compensatorio ante la castración del deseo.(5)
En camino al surrealismo
4
de Sade, M. (1791). Justina. México, DF.: Editores mexicanos unidos.
5
Freud, S. (2013). Neurosis y psicosis. Buenos Aires: Siglo veintiuno.
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Durante siglos hemos visto todo tipo de representaciones transgresoras que dan giros a lo cotidiano;
en la pintura, en la escultura, en la música, en la literatura, en la poesía… pero es a principios del
siglo XX que vemos una nueva luz en este arte: el surrealismo.
Guillaume Apollinaire, poeta y novelista francés, en 1917 con motivo del estreno de su obra de
teatro Las tetas de Tiresias, escribe: “Cuando el hombre quiso imitar la acción de andar, creó la
rueda, que no se parece a una pierna. Del mismo modo ha creado, inconscientemente,
el surrealismo... Después de todo, el escenario no se parece a la vida que representa más que una
rueda a una pierna”(6). Al siguiente año, en 1918, escribe sus conocidos Caligramas,(7) conjunto de
poemas en los cuales se apoya por medio de la poesía visual, un acomodamiento de palabras y de
versos con un jocoso juego de edición en los que al leerlos, se encuentra un aliciente visual más
allá de la palabra, inclusive, forman figuras que generalmente representan el contenido del poema,
6
Apollinaire, G. (2008). Las once mil vergas. Madrid: Valdemar.
7
Apollinaire, G. (2000). Caligramas. Madrid: Cátedra.
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un juego experimental en el que la poesía va más allá del lenguaje escrito para resignificar y
edulcorar todo aquello que el lector pudiese interpretar.
André Bretón para 1924 redacta para la revista Littérature el Manifiesto surrealista en el cual se
destacan las siguientes palabras: “Surrealismo: sustantivo, masculino. Automatismo psíquico puro,
por cuyo medio se intenta expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el
funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora
de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral."(8) Con esto vislumbramos claramente una
retoma de la palabra del mismo Apollinaire y más allá del concepto, un abordaje implícito de su
pensar dentro del manifiesto que denota una inspiración, un legado y el nacimiento de una
vanguardia que simbiotiza la transgresión y el onirismo; un paradigma que nos conduce a pensar
dos cosas: que la transgresión comienza a discurrir entre la sublimación como nueva forma de goce
y no por atentado al contenido de la misma, pues si algo hemos visto que la caracteriza es su poca
sensibilidad ante las normatividades y sujeciones sociales. Y en el otro punto, que la misma
transgresión parece condensarse en matices más sólidos a través del surrealismo, pues bien, si en
estado puro es un contenido provocativo y capaz de despertar exquisitas sensibilidades en el
degustador, cuando junta sus fuerzas a través de la subjetividad, el contenido onírico y la fantasía,
entra en un vórtice incontenible donde la mente se deconstruye para resignificarse y volver con una
capacidad tal de desbordarse entre voluptuosidades, sensaciones y un palpitar que tremula entre la
sanidad, la locura, la vida y la muerte.
BIBLIOGRAFÍA
8
Bretón, A. (2002). Manifiestos del surrealismo. Madrid: Visor.
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