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24 Jun 2016
ARTURO PÉREZ-REVERTE
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La espada de línea modelo 1825 contra el sable 1815 (A. Ferrer-Dalmau).
Pío Baroja situó alguna de sus novelas en el escenario de las guerras carlistas,
como Zalacaín el aventurero, que transcurre durante la tercera de éstas, o
algunos episodios de la serie Memorias de un conspirador, ambientados en la
primera. Hay también un interesante texto de Baroja, aunque menos conocido,
a medio camino entre el relato y el reportaje, en el que el novelista vasco narra
la espectacular expedición del general Miguel Gómez al frente de la columna
de caballería e infantería carlista que, en el año 1836 y durante seis meses, se
adentró profundamente desde el Norte en territorio enemigo, llegando hasta
Andalucía, donde tomó Córdoba, Ronda y Almadén, y alcanzó Gibraltar antes
de retornar a su punto de partida. La historia, aventurera y épica, abundante en
lances y combates, fue narrada por Baroja tras seguir minuciosamente el
itinerario de la fuerza carlista, describiendo con mucho detalle los hechos y
los lugares.
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Lancero de la guardia real con sable de hoja inglesa (A. Ferrer-Dalmau)
Por su audacia y duración, la incursión del general Gómez pasó a los anales de
las acciones legendarias de la caballería, estudiándose en las academias
militares de todo el mundo; hasta el punto de que tres décadas más tarde, en la
Guerra de Secesión norteamericana, inspiraría la acción similar del coronel
Benjamin Grierson, quien llevó a una fuerza de caballería de la Unión por
territorio confederado para destruir la línea del ferrocarril en Toward,
Mississippi. Esta expedición fue recreada en 1959 por el cineasta John Ford
en la película Horse soldiers (Misión de audaces), protagonizada por John
Wayne y William Holden.
Tres de los sables de caballería utilizados, entre otros, por los jinetes del
general Gómez, fueron habituales en campaña durante los hechos de armas en
la primera guerra carlista. Todos ellos han sido registrados por el pintor de
batallas Augusto Ferrer-Dalmau en cuadros de los que dedicó a ese período
histórico. El primero de ellos, el más clásico, es el modelo reglamentario para
caballería ligera modelo 1815. El segundo es el espectacular modelo
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reglamentario 1825 para caballería de línea, de hoja recta. El tercero, que por
las características de su hoja constituía una temible arma de guerra, es el
modelo 1825 no reglamentario, con empuñadura española y hoja británica.
Durante las guerras carlistas, ambos bandos, carlista y liberal, utilizaron con
frecuencia los mismos modelos de sables.
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Sable de tropa de caballería ligera modelo 1815. Foto: Colección particular
Sable de combate de oficial de caballería con hoja inglesa. Foto: Colección particular
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ensanchada en la pala a dos filos. Marca inglesa “Craven” en el lomo y otra de
controlador en plano de la hoja. Vaina ancha de hierro con dos abrazaderas y
anillas y batiente asimétrico. Peso 2,3 kg. La hoja de este sable procede de
fabricantes británicos y fue enviada a España en grandes cantidades durante la
Guerra de la Independencia, montándose durante varias décadas con
empuñaduras españolas. Por su peso, equilibrio y dimensiones, esta poderosa
hoja de sable había ganado fama de mortífera durante las guerras
napoleónicas, pues su tajo causaba terribles heridas, hasta el punto de que las
tropas francesas llegaron a protestar por su uso, y la caballería prusiana la
adoptó como propia durante todo el siglo XIX. Este soberbio ejemplar es un
arma de guerra pesada y letal, ajena a los salones y los uniformes de gala,
fabricada en los comienzos de la primera guerra carlista y destinada a
combatir en campo abierto. El puño de ébano y el no tratarse de un modelo
reglamentario indican que pudo pertenecer a un oficial.
Sable de combate de oficial de caballería con hoja inglesa. Foto: Colección particular