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PRINCIPIOS BÍBLICOS GENERALES Y LA

RELEVANCIA DE LA CONCRETA LEY MOSAICA


PARA LA CUESTIÓN SOCIAL HOY (1891)
Herman Bavinck

Nota preliminar

Vivimos en un contexto de variada reflexión social por parte de los cristianos.


Pero no es extraño que el resultado sea en un gran número de casos una “babel
ecuménica” que por una parte confunde el evangelio con la acción social, y por
otra parte carece de definiciones fundamentales y rigor sistemático; muchas
veces se trata de opiniones que por su condición de declaración ecuménica
pretenden ser vinculantes. Como lo ha escrito Jordan Ballor, el resultado es que
en lugar de reducirse el caos de opiniones de la sociedad individualista, “el
movimiento ecuménico contribuye a la cacofonía moral a través de una
interminable serie de pronunciamientos, decisiones, sermones, declaraciones,
cartas, reportes y confesiones”. Pero la alternativa no es dejar la reflexión social,
o dejarla simplemente en manos de expertos economistas que carezcan de una
visión más amplia del hombre. Más bien hay que dirigir la mirada a aquellos
lugares donde hay una tradición de reflexión social coherente.
Al realizar tal esfuerzo nos encontramos con cosas que incluso en términos de su
coincidencia cronológica son sorprendentes. En su desarrollo moderno, la
doctrina social católica fue iniciada por la encíclica Rerum Novarum publicada
por León XIII en 1891; pero el mismo año tuvo lugar en Holanda un Congreso
Social Cristiano que resulta crucial por la figura que estaba detrás del mismo:
Abraham Kuyper, el teólogo calvinista que llegaría a ser primer ministro de su
nación a comienzos del siglo XX. En ambos casos, el de León XIII y Abraham
Kuyper, lo que tenemos es no sólo interés por “la cuestión social”, sino un interés
por abordarla como una cuestión teológica de peso. Tras Kuyper había también
una más joven figura, Herman Bavinck, cuya contribución a dicho congreso
reproducimos aquí. El texto fue originalmente traducido John Bolt al inglés y
publicado en Journal of Markets & Morality (13, 2, 2010), a partir de donde se ha
realizado la presente traducción autorizada. A la detallada introducción de
Bolt remitimos también para mayor información.

Principios bíblicos generales y la relevancia de la concreta ley


mosaica para la cuestión social hoy (1891)
1.
La creación de los seres humanos debe ser distinguida de la de las otras criaturas
de varios modos significativos. Es precedida y presentada por una solemne
declaración de Dios (Gn. 1:26) y recibe su lugar por la intencionada formación
del cuerpo humano desde el polvo de la tierra, mientras que el aliento de vida es
soplado a su nariz desde lo alto (Gn. 2:7). El resultado es que la persona humana
es imagen y semejanza de Dios. El destino humano concuerda con este origen.
En tanto portadores de la imagen de Dios, los seres humanos tienen, con razón,
un llamado a conocer a su Creador, amarle con todo su corazón y vivir con él
eternamente. El destino humano es más alto que el de todas las criaturas
terrenales; se alza más allá de la tierra, para descansar en la eternidad más que en
el tiempo. Aunque en el principio se le dio mucho a la humanidad, esto aún no
era lo que era posible ni significativo para nosotros; la vida eterna y la salvación
aún debían ser ganadas por el camino de obediencia que los humanos tenían que
cumplir.

Este destino eterno de ninguna manera impide nuestras vocaciones terrenales. Lo


espiritual no viene primero; lo natural sí. El primer hombre era terrenal, de la
tierra (1 Cor. 15:46-47), y le fue dado con ello una vocación para este mundo.
Gracias a su cuerpo, el hombre está conectado a la tierra, dependiente de ella para
su existencia, y en muchos aspectos comparte la vida de ella. Con una mirada
hacia la tierra, los humanos han recibido un doble propósito, llenar la tierra y
gobernarla (Gen. 1:28, 2:15). Este llamado terrenal se distingue del destino
eterno de los seres humanos, así como el Sabbath junto a la semana de trabajo
dan testimonio. Ellos, sin embargo, no están en conflicto y no son
contradictorios; el verdadero cumplimiento de nuestra vocación terrenal es
exactamente lo que nos prepara para la salvación eterna, y poner nuestras mentes
en estas cosas de arriba nos equipa para la satisfacción genuina de nuestros
anhelos terrenales.

Debido a que los humanos eran portadores de la imagen de Dios, creados con
verdadero conocimiento, rectitud y santidad, e inclinados en su corazón y
equipados para realizar el plan de Dios, recibieron todo don y poder necesario
para llevar a cabo este doble llamado. Al crear a la humanidad como hombre y
mujer, Dios los equipó para llenar la tierra y dominarla. La dualidad de los sexos,
la institución del matrimonio, contienen in nuce (en proyecto) todas las
subsecuentes relaciones sociales: esposo y esposa, padres e hijos, hermanos y
hermanas, siervos y libres, gobernantes civiles y sujetos. Es también aquí que
vemos, en principio, todas las desigualdades que podrían eventualmente darse en
medio de las personas: diferencias en cuerpo y alma, en carácter y temperamento,
en dádivas de entendimiento y voluntad, y corazón y mano, etc. La desigualdad
es una dádiva de la creación, enraizada en la voluntad de Dios, y no
primariamente una consecuencia del pecado.

Es esta doble vocación la que establece la responsabilidad del trabajo sobre los
humanos. Dios, quien está en constante labor y nos llama a ser como él en esto,
no nos creó para la ociosidad y dichosa inactividad. Nos dio por lo tanto, seis
días para todas las formas de labor que involucraran nuestra mente y nuestras
manos mientras nosotros dominamos la tierra. Nuestro trabajo es también una
institución divina. Dios adicionalmente agrego un séptimo día, lo bendijo y
santificó, de modo que los seres humanos pudieran descansar de sus labores y
hacer del cielo, y no de la tierra, la meta final de su trabajo. Junto con todas las
criaturas, los seres humanos están llamados a encontrar su descanso en la
comunión con Dios.

La ley de Dios -escrita en el corazón de los hombres- fue dada como una regla y
guía para nuestra completa existencia en su dimensión externa e interna,
cubriendo nuestro diario caminar así como nuestro comercio. Esta ley está
resumida en el deber de amar a Dios y al prójimo. En cuanto los humanos
siguieron esta regla, no necesitaron temer a ninguna clase de disturbio entre las
variadas relaciones con las que ellos fueron creados. En tanto servidores del Dios
y Señor de la creación, se mantuvieron en una correcta relación para con todas las
cosas. La muerte con todas sus consecuencias anteriores y posteriores, no pudo
entrometerse aquí. Incluso su condición externa estaba en total acuerdo con su
disposición interna. El paraíso era su hogar: existía una armonía entre el deber y
la felicidad, entre la santidad y la beatitud.

2.

Sin embargo, el pecado –que es la transgresión a la ley de Dios- fue introducido


al mundo y puso en marcha su devastadora y perturbadora obra en todas las
relaciones en las que los humanos habían originalmente sido creados. En primer
lugar, la relación de comunión con Dios se quebró; el pecado trajo consigo falta
de fe, desobediencia y enemistad contra Dios. El pecado nos conduce a olvidar
aquellas cosas que provienen de lo alto, a perder el sentido de nuestra eterna y
celestial destinación. En su lugar, el pecado nos arroja a la tierra y nos orienta a
buscar la salvación y la felicidad en sus componentes visibles únicamente. Por el
pecado, los seres humanos devinieron “carne”.

Consecuentemente, la correcta relación entre los propios seres humanos también


fue dañada. El balance apropiado fue destruido, alma y cuerpo, espíritu y carne
son ahora contradictorios el uno del otro. Mente y corazón, entendimiento y
voluntad, deseo y deber están ahora en un conflicto irreconciliable así como los
múltiples dones y facultades están comprometidas en guerra perpetua entre ellos,
siendo devaluados y mal utilizados. El egoísmo reemplaza el amor en el corazón
humano y como resultado produce envidia, engaño, odio, asesinato, y mucho
más. El pecado, de este modo, se ha convertido en la condición dada de la
existencia humana, el poder motivacional de su conducta. De este modo la vida
social en su totalidad se vuelve una guerra de todos contra todos. Marido y mujer,
padre e hijo, rico y pobre, llegan a ser uno enemigo del otro. Las diferencias se
convierten en antagonismo, las inequidades en profundos contrastes. Conducidos
por el egoísmo, nadie piensa más en aquello que tiene, sino que se concentra en
lo que pertenece a otro. La sociedad se transforma en una obra de teatro sobre la
lucha por la existencia, un mundo donde el hombre actúa como un lobo para los
demás.

De manera similar, la relación de los hombres con el mundo natural también es


afectada por el poder perturbador del pecado. Dios continúa siendo el mismo y
sus mandatos no cambian. Nos es dada aún la responsabilidad de poblar la tierra
y gobernarla, sin embargo, el carácter de nuestra labor es el que ha cambiado. Las
mujeres dan a luz a sus hijos en dolor y pena, los hombres comen del pan que
consiguen con el sudor de su frente en cuanto ya no mantiene con la naturaleza
una relación de cooperación sino de antagonismo. El dominio humano sobre la
creación ha dado paso a la situación en la que la naturaleza es indiferente e
incluso hostil, donde cardos y espinas, los animales del campo y las fuerzas de la
naturaleza son nuestros enemigos. Nuestra labor se ha convertido en una lucha
meramente para sobrevivir. El paraíso está cerrado detrás de nosotros mientras
somos lanzados al crudo exterior, un mundo exterior en el que no poseemos
ningún arma. Inclusive, como si fuera poco con todo esto, los hombres sienten
cómo los juicios de Dios se multiplican sobre sus cabezas. La rebelión contra la
ley de Dios nunca se deja sin castigo. El pecado es en sí mismo miseria y es
seguido por un océano de desastres. Almas desechas y cuerpos rotos son los
restos de la justicia. Disturbio interno, sentido de culpa, conciencia agonística,
miedo al castigo carcomen la vida oculta de cada ser humano. Enfermedades y
problemas, tragedias y males, duelo y muerte, todas despojan a la vida terrenal
de su gozo. El polvo celebra su triunfo en la tumba. La destrucción canta su
canción de victoria.

3.

El camino devastador de la obra del pecado sobre el tiempo es contenido, sin


embargo, por la gracia de Dios. Sus pensamientos, a fin de cuentas, no están
dirigidos a la destrucción sino a la preservación y redención de la humanidad. Ya
en su rol como creador y sostenedor, Dios redirige al pecado, se opone a él y lo
detiene de manera que no puede aniquilar la creación y frustrar su decreto.

Dios hace esto, en primer lugar, mediante castigos y juicios que vincula al
pecado. Las almas sin descanso, las pruebas de la vida, la lucha por la existencia,
las fatigas de nuestra labor diaria, todas ellas son, al mismo tiempo, revelaciones
de cólera divina e instrumentos de su gracia común, por la cual Él arroja
obstáculos en el camino del progreso del pecado y se opone a las más horribles
explosiones de pecado.

Adicionalmente, con respecto a los seres humanos, Dios hace esto permitiendo
que permanezcan unos pocos y débiles remanentes de su imagen y semejanza
después de la caída. Les garantiza razón y conciencia; preserva en ellos algún
conocimiento de su existencia y carácter, una semilla de religión; un sentido
moral de bien y mal; y una conciencia de nuestro destino eterno. En este sentido,
Dios mantiene con la gente un vínculo con otro mundo más alto que el que
vemos, limitados por nuestros sentidos. Incluso con toda la corrupción presente
entre toda la gente y cada individuo, permanece un conocimiento natural de Dios
para todos.
Finalmente, Dios hace esto estableciendo las estructuras de familia, sociedad y
estado entre los seres humanos. Despierta en el corazón humano un amor natural
entre hombres y mujeres, padres e hijos. Él nutre una variedad de virtudes
sociales entre la gente: una inclinación hacia relaciones sociales y un anhelo por
afecto y amistad. Él también dispersa a la humanidad en diferentes grupos de
gentes y lenguajes para protegerlos de la total disminución. Entre estas naciones,
él crea las virtudes nacionales de afecto y amor por la patria. Permite que estos
diferentes grupos de personas se organicen en estados, a los que se les da el
llamado a regular las relaciones entre las muy diversas esferas de la sociedad y
mantener la justicia.

No obstante, esta dotación de gracia común y paciencia divina no es suficiente;


restringe a los seres humanos pero no los renueva. Mientras el señor permite que
las naciones paganas deambulen por su propio recorrido, reserva a Israel y le da a
conocer sus caminos y sus leyes. Dios es de Israel Rey, Legislador y Juez (Isa.
33:22). Estas leyes regulaban la totalidad de la existencia y vida de Israel, no sólo
externa, sino también internamente, su religión y vida moral, su política y
relaciones sociales. Con respecto al terreno social, encontramos las siguientes
instituciones y estructuras.

1. Israel es el pueblo de Dios, reservado de entre todas las naciones para ser su pueblo
santo y ser llamado a caminar Su camino (Ex 19:5, 6 etc.). En la entrega de la Ley en el Monte
Sinaí, es este destino religioso para Israel lo que destaca en primer plano. Sin embargo, no es
sólo la gente, sino también la tierra que Dios tiene como su posesión. En la libertad de su
disposición, él tomó la tierra de Canaán de manos de sus anteriores habitantes y se la dio como
herencia a Abraham y su descendencia. La tierra pertenece a Dios y los israelitas eran
extranjeros e inquilinos (Lev. 25:23). Israel posee la tierra en feudo para usarla como
arrendador. Dios la administra y determina cómo la tierra debe ser dividida entre las tribus y
clanes (Jos. 13ff)
2. Dios mantiene estas tribus y clanes y protege su herencia. Promete fertilidad a las
familias de Israel (Gen. 12:2; 13:16; Deut. 28:4) y mantuvo viva entre ellos la convicción de que
los hijos son una bendición y herencia del Señor (Ps. 113:9; 127:3–5; 128:3). Las porciones
heredadas de tierra fueron pasando a través de generaciones a través de los hijos; en las
familias que no tenían hijos, eran dadas a las hijas pero con la obligación de casarse con
hombres de su propio clan tribal (Num. 27:8; 36:1–13). Una viuda sin hijos debía ser tomada
como esposa por un hermano o pariente cercano del difunto para que su nombre no fuera
borrado de la tierra y su herencia dada a otro (Deut. 25:5-10)
3. Sucesivamente, las porciones heredadas de tierra eran protegidas y preservadas por la
tribu y clan, especialmente por el principio de aniversario. En el Año del Jubileo, todos los
israelitas cuya pobreza los había llevado a la esclavitud debían ser liberados (Lev. 25:39, 40
[también Deut. 15:12]; el derecho de redención debía estar disponible para ellos a perpetuidad
(Lev. 25-47) [154]-su propiedad no podía ser vendida para siempre; sólo podía ser usada hasta
el Año del Jubileo cuando era devuelta libremente a su propietario original, sin el pago de un
precio acordado. Incluso antes de ese año, el propietario o su redentor retenía el derecho de
comprar de vuelta la propiedad (Lev: 25). Sin embargo, esta institución de redención y
devolución no aplicaba a las casas en ciudades amuralladas (Lev: 25-29-30) ni a la tierra que
estuviera dedicada al Señor (Lev: 27:16-21).
4. Fue gracias a estas estipulaciones que Israel evitó el empobrecimiento y la acumulación
de tierra y capital. Al mismo, tiempo, esto no eliminó las diferencias entre ricos y pobres, libres y
esclavos. Dios quería que hubiera pobres (Deut. 15:11; Prov. 22:2), y la esclavitud o
servidumbre era una institución legal (Ec. 21:20ff). Sin embargo, las necesidades básicas para
una vida de dignidad humana fueron hechas posibles para la mayoría de los israelitas. Los
contrastes [entre ricos y pobres] fueron mitigados, de la manera más hermosa, a través del
Sabbath y los días de fiesta. Pobre y rico no existían en esos días; todos vivían aparte de sus
labores, libremente de la mano del Señor; todos eran libres, quitándose sus ropas de trabajo y
poniéndose sus trajes de fiesta. Éste era un tiempo para descansar de toda labor y regocijarse
en la presencia de Dios.
5. Adicionalmente, no debemos olvidar al ministro de misericordia en Israel. Los préstamos
debían ser dados a los pobres libremente y de buena gana (Deut. 15:7); la garantía no debía ser
tomada por la fuerza e incluso, en algunos casos, ser devuelta antes del atardecer (Deut. 24:6,
10ff.; Ex. 22:26). Ningún interés debía ser cargado a un hermano israelita (Deut. 25:19; Lev.
25:36) y las deudas debían ser perdonadas al séptimo año (Deut. 15:1ff.); los salarios diarios
debían ser pagados de manera oportuna (Deut. 24:15). En añadidura, las viudas y huérfanos, el
pobre y el extranjero debían ser tratados justamente en las cortes (Deut. 14:7; Ex. 22:21, 22);
tenían derechos de espigueo tras las cosechas anuales (Lev. 19:9ff.; Deut. 24:19ff.) y a la
cosecha entera en el año sabático (Lev. 25:5); también tenían derechos a participar en las
comidas de los sacrificios y diezmos (Deut. 14:28ff.; 16:10ff.; 26:12ff.). Aquellos con
discapacidades no podían ser burlados (Lev. 19:14; Deut. 27:18) y los ancianos debían ser
honrados (Lev. 19:32). La ley de Dios incluso se preocupaba de la vida y bienestar de los
animales, incluyendo su descanso (Ex. 20:10; Deut. 25:4; 22:6, 28). Este completo ministerio de
misericordia es repetidamente predicado en la opresión de Israel y peregrinación en Egipto (Ex.
22:20; 23:9; etc.). La ley moral de Israel está escrita desde el lugar ventajoso del oprimido [155]

4.

En la plenitud del tiempo, la antigua dispensación dio lugar a la nueva; su esencia


permaneció, pero su forma cambió –cuando el cuerpo llega, las sombras
desaparecen. Ahora la ley no es simplemente abrogada y apartada, sino que es
cumplida en Cristo y de esta forma alcanza su propio fin. Por esta razón, el
Nuevo Testamento no nos entrega leyes que puedan ser adoptadas por rutina por
el estado e impuestas con su autoridad. Más bien debemos ir al Antiguo
Testamento, donde son expuestos los principios eternos por los cuales el
bienestar de las familias, sociedades y estados pueden ser garantizados. Estos
principios no están escritos en tablas de piedra sino que penetran las tablas
corporales de los corazones humanos y, a través de la Iglesia de Cristo, el mundo.

Es indiscutible que la salvación de las almas humanas se encuentra en el primer


plano del Nuevo Testamento. El pecado, en primer lugar, rompe la comunión con
Dios, y entonces, en consecuencia, todas las relaciones genuinas que los humanos
tienen con todas las otras criaturas. Así, la primera orden del día es restaurar
nuestra relación apropiada con Dios. La cruz de Cristo, por lo tanto, es el corazón
y punto medio de la religión cristiana. Jesús no vino, en primer lugar, a renovar
las familias y reformar la sociedad, sino a salvar pecadores y redimir al mundo de
la llegada de la cólera de Dios. Esta salvación de nuestras almas debe ser nuestra
preocupación fundamental por la cual estamos dispuestos a sacrificar todo: padre
y madre, casa y terreno, incluso nuestras propias vidas, para heredar el reino del
cielo (Mat. 6:33; 16:26, etc.). Esta nueva relación reconciliada con Dios que es
efectuada a través de la fe en Cristo, es de un valor y significado tan grande que
todas nuestras relaciones y distinciones se desvanecen debido a ella. En Cristo,
no hay hombre ni mujer, griego ni judío, esclavo ni libre (Col. 3-11).

Sin embargo, esto no quita todas las diferencias y desigualdades que existen entre
la gente en su vida terrena. La propiedad no desaparece; el ejemplo de la Iglesia
de Jerusalén en Hechos es demasiado a menudo tomado por sí solo y es
demasiado excepcional para probar la posición contraria. Las diferencias entre
ricos y pobres, esclavos y libres, padres e hijos, autoridades civiles y súbditos, es
asumida y honrada plenamente por Jesús y sus apóstoles en sus palabras y obras.
Pasajes como 1 Corintios 7:17-24 dejan claro que toda persona, incluso después
de su conversión, debería permanecer en la vocación a la cual ha sido llamada.
Las diferencias que están presentes en la creación por la voluntad de Dios no son
anuladas por el Hijo en la redención.

La redención, sin embargo, sí cambia algunos asuntos. Desde el principio de


reconciliación con Dios, todas las otras relaciones humanas reciben un nuevo
ordenamiento y son devueltas a su estado original. Dios es el dueño de todo ser
humano y de sus posesiones; somos simples inquilinos, arrendadores, y debemos
dar cuenta de nuestra administración (Lucas 16:2, Mat. 25:14ff). Esposos y
esposas (Ef. 5:22; Titus 2:5; Col. 3;18), padres e hijos (Ef. 6:1–4; Col. 3:20–21),
dueños y esclavos (1 Cor. 7:21–22; Eph. 6:5–9, Col. 3:22), autoridades civiles y
súbditos (Rom. 13:1–7; 1 Tim. 2:1–2; 1 Ped 2:13–16, etc.) son todos traídos a las
relaciones apropiadas entre sí. Las distinciones en nuestra vida social permanecen
pero pierden su filo. El Nuevo Testamento desborda de advertencias contra los
ricos (Mat. 6:19; 19:23; 1 Tim. 6:17–19, etc.), pero la pobreza no es una virtud y
lo natural no es impuro en sí mismo. (Mat. 7:15ff.; Hechos 14:17; Rom. 14:14; 1
Tim. 4:4). El trabajo es elogiado y unido a la comida y salaries (Mat. 10:10; 1
Tim. 5:18; Ef. 4:28; 2 Tess. 3:10). En Mateo 6:25-34, Jesús mismo quita a sus
seguidores todas sus ansiosas preocupaciones sobre esta vida terrenal. Porque la
redención en Cristo renueva pero no elimina las diversas relaciones terrenales en
las cuales nos encontramos, sigue habiendo un gran lugar para el ministerio de
misericordia. Precisamente como el pobre (Mat. 26:11; Jn 12:8; Apoc. 13:16), así
también los muchos necesitados siempre estarán con nosotros. En el mismo
modo en que Jesús el compasivo Sumo Sacerdote está siempre profundamente
conmovido por los necesitados, así también orienta a sus seguidores
especialmente a vestirse con la virtud cristiana de la compasión ([Mat. 5:43–47];
Lucas 6:36)[1]. Habiendo recibido misericordia de Cristo, se espera que sus
seguidores muestren misericordia a los demás (1 Ped 2:10; Mat. 18:33). Es por
esta razón que la iglesia tiene un especial oficio para el ministerio de
misericordia.

RESOLUCIONES

RESOLUCIONES ORIGINALES DE BAVINCK

#1: Las desigualdades que


existen en todos los aspectos
entre la gente están
fundados en la Creación, es
decir, en la voluntad misma
de Dios, y sirven
precisamente para hacer
posible la tarea terrenal de la
humanidad.
#2: El pecado eliminó la
unidad de esta diversidad,
convirtió las diferencias en
oposiciones, y situó a las
criaturas en una relación de
enemistad contra Dios y
contra los demás.
#3: La Redención no anula las
diferencias que existen
gracias a la voluntad de Dios
pero renueva todas las
relaciones a su forma
original, trayéndolas a todas
a una relación reconciliada
con Dios.
#4: De acuerdo a las
Escrituras el principio general
importante para una solución
a la cuestión social es que
haya justicia. Esto significa
que cada persona sea
asignada al lugar donde, de
acuerdo a su naturaleza, sea
capaz de vivir de acuerdo a
las ordenanzas de Dios con
respecto a Dios y las otras
criaturas.
#5: Por lo tanto, está
totalmente de acuerdo con
las Escrituras:

a. no sólo preparar a la gente


para su destino eterno, sino
también hacer posible que
cumplan su llamado terrenal;

b. en la arena política
defender la institución del
Sabbath junto con la semana
de trabajo, de modo de
mantener la unidad y
distinción de nuestro doble
llamado;

c. guiar todas las relaciones


de nuestra vida en un nuevo
sentido y devolverlas a su
forma original por la misma
cruz de Cristo que proclama
nuestra reconciliación con
Dios. Esto tiene especial
relevancia para la arena
social donde [deberíamos
buscar]

• prevenir la pobreza y la
miseria, especialmente la
pauperización;

• oponerse a la acumulación
de capital y propiedad de la
tierra

• asegurar, tanto como sea


posible, un “salario vital”
para cada persona
#6: La autoridad civil, en
tanto sirviente de Dios
llamado a mantener la
justicia en la sociedad, tiene
una obligación, probar esta
justicia y basarla en los
principios eternos
establecidos en las Escrituras
para las diversas esferas de la
sociedad.
#7: Aún queda,
adicionalmente, un rol muy
grande para el ministerio de
misericordia dado que todo
tipo de miserias estarán
siempre con nosotros y
nunca podrán ser removidas
por la sola justicia.

RESOLUCIONES FINALES DEL CONGRESO SOCIAL DE 1891

#1: Las Sagradas


Escrituras nos
enseñan que la
sociedad humana no
debe estar ordenada
de acuerdo a
nuestras propias
preferencias sino que
está atada a aquellas
leyes que Dios mismo
ha establecido
firmemente en la
Creación y Su
Palabra.
#2: Incluso la
existencia de
desigualdades entre
la gente está
enraizada en la
creación, es decir, en
la voluntad de Dios, y
sirve precisamente
para hacer posible la
tarea terrenal de la
humanidad.
#3: En general, el
origen de todas las
enfermedades y
abusos sociales
provienen de
apartarse de estas
ordenanzas y leyes.
Gracias a esto, las
diferencias que están
presentes entre las
criaturas por virtud
de la creación,
perdieron su unidad,
fueron convertidas en
oposiciones y
situaron a las
criaturas en una
relación de
enemistad con Dios y
con los demás.
#4: La Redención no
anula las diferencias
que existen gracias a
la voluntad de Dios
pero renueva todas
las relaciones a su
forma original,
trayéndolas a todas a
una relación
reconciliada con Dios.

#5: De acuerdo a las


Escrituras el principio
general importante
para una solución a la
cuestión social es
que haya justicia.
Esto significa que
cada persona sea
asignada al lugar
donde, de acuerdo a
su naturaleza, sea
capaz de vivir de
acuerdo a las
ordenanzas de Dios
con respecto a Dios y
las otras criaturas.

#6: Por lo tanto, está


totalmente de
acuerdo con las
Escrituras:

a. no sólo preparar a
la gente para su
destino eterno, sino
también hacer
posible que cumplan
su llamado terrenal;

b. en la arena política
defender la
institución del
Sabbath junto con la
semana de trabajo,
de modo de
mantener la unidad y
distinción de nuestro
doble llamado;

c. guiar todas las


relaciones de nuestra
vida en un nuevo
sentido y devolverlas
a su forma original
por la misma cruz de
Cristo que proclama
nuestra reconciliación
con Dios. Esto tiene
especial relevancia
para la arena social
donde [deberíamos
buscar]

• prevenir la pobreza
y la miseria,
especialmente la
pauperización;

• oponerse a la
acumulación de
capital y propiedad
de la tierra

• asegurar, tanto
como sea posible, un
“salario vital” para
cada persona
#7: La autoridad civil,
en tanto sirviente de
Dios llamado a
mantener la justicia
en la sociedad, tiene
una obligación, de
basar esta justicia en
ella y deducirla de las
ordenanzas eternas
establecidas en las
Escrituras para las
diversas esferas de la
sociedad.
#8: Aún queda,
adicionalmente, un
rol muy grande para
el ministerio de
misericordia, dado
que, gracias a la obra
del pecado y el error,
las miserias de todo
tipo siempre estarán
con nosotros, y en e
esta morada terrenal
nunca podrán ser
removidos por la sola
justicia.

[1] Bavinck cita erróneamente a Mateo 5:17 aquí.


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mosaica-para-la-cuestion-social-hoy-1891/

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