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1 Algunos sostienen que el aumento del trabajo no procedía de tal traspaso, sino del aumento de
la población total, que, como sabemos, fue muy rápido. Pero eso no es cierto. En una economía
indus-trial no sólo el número, sino la proporción de la fuerza de trabajo no agraria debe crecer
exorbitante-mente. Esto significa que hombres y mujeres que de otro modo habrían permanecido
en las aldeas y vivido como sus antepasados, debieron cambiar de alguna forma su manera de
vivir, pues las ciu-dades progresaban más deprisa de su ritmo natural de crecimiento, que en algún
caso tendía normal-mente a ser inferior al de los pueblos. Y esto es así, ya disminuya realmente la
población agraria, mantenga su número o incluso lo aumente. Eric Hobsbawm, La era de la
revolución, 1789-1848, Edi-torial Crítica, Barcelona, 2001, p. 57 nota 48.
11. Por ejemplo, sus mujeres empezaron a convertirse en “damas”
ins-truidas por los manuales de etiqueta que se multiplicaron en
aquel-la época; empezaron a construir sus capillas en pomposos
y costo-sos estilos, e incluso comenzaron a celebrar su gloria
colectiva edi-ficando esos horribles ayuntamientos y otras
monstruosidades civi-les, imitaciones góticas o renacentistas,
cuyo costo exacto y gigan-tesco registraban con orgullo los
cronistas municipales.