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ESCUELA DE CIENCIAS SOCIALES, ARTES Y HUMANIDADES

Estudios Culturales-401105
Módulo del curso

PROTOCOLO ACADÉMICO

CURSO DE ESTUDIOS CULTURALES-401105

1. IDENTIFICACIÓN DEL CURSO

1.1.1 FICHA TÉCNICA DE IDENTIFICACIÓN


Nombre del curso: Estudios Culturales

Palabras clave: Estudios culturales, cultura popular, cultura y sociedad, debates


poscoloniales, producción de significado, subalternidad.
Institución: Universidad Nacional Abierta y a Distancia (UNAD).

Ciudad: Bogotá D.C. - Colombia.

Autor del Protocolo: Andrea Sotelo Carreño

Año: 2013

Unidad Académica: Escuela de Ciencias Sociales, Artes y Humanidades

Campo de formación: Formación Básica. Comunicación Social

Créditos académicos: Tres (3); correspondientes a 144 horas de trabajo académico:


108 horas de estudio independiente y 36 horas de
acompañamiento tutorial repartidas durante 16 semanas. En
promedio demanda de una dedicación de 7 horas por semana

Tipo de curso: Teórico-Disciplinar. Pretende dar cuenta de un escenario


interdisciplinar y transdisciplinar de conocimiento que explora
las prácticas en que las sociedades producen y comprenden
significados; además, estudia fenómenos sociales relacionados
con ideologías, identidades, nacionalidades, etnias, clases
sociales, género. El curso busca hacer un recorrido rápido,
desde el surgimiento de los estudios culturales, pasando por sus
principales desarrollos y exponentes, y termina con una
perspectiva latinoamericana.

Destinatarios: Estudiantes del Programa de Comunicación Social y de otros


programas que lo deseen tomar como electiva, con el fin de
profundizar en el área de conocimiento de los estudios
Culturales.

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Competencias generales El estudiante comprende que los denominados estudios


de aprendizaje: culturales exploran multiplicidad de discursos e historias, que
son abordados mediante una gran diversidad de metodologías y
de posiciones teóricas, es decir, que los estudios culturales son
inter y transdisciplinares, y están comprometidos con las artes,
las creencias e instituciones sociales, con las relaciones de
poder, con las producción y comprensión de significado, y con
las prácticas culturales en general.

Metodología de oferta: A distancia.

Formato de circulación: Curso CORE

Denominación de las 1. Antecedentes y trayectoria de los Estudios Culturales


unidades didácticas: 2. Estudios culturales desde una perspectiva Latinoamericana
3. Principales aspectos de la investigación en Estudios
Culturales

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2. INTRODUCCIÓN

El curso de Estudios Culturales, corresponde a tres créditos académicos y hace


parte del currículum del programa de Comunicación Social de la Universidad
Nacional Abierta y a Distancia, como elemento importante del área de Formación
Disciplinar. Está orientado a permitirle al estudiante que comprenda qué son los
estudios culturales, sus antecedentes, su origen, sus principales desarrollos y
exponentes en el mundo, y en América Latina; para terminar con los los
principales aspectos de la investigación en Estudios Culturales.

Es preciso expresar desde esta introducción que abordar los estudios culturales es
adentrarse en un campo de estudio que no tiene fronteras ni límites definidos, más
bien, son flexibles, móviles. Así mismo, es adentrarse en un campo
interdisciplinario y a la vez transdisciplinario, en palabras de Nelson y Treichler
(1992:4) citados por Grandi (1995): ―Los estudios culturales son un campo
interdisciplinar, transdisciplinar y a veces contradisciplinar, que actúa en medio de
la tensión de sus mismas tendencias para acoger un concepto de cultura que sea
amplio y antropológico, y a la vez restringido y humanista. Los estudios culturales
están comprometidos con las artes, las creencias e instituciones de la sociedad y
con las actividades culturales en general‖.

Hablar de estudios culturales, también, es imbuirse en los terrenos de la


construcción y comprensión de significados, se trata de una manera de hacer
lectura de hechos culturales y sociales. Para Williams (1994), por ejemplo, los
Estudios Culturales son un tipo de sociología que concentra su interés en todos los
sistemas significantes, preocupada por la producción y las prácticas culturales
manifiestas; dichos estudios requieren de nuevos tipos de análisis social de
instituciones y formaciones culturales.

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De todas formas, los estudios culturales son en cierta forma revolucionarios, en


tanto que cambian la forma de abordaje del estudio de la cultura a partir de los
textos de Cultura y Sociedad (Williams), Uses of Literacy (Hoggart), The long
Revolution (Williams) y Making of The English Class (Thompson). Estos textos dan
origen a un nuevo cuerpo de investigaciones que hoy se conocce como los
Estudios Culturales. La tradición idealista de la cultura sostenida por Williams da
lugar al paradigma Culturalista y la posición antropológica de la cultura que se
enfoca más en las prácticas sociales, da lugar al paradigma Estructuralista de los
Estudios Culturales.

Como se puede observar, el curso no pretende dar cuenta de un campo específico


de estudio o tratar de establecerles linderos a los estudios culturales, su
orientación, mejor, es a dar cuenta de los estudios culturales como proyecto
intelectual, académico, social y político. De esta forma, pretende dotar a los
estudiantes de conocimientos básicos que le permitan un sentido crítico y reflexivo,
frente a los fenómenos culturales que van más allá de estudio de las políticas
culturales, la cultura popular, las culturas subalternas o la cultura de masas.

Involucrarse en los Estudios Culturales, les implicará a los estudiantes abordar


distintas lecturas de textos de diferentes autores, que estarán presentados a
manera de reseñas, resúmenes o capítulos de libros, con el objetivo de hacer más
digerible la teoría para estudiantes de pregrado, quienes según sus intereses
académicos, serán quienes tomen la decisión de abordar la lectura completa de los
textos propuestos en este curso. Esta situación busca tener en cuenta que el curso
corresponde a tres créditos académicos y que el tiempo con el que cuenta
estudiante para desarrollar la totalidad de las actividades se optimizará, mediante
el manejo de lecturas accesibles y digeribles.

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3. JUSTIFICACIÓN

El curso de Estudios Culturales les ofrece a los estudiantes del programa de


Comunicación social de la UNAD, una oportunidad para abordar un campo de
estudio relativamente nuevo, que atraviesa las fronteras disciplinarias y les permite
hacer un análisis crítico a cerca de la relación que existe hoy por hoy en el mundo,
entre lo comunicacional, lo cultural y lo político.

En esta perspectiva, los Estudios Culturales, abordan temáticas relacionadas con el


género, la sexualidad, la nacionalidad, la identidad nacional, el colonialismo y el
poscolonialismo, la raza, etnicidad, la cultura popular, las audiencias, la ecología,
las identidades políticas, el discurso, la textualidad, la historia y la cultura global
posmoderna, entre otros.

Como se puede observar, todos estos temas son obligados para los comunicadores
sociales y para aquellos estudiosos de las ciencias sociales, interesados en analizar
los fenómenos culturales contemporáneos desde una perspectiva novedosa e inter
y transdisciplinaria.

Se hace relevante y pertinente el curso de Estudios Culturales porque promueve la


reflexión académica y social sobre la cultura, teniendo como referentes principales,
los contextos de sus orígenes, las trayectorias que han recorrido en el mundo, los
principales aspectos de la investigación que se adelanta en el área y el contexto
latinoamericano y colombiano.

Se trata de despertar el interés por las teorías y prácticas contemporáneas que ven
con ojo crítico las relaciones multidireccionales y multiformes de la cultura y la
sociedad; pero no únicamente para visualizar procesos culturales dominantes o
estrategias culturales alternativas, sino como lo propone Homi Bhabha (2000), ver
en los intersticios.

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Así mismo, por tratarse de un curso de índole disciplinar para el programa de


Comunicación Social y como posible electiva para los programas que oferta la
Escuela de Ciencias Sociales, Artes y Humanidades de la UNAD, tiene un énfasis en
la naturaleza discursiva de los conflictos sociales, por tanto, el lenguaje es
reconocido como una práctica social y cultural, productora de sentido, la cual en la
actualidad permea todas esferas del ser humano y todas las áreas del
conocimiento.

En este sentido, el diálogo cobra relevancia especial, como elemento clave para
desentrañar los significados de las mismas prácticas culturales de los distintos
grupos sociales, la cuales podrán tomar la forma de construcción de hilos
conductores y vasos comunicantes, o de tensiones que no se han diluido en una
comunidad. En suma, los estudios culturales le permiten a quienes los abordan a
identificar que la cultura también es un escenario polémico, conflictivo, dialógico,
en el que no hay solamente un arriba y un abajo; unos opresores y unos
oprimidos; sino que constante hay dinámicas al interior de los distintos grupos
sociales, por ello se preguntan constantemente por los cruces entre lo individual y
lo social-comunitario; los público y lo privado; la ficción y lo real; lo nacional y lo
regional; lo colonial y lo poscolonial.

Es, además, muy propicio el curso de Estudios Culturales, desde nuestro contexto
Latino Americano, pues esta perspectiva de análisis e interpretación de las
culturas, revisa con ojo escrutador fenómenos como la existencia de culturas
altamente híbridas, pero bajos indicadores de integración, que son característicos
de las sociedades de esta parte del continente Americano. Lo dicho anteriormente,
da una orientación singular a este tipo de estudios, en países como Colombia.

4. INTENCIONALIDADES FORMATIVAS

4.1 PROPÓSITOS

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 Contribuir a la formación de seres humanos críticos, capaces de hacer análisis e


interpretación de los fenómenos culturales, desde nuevas perspectivas que
contribuyan a un abordaje más holístico.

 Empoderar al estudiante de un bagaje teórico que le genere nuevos


cuestionamientos y lo empujen a profundizar aún más en los Estudios Culturales,
de manera que pueda constituir una mirada propositiva y reflexiva de las prácticas
culturales, sociales y políticas, para contribuir en la actuación del estudiante y en el
desempeño competente de su profesión.

 Facilitar la transferencia de aprendizajes significativos del estudiante al análisis


y tratamiento de situaciones cotidianas del desempeño profesional y a la creación
y aplicación de estrategias que favorezcan el mejoramiento de la calidad de vida
de las comunidades.

 Aplicar teorías, estrategias, técnicas y herramientas de análisis y solución de


interacciones y problemáticas comunitarias que se presentan entre los individuos
que las integran por no comprender que los fenómenos culturales son hechos que
deben ser vistos trans e interdisciplinariamente.

4.2 OBJETIVOS

 Brindar a los estudiantes conocimientos necesarios que les permitan conocer


aspectos históricos de los estudios culturales.
 Dotar a los estudiantes de conocimientos relacionados con los más relevantes
aspectos teóricos y conceptuales básicos de los estudios culturales.
 Dotar a los estudiantes de conocimientos relacionados con aspectos básicos de
las metodologías utilizadas para la realización de los estudios culturales.

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 Promover la incorporación de puntos de vista interdisciplinarios desde el arte,


las ciencias humanas y las sociales, en los trabajos de análisis e interpretación de
los fenómenos culturales, sociales, económicos y políticos del siglo XXI, como lo
exige, la pertenencia de este curso a un programa de Comunicación Social,
ofertado desde el seno de una Escuela de Ciencias Sociales, Artes y Humanidades.

4.3 COMPETENCIAS

La definición de las competencias busca indicar los mínimos comunes que


comparte la Unad con otras universidades en el perfil de sus egresados para su
desempeño profesional. Imprime una función social al conocimiento. En este caso
son las capacidades de reflexión, respuesta, valoración o aplicación que
desarrollará el estudiante que concluya satisfactoriamente el presente curso de
Estudios Culturales, discriminadas en las siguientes categorías dentro del marco
conceptual de la Unad1:

Cognitiva: Capacidad de modificar el pensamiento propio o los paradigmas


mediante la elaboración de conceptualizaciones y relaciones que le permitan
entender los estudios culturales como una corriente crítica, dialógica, trans y
multidisciplinar.

 El estudiante comprende que los estudios culturales son un escenario


interdisciplinar y transdisciplinar de conocimiento que explora las prácticas
en que las sociedades producen y comprenden significados.

 El estudiante comprende fenómenos sociales relacionados con ideologías,


identidades, nacionalidades, etnias, clases sociales, género.

1
Parámetros fundamentales para la construcción de un modelo. Universidad Nacional Abierta y a Distancia,
Facultad de Ciencias Sociales, Humanas y Educativas. Bogotá, s.f.

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 El estudiante entiende los estudios culturales como proyecto intelectual,


académico, social y político. De esta forma, pretende dotar a los estudiantes
de conocimientos básicos que le permitan un sentido crítico y reflexivo,
frente a los fenómenos culturales que van más allá de estudio de las
políticas culturales, la cultura popular, las culturas subalternas o la cultura
de masas.

Comunicativa: Capacidad de acopiar y transmitir información específica, de


establecer un diálogo dentro de la disciplina, con otras disciplinas y con la
comunidad de la cual forma parte.

 El estudiante mejora su bagaje cultural y léxico y lo comparte con la


comunidad a la que pertenece.
 Identifica los nexos que existen entre los estudios culturales, la
comunicación social y otras disciplinas.

Valorativa: Capacidad de elaborar criterios personales, profesionales y sociales


para formular juicios.

 El estudiante puede argumentar con base en diversas fuentes provenientes de


las ciencias y disciplinas qué son los estudios culturales, sus antecedentes, su
origen, sus principales desarrollos y exponentes en el mundo, y en América
Latina; y los principales aspectos de la investigación en esta área.
 El estudiante es capaz de tener una mirada crítica, analítica e interpretativa
frente a los fenómenos culturales de su sociedad.
 El estudiante argumenta su acuerdo o su desacuerdo con las distintas
tendencias de los estudios culturales.

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Contextual: Capacidad de articular una idea, un hecho, una expresión, un


producto, dentro de coordenadas históricas (tiempo-espacio-cultura) y territoriales
(local-regional-global).

 El estudiante comprenda, interprete, juzgue su propia realidad a partir de los


referentes socioculturales que enmarcan la vida en comunidad.
 El estudiante comprende e interpreta las técnicas y metodologías de trabajo de
los estudios culturales para su aplicación en las comunidades.
 El Estudiante evalúa y formula proyectos de investigación en el área de los
estudios culturales.

4.4 METAS

Al finalizar el Curso de Estudios Culturales el estudiante estará en capacidad de:

 Comprender posturas teóricas o planteamientos teóricos de autores o


tendencias que explican los estudios culturales.
 Analizar e interpretar fenómenos culturales, a la luz de la teoría revisada en
el curso.
 Seleccionar la mejor conceptualización desarrollada por autores
argumentando la respuesta.
 Comprender el proceso de creación y producción de sentido en las culturas.
 Reconocer las distintas metodologías utilizadas para el abordaje de
investigaciones en el área de los estudios culturales.
 Identificar las temáticas que pueden ser analizadas desde la perspectiva de
los Estudios Culturales.
 Formular un proyecto de investigación para ser abordado desde la
perspectiva de los estudios culturales.

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5. UNIDADES DIDÁCTICAS
CURSO DE ESTUDIOS CULTURALES

UNIDAD No. 1 CAPÍTULO LECCIÓN SEM.

1. Antecedentes I

2. Antecedentes II
1
3. Orígenes e inicios de los
1. Antecedentes y orígenes de estudios culturales
los estudios culturales
4. Los fundadores de las
'cultural studies'
2
5. El verdadero inicio de las
cultural studies

1. Introducción a los estudios


culturales (Martín Barker y
Antecedentes y trayectoria de los Anne Beezer)
Estudios Culturales
3
2. Introducción a los estudios
culturales (Armand
Mattelart y Érik Neveu) (1)

2. Preámbulo a los Estudios


Culturales 3. Introducción a los estudios
culturales (Armand
Mattelart y Érik Neveu) (2)

4
4. Padres fundadores de los
estudios culturales

5. Dos paradigmas

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1. Contextualización de los
estudios culturales
5
2. La irrupción estructuralista
y mucho más aún

3. La internacionalización y el
3. Trayectoria de los estudios boom: los riesgos
culturales
4. ¿Estudios Culturales? De lo
impreso a lo digital
6

5. La tendencia
transdisciplinaria de los
Estudios Culturales

CURSO DE ESTUDIOS CULTURALES

UNIDAD No. 2 CAPÍTULO LECCIÓN SEM.

1. Colonialismo intelectual

2. Equivalencia (o no) con 7


teoría social y cultural
Estudios culturales desde una contemporánea
perspectiva Latinoamericana 1. Panorámica de los Estudios
Culturales en América
3. Institucionalización de los
Latina
estudios culturales
8
4. Ya habíamos hecho
Estudios Culturales en
América Latina (I)

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5. Ya habíamos hecho
Estudios Culturales en
América Latina (II)

1. Controversia

2. Algunos textos
fundacionales
9
2. Los Estudios Culturales y el 3. El pensamiento y la crítica
Estudio de la Cultura en latinoamericanos
América Latina

4. La transculturación y la
heterogeneidad
10
5. A manera de epílogo

1. Cultura y campos de
resonancia

11
2. La recepción
latinoamericana de los
estudios culturales

3. Globalización académica, 3. El discurso de la otredad y


estudios culturales y crítica la codificación
latinoamericana metropolitana de las
diferencias
12
4. Las tensiones entre lo
estético, lo literario y lo
cultural

5. Saberes tecnoacadémicos y
13
pensamiento crítico

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CURSO DE ESTUDIOS CULTURALES

UNIDAD No. 3 CAPÍTULO LECCIÓN SEM

1. Proliferación de pequeños
debates

2. ¿Cómo narramos los


desencuentros?

3. Mejoría en el conocimiento
1. El malestar de los estudios 14
recíproco
culturales

4. Revisiones teóricas

5. ¿Desde dónde hablan los


estudios culturales?

1. Técnicas de investigación
Principales aspectos de la prestadas
investigación en Estudios
Culturales 2. Transdisciplinariedad

3. Politización de la teoría y
teorización de lo político

2. Debilidades y Fortalezas 4. Contextualismo radical: 15


anti reduccionismo y
teorización sin garantías

5. Rasgos de los estudios


culturales

3. Estudios Culturales y 1. Desfetichizar la


16
Globalización globalización

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2. ¿Imperio o imperialismo?

3. El travestismo discursivo

4. Comunidades imaginadas

5. La fragilidad ambiental de
la cultura

5.1 MAPA DELCURSO DE ESTUDIOS CULTURALES

Clases sociales

Nacionalismo

Revolución

Género
SOCIEDAD
Globalización
ESTUDIOS
Trabajo
CULTURAES
Ideologías

Representaciones

Subalternidad

CULTURA Otredad

Intersubjetividades

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Identidad

Territorio

Sexualidad

Raza

Colonialismo

Poscolonialismo

Identidades políticas

Ecología

Cultura popular

Cultura de masas

Discurso

Diálogo

Sentido
CONSTRUCCIÓN
Audiencias
DE SENTIDO
Interculturalidad

Hibridación

Textualidad

6. CONTEXTO TEÓRICO

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¿A qué nos referimos cuando hablamos de Estudios Culturales? Alicia Ríos (2001)
define los Estudios Culturales latinoamericanos como un campo de estudio
configurado dentro de la tradición crítica latinoamericana, la teoría de la
dependencia y la teología de la liberación que mantiene un diálogo constante con
las escuelas de pensamiento europeas y norteamericanas, cuyo objeto de estudio
es la producción simbólica de la realidad social latinoamericana, tanto en su
materialidad, como en sus producciones y procesos. Cualquier cosa que pueda ser
leída como un texto cultural y que contenga en sí misma un significado simbólico
socio - histórico capaz de disparar formaciones discursivas, puede convertirse en
un legítimo objeto de estudio (Ríos, 2001), metodológicamente estos estudios
culturales pueden definirse como interdisciplinares porque utiliza el conocimiento
de varias disciplinas para dar cuenta de sus objetos de estudio.

Dentro de los Estudios Culturales podemos encontrar dos líneas bien marcadas una
la que conforman los estudios europeos y los norteamericanos y la otra la que
conforman los estudios latinoamericanos, para Nelly Richard (1998), los "estudios
latinoamericanos y los estudios culturales, comparten el proyecto de mezclar -
colaborativamente - pluridisciplinariedad y transculturalidad para responder a los
deslizamientos de categorías entre lo dominante y lo subalterno, lo culto y lo
popular, lo central y lo periférico, lo global y lo local; deslizamientos que recorren
las territorialidades geopolíticas, las simbolizaciones identitarias, las
representaciones sexuales y las clasificaciones sociales.

En este sentido los estudios culturales son un campo de estudio que dan cuenta,
de manera transdisciplinaria, de los fenómenos culturales, reconoce múltiples
actores e instituciones generadoras de significaciones sociales, develando las
intencionalidades políticas y de dominación que existen dentro de estos procesos
que son impulsados desde centros hegemónicos de poder, la iglesia, la escuela, el

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estado, la familia, etc. y que en estas sociedades mediáticas se han servido de los
medios masivos de comunicación para llegar a un mayor número de sociedades
convirtiéndolos en los mayores trasmisores simbólicos. Los estudios culturales
permiten, también, contraponer los procesos culturales de lo local, lo regional y lo
global.

Una de las relaciones transdiciplinarias más importantes en los estudios culturales


es la de Comunicación - cultura, especialmente haciendo énfasis en los medios de
comunicación como uno de los actores fundamentales en la construcción social de
la realidad, al producir y transmitir representaciones sociales a cerca del poder, la
sociedad, la justicia, el futuro colectivo, los derechos humanos, etc. Con los análisis
surgidos de los Estudios Culturales se pretende dar otras explicaciones a los
fenómenos que superen las miradas reduccionistas de la
economía y la política, especialmente el marxismo, en la que se habla de la
estructura y la superestructura, donde la estructura es el modelo económico y de
producción imperante, el capitalismo, y esto determinaba la construcción de la
superestructura, donde estaba ubicada la conciencia social y política, es decir para
trasformar la ideología y la conciencia se debía cambiar la estructura, las nuevas
miradas que se le piden a los estudios culturales rompen esta división
reconociendo que las significaciones sociales, frente a los distintos fenómenos
sociales (políticos, de género, globalización, economía etc.) son generados desde
múltiples actores e instituciones.

En las sociedades postindustriales, o de la información, la cultura es el centro del


debate y la definición de lo que hace parte de la cultura pasa por los medios de
comunicación. Con el surgimiento de la globalización los estudios culturales toman
mayor fuerza ya que se empiezan a estudiar las contradicciones entre la cultura
hegemónica y las culturas regionales.

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El reconocimiento de los estudios culturales, como un como un campo de


investigación se da a partir de la creación del Centro de Estudios Culturales
Contemporáneos de Birmingham (Inglaterra), en 1962, aunque estos se venían
desarrollando desde mucho tiempo atrás.

7. METODOLOGÍA

Para lograr los objetivos y propósitos propuestos con anterioridad, el curso de


Estudios Culturales se ha organizado a partir de TRES Unidades Temáticas que
expresan el Sistema de Créditos Académicos adoptado por la UNAD. Se
desarrollará en 18 semanas, la primera de las cuales el estudiante la dedicará a
realizar un reconocimiento del curso consultando el Protocolo Académico y la Guía
de actividades, y realizará una prueba de reconocimiento de sus pre-saberes en
los temas y tópicos del curso.

El desarrollo del curso está programado para 16 semanas y esta dividido en tres
unidades. Cada unidad está dividida en 3 capítulos que a su vez cada uno cuenta
con 5 lecciones, para un total de 15 lecciones por capítulo, 45 para el desarrollo de
todo el curso. El contenido del mismo se verá a partir de la lectura comprensiva de
una serie de textos. Tenga presente que un texto puede servir para desarrollar
varias lecciones de un capítulo.

Por cada texto leído el estudiante tendrá que hacer tres productos: en primer
lugar, siempre se hará una autoevaluación acerca de los pre-saberes que pueda
tener sobre el tema y tópicos tratados; en segundo lugar, hará una evidencia de
lectura de estudio (Mapa conceptual, Resumen, Ensayo y solución de problemas)
que permita verificar el desarrollo de su trabajo independiente y, finalmente, hará
una aplicación en un trabajo colaborativo de los conceptos aprendidos durante la

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lección, lo que significa que al final del curso hará realizado un total de 57
actividades: 21 de reconocimiento, 21 de profundización y de 9 de transferencia,
sin contar con las actividades propuestas en la inducción al curso.

Cada unidad tendrá una actividad que evaluará la comprensión de lo estudiado a


partir de un taller de aplicación, una evaluación y un foro para que los estudiantes
que se inscriban al curso puedan intercambiar puntos de vista y construir su
trabajo colaborativo

En la semana 18 se realizará el examen final que constará de 15 preguntas de


selección múltiple o de falso o verdadero y se enviará el trabajo propuesto en la
tercera unidad.
Es importante destacar que la lectura es pieza fundamental para el desarrollo de
este curso, por ello el estudiante deberá estar dispuesto a hacer lectura
interpretativa de los textos propuestos y otros que sean de su interés.

En todo acto pedagógico intervienen cinco componentes: El que enseña, el que


aprende, el sistema de comunicación, el contenido de lo que va ser enseñado y el
bagaje cultural y académico del que enseña y del que aprende. Por esta razón en
el diseño de este curso se tienen en la cuenta las experiencias que promueven la
articulación de los anteriores elementos, por eso en su estructura se encuentran:

 Actividades previas, en las cuales se identifican los propósitos del trabajo


académico y se planeen estrategias para aprender y para elaborar productos de
aprendizaje.

 Actividades de ejecución, en las cuales se clasifican datos e información, se


llevan a cabo ejercicios y pruebas para llegar a producciones de conocimiento y
saber.

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 Actividades evaluativas, en las cuales se valora la pertinencia de la información


y las ideas para resolver los problemas y alcanzar los propósitos de aprendizaje.

La cuidadosa programación y organización de dichas actividades dentro del curso,


le brindan la oportunidad al estudiante de desarrollar un proceso de aprendizaje
evidenciado en sus fases de reconocimiento, profundización y transferencia.

8 SISTEMA DE EVALUACIÓN

En el Protocolo Académico ya vienen descritas las diferentes formas de evaluación,


pero recordémoslas en este apartado dedicado exclusivamente a ellas:

Autoevaluación: La realizada directamente por el estudiante al elaborar los


argumentos de su estudio de caso y su propuesta creativa, a partir de las lecturas,
la investigación sistemática, la observación de su entorno y la retroalimentación
recibida de parte de su grupo de estudio. Evaluación de carácter cualitativo por
excelencia y cuantitativo en tanto que sirve para indicar porcentual y
autónomamente el logro de los objetivos propuestos.

Coevaluación: La realizada por el grupo de estudiantes durante sus encuentros


presenciales y en línea (sincrónica o asincrónica), al socializar sus elaboraciones
conceptuales, sus criterios personales y su producción académica. Evaluación de
carácter cualitativo por excelencia y cuantitativo en tanto que sirve para indicar
porcentualmente el logro de los objetivos propuestos comparado con los demás
estudiantes. Esta evaluación retroalimenta los procesos individuales al brindar la
percepción de otros puntos de vista, verlo desde afuera por parte de sus pares

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académicos; también puede ampliar fuentes de información, modos de aplicación y


transferencia de los conocimientos, utilización de recursos.

Heteroevaluación: La realizada por el tutor y el docente, en las fechas establecidas


por el calendario académico, con base al proceso adelantado por el estudiante, la
producción académica propuesta para cada una de las unidades del presente
curso, confrontado con los objetivos planteados. Es una evaluación que articula lo
particular con lo general. De carácter cualitativo y cuantitativo, convertido a
sistema numérico decimal (de 0 a 5, con fracciones de una décima), para efectos
de reportar una calificación computable y registrable en el historial académico del
estudiante.

En cuanto a las estrategias para la evaluación final de cada una de las unidades, se
recomienda la heteroevaluación, considerar los resultados de las autoevaluaciones
y las coevaluaciones realizadas previamente, el proceso sistemático adelantado por
el estudiante, el resultado final o producto, la sustentación ante el grupo de
estudio y las competencias cognitiva, comunicativa, valorativa y contextual del
estudiante reflejadas en su trabajo. Se seguirán estrictamente los criterios de
evaluación planteados y comunicados previamente por el tutor.

En todos lo casos se tendrá como referente común el calendario académico y el


Reglamento Estudiantil, pues en ellos se inscriben las políticas y requerimientos
institucionales.

El tutor instruirá a los estudiantes sobre el Portafolio Personal de Desempeño, PPD.


―Es de obligatoria constitución por parte del estudiante y de obligatoria consulta
por parte del tutor. En el diseño de las situaciones y actividades deberán

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explicitarse cuáles resultados de las mismas son de carácter individual y se


conservarán en el PPD, cuáles se producirán en el grupo colaborativo de
aprendizaje y se insertarán en el PPD y cuáles resultados de los procesos de
socialización harán parte del mismo.‖2

Interfaces Situaciones y Formatos de Evaluación por Prueba


de actividades socialización parte del tutor con Nacional
aprendizaje base en
parámetros de la
Guía Didáctica 40%

Trabajo Sistematización
Prueba
personal personal La sumatoria de
nacional de
los procesos
Pequeños Análisis de carácter
evaluativos de
grupos sistematización individual y
esta interface
colaborativos y nueva obligatoria que
corresponde al
producción se sumará con
10% del total de
Reconocimiento

los resultados
Grupo de Socialización de la calificación del
del 60%
curso producciones y curso académico
obtenido por el
de experiencias
estudiante en
Trabajo Sistematización La sumatoria de el desarrollo de
Profund
ización

personal personal los procesos actividades de

2
Salazar Ramos, Roberto J. El Material Didáctico. Universidad Nacional Abierta y a Distancia. Bogotá, 2004

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Pequeños Análisis de evaluativos de las interfaces:


grupos sistematización esta interface
colaborativos y nueva corresponde al
producción 30% del total de 40%
la calificación del
Grupo de Socialización de
curso académico
curso producciones y
de experiencias

Trabajo Sistematización
personal personal La sumatoria de
los procesos
Pequeños Análisis de
evaluativos de
grupos sistematización
esta interface
colaborativos y nueva
corresponde al
producción
20% del total de
Transferencia

Grupo de Socialización de la calificación del


curso producciones y curso académico
de experiencias

9. FUENTES DOCUMENTALES
MATTELART A. y NEVEU E. (2004). Introducción a los estudios culturales.
Barcelona, Paidós, 175 páginas.

ALONSO Luis Enrique. Pierre Bourdieu, el Lenguaje y la Comunicación: de los


Mercados Lingüísticos a la Degradación Mediática.
www.unavarra.es/puresoc/es/c_textos.htm

BOURDIEU Pierre. ¿Qué Significa Hablar?, Economía de los Intercambios


Lingüísticos. Ediciones Akal. Madrid - España. Tercera edición 2001

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ESCOBAR Juan Camilo. Lo Imaginario. Entre las Ciencias Sociales y la Historia.


Fondo Editorial Universidad EAFIT. Medellín 2000.
Néstor García Canclini,"El malestar en los estudios culturales", Fractal n° 6, julio-
septiembre, 1997, año 2, volumen II, pp. 45-60.

GRANDI, Roberto. Texto y contexto en los medios de comunicación,


Barcelona: Bosch, 1995

Martin Barker y Anne Beezer (Eds.), Introduccion a los estudios culturales,


Barcelona,
Editorial Bosch, 1994

Martínez, Agustín (1991) ―Prólogo‖. Crítica cultural. Antonio Candido. Caracas:


Biblioteca Ayacucho. pp: 9-30.

Montaldo, Graciela (2000) ―Nuevas reflexiones sobre la cultura de nuestro tiempo‖.


Estudios 14/15: 395-405.

Moraña, Mabel (1982) ―José Enrique Rodó‖. En: Luis Iñigo Madrigal (ed.): Historia
de la literatura hispanoamericana. Madrid: Cátedra. pp: 655-665.

_______________ ed. (2000) Nuevas perspectivas desde/sobre América Latina: el


desafío de los estudios culturales. Santiago: Cuarto Propio.

MATO Daniel (Compilador). Estudios Latinoamericanos Sobre Cultura y


Transformaciones Sociales en Tiempos de Globalización.. CLACSO junio de 2001.
www.clacso.edu.ar

--------------. Fragmentos de ―Estudios y otras Prácticas intelectuales


Latinoamericanas en Cultura y Poder‖. www.clacso.edu.ar

RICHARD Nelly, Intersectando (sic) Latinoamérica con el Latinoamericanismo:


Discurso Académico y Crítica Cultural‖. RÍOS Alicia. Los Estudios Culturales y el
Estudio de la Cultura en América Latina.

Richard, Nelly (1998) Residuos y metáforas; ensayos de crítica cultural sobre


el Chile de la Transición (Santiago: Cuarto Propio).

25
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Módulo del curso

Ríos, Alicia. Los estudios Culturales y el estudio de la cultura en América Latina. En


libro: Estudios y otras prácticas intelectuales latinoamericanas en cultura y poder.
Daniel Mato (compilador). CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales,
Caracas, Venezuela. 2002.

Rodríguez, Ileana. 2001. Convergencia de Tiempos. Estudios subalternos /


contextos latinoamericanos. Estado, cultura, subalternidad. Ámsterdam: Rodopi

Rowe, William 1994/5 ―La crítica cultural: problemas y perspectivas‖, en Nuevo


texto crítico (Stanford University) N° 14/15, Julio-Junio.

Said, Edward W. 1987 ―Crítica secular‖, en Punto de Vista (Buenos Aires) N° 9,


Diciembre.

Sarlo, Beatriz 1994 Escenas de la vida posmoderna; intelectuales, arte y vi


deocultura en la Argentina (Buenos Aires: Ariel).

Sarlo, Beatriz 1995 ―Olvidar a Benjamin‖, en Punto de Vista (Buenos Aires) N° 53,
Octubre.

Sarlo, Beatriz 1997 ―Los estudios culturales y la crítica literaria en la encrucijada


valorativa‖, en Revista de Crítica Cultural (Santiago de Chile) N° 15, Noviembre.

www.clacso.org/wwwclacso/espanol/htmal/libros/cultura SPIELMANN Ellen


―Nosotros habíamos hecho Estudios Culturales mucho antes de que esta etiqueta
apareciera‖ Entrevista con Jesús Martín Barbero. Berlín 1996.
www.javeriana.edu.co/pensar
WILLIAMS, R. Culture and Society. 1780-1950, Londres: Chatto and Windus.

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MÓDULO

CURSO DE ESTUDIOS CULTURALES-401105

UNIDAD N0. 1 ANTECEDENTES Y TRAYECTORIA DE LOS ESTUDIOS


CULTURALES

CAPÍTULO No. 1

Antecedentes y orígenes de los Estudios Culturales

LECCIÓN No. 1

Antecedentes I

En esta primera lección y en la segunda abordaremos la primera parte de un


artículo publicado en el año 2003, intitulado ‗Estudios Culturales. De críticos a
vecinos del Funcionalismo‘, de Fernando Quiroz, y el cual fue obtenido del
siguiente enlace: http://www.infoamerica.org/documentos_pdf/quiros01.pdf

1. El Centre of Contemporary Cultural Studies

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En 1964 se funda en Birmingham (Reino Unido) el Centre of Contemporary


Cultural Studies (CCCS), que inicia una nueva forma de aproximarse al estudio de
la comunicación de masas.

Su interés se centra, sobre todo en analizar una forma específica del proceso
social, correspondiente a la atribución de sentido a la realidad, al desarrollo de una
cultura, de prácticas sociales compartidas, de un área común de significados.
Mauro Wolf señala que, para los Cultural Studies (en adelante Estudios Culturales)
la cultura no es una práctica, ni es simplemente la descripción de la suma de
hábitos y costumbres de una sociedad. Pasa a través de todas las prácticas
sociales y es la suma de sus interacciones.

El objetivo de los Estudios Culturales es definir el estudio de la cultura propia de la


sociedad contemporánea como un terreno de análisis conceptualmente importante,
pertinente y teóricamente fundado. En el concepto de cultura cabe tanto los
significados y los valores que surgen y se difunden entre las clases y los grupos
sociales, como las prácticas efectivamente realizadas a través de las que se
expresan valores y significados y en las que están contenidos. Los medios de
comunicación de masas desarrollan una función primordial al actuar como
elementos de esas relaciones (Wolf, 1987).

Esta corriente tiene su fuente lejana en los estudios de crítica literaria de Raymond
Leavis, cuya obra Mass Civilisation and Minority Culture, publicada en 1930,
constituye un furibundo alegato educativo en favor de la protección de los alumnos
contra la cultura comercial. Para Leavis, el desarrollo del capitalismo industrial y
sus expresiones culturales tenían un efecto pernicioso en las distintas formas de
cultura, tanto en la popular como en la de élite. Desde la revista Scrutiny, Leavis y
sus seguidores ponen en marcha toda una cruzada moral y cultural, opuesta al
capitalismo industrial como forma de organización social en la que los medios de
comunicación de masas juegan un papel nefasto, en tanto que elementos de
difusión de la pseudocultura comercial.

Pretenden utilizar la escuela para propagar el conocimiento de los valores iterarios,


proponiendo una aproximación a las diferentes formas de producción literaria
basada en el análisis textual, la investigación del sentido y de los valores

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culturales. Con ello, nos encontramos con una formulación radicalmente opuesta a
los métodos funcionalistas que se estaban desarrollando en los Estados Unidos.

En los años cincuenta y primeros sesenta, los postulados leavisianos serán


asumidos por una generación de educadores que valorarán los gustos de los
alumnos pertenecientes a la clase obrera:

*Richard Hoggart, publica en 1957, La Cultura del Pobre, alabando las formas de
cultura tradicional de la clase obrera que resisten frente a la cultura difundida por
los medios de comunicación de masas.

*Raymond Williams, publica un año después Culture and Society, donde critica la
disociación practicada con demasiada frecuencia entre cultura y sociedad. Para él,
cultura designa toda una forma de vida (los significados comunes) y designa las
artes y el saber (procesos especiales de descubrimiento y esfuerzo creador).

* Stuart Hall y Paddy Whannel publican, en 1964, The Popular Arts, donde se
aborda críticamente el proceso de construcción de la cultura.

Esta primera etapa, caracterizada por tratar de dar respuesta a las demandas de la
Escuela, da paso a la articulación propiamente dicha de los Estudios Culturales,
con la fundación, también en 1964, del Centre of Contemporar y Cultural Studies.

El CCCS, se crea como un centro estudios de doctorado sobre las formas, las
prácticas y las instituciones culturales y sus relaciones con la sociedad y el cambio
social. Sus dos primeros directores serán Richard Hoggart (1964-1968) y StuartHall
(1968-1979). Bajo la dirección de ambos los Estudio Culturales vivirán una etapa
de esplendor que coincide con el desarrollo de La New Left británica. Los Working
Papers in Cultural Studies, revista del Centro, se convierten en punto de referencia
obligada para los estudios sobre la comunicación de masas.

LECCIÓN No. 2

Antecedentes II

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2. Influencias teóricas en el Centre of Contemporary Cultural


Studies

De acuerdo con Mattelart, en Birmingham puede seguirse la huella de dos tipos de


influencias. Por una parte las del Interaccionismo Simbólico y por otra las de
diversas corrientes heterodoxas del marxismo. La apropiación crítica de ambas
dará al Centro una originalidad que radica en la formación de distintos grupos de
estudios en diferentes campos que serán vinculados con las demandas de los
movimientos sociales, singularmente del feminismo (Mattelart, 1997).

El Interaccionismo Simbólico sirve a los culturalistas para recuperar la dimensión


etnográfica y el análisis de los valores y las significaciones vividas; las formas en
que las culturas de los distintos grupos se comportan frente a la cultura
dominante; las definiciones propias que se dan los actores sociales de su propia
situación. Además, esta tradición norteamericana vino a coincidir con ciertas
tradiciones etnográficas británicas que pretendían renovar la forma de hacer
historia social, haciéndola desde abajo.

Por lo que respecta a las influencias marxistas heterodoxas, siempre según


Mattelart, el Centro, relee los estudios de historia literaria de Luckas,
concretamente Historie et Conscience de classe(1923), y los trabajos de Batjin en
Marxismeet la philosophie du langage(1929), así como sus análisis históricos de la
cultura popular; traduce a Benjamin; descubren a Goldman y a Sartre. Comparten
con Althusser las cuestiones vinculadas con la naturaleza de la ideología, que ya no
se enfoca como simple reflejo de la base material, sino que cumplen una función
activa en la reproducción social. Con Barthes se interesan por la especificidad de lo
cultural y adoptan una metodología apoyada en la teoría lingüística para abordar la
cuestión maestra en aquella época de las lecturas ideológicas. Y toman de Gramsci
la cuestión de la hegemonía.

Louis Althusser y Antonio Gramsci, sin embargo, son los dos pensadores marxistas
que más influencia han tenido en los Estudios Culturales, particularmente en la
obra de Stuart Hall. A partir de la obra de ambos (y en algunos casos mezclando
términos contradictorios de ambos) los Estudios Culturales pretendieron refutar la
tesis otras interpretaciones marxistas de la comunicación de masas, especialmente
de la Economía Política. Sin perjuicio de la refutación de esta refutación que

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presentamos al final del capítulo quinto, hay que decir aquí que los culturalistas
pretenden haber roto con éxito los lazos del marxismo clásico. Así para Hall: (...) el
marxismo clásico dependía de una correspondencia asumida entre lo económico y
lo político: se pueden conocer nuestras actitudes, intereses y motivaciones políticas
a partir de nuestros intereses de clase y posición. Esta correspondencia es
precisamente lo que se ha desintegrado, práctica y teóricamente (Hall, 1998).

A pesar de su ruptura posterior con Althusser, Hall y bastantes de sus seguidores,


utilizan los textos del autor francés para subrayar la autonomía de la práctica
social, rechazan el resto de las formulaciones marxistas por consideraras
economicistas o reduccionistas y negándose a reconocer que algunas de esas
formulaciones habían roto con éxito la estrechez de los análisis basados en una
lectura plana de las obras de Karl Marx.

Con el paso de los años, la pretendida autonomía de la práctica social, ha servido a


los postalthusserianos para enlazar sin problemas la teoría marxista con la
observación complaciente de la posmodernidad. Así, en los Estudios Culturales,
Althusser aparece ahora junto a Baudrillard, Gorz y Lyotard.

La obra de Cliford Geertz, La Interpretación de las culturas (Geertz, 1973), ha


influido notablemente en la configuración del enfoque simbólico de los Estudios
Culturales. Para Geertz, lo que llamamos cultura es una red de significados que ha
sido tejida, por acciones objetos y expresiones provistos de sentido, bajo este
aspecto la cultura no es objetiva ni subjetiva. Este enfoque desestima la afirmación
empirista de acuerdo con la cual la producción de datos rigurosamente objetivos
(como los obtenidos cuando se miran figuras) pueden proporcionar un anclaje
seguro para las ciencias sociales. El énfasis que Geertz pone en la naturaleza
simbólica de la cultura, abre el camino para el distanciamiento de los análisis
funcionales de la comunicación de masas y la propuesta como alternativa -típica de
los Estudios Culturales-de una interpretación simbólica de la cultura.

Michele Foucault también ha dejado su huella en los Estudios Culturales. A partir


de sus obras bastantes investigadores de esta corriente han abandonado el estudio
de la comunicación desde el conflicto de clases. Dicho de otra forma la obra del
pensador francés ha sido utilizada para escapar de un debate interno en el estudio
marxista de la comunicación de masas. Foucault ofrece una visión de la sociedad,

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en que múltiples relaciones de poder entran en juego en diferentes situaciones.


Este fenómeno no puede subsumirse en una oposición binaria y simple de
intereses de clase ni puede ser detectado a través del modo de producción y
formación social. Así, dirá:

Las relaciones de poder arraigan en el sistema de las redes sociales.


Esto no significa, de todas formas, que haya un principio primario y
fundamental de poder que domine la sociedad hasta en sus más
mínimos detalles, sino que tomando como punto de partida la
posibilidad de la acción sobre la acción de los otros (lo cual se extiende
a cada relación social), pueden definirse diversas formas de poder
según las múltiples formas de disparidad individual, de objetivos, de la
aplicación dada del poder sobre nosotros mismos o sobre otros, de la
parcial o universal institucionalización en diversos grados, de mayor o
menor organización deliberada. (Foucault, 1982).

Esto significa que se ha quedado sin valor alguno para el análisis social la división
en clases de la sociedad y la consideración central en todo análisis marxista de los
medios del sistema de producción en el que nacen y operan.

LECCIÓN No. 3
Orígenes e inicios de los estudios culturales

Las lecciones 3, 4 y 5 del primer capítulo, de la primera Unidad del curso de


Estudios Culturales, son apartes del artículo científico ‗Historia Reciente de los
Estudios Culturales‘, publicado en el año 2009, en la Revista Historia
Contemporánea, 36:219-259. Su autor es el profesor del Departamento de
Sociología de la Universidad del País Vasco-Vitoria, Eguzki Urteaga. La lectura
completa se puede descargar del siguiente link:
http://www.historiacontemporanea.ehu.es/s0021-
con/eu/contenidos/boletin_revista/00021_revista_hc36/es_revista/adjuntos/36_10.
pdf

A lo largo del siglo XIX, una tradición conocida como Culture and Society emerge
en Gran-Bretaña creada por las figuras intelectuales del humanismo romántico.
Más allá de sus diferencias ideológicas, denuncian los daños provocados por la

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"vida mecanizada" bajo el efecto de la civilización moderna. La identidad nacional


se enfrenta entonces al triunfo de la clase media que descalifica el arte
considerado como un adorno no rentable, en un contexto de pérdida de influencia
de la aristocracia hereditaria y de irrupción de las clases populares. El concepto de
cultura se convierte en la piedra angular de una filosofía moral y política, cuyo
símbolo y vector es la literatura. El contacto con las obras tiene que modificar el
horizonte de sensibilidades de una sociedad encadenada a la ideología de los
hechos. Hacia el final del siglo, la creencia en el poder purificador de la creación
imaginaria a la hora de transmitir los valores cívicos a las clases emergentes
encuentra su campo de aplicación privilegiado en la puesta en marcha de unos
estudios sobre la literatura inglesa: los English Studies. Las controversias sobre los
públicos a los que son susceptibles de dirigirse acompañan la lenta gestación de
una concepción socio-histórica de la idea de cultura que conduce a la creación de
los cultural studies.

'Culture and Society' en la Inglaterra del siglo XIX

A lo largo del siglo XIX, el desarrollo de una cantidad suficiente de textos en la


lengua nacional confiere a la literatura su acepción moderna. Simultáneamente se
produce una nueva definición nacional de los universos literarios. Las literaturas
nacionales movilizan unos mitos y emociones a favor de unos procesos de
constitución y de reactivación de las identidades nacionales (Thiesse 1999). La
noción de "clásico nacional" se refiere a la legitimidad literaria a partir de la cual se
reconoce La literatura. Vinculado de manera indisoluble al destino de la lengua, el
"capital literario", formado por un conjunto de textos considerados como
nacionales e incorporados a la historia nacional, se convierte en un recurso político
(Casanova 1999).

El siglo XIX es a la vez nacionalista y sinónimo de una internacionalización del


sentimiento y de la intensidad. El valor literario se convierte en lo que está en
juego en los intercambios y en las relaciones de fuerza que enfrentan las culturas.
Goethe y Fichte aparecen como las figuras del hombre de letras moderno y la
filosofía de la historia de la que se reclama Carlyle se inspira de la filosofía
trascendentalista de Fichte. La fascinación del pensador británico hacia el espíritu
germánico tiene como contrapartida su posicionamiento a propósito del espíritu
francés y de su culto de la lógica. El pathos contra el logos, la vivencia frente a la
concepción. Las dos vertientes antagónicas del pensamiento alemán y de la

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Revolución francesa dividen la literatura entre los que asocian todo a un gran
principio organizador y los que invitan a una representación contradictoria del
mundo. Para Carlyle, el pensamiento demasiado claro anula cualquier forma de
actividad espontánea y limita la expresión de las órdenes ciegas e instintivas de la
vida. El movimiento de nacionalización de la cultura en Inglaterra se opone
abiertamente a la influencia del universalismo galo y a la supremacía de su lengua.
Este rasgo deja adivinar de manera más precisa el reto estratégico que representa
para la sociedad inglesa la self-national definition del espacio literario.

La concepción voluntarista del saludo por la cultura y, más precisamente, por el


texto se formaliza bajo la era victoriana con Matthew Arnold (1822-1888) que
inventa la filosofía de la educación. Crítico literario y social, analiza la cultura de las
nuevas clases ascendentes. Autor de numerosos ensayos sobre la igualdad y la
democracia, Arnold reflexiona en términos de anarquía, de desorden y de
desintegración de la totalidad orgánica. No obstante, no esconde su admiración
por los logros de la Revolución francesa: la participación de la intelectualidad en la
vida social y el papel central del Estado así como la inteligencia colectiva que
transciende las voluntades individuales y defienden las ideas de lo público y de lo
nacional.

Se interesa sobre todo por el sistema educativo desarrollado en Francia por Guizot.
Inspector del sistema educativo durante 35 años y, accesoriamente, profesor de
poesía en Harvard, emprende en 1859 un viaje de estudios de cinco meses en el
continente que desemboca, dos años más tarde, en un informe. Este informe es
un alegato para que la administración pública británica instaure un sistema
nacional de educación obligatorio, universal y laico. Dando en ejemplo el caso
francés, Arnold intenta demostrar la necesidad de una alianza entre un Estado
racional y activo y las instituciones democráticas. Considera que las escuelas
públicas son las únicas capaces de enseñar "la mejor cultura nacional, la que
enseña la grandeza del alma y la nobleza del espíritu". Sin semejante política,
Inglaterra corre el peligro de "americanizarse", privándose de una "inteligencia
general". Haciendo el impasse sobre el pensamiento y la cultura, deja el camino
libre a la religión sectaria y al puritanismo.

Arnold cuestiona la sociedad elizabethana y su figura principal: Shakespeare. Este


referente fortalece su fe en la capacidad humanizadora de la alta literatura a
difundir en las nuevas categorías sociales el "espíritu de sociedad". La atención de

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la Culture and Anarchy se centra en la clase media, que califica de "filistea", para
la cual la grandeza se confunde con la riqueza. Todo su comportamiento indica
una falta de refinamiento: su modo de vida, sus costumbres, sus maneras, su tono
de voz, la literatura que lee, las cosas que le procuran cierto placer, las palabras
que salen de su boca y los pensamientos que nutren su espíritu. Según él, es
incapaz de definirse como un referente cultural, puesto que busca la dominación
comercial. Fascinada por la maquinaria erigida como un fin en sí, los "filisteos" son
a la vez los enemigos de las ideas y de la intervención del Estado. Como lo filisteo
está asociado al espíritu de parroquia, la educación literaria debería inyectar en
esta clase un espíritu cosmopolita, es decir abrirla a las ideas y a las perspectivas
europeas. Porque si la revolución industrial del final del siglo XVIII ha consagrado
su ascenso social, este se ha preparado desde el siglo XVII. Es precisamente el
momento en el cual se ha iniciado el divorcio entre el Reino Unido y el mainstream
de la vida cultural del continente europeo.

Por los valores culturales y las normas estéticas e intelectuales que generan, las
grandes obras artísticas y literarias son los hijos de la Ilustración. "Los hombres de
cultura son los verdaderos apóstoles de la igualdad. Los grandes hombres de
cultura son aquellos que están apasionados por la difusión, para hacer prevalecer,
para propagar de un extremo a otro de la sociedad, el mejor saber, las mejores
ideas de nuestro tiempo; que han trabajado para quitar a este saber todo lo que le
era áspero, difícil, abstracto, profesional, exclusivo; para humanizarlo, para
convertirlo en eficaz fuera del núcleo de la gente cultivada y sabedora, aún siendo
el mejor saber y el mejor pensamiento del tiempo, y una verdadera fuente, por lo
tanto, de la suavización de la luz" (Arnold 1993: 79). Para Arnold, el sistema
educativo debería servir para disciplinar los obreros e inculcarles el "espíritu
público". Es significativo que sea inicialmente en las escuelas técnicas, en los
colegios profesionales y en las clases de educación permanente, donde se
imparten los programas de enseñanza de esta literatura humanística. Ignorada por
la élite académica de Oxford y Cambridge, que le prefiere la filosofía clásica, el
estudio de la literatura inglesa entra por la pequeña puerta.

Antes de aplicarlo a la metrópoli, el Reino Unido ha podido experimentarlo en las


colonias. Desde 1813, los estudios literarios ingleses estructuran una estrategia de
contención de los colonizados en una parte del imperio, especialmente en la India.
A través de ellas, se construye y se propaga la representación de un tipo ideal del
inglés. Se trata de un ejemplo moral que constituye el contrapunto a la imagen

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negativa que los autóctonos podían tener del colonizador observando directamente
sus hechos y sus gestos. La política del Englishness se impone a la política del
orientalismo: esta estrategia de la integración fundamentada en la toma en
consideración de unos elementos de la cultura india que la administración colonial
ha inventado hacia el final del siglo XVIII para facilitar la indigenización de sus
élites (Viswanathan 1990). La metáfora colonial expresa perfectamente la
colonización interior de las clases populares de la metrópoli, como lo demuestra el
vocabulario misionero y civilizador utilizado (Steele 1997). Los editores, por su
parte, no han esperado la entrada de las English Studies en las aulas para
aventurarse en el mercado de la nacionalización de la literatura. En la segunda
mitad del siglo XIX, ciertas antologías dirigidas a un amplio público han puesto de
manifiesto el genius of the English lenguage.

De estos debates característicos del siglo XIX inglés, conviene recordar tres
elementos. El primero se refiere a la centralidad de la reflexión relativa al impacto
de la revolución industrial sobre la cultura nacional y a las amenazas que hace
pesar tanto sobre la cohesión social como sobre la preservación de una vida
intelectual y de creación no sometida al cálculo utilitarista. El segundo concierne la
responsabilidad que, más allá de sus contradicciones, estos autores conceden a los
intelectuales, productores y difusores culturales como educadores de una cultura
nacional. El tercero se refiere a las contradicciones de esta referencia a la cultura y
a lo que está en juego desde un punto de vista cultural. Incluso entre los más
conservadores, se observa una forma de sensibilidad moderna hacia lo cultural,
que integra los estilos de vida y la estética de la vida cotidiana. Simultáneamente,
las humanidades y especialmente la literatura nacional aparecen como los
instrumentos privilegiados de la civilización y de la comprensión del mundo,
mientras que la ciencia es mirada con cierta suspicacia (Lepennies 1985). Estos
tropismos intelectuales se perpetúan más allá del siglo XIX.

La consagración académica de los 'English studies'

La entronización de los Estudios Ingleses en el curriculum ordinario de las


universidades solo se produce realmente entre las dos guerras mundiales. La
experiencia acumulada en la formación de los adultos está puesta a contribución.
Surgen varias preguntas: ¿Es necesaria una pedagogía centrada exclusivamente en
el análisis de los textos de la literatura inglesa? O ¿Es preferible intentar sustraer la
enseñanza literaria del aislamiento textual y conectarlo de nuevo con las realidades

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sociales? Estos son los términos en los cuales se plantean lo que está en juego de
manera subyacente en los ámbitos intelectuales y políticos a la hora de definir los
programas y los públicos a los que se dirige. La corriente que domina el mundo
académico opta por la primera formula. Esta elección se corresponde con el
informe gubernamental, redactado en 1921, que fija las grandes líneas del
pensamiento de Matthew Arnold sobre "el hombre de cultura". Uno de los
discípulos de Arnold desarrolla las tesis de este último y su libro titulado Culture
and Environment se convierte en la Biblia de la nueva disciplina. La lectura
metódica de los textos ingleses se convierte en el antídoto estético-moral ante el
riesgo que representa la sociedad mercantil.

El contexto político favorece la aparición de un proyecto cultural mesiánico. La


Primera Guerra mundial pone al orden del día la necesidad de un cultural revival
de la nación inglesa. Esta restauración cultural aparece como urgente a ciertos
sectores de la intelectualidad que agita el espectro de la revolución bolchevique. La
"crisis del espíritu", el estremecimiento de los valores de la alta cultura heredada
de la Ilustración y la irrupción de una cultura de masas producida industrialmente
adquieren una resonancia especial en Inglaterra, en vía de ceder a Estado Unidos
el liderazgo de la economía mundial que ocupaba desde el inicio de la revolución
industrial. En 1932, Leavis crea la revista Scrutiny que se convierte en la tribuna de
una cruzada moral y cultural contra el "embrutecimiento" practicado por los
medios de comunicación y la publicidad. Para interrumpir la "degeneración de la
cultura", Scrutiny privilegia una solución idealista.

El equipo de Scrutiny propone someter la enseñanza y la opinión pública a la gran


tradición de la ficción inglesa. Esta representación del anglicismo determina una
elección selectiva de los autores que supuestamente encarnan dicha tradición. La
publicación de Scrutiny se interrumpe en 1953, es decir un cuarto de siglo después
de la desaparición de Leavis. El humanismo moral de este defensor de la gran
literatura se ha transformado en un rechazo obsesivo de la sociedad técnica,
considerada como "cretina", y acaba manteniendo posiciones conservadoras: "una
gran hostilidad hacia la educación popular, una oposición implacable ante la radio
y una profunda desconfianza frente la apertura de la enseñanza superior a los
estudiantes embrutecidos por la televisión" (Eagleton 1994: 42-43). Más allá de las
derivas elitistas y nacionalistas de la ideología leaviniana, una de las realizaciones
más duraderas de los English Studies entre las dos guerras mundiales es su crítica
de los textos literarios.

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No obstante, la predominancia académica de la corriente leaviniana no debe


ocultar el debate que se produce en la prensa especializada entre los formadores
que trabajan para la formación de los adultos de los barrios populares sobre las
visiones contradictorias de la pedagogía que conviene elegir (Steele 1997). Los
primeros son partidarios de una modernización de la educación popular vinculada
al estilo universitario y centrada en las artes y letras. Los segundos, más
preocupados por las realidades regionales, valoran las tradiciones puritanas del
movimiento obrero y militan a favor de un enfoque sociológico, basado en la
economía, la filosofía y la política, y que intenta movilizar las personas más
avanzadas de la clase obrera. La oposición entre una democracia de los
trabajadores contra una aristocracia de letrados es recurrente en el debate. Los
partidarios de las letras reprochan a la visión sociológica de no ver las formas de
los mensajes y de la cultura. Más allá de sus contradicciones, Carlyle, Arnold y
Leavis comparten una interrogación sobre el rol de la cultura como instrumento de
reconstitución de una comunidad y de una nación ante las fuerzas disolventes del
desarrollo capitalista. Las cultural studies participan en este cuestionamiento, pero,
tras Morris, se centran en las clases populares.

LECCIÓN No. 4

Los fundadores de las 'cultural studies'

La etapa de cristalización que constituye el reconocimiento institucional de las


cultural studies en los años 1960 sería incomprensible sin tomar en consideración
el trabajo de maduración que se inicia diez años antes y que es simbolizado por
tres figuras principales.

En primer lugar, Richard Hoggart publica en 1957 un libro considerado como


fundador de los Estudios Culturales. Esta obra se titula The Uses of Literacy:
Aspects of Working-Class Life with Special References to Publications and
Entertainments. El autor estudia la influencia de la cultura difundida en la clase
obrera a través de los medios de comunicación modernos. Tras describir con una
gran finura etnográfica el paisaje cotidiano de la vida popular, este profesor de
literatura inglesa analiza la manera según la cual las publicaciones destinadas a
este público se integran en este contexto. Su idea central es que se tiene cierta
tendencia a sobrevalorar la influencia de los productos de la industria cultural

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sobre las clases populares. "No conviene olvidar nunca que estas influencias
culturales inciden de manera muy lenta sobre la transformación de las actitudes y
que están neutralizadas a menudo por unas fuerzas más antiguas".

Los ciudadanos de a pie no tienen una vida tan pobre como su lectura de la
literatura dejaría pensar. Es difícil demostrar rigurosamente semejante afirmación,
pero un contacto continuo con la vida de las clases populares es suficiente para
favorecer una toma de conciencia. Incluso si las formas modernas de ocio
fomentan entre la gente de a pie unas actitudes consideradas como nefastas, es
cierto que varias dimensiones de la vida cotidiana siguen estando protegidas ante
estos cambios" (Hoggart 1970: 378). La atención prestada por los análisis de
Hoggart a los receptores no impide que estas hipótesis sigan estando
profundamente marcadas por su desconfianza hacia la industrialización de la
cultura. La idea misma de resistencia de las clases populares que subtiende su
enfoque de las prácticas culturales se refiere a esta creencia.

La idea de resistencia al orden cultural es consustancial a la multiplicidad de los


objetos de investigación que han caracterizado los dominios explorados por las
cultural studies durante más de dos décadas. Hace referencia a la convicción de
que es imposible abstraer la cultura de las relaciones de poder y de las estrategias
de cambio social. Este axioma explica la influencia ejercida sobre el movimiento
por los trabajos de inspiración marxista de dos otras figuras británicas en ruptura
con las teorías mecanicistas: Raymond Williams (1921-1988) y Edward P.
Thompson (1924-1993). Ambos están vinculados a la formación permanente de las
clases populares y están en contacto directo con la New Left, cuya emergencia en
los años 1960 significa un renacimiento de los análisis marxistas.

Thompson es uno de los fundadores de la New Left Review. Con Williams


comparte sobre todo el deseo de superar los análisis que han convertido la cultura
en una variable dependiente de la economía. Como lo afirma Thompson en 1976,
"mi preocupación principal a lo largo de mi obra ha sido abordar el silencio de
Marx sobre el sistema de valores. Un silencio con respecto a las mediaciones de
tipo cultural y moral". El trabajo de Thompson puede describirse como una historia
centrada en la vida y las prácticas de resistencia de las clases populares. Su obra
más conocida, titulada The Making of the English Working Class (1963), constituye
un clásico de la historia social y de la reflexión sobre la socio-historia de un grupo
social.

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Cinco años antes, Raymond Williams publica Culture and Society (1958) que
constituye una genealogía del concepto de cultura en la sociedad industrial, desde
los románticos hasta Orwell. Explorando el inconsciente cultural presente en los
términos de cultura, de masas, de muchedumbre o de arte, fundamenta la historia
de las ideas en una historia del trabajo social de producción ideológica. Las
nociones, las prácticas y las formas culturales cristalizan unas visiones y actitudes
que expresan regímenes así como sistemas de percepción y de sensibilidad. Esta
obra esboza una problemática, desarrollada en The Long Revolution (1961), en la
que subraya el rol de los sistemas de educación y de comunicación así como el
papel de los procesos de alfabetización en la dinámica de cambio social.
Contribuye así a dibujar un programa de reforma democrática de las instituciones
culturales.

Tanto Williams como Thompson comparten la visión de una historia construida a


partir de las luchas sociales y de la interacción entre cultura y economía en la cual
la noción de resistencia al orden capitalista aparece como central. Esta época está
dominada, entre los intelectuales de izquierda, por el debate que opone la base
material de la economía a la cultura, convirtiendo esta última en un mero reflejo
de la primera. Las cultural studies pretenden salir de este dilema considerado
como imposible y reductor. Este esfuerzo de superación desemboca en el nuevo
descubrimiento de las formas específicas que han tomado el movimiento social y el
pensamiento socialista en Gran Bretaña. Ello explica que Thompson haya hecho
una nueva lectura de William Morris en la cual ve uno de los primeros críticos de
un determinismo estricto que ha conducido al empobrecimiento de la sensibilidad,
a la primacía de unas categorías que niegan la existencia efectiva de una
conciencia moral y la exclusión de la pasión imaginaria. Esta idea central es
defendida por Williams en su trabajo de columnista cultural en el Guardian. A su
vez, manifiesta un interés creciente a propósito de los medios de comunicación. A
partir de 1962, en su libro Comunicaciones, participa en el debate político,
formulando propuestas para un control democrático de los medios de
comunicación como medios de influencia y de agitación.

Al trío de los fundadores de las cultural studies se añade un cuarto hombre: Stuart
Hall. Este pertenece a una nueva generación que no ha participado directamente
en la Segunda Guerra mundial. Elemento central de las revistas de la nueva
izquierda intelectual, la producción científica de Hall solo llega a su madurez al
inicio de los años 1970.

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No obstante, la aparición y el posterior desarrollo de las cultural studies no se


explican únicamente por la acción de algunas personalidades. Más allá de su
contribución teórica, los founding fathers han construido igualmente unas redes
que han posibilitado la consolidación de nuevas problemáticas, tales como las
encarnaciones de las dinámicas sociales que afectan a amplios sectores de las
generaciones nacidas entre el final de los años 1930 y la mitad de los años 1950.
Conviene recordar el contexto político de los años 1950. 1956 es a la vez el año de
Budapest y el de Suez, el de la decepción hacia el comunismo y el de una
intervención militar que relanza la movilización "anti-imperialista" entre los
intelectuales británicos. La pérdida de atracción del laborismo y del comunismo, el
potencial movilizador de las luchas anticoloniales, la desconfianza ante las
promesas de un consenso social que acontece gracias a la abundancia, hacen
surgir un conjunto de movimientos de reacción en los núcleos intelectuales. En un
contexto de desarrollo del empleo terciario, unos jóvenes de las clases media y
popular encuentran en el sistema educativo un trampolín para ascender
socialmente.

Este deshielo relativo de las estructuras sociales, que se produce bajo diversas
formas en numerosos países europeos durante los "treinta gloriosos", estimula una
actitud crítica en los dominios de las artes, de la política y de la vida intelectual. El
mundo literario británico de los años 1950 está marcado en particular por la
irrupción de los autores de teatro John Osborne y Arnold Wesker y los escritores
Alan Sillitoe y Kingsley Amis. Sus obras y personajes expresan una rebelión contra
lo que perciben como el peso de las tradiciones y de las jerarquías sociales, las
rutinas "hipócritas" de su sociedad. También ponen de manifiesto su malestar y su
frustración ante su movilidad social ascendente. Esta corriente, que se
descompone en los años 1960, introduce en la literatura una pintura realista de la
vida cotidiana de las clases populares. En política, la efervescencia de la New Left
refleja estos cambios (Kenny 1995).

Esto explica en parte el impacto creciente de las cultural studies. Es cuestión de


convertir las culturas populares y los estilos de vida de las nuevas clases en
objetos dignos de investigar, acompañando así una movilidad social inconfortable
para las nuevas generaciones de intelectuales y poniendo un punto de honor a
continuar la lucha política en el terreno académico. Como lo subraya Hall, "ha
aparecido en un periodo determinado de los años 1960 donde se produce una
evolución en la formación de las clases. Había un conjunto de personas en

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transición entre las clases tradicionales. Había gente con orígenes populares,
escolarizados por primera vez en colegios o en escuelas de arte, que accedían a
altos cargos o se convertían en profesores de universidad. La New Left era un
punto de encuentro entre personas que oscilaban entre las clases. Una serie de
clubes se hallaban en nuevas ciudades en las cuales sus padres habían podido ser
trabajadores manuales. Ellos, sin embargo, habían tenido una mejor educación, al
acceder a la universidad, y se convertían en profesores" (Morley y Kuan-Hsing
1996: 494).

En el ámbito académico, dos formas de marginalidad marcan las figuras


fundadoras de las cultural studies. Se trata para Williams y Hoggart de un origen
popular que los convierte en unos personajes a contra-empleo en el mundo
universitario británico. En el caso de Hall y Thompson interviene una dimensión
cosmopolita y una experiencia de la diversidad cultural, que crea un perfil
específico del intelectual y crea una forma de sensibilidad hacia las diferencias
culturales. Estas trayectorias sociales atípicas o improbables se enfrentan a la
dimensión socialmente cerrada del sistema universitario británico y condenan los
"intrusos" a integrar este sistema o a permanecer en su exterior. Los fundadores
son nombrados en los centros pequeños y recientes, en las instituciones situadas
al margen de la Universidad y entre forman parte de los componentes extra-
territoriales del mundo universitario.

Esta dinámica centrífuga habría podido representar un hándicap para la


consolidación de las cultural studies. Pero, otra característica de los padres
fundadores, es decir su compromiso más allá del laborismo, va a constituir un
recurso para evitar su marginación. Hall y Charles Taylor animan la University and
Left Review, creada en 1956. La pareja Thompson juega un papel relevante en el
funcionamiento de la New Reasoner, revista creada este mismo año y que expresa
una sensibilidad humanística de izquierda o de disidentes del Partido comunista
británico. La fusión de estas dos publicaciones dará lugar en 1960 a la New Left
Review. Tres años más tarde, Perry Anderson y nuevos jóvenes intelectuales de
Oxford no tardan en tomar el poder para orientar la revista hacia un perfil más
universitario y con el objetivo de presentar las investigaciones llevadas a cabo en
el extranjero (Davies 1995). Esta revista se organiza en torno a una cuarentena de
New Left clubs donde Hall y Davies juegan un papel importante. Contribuye a
estructurar una red de conexiones entre los militantes de la Nueva izquierda y las
instituciones de educación popular. En el seno del mundo universitario, los

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investigadores que estudian unos objetos poco reconocidos, elegidos en función de


sus compromisos políticos, consiguen igualmente constituir unas redes de
intercambio intelectual. Este será el rol de las revistas Past and Present o de la
History Workshops (Brantlinger 1990). Los historiadores sociales valoran
especialmente la oralidad y la herencia de las culturas no escritas en el trabajo del
historiador.

Los heréticos y marginales del final de los años 1950 han sabido a la vez integrar
el mundo político para procurarse unos medios de coordinación y dotarse de
sólidas redes de aliados jugando sobre su posición intermedia entre el campo
político y académico y creando una revista que contribuye a difundir unos nuevos
autores y objetos de estudio. Sin olvidar el peso de las personalidades del mundo
cultural, como Doris Lessing, que gravitan en entornos próximos a los padres
fundadores. La ocupación de las periferias universitarias se hace rentable cuando,
a lo largo de los años 1970, el desarrollo del sistema universitario británico se
realiza a través de sus suburbios que constituyen la preservación de los santuarios
académicos contra la democratización gracias a la creación de las Open University.
Esta doble red política y universitaria se traduce en los años 1970 por la aparición
de editores de izquierda et incluso de editores feministas.

LECCIÓN No. 5

El verdadero inicio de las cultural studies

El Center for Contemporary Cultural Studies (CCCS) nace en 1964 en la


Universidad de Birmingham. La historia del centro ha sido un ejemplo de tensiones
y de debates y tolo lo que ha sido publicado en sus working papers no merece
pasar a la posteridad. Momificar quince años de investigación en una decena de
autores y de libros canonizados sería olvidar el desorden, la pasión y la
efervescencia creadora que caracterizan los "estados nacientes". La inteligencia
emprendedora de los directores sucesivos del centro ha consistido en saber hacer
colaborar en unos programas compartidos unos investigadores cuyas
preocupaciones y referencias eran diferentes. Del marxismo althuseriano hasta la
semiología, los miembros del centro han compartido una atracción común por lo
que el establishment universitario llamaba entonces un "vanguardismo pintoresco".

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Esta atención prestada a la renovación de los instrumentos del pensamiento crítico


no ha caído nunca en la ortodoxia. El centro ha sido un caldo de cultivo formado
por importaciones teóricas y bricolajes innovadores sobre objetos considerados
hasta entonces como indignos de un trabajo académico. Este centro de
investigación constituye una combinación original de compromiso social y de
ambición intelectual que ha producido durante más de una década una cantidad
considerable de trabajos.

El invento de las 'cultural studies'

La puesta en marcha del CCCS se hace lentamente. Formulado por Hoggart en una
conferencia de 1964, el proyecto del centro es claro. Se reclama explícitamente de
la herencia de Leavis. Quiere utilizar los métodos e instrumentos de la crítica
textual y literaria, desplazando la aplicación de las obras clásicas y legítimas hacia
las producciones de la cultura de masas y el universo de las prácticas populares.
Pero, incluso vinculado a la universidad, el centro está marcado en sus inicios por
la marginalidad institucional vivida por la generación de los padres fundadores. Los
recursos financieros del equipo son tan limitados que Hoggart debe solicitar el
patrocinio de la editorial Penguin para realizar algunas inversiones y contratar a
Stuart Hall que será su sucesor a partir de 1968.

El reto es también conseguir el reconocimiento de los componentes próximos a la


Universidad. Los sociólogos desconfían de estos nuevos compañeros que practican
la caza furtiva sobre su territorio. Los especialistas de estudios literarios desconfían
igualmente de los enfoques que parecen descarriar su saber sobre unos objetos
subalternos. El primer desafío al que se enfrenta Hoggart es de legitimar
académicamente una carrera original dedicada a la cultura y de convencer los
compañeros dubitativos. Una de estas tácticas ha consistido en integrar en los
tribunales del departamento de las cultural studies unos compañeros más
tradicionalistas, incluso los que gozaban de una fama de exigentes, con el fin de
atestiguar ante la profesión de la seriedad de su formación. Por lo tanto, conviene
situar el despegue científico del centro en la víspera de los años 1970, una vez
sobrepasado el obstáculo de su incorporación en la Universidad y de la formación
de las primeras promociones. Constituyen la segunda generación de las cultural
studies que constan de: Charlotte Brunsdon, Phil Cohen, Cas Critcher, Somin Frith,
Paul Gilroy, Dick Hebdige, Dorothy Hobson, Tony Jefferson, Andrew Lowe, Angela
McRobbie, David Morley o Paul Willis. La visibilidad científica creciente del CCCS

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debe, especialmente, a la circulación a partir de 1972 de working papers. Una


parte de estos textos será posteriormente reunida en libros que condensan lo
mejor de la producción del equipo.

La investigación en el CCCS se fundamenta inicialmente en los trabajos de Hoggart


y la sensibilidad reflexiva ante todas las vivencias de la vida cotidiana de la clase
obrera. Lo ha explorado de manera original y profunda gracias a la auto-etnografía
(Passeron 1999). Pero, uno de los rasgos del trabajo de Hoggart consiste en hablar
de un mundo que se erosiona. Aborda una secuencia decisiva de dichas
mutaciones en el mismo momento en el cual elabora su descripción y teorización.
En un texto publicado menos de cinco años después de la edición de La cultura del
pobre, subraya hasta qué punto estas descripciones pueden ser desusadas por el
incremento de la movilidad espacial, del bienestar material creciente, del impacto
inédito del coche y de la televisión sobre la sociabilidad obrera (Hoggart 1973).

El proyecto inicial de una etnografía comprensiva de la cultura de las clases


populares supone, por lo tanto, volver una y otra vez al campo. En The Uses of
Literacy trata de estudiar las nuevas formas de literacy, es decir de competencias
escolares y culturales. Hoggart cuestiona los efectos del equipamiento en
televisores y del alargamiento de la escolarización. Teoriza las capacidades de
resistencia ante los mensajes de los medios de comunicación por la simple inercia
que representa un estilo popular de "consumo indolente". Volver al mundo obrero
es enfrentarse al impacto de las operaciones de renovación urbana del East End y
al nacimiento de las nuevas ciudades de las que Phil Cohen muestra los efectos
destructurantes sobre la sociabilidad popular. Rompe los espacios de convivencia
(calles, pubs, jardines) y trastorna las relaciones de vecindario, de parentesco y de
generación. Sin constituir un eje principal de las cultural studies, el urbanismo y la
arquitectura, pensados como dispositivos organizativos de la sociabilidad y de la
cristalización de las identidades colectivas, forman parte de sus objetos de estudio.
Este interés no se desmiente como lo demuestran, veinte años más tarde, los dos
textos dedicados en New Times (Hall y Jacques 1989) a las ciudades simbólicas del
neoliberalismo thatcheriano como puede ser Basingstoke.

El retorno a las formas de la sociabilidad obrera nos conduce también a prestar


cierta atención a una dimensión secundaria en la obra de Hoggart: las relaciones
entre las generaciones, las formas identitarias y las subculturas específicas que
crean los jóvenes de los barrios populares. Múltiples factores ponen esta cuestión

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en el orden del día. La transición hacia un urbanismo de grandes conjuntos debilita


los mecanismos de control social que contribuían a la reproducción del grupo
obrero. La escolarización prolongada de una parte de la juventud de las clases
populares afecta a sus propios puntos de referencia culturales y redefine el espacio
de lo posible en el cual pueden inscribir sus proyectos profesionales. Más
globalmente, el mundo obrero se ve afectado por múltiples cambios que suscitan
un debate sobre "el obrero de la abundancia" (Goldthorpe y Lockwood 1968). La
crisis económica y la desindustrialización masiva de los años 1980 constituirán otro
traumatismo social e identitario. Las subculturas jóvenes son uno de los campos en
los cuales los investigadores del centro se han mostrado a la vez los más
productivos, los más creativos y los más próximos a las dinámicas sociales
(Hebdige 1979).

Si estos trabajos se caracterizan a veces por una relación de fascinación con sus
objetos, dos elementos convierten su lectura en estimulante, aunque parezcan
abordar unos temas que pertenecen al pasado. En primer lugar, su fuerza viene de
la capacidad de estos textos a dar cuenta de unos verdaderos periodos de vida,
nutridos por la observación y la preocupación por el detalle, que no caen nunca en
el exotismo social (Willis 1978). Esta calidad es visible en los estudios de Hebdige
sobre la vida cotidiana de los punks o mods (1979), sobre el valor simbólico que
confieren al scooter italiano (1988) o en la atención minuciosa que Corrigan dedica
a describir y comprender lo que puede ser la ociosidad ordinaria de unos
adolescentes condenados a permanecer en su barrio sin hacer nada (Hall y
Jefferson 1993). El interés de estos análisis estriba en su densidad teórica.
Numerosos textos se fijan en la manera según la cual las autoridades intervienen
en las subculturas para estigmatizar unos componentes y sus autores. El carácter
desviante no releva de sus componentes objetivos (pelo largo, piercing), sino de la
acción de las instituciones (iglesias, medios de comunicación, legislador) que
consideran como indeseables. El pánico moral que, en la mitad de los años 1960,
transforma las luchas entre los mods y los rockers del Kent en síntomas de una
crisis de la juventud y de la autoridad (Cohen 1972). El análisis de las subculturas
pretende, por lo tanto, comprender lo que está en juego políticamente. ¿Se trata
de resistir a través de unos rituales? ¿Conviene darles un valor subversivo? ¿Es
cuestión de sugerir más modestamente que contiene una crítica latente de los
valores instituidos? ¿Solo se trata de recreaciones sin consecuencias autorizadas
por el capitalismo fuera del tiempo escolar y profesional?

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Expansión y coherencia de las problemáticas

La reflexión sobre la cultura en la vida cotidiana se extiende según la lógica de los


círculos concéntricos. La primera extensión de las investigaciones aborda la
relación que mantienen los jóvenes de las categorías populares con la institución
escolar. En un enfoque etnográfico de una gran riqueza, Paul Willis (1977) aclara
la tensión en el seno de la escuela popular entre el comportamiento rebelde de los
"tíos" y el de los "pelotas" marcado por diversas formas de sumisión y de buena
voluntad hacia el sistema educativo. El subtitulo del libro (Cómo los hijos de la
clase obrera encuentran empleos de obreros) resume los impasses de esta
resistencia. Expresando en la escuela un estilo rebelde, una masculinidad agresiva,
un rechazo del compromiso con los valores intelectuales y la docilidad requerida
por la institución, los "tíos" resisten ante estos intentos socializadores y reivindican
unos valores obreros. Simultáneamente, hacen vislumbrar el destino más probable
cerrando las puertas ante una posible movilidad social ofrecida por la escuela.

El interés manifestado a propósito de las prácticas culturales, definidas


independientemente de su prestigio social, conduce los investigadores del centro a
tomar en consideración la diversidad de los productos culturales consumidos por
las clases populares. Birmingham será uno de los primeros equipos en movilizar las
ciencias sociales sobre unos bienes tan profanos como la publicidad o la música
rock (Frith 1983). Poco a poco, la atención se centra en los medios de
comunicación audiovisuales y sus informativos así como en los programas de
diversión. En "Codificación-descodificación", Hall elabora un marco teórico que
subraya que el funcionamiento de un medio de comunicación puede limitarse a
una transmisión mecánica (emisión-recepción), aunque suponga una puesta en
forma del material discursivo (discurso, imagen, sonido), en la cual influyen los
datos técnicos así como las coacciones de producción y los modelos cognitivos. En
aquel momento, este marco analítico implica tomar en consideración todas las
situaciones de desfase y de malentendido entre los códigos culturales, las
gramáticas mediáticas que presiden a la producción del mensaje, por una parte, y
las referencias culturales de los receptores, por otra parte. Esta visión cuestiona las
rutinas de la sociología empírico-funcionalista de los medios de comunicación, poco
interesada por las condiciones de producción de los mensajes. La noción de
descodificación invita a tomar en serio el hecho que los receptores tienen estatus y
culturas determinados y que ver y oír un mismo programa no implica una misma
interpretación y comprensión.

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Este movimiento de extensión conoce dos círculos adicionales cuyas consecuencias


a largo plazo serán esenciales. La primera conduce a la cuestión del género. Este
esquema interpretativo estructura el libro Women Take Issue (Women's Studies
Group/CCCS 1978). La utilización del género permite realizar trabajos empíricos
que ponen de manifiesto las diferencias de consumo y de valoración entre los
hombres y las mujeres en materia de televisión y de bienes culturales. Viene
también de la sensibilidad feminista de los investigadores: Charlotte Brunsdon y
Dorothy Hobson. Observan que los personajes y comportamientos analizados por
la literatura sobre las subculturas son casi siempre masculinos, lo que supone
preguntarse sobre una forma de connivencia machista en algunas descripciones de
la cultura obrera. La segunda, presente en los trabajos iniciales por Hebdige, se
centra en la otra alteridad simbolizada por las comunidades inmigrantes y la
cuestión del racismo que toma un lugar preponderante en The Empire Back (CCCS
1982). La presencia de importantes comunidades de inmigrantes y las reacciones
de atracción y de rechazo que suscitan despiertan el interés ante estas variables.
Esta sensibilidad es debida también a la presencia de inmigrantes o de hijos de
inmigrantes entre los investigadores del centro, empezando por Stuart Hall o Paul
Golroy.

Si Birmingham representa el motor de las , el auge de estas perspectivas no se


limita a dicha universidad. Williams, contratado por la Universidad de Cambridge,
primero como profesor de inglés y posteriormente como catedrático de
dramaturgia, desarrolla sus investigaciones. La contribución del componente
histórico de las cultural studies ilustra la coherencia de las problemáticas que
conciernen tanto el pasado como el presente. Thompson saca provecho de la
creación de una nueva universidad en Warwick para integrarla en 1964. Crea un
centro de investigación especializado en historia social. Tras la publicación de su
libro de referencia sobre la formación de la clase obrera británica (1963),
desarrolla un programa de investigación sobre el universo de las costumbres y de
las culturas populares inglesas desde el siglo XVIII. Si pueden fijarse en los
comportamientos folklóricos como las cencerradas, estas contribuciones desean
sobre todo comprender de qué manera las potencialidades contradictorias de la
cultura popular, hechas de deferencia ante la autoridad y de espíritu rebelde, de
anclaje en la tradición y de una dimensión picaresca de búsqueda del movimiento,
interactúan con los poderes sociales. Es cuestión de pensar la "economía moral"
del mundo popular, que considera la tierra y sus productos como elementos que
sirven para atender a las necesidades de la comunidad lugareña ante el auge de la

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economía monetarizada, de comprender las fricciones entre las representaciones


tradicionales de la sociabilidad y las exigencias de una disciplina de producción en
la industria naciente. Uno de los mejores resultados de este enfoque es Whigs and
Hunters (1975) donde Thompson intenta elucidar la implacable dureza de la ley de
1723 que reprime la caza furtiva. La movilización de los archivos judiciales da vida
a un mundo de los cazadores furtivos, de los recogedores, de los guardias
forestales y de las grandes aristócratas cazadores. Muestra de qué manera la caza
furtiva, el sabotaje de las pisciculturas de los ricos y los robos de madera pueden
interpretarse como un registro de protesta y un modo de acción popular. Opone en
actos la representación del bosque como un bien sobre el cual cualquier miembro
de la comunidad dispone de modestos derechos, a su privatización por una
evolución jurídica que no reconoce los derechos exclusivos del propietario.

En todos los casos se trata de estudiar lo social desde abajo y de observar la vida
cotidiana de las clases populares. Las cultural studies nacen de un rechazo del
legitimismo y de las jerarquías académicas. Se fijan en la banalidad aparente de la
publicidad, de los programas de distracción y de las modas en el vestir. El estudio
del mundo popular se centra menos en las figuras heroicas de los dirigentes como
en la sociabilidad cotidiana de los grupos, el detalle de los decorados, de las
prácticas y de las costumbres. Esta apuesta implica privilegiar unos métodos de
investigación capaces de dar cuenta, de la manera más precisa, de las vidas
ordinarias: etnografía, historia oral, búsqueda de escritos que dejan vislumbrar lo
popular (archivos judiciales, industriales, parroquiales) y no solamente la gesta de
los poderosos. Por último, estos trabajos relevan de un análisis "ideológico" o
externo de la cultura. No intentan simplemente cartografiar unas culturas,
comprender su coherencia, mostrar la manera según la cual la frecuentación de los
bares, de los partidos de futbol o de las ferias pueden constituir un conjunto de
prácticas coherentes. Las actividades culturales de las clases populares están
analizadas para cuestionar "las funciones que asumen con respecto a la
dominación social" (Grigtnon y Passeron 1989: 29). Si la cultura se encuentra en el
centro de esta perspectiva, constituye el punto de partida de un cuestionamiento
sobre lo que está en juego ideológicamente y políticamente. ¿De qué manera las
clases populares se dotan de sistemas de valores y de universos de sentido?
¿Cómo se articulan en las identidades colectivas de los grupos dominados las
dimensiones de la resistencia y de una aceptación de la subordinación?

La circulación de la teoría

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En la medida en que la cultura es pensada desde una problemática del poder, un


conjunto de adaptaciones teóricas y conceptuales se imponen. Cuatro de ellas
merecen una atención específica.

1. La noción de ideología forma parte del legado marxista del que se inspiran la
mayoría de los investigadores que se reclaman de esta corriente. Pensar los
contenidos ideológicos de una cultura consiste en considerar, en un contexto
determinado: ¿en qué medida los sistemas de valores y las representaciones que
recelan estimulan los procesos de resistencia o de aceptación del status quo?
¿cuáles son los discursos y símbolos que propician la toma de conciencia de los
grupos populares sobre su identidad y su fuerza o aquellos que participan en el
registro alienante de la aceptación de las ideas dominantes?

2. La referencia a la ideología conduce a la temática de la hegemonía formulada


por el teórico marxista italiano Antonio Gramsci en los años 1930. Si adhiere a la
idea según la cual "las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante",
Gramsci cuestiona también las mediaciones a través las cuales esta autoridad y
esta jerarquía funcionan. Integra el papel de las ideas y de las creencias como
soportes de las alianzas entre los grupos sociales. La hegemonía es
fundamentalmente una construcción del poder para el asentimiento de los
dominados a los valores del orden social y la producción de una voluntad general
consensual. Por lo cual, la noción gramsciana conduce a interesarse por los medios
de comunicación. Ian Connell muestra de qué manera las rutinas del periodismo
audiovisual conducen a poner de relieve el punto de vista patronal en la
presentación del debate sobre la política salarial (Hall y otros 1980).

3. El uso frecuente del término de resistencia hace referencia a un tercer concepto


y cuestiona la especificidad del poder cultural que pueden ejercer las clases
populares. La noción de resistencia sugiere más un espacio de debate que un
sistema cerrado. Por un lado, lejos de ser unos consumidores pasivos y unos
"idiotas culturales", las clases populares movilizan un repertorio de obstáculos para
enfrentarse a la dominación. Se trata de un conflicto social así como de una
indiferencia práctica ante el discurso del "consumo indolente". Pueden ser también
unos efectos de la desrazón, de un mal espíritu, de la creación de micro-espacios
de autonomía y de fiesta (Cohen y Taylor 1976). El problema subyacente a la
noción de resistencia es el que plantea, en el ámbito de los movimientos sociales,
la cuestión de las armas de los débiles (Neveu 2002). ¿Solo son armas débiles o

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atestiguan del potencial de acción autónoma? ¿Están condenadas a una postura


puramente defensiva, a unos éxitos parciales y provisionales, sin poder invertir la
relación de fuerzas? Hebdige expresa esta ambivalencia cuando observa que las
subculturas no son "ni simple afirmación, ni rechazo, ni explotación comercial, ni
revuelta autentica. Es cuestión a la vez de una declaración de independencia, de
alteridad, de intención de cambio, de rechazo del anonimato y de un estatus
subordinado. Es una insubordinación. Y se trata simultáneamente de la
confirmación de la privación del poder, de una celebración de la impotencia"
(Hebdige 1988: 35).

4. Se perfila en filigrana la problemática de la identidad. A medida que la dinámica


de los trabajos se desarrolla se imponen unas nuevas variables como la
generación, el género, la etnicidad o la sexualidad. Es un cuestionamiento sobre el
modo de constitución de los colectivos y se presta una atención creciente a la
manera según la cual los individuos estructuran subjetivamente su identidad.

Hebdige subraya en Hiding in the Light que: "muchos puntos de referencia críticos
y teóricos que dan su orientación básica a este libro son franceses, mientras que
algunos son italianos o alemanes. Muy pocos son identificables como británicos. He
intentado huir de la tradición inglesa para encontrar mi propio camino" (Hebdige
1988: 11). Esta postura es la regla en aquel momento. Los primeros working
papers son soportes de divulgación de autores continentales no traducidos en
inglés. La atracción por las teorías continentales es una forma de reacción ante las
orientaciones dominantes de las ciencias sociales anglosajonas, criticadas por
Weight Mills en Estados Unidos (1958). A pesar de sus virtudes objetivadoras, la
investigación administrativa o aplicada, basada en financiaciones contractuales o
en el tratamiento cuantitativo de los datos, no es propicia para los enfoques
cualitativos y para la elaboración de unos planteamientos críticos. En cuanto al
funcionalismo, todo poderoso por aquel entonces, las enormes maquinarias
teóricas de Talcott Parsons laminan los campos y disuelven las cuestiones del
poder y de la dominación. La mayoría de los usos de esta teoría defienden un
mundo en el que todo, empezando por la desigualdad, es funcional.

La búsqueda de instrumentos teóricos nuevos está igualmente vinculada a los


retos a los que se enfrentan los investigadores. Las cultural studies proceden de un
deslizamiento fundador que moviliza hacia la cultura profana los instrumentos
teóricos provenientes de los estudios literarios. No obstante, si los modelos de

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análisis son fecundos para analizar Dickens, pueden aclarar unos textos menos
canónicos. Su rentabilidad deviene menos dudosa cuando se trata de interesarse
por los mods o los campos scouts. Por lo cual, hacer su mercado teórico en las
investigaciones más criticas, que vengan de Europa continental o de los oponentes
oficiales a la sociología americana, aparece como coherente. El dominio de la
sociología es un buen ejemplo de ello. Si Hall se refiere a lectura critica de Weber,
está claro que, identificado con el funcionalismo, esta disciplina no es el centro de
inspiración principal del equipo. Esta distancia solo puede fortalecer la falta de
interés de la Asociación británica de sociología por la cultura. Pero, el campo de las
subculturas, la atención prestada a la desviación, la voluntad de observar de la
manera más precisa posible las interacciones sociales en la vida cotidiana acaban
despertando el interés del grupo por las contribuciones del interaccionismo
simbólico y la apuesta etnográfica de la Escuela de Chicago. Becker (1963)
constituye rápidamente un referente. La calidad de su observación de la calle
convertirá igualmente al Street Corner Society de White en un punto de apoyo.
Estas incursiones en los enfoques sociológicos que permiten estudiar las
experiencias sociales se confunden con su interés por el método biográfico.

La noción de marxismo sociologizado da cuenta de las lógicas de importación


conceptual del CCCS. Sugiere un itinerario que sociologiza la perspectiva de crítica
literaria a través de un marxismo crítico. Se ha visto hasta qué punto la atención
prestada a Althusser y a Gramsci respondía a una voluntad de prestar más
atención al espesor y a la complejidad de las mediaciones e interacciones entre la
cultura y el cambio social. El atractivo del estructuralismo y el lugar creciente
ocupado por los medios de comunicación entre los objetos de estudio de las
cultural studies explican, por último, la importancia considerable tomada por las
importaciones francesas. Barthes será el principal y el primer beneficiario de este
interés, pronto acompañado por autores como Christian Maretz o Julia Kristeva que
participan entonces en la aventura semiológica en torno a las revistas
Communications o Tel Quel. Este momento vanguardista de la importación no
debe hacernos olvidar los préstamos anteriores por parte de una comunidad cuya
territorio inicial es el de la crítica literaria. Estas importaciones han suscitado
importantes polémicas que se cristalizan al rededor de la muy althuseriana revista
de análisis cinematográfico Screen (Robins 1979).

Hipotecas y éxitos

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Poner en perspectiva las aportaciones y las contribuciones del CCCS no impide


poner de manifiesto sus carencias. Son visibles a través del bagaje sociológico
limitado de numerosos investigadores del centro. Si Cohen y Hebdige se refieren a
las aportaciones de la Escuela de Chicago, muchos investigadores provenientes de
las humanidades no están familiarizados con la sociología, incluso de la cultura.
Esta laguna representa un inconveniente a la hora de llevar a cabo un programa
muy vinculado con la sociología de la cultura. Lo que está en juego no es una
ortodoxia disciplinar sino los efectos prácticos del desconocimiento de los
fundamentos de las ciencias sociales. El desafío epistemológico planteado por el
estudio de las culturas populares lo ilustra. Ciertamente Hoggart o Thompson han
prestado una atención minuciosa, respetuosa y comprensiva a las culturas
dominadas, sin caer el la adhesión acrítica, pero todas los estudios de Birmingham
no han escapado al miserabilismo y al populismo. Ciertos análisis de la dislocación
de la identidad obrera sobrepujan a veces sobre la erosión simbólica y estatutaria
del grupo. Si no ignoran la ambigüedad de las subculturas, los análisis de Hebdige
sobre los mods no son exentos de una celebración de su objeto. Es precisamente
hacia esa vertiente populista que se expresa la mayor atracción, especialmente en
la concesión a veces generosa del label de resistencia ante prácticas que pueden
también interpretarse como espacios de autonomía susceptibles de cuestionar las
relaciones sociales. Subrayar estas tensiones plantea notables dificultades
relacionadas con las contradicciones mismas de los objetos analizados.

Un punto de vista más construido permite pensar la creación cultural como un


espacio de competencia y de interdependencia entre productores, lo que expresa
la noción de campo. Al no recurrir a este concepto, se corre el riesgo de
sobrevalorar la visión de una producción cultural que aparece como una respuesta
explicita a las expectativas claras de las clases sociales y de los grupos de
consumidores. Esta laguna particular puede estar vinculada al hecho de que las
importaciones francesas apenas conciernen a la obra de Pierre Bourdieu. Esta
ignorancia prolongada resulta parcialmente de la percepción británica de Bourdieu
como un sociólogo de la educación, en detrimento de sus trabajos sobre la cultura
y las clases populares. Nicholas Garnham y Raymond Williams han puesto el
énfasis en el coste de este desconocimiento: "el valor potencial del trabajo de
Bourdieu en este momento específico que atraviesan los medios de comunicación y
los estudios culturales británicos estriba en el hecho que, en un movimiento de
crítica, enfrenta y sobrepasa dialécticamente unas posiciones parciales y opuestas.
Desarrolla una teoría de la ideología basada, a la vez, en una investigación

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histórica concreta y en el uso de las técnicas clásicas de la sociología empírica


como el análisis estadístico de datos de las encuestas, especialmente del
estructuralismo marxista y de las tendencias al formalismo que le están asociadas"
(Garnham y Williams 1980: 210).

Más fundamentalmente, el pecado original de las cultural studies consiste en la


escasa atención prestada a la historia y a la economía. La toma en consideración
reflexiva de las herencias históricas y del largo plazo en lo cultural es evidente en
Thompson y sensible en Williams. Para Thompson, no se trata tanto de un silencio
sobre la historia como de los efectos del materialismo de Althusser, que no se
interesa por las tensiones internas de una sociedad así como al tejido de las
resistencias y al funcionamiento material de lo social. Por lo cual, el pensamiento
histórico es considerado como "sin valor, no solamente científicamente sino
también políticamente". El escaso interés prestado a las aportaciones de la
economía constituye otra de las debilidades que hipotecan el proyecto de un
materialismo cultural que integra la producción y la circulación de los bienes
culturales. A pesar de no estar preparado a esta apertura por la formación recibida
en las clases de Leavis durante los años 1930, Williams es uno de los únicos en
intentar la integración de manera consecuente de la dimensión económica de la
cultura y de los medios de comunicación. El lugar que toman las estadísticas
económicas o la referencia a los trabajos de los economistas, tanto en
Communications como en sus libros posteriores sobre la televisión lo indican bien.

Esta laguna es el objeto de enfrentamientos intelectuales esporádicos entre las


cultural studies y una corriente de investigadores británicos, franceses e italianos
que defiende la idea según la cual una perspectiva interdisciplinar de la cultura no
puede hacer el impasse sobre su economía política. La creación en 1979 de Media,
Culture and Society, primera revista británica dedicada a estos temas, permite
abrir el debate. Lanzado por unos investigadores de Leicester y del Polytechnic of
Central London, se opone a las demás corrientes de las cultural studies. Garnham
subraya especialmente que el rechazo legítimo del reduccionismo económico no
puede justificar el error contrario. La autonomización idealista del nivel ideológico
conduce a pensar los bienes culturales como puros vectores de mensajes,
descuidando la existencia y el funcionamiento de las industrias culturales, de un
mundo social organizado por sus productores (Garnham 1983).

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La dureza de la crítica de Garnham no pretende ni descalificar las cultural studies


ni incitar a elegir un método binario que oscila entre la economía de los bienes
culturales y el análisis de sus significados. Designa ante todo una serie de
tensiones que afectan desde su inicio a las cultural studies. Estas contradicciones
aparecen en la relación a Marx que mantienen los padres fundadores y la
generación de Birmingham. La manera de solicitar Marx y sus intérpretes se
fundamenta en una doble ocultación. Los textos del Marx historiador-sociólogo y
del Marx economista son el objeto de un uso poco intensivo, mientras que el
marxismo valorado por el CCCS se orienta hacia la filosofía y el análisis de las
ideologías. Una tensión similar aparece entre el proyecto presentado y las
disposiciones de buena parte de sus promotores. Detrás de la idea de un
materialismo cultural se halla un enfrentamiento total con los hechos culturales.
Esta oposición es total porque toma en consideración todas las culturas, piensa la
cultura como un universo de sentido, como una realidad sometida a unos procesos
de producción o de circulación y como una realidad capaz de ejercer unos efectos
en las relaciones de fuerzas. No obstante, en una parte de la generación de
Birmingham, este proyecto materialista es ante todo teórico y está vinculado a
unos saberes provenientes de las tradiciones literarias y de la semiología así como
de un marxismo teórico. Tiene una cierta disposición a textualizar incluso las
culturas profanas, sin beneficiarse de esta forma de materialismo prosaico que
aportaban a los padres fundadores su experiencia de una larga inmersión en la
práctica de la formación permanente de adultos de las clases populares.

Poner de manifiesto los límites del centro de Birmingham no supone desvalorar su


contribución. Sus aportaciones han sido de tres tipos.

1. La renovación de los objetos y de las interrogaciones. La cultura deja de ser el


objeto de una devoción o de una erudición para ser analizada en su relación con el
poder.

2. La combinación singular entre la investigación y el compromiso. La herencia del


centro, es su aspecto más novedoso y duradero científicamente, no se explica a
pesar del compromiso de sus promotores sino gracias a él. Dos generaciones de
investigadores se han implicado en el trabajo intelectual movilizando múltiples
formas de pasión, de rabia y de compromiso en contra del orden social que
consideraban como injusto y que pretendían cambiar. El compromiso no es la
condición necesaria y suficiente para una ciencia social de calidad, pero el centro

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ha encarnado uno de estos poco momentos de la vida intelectual donde el


compromiso de los investigadores no se esteriliza en la ortodoxia, sino que se
fundamenta en una fuerte sensibilidad acerca de los problemas sociales que limita
el efecto de gueto del mundo académico. Concentrando en su sede central la
mayor parte de la segunda generación de investigadores, el centro ha producido
una cantidad considerable de trabajos. Los lógicas de competencia propias al
mundo intelectual inducen unos efectos virtuosos que obligan los investigadores a
gestionar sus rivalidades a través de unas reflexiones teóricas y de unos protocolos
de investigación novedosos.

3. Su rechazo de los marcos disciplinares. Birmingham no ha hecho desaparecer


las divisiones instituidas por las especialidades universitarias. Pero, el rechazo de
las fronteras entre el análisis literario, la sociología de la desviación, la etnografía o
el análisis de los medios de comunicación ha generado una fecunda
interdisciplinariedad.

Por lo tanto, las cultural studies simbolizan una triple superación: 1) el del
estructuralismo limitado a unos herméticos ejercicios de descodificación de los
textos, 2) a través de Gramsci, el de las versiones mecanicistas de la ideología
marxista y 3) el de la sociología funcionalista de los medios de comunicación norte-
americana. En contra del mecanicismo del modelo estímulo-respuesta se dibuja
una atención prestada a las repercusiones ideológicas de los medios de
comunicación y a las respuestas dinámicas de las audiencias.

Conclusión

Si la reivindicación de la mirada cultural podía ser todavía la exclusividad de una


visión crítica de la sociedad durante el periodo de oro de las cultural studies, no
sucede lo mismo en este inicio del siglo XXI. La atención prestada a la dimensión
cultural del proceso de integración mundial y de los fenómenos de disociación que
constituyen lo contrario, es el hecho de actores tan diversos que el significado de
la cultura como instrumento del pensamiento libre, como técnica de defensa
contra todas las formas de presión y de abuso del poder simbólico, se convierte en
secundaria. Se ha impuesto poco a poco la noción de cultura instrumental,
funcional con respecto a la necesidad de regulación social del nuevo orden mundial
como consecuencia de los nuevos imperativos de la gestión simbólica de los
ciudadanos y de los consumidores por los Estados y por las grandes empresas.

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Este enfrentamiento permanente del sentido convierte a cualquier enfoque de la


cultura, de las culturas y de su diversidad en profundamente ambiguo. Pasando de
la UNESCO a la Organización Mundial del Comercio (OMC), los debates sobre la
cultura y la legitimidad de las políticas culturales se han orientado hacia los
servicios. La cuestión del estatus de las mercancías culturales entra en el ámbito
de la geopolítica y de la geoeconomía. En este trayecto, la noción de diversidad
cultural se ha transformado en una pluralidad de productos y de servicios en un
mercado mundial competitivo, técnicamente capaz de producir cierta diversidad.

Las redes e industrias de la cultura y de la comunicación están en el principio de


nuevas formas de construcción de la hegemonía. Es la razón por la cual los
conflictos en torno a la excepción cultural, del derecho de autor o de la
gobernanza del ciberespacio han adquirido semejante importancia estratégica. Esta
nueva centralidad de la cultura está ratificada por la noción de soft power, ya que
cualquier forma de poder no recurre a la fuerza y participa en la capacidad que
tiene la potencia dominante de fijar el orden del día, de tal modo que moldea las
preferencias de los demás países. Inconcebible sin la potencia creciente del arma
cultural, informativa y lingüística, el soft power se ve asignado la tarea de cultivar
el deseo de un orden planetario estructurado según los valores de la global
democratic marketplace. El control de las nuevas redes permite rentabilizar las
inversiones en materia de representaciones del mundo. Se han extendido a través
de todo el mundo, alfabetizando los consumidores y socializándolos a un modo de
vida global. Que la difusión constante de estos valores orientados haya generado
unos antídotos, unas respuestas y unas aculturaciones contradictorias no quita
nada a la instauración de una mentalidad colectiva, de un horizonte de
expectativas y de unas frustraciones crecientes.

En el lado opuesto, las luchas sociales y políticas inauguradas por los movimientos
antiglobalización han puesto también la cultura y la diversidad cultural en el centro
de sus reivindicaciones. Como la cultura no es un producto como los demás, estos
protagonistas a vocación planetaria pero anclados en un espacio sociohistórico
determinado, exigen que sea considerada como un bien público común, a la
imagen de la educación, del medio ambiente, del agua o de la sanidad. Es
significativo que tanto la cultura como la agricultura se hayan convertido en
sectores altamente sensibles en el ciclo de negociaciones lanzado en 1999 en la
OMC. Más allá de lo que está en juego económicamente, la soberanía o la
seguridad alimenticia y la excepción o la diversidad cultural afectan directamente a

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la organización de las sociedades. En este sentido se consideran como unas luchas


culturales. Abren unos espacios de reflexión y de intervención que habían sido
apartadas por las concepciones economistas de la cultura y del cambio social. Las
movilizaciones políticas contra la globalización neoliberal y los fracasos a los que se
enfrenta esta última han afectado también a las condiciones de trabajo de los
investigadores, sometiéndoles a nuevas interrogaciones y reabriendo la posibilidad
de una articulación entre el trabajo intelectual y el compromiso social.

CAPÍTULO N0. 2

Preámbulo a los Estudios Culturales

LECCIÓN N0. 1

Introducción a los estudios culturales (Martín Barker y Anne Beezer)

En esta lección el estudiante abordará una reseña del libro ‗Introducción a los
Estudios Culturales‘, de Martín Barker y Anne Beezer, cuyo autor es Francisco
Sierra Caballero, y el cual puede descargar del siguiente link:
http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=31600111

Estudios sobre las Culturas Contemporaneas, ISSN (Versión impresa): 1405-


2210januar@ucol.mxUniversidad de Colima,México

La relativamente reciente ruptura del paradigma informacional —que identifica la


comunicación con el proceso de transmisión de los significados ya dados, esto es,
anteriores al proceso mismo de la comunicación —ha supuesto que en los últimos
años, las investigaciones más destacadas en el ámbito de la comunicación y la
cultura resalten por su valor explicativo el carácter significativamente productivo
de las mediaciones y los actores del proceso comunicativo entero— desde la

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emisión a la recepción—, y la naturaleza transaccional y negociada de toda


comunicación.

Sin embargo, ello ha llevado aparejado con frecuencia un progresivo desinterés


hacia el momento de la producción. De modo que el retomo al sujeto receptor y el
reconocimiento de su libertad de lectura de los documentos ha invalidado la
importancia del dispositivo de producción en esta inercia teórica originada por la
agitación epistemológica que se generó al calor de los cambios políticos y
tecnológicos a lo largo de la pasada década. El reto que plantea ahora toda
investigación que se pretenda crítica es la articulación de la dialéctica
estructurante, implícita en los análisis del modo de producción de la comunicación,
con el reconocimiento de la experiencia de racionabilidad y sociabilidad que
contiene la praxis comunicativa cotidiana, tal y como apuntara Martin Barbero.

En la presentación del libro Introducción a los estudios culturales. Barker y Beezer


subrayan precisamente la necesaria recuperación del concepto central de poder, a
la hora de enfrentarse desde una perspectiva compleja a los procesos de
comunicación y cultura en las actuales sociedades avanzadas. En el balance de los
veinte años de estudios culturales que efectúa el libro, ambos autores valoran
positivamente el gran
avance metodológico para el estudio de la cultura cotidiana, así como la liberación
de cierto yugo impuesto por conceptos reduccionistas en la interpretación de
términos fundamentales como el de ideología, cuya orientación estuvo en principio
dominada por un enfoque predominantemente althusseriano, salvando, claro está,
las excepciones. Desde que en la década de los setenta irrumpieron con fuerza en
el panorama de las ciencias sociales la nueva historiografía británica, la joven
escuela de estudios culturales ilustra un cambio sustantivo, de notables
consecuencias, en el enfoque de sus investigaciones. Tal y como señalan los
editores:

Los estudios culturales han cambiado su base fundamental, de manera


que el concepto de clase ha dejado de ser el concepto crítico central.
En el mejor de los casos, ha pasado a ser una variable entre muchas,
pero frecuentemente entendido ahora como un modo de opresión, de
pobreza; en el peor de los casos, se ha disuelto. Al mismo tiempo, el
centra de atención principal se ha deslizado hacia cuestiones de

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subjetividad e identidad y hacia esos textos culturales y mediáticos que


habitan en los dominios privados y doméstico, y a los cuales se dirigen.
Simultáneamente, ha habido un deslizamiento hacia una metodología
que restringe la interpretación a aquellos casos en los que se ve a los
participantes capacitados, y que aparta la atención de las estructuras
(p.25).

Como consecuencias relevantes de esta evolución, se ha producido un progresivo


distanciamiento entre la historia social y los estudios culturales, perdiendo
consiguientemente estos últimos la perspectiva diacrónica necesaria —al margen
también de su vinculación con políticas radicales, tal y como propusieron en un
principio Thompson y Williams— mientras que, por otra parte, cada vez es más
palpable la preocupante tendencia hacia el acriticismo relativista que tiene por
base, paradójicamente, elementos similares a los del individualismo metodológico
y el empirismo abstracto.

Respecto a este último aspecto, ambos investigadores señalan que el que se


considere a la etnografía como casi el único método seguro de captar los
significados plenos de las actividades cotidianas de la gente ha llevado a que los
estudios culturales, en esta década de los noventa, tiendan en exceso a
obsesionarse con la dinámica familiar del mirar, marginando las cuestiones
significativas del poder textual, así como el problema de la percepción social que
las familias tienen del lugar que ocupan en el marco social inmediato. Como en su
día había advertido Modleski, se puede terminar "escribiendo apologías de la
cultura de masas" y "reproduciendo en sus metodologías las mismas estrategias
por las cuales la sociedad del consumo mide y construye sus audiencias".

La sugerencia, por tanto, de los editores de este libro es de lo mas pertinente,


pues de lo que se trata es de reorientar el rumbo de los estudios culturales hacia
mayores niveles de reflexividad, merced a una relectura contextualizadora, y
actualizada, en torno a algunas de las más relevantes investigaciones clasificables
en esta línea de trabajo.

Introducción a los estudios culturales recopila una serie de artículos de


investigadores, vinculados en su mayoría a la Universidad de Bristol, en los que se
pasan revista a diversos temas comunes con los que toda la cultura de masas; la

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subjetividad y la construcción de la identidad social; la imaginación melodramática;


el poder textual y el consenso de los significados: o las cuestiones referidas a la
distinción de realidad y ficción en la recepción por el sujeto.

Merced a estos planteamientos podremos comprender algunas de las nuevas líneas


abiertas en la agenda de los estudios culturales. A saber:

Las definiciones institucionales de las audiencias (por ejemplo, en los


departamentos de investigación de audiencia de emisores), el
surgimiento de nuevos géneros (que especifican sus propios marcos
epistemológicos y comunicativos), la necesidad de superar las maneras
binarias de concebir los textos y la involucración del televidente (por
ejemplo, abierto frente a cerrado), el esfuerzo de integrar la obra nueva
en la cognición, y la reformulación de la vieja cuestión del poder y la
influencia de los medios de comunicación de masas (cuestionando, por
ejemplo, el supuesto de que la visión casual es más resistente a los
efectos que lo que es la concentración) (p.4O).

En este sentido, cabe destacar el artículo de Susan Emanuel sobre "Watching


Dallas: Soap Opera and the Melodramatic Imagination", de Ien Ang; el de Clancy
sobre las primeras investigaciones de Modleski, además del breve ensayo sobre
Morley y Radway a cargo de Mark Jancovich y Susan Purdie, respectivamente, por
sus valiosas contribuciones a la clarificación de la perspectiva por la que se han
desarrollado estos
estudios, que deben ser ahora leídos con un sano y constructivo distanciamiento.

Por último, valga la presente reseña para felicitar y dar la bienvenida a la nueva
Casa Editorial Bosch. La colección de Comunicación, dirigida por el profesor Marcial
Murciano, ha apostado decididamente por este tipo de trabajos de manera
meritoria, mediante la divulgación de la última producción anglosajona como, por
ejemplo, "Metodologías cualitativas de investigación en comunicación de masas",
de Jensen y Jankowski (Eds.), 1993 haciéndola accesible al lector en castellano.

LECCIÓN N0. 2

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Introducción a los estudios culturales (Armand MATTELART y Érik


NEVEU) (1)

Como su título lo indica, abordaremos en las siguientes dos lecciones un reseña del
libro Introducción a los estudios culturales, de Armand MATTELART y Érik NEVEU,
la cual fue elaborada por María del Mar Ramírez Alvarado Departamento de
Comunicación Audiovisual y publicidad y Literatura de Universidad de Sevilla.

El documento se puede descargar completo del siguiente link:


http://www.revistacomunicacion.org/pdf/n4/resenas/introduccion_a_los_estudios_
culturales.pdf

Introducción a los estudios culturales es el título de la obra conjunta en la que


Armand Mattelart y Érik Neveu presentan una interesante indagación sobre los
antecedentes, orígenes y evolución de esta corriente de estudio e investigación
que desde hace ya algunas décadas se ha institucionalizado en el mundo
académico. Publicada por la editorial Paidós, la obra cumple con los objetivos de
analizar y, sobre todo, restituir trabajos y debates que despejan los misterios y
opacidades que existen en torno al término ―estudios culturales‖. El libro tiene el
principal acierto de tomarnos de la mano a los lectores y, a través de la
deconstrucción de este legado, ayudarnos a comprender las metamorfosis de la
noción de cultura en los últimos años.

Aunque dentro del ámbito de las Ciencias Sociales el término de cultura ha dado
pie a prolijas reflexiones no pocas veces contradictorias, es al final de la Segunda
Guerra Mundial cuando en Europa se plantea un debate teórico sobre la manera en
la que la cultura de un grupo (y sobre todo de las clases populares) actúa como
elemento de rechazo al orden imperante o de adherencia a las relaciones de
poder. A partir de esta premisa teórica quizá tan simple, la evolución, crecimiento
y ramificación de los análisis han sido realmente fructíferos, tal como nos
presentan Mattelart y Neveu en una obra, cuyo valor es precisamente el de
ordenar, sistematizar y cronologizar las aportaciones más determinantes en esta
corriente.

El boom se produce en el siglo XX, durante la década de los sesenta en la ciudad


de Birmingham, pero los autores sitúan los orígenes de los estudios culturales en el
XIX, también en Gran Bretaña, vinculados a una tradición de pensamiento

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denominada Culture and Society y, en concreto, a los English Studies o estudios


sobre literatura inglesa. La literatura se transforma entonces en el vínculo, símbolo
y transmisor de la cultura: Thomas Carlyle (1795- 1881), Mattew Arnold (1822-
1888), William Morris (1834-1896) y, posteriormente, Frank Raymond Leváis
(1895-1978), son algunos de los pensadores cuyas aportaciones se reseñan en la
obra y que coinciden en sus interrogantes en torno al papel de la cultura como
instrumento de reconstitución de las naciones frente a las amenazas del
Capitalismo.

Antes de Birmingham con su reconocimiento institucional, aún situados en los


preludios, aparecen también los trabajos de los denominados por Mattelart y
Neveu Founding Fathers (Padres fundadores) de los estudios culturales. Son tres.
En primer lugar Richard Hoggart publica en 1957 una obra considerada
fundamental, The Uses of Literacy: Aspects of Working-Class Life with Special
References to Publications and Entertainments, que arroja luces sobre la influencia
de los medios de comunicación en la cultura de la clase obrera. En segundo
término, los trabajos de inspiración marxista de Raymond Williams y de Edward P.
Thomson, ambos provenientes del ámbito de la educación de adultos y vinculados
más tarde a la New Left, que supondrían un interesante florecimiento de las ideas
de izquierda en los sesenta. En sus obras y artículos publicados, dan cuenta de
una visión de la historia a partir de las luchas sociales y como resistencia al orden
impuesto por el sistema capitalista. Ambos autores, de origen popular, tienen el
mérito de que sus estudios fueran reconocidos a pesar de no pertenecer a los
selectos círculos de Oxford o Cambridge y de navegar en contracorriente al mundo
universitario británico.

Llegamos entonces a Birmingham (1964-1980), capítulo de su obra en el cual los


autores sitúan el florecimiento y la más espectacular primavera de los estudios
culturales. Precisamente en la Universidad de Birmingham, de mano de Richard
Hoggart (uno de los padres fundadores mencionados), se funda en 1964 el Centre
for Contemporary Cultural Studies (CCCS). Durante los primeros años el trabajo
fundamental de Hoggart y, poco después de su segundo director, Stuart Hall (que
aunque estudió en Oxford trabajó ampliamente con proyectos pedagógicos
desarrollados en sectores populares y quien sería el coordinador de los grandes
trabajos colectivos del centro), fue el de legitimar los estudios culturales ante los
estrictos círculos académicos británicos.

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Para ello utilizaron dos herramientas que fueron de gran utilidad. En primer
término, comenzaron a invitar a los tribunales de evaluación a los colegas que se
tenían por más tradicionalistas y rigurosos, a fin de acreditar la formación que se
adquiría en el Centro. En segundo lugar, pusieron en marcha una estrategia de
difusión de la producción científica propia a través de working papers o artículos
multicopiados que, posteriormente, se recopilarían en libros colectivos con
interesantes aportaciones.

Mattelart y Neveu van desgranando las principales orientaciones teóricas del grupo
de Birmingham, comenzando por esa enorme voluntad y capacidad de analizar
trozos de la vida cotidiana con todo detalle: bikers, hippies, mod, rastas, rockers,
ruddies, skinheads, teddy-boys… subculturas estudiadas bajo la lupa de categorías
teóricas como el tiempo o la etnicidad. ¿Cómo la diversidad de productos culturales
son consumidos por las clases populares?, se preguntan. Desde esta perspectiva,
los investigadores ingleses serán los primeros en atraer la atención sobre tópicos
tan profanos no sólo como las conductas excéntricas de muchos de los grupos
citados, sino también sobre temas como la publicidad o la música rock. Sin
embargo, poco a poco los medios de comunicación, y en concreto los programas
de información y entretenimiento, se convertirán en objetos privilegiados de
estudio. Lo mismo ocurrirá con la introducción de dos nuevas variables de análisis:
las nociones de género y de raza.

Es una misma línea la que reatroalimenta teóricamente estos primeros estudios


culturales, línea en la que Mattelart y Neveu sitúan cuatro conceptos de cohesión
fundamentales. En primer término la noción de ―ideología‖, que indudablemente
forma parte del legado marxista, y que ayuda a comprender cómo, en un contexto
determinado, los sistemas de valores intervienen para promover resistencia o
aceptación al statu quo. En segundo y tercer lugar, la ―hegemonía‖ o construcción
del poder con la conformidad de los dominados y la ―resistencia‖ o repertorio de
obstáculos que ponen en marcha las clases populares para rebelarse y enfrentar
esa dominación. Por último, la problemática de la ―identidad‖, a través de la cual
entran en juego variables como la generación, el género, la sexualidad o la
etnicidad. El marxismo directo, las segundas lecturas de Marx o los vínculos del
marxismo con el estructuralismo, el psicoanálisis o incluso la sociolingüística,
constituyen algunas de las principales importaciones conceptuales del CCCS.

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LECCIÓN N0. 3

Introducción a los estudios culturales (Armand MATTELART y Érik NEVEU)


(2)

¿Pero cuáles fueron las principales debilidades e hipotecas de estas


investigaciones? Mattelart y Neveu señalan, sobre todo, el hecho de que muchos
de los investigadores procedían del ámbito de las Humanidades y no de las
Ciencias Sociales, con lo cual poseían lagunas conceptuales importantes o estaban
poco familiarizados con nociones determinantes para el estudio de la cultura
provenientes precisamente de las Ciencias Sociales. También apuntan que algunos
de los autores no pudieron superar el ―miserabilismo‖ o el ―populismo‖ que
impregnan sus trabajos. Por último, afirman que el ―pecado original‖ de los
estudios culturales fue el escaso interés demostrado por la historia y, sobre todo,
por la economía, con lo cual quedaba sacrificado el vínculo con el materialismo
cultural. En este sentido, el Marxismo del CCCS se reduce a cuestiones como la
ideología o la filosofía, con lo cual algunas de las aportaciones se quedan, en
palabras de Mattelart y Neveu, en la ―exégesis marxológica más soporífera‖. No
obstante, la ecuación de la fecundidad en Birmingham fue adecuada y el
dinamismo marcó unos años ciertamente fructíferos.

En el tercer capítulo de su obra, los autores nos presentan la situación de los


estudios culturales en la década de los ochenta caracterizada por el
desplazamiento del interés hacia los análisis sobre la recepción de medios (sobre
todo de la televisión) por parte de los distintos públicos. Se abordan temas como
los usos sociales de la televisión, las audiencias, usos y gratificaciones, consumo
televisivo, las Soap Operas tipo Dallas, entre otros. También durante este período

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toman auge los estudios feministas sobre los medios y, así, en los países
anglosajones aparecen los Woman‘s Studies, Gender Studies o Feminist Studies.

En líneas generales, este replanteamiento de los estudios culturales tiene que ver,
según se explica en la obra, con la ―globalización‖ del mundo que poco a poco va
desdibujando a las culturas nacionales como identidades individuales y, en este
sentido, con la modificación de los ―paisajes sociales‖. También, en gran medida,
con la enorme fuerza de las migraciones en el panorama internacional y, asimismo,
con los procesos contradictorios de homogenización y diferenciación que hacen
mella en las representaciones de las culturas nacionales. De igual forma, señalan
Mattelart y Neveu que se produce un relevo generacional con la aparición en
escena de investigadores más jóvenes cuya adolescencia y juventud tuvo lugar
―socializadas por la televisión y por todos los recursos de las industrias culturales‖.
Algunos de ellos manifiestan la necesidad de superar los conceptos polares de la
identidad que subyacen en pares como opresores y oprimidos, dominantes y
marginados, metrópoli y periferia, entre otros.

En el cuarto capítulo de su obra, los investigadores franceses nos presentan el


panorama de la internacionalización y crisis de los estudios culturales. De ello
hemos sido testigos no sólo profesores sino también alumnos de las universidades
de todo el mundo, ya que apenas quedan lugares donde no se impartan
asignaturas de pregrado o postgrado sobre el tema o no existan departamentos o
institutos especializados. Los estudios culturales se transforman entonces en un
objeto de importación (Estados Unidos, Australia, América Latina, Sudeste de Asia,
algunos países de Europa) y, quizá sobre todo a partir de entonces, el inglés se
convierte en el idioma por excelencia de los intercambios académicos. A esta
expansión contribuyen, según Mattelart y Neveu, diversas causas que van desde
los desfases temporales en los procesos de democratización universitaria y la
acción de los expatriados británicos que abandonan el Reino Unido, hasta la
―pregnancia de lo cultural‖ o importancia creciente que la cultura adquiere en el
conjunto de las actividades económicas y sociales. La expansión es también
temática, y comienzan a introducirse temas como las nuevas tecnologías y la
cultura, la pluralización de las identidades, el poscolonialismo, la memoria social, la
geografía cultural, la cultura de las empresas, entre otros.

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Pero una expansión tan espectacular llevó aparejada una serie de contrapartidas:
―pérdida de identidad, de rigor y de fecundidad‖. Se acepta lo transnacional
valiéndose de la inflación de los discursos, a costa de la precisión teórica.
Comienzan a apreciarse ciertas confusiones epistemológicas y, por poner un
ejemplo, términos que en determinados contextos habían demostrado una gran
eficacia conceptual (como el de ―mediaciones‖), se convirtieron en simples
muletillas. Esta explosión demográfica, con cientos de estudiosos expertos en
cultura, trajo consigo una ―hiperfragmentación‖ y
desconexión de temas y conceptos que sirvieran de soporte a investigaciones con
objetivos e interrogantes compartidos. Paulatinamente fue decreciendo el interés
por los retos centrales de la producción de bienes culturales (industrias culturales,
políticas públicas, etc.), sustituyéndose por el valor exagerado atribuido al
―pequeño objeto‖, a las historias triviales no integradas en un discurso de
conjunto. Pero, en especial, Mattelart y Neveu señalan que esta involución de los
estudios culturales tuvo que ver, en gran medida, con procesos crecientes de
despolitización y militancia por parte de los investigadores. Ésta había sido una de
las características del grupo de Birmingham y, con la desaparición de los padres
fundadores, poco a poco sus herederos se convirtieron en ―huérfanos de
compromiso‖.

Sin duda, el análisis de lo cultural continúa siendo una prioridad en el mundo


actual. Ésta es la conclusión a la que finalmente arriban Armand Mattelart y Érik
Neveu en su excelente trabajo, a pesar que llegan a preguntarse si, dado el estado
actual de los estudios culturales, es necesario hacer una necrológica en lugar de
una introducción. La clave para el futuro está, según estos autores, en volver a
replantear algunas de las preguntas de los años sesenta: ¿Dónde se sitúan las
conexiones interdisciplinares productivas?, ¿Cómo puede convertirse el
―compromiso‖ en un motor y no en una amenaza para el trabajo intelectual? Las
condiciones de esta renovación pasarían, en definitiva, por la reconciliación con el
―materialismo cultural‖ (de forma de articular lo simbólico con lo sociológico y lo
económico), por la imperiosa necesidad de ruptura con las ―modas teóricas‖ y, en
definitiva, por la puesta al día de las fronteras disciplinares.

LECCIÓN N0. 4
Padres fundadores de los estudios culturales

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Richard Hoggart

Esta breve biografía, que busca contextualizar a los estudiantes respecto de un de


los fundadores de los estudios culturales, fue tomada de:
http://www.infoamerica.org/teoria/hoggart1.htm

Nacido en Leeds, Reino Unido, estudió en la universidad de su ciudad natal, en


1946 inició su actividad académica en la Universidad de Hull (1946-1959), que
continuó en Leicester (1959-1962) y Birmingham (1962-1973).

Su trabajo más conocido The Uses of Literacy (Los usos de la alfabetización) fue
publicado en 1957, en el que defiende el valor de la cultura popular frente a la
nueva cultura de masas, cuya principal expresión aparece en los llamados medios
populares y otras soluciones de las industrias culturales. Hogart establece una
comparación entre la cultura popular y la cultura ‗colonizadora‘ de la clase
trabajadora.

Su papel fue determinante en el nacimiento de los estudios culturales de la


Universidad de Birmingham, donde fundó, en 1964, el Center for Contemporary
Cultural Studies, del que fue su director (1964-1973) hasta su partida a la
UNESCO, por lo que fue reemplazado por Stuart Hall en la dirección.

Entre 1981 y 1991 presidió la Broadcasting Reserach Unit y fue director del Royal
Shakespeare Theatre (1962-1991). Subdirector general de la UNESCO (1971-1975)
y director del Goldsmiths College de la Universidad de Londres (1976-1984).
Está considerado como uno de los grandes pensadores británicos del pasado siglo
y sus reflexiones influyeron decisivamente en el movimiento de los estudios
culturales, no sólo en el Reino Unido.

Entre sus obras: The Uses of Literacy: Aspects of Working Class Life (1957);
Contemporary Cultural Studies: An Approach to the Study of Literature and Society
(1969); Only Connect: On Culture and Communication (Reith Lectures) (1972);
After Expansion, a Time for Diversity: The Universities Into the 1990's (1978); The
Future of Broadcasting (con Janet Morgan, 1982); The Tyranny of Relativism:
Culture and Politics in Contemporary English Society (1997); The Way We Live

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Now: Dilemmas in Contemporary Culture (1995); Everyday Language and


Everyday Life (2003); Mass Media in a Mass Society: Myth and Reality (2004).

Stuart Hall

Esta breve biografía, que busca contextualizar a los estudiantes respecto de otro
de los fundadores de los estudios culturales, fue tomada de un artículo del
profesor Antonio Martín Caballero, publicado en el año 2008, en la Revista
Internacional de Sociología, el cual pueden hallar completo en el siguiente link:
Stuart Hall

Stuart Hall es el más brillante representante de los estudios culturales, pues no en


vano ha sido el intelectual que más ha contribuido a la difusión y consolidación de
dicha especialidad.

Nació y se crió en Kingston, Jamaica, en el año 1932. El origen antillano de su


familia marcó buena parte de su carrera y sus intereses. Pronto dejó su tierra de
origen y se trasladó al Reino Unido en 1951 para estudiar en la Universidad de
Oxford (Literatura y Ciencias Sociales) y en la de Londres (Cine y Comunicación de
Masas). Fue fundador de la Universities and Left Review (1956-1959) y colaboró
en New Reasoner. Ambas revistas se unirían en 1960 bajo el nombre de New Left
Review (Edgard y Sedwick, 2002). Como consecuencia de esta unión, Hall fue
nombrado director de la New Left Review, cargo que ocupó entre 1958 y 1961.

Comenzó ejerciendo como docente en un centro de educación secundaria en


Brixton, una zona obrera. En 1964 publica junto a Paddy Whannel The Popular
Arts, obra que marca su incorporación al mundo académico, y es llamado por
Richard Hoggart (1918-), para co-dirigir el Centre for Contemporary Cultural
Studies (CCCS, Centro para el Estudio de la Cultura Contemporánea), adscrito a la
Universidad de Birmingham en el centro de Inglaterra. Tras la renuncia de Hoggart
a la dirección en 1969, Hall se hizo cargo de la misma hasta 1979. Desarrolló una
enorme labor esos diez años, en los que consolidó el Centro de Investigación, de
renombre internacional, y consiguió institucionalizar los estudios culturales como
una rama autónoma del saber (Procter, 2004).

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Tras su etapa como director del CCCS prosiguió sus investigaciones en la Open
University de Londres. Allí ejerció como investigador y docente hasta 1997,
publicando con profusión en el campo de la comunicación y el análisis político.
Colaboró activamente durante los años ochenta con la revista Marxism Today.
Estos años suponen un periodo de gran activismo político para Hall, que sin
abandonar las preocupaciones anteriores –los medios de comunicación y la cultura
popular–, se centró en la crítica del thatcherismo y de la Nueva Derecha. El reto
planteado por la New Right fue contestado por uno de los representantes más
destacados de la izquierda británica. Como reconoce Anthony Giddens: ―En los
años ochenta Hall desarrolló un recuento persuasivo de la naturaleza del
thatcherismo y las razones de su éxito‖ (2000: 11). Mantuvo Hall que el
thatcherismo pudo dominar la política británica durante los años ochenta por su
capacidad de concretar el sentir popular, aunando las diferentes identidades
grupales en un discurso ideológico construido sobre el terreno del sentido común.
Según Nick Stevenson, para Hall: ―El thatcherismo tuvo éxito porque fue capaz de
articular los temores, las ansiedades de las clases respetables en un consenso
derechista. (...) El genio del thatcherismo estribó en su capacidad de reconocer
que el terreno ideológico consistía en una batalla por el sentido común (1995
[1998]: 72-73).

Los últimos años de su vida académica han visto la aparición de multitud de


compilaciones bajo su nombre y en este periodo ha apoyado la aparición de
nuevas revistas especializadas (por ejemplo, Sounding en 1995). En la actualidad
está retirado de la vida académica y se encuentra supervisando la puesta en
marcha de un museo dedicado a la cultura popular contemporánea en Londres.

LECCIÓN No. 5

Dos paradigmas

El texto que se abordará a continuación es un fragmento del documento intitulado


‗Dos paradigmas‘, de Stuart Hall, traducido por: Mirko lauer, publicado en la
Revista Colombiana de Sociología, ISSN 0120-159X Nº 27. 2006. pp. 233-254

Los estudios culturales y el estructuralismo

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La veta culturalista en los Estudios Culturales fue interrumpida por la llegada a la


escena intelectual de los ―estructuralismos‖. Estos, posiblemente más variados que
los ―culturalismos‖, compartían, empero, ciertas posiciones y orientaciones que
permiten agruparlos bajo una sola denominación sin demasiado problema. Se ha
comentado que mientras el paradigma culturalista puede ser definido sin
necesidad de recurrir a una referencia conceptual al concepto de ideología
(evidentemente la palabra aparece, más no se trata de un concepto clave), las
intervenciones estructuralistas han sido en gran medida articuladas en torno al
concepto de ideología: consecuentemente con su más impecable linaje marxista, el
de cultura no figura de manera tan prominente. Pero si esto puede ser cierto para
los estructuralistas marxistas, es, por decir lo menos, parcialmente cierto para el
esfuerzo estructuralista como tal.

Es un error común condensar a este último exclusivamente en torno al impacto de


Althusser y todo lo que ha aparecido en la estela de sus intervenciones, donde la
ideología ha tenido un papel seminal, pero modulado, y así omitir la importancia de
Levi-Strauss, y los primeros semióticos, que hicieron la ruptura inicial. Y aunque los
estructuralismos marxistas han superado a los anteriores, mantuvieron y siguen
manteniendo una inmensa deuda teórica con su trabajo, a menudo alejada o
minimizada en notas a pie de página, en la búsqueda de una ortodoxia
retrospectiva. Fue el estructuralismo de Levi-Strauss el que, en su apropiación del
paradigma lingüístico, siguiendo a F. de Saussure, ofreció a las Ciencias Humanas
de la cultura la posibilidad de un paradigma capaz de volverlas científicas y
rigurosas de una manera totalmente nueva.

Cuando en la obra de Althusser fueron recuperados los temas marxistas más


clásicos, siguió siendo un hecho que Marx fue ―leído‖ –y reconstruido– mediante
los términos del paradigma lingüístico. Por ejemplo, en Para leer El Capital se
argumenta que el modo de producción puede ser mejor comprendido si lo vemos
―estructurado como un lenguaje‖, es decir, mediante la combinación selectiva de
elementos invariantes. El énfasis ahistórico y sincrónico, contra los énfasis
históricos del ―culturalismo‖, proviene de una fuente similar. Igual fue el caso de
una preocupación por lo ―social sui generis‖, usado no adjetiva sino
sustantivamente: un empleo que Levi-Strauss no derivó de Marx sino de Durkheim
(el Durkheim que analizó las categorías sociales del pensamiento -por ejemplo, en

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Clasificación Primitiva- más que el Durkheim de La división social del trabajo, que
se convirtió en fundador y padre del estructural-funcionalismo norteamericano).

En algunas ocasiones Levi-Strauss llegó a juguetear con algunas formulaciones


marxistas. Así, por ejemplo, cuando afirma: ―El marxismo, si no el propio Marx,
con demasiada frecuencia ha razonado como si las prácticas procedieran
directamente de la praxis. Sin cuestionar la indudable primacía de la
infraestructura, pienso que siempre hay una mediación entre la praxis y las
prácticas, concretamente el esquema conceptual por medio de cuyo
funcionamiento, forma y materia, ninguno de los dos con existencia independiente,
se realizan como estructuras, vale decir como entidades que son a la vez empíricas
e inteligibles‖. Pero esta posición era, por decirlo así, un ―saludo a la bandera‖.

Este estructuralismo compartió con el culturalismo un corte radical con los


términos de la metáfora base/superestructura, que se deriva de las partes más
simples de La ideología alemana. Y, aunque es ―A esta teoría de las
superestructuras, apenas tocada por Marx‖, a la que Levi-Strauss aspiró a
contribuir: su contribución tuvo como característica romper de manera radical con
el conjunto de sus términos de referencia, tan definitiva e irrevocablemente como
lo hicieron los ―culturalistas‖. Aquí estructuralistas y culturalistas por igual
adscribieron al dominio hasta entonces llamado de lo superestructural una
especificidad y efectividad, una primacía constitutiva, que los llevó más allá de los
términos de referencia de base y superestructura, y en esta caracterización
debemos incluir a Althusser. Levi-Strauss y Althusser fueron antirreduccionistas y
antieconomicistas desde la matriz misma de su pensamiento, y atacaron
críticamente esa causalidad transitiva que por tanto tiempo se ha hecho pasar por
―marxismo clásico‖.

Levi-Strauss trabajó sistemáticamente con el término cultura. Consideraba a las


ideologías menos importantes, como meras ―racionalizaciones secundarias‖. Como
ocurrió con Williams y Goldmann, no trabajó en el nivel de las correspondencias
entre el contenido de una práctica, sino al nivel de sus formas y sus estructuras.
Pero la manera como éstas fueron conceptualizadas difieren sustantivamente del
―culturalismo‖ de Williams o el ―estructuralismo genético‖ de Goldmann. Esta
divergencia puede identificarse de tres maneras diferenciadas.

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En primer lugar, él conceptualiza cultura como las categorías y los marcos de


referencia del pensamiento y el lenguaje a través de los cuales las diversas
sociedades hacen la clasificación de sus condiciones de existencia, sobre todo las
relaciones entre el mundo humano y el natural, dado que Levi-Strauss era
antropólogo. En segundo lugar pensó acerca de las maneras y las prácticas
mediante las cuales estas categorías y estos marcos de referencia eran producidos
y transformados, sobre todo, en analogía con las maneras como el propio
lenguaje, vehículo principal de cultura, operaba. Identificó lo que les era específico
a ellos y a su funcionamiento, como la ―producción del sentido‖: eran, antes que
nada, prácticas significadoras. Y, en tercer lugar, luego de algunos tempranos
flirteos con las categorías sociales de pensamiento de Durkheim y Mauss, en buena
medida descartó el asunto de la relación entre las prácticas significadoras y no
significadoras, entre ―cultura‖ y ―no cultura‖, para usar otros términos, con el
propósito de concentrarse en las relaciones internas por medio de las cuales eran
producidas las categorías de significado.

Esto dejaba en el aire la cuestión de la determinación, es decir, de la totalidad. La


lógica causal de la determinación fue abandonada a favor de una causalidad
estructuralista esto es, una lógica del ordenamiento de relaciones internas, de
articulación de partes dentro de una estructura. Cada uno de estos aspectos
también está positivamente presente en la obra de Althusser y en la de los
estructuralistas marxistas, aun cuando los términos de referencia han sido
reimplantados en la ―inmensa revolución teórica‖ de Marx. En una de las
formulaciones seminales de Althusser acerca de la ideología, definida como los
temas, conceptos y representaciones a través de los cuales hombres y mujeres
―viven‖ en una relación imaginaria las relaciones con sus reales condiciones de
existencia, podemos discernir el esqueleto de los ―esquemas conceptuales entre las
praxis y las prácticas‖ de Levi-Strauss.

Aquí las ideologías no están siendo conceptualizadas como los contenidos y las
formas superficiales de las ideas, sino como las categorías inconscientes a través
de las cuales las condiciones son representadas y vividas. Ya hemos comentado la
activa presencia del paradigma lingüístico en el pensamiento de Althusser, es
decir, del segundo elemento identificado más arriba. Y si bien en el concepto de
―sobredeterminación‖, una de sus contribuciones seminales y más fructíferas,
Althusser volvió a los problemas de las relaciones entre prácticas y la cuestión de

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la determinación (proponiendo, incidentalmente, una novedosa y altamente


sugerente reformulación, que a partir de allí ha recibido muy poca atención), sí
tendió a reforzar la autonomía relativa de las diferentes prácticas, así como sus
especificidades, condiciones y efectos internos a expensas de una concepción
expresiva de la totalidad, con sus típicas homologías y correspondencias.

Aparte de la total diferenciación de los universos intelectuales y conceptuales en


que estos paradigmas alternativos se desarrollaron, hubo ciertos puntos donde, a
pesar de sus aparentes traslapes, culturalismo y estructuralismo estuvieron
tajantemente contrapuestos. Podemos identificar esta contraposición en uno de
sus puntos más marcados, precisamente en torno al concepto de experiencia y en
el papel que el término jugó en cada perspectiva. Mientras que en el culturalismo
la experiencia fue el terreno, es decir, el ámbito de lo vivido, donde se intersectan
conciencia y condiciones, el estructuralismo insistió en que la experiencia no podía
ser, por definición, terreno vacío, ya que uno sólo puede vivir y experimentar las
propias condiciones en y a través de las categorías, las clasificaciones y los marcos
de referencia de la cultura.

Estas categorías, empero, no se daban a partir de la experiencia, o en la


experiencia, más bien la experiencia era su ―efecto‖. Los culturalistas habían
definido las formas de la conciencia y de la cultura como colectivas. Pero se habían
quedado muy de este lado de la propuesta radical de que, en la cultura como en el
lenguaje, el sujeto era ―hablado por‖ las categorías de cultura en que él/ella
pensaban, y no de que el sujeto ―las hablaba‖. Sin embargo, estas categorías no
eran meramente producciones individuales antes que colectivas: eran estructuras
inconscientes. Es por esto que, a pesar de que
Levi-Strauss sólo habló de cultura, su concepto dio la base para una fácil
transición, hecha por Althusser, hacia el marco de referencia conceptual de la
ideología: ―La ideología es de hecho un sistema de ‗representaciones‘, pero en la
mayoría de los casos estas ‗representaciones‘ no tienen nada que ver con la
‗conciencia‘: (...) es sobre todo como estructuras que ellas se imponen a la gran
mayoría de los hombres, y no vía su ‗conciencia‘ (...) es dentro de esta
inconsciencia ideológica que los hombres logran alterar la relación ‗vivida‘ entre
ellos y el mundo y adquirir esa nueva forma de inconsciencia específica llamada
‗conciencia‘ (Pour Marx, p. 233).

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Fue así como la experiencia fue concebida, no como una fuente de autentificación,
sino como un efecto: no como un reflejo de lo real sino como una ―relación
imaginaria‖. Tomó un breve paso, el que separa Pour Marx de Los aparatos
ideológicos de Estado, para trasladarse al desarrollo de una explicación de cómo
esta ―relación imaginaria‖ servía, no sólo al dominio de una clase dominante sobre
una dominada, sino también, a través de la reproducción de las relaciones de
producción y de la constitución de la fuerza de trabajo en una forma idónea para la
explotación capitalista, a la reproducción ampliada del Modo de Producción mismo.

Muchas de las otras líneas de divergencias entre los dos paradigmas brotan de
este punto: a) la concepción de los hombres como portadores de las estructuras
que los hablan y ubican, antes que como agentes activos en la producción de su
propia historia, es decir, el énfasis en una lógica estructural antes que una
histórica; b) la preocupación por la constitución -en teoría- de un discurso
científico, no ideológico, y de allí que quedara garantizada la preeminencia del
trabajo conceptual y de la Teoría; c) el rediseño de la historia como una marcha de
las estructuras (véase: Thompson, E.P. The
Poverty of Theory, su crítica a la ―máquina‖ estructuralista...).

Desarrollos de estos paradigmas

No hay lugar suficiente aquí para rastrear las variadas ramificaciones que han
seguido de los desarrollos de uno u otro de estos dos ―paradigmas maestros‖ en
los Estudios Culturales. Aunque de ninguna manera dan cuenta de todas, y ni
siquiera de casi todas, las numerosas estrategias adoptadas, es justo decir que
entre ellas han definido las principales líneas de desarrollo en el campo. Estos
debates seminales se han polarizado en torno de sus temáticas; algunos de los
mejores trabajos concretos han surgido de los esfuerzos por poner uno u otro de
estos paradigmas a trabajar sobre problemas y materiales específicos. Resulta
característico del trabajo intelectual crítico en Inglaterra que los argumentos y las
discusiones se hayan polarizado hacia sus extremos. En tales extremos a menudo
aparecen sólo como imágenes especulares o inversiones de la posición rival. Así,
las amplias tipologías con que hemos venido trabajando, en aras de una
explicación fluida, se han vuelto cárceles del pensamiento.

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Sin pretender que pueda darse una sencilla síntesis entre los dos, puede sin
embargo resultar de utilidad decir a estas alturas que ni el ―culturalismo‖ ni el
―estructuralismo‖ son, en su presente forma de existencia, adecuados para la tarea
de construir el estudio de la cultura como un terreno conceptualmente clarificado o
teóricamente definido. Pero algo fundamental emerge de una gruesa comparación
de sus respectivas fuerzas y limitaciones.

La gran fuerza de los estructuralismos reside en su énfasis de las ―condiciones


determinadas‖. Nos recuerdan que, a menos que en cualquier análisis particular
pueda realmente sostenerse la dialéctica entre ambas mitades de la célebre
proposición de Marx: ―los hombres hacen la historia (...) sobre la base de
condiciones que ellos no han contribuido a realizar‖, el resultado inevitable será un
humanismo ingenuo, con su necesaria consecuencia: una práctica política
voluntarista y populista. El hecho de que los hombres pueden volverse conscientes
de sus condiciones, organizarse para luchar contra ellas y de hecho transformarlas
-sin lo cual no es posible concebir siquiera la política activa, no hablemos ya de
practicarla-, no debe avasallar la conciencia de que, en las relaciones capitalista,
hombres y mujeres son colocados y ubicados en relaciones que los constituyen en
agentes. ―Pesimismo del intelecto, optimismo de la voluntad‖, es un punto de
partida preferible a una simple afirmación heroica. El estructuralismo nos permite
empezar a pensar, como insistía Marx, en las relaciones de una estructura, sobre la
base de otra cosa que su reducción a relaciones entre ―gente‖. Ese fue el
privilegiado nivel de abstracción de Marx, que le permitió romper con el punto de
partida obvio, pero incorrecto, de la Economía política clásica (simplemente
individuos).

Lo anterior se liga a una segunda fuerza: el reconocimiento por parte del


estructuralismo no sólo de la necesidad de la abstracción como el instrumento
intelectual mediante el cual son apropiadas las ―relaciones reales‖, sino además de
la presencia en la obra de Marx de un movimiento continuo y complejo entre
diferentes niveles de abstracción. De hecho, como alega el ―culturalismo‖, en la
realidad histórica las prácticas no aparecen nítidamente diferenciales en sus
respectivas instancias.

Para pensar o analizar la complejidad de lo real, se precisa el acto de la práctica


del pensamiento y éste, a su turno, precisa del empleo del poder de abstracción y

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análisis, es decir, la formación de conceptos con que calar en la complejidad de lo


real, precisamente para poder revelar y traer a luz relaciones y estructuras que no
pueden ser visibles al ingenuo ―ojo pelado‖, y que no pueden presentarse ni
autentificarse: ―En el análisis de las formas económicas no resultan de ayuda ni los
microscopios ni los reactivos químicos. El poder de la abstracción debe
reemplazarlos a ambos‖. Sin duda el estructuralismo a menudo ha llevado esta
proposición a extremos. Como el pensamiento es imposible sin ―el poder de la
abstracción‖, ha sino confundido con una primacía absoluta para el nivel de la
formación de conceptos, y esto sólo en el más alto nivel de la abstracción:
entonces la Teoría con ―T‖ mayúscula se convierte en juez y jurado, lo cual
equivale a perder aquella comprensión ganada a través de la práctica del propio
Marx. Pues es claro, por ejemplo, en El Capital, que el método que, por supuesto,
ocurre ―en el pensamiento‖ (como preguntó Marx en su Introducción de
no descansa sobre el mero ejercicio de la abstracción, sino sobre el movimiento y
las relaciones que la argumentación está constantemente estableciendo entre
diferentes niveles de abstracción: en cada caso las premisas en juego deben ser
diferenciadas de aquellas que, en nombre de la argumentación, deben
mantenerse constantes.

El desplazamiento a otro nivel de amplificación (para desarrollar la metáfora del


microscopio) exige la especificación de nuevas condiciones de existencia no
proporcionadas por un nivel previo de mayor abstracción. De este modo operan las
sucesivas abstracciones de diferentes magnitudes, el desplazamiento hacia la
constitución, la reproducción de lo ―concreto en el pensamiento‖, como efecto de
un cierto tipo de pensamiento. Este método no está adecuadamente representado
ni en el absolutismo de la Práctica Teórica, en el estructuralismo, ni en la posición
anti-abstracción presente en la obra de Thompson Poverty of theory, donde, como
reacción, el culturalismo parece haber recalado. Sin embargo, resulta
intrínsecamente teorético y tiene que serlo. Aquí la insistencia estructuralista de
que el pensamiento no refleja la realidad o se la apropia, es un necesario punto de
partida.

Una adecuada elaboración conceptual de las consecuencias de este argumento


podría empezar a producir un método que nos aparte de las permanentes
oscilaciones entre abstracción/anti-abstracción y las falsas dicotomías de

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teoricismo versus empiricismo que han marcado y desfigurado el encuentro


culturalismo/estructuralismohasta la fecha.

El estructuralismo tiene una fuerza adicional, en su concepción del ―todo‖. Este es


un sentido en el cual, a pesar de que el culturalismo constantemente insiste en la
particularidad radical de sus prácticas, su modo de conceptualizar la totalidad tiene
algo de ―compleja simplicidad‖. Su complejidad está constituida por la fluidez con
que las prácticas entran y salen una de otra, pero esta complejidad es reductible,
conceptualmente, a la ―simplicidad‖ de la praxis (la actividad humana en cuanto
tal) donde aparecen las mismas contradicciones, expresadas en forma homóloga
en cada una de ellas. El estructuralismo va demasiado lejos en la construcción
mecánica de una Estructura, con sus proclividades autogeneradoras (una
―eternidad Spinoziana‖, cuya función es sólo la suma de sus efectos: una
desviación verdaderamente estructuralista), equipada con sus instancias
características. Sin embargo, representa un avance respecto del culturalismo en la
concepción que tiene de la necesaria complejidad de la unidad de una estructura
(siendo la sobredeterminación una manera más exitosa de pensar esta
complejidad que la ―invariancia combinatoria‖ de la causalidad estructuralista).

Más aun, tiene la capacidad conceptual de pensar en una unidad construida


mediante las diferencias entre, más que las homologías, las prácticas. También
aquí el estructuralismo ha ganado una compresión crítica (insight) acerca del
método de Marx: uno piensa en los complejos pasajes de la Introducción de 1857
a los Grundrisse en que Marx demuestra cómo es posible pensar en la ―unidad‖ de
una formación social como construida, no a partir de la identidad sino de la
diferencia. Claro que el énfasis en la diferencia puede haber –y de hecho ha–
conducido a los estructuralismos a una fundamental heterogeneidad conceptual,
en que se pierde todo sentido de estructura y de sociedad. Foucault y otros
postalthusserianos han tomado este sinuoso sendero hacia la absoluta, y no
relativa, autonomía de las prácticas, vía su necesaria heterogeneidad y su
―necesaria no-correspondencia‖.

Pero el énfasis en la ―unidad-en-la-diferencia‖, en la unidad compleja –lo concreto


de
Marx, que era la ―unidad de múltiples determinaciones‖–, puede ser elaborado
hacia otra dirección, a la postre más fructífera: hacia la problemática de la

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autonomía relativa y la sobredeterminación, y el estudio de la articulación. Una vez


más la articulación contiene el peligro de un intenso formalismo, pero también
tiene la considerable ventaja de permitirnos pensar cómo las prácticas específicas
(articuladas en torno a contradicciones que no surgen de la misma manera, en el
mismo punto, en el mismo momento) pueden, sin embargo, ser pensadas juntas.
Es así que el paradigma estructuralista puede -si se lo desarrolla adecuadamente
permitirnos empezar a realmente conceptualizar la especificidad de las diversas
prácticas (analíticamente distinguidas, abstraídas unas de otras), sin perder
terreno en la captación del conjunto que ellas constituyen. El culturalismo
constantemente afirma la especificidad de diversas prácticas, en las que la cultura
no debe ser absorbida por lo económico, pero carece de una manera adecuada de
establecer esto teóricamente.

La tercera virtud que muestra el estructuralismo reside en haber descentrado la


experiencia y en su seminal trabajo de elaboración de la descuidada categoría de
Ideología. Es difícil concebir un análisis en los Estudios Culturales basado en un
paradigma marxista inocente de la categoría Ideología. Claro que el culturalismo
hace constante referencia a este concepto, pero de hecho éste no se encuentra en
el centro de su universo conceptual. El poder de autentificación y la referencia a la
experiencia erigen una barrera entre el culturalismo y una concepción adecuada de
Ideología. Pero, al mismo tiempo, sin ella la efectividad de la cultura en la
reproducción de un determinado modo de producción no puede ser aprehendida.
Cierto es que las más recientes conceptualizaciones estructuralistas de la Ideología
tienen una marcada tendencia a darle una lectura funcionalista entendida como el
necesario cemento de la formación social.

Desde esta posición es obviamente imposible, como de manera correcta


argumentaría el culturalismo, concebir ideologías que no sean, por definición,
―dominantes‖; incluso el propio concepto de Lucha, que aparece en el famoso
artículo de Aparatos Ideológicos del Estado de Althusser resultaría superfluo. Sin
embargo, existen otros trabajos que sugieren maneras en que el ámbito de lo
ideológico puede ser adecuadamente conceptualizado como una área de
confrontación (a través del trabajo de Antonio Gramsci, y más recientemente de
Ernesto Laclau), y éstos tienen rasgos estructuralistas más que culturalistas.

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La fuerza del culturalismo casi podría ser derivada a partir de las debilidades de la
posición estructuralista que ya hemos anotado, de sus ausencias y silencios
estratégicos. Ha insistido, correctamente, en el momento afirmativo del desarrollo
de la lucha y la organización consciente como un elemento necesario en el análisis
de la historia, la ideología y la conciencia, en contra de su persistente minimización
en el paradigma estructuralista. Aquí, una vez más, es sobre todo Gramsci quien
nos ha provisto de un juego más refinado de términos para la vinculación de la
categorías principalmente ―inconscientes‖ y dadas del ―sentido común‖ cultural con
la formación de ideologías más activas y orgánicas, que tienen la capacidad de
intervenir en el terreno del sentido común y las tradiciones populares y, mediante
tales intervenciones, organizar masas de hombres y mujeres.
En este sentido el culturalista restaura propiamente la dialéctica entre el carácter
inconsciente de las categorías culturales y el momento de la organización
consciente: aun si, en su característico movimiento, ha tendido a enfrentar el
excesivo énfasis estructuralista en las ―condiciones‖ con otro, demasiado inclusivo,
en la ―conciencia‖.

En consecuencia, no sólo recobra como momento necesario de cualquier análisis el


proceso mediante el cual la ―clase-en-sí‖, definida principalmente como la manera
en que las relaciones económicas ubican a los hombres como agentes, devienen
fuerzas históricas y políticas activas ―para sí‖. Esto ha ocurrido aún contra su
propio ―buen‖ sentido anti-teorético que requiere que cada momento sea
comprendido en términos del nivel de abstracción en que el análisis está operando.
Una vez más, Gramsci ha empezado el señalamiento de un camino de salida de
esta falsa polarización, en su discusión sobre ―el paso entre la estructura y la
esfera de las superestructuras complejas‖ y sus distintos momentos y formas.

En esta argumentación nos hemos concentrado sobre todo en una caracterización


de lo que me parece los dos paradigmas seminales que operan en los Estudios
Culturales.
Por supuesto que no son los únicos activos. Los nuevos desarrollos y líneas de
pensamiento de ningún modo están adecuadamente cubiertos con una simple
referencia a ellos. Sin embargo, estos paradigmas pueden, en cierto sentido, ser
desplegados para medir lo que nos parecen las debilidades o inadecuaciones
radicales de aquellos que se nos ofrecen como puntos de convergencia
alternativos. Aquí brevemente identificaremos tres.

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El primero es aquel que parte de Levi-Strauss, la semiótica temprana, los términos


del paradigma lingüístico, y el énfasis en las ―prácticas significativas‖,
desplazándose a través de los conceptos psicoanalíticos y la obra de Jacques Lacan
hacia un cambio del núcleo de casi todo el terreno de los Estudios Culturales, en
torno a los conceptos de
Discurso y Sujeto. Una manera de comprender esta línea de pensamiento es verla
como un intento de llenar ese vacío del temprano estructuralismo, tanto en la
variedad marxista como en la no-marxista, donde se hubiera esperado la aparición
del Sujeto y la subjetividad, pero ésta no ocurrió.

Este es, precisamente, uno de los puntos claves sobre los que el culturalismo hace
valer sus críticas al ―proceso sin sujeto‖ del estructuralismo. La diferencia es que,
mientras el culturalismo rectifica el hiper-estructuralismo de anteriores modelos
restaurando el Sujeto unificado de la conciencia(colectivo o individual) en el centro
de la Estructura, la Teoría del Discurso, por medio de los conceptos freudianos de
Inconsciente y los conceptos lacanianos acerca de cómo los sujetos son
constituidos en lenguaje (a través del ingreso a lo Simbólico y a la Ley de la
Cultura), restaura al sujeto descentrado, al sujeto contradictorio, como un juego
de posiciones en el lenguaje y el conocimiento, desde las cuales la cultura puede
aparecer como siendo enunciada.

Esta aproximación claramente identifica una brecha, no sólo en el estructuralismo,


sino en el propio marxismo. El problema es que la manera en que este sujeto de la
cultura es conceptualizado, es de tipo trans-histórico y universal: se dirige al
sujeto-en general, no a Sujetos sociales históricamente determinados, o lenguajes
particulares socialmente determinados. En consecuencia ha sido incapaz, hasta
ahora, de desplazar sus proposiciones genéricas al nivel del análisis histórico
concreto.

La segunda dificultad es que los procesos de contradicción y lucha, que el


estructuralismo temprano ubica totalmente en el nivel de la estructura, se
encuentran ahora, por una de esas persistentes inversiones especulares, alojados
exclusivamente en el nivel de los procesos inconscientes del sujeto. Podría ser,
como a menudo alega el estructuralismo, que lo subjetivo sea un momento
necesario de cualquier análisis así. Pero esta proposición difiere mucho del

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desmantelamiento de la totalidad de los procesos sociales de los modos


particulares de producción y de las formaciones sociales, para luego reconstruirlos
exclusivamente en el nivel de los procesos psicoanalíticos inconscientes.

A pesar de que se ha realizado un trabajo importante, tanto utilizando este


paradigma como definiéndolo y desarrollándolo, sus pretensiones de haber
reemplazado todos los términos de los anteriores paradigmas con un juego de
conceptos más adecuados, parece excesivamente ambicioso, por decir lo menos.
Su pretensión de haber integrado el marxismo a un materialismo más adecuado
es, en buena medida, una pretensión semántica más que conceptual.

Un segundo desarrollo es el intento de volver a una Economía política de la


cultura, de tipo más clásico. Esta posición argumenta que la concentración en los
aspectos culturales e ideológicos ha sido exagerada. Quisiera restaurar los viejos
términos de base/superestructura, encontrando en la determinación en última
instancia de lo cultural-ideológico por parte de lo económico, aquella jerarquía de
determinación que ambas alternativas parecen no tener. Esta posición insiste en
que los procesos y estructuras económicos de la producción cultural son más
significativos que su aspecto cultural-ideológico: que éste está bien captado a
través de la terminología más clásica de la ganancia, la explotación, la plusvalía y
el análisis de la cultura como mercancía. Conserva una noción de la ideología
entendida como ―falsa conciencia‖.

Sin duda, el argumento de que tanto el estructuralismo como el culturalismo, en


sus diferentes formas, han descuidado el análisis económico de la producción
cultural e ideológica, tiene cierta fuerza. Pero con el retorno de este ámbito más
―clásico‖, vuelven también muchos de los problemas que lo asediaron
originalmente. Una vez más la especificidad del efecto de la dimensión cultural e
ideológica tiende a desaparecer. Se tiende a concebir el plano económico no sólo
como necesario, sino como suficiente en cuanto explicación de los efectos
culturales e ideológicos. Del mismo modo, el centrarse en el análisis de la forma
mercancía borra todas las diferenciaciones cuidadosamente establecidas entre
distintas prácticas, dado que son los aspectos más genéricos de la forma
mercancía los que atraen la atención. Sus deducciones se encuentran, en
consecuencia, mayormente confinadas a un nivel de abstracción referido a una
época: las generalizaciones acerca de la forma mercancía se sostienen a través de

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la época capitalista como conjunto. Pero en términos de análisis concreto y


coyuntural es muy poco lo que puede derivarse de esta abstracción desde lo alto,
que refiere casi todo a la ―lógica del capital‖. Y todo esto también tiende a su
propia vena de funcionalismo; un funcionalismo de la ―lógica‖ en lugar de la
―estructura‖ de la historia. También esta aproximación tiene intuiciones que vale la
pena recorrer, pero sacrifica demasiadas cosas que han sido dolorosamente
ganadas, sin entregar en compensación algún avance en términos de capacidad
explicativa.

La tercera posición está estrechamente vinculada a la pericia estructuralista, pero


ahondando un camino de ―diferencia‖ hasta pasar a una radical heterogeneidad. El
trabajo de Foucault, que aún disfruta de uno de esos períodos acríticos del
―discipulazgo‖, mediante el cual los intelectuales británicos reproducen su
dependencia de las ideas francesas, ha tenido un efecto sumamente positivo,
sobre todo porque al suspender los casi insolubles problemas de la determinación
de Foucault ha posibilitado un bienvenido retorno al análisis concreto de
particulares formaciones ideológicas y discursivas, y de los espacios de su
elaboración. Entre Foucault y Gramsci dan cuenta de buena parte del trabajo más
productivo de análisis concretos emprendidos hoy en este campo, reforzando de
este modo y, de manera paradójica, sosteniendo el sentido de la instancia histórica
concreta, que siempre ha sido una de las principales fuerzas del culturalismo.

Pero aquí de nuevo el ejemplo de Foucault es positivo, siempre y cuando uno no


se trague entera su posición epistemológica general. Pues lo cierto es que Foucault
decididamente suspende el juicio, y adopta un escepticismo tan meticuloso acerca
de cualquier determinación o relaciones entre las prácticas que no sean aquellas
ampliamente contingentes, a tal punto que tenemos derecho a verlo no como un
agnóstico en estos asuntos, sino como alguien profundamente comprometido con
la necesaria no correspondencia de todas las prácticas entre sí. Desde semejante
posición no pueden ser adecuadamente pensados ni una formación social ni el
Estado. En efecto, Foucault constantemente cae en la zanja que él mismo ha
cavado, pues cuando, contra sus bien defendidas posiciones epistemológicas, se
topa con ciertas ―correspondencias‖ (por ejemplo, el simple hecho de que todos los
principales momentos de transición que él ha trazado en cada uno de sus estudios
–sobre la prisión, la sexualidad, la medicina, el manicomio, el lenguaje y la
economía política– parecen converger exactamente en torno a ese punto en que el

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capitalismo industrial y la burguesía realizan su histórica cita), entonces cae en un


vulgar reduccionismo, que realmente niega las sofisticadas posiciones que él
mismo ha adelantado en otras partes de su obra.

He dicho lo suficiente como para indicar que, en mi opinión, la línea de los


Estudios
Culturales que han intentado ―pensar hacia delante‖ a partir de los mejores
elementos de los esfuerzos culturalistas y estructuralistas, por la vía de algunos
conceptos elaborados en el trabajo de Gramsci, es la que más se aproxima a
cumplir con los requisitos de este campo de estudio. Y la razón de esto debería ser
obvia a estas alturas. Aunque ni el culturalismo ni el estructuralismo bastan como
paradigmas autosuficientes de estudio, gozan de una centralidad en el terreno de
la que carecen los otros contendores, y esto debido a que entre ellos, en sus
divergencias así como en sus convergencias, se dirige hacia lo que debe ser el
problema medular de los Estudios Culturales.

Constantemente nos devuelven a ese ámbito marcado por esos fuertemente


emparejados, más no mutuamente exclusivos, conceptos de cultura/ideología. En
su conjunto plantean los problemas que se derivan de intentar pensar a la vez la
especificidad de diferentes prácticas y las formas de la unidad articulada que ellas
constituyen. Plantean una constante, si bien fallida, vuelta a la metáfora de
base/superestructura. Tienen razón al insistir en que esta cuestión, que resume
toda la problemática, planteado en términos de lo determinante, aunque no
reduccionista, es el corazón del problema y que la solución de este problema
permitirá a los Estudios Culturales superar sus incesantes oscilaciones entre
idealismo y reduccionismo. Confrontan –no importa si de maneras radicalmente
opuestas– la dialéctica entre las condiciones y la conciencia. En otro plano,
plantean el asunto de la relación entre la lógica del pensamiento y la ―lógica‖ de
los procesos históricos. Siguen manteniendo la promesa de una teoría de la cultura
cabalmente materialista. En sus antagonismos, sostenidos y mutuamente
reforzadores, no adelantan promesa alguna de una síntesis sencilla, pero entre
ambos definen dónde, si es que en lugar alguno está ese ámbito, y cuáles son los
límites dentro del cual semejante síntesis podrá ser constituida.

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CAPÍTULO N0. 3

Trayectoria de los estudios culturales

LECCIÓN N0. 1

Contextualización de los estudios culturales

En las siguientes tres lecciones, se traerán a colación fragmentos del libro de


Roberto Grandi, intitulado: Texto y contexto en los medios de comunicación,
capítulo: Los estudios culturales: entre texto y contexto, culturas e identidad.

"El campo de los Estudios culturales está experimentando un boom internacional


sin precedentes [...] En los Estados Unidos, donde dicho boom es especialmente
fuerte, muchas instituciones académicas han creado oportunidades de realizar
inversiones significativas en los Estudios culturales, a veces porque se ignora su
historia, sus estudiosos, su relación con las disciplinas tradicionales y su actividad
fuera de la academia". Así comienza la introducción a la voluminosa colección de
artículos (Grossberg, Nelson y Treichler, 1992: 1) que vuelve a tomar en
consideración muchas cosas que ya se habían dicho en la conferencia internacional
«Cultural Studies Now and in the Future», en la Universidad de Illinois, en abril de
1990, en presencia de novecientos estudiosos, una cifra que legitimaba a nivel
internacional una aproximación al estudio de la sociedad relativamente nueva.

A un boom de ese tipo le ha correspondido una amplia producción editorial que en


parte se recorrerá en este capítulo. No sólo se va a tratar de los libros que se
refieran investigaciones sobre aspectos específicos, sino también de revistas,
direcciones y bibliografías propiamente dichas que se centran en distintos aspectos
del desarrollo histórico de los Estudios Culturales. Estamos ya en presencia de un
corpus constituido por los discursos de los Estudios Culturales y por los discursos
sobre los Estudios Culturales, producidos tanto desde el interior como desde el
exterior. En estas páginas se explicarán únicamente los desarrollos más próximos a
los temas centrales del libro, dedicando sin embargo una atención especial a no
caer en el error de proponer reconstrucciones demasiado hagiográficas o

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conmemorativas, que no siempre evitan las reflexiones que proceden de los


Estudios culturales.

En relación a las aproximaciones teóricas ilustradas en los capítulos precedentes,


los Estudios culturales se caracterizan tanto por la presencia, en su mismo seno,
de opciones diversas entre sí, que privilegian, por un lado, la investigación sobre
el texto y, por otro, la investigación sobre el contexto del consumo, como por un
debate sobre los modelos comunicativos que se sitúan en el paso del modelo
semiótico-informacional y al modelo semiótico-textual.

Esta pluralidad de opciones presentes dentro de una misma aproximación teórica


constituye, por así decirlo, la forma de la sustancia de los Estudios culturales:
«discursos múltiples, historias numerosas y diferentes, un conjunto amplio de
opciones, varios tipos de actividades, personas que tenían y tienen distintas
trayectorias, un gran número de metodologías y de posiciones teóricas diferentes»
(Hall 1992: 278), que se han puesto en marcha a partir de los distintos significados
atribuidos a la palabra cultura, definida por Raymond Williams como «una de las
dos o tres palabras más complicadas de la lengua inglesa».

Con el fin de poder contextualizar mejor el uso que se hace de dicho término
dentro de los Estudio culturales, quizás sea útil partir de las tres definiciones que el
mismo Williams propone en su Keywords (1976: 80): «un proceso general de
desarrollo intelectual, espiritual y estético; un modo de vida particular, referido a
un pueblo, un periodo o un grupo; los trabajos y las actividades intelectuales y
artísticas». En esta última definición se hace referencia a las actividades y a los
textos cuya principal función es construir significados. Dicha definición ha sufrido
un proceso de democratización, por así decirlo, dentro de los Estudios culturales,
que ha llevado a incluir junto a los textos de la «cultura alta» también los de la
«cultura baja», otorgando pleno derecho de ciudadanía a los comics, las películas
de serie B, la música pop, la soap opera, los vídeos musicales, en cuanto «textos
culturales» que participan en la construcción de significados compartidos por una
cultura.

En la segunda definición, el concepto de cultura, influenciado por las teorías


antropológicas y por las investigaciones etnográficas, incluye en su seno
actividades sociales que coinciden con muchas de las actividades, más o menos

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ritualizadas, de nuestra propia vida cotidiana y con modos de vida bien definidos
como, por ejemplo, los de los grupos subculturales.

Si en esta última definición se habla de «culturas vivas» o de «actividades


culturales», en la anterior se hace referencia a «actividades significantes»,
actividades que, en última
instancia, se definen como actividades de interpretación, tomando prestado el
vocabulario posestructuralista.

Es así como la «cultura popular», en todas sus expresiones, se ha convertido en


objeto de análisis académico y de debate intelectual, pero arrastrando tras sí
resistencias y ambigüedades que, como ha subrayado Paul Willis en Common
Culture (1990), pueden marcar negativamente su futuro desarrollo.

La cultura, que para los Estudios Culturales hace referencia a las últimas dos
definiciones recordadas anteriormente, se considera, pues, como el conjunto de las
formas de la actividad humana que se manifiestan en el interior de todas las
actividades sociales y en sus recíprocas relaciones. Pero antes de proponer
cualquier tipo de definición de los Estudios culturales, sería conveniente precisar
que se diferencian, desde el punto de vista de su metodología y de su estatuto
disciplinar, de aquéllas disciplinas que tienen sus mismos objetos de investigación,
porque adoptan un bricolaje de metodologías propiamente dicho, que se inserta en
una especie de estatuto antidisciplinar o de crítica permanente a las disciplinas
académicas. Las metodologías adoptadas van desde las estrictamente textuales
hasta las etnometodológicas, gracias a la incorporación, siempre parcial, de teorías
de la crítica literaria, del neomarxismo, del psicoanálisis, del estructuralismo, del
posmodernismo, del feminismo, de la antropología cultural, del poscolonialismo.

Lo que acomuna esta pluralidad de opciones teórico-metodológicas observada


reiteradamente, que a veces entran en recíproca contradicción, es el hecho de
preferir, en cuanto marco de sentido más amplio, la actividad de investigación,
entendida como actividad crítica: el desarrollo teórico ha de ir acompañado de un
compromiso a nivel de proyecto político. Esta convicción se alcanzó dentro de los
Estudios culturales en los años setenta, mediante la apropiación de la categoría
gramsciana del intelectual orgánico. Gramsci (1975: 1991), en su especulación
sobre los intelectuales, elaborada durante los años que pasó en la cárcel, parte de

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la siguiente pregunta: "¿Los intelectuales son un grupo social autónomo e


independiente o bien cada grupo social tiene su propia categoría especializada de
intelectuales?" (Gramsci 1991: 3).

Al responder a esta pregunta, Gramsci privilegia dos de las distintas formas en las
que se han desarrollado históricamente las categorías de los intelectuales, la del
intelectual orgánico y la del intelectual tradicional:

"Al haber nacido en el terreno original de una función social del mundo de la
producción económica, cada grupo social crea, de modo conjunto, orgánicamente,
uno o más agregados de intelectuales que le dan homogeneidad y lo hacen
consciente de su propia función, no sólo en el campo económico sino también en
el campo social y político. [...] Pero cada grupo social «esencial», al haber
emergido en la historia desde su precedente estructura económica y en cuanto
expresión de su desarrollo (de dicha estructura), ha encontrado, al menos por lo
que se refiere a la historia que ha tenido lugar basta este momento, categorías
preexistentes y que además aparecían como representantes de una continuidad
histórica que ni siquiera las más complicadas y radicales mutaciones de las formas
sociales y políticas habían interrumpido" (Gramsci, 1991:34). Para Gramsci, por
tanto, las «categorías especializadas para ejercer la función intelectual» se forman
históricamente y "en conexión con todos los grupos sociales, pero especialmente
en conexión con tos grupos sociales más importantes y que padecen elaboraciones
más extensas y complejas en conexión con el grupo social dominante.

Una de las características más relevantes de cada grupo cuyo desarrollo tienda
hacia el dominio y su lucha por la asimilación es la conquista «ideológica» de los
intelectuales tradicionales; asimilación y conquista que serán tanto más rápidas y
eficaces cuanto mejor elabore el grupo dado simultáneamente sus propios
intelectuales orgánicos" (Gramsci, 1991:7)

Siguiendo siempre a Gramsci, si se quisiera medir "la «organicidad» de los diversos


estratos intelectuales" ya se podría realizar hoy día, en relación a dos "grandes
«planos» superestructurales, el plano de la «sociedad civil», es decir, del conjunto
de los organismos que comúnmente se denominan «privados» y el de la «sociedad
política o Estado», y que corresponden a la función de 'hegemonía' que el grupo
dominante ejerce en toda la sociedad y al «dominio directo» o de mando que se

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expresa en el Estado y en el gobierno «jurídico». Estas funciones son exactamente


organizativas y conectivas" (Gramsci, 1991:9).

Como recuerda Hall, en aquellos años se puso en marcha, dentro de los Estudios
culturales, el intento de determinar una «actividad institucional capaz de producir
un intelectual orgánico», aunque se desarrollara de forma paradójica, ya que se
carecía de cualquier tipo de movimiento histórico respecto al que convertir a dicho
intelectual en orgánico: «Éramos intelectuales orgánicos sin ningún punto de
referencia orgánico; intelectuales orgánicos dotados de nostalgia, voluntad o
esperanza y que, en un momento dado, habríamos estado preparados para
mantener aquel tipo de relación, con tal de que semejante coyuntura se hubiera
concretado» (Hall, 1992:281). Pero lo que caracteriza la apropiación de la
categoría de Gramsci por parte de los Estudios culturales es el hecho de que pone
de relieve los dos frentes con los que el intelectual orgánico se ha de comprometer
simultáneamente: «Por un lado, teníamos que estar en las primeras filas del
trabajo intelectual porque, como dice Gramsci, la tarea del intelectual orgánico es
adquirir mayores conocimientos que los intelectuales tradicionales [...] pero el
aspecto que resulta crucial es el segundo: el intelectual orgánico no puede quedar
absuelto de la responsabilidad de comunicar esas ideas, ese conocimiento, a través
de la función intelectual, a quien profesionalmente no pertenece a la clase
intelectual» (Hall, 1992;281). La competencia intelectual tiene que convertirse en
la función de las luchas, de las clases subordinadas y de los movimientos históricos
qué las representan.

Los Estudios culturales han de desarrollarse, pues, manteniendo en su propio seno


esta permanente e irresoluble tensión entre demandas teóricas y políticas,
acentuando la centralidad de la variable contextual, en cuanto garantía de la
corrección del análisis, que ha de ser «descriptivo y contextual e históricamente
determinado». El transplante, con frecuencia mecanicista, de categorías teóricas
de un contexto a otro, se percibe de hecho con gran desconfianza en el seno de
los Estudios culturales. Para expresar la enorme cautela que hay que tener en esta
operación, en los años ochenta se actualizó otra categoría neogramsciana, la
articulación: "El concepto de articulación es un ejemplo algo concreto, pero
suficientemente abstracto y general como para que se pueda transferir a nuevos
contextos en cualquier circunstancia en que se pueda demostrar su utilidad.
Facilita un modo de describir la continua disjunción, el nuevo alineamiento y la

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combinación de discursos; grupos sociales, intereses políticos y estructuras de


poder en una sociedad. También proporciona un modo de describir los procesos
discursivos gracias a los que se forman y se dotan de sentido los objetos y las
identidades" (Grossbert, Nelson y Treichler, 1992:8).

Las relaciones entre las actividades sociales y las estructuras de poder, entre los
textos, los grupos sociales y los contextos son inestables y su articulación implica
que se asuma dicha inestabilidad como algo constituyente; hay que describir e
interpretar sin cesar dicha relación porque cada término constituye una articulación
del otro término. Las identidades se forman, pues, en virtud de procesos
discursivos, entendidos como lugares de producción y representación de
experiencias, es decir, aquellos lugares en los que los textos y los contextos se
vuelven a articular en relación al conjunto de las actividades sociales. En la sección
3.2.1.3 veremos que el hecho de haber inscrito el punto de vista semiótico en los
análisis de los Estudios culturales, es precisamente lo que caracteriza este terreno
como un lugar de enfrentamiento entre interpretaciones influenciadas de manera
no determinista por las posiciones que ocupan los interpretantes individuales.

Tomando las debidas precauciones, que se pueden intuir fácilmente si se ha


prestado atención a todo lo que se ha ido diciendo hasta ahora, Grossberg, Nelson
y Treichler (1992:4) han propuesto su propia definición de los Estudios culturales,
que me parece la más aceptable de todas cuantas se han elaborado hasta ahora:

"Los Estudios culturales son un campo interdisciplinar, transdisciplinar y a veces


contradisciplinar, que actúa en medio de la tensión de sus mismas tendencias para
acoger un concepto de cultura que sea amplio y antropológico y, a la vez,
restringido y humanista. A diferencia de la antropología tradicional, se han
desarrollado, sin embargo, a partir de los análisis de las sociedades industriales
modernas. Están constituidos por metodologías decllaradamente interpretativas y
valorativas, pero a diferencia de lo que ocurre en el campo humanista tradicional,
rechazan la coincidencia de la cultura con la alta cultura, sosteniendo que todas las
formas de producción cultural necesitan un estudio que avance en relación con
otras actividades culturales y con estructuras históricas y sociales. De ese modo,
los Estudios culturales se han comprometido con el estudio del inventario completo
de las artes, creencias e instituciones de la sociedad, al igual que de sus
actividades culturales".

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Pero para tener una idea más articulada de lo que son los Estudios culturales
quizás sea más útil, en esta introducción, referir una lista tanto de las mayores
categorías que se utilizan actualmente dentro de la investigación como de sus
características más sobresalientes, con el fin de poder delimitar este campo de
análisis. "Las categorías más utilizadas en la actividad actual de los Estudios
culturales son la historia de los Estudio culturales, el gender, la sexualidad, la
nacionalidad y la identidad nacional, el colonialismo y el poscolonialismo, la raza y
la etnicidad, la cultura popular y su audiencia, la ciencia y la ecología, las
identidades políticas, la pedagogía, las políticas de la estética, las instituciones
culturales, las políticas de la disciplina, el discurso y la textualidad, la historia y la
cultura global en la edad posmodema" (Grossberg, Nelson y Treichler 1992:1).

Si se adopta una perspectiva diacrónica que se extienda por todo el arco del
desarrollo de los Estudios culturales: "las historias de los movimientos populares,
sobre todo de los que se afirmaron en Gran Bretaña en el siglo XIX, que se centran
en las subculturas y en los «vacíos» de las historias oficiales; los estudios de Lacan
sobre la subjetividad, principalmente sobre la construcción de la subjetividad
femenina, en contextos particulares y a través de medios de comunicación de
masas concretos; los estudios «etnográficos» de las subculturas en el seno de las
sociedades urbanas contemporáneas, intentando analizar las interpretaciones que
las mismas ponen en marcha a partir de sus experiencias culturales; los análisis de
medios de comunicación específicos, como la televisión, con la intención de
comprender la estructura de sus «lenguajes» y su relación con las ideologías; el
análisis de formas textuales particulares -de la ficción popular a la videomúsica-
con el fin de determinar sus características formales e ideológicas; los estudios de
economía de los medios, inspirándose en las mayores tradiciones de la
investigación inglesa de los años sesenta y setenta, con referencia a la producción
de cultura de los medios y a la política cultural- gubernativa; una combinación de
análisis textual y estudios etnográficos sobre la audiencia, con el objetivo de definir
de qué modo usa el medio la audiencia, principalmente televisiva; finalmente, la
continua actividad de clarificación teórica del campo de estudios global" (Turner,
1990:30).

Según Jenks (1993:157), quien recupera una propuesta de Agger (1992), las
características pertinentes de los Estudios culturales son:

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1. Los Estudios culturales actúan utilizando un concepto extenso de cultura


[...] Se adhieren al punto de vista antropológico de la cultura entendida
como «el modo de vida completo de un pueblo», a pesar de que no
concuerden con el punto de vista que define la cultura en cuanto totalidad.
2. Los Estudios culturales legitiman, justifican, celebran y politizan todos los
aspectos de la cultura popular. Consideran la cultura popular como algo
dotado de valor de por sí y no en cuanto «fenómeno sombra» o puro
vehículo de mistificación ideológica.
3. Quien actúa en el seno de los Estudios culturales reconoce la existencia de
una socialización de su propia identidad, que se produce a través de los
procesos de los medios de comunicación de masas y de la comunicación
que se intenta comprender.
4. La cultura no se considera de modo estático, como se haría con cualquier
otra cosa de tipo fijo o con un sistema cerrado. Los Estudios culturales
miran a la cultura como a algo que emerge, que es dinámico, que se
renueva constantemente. La cultura no es una serie de artefactos o de
símbolos congelados, sino un proceso.
5. Los Estudios culturales se afirman apoyándose más en el conflicto que en el
orden. Investigan y anticipan el conflicto, tanto a nivel de la interacción cara
a cara como, y de modo tras significativo, a nivel del sentido. La cultura no
se puede considerar como un principio unificador, ni como una fuente de
comprensión compartida, ni tampoco como un mecanismo para legitimar los
vínculos sociales.
6. Los Estudios culturales son «democráticamente» imperialistas. Si bien todos
los aspectos de la vida social están ahora «culturalizados», ninguna parte de
la vida social va más allá de sus intereses -la ópera, la moda, la violencia de
las bandas, las conversaciones de bar, las películas de honor y así
sucesivamente [...] ya no están colonizados, canonizados ni delimitados
alrededor de un sistema central de significación.
7. Los Estudios culturales consideran las representaciones culturales a todos
los niveles -en comienzo, la mediación y la recepción o la producción, la
distribución o el consumo.
8. Los Estudios culturales son interdisciplinares y no reconocen ningún tipo de
origen disciplinar.

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9. Los Estudios culturales rechazan los valores absolutos -hacen lo que quieren
( y a veces se nota!). Hoy día, por tanto, gracias a esta actividad de
investigación, evidente aunque no carente de ambigüedad, que los Estudios
culturales llevan a cabo en su mismo seno, utilizando los múltiples enfoques
teóricos y metodológicos que se han señalado repetidamente, se comienza
a aceptar la idea de que la cultura se define precisamente en las redes
«periféricas» de la construcción de significados y de «placeres»: "una de las
paradojas fundamentales de la vida social es que cuando nos sentimos más
naturales, más «cotidianos», somos más «culturales»; cuando
desempeñarnos roles que parecen obvios y dados por descontado nos
encontramos realizando roles construidos, aprendidos y que están lejos de
constituir algo inevitable" (Willis, 1979: 184).

LECCIÓN N0. 2

La irrupción estructuralista y mucho más aún

Stuart Hall, que ya había publicado The Popular Arts (1964), se convirtió en
director del CCCS en 1969, manteniendo dicho puesto durante una década. Su
dirección favoreció la irrupción estructuralista en la actividad del Centro: los libros
de Lévi-Strauss, Barthes, Althusser, Foucault, Lacan y Gramsci se convirtieron en
una parte integrante del patrimonio teórico de los CCCS, como veremos más
adelante. La irrupción del «estructuralismo» en el panorama intelectual británico y
la incómoda presencia de la ideología que implicaba, puso en cuestión el
paradigma «culturalista» de los Estudios culturales.

Graeme Turner (1990:31) resume del siguiente modo la contraposición entre


«culturalistas» y «estructuralistas»: Los «estructuralistas» consideraban la cultura
como el primer objeto de estudio, abordándolo con frecuencia mediante el análisis
de formas textuales representativas; las formas y las estructuras que producían
significados culturales constituían el centro de su atención [...] los «culturalistas»,
y sobre todo los historiadores británicos, oponían una gran resistencia al
estructuralismo, al que acusaban de concebir la fuerza de la ideología de un modo
demasiado determinista y global [...] el «culturalismo» tenía un sentido más fuerte
del poder de la acción humana contra la historia y la ideología; por eso, los

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«culturalistas» pensaban que se podría resistir a las fuerzas dominantes y que la


historia se podría modificar mediante un esfuerzo radical individual [...] Allá donde
el «estructuralismo» asumió una imagen netamente europea, incluso «extranjera»,
el «culturalismo» aparece como algo casero, una alternativa británica».

El CCCS, cuyo objetivo entonces era realizar actividades de investigación de


posgrado en los departamentos de cine, mass media y estudios sobre la cultura y
la comunicación de la Universidad de Birmingham, ha llevado a cabo una política
cultural de gran interés y originalidad: estimular la publicación de las
investigaciones de sus propios estudiantes, mostrar todas sus actividades, afiliar el
mayor número posible de estudiosos, con el resultado casi obvio de detectar poco
poder a nivel académico pero una gran autoridad en el plano de la investigación,
hasta el punto de que el CCCS ha sido reconocido a veces como el «tercer
paradigma» de los Estudios culturales.

La irrupción estructuralista llevó hasta el seno de los Estudios culturales no sólo las
aportaciones más específicamente estructuralistas, sino también las
posestructuralistas o semióticas (véase el apartado 3.2.1), que dieron lugar a
aquel «giro lingüístico» que introdujo en el Centro problemas de textualidad y
significación, representación y resistencia. Sobre todo:

La centralidad del lenguaje y de la metáfora lingüística en cualquier


tipo de estudio sobre la cultura; la expansión de la noción de texto y
de textualidad, bien entendida como fuente de significado o como algo
que huye y pospone el sentido; el reconocimiento de la
heterogeneidad y de la multiplicidad de los significados y de la lucha
contra los límites arbitrarios de la infinita semiosis que va más allá del
significado, el conocimiento de la textualidad y del poder cultural, de
latinista representación como lugar de poder y de reglamentación, de
lo simbólico en cuanto fuente de identidad [...] Hay siempre algo que
está descentrado en relación con el medio de la cultura, en relación
con el lenguaje, la textualidad y la significación, que huye y se evade
del intento de conjunción, directa e inmediata, con otras estructuras.
Y, sin embargo, al mismo tiempo, en la sombra, la huella, el rastro de
aquellas otras formaciones, de la intertextualidad de los textos en sus
posiciones institucionales, de los textos en cuanto fuentes de poder,

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de la textualidad en cuanto lugar de representación y de resistencia,


todos estos temas no pueden ser borrados por los Estudios culturales
[...] Nos preguntamos si hemos de presuponer que la cultura actúa
siempre mediante su misma textualidad -y, a la vez, que la textualidad
no es nunca suficiente. ¿Pero suficiente en qué, para qué? Se trata de
una pregunta a la que es muy difícil responder porque, desde un
punto de vista filosófico, ha sido siempre imposible en el campo
teórico de los Estudios culturales -tanto si se ha pensado en términos
de textos, de contextos, de intertextualidad o de las formaciones
históricas en el seno de las que se cobijan las prácticas sociales
alcanzar algo que se pueda considerar como un resumen adecuado de
las relaciones y de los efectos de la cultura (Hall 1982:283-84).

El feminismo y el tema de la raza

En la historia de los Estudios culturales, constituida sobre todo por interrupciones,


vale la pena recordar otras dos rupturas que se han insertado dentro de las
tensiones teóricas originadas por el «giro lingüístico»: el feminismo y el tema de la
raza.
El feminismo (Women's Studies Group 1978) penetró en el campo de los Estudias
culturales como una potente llave maestra capaz de hacer saltar todos los
equilibrios precedentes: se colocan en el centro de interés ternas que se
consideraban marginales, se ponen en cuestión metodologías bien rodadas, se
someten a una fuerte réplica tanto la misma modalidad de considerar la relación
entre teoría y práctica critica como la gestión del Centro. La intervención del
feminismo dio lugar, tras no pocos contrastes con el poder establecido masculino
del Centro, a una reorganización del campo de la investigación identificado por
Stuart Hall (1992:282) al menos bajo cinco aspectos. La afirmación de la
politización del personal, que «modificó los objetos de estudio e innovó
radicalmente la teoría y la práctica de la investigación». La expansión del concepto
de poder, desarrollado hasta entonces en el ámbito de lo público y central en el
discurso sobre la hegemonía, que ya no pudo ser tratado del mismo modo. «La
centralidad del gender y de la sexualidad en la comprensión del poder». La
apertura de «muchas de las discusiones en tomo a la peligrosa área de la
subjetividad y del sujeto, que se creía que habían sido abolidas. La apertura de

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nuevo de la frontera entre teoría social y teoría de lo inconsciente -el psicoanálisis-


que hasta entonces había estado cerrada.

El tema de la raza determinó otra profunda ruptura: por lo que se ha ido


afirmando hasta aquí, parece evidente el eurocentrismo, por no decir la
britanicidad, del contexto de origen de los Estudios culturales, bien implantado
sobre raíces que se remontaban, por una parte, a la crítica literaria inglesa y, por
otra, al estudio de la historia de Inglaterra.

Otros temas penetraron en el terreno de investigación de los Cultural Studies con


mayor esfuerzo aún que el requerido por el feminismo: no sólo se consideró el
tema del racismo desde un punto de vista general, sino también las intervenciones
de la actividad crítica sobre la politización de la cuestión racial y los intentos de
volver a escribir la historia (por ejemplo, The Empire Strikes Back), a través del
desplazamiento radical del punto de vista que se teorizaba y practicaba en las
investigaciones poscoloniales.

LECCIÓN N0. 3

La internacionalización y el boom: los riesgos

La internacionalización de los Estudios culturales, es decir, su exportación a los


Estados
Unidos y, sucesivamente, a Australia, aceleró la aparición de contradicciones en el
seno de los CCCS15, vaciando progresivamente el papel impulsor que detectaba,
poniendo en marcha la multiplicidad y la diversificación de los momentos
institucionales de producción de investigación, que constituyen el aspecto más
evidente de ese fenómeno contradictorio representado por el actual boom
internacional de los Estudios culturales.
Hay quienes, como Hanno Hardt, intentan explicar el boom estadounidense
volviendo a leer la historia de las distintas tradiciones que han convivido en las
ciencias sociales de aquel país; otros, sobre todo en el seno de los Estudios
culturales, prefieren detenerse en las consecuencias que dicho boom puede tener

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sobre el futuro de los Estudios culturales, respecto al que manifiestan su gran


preocupación.

En un artículo largo y documentado, con un título autoexplicativo, "The retum of


the Critical and the Challenge of Radical Dissent: Critical Theory, Cultural Studies
and American Mass Communication Research" (1989:558-600), Hanno Hardt
sostiene que el éxito relativamente reciente obtenido por los Estudios culturales
británicos en los Estados Unidos se debe sobre todo a la persistencia, más allá del
océano de un «enfoque cultural», respecto a los problemas de la comunicación y
de los medios, que se puede remontar al desarrollo del pragmatismo, aunque no
siempre haya sido visible.

En efecto, los Estudios culturales británicos han sido acogidos con simpatía por los
investigadores críticos estadounidenses, ya proponían un punto de unión entre la
práctica política y la elaboración teórica en el seno de la esfera pública [...] su
aparición en la escena académica estadounidense ha agudizado el tema de las
fronteras interdisciplinares y de la compartimentación del conocimiento [...] su
proceso de contextualización y la localización de los problemas en los procesos
culturales, sobre todo entre fenómenos culturales, políticos y económicos, volvía a
dotar de complejidad teórica y poder descriptivo a los análisis de la comunicación y
de la actividad de los mass media (Hardt 1989: 588-589).

Si extendemos el punto de vista a la elaboración más global de los Estudios


culturales en vez de limitarnos a los temas más inmediatamente comunicativos,
hay que confrontar lo que ya se presenta como dos diferentes tradiciones,
británica y estadounidense. El debate actual se concentra en la relación entre
ambas tradiciones.

Teniendo en cuenta los esfuerzos realizados en Birmingham para hacer crecer el


CCCS, en cuanto momento organizado de promoción de la investigación, nadie se
opone en principio a la rápida profesionalización e institucionalización de los
Estudios culturales que se lleva a cabo en los Estados Unidos, pero muchos
recuerdan que ponerse a salvo de los riesgos que implica un proceso de ese tipo
constituye un rasgo distintivo de la tradición británica de los Estudios culturales.

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Quiero que sepáis que pienso que la explosión de los Cultural Studies y de las
otras formas de teoría crítica en el ámbito académico representan un momento de
peligro extraordinariamente profundo. ¿Por qué? Sería excesivamente vulgar
hablar de cosas como la gran cantidad de trabajos que hay, la cantidad de dinero
que circula y de cuánta presión se ejerce sobre la gente para conseguir que realice
lo que se considera como una actividad de crítica política y una actividad
intelectual de tipo critico [...] me maravillo en relación a lo que he denominado la
desenvoltura y la fluidez teórica de los Estudios culturales en los Estados Unidos
(Hall 1982: 285-86).

Muchos estudiosos estadounidenses están de acuerdo en que no se trata tanto de


exorcizar los peligros inherentes a la institucionalización de los Estudios culturales
en sí mismos, como de preguntarse por las fronteras de los Estudios culturales:
¿quién puede delinear las fronteras y el terreno que delimitarán dichas fronteras?

Si bien no todos los estudios de la cultura y de la política pertenecen


necesariamente a los Estudios culturales, la gente necesita decidir entonces qué
importa si se adopta el término Estudios culturales para describir su propia
actividad. Demasiada gente le pone nombre a lo que está haciendo simplemente
para aprovecharse del boom de los Estudios culturales (Grossberg, Nelson y
Treichler, 1992:10).

Para esclarecer mejor el tipo de peligro que implica hoy día el diluvio propiamente
dicho de cursos, congresos, publicaciones que se autodefinen como internas a los
Estudios culturales y que han invadido los campus de las universidades
estadounidenses quizás sea útil dejar hablar, una vez más, a Stuart Hall, sobre
todo a través de las palabras que pronunció en su intervención autobiográfica
realizada en la Universidad de Illinois donde, y no es por casualidad, se sancionaba
el boom estadounidense de los Estudios culturales. Ni tampoco es causal que
Stuart Hall se haya referido en su propia intervención a otro «diluvio» que también
se había producido en Estados Unidos algunos años antes: el deconstruccionismo,
en relación a los estudios literarios. Hall distingue entre el «giro» deconstructivista
y el «diluvio» deconstructivista: en el primer caso se originaron consecuencias
importantes para la actividad teórica e intelectual de los Estudios culturales; en el
segundo caso se trató sólo de "mera repetición, de una especie de imitación o de
ventrilocuismo deconstructivista, que a veces se hacía pasar por un serio ejercicio

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intelectual". Y en aquel momento, Hall temía, a consecuencia de una posible


institucionalización equivalente de los Estudios culturales, que se formalizara la
exclusión de las cuestiones del poder, de la historia y de la política. Pero,
paradójicamente, hoy día los temores proceden en sentido opuesto: la
«desenvoltura y la fluidez teórica» actual de los Estudios culturales
estadounidenses es, en efecto, un fenómeno diferente del «diluvio
deconstruccionista» e implica riesgos muy distintos.

Ahora, no hay ningún momento en los Estudios culturales estadounidenses en el


que nosotros no seamos capaces de teorizar, de modo extensivo y sin fin, sobre el
poder, la política, la raza, la clase, el gender, el sometimiento, el dominio, la
exclusión, la marginalidad, la alteridad, etc. Y, sin embargo, persiste la molesta
duda de que esta opresiva textualización de sus mismos discursos que realizan los
Estudios culturales, pueda llegar a establecer el poder y la política exclusivamente
en cuanto materias de discurso y de textualidad [...] hay modos de establecer el
poder como un significante que fluctúa con ligereza y que priva completamente de
significado el crudo ejercicio y las conexiones del poder y de la cultura. Esto es lo
que defino como el momento de peligro de la institucionalización de los Estudios
culturales, en medio de este mundo profesional de la vida académica
estadounidense, altamente viciado, enormemente elaborado y bien financiado (Hall
1982:286).

Inevitablemente, se vuelve así a la marca distintiva de los Estudios culturales y a la


tradición de los últimos veinticinco años; dicho de otro modo, todavía recurrente, a
la relación entre trabajo intelectual y actividad académica, entre teoría y política,
entre textualidad y cultura. Aunque las superposiciones entre trabajo intelectual y
actividad académica sean muy grandes, aún no son equivalentes si se considera
que una «actividad cultural y una crítica genuina» han de originar un trabajo
político del intelectual orgánico que no se pueda confinar al ámbito académico.

Así pues, la teoría se presenta en su nexo con la política como «un conjunto de
conocimientos coyunturales, contextualizados y localizados, que se han de discutir
de modo dialógico, como si se tratara de una actividad que siempre piensa en su
intervención en un mundo en el que dicha intervención crea una cierta diferencia,
en el que determina un cierto efecto. En definitiva, una actividad que comprenda
la necesidad de modestia intelectual».

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Por último, aunque no sea posible resolver la tensión entre textualidad y


actividades culturales, desde el momento en que no se consigue facilitar ningún
tipo de resumen teórico adecuado de las relaciones y de los efectos de la cultura,
aún me siento capaz de insistir en sostener que, al menos hasta que los Estudios
culturales no aprendan a vivir con esta tensión -una tensión de la que tienen que
apropiarse todas las prácticas textuales- una tensión que Said describe como el
estudio del texto en sus relaciones con las instituciones, los despachos, las
representaciones, las clases, las academias, las empresas, las profesiones y los
partidos ideológicamente definidos, las naciones, las razas y los gender habrán
renunciado a su vocación internacional (Hall, 1982: 283-84).

LECCIÓN N0. 4

¿Estudios Culturales? De lo impreso a lo digital

Esta lección, hace parte de un artículo publicado en la Revista Razón y Palabra,


intitulado: Los Estudios Culturales y los Estudios de la Comunicación. Las
membranas del tiempo y del espacio en la era de la comunicación digital, cuyo
autor es Héctor Gómez Vargas, docente de la Universidad Iberoamericana León,
de México.
El texto completo de puede ver en:
http://www.razonypalabra.org.mx/N/N67/actual/5hgomez.pdf

La relación de los Estudios Culturales con lo textual es íntima. Por un lado, no se


puede entender su conformación, difusión e institucionalización académica sin la
publicación de libros y documentos. Por otro lado, la continuidad de su tradición
dentro de las humanidades y su legado a las ciencias sociales y a la comunicación
de su tendencia hacia el estudio de las textualidades y los discursos.

En ese sentido, es parte de un legado de la grafósfera: su vínculo con la


educación, lo impreso, lo in

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telectual, por medio de lo cual los Estudios Culturales han legado un corpus de
discursos y han conformado un sistema de discursos. Roberto Grandi (1995), por
citar a un autor que aborda a los Estudios Culturales, señala que los elementos
que tienden a caracter
izarlos son: la investigación sobre los textos, la investigación sobre los contextos
del consumo, su tendencia al dialogo
interdisciplinar y la investigación entendida como actividad política.

Para Grandi, la actividad de los Estudios Culturales se mueve en una continua


tensión entre las demandas teóricas y políticas, acentuando la dimensión
contextual como elemento de corrección del análisis. Uno de los problemas de
evaluar la pertinencia de lo señalado por Grandi se refiere a la movilidad y
expansión de los Estudios Culturales, desde sus orígenes como proyecto
intelectual, su institucionalización académica, la sucesión de generaciones y su
ramificación y dispersión en ámbitos académicos e intelectuales en otros países.

Es memorable para muchos la crítica que realizó Stuart Hall a los Estudios
Culturales que se desarrollaron en los ochenta principalmente en Estados Unidos
ante la tendencia de concentrarse en la dimensión textual y en la tendencia hacia
la deconstrucción teórica, lo cual ha sido parte de una gran cantidad de críticas a
los Estudios Culturales por parte de diferentes intelectuales.

Por ejemplo, Robert McKee (2007) al hablar de la manera como se institucionalizó


el doctorado de Estudios Cult
rurales en la Universidad de California, en Davis, expresa que sus fundadores
reconocieron ―una definición suficientemente flexible de campo para permitir que
lo redefiniesen a su manera‖, y que esto, entre otras cosas, obedeció a una
idiosincrasia para adaptar una oferta académica ―llenando huecos importantes‖ y
produciendo algunos problemas igualmente importantes, y que una tendencia es
una dedicación ―casi exclusivamente a la teoría, con un enfoque menor de la
interpretación de ciertas obras de moda, casi siempre obras vanguardistas de
literatura, cine o performance o de géneros menos convencionales‖.

Las indicaciones de McKee on un síntoma de muchas de las observaciones


realizadas a los Estudios Culturales y que se refieren no sólo a su dispersión como
campo de estudio, sus tendencias teóricas y disciplinares móviles ante una
tendencia especulativa y discursiva, su manera epidérmica de conformar

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contextualizaciones que no alcanzan a ser dimensiones ni categorías históricas,


sociológicas ni antropológicas.

En una entrevista realizada a Angela McRobbie (Laudano, 2003) señalaba las


―cuestiones críticas‖ para los Estudios Culturales, y expresaba que era necesario
entender ―las cuestiones centrales vinculadas a entender la dinámica del cambio
social‖, pero que muchos de quienes trabajaban dentro de los Estudios Culturales
en la comunicación seguían encerrado en los textos mediáticos, pero sin retomar
los trabajos de Hall para mostrar las articulaciones con lo social, lo político, lo
económico y lo cultural, así como olvidando las cuestiones de la vida cotidiana. Por
eso señalaba que el momento crítico era ―un imperativo de moverse de cierto tipo
de Estudios Culturales un poco desvinculados de problemas y dinámicas sociales y
culturales urgentes‖.

Los reconocimientos de McKee y de McRobbie son importantes en un primer nivel:


la atención centrada en los textos donde se ha privilegiado la vía teórica,
desplazando el entorno empírico que contextualiza las problemáticas urgentes por
atender. Es un tanto lo expresado por Henry Giroux (1994) sobre la poca
importancia de los académicos por incorporar el legado de los Estudios Culturales a
las prácticas docentes, mientras los contextos de vida de la educación y de los
estudiantes, rebasaban los mismos conceptos educativos tradicionales y
propiciaban algunas de las crisis en la educación.

En un segundo nivel, está la inmovilidad de muchos enfoques que trabajan con los
Estudios Culturales para teorizar y dar cuenta de las transformaciones en las
dimensiones sociales, políticas, económicas y culturales, por la entrada de nuevas
vías de la textualización de la vida social, la entrada del mundo digital e
interactivo.

No es sólo que parecen alterar el orden de los contextos de la vida académica e


intelectual, sino a los mismos centros de acción y de producción intelectual y
académica.

Si la grafósfera implico un trabajo intelectual que se movió entre la educación y la


impresión de textos, ya sea a través de la prensa o de las editoriales, el paso a la
videoesfera modificó en mucho esas dos áreas de acción y simultáneamente

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impacto al trabajo intelectual. Pero recientes alteraciones en la mediásfera hablan


de nuevas modificaciones.

Ante el desarrollo de la ciberesfera o de la blogosfera, hay una alteración del


trabajo intelectual y académico que no sólo alteran las prácticas profesionales,
como el periodismo o el magisterio, sino que alteran asimismo los entornos de
interactividad social, de generación y distribución de los conocimientos (Piscitelli,
2005), que se mueven en dinámicas muy diferentes en la producción, distribución
y consumo de textualidades, discursivas y visuales.

Mientras la tendencia de gran parte del ámbito académico siguen con las pautas
de la grafósfera, donde la pauta es la de la relación unidireccional del productos
con el consumidor y, a partir de ello, de los claustros discursivos que se generan y
movilizan, en los ámbitos impactados por la ciberespera y la blogósfera, la relación
se mueve por una dinámica interactiva que modifica la relación unidireccional, y
modifica la geografía y geometría discursiva, algo que se pretende representar a
través de la propuesta de Pierre Levy (2004) sobre la ―inteligencia colectiva‖.

En términos de la mediología Debray (2001), se podría señalar como parte de las


transformaciones profundas en la mediásfera iniciadas por la videoesfera en la
manera como la organización de lo simbólico y la materialización de lo simbólico
organizado, entra en una crisis respecto a como se había realizado por siglos, y
una de sus implicaciones ha sido como la dimensión temporal se alteraba y
transformaba y colapsaba en el espacio social.

La entrada de la videoesfera marca otras pautas de acción del tiempo sobre el


espacio. Un punto fundamental que proviene de los nuevos desarrollos de la física,
la genética y la biología molecular es la manera como se concibe la acción del
tiempo, como un sistema de información autorreferncial a partir de proceso
dialógicos y constructivos Lazlo, 2007;Yourgrau, 2007). El tiempo adquiere
procesos de modalización varios y un elemento básico para elloson los sistemas
interactivos y comunicativos que los modalizan. Es, por decirlo de una manera, una
forma de ver a la comunicación en la dimensión temporal, y un elemento central
en ello es su dimensión energética que propicia la presencia de elementos
emergentes que organizan campos mórficos en lo biológico, lo cognitivo, lo social y
lo cultural (Sheldrake, 2006).

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En lo social y cultural, estas dimensiones de temporalidad se hacen presentes a


través de elementos tecnológicos que modalizan los sistemas cognitivos,
preceptúales y se materializan en sistemas de vida y prácticas culturales, es decir,
los sistemas digitales, interactivos que dinamizan la cultura mediática y abren un
nuevo espacio antropológico como es el ciberespacial (Jensen, 1998; Rassmussen,
2004). La llegada de estas nuevas herramientas de comunicación tiene un impacto
profundo pues hacen emerger un tercer vector más allá de las dimensiones
espaciales y temporales, es decir, la velocidad, aquello que Paul Virilio (1997:14)
ha indicado como el ―género luz‖ y que produce la introducción de otras matrices
temporales.

El punto es que este nuevo desarrollo tecnológico de la información y de la


comunicación hacen ver cómo estos modalizan el tiempo y cómo la vida social y
colectiva se desarrolla mediante las formas y materiales de transmisión de ideas,
conocimiento, y propicia las maneras de estar en sociedad, es decir, la manera
como el tiempo ha estado en la comunicación, pues estas dinámicas son propias
de la realidad deontológica de los medios de comunicación (Boltz, 2006), y en su
acción temporal se ha encontrado el ritmo y el metabolismo que ha dinamizado a
la sociedad de corte industrial (Gitlin, 2003).

Es por ello que un área de estudio de la cultura y de la comunicación que ha


ganado pertinencia en los últimos tiempos es aquella que trabaja alrededor de la
mediatización tecnológica de la cultura (De Moraes, 2007; Stevenson, 1998), pues
no sólo altera una etapa más del desarrollo material y cognitivo de la cultura
actual, sino que implica a su vez la necesidad de entender los entornos desde los
cuales se produce conocimiento y la experiencia social desde las bases de la
misma videosfera (Brea, 2007).

La cultura de lo impreso seguirá siendo la base de la producción de conocimiento


para los Estudios Culturales en lo que se refiere a las estructuras de conocimiento
que ha de desarrollar, pero suposición como gestor de conocimiento y su sustrato
ideológico puede cobrar otros derroteros ante los nuevos espacios y sustratos de
edición, los puntos de encuentro y colaboración de las redes académicas, la
alteración de las dimensiones ideológicas, la vigencia y consumo de la información
generada, el archivo y materialidad de una memoria académica colectiva e

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individual, su dinamización por sectores de comercio y de la pantalla electrónica, la


emergencia de nuevos actores y actancias dentro del campo de estudio de la
comunicación (Katz, 2008).

La creciente presencia de revistas electrónicas, sistemas de búsqueda y de


documentación virtual en Internet son parte de ello, pero igualmente la
implementación y uso de blogs, facebook, myspace, youtube, o la producción de
materiales para los mp3, los celulares, el empleo del correo electrónico, la consulta
a enciclopedias wikis y de diverso tipo, entre muchos otros son las bases de la
nueva biblioteca, de nuevas narrativas, estéticas, discursividades y procedimientos
cognitivos (Rincón, 2006; Wardrip-Fruin y Harrigan, 2004) de la construcción del
conocimiento y del desarrollo de nuevos espacios colaborativos y constructivos que
retan a una tradición académica.
La revisión de lo que es la cultura, el marcador de los medios y de la tecnología de
información en los tiempos sociales y culturales, se torna necesaria y está en
desarrollo en los tiempos actuales, pero igualmente implica el retorno de la
pregunta sobre los Estudios Culturales en el presente y se atisba la necesidad no
sólo de una nueva revisión de su lugar y su legado, sino de una nueva base
reflexiva de un orden mayor para su continuidad o su desintegración.

Probablemente la mirada sería colocarla en un plano que permita observar la


manera como lo emanado de los Estudios Culturales se ha distribuido en otros
discursos y enfoques de la comunicación en los tiempos recientes. Asimismo,
aquello que aportan a la comprensión de procesos sociales, políticos, económicos y
culturales en tiempos de la comunicación digital, a escalas, estratos y niveles
diversos.

En cierto sentido es lo que expresa Angela McRobbi de moverse hacia otros


Estudios Culturales, mirando las cuestiones sociales y la manera como se
estructuran las transformaciones sociales, tanto en la dimensión de lo cotidiano,
como en los contextos sociales en donde se tejen discursos sociales y las
textualidades mediáticas.

Por otro lado, es lo que señalan autores como David Buckingham (2008) sobre la
manera cómo la vida cotidiana está permeada por la presencia de los textos y
productos que proviene de los medios de información y las tecnologías de

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información, la manera como define y moderniza las identidades de sujetos


sociales como los niños y los jóvenes, así como las formas de sociabilidad que se
están gestando (Mourduchowicz, 2008).

Lo importante de estas propuestas, dentro de la constelación de modificaciones, es


que los Estudios Culturales permiten incorporar elementos que se juegan en lo
cotidiano, en lo contextual, y que con las miradas de lago alcanza de lo macro,
hiper, sobre, multi, tienden a perderse de vista, con impactos importantes no sólo
en la estructuración del presente, sino en la re configuración de escalas de largo
aliento.

Igualmente está la consideración de lo geopolítico y lo geocultural que se pone en


juego en los procesos de transformación en esferas como la educación, los
movimientos sociales, las políticas públicas, la reivindicación de identidades
étnicas, históricas, las relaciones de género y generacionales, el uso y apropiación
de los espacios urbanos, y todo lo que tiene que ver con lo mediático y las
textualidades múltiples que provienen de los conglomerados tecnoculturales.

Interesante será ver el conocimiento académico y el proyecto intelectual que


puede emerger desde las mismas plataformas de las últimas emanaciones de la
mediásfera.

LECCIÓN N0. 5

La tendencia transdisciplinaria de los Estudios Culturales

En esta lección se trabajará un fragmento del artículo intitulado: La tendencia


transdisciplinaria en los estudios culturales, de Lauro Zavala, profesor investigador
de la UAM-Xochimilco. Doctor en literatura hispánica por El Colegio de México. Ha
colaborado en numerosos libros colectivos sobre literatura, teoría literaria y
asuntos relacionados con la comunicación. El texto completo se puede descargar
del siguiente link:
http://201.147.150.252:8080/xmlui/bitstream/handle/123456789/1268/Lauro-
Zavala.pdf?sequence=1

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En el terreno de la investigación humanística sin duda el cambio metodológico más


radical durante los últimos 40 años consiste en el descubrimiento del lector como
productor de los procesos de significación, es decir, como quien construye un
sentido que sólo ha sido propuesto por el autor y que se objetiva en el texto. Este
descubrimiento fue posible al haberse transitado del romanticismo de la autoridad
autorial (propia del humanismo clásico) hasta el estructuralismo y su interés por
los códigos que se comunican entre sí (como consecuencia del desencanto
hermenéutico de la posguerra europea). Esta evolución epistemológica posibilitó la
integración y relativización de ambos paradigmas en la creación de modelos para
el estudio de la intertextualidad posestructuralista, es decir, aquella en la que es el
lector quien espontánea e inevitablemente proyecta una significación contextual
sobre los signos que interpreta. Aquí es donde la teoría literaria sigue ocupando un
lugar estratégico, pues éste es el ámbito de la creación de mundos posibles a
través de la palabra, y donde las metáforas de texto y ficción han sido parte de su
propia tradición de análisis. La teoría literaria, además, es el ámbito donde de
forma tradicional se ha estudiado la naturaleza de la narrativa, y resulta una
fuente de estrategias para estudiar la manera como las demás disciplinas
construyen sus propias narrativas de legitimación metodológica.

Por otra parte, en la estética cinematográfica podemos observar cómo se ha


pasado de la experiencia ritual, anónima y colectiva de ver una película en una
plaza pública (como experiencia paradigmática del cine clásico) a la experiencia
individual, íntima e intransferible de cada espectador frente a la pantalla de cine o
de video (como modelo paradigmático del cine moderno). Pero es ya hacia fines
de los años 60 cuando surge un cine de la alusión, es decir, la tradición de
estructurar la narrativa cinematográfica a partir de la narrativa de las películas
anteriores. Y esto último, aunado a otros cambios en la estética de la vida
cotidiana (vestido, asentamientos urbanos, movilidad social, etcétera), ha
propiciado, a su vez, la existencia de un espectador cada vez más interesado en la
oralidad, en la experiencia de hablar desde la propia subjetividad acerca de la
película que se acaba de ver sobre la pantalla. Hoy en día ir al cine parece ser un
ritual a la vez individual y colectivo, caracterizado por la necesidad de cada
espectador de responder a la pregunta crucial: "¿Qué te pareció la película?" En la
actualidad vamos al cine para tener la ocasión de hablar sobre la película que
hemos visto, y a partir de esta experiencia de reconstrucción oral de la propia
identidad simbólica, reconfigurar nuestro lenguaje interior, surgido de las

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profundas aguas del inconsciente cinematográfico (a la vez individual y en


permanente proceso de reconstitución intertextual).

Por su parte, la música ofrece un modelo metafórico muy útil para describir los
procesos señalados hasta aquí. Podemos observar la transición de la reproducción
anónima (en la música clásica) a las formas de la interpretación individual (en la
música experimental). Sin estos antecedentes no se explicaría el surgimiento, a lo
largo del siglo XX, de la improvisación colectiva. En un concierto de jazz tradicional
se integran estas tradiciones, pues la interpretación de una balada se inicia con la
línea melódica interpretada por el conjunto, se extiende con la improvisación
individual de cada virtuoso del grupo y finalmente se nutre de la improvisación
colectiva. El jazz es la quintaesencia de la estética posmoderna.

En las artes plásticas el surgimiento del arte moderno (y de la fotografía) significó


el paso de lo figurativo a lo figural, es decir, el paso del proyecto renacentista de
representación de la realidad (de la manera más fiel posible) a una reflexión sobre
los medios de representación utilizados por el artista plástico. La realidad ya no es
una ni hay una única forma de representarla fielmente. Pero tampoco es suficiente
la firma individual del artista, sino que es el discurso verbal el que legitima,
justifica y construye al arte moderno. Este proceso se inicia con el puntillismo, el
impresionismo y sus múltiples derivados, hasta llegar al collage, el hiperrealismo y
otras manifestaciones del arte conceptual. El concepto (lo figural) se impone al
percepto (lo figurativo). Y en el contexto posmoderno accedemos a una estética de
la presentación, es decir, al terreno de la autonomía semiótica del objeto artístico,
que así se constituye como realidad (formal) que se presenta a sí misma y que no
pretende representar nada fuera del espacio plástico, dejando la última palabra,
una vez más, al espectador.

Los estudios culturales, ámbito liminal de identidades itinerantes

La integración de los modelos estudiados hasta aquí y el surgimiento de los


estudios culturales como lugar de confluencia de las ciencias sociales y las
humanidades tiene en el centro de su agenda ideológica y metodológica el
reconocimiento de la disolución de las fronteras preliminares y la tolerancia ante la
diversidad de combinaciones posibles de identidades simbólicas e imaginarias.

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Tal vez la disciplina más próxima a los estudios culturales es, precisamente, la
etnografía. Y para reconocer su evolución epistemológica es conveniente recordar
la utilísima distinción propuesta por Pike entre lo etic (exterior, cuantitativo,
intercultural, materialista) y lo emic (interior, cualitativo, intracultural, idealista),
como otras tantas estrategias de construcción epistemológica del objeto de estudio
en las ciencias del comportamiento. Sin embargo, la distinción entre estos dos
ámbitos puede ser relativizada al repensar los problemas de la identidad y su
estudio a partir del reconocimiento de la naturaleza liminal de toda identidad.

En la cultura contemporánea, donde lo marginal se encuentra en el centro del


interés social, se sostiene que la suma de todas las minorías tiene un mayor peso
ideológico que la existencia de cualquier mayoría. En este contexto, la identidad es
siempre una construcción itinerante y provisional, desde el momento en el que
cada individuo transporta consigo sus propias fronteras simbólicas. En este
sentido, la cultura contemporánea es liminal, no sólo porque se encuentra en
transformación y crisis permanente, sino porque se define a sí misma a través de
las narrativas de la crisis.

El campo más específico de los estudios culturales es el de los estudios sobre la


vida cotidiana. En la creación de su propia tradición interdisciplinaria, se ha
evolucionado desde la proxémica hasta los modelos metafóricos del capital
simbólico, para acceder en la actualidad al descubrimiento de una estética de la
vida cotidiana (K. Mandoki, F. Christlieb).

También es en este terreno donde han surgido objetos nuevos para la


investigación transdisciplinaria. En los estudios museológicos se ha pasado del
concepto de ritualización de objetos al de la creación de ámbitos para el
aprendizaje lúdico, sin que los espacios museográficos dejen de cumplir
básicamente una función legitimadora y legitimable por parte de los discursos
institucionales (la crítica de arte, la etnografía o la historiografía oficiales,
etcétera). La estrategia epistemológica más radical que permite trascender la
polarización de estas tendencias (ritual y lúdica) es la que parte del supuesto de
que cualquier espacio (social o natural) puede ser museográfico a través de una
mirada que lo reconozca como tal, es decir, como simultáneamente lúdico y ritual,
y por lo tanto, como un espacio educativo. A partir de esta perspectiva, el objetivo
último de todo museo sería volverse innecesario y devolver al visitante la última
palabra, es decir, su capacidad de observación, recreación y aprendizaje.

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Y el dinosaurio todavía estaba allí

Estas reflexiones sobre la evolución de los modelos metodológicos y


epistemológicos para el estudio de identidad y cultura, es decir, de los procesos de
comunicación social, podrían concluir señalando también el surgimiento de objetos
nuevos de estudio, como es el caso de la iconografía de los dinosaurios (J. T.
Mitchell). En este terreno, al nacimiento del capitalismo de mercado le
correspondió la imagen del monstruo antediluviano, y al periodo del capitalismo
monopolista de Estado correspondió el descubrimiento de los reptiles erectos. En
la actualidad, la iconografía que corresponde al capitalismo multinacional son los
velocirraptors de Jurassic Park, es decir, las aves sin plumas que se definen por
cumplir las funciones de sus antepasados con una notable reducción de recursos,
aunada a una evidente adaptabilidad a cualquier situación inesperada y una
creciente tendencia al trabajo en equipo (como ocurre en las pequeñas compañías
especializadas que caracterizan el mercado neoliberal contemporáneo).

Este mapa de la evolución de los métodos de investigación en las ciencias sociales,


las humanidades y los estudios culturales contemporáneos permite reconocer la
vitalidad de la epistemología posmoderna, que no es sino la recuperación crítica de
las tradiciones clásica y moderna en los estudios de comunicación social.

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UNIDAD N0. 2 ESTUDIOS CULTURALES DESDE UNA PERSPECTIVA


LATINOAMERICANA

CAPÍTULO No. 1

Panorámica de los Estudios Culturales en América Latina

LECCIÓN No. 1

Colonialismo intelectual

Las tres primeras lecciones de este capítulo, son fragmentos del texto intitulado:
Apuntes sobre estudios culturales, escrito por Eduardo Restrepo, Profesor
asociado. Instituto de Estudios Sociales y Culturales, Pensar. Universidad Javeriana
de Colombia. El documento completo se puede consultar en la siguiente dirección:
http://www.google.com.co/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=1&ved=

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0CCsQFjAA&url=http%3A%2F%2Fwww.ram-
wan.net%2Frestrepo%2Fdocumentos%2Fapuntes%2520sobre%2520eeccs.doc&ei
=8Kt5UZW-JqLk4AOk4oDoDw&usg=AFQjCNGFCJS_l3GlngeCQhdFnMIUZJ-
z3Q&bvm=bv.45645796,d.dmg

Una disputa cercana a esta de si existe una o múltiples genealogías de los estudios
culturales, se ha establecido en torno a cómo interpretar el creciente interés en los
estudios culturales en algunos países de América Latina y sobre la pertinencia o no
de apuntalar la creación de programas de formación en las universidades bajo esta
rúbrica, así como de la articulación de redes, eventos o publicaciones en estudios
culturales.3 Al respecto, Daniel Mato (2002) ha argumentado cómo en muchos
países de América Latina la importación de la etiqueta de estudios culturales en la
creación de programas universitarios, en la realización de eventos académicos y
publicaciones o como matriz de interpretación de lo que se produce en la región,
implica no sólo la obliteración de la comprensión de las específicas relaciones de
las prácticas intelectuales sobre cultura y poder con los procesos sociales desde los
que han operado gran parte de los intelectuales en la región, sino que también es
una expresión de un nuevo colonialismo intelectual de expansión del
establecimiento estadounidense (en particular sus area studies) y sus principios de
inteligibilidad y ―políticas de la ignorancia‖.4

El colonialismo intelectual asociado a la importación descontextuada a los países


de América Latina de ciertas modalidades de estudios culturales (sobre todo de las
versiones textualistas, lights y postmodernas estadounidenses de los
departamentos de literatura inglesa o de los Latin American Studies) es una de las
acusaciones más recurrentes por parte de diferentes académicos en el campo de
las humanidades (Richard 2001) como de las ciencias sociales (Fallori 2001).

Frente a este tipo de argumentaciones, autores como Walter Mignolo (2003a,


2003b) han sugerido que frente a los estudios culturales en los países de la región
debe diferenciarse entre los proyectos institucionales y los proyectos intelectuales.
Los proyectos institucionales responden a las dinámicas y presiones del mercado y

3
Para un interesante debate al respecto, ver la introducción y los capítulos de Daniel Mato y Walter
Mignolo en el libro colectivo editado por Walsh (2003).
4
El concepto de “políticas de la ignorancia” lo retomo de la discusión adelantada por antropólogos
en la Red de Antropologías del Mundo (Ribeiro y Escobar 2007).

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de las geopolíticas del conocimiento, por lo que no sorprende que en esta época
de creciente injerencia del modelo corporativo del establecimiento académico
estadounidense, en las universidades de América Latina se busque crear
programas de estudios culturales. No obstante, los proyectos intelectuales que
pueden operar bajo una rúbrica de estudios culturales no necesariamente tienen
que responder a la importación de las agendas, autores y problemas de los cultural
studies estadounidenses o británicos. Mignolo está pensando en ejemplos como el
doctorado de Estudios Culturales Latinoamericanos de la Universidad Andina Simón
Bolívar en Quito, cuyo proyecto intelectual ha sido el de la decolonialidad:

―[…] cuando desde América Latina se dice que los ‗estudios culturales‘
son proyectos del Primer Mundo o de Estados Unidos, o imperialistas o
como se quiera, se asume que junto con el nombre llegan también los
proyectos intelectuales. Esto es, que aceptar el nombre es necesario
también aceptar los proyectos intelectuales. Las cosas pueden sin duda
ser así, pero no tienen que serlo‖ (Mignolo 2003b: 412).

Retomando la distinción de Mignolo y teniendo en mente la acertada critica de


autores como Mato, Richard y Fallori, uno se podría preguntar entonces si un
proyecto intelectual inspirado en cierta vertiente de los estudios culturales (que
podría llamarse coyunturalista y que se encarna en autores como Stuart Hall y
Lawrence Grossberg) necesariamente implica una obliteración de las tradiciones y
prácticas intelectuales locales sobre la relación entre cultura y poder así como si
este proyecto intelectual puede operar en las ya existentes inscripciones
institucionales (por ejemplo, solo en Bogotá ya existen tres maestrías en estudios
culturales) como una intervención estratégica desde esta modalidad de teoría
crítica para problematizar la creciente elitización, banalización y corporativización
del establecimiento académico en gran parte de los países latinoamericanos. O,
para plantearlo en otros términos, ¿acaso no valdrá la pena disputar los contenidos
mismos de lo que se ha ido posicionando institucionalmente como estudios
culturales y, desde ahí, el reacomodamiento elitista y el letargo político del
establecimiento académico?

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LECCIÓN N0. 2

Equivalencia (o no) con teoría social y cultural contemporánea

Otra disputa se refiere a cómo situar a los estudios culturales con respecto a otras
corrientes intelectuales que circulan en los establecimientos académicos como las
teorías postmodernas, la teoría postcolonial o los estudios de la subalternidad.5
Para algunos autores (que se imaginan dentro y fuera de los estudios culturales),
existe una equivalencia de estudios culturales con las teorías postmodernas, la
teoría postcolonial o estudios de la subalternidad (entre otras, como la teoría del
sistema mundo, los estudios étnicos y las teorías críticas de lo racial). Para ellos,
citar a Foucault, Deleuze, Derrida, Laclau o Negri y Hardt es, de entrada, indicador
de que se está frente a una elaboración de estudios culturales (sobre todo si se
usan palabras como ‗eurocentrismo‘, ‗transdiciplinario‘, ‗políticas de la
representación‘, ‗globalización‘, ‗biopoder‘, entre otras). Todas estas corrientes
intelectuales y autores se confunden en los estudios culturales, los cuales serían
una especie de gran sombrilla que los implicaría y reuniría en su seno. En esta
posición uno se puede encontrar libros introductorios como el de Sardar y Van
Loon (2005) donde prácticamente se hace la equivalencia entre estudios culturales
y teoría cultural y social contemporánea. Edward Said con su trabajo sobre
Orientalismo, Gayatri Chakravorty Spivak con su crítica a la autoridad intelectual y
las políticas de representación del subalterno, los estudios de la subalternidad, la
teoría queer, Donna Haraway y la globalización… todo cabe dentro de estudios
culturales.6

Algo parecido sucede para lo que se denomina estudios culturales


latinoamericanos, aunque acá la equivalencia es entre estudios culturales
latinoamericanos y teoría crítica latinoamericana. No son pocas las compilaciones y
genealogías que suponen una equivalencia de los estudios culturales
latinoamericanos con el grueso de los autores y elaboraciones críticas sobre lo
cultural ya sea desde la región o por los latinoamericanistas (sean
latinoamericanos o no) en el establecimiento estadounidense. Autores y
5
Prefiero traducir subaltern studies como „estudios de la subalternidad‟ antes que como „estudios
subalternos‟ porque no son subalternos estos estudios. Que se pretenda capturar la perspectiva del
subalterno no es lo mismo que sean subalternos. Sobre esta discusión, ver Berveley (2004).
6
Esto no solo sucede con este tipo de textos introductorios, sino también se puede encontrar tal
supuesto de la equivalencia entre estudios culturales y teoría cultural contemporánea en el grueso de
las compilaciones que circulan en la academia estadounidense. Ver por ejemplo, During (1993),

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elaboraciones tan disímiles como el cubano Fernando Ortiz de principios de siglo o


las realizadas actualmente desde el establecimiento estadounidense por el
argentino Walter Mignolo, desde peruano José Mariátegui hasta Nelly Richard,
Néstor García Canclini o Jesús Martín Barbero… todos son englobados felizmente
en la rúbrica de estudios culturales latinoamericanos. Incluso algunos alcanzan a
considerar como estudios culturales intervenciones como la gestión cultural y
cualquier tipo de la articulación con movimientos sociales (sobre todo con los
étnicos).

De esta manera, uno se puede encontrar con propuestas definicionales de los


estudios culturales latinoamericanos que los anclan, en una tersa línea de
continuidad, virtualmente a toda la producción del siglo XX de la teoría crítica
latinoamericana:

―Los estudios culturales latinoamericanos son, a nuestro entender, un


campo de reflexión configurado desde la tradición crítica
latinoamericana, que se mantiene en diálogo constante, muchas veces
conflictivo, con escuelas de pensamiento occidentales como lo son el
estructuralismo francés, el pos-estructuralismo y el posmodernismo; la
lingüística, la antropología y la sociología de la cultura; la escuela de
Frankfurt y la teoría de la recepción; la semiótica y el feminismo; y,
más recientemente, los estudios culturales en sus vertientes
angloamericanas. Paralelamente, la larga e importante tradición del
ensayo de ideas en América Latina tiene mucho que ver con el trabajo
que comienza con Bello y Sarmiento y aún no termina, si descartar los
presupuestos encerados en tendencias critico-teóricas tan importantes
como la crítica de la dependencia, la pedagogía del oprimido, la
teología de la liberación o las teorías atinentes a la problemática
cultural, como la transculturación o la heterogeneidad, variantes
particulares más recientes de ese pensamiento‖ (Trigo, Del Sarto y
Ríos 2003: 324-325). 7

7
Para más ejemplos de estas equivalencias, ver Trigo, Ríos y del Sarto (2004) o la introducción de
Szurmuk, Mónica y Robert Mckee Irgwin (2009). El ejemplo más extremo de equivalencia entre
estudios culturales y teoría cultural (incluso no necesariamente crítica), se encuentra en el libro
compilado por Valenzuela (2003) para México. En oposición a este colapsamiento de los estudios
culturales latinoamericanos en la teoría crítica contemporánea latinoamericana, John Beverley
(2003: 336) distingue los proyectos intelectuales de (1) los estudios culturales donde encuadra el

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Para otros autores (ya sea dentro o fuera de los estudios culturales) no se pude
establecer una equivalencia entre estudios culturales con teoría cultural y social
contemporánea. En primer lugar, y de manera general, porque diferencian entre
estudios culturales y estudios sobre la cultura (como se expuso en anteriormente).
En segundo lugar, porque es necesario comprender las específicas inscripciones
históricas, epistémicas y políticas de las diferentes corrientes intelectuales. Así,
afirman que confundir la teoría postmoderna con los estudios culturales (en
Birmingham, por ejemplo) es evidenciar que no se han comprendido las
trayectorias, supuestos e inscripciones de estos dos proyectos contradictorios.
Quienes consideran que los estudios culturales como ‗postmodernos‘ tienden a
confundir, incluso, la teoría postmoderna con el postestructuralismo.

La teoría posmoderna puede considerarse como una inversión de los paradigmas


modernos de explicación de lo social e histórico y de articulación de la política. Es
la negación epistémica de las metanarrativas modernas sobre lo social, sobre el
sujeto o la historia, donde las nociones de totalidad social y de determinación son
radicalmente cuestionadas (Morley 1998). Por eso, para sus críticos la teoría
postmoderna constituye otra metanarrativa en negativo (una anti-modernidad, si
se quiere), una gran negación reactiva a cualquier posibilidad de pensar la
totalidad social y cualquier principio de determinación. Todo está ―libremente
flotante‖ y cualquier entramado de identidad, institucional o de agencia social, no
es más que algo arbitrario sin ningún punto de fijación o sedimentación que lo
constituya.8

El postestructuralismo, en cambio, es una corriente teórica que se asocia al ‗giro


discursivo‘ (es decir, que argumenta que el mundo está discursivamente
constituido, pero que éste no es sólo discurso), a una redefinición de la agencia del
sujeto y la destotalización de la noción de estructura. En este sentido, la teoría
post-estructuralista ha cuestionado los modelos existentes de la subjetividad e
identidad en tanto suponen la noción liberal burguesa del individuo autónomo que
preexiste a las relaciones sociales. Específicamente, el postestructuralismo consiste
en el conjunto de posibilidades analíticas que se desprenden del giro discursivo

trabajo de Néstor García Canclini y Jesús Martín Barbero, (2) las diferentes vertientes de crítica
cultural donde ubica los aportes de Nelly Richard, Alberto Moreiras y Beatriz Sarlo, (3) los de los
estudios poscoloniales donde estaría Walter Mignolo, y (4) los de los estudios de la subalternidad
donde por aquel entonces situaba su trabajo y el de otros como Ileana Rodríguez.
8
También debe tenerse presente que una cosa es teoría postmoderna, otra postmodernidad y otra
postmodernismo. Sobre estas diferencias, ver Morley (1998).

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(que se diferencia del textual y del hermenéutico) argumentando (1) que la


realidad social es discursivamente constituida (que no es lo mismo que decir que
es sólo discurso ni, menos aún, que el discurso es igual al lenguaje)
problematizando así la distinción ontológica entre lo real y la representación; (2)
que los sujetos son productos de condiciones históricas específicas desde las
cuales articulan su agencia, la cual no se agota en la reproducción de sus
condiciones de su emergencia; y (3) la noción de totalidad social es solo
provisionalmente cerrada y es un punto de llegada del análisis antes que uno de
partida. Inspirado en la genealogía foucaultiana y el deconstructivismo derrideano
(sin que Foucault o Derrida sean postestructuralistas en sentido estricto), el
postestructuralismo es una ‗invención‘ estadounidense elaborada en los años
ochenta.9

De esta manera, aunque no pocas vertientes de los estudios culturales se


alimentan del postestructuralismo, esto no significa que sean equivalentes al
postestructuralismo y, mucho menos, a la teoría postmoderna. Es más, si los
estudios culturales pueden resonar con aspectos del postestructuralismo y retomar
sus contribuciones, el hecho de que estos sean anti-reduccionistas y una
teorización sin garantías hace que sean incompatibles con la teoría postmoderna.
En una palabra, en términos epistémicos y políticos la teoría postmoderna es
inconmensurable con el proyecto de los estudios culturales. Por tanto, la expresión
de estudios culturales postmodernos constituye un oxímoron.10

Los estudios de la subalternidad se remontan al trabajo de un grupo de estudiosos


de la India a principios de los años ochenta que buscaban cuestionar las vertientes
de la historiografía elitistas dominantes (tanto la colonial y la nacionalista) sobre su
país desde una perspectiva que resalta la agencia de los sectores subalternos. Sus
problemas por las fuentes, la representación del subalterno y los límites de la
historiografía que atraviesan la experiencia colonial y postcolonial de la India son
fundamentales. Influenciados, sobre todo en un comienzo por Gramsci y
posteriormente por el postestructuralismo, se diferencia claramente de los rasgos
de caracterización de los estudios culturales que hemos presentado en la primera
parte de este artículo. Los estudios culturales pueden retomar algunas de las
9
Para profundizar en la caracterización del postestructuralismo, ver Escobar (1999: 22-25), Gibson-
Graham (2002) y Laclau y Mouffe ([1990] 2000).
10
Esto no quiere decir que no sea difícil encontrar académicos que se imaginan haciendo estudios
culturales, pero que en la práctica están operando desde posiciones postmodernas contradictorias
con lo que hemos argumentado constituiría la especificidad de los estudios culturales.

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elaboraciones y problemáticas de los estudios de la subaltenidad como lo de las


políticas de la representación. Pero de esto no se sigue que los estudios de la
subalternidad son necesariamente estudios culturales (o viceversa). En este
sentido, John Beverley, una de las figuras fundadoras del Grupo Latinoamericano
de Estudios Subalternos, considera: ―[…] en vez de pensar que los estudios
subalternos son un componente dentro de los estudios culturales, sería más
correcto decir que representan una manera alternativa de articular las
preocupaciones de los estudios culturales‖ (1996: 9-10).

Algo análogo puede es argumentado para la teoría postcolonial. Esta teoría se


refiere a la experiencia colonial como estructurante tanto del colonizado como del
colonizador, y esto no sólo en el pasado sino también en el presente. El
colonialismo continúa teniendo efectos estructurantes de subjetividades,
corporalidades, conocimientos, espacialidades y prácticas sociales. El trabajo de
Edward Said, Orientalismo, constituye un referente fundacional de los estudios
poscoloniales y de la teoría poscolonial. Autores como Franz Fanon son
‗redescubiertos‘ e incorporados en las genealogías de los estudios postcoloniales.
Nuevamente, no se puede confundir estudios culturales con teoría postcolonial,
aunque ésta última haya sido inspiradora y sea apropiada por los primeros.

LECCIÓN N0. 3

Institucionalización de los estudios culturales

Las implicaciones de la institucionalización de los estudios culturales han sido


también un asunto de fuertes debates. Por un lado están quienes argumentan que
la creciente institucionalización de los estudios culturales ha significado, en gran
medida, el aborto de su proyecto político y posibilidades críticas. Los estudios
culturales han terminado siendo apropiados por universidades y establecimientos
(muchos de ellos de elite) cuyas agendas y ritmos responden más a los
requerimientos de la burocracia académica que a intervenciones con algún tipo de
relevancia en el mundo (académico y más allá de la academia): ―Como un sitio
institucional, los estudios culturales reinscriben los protocolos académicos y
disciplinarios en contra de los cuales siempre han luchado‖ (Grossberg 1997:

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234).11 De unos estudios culturales marginales fecundados por las labores de


docencia de adultos y en un genuino interés por comprender mejor el mundo para
intervenir sobre él en la Inglaterra de los sesenta y setenta, se ha pasado a unos
estudios culturales como moda intelectual del establecimiento estadounidense
atrapados por la práctica eufemística de lo políticamente correcto y de las políticas
de la identidad fácilmente articuladas a posiciones postmodernas. De ahí que
Beverley argumente: ―Aquí aparece de nuevo el problema al cual me referí
anteriormente: es decir, el peligro de que los estudios culturales en su inevitable
institucionalización se conviertan en una especie de costumbrismo posmoderno‖
(1996: 13).

En Colombia, los estudios culturales se han institucionalizado en los últimos cinco


años desde programas de maestrías en universidades élite (solo una de ellas es
pública) en el marco de las políticas de ciencia y tecnología de la entidad
gubernamental que se han posicionado en el país siguiendo estrechamente los
criterios y formas de operación del establecimiento estadounidense. En términos
generales, son pocas las experiencias e intervenciones críticas dentro o fuera del
establecimiento académico que de estos programas se han derivado hasta ahora
ya sea por parte de sus docentes como de sus estudiantes y egresados. No parece
ser este el caso de Ecuador, donde la Universidad Andina Simón Bolívar ha
consolidado un programa de doctorado de estudios culturales con un componente
critico asociado al proyecto decolonial, siendo gran parte de sus estudiantes
becados y provenientes de sectores mucho más populares.

Para otros autores, sin embargo, la institucionalización de los estudios culturales


no implica necesariamente su despolitización ni su acomodamiento en el
establecimiento académico convencional. Al contrario, la presencia de los estudios
culturales debe leerse como la expresión de luchas que se libran al interior de la
universidad y el aparato disciplinario por las prácticas de producción y control del
significado: ―[…] la institucionalización de los estudios culturales no conlleva
necesariamente a su despolitización. Siendo la universidad un importante ‗aparato‘

11
En este sentido, Agger concluye: “[…] one wonders whether the cultural studies movement has
not become simply another discipline or proto-discipline secure in its existence apart from other
disciplines with which it shares space, resources and students in the contemporary university”
(1992: 77).

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de producción de conocimientos, su función al interior de las estructuras


académicas es muy importante‖ (Castro-Gómez 2003: 71).

LECCIÓN N0. 4

Ya habíamos hecho Estudios Culturales en América Latina (I)

La lección 4 corresponde a la primera parte de una entrevista hecha por Ellen


Spielmann a Jesús Martín-Barbero, en noviembre de 1996, en Berlín.

I. La modernidad de América Latina

Dissens: En sus trabajos sobre procesos urbanos usted plantea una hipótesis: la
integración de las masas en la modernidad no funciona en América Latina a través
de la cultura escrita - no es la sintaxis del libro la imperante -, sino que funciona a
través de la sintaxis audio-visual. De modo que la experiencia cultural de la
modernidad en América Latina no seguiría el proyecto ilustrado pensado por Max
Weber en las huellas de Karl Marx.

Martín-Barbero: América Latina muestra un descentramiento cultural que no hace


visible ni el centro, ni África o Asia. América Latina es una diferencia que puede ser
expulsada ni exteriorizada con respecto a la modernidad. Porque además en buena
parte la modernidad se debe al descubrimiento de América, como ha escrito Anibal
Quijano. El descubrimiento de América rompe de manera fundamental con una
restricción de la visión universal. Si no puede ser expulsadas ni puede asimilarse
del todo, realmente nosotros empezamos a poder ver hoy en América Latina que
ese descentramiento no significa que ciertos elementos del proyecto emancipatorio
de la Ilustración hayan perdido su validez, sino que en la historia de América
Latina este proyecto estuvo muy infestado por lo que se llama la, razón
instrumental". O sea, esa razón moderna que Habermas trata de separar en una
racionalidad modernizante y una razón moderna. En América Latina no son
separables. Fue la razón moderna, incluso liberadora, la que legitimó la expansión
salvaje del capital, la que dividió países, la que condenó ciertos países como los de
Centro América, a ser puras repúblicas bananeras. Todo esto en pura función de
desarrollo. Desde los años 30 hasta la modernización populista y la modernización

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desarrollista de los 60, la modernidad se invocó en América Latina como principio


de la liberación, como principio de desarrollo. Pero de alguna forma ese principio
de desarrollo estuvo siempre muy ligado a los intereses de una serie de grupos
económicos y a una serie de lógicas del mercado. Que en cierta medida estaban ya
muy claras en las tesis sobre la represión de Adorno y Horkheimer. Porque la
Escuela de Frankfurt, lo que descubre es que la propia Razón ilustrada permite una
separación, por ejemplo, del mundo del arte respecto del mundo laboral, pero este
mundo del arte que se libera de la represión religiosa, se liberó porque el mercado
lo cobijaba.

En América Latina es muy difícil contar el cuento del progreso. Porque con la idea
del progreso que nos vendieron, en realidad nos vendieron nuevas formas de
esclavitud. Partiendo de esto, lo que yo diría que se plantea hoy, es que realmente
América Latina vive la modernidad como un hecho colectivo, social, a partir de los
años 40. En los 20 y antes hay un proyecto moderno que tiene ciertos elementos
políticos y es sobre todo artístico, literario: Ruben Darío, el grupo brasileño de los
antropófagos... Pero es a partir de la expansión y el desarrollo de los medios
masivos de los años 50 y60 cuando se empieza a establecer una secularización,
una separación Iglésia/Estado, cuando comienza a existir un cierto mercado para
la cultura, una expansión que posibilita la separación entre sociedad civil y estado.
Esta modernidad es otra cosa, porque ya el eje de la modernización son los
Estados Unidos. Pero esa modernización no es únicamente tecnológica, los
imaginarios de Hollywood forman parte de otra modernidad que desplaza al
centro. Yo no estoy tratando de comparar de ninguna manera, pero tampoco todo
se puede subsumir. Hollywood no es únicamente lo peor de Hollywood. Es una
gramática de imaginarios que va a influir negativa y positivamente en América
Latina. Es el momento en el cual ya el Estado ha partido - el Estado que fué
protagonista de la primera modernidad, porque el Estado gestionó la
industrialización. El Estado pasó al segundo plano. Y ya son otros actores, es
mucho más el mercado el que orienta la modernización.

Entonces lo que encontramos ahora es la posibilidad de pensar el proceso de


modernización sin perder capacidad crítica: asumir que la especificidad de América
Latina ha sido mezclar todo el tiempo pre-modernidades, modernidades y
posmodernidades. En América Latina no hay tesis - antítesis - sintesis, se están
mezclando temporalidades muy diversas. Ya hace muchos años que vengo

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planteando ese hecho: el lugar cultural desde donde la gente miró la TV o escuchó
la radio pertenece a una época muy distinta a la época de la producción de los
programas. Hay un decalaje - no son contemporáneas. Hace poco descubrí un
texto bellísimo que demuestra que migración es en el tiempo y no sólo en el
espacio, para hablar justamente de lo que está pasando en los últimos años. Yo
creo, por eso, que es muy importante plantear, no idealizar la diferencia
latinoamericana. En esto incluso hay notas críticas que se han hecho a
interpretaciones del realismo mágico, porque parece como que lo que diferencia a
América Latina estaría sólo en el mundo simbólico. La diferencia está en la historia,
está en las cosas que se van mezclando. En la manera como América Latina misma
fue apropiándose de tantos elementos materiales y conceptuales, de modo que ha
conducido a que hoy ciertos ingredientes de la crisis de la modernidad sean
liberadores para América Latina. Hay elementos en el discurso posmoderno que
son claramente legitimación del neoliberalismo, pero hay otros que son expresivos
de una nueva relación con el pasado, de una nueva relación con su propia
heterogeneidad que no afectó ni la colonia ni la afectaron después los otros
colonialismos que hubo, ni la afectó el proyecto desarrollista que trató de hacernos
iguales a los países desarrollados. Por ahí se cocinan a la vez unos procesos y una
concepción nueva.

LECCIÓN N0. 5

Ya habíamos hecho Estudios Culturales en América Latina (II)

II. Los estudios de la comunicación

Dissens: A su modo de ver, ¿puede hablarse de etapas diferentes en los estudios


de la comunicación y los medios en América Latina? ¿Cuándo habría tenido lugar el
cambio fundamental en ese campo, si se lo considera en términos
epistemológicos? Me refiero al paso de las tesis acerca de la manipulación y la
dependencia, en dirección a las teorizaciones de apropiaciones y dinámicas
culturales, en el marco de los estudios culturales.

Martín-Barbero: Localizarlo en el tiempo es relativamente fácil. Creo que al final de


los 70 y comienzo de los 80. Lo importante es mirar cuáles fueron los cambios en
la propia realidad latinoamericana que exigieron el cambio de reflexión, de
categorías con las cuales pensar.

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Yo creo que hay ahí dos hechos fundamentales. Son hechos dolorosos. Uno es en
buena parte, vamos a decirlo - la palabra rápida es delicada - el fracaso, la
imposibilidad de los proyectos de la izquierda de los 60/70. Aquí hay una
interrupción de ciertas seguridades, de certezas que se tenían sobre la explicación
de los procesos socio-históricos. Y hay otro hecho que también es doloroso pero
fue muy importante en términos positivos: el exilio de muchos investigadores de
Chile, Argentina y Brasil hacia Colombia, Venezuela, México.

Porque estos países del Sur tenían mucho más interlocución a veces con Europa
que con la propia América Latina. Hay un reconocerse como latinoamericanos por
parte de la gente del Sur, incluidos los brasileños, que tenían el problema obvio de
la lengua, problema que los había separado muy fuerte de América Latina y que
ahora cuestionan con mucha razón. Hay una situación de crisis que empezó a
tematizarse: ¿por qué Chile, Argentina, por qué Uruguay, por qué Brasil mismo
más atrás, no han podido salir adelante? ¿Realmente se debe solamente a las
"fuerzas del mal", a muy poderosas "fuerzas del mal" como las transnacionales y la
CIA? ¿O hay algo en el proyecto mismo que no dio cuenta de las dimensiones de la
realidad latinoamericana, algo que también hizo fracasar estruendosamente el
proyecto? Por ese mismo tiempo, yo diría, aparece un cierto distanciamiento
teórico con relación al estructuralismo (que en su alianza con el marxismo había
dado una batalla teórica muy fuerte), y comenzamos a darnos cuenta, por
ejemplo, que en el campo de comunicación el marxismo cuestionó radicalmente al
estructuralismo, pero se dejó colar la teoría de la información que venía del
funcionalismo. De esta manera, en los propios textos de Armand Mattelart y otros
se vio esa contradicción. Realmente no daban cuenta del proceso de la
comunicación - cuando se ocupaban del proceso de inculcación. Entonces
empiezan a hacer crisis ciertas categorías que habían sido centrales, y en buena
medida tanto la represión que viene con el fracaso del proyecto político como los
límites de acercamiento teórico estructuralismo/marxismo ponen en primer plano
varias cosas. En primer lugar, la ausencia que había en la reflexión acerca de las
peculiaridades nacionales de los procesos. En las teorías de la dependencia y del
imperialismo cultural, la diferencia entre la gente no podía existir ... porque había
la clase hegemónica, la clase dominante, la ideología dominante, las
transnacionales, etc. Eso era todo. Todo el proceso de modernización, de
industrialización que había hecho aparecer un mercado cultural en Argentina que

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no tenía nada que ver con el proceso boliviano, aquellos grandes conceptos que
apartaron la posibilidad de insertar el proceso de comunicación en la estructura
social y en cierta medida impidieron estudiar - el marxismo tenía una
categorización pero no se desarrolló - las formaciones sociales que dan las
naciones. Eso es una primera cosa que apareció muy fuerte a finales de los 70,
comienzos de los 80. Empiezan a aparecer dinámicas culturales de los países que
son muy diversas. Porque las composiciones migratorias han sido muy distintas,
porque las maneras como se han ido expresando las diversas culturas han sido
muy distintas. Y ahí surge una pregunta: ¿Estudiamos sólo lo que el dominador ha
hecho con nosotros, o estudiamos lo que nosotros hacemos también con toda esa
cantidad de quebrantamientos? ¿Estudiamos las prácticas y discursos que estan
aquí, y que no podemos decir que no son de acá porque vienen de afuera,porque
aquí empieza a haber apropriaciones? Yo comienzo a plantear el problema: ¿qué
hacen los países con los medios? ¿Qué ha hecho Argentina con la radio, qué ha
hecho Colombia con la radio, si allá hubo y aquí no hubo populismo? No es lo
mismo. Comenzamos estudiar qué ha hecho cada país con la radio. A pesar de ser
realmente una mirada que en buena parte era una relectura de Gramsci, pensar
realmente el proceso de dominación en términos de hegemonia y no de
emplazamiento. Se estudiaba la dominación como la relación entre una bota y una
cucaracha. Gramsci no enseña una cosa así. La dominación es por la hegemonia;
claro, no es que no haya represión, pero no hay sólo imposición. Porque ni siquiera
Pinochet se pudo limitar a reprimir, a los dos meses del golpe tuvo que empezar a
construir una cierta hegemonía, a construir una imagen simbólica de Chile en la
cual se reconocieron los chilenos. Porque sólo matando gente, no podía quedarse.
Y empezamos a trabajar con el concepto de hegemonía, empezamos a ver todo lo
que había ahí. En un discurso en México que causó mucho escándalo, sostuvimos
que hasta ahora el proceso de comunicación fue estudiado como proceso de
dominación, y que ahora sí podíamos comenzar a estudiar el proceso de
dominación como proceso de dominación y por tanto de seducción, de
complicidad. Esa fue la segunda cosa. Empezamos a trabajar esa idea: el proceso
de comunicación implica actividad del lado del receptor, no pura reacción a un
estímulo, en la visión behaviorista. Empezaron a valorarse en la historia nacional
ciertas especificidades nacionales y con esta actividad del receptor empezó una
nueva relación con las culturas populares. Empezamos a ver que las culturas
populares no son simplemente para conservar, sino algo que tiene que ver con el
futuro. Empezamos a estudiar la historia y encontramos relaciones con lo masivo

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que realmente habían estado presentes en montones de producciones de los


medios desde los años 20/30, e los cuales había incorporación de cultura popular
que pasa por el cine, por la imprenta, por la radio. Lo fundamental es: se rompió la
visión puramente maniquea: lo masivo vs. lo popular, lo masivo vs. lo culto.
Empezamos a ver que hay una transfusión continua de matrices.

III. Estudios culturales

Dissens: Existe la llamada „banda de los cuatro": Usted, Néstor García Canclini,
José Joaquín Brunner y Renato Ortiz. El grupo se encuentra hoy sometido a críticas
que van hasta acusaciones de contemporizar con el "mundo capitalista". ¿Cómo
encuentra esa situación? ¿A qué obedecen esas preocupaciones? ¿Son críticas de
apocalípticos?

Martín-Barbero: Era un poco inevitable que se produjera una asociación de


nuestros trabajos, porque hay convergencias fuertes, pero hay diferencias muy
grandes entre nosotros, no sólo temáticas. Las diferencias creo, entre Néstor y mi
trabajo son menores que las que tengo con Brunner. Entre nuestro trabajo y el de
Brunner hay diferencias que Néstor sobre todo ha expresado muy claramente. Hay
diferencias con Renato y hay diferencias entre Néstor y yo. Existen convergencias
que dan una cierta base, pero es muy importante rescatar las diferencias en el
interior de nuestro trabajo. Eso sí, no hay diferencias en términos de
maniqueismos. (Hay un debate polémico entre Nelly Richard y Brunner, pero lo
importante es ver que los dos están envueltos en un debate más grande, en el
cual están del mismo lado). Han sido muy fecundas nuestras lecturas internas,
nuestros debates internos. Respecto a la manera en que en este momento se nos
quiere "marquetizar" - una palabra antigua -, se dice que estamos celebrando el
mercado. Yo tuve recién una discusión fortísima sobre este punto con Héctor
Schmucler, comentarista en Escocia de mi ponencia, quien me puso entre los que
creen que este mundo es el único posible. Yo creo que es inevitable. Yo quiero
mucho a Héctor Schmucler, yo lo respeto. Necesitamos gente que nos siga
recordando permanentemente con radicalidad ciertas cosas que la interpretación
de los procesos puede llevarnos a olvidar. En cuanto a las críticas que me hacen
ciertos "apocalípticos", yo encuentro en ellas un alimento muy fecundo para mi
trabajo. Me hacen pensar, revisar. (Hay otro tipo de argumentación que es un

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refugio de la nostalgia - no en el mejor sentido de la palabra -, en el sentido de


querer defender cierto mundo en el cual ellos fueron autoridad y tuvieron su
pequeña cuota de legitimación y de poder. Esto se desmorona: los que no
defendían el mismo mundo entonces, están ahora en contra. Yo creo que las cosas
son bastante más complejas y que no hay simplemente celebradores de mercado y
gente que quiere entrar en el mercado). El debate en América Latina en este
momento va a hacer que surjan cada vez más fragmentaciones, porque hay gente
que claramente está celebrando el mercado. En el campo de comunicación hay
una tendencia en las escuelas a salir de las ciencias sociales, a volver a la escuela
norteamericana, en donde la única disciplina es la psicología social. Hay un
pragmatismo creciente que es muy peligroso. Por otro lado, en el otro extremo
está un cierto marxismo fundamentalizado y un pensamiento posmoderno muy de
moda, copiando mucho, juntando cosas, muy facilón. Y después hay diferentes
maneras de repensar la modernidad.

Dissens: Los estudios culturales en su viaje transatlántico de Inglaterra a los


Estados Unidos perdieron su lado crítico mordaz. Eso no vale para América Latina.
¿Cómo ve usted las prácticas de los estudios culturales? ¿Hay en ellos un momento
débil, su falta de un fundamento metodológico y de un pensamiento
epistemológico?

Martín-Barbero: Nosotros teníamos estudios culturales desde hace mucho tiempo.


En América Latina - para el campo de comunicación desde el libro de Pascuali en
los 60 - hay una percepción de que los procesos de comunicación eran procesos
culturales. Hubo un momento en que Althusser y todas estas cosas aparecieron en
América Latina, y se les percibió de manera muy oscura. Ese fue mi caso. Yo no
empezé a hablar de cultura porque me llegaron cosas de afuera. Fué leyendo a
Martí, a Arguedas que y,o la descubrí y con ella los procesos de comunicación que
había que comprender. Uno no se ocupaba de los medios: estaban en la fiesta, en
la casa, en la cantina, en el estadio. El primero que me abrió una cierta
contextualización fue Gramsci, y luego descubrí en un viaje de estudios a
Thompson, Raymond Williams, William Hogarth, los trespadres de los estudios
culturales ingleses. Los conocí a fines de los 70. Yo me encontré con el estudio de
la clase obrera que es por primera vez una historia de la clase popular. No es una
historia únicamente de las luchas políticas sino de todo ese proceso cultural de la
dominación. Nosotros habíamos hecho estudios culturales mucho antes de que

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esta etiqueta apareciera. Estoy muy extrañado porque tanto Néstor García Canclini
como Renato Ortiz estudiamos en Francia. Néstor y yo trabajamos las tesis de
Merleau-Ponty. Yo fui alumno de Paul Ricoeur. Los sociólogos y filósofos
latinoamericanos han empezado a leer Paul Ricoeur porque les llegó a través de
una antología norteamericana. En el 73 volví a Colombia con la obra completa de
Paul Ricoeur, la que ha inspirado en buena parte mi trabajo. Marcamos: hay una
diferencia muy clara entre los estudios culturales norteamericanos, los que vienen
del ámbito de la literatura en América Latina, y los que vienen del ámbito de las
ciencias sociales. Ahora, en este momento, hay una interrelación muy linda del
mundo académico anglo-sajón con América Latina, que no hay con el mundo
francés o italiano. Esto es muy extraño porque fuimos mucho más formados por
los franceses e italianos pero ni nos traducen ni tenemos relación alguna con ellos,
mientras que en Inglaterra y en los Estados Unidos hay mucho interés por lo que
se produce en América Latina. Stuart Hall, uno de los grandes junto a Raymond
Williams, nos ha anotado una cosa que falta en en los estudios culturales
latinoamericanos: la mirada hacia las cuestiones de género que es muy importante
en los Estados Unidos y en Inglaterra. En América Latina el feminismo no ha
logrado todavía una lectura del género. En los estudios literarios hay excepciones,
pero en estudios de comunicación no existen. Hay cosas sobre mujeres y
comunicación pero en la mayoría son todavía temas como la imagen de la mujer.
Hay aportes por el lado del estudio sobre nuevas subjetividades. Creo que es muy
necesaria toda esta mirada de género, incluso las márgenes de la homosexualidad
que son muy importantes, porque la teoría del marxismo no sólo oprimía a la
mujer también a los homosexuales. Yo diría que la relación con los Estados Unidos
ahora puede ser muy productiva porque ellos nos aportan ciertos elementos.
América Latina no se incorpora a los estudios culturales cuando se pusieron de
moda como etiqueta, sino que tienen una historia muy distinta.

CAPÍTULO No. 2

Los Estudios Culturales y el estudio de la cultura en América Latinai


El presente capítulo corresponde a un escrito hecho por Ríos, Alicia. Los estudios
Culturales y el estudio de la cultura en América Latina. En libro: Estudios y
otras prácticas intelectuales latinoamericanas en cultura y poder. Daniel Mato

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(compilador). CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Caracas,


Venezuela. 2002.

Disponible en la World Wide Web:


http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/cultura/rios.doc

LECCIÓN No. 1

Controversia
Ha habido mucha controversia —y una muy extensa bibliografíaii— a propósito
de los llamados Estudios Culturales Latinoamericanos. La polémica los acompaña
en casi todas sus instancias: desde el nombre que los identifica, sus características
y objetivos, hasta sus orígenes, estado actual y posibilidades futuras. Dos de los
reclamos más fuertes que se le hacen es la dificultad para poder definirlos y, por
otro lado, el ser muchas cosas al mismo tiempo. Sin duda alguna esta
―indefinición‖ forma parte de su propia condición, pues una de sus fuentes más
inmediatas —aunque no la única— son los ―Cultural Studies‖, los cuales se
caracterizan precisamente por estoiii.
Los Estudios Culturales Latinoamericanos podrían definirse, muy a grosso modo,
como un campo de estudio configurado dentro de la tradición crítica
latinoamericana (el ensayo de ideas —lo que Julio Ramos ha llamado el ―ensayo
humanista o secular‖—, la teoría de la dependencia y la teología de la liberación),
que se mantiene en un diálogo constante, muchas veces conflictivo, con las
escuelas de pensamiento europeas y norteamericanas (los ―Cultural Studies‖ en
sus dos vertientes —inglesa y norteamericana—, el estructuralismo francés, las
filosofías posestructuralistas y posmodernas, la sociología de la cultura, la Escuela
de Frankfurt, la semiótica, el feminismo y el marxismo).
Con respecto a su objeto de estudio se ocupan, fundamentalmente, de la
producción simbólica de la realidad social latinoamericana, tanto en su
materialidad, como en sus producciones y procesos. Cualquier cosa que pueda ser
leída como un texto cultural, y que contenga en sí misma un significado simbólico
socio-histórico capaz de disparar formaciones discursivas, puede convertirse en un
legítimo objeto de estudio: desde el arte y la literatura, las leyes y los manuales de
conducta, los deportes, la música y la televisión, hasta las actuaciones sociales y
las estructuras del sentir (o del sentimiento, como los traduce Beatriz Sarlo). Esto
quiere decir —como ya han señalado muchos— que es un campo que no puede

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ser definido per se por ciertos temas, sino por el acercamiento metodológico y
epistemológico a dichos temas. Los Estudios Culturales Latinoamericanos —como
los ―Cultural Studies‖ — producen así su propio objeto de estudio en el proceso
mismo de su investigación. En consecuencia, metodológicamente, son un campo
transdisciplinario que se vale del conocimiento preestablecido para hacer
tambalear los lazos académicos tradicionales: apuestan al resquebrajamiento de
sus límites o fronteras, proponen un nuevo archivo —donde lo cultural y lo político
resultan determinantes— y reclaman una reflexión y autocrítica continuas, por
parte de sus ―practicantes‖, frente a sus propios procesos de investigación y de
escrituraiv.
Quiero concentrarme en el hecho de que este ―nuevo‖/emergente campo no
representa únicamente una ruptura epistemológica con respecto a lo que se hacía
antes —como lo es en general en el caso de los ―Cultural Studies‖— sino, sobre
todo, una continuidad de nuestro propio desarrollo crítico latinoamericano. Me
interesa mostrar cómo la larga e importante tradición del ensayo de ideas en
América Latina está atravesada, a todo lo largo de su historia, por ciertos ejes
temáticos y posiciones enunciativas que marcan todavía hoy muchas de las
preocupaciones de su pensamiento crítico: la cuestión nacional y continental, lo
rural y la ciudad, la tradición versus la modernidad (o esta última versus la
posmodernidad), la memoria y la identidad, los sujetos y sus ciudadanías y,
principalmente, el papel de los intelectuales y las instituciones en sus formaciones
discursivas y en las prácticas sociales, culturales y políticas.

LECCIÓN No. 2

Algunos textos fundacionales


Ese constructo que hoy llamamos América Latina siempre ha estado marcado,
desde sus inicios —e incluso antesv—, por un deseo de construcción de lo ―real‖.
América fue creada en el vacío de un mapa; mapa que sigue llenándose, desde
adentro y desde afuera, con palabras que tratan de nombrar eso que no se logra
atrapar. Sobre esto sentó sus bases la sólida tradición del ensayo de ideas desde
los tiempos de Simón Rodríguez y Andrés Bello. El letrado necesitaba ―pensar‖
cada acto, un sueño de la razón que no lo abandonará en casi ningún momento a
todo lo largo del siglo XIX. Esa metáfora —o alegoría—, en que englobaban
pasado, presente y futuro, los ―autorizaba‖ para decidir qué le convenía al resto de

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los habitantes. Una realidad que, siguiendo a Michel de Certeau, consiste siempre
en lo que el sujeto, material, escoge estratégicamente que sea —lo que él
construye —; en oposición a lo ―real‖: ese espacio que no puede ser mediado por
el lenguaje o por los signos (Conley,1988:16-17).
Una vez lograda la paz (una paz muy relativa, pues a lo largo de ese primer
siglo lo que más abundó fueron las rencillas entre caudillos) era necesario
(re)construirlo todo, no sólo los caminos y sembrados, sino sobre todo la manera
en que los nuevos ciudadanos debían pensarse y expresarse. La fijación de una
lengua ―propia‖ era fundamental, no sólo posibilitaba esa nueva ciudadanía sino
que permitía el control de los sujetos otros, aquellos que había que seguir
domeñando y educando. El maestro —eso fueron tanto Rodríguez como Bello, y
nada menos que del Libertador Simón Bolívar— era una de las entidades en quien
podía confiarse para la elaboración de las premisas sobre las cuales se construiría
la consolidación exitosa de los nuevos Estados. Uno se ocupó con frenesí de la
enseñanza primaria, el otro de la universitaria; ambos estamparon sus ideas con
respecto al uso de la lengua americana (en las leyes, las gramáticas y la sociedad
en general). Comienza con ellos esa tradición del ensayo de ideas que, como
señalaba antes, ha marcado una de las particularidades de la expresión
latinoamericanavi.
Bello, en su famoso ―Discurso en el establecimiento de la Universidad de Chile‖
(1842), no propone ―la idea de la universidad como recinto de la ‗cultura
desinteresada‘ o del ‗saber por el saber‘ que propondrían J. E. Rodó, P. Henríquez
[sic] Ureña, A. Reyes y R. Rojas en las primeras décadas del siglo siguiente, en
oposición al positivismo‖ (Ramos,1989:39) ; por el contrario, para él, muy de
acuerdo con las creencias de la época, ―el saber, en sus diversas disciplinas, debía
ser un órgano supervisor de la vida pública‖ (Ramos,1989:40). En ese discurso
Bello comienza también una tímida reflexión sobre los límites entre las disciplinas
académicas (disciplinas que poco tienen que ver con cómo las entendemos hoy en
día: su famosa polémica con Lastarria fue catalogada como literaria, aunque nada
tenga que ver con lo que ahora entendemos por el término). Por su parte
Rodríguez, en especial en sus Sociedades americanas en 1828, estampó la
importante frase: ―o Inventamos o Erramos‖ (Rodríguez,1975:343), con la cual
proponía la búsqueda de una nueva definición de lo americano; advirtió asimismo
frente a los peligros de la ―colomanía‖, es decir, al mal uso de la colonización.
Ambos promovieron una Segunda Revolución, que sería la encargada de darle feliz
término a la primera, iniciada a nivel político por Bolívar. Esta nueva —y más

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profunda— Revolución estaría en manos ya no de los militares, sino


exclusivamente de los letrados civiles (a pesar de la poca confianza que ambos
sentían —al igual que Bolívar— en su capacidad y madurez).
Desconfianza que Domingo Faustino Sarmiento recogerá para enfocar su ataque
en contra del caudillo iletrado y del interior. Se comienza entonces ese
contrapunteo constante entre las bondades de la ciudad y el atraso de la vida
rural, entre la modernidad y la tradición, entre los valores universales y los
locales. Con El Facundo (1845) comienza también la mezcla absoluta y consciente
de varios géneros y tipos de escritura. Supongo que no hace falta repetir todas
esas cosas que son al mismo tiempo este texto capital dentro del pensamiento, la
literatura y la cultura latinoamericana: historia, sociología, tratado de moral,
novela, biografía, panfleto político y, por sobre todo, ensayo. Pero sí sea tal vez
importante recordar cómo gracias precisamente a esta mezcla, logra comenzar a
concretarse una representación y expresión propiamente americana: esa ineludible
coexistencia de la transcultural, heterogéneo e híbrido no sólo en la sociedad en
que se vive, sino en la expresión que pretende representarla. Es curioso que
dentro de ese afán de resolver las dicotomías, que rodea sin duda alguna la
propuesta de Sarmiento —y que lo llevará, al final de su vida, a desarrollar una
teoría abiertamente racista en Conflicto y armonía de razas en América (1883)—,
donde había que apostar necesariamente al primero de los términos: la civilización,
en abierta oposición a la barbarie, quede sin embargo como legado una mezcla de
géneros a la hora de expresar dicha ―realidad‖. Con Sarmiento nos encontramos
con el típico letrado latinoamericano: escritor y gobernante —u oposición— al
mismo tiempo; no podían dejar de estar unidos la reflexión y la creación, en los
inicios de las Repúblicas, a las funciones de gobierno.
El panorama cambiará, como bien lo han señalado Julio Ramos y Susana
Rotker, cuando arribe el Modernismo como movimiento literario (y cultural). La
profesionalización que posibilitó el desarrollo de la prensa y sus correspondientes
corresponsalías, le permitirá al escritor de finales de siglo, entre otras cosas, poder
finalmente independizarse de su función letrada y constituirse primero en un
intelectualvii y, más adelante, en un académico.
La figura de José Martí es emblemática al respecto. No sólo seguirá
consolidando la larga tradición del ensayo de ideas, sino que dará inicio, con
mayor autonomía, al llamado ensayo literario. Junto a Rubén Darío, llevará a su
máxima expresión a la crónica, ese género otro a caballo entre la literatura y el

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periodismo, lugar de reflexión de lo que iba ocurriendo en los movidos tiempos del
final de un siglo y la apertura del siguienteviii. Uno de sus aportes fundamentales,
en ese segundo clásico del latinoamericanismo que es ―Nuestra América‖ (1891)
consistió en una nueva ―definición‖ de uno de los términos más recurridos -y
temidos-: la raza. Martí nos dice allí que ―No hay odio de razas porque no hay
razas‖. No quiso decir, por supuesto, que no hubiera negros, blancos, indios o
mestizos, sino que las razas no existían desde el punto de vista biológico, existían
más bien desde otra única perspectiva: la del oprimido, la del esclavo. Es su
respuesta a Sarmiento, con quien indudablemente dialoga en este texto; Martí se
opone a la concepción positivista, biológica, de la raza, y seguramente se habría
opuesto también a la visión de Rodó, ciertamente más ―cultural‖ que la de
Sarmiento, pero basada en el orgullo de la raza latina.
Martí propuso un concepto diferente de lo propio: el orgullo de ser lo que
somos; la originalidad/autenticidad como valor, según lo cual no teníamos por qué
seguir los modelos extranjeros —ni siquiera en la forma de gobernar—, sino crear
modelos nuevos, más ―reales‖ e, incluso, crear un vino de plátanos si fuera el caso
(en muchos sentidos, el mismo ―o Inventamos o Erramos‖ de Simón Rodríguez). Es
desde la literatura, ―opuesta a los saberes ‗técnicos‘ y a los lenguajes importados
de la política oficial‖, que Martí propondrá ―la única herramienta hermenéutica
capaz de resolver los enigmas de la identidad latinoamericana‖ (Ramos,1989:16).
Un tercer clásico del latinoamericanismo es sin duda alguna el Ariel (1900) de
Rodó. Enmarcado en el contexto de la guerra frente a los Estados Unidos —en el
contexto del 98—, y combinando una vez más varias formas de expresión —el
ensayo, el discurso y la parábola—, Rodó plantea la necesidad de defender los
valores de la ―latinidad‖ ante el avance del nuevo poder del Norte. Como el resto
de nuestros textos fundacionales, el porvenir es el ámbito desde el cual se piensa,
y su destinatario más preciado son los jóvenes de todas las naciones
latinoamericanas.
Rodó, siempre devoto de la ciencia y de la técnica —como buen ―moderno‖ —,
no enfiló, sin embargo, dentro de las filas positivistas; respondió más bien a un
renovado idealismo que intentó armonizar el utilitarismo de esos tiempos con los
valores individuales, en peligro de ser aniquilados o anulados por el maquinismo y
el pragmatismo. A pesar de seguir muy de cerca a Renan, propuso la defensa de la
democracia, pues cuando hablaba de aristocracia no lo hacía sobre la base de
privilegios económicos o sociales: intentó ―conciliar los principios más

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estabilizadores de la tradición europea con la redefinición del orden social que


asegura los mecanismos para una creciente, pero regulada, participación de las
masas‖ (Moraña,1982:658)ix.
Con todo, lo que más nos interesa de Rodó en este recorrido es su
incorporación de la estética a los planteamientos de reflexión latinoamericanos y
latinoamericanistas. Con él se concreta el paso del letrado al intelectual del que
nos hablara Ramos: ―En Rodó opera una autoridad específicamente estética,
mientras que Sarmiento habla desde un campo relativamente indiferenciado,
autorizado en la voluntad racionalizadora y de consolidación estatal [...]. Lo que
nos lleva a afirmar que entre Sarmiento (y los letrados) y el escritor finisecular —
incluso Martí, González Prada y más claramente Rodó— hay una distancia,
definitora de la diferencia del campo literario ante el campo letrado, y consistente
en un cambio radical en la relación entre el intelectual, el poder y la política‖
(Ramos,1989:70).
Tenemos entonces, a lo largo del siglo XIX, al menos cinco figuras, desde el
mundo de las letras y los saberes, preocupadas por el papel que jugaban dentro
de su sociedad, con una intención explícita de ―intervención‖ en la vida social y
cultural, y con una actitud abiertamente cuestionadora no sólo de lo que estaba
ocurriendo a su alrededor, sino de las maneras en que se habían vivido y, sobre
todo, pensado los procesos socio-históricos latinoamericanos. Preocupaciones,
intenciones y actitudes, todas ellas, que constituyen matices importantes de los
Estudios Culturales Latinoamericanos tal como los presenté al inicio de este
trabajo.

LECCIÓN No. 3

El pensamiento y la crítica latinoamericanos

Una vez entrado de lleno el siglo XX, y gracias a esa profesionalización del
trabajo escritural que hemos señalado, comienzan a formarse bloques más
articulados de reflexión en torno a ciertos temas y problemas. No puede decirse,
de ninguna manera, que la figura individual del autor —o pensador— deje de tener
relevancia, más bien que, al asumirse una nueva conciencia profesional, el trabajo
intelectual se plantea ahora dentro de marcos más precisos (generalmente
alejados de las funciones de gobierno).

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Podemos hablar así de una escuela/tradición arielista (Pedro Henríquez Ureña y


Alfonso Reyes) y de una reacción anti-arielista (Roberto Fernández Retamar y
muchos otros). Para los primeros, el papel de lo americano estaba asociado a una
tradición propia, acorde a un pasado heroico —en ambos casos tanto indígena
como español—, con una fuerte defensa y conceptualización de ciertos valores
éticos y estéticos; para el segundo, había la necesidad de darle la vuelta
precisamente a esos valores y mostrar la falsedad detrás de esas visiones
universalistas. Fernández Retamar invertirá la lectura rodoniana: si para Rodó los
Estados Unidos es Calibán e Hispanoamérica es Ariel, hemos caído en un grave
error, pues sólo asumiendo que somos Calibán —aquel que aprende la lengua de
su opresor, la hace suya, se venga de los maltratos recibidos y supera los logros
del amo— es que podremos sentirnos orgullosos de lo que somos y salir de la
situación de dependencia. Situación colonial sobre la que reflexionarán, una y otra
vez, no sólo Fernández Retamar sino José Luis González, por ejemplo, en ―El país
de cuatro pisos‖ (1979) o la importante tradición del pensamiento marxista
latinoamericano: muy en particular, los forjadores de la Teoría de la Dependencia
(Fernando Henrique Cardozo y Enzo Faletto), una de las líneas de desarrollo más
―propias‖ y de mayor proyección dentro del pensamiento latinoamericano, y el
caso de Mariátegui, al cual me referiré más adelante.
El problema de las identidades cobra nuevos matices: cómo repercute, en los
sujetos y sus subjetividades, el hecho de participar de una situación colonial —
poscolonial o neocolonial— y qué hacer cuando ésta es superada. Qué papel
juegan las diversas etnicidades que conforman ese deseo llamado América Latina.
Cómo conectar, dentro de un desarrollo coherente, lo local con lo nacional y lo
global (la ciudad, con el interior y los centros metropolitanos). El problema de
cómo se entiende la palabra cultura —y lo cultural— resulta, por supuesto, muy
importante: cómo manejar los borrosos límites entre lo popular y lo letrado, entre
la cultura oral y la escrita. Qué papel debe jugar el intelectual dentro de todo esto,
cuál puede ser su compromiso con las masas populares y con los medios de
comunicación y el mercado. Cuál debe ser, en última instancia, la relación —y el
papel— del intelectual con las diversas instituciones y, en el caso concreto de la
reflexión académica, cuál debe ser su posición con respecto a las llamadas
literaturas y culturas nacionales.
Encontramos un discurso indigenista muy interesante e importante que se da no
sólo a través de la ficción, sino de unas propuestas teóricas asumidas como tales.
La terrible ―trinidad embrutecedora del indio‖ intenta enfrentarse y superarse

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desde varios frentes: el revanchista (Manuel González Prada) o el marxista (José


Carlos Mariátegui).
Para González Prada, luego de la dolorosa y deshonrosa pérdida de territorio
peruano gracias al Tratado de Ancón (1883), con el cual se puso fin a la Guerra del
Pacífico, había que analizar crudamente las razones de dicho fracaso: ―La mano
brutal de Chile despedazó nuestra carne y machacó nuestros huesos; pero los
verdaderos vencedores, las armas del enemigo, fueron nuestra ignorancia y
nuestro espíritu de servidumbre‖ (González Prada,1982:44-45), sostiene en su
famoso ―Discurso en el Politeama‖ (1988). Estas ideas serán complementadas en
otro de sus ensayos más importantes, ―Nuestros indios‖ (1904), donde afirma —
siguiendo sin duda a Martí— que el indio no representaba una raza biológica, sino
una raza social, pues dependía de su estado económico; estampa allí una de sus
frases más célebres y repetidas: ―Al que diga: la escuela, respóndasele, la escuela
y el pan. La cuestión del indio, más que pedagógica, es económica, es social‖
(Ibíd.:182). Mariátegui, por su lado, en otro de los que bien podría catalogarse
como textos fundacionales del siglo XX latinoamericano, sus Siete ensayos de
interpretación de la realidad peruana (1928), continúa y al mismo tiempo se aleja
de las premisas revanchistas de González Prada: como vimos, este último ya había
dicho que el problema del indio era un problema económico, pero Mariátegui lo
lleva a sus últimas consecuencias. Las lecturas de la derrota de dicha guerra,
donde González Prada peleó, determinaron muchas de las opiniones sobre el Perú
de la posguerra. Sin embargo, hay dos cosas que Mariátegui le cuestionó
duramente: su anticentralismo y su anticlericalismo, sobre todo lo primero. Para
Mariátegui, ese anticlericalismo estaba fuera de lugar; asimismo la lucha
centralismo/federalismo escapaba del verdadero problema, el económico. Lo que
más le preocupaba al fundador del Partido Socialista Peruano (al cual no definía
como comunista, sino con características propiamente peruanas), era eliminar el
Estado feudal y el servilismo que prevalecían en el Perú (y del cual también había
hablado González Prada): ―[…]. El Perú tiene que optar por el gamoral o por el
indio. Este es su dilema. No existe un tercer camino‖ (Mariátegui,1976:176).
Complementando la labor de los ensayistas, las novelas indigenistas, como bien
lo ha apuntado Antonio Cornejo Polar, ―en su condición de relato heterogéneo, a
caballo entre dos mundos socio-culturales agudamente diversos [...]. Reproduce,
pues, el conflicto irresoluto por la propia historia de naciones escindidas y
desintegradas. En este sentido, aunque parezca paradójico, la gran verdad del
indigenismo —y sobre todo de la novela indigenista— no reside tanto en lo que

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dice cuanto en la contradicción real que produce discursivamente‖ (Cornejo


Polar,1994:206)x. Contradicción entre la ―realidad‖ y su discursividad que resulta
asimismo evidente en el caso de la gauchescaxi.

LECCIÓN No. 4

La transculturación y la heterogeneidad

Quiero pasar ahora a hacer referencia a dos líneas de trabajo que nos acercan,
ya más directamente, a las reflexiones teóricas de los llamados Estudios Culturales
Latinoamericanos: el problema de la transculturación y el de la heterogeneidad.
Como tantas veces ha sido repetido, aunque sin en verdad reconocérsele su
destacado lugar, fue Fernando Ortiz quien creó el término transculturación; lo hizo
en otro de los clásicos del pensamiento latinoamericano: Contrapunteo cubano del
tabaco y del azúcar (1940,1963). Texto, de nuevo, que dialoga con varias formas
de expresión (cabalga entre el tratado sociológico y el poema en prosa). Ortiz se
plantea la necesidad de encontrar una nueva palabra que de mejor cuenta del
proceso propiamente americano de mezcla e intercambio de hábitos y culturas.
Propone el neologismo de ―transculturación‖ pues ―aculturación‖, la palabra que se
usaba en su defecto, no cumple con los requisitos que él necesita: la
―aculturación‖ supone una única dirección —es el ―bárbaro‖ el que siempre se
―civiliza‖ —, pues todas las culturas en conflicto/convivencia ganan y pierden, las
dos cosas al mismo tiempo, en dicho contacto. Tomando como base el hermoso
contrapunteo del Arcipreste de Hita, Peleo que uvo Don Carnal con Doña
Quaresma (el carnaval y la cuaresma), pasa a imaginarse una pelea/contrapunteo
semejante entre el tabaco y el azúcar. Ambos cultivos representan momentos
particulares de la conquista y representan, respectivamente, a la cultura negra o a
la blanca: ―[...]. En la producción de tabaco predomina la inteligencia; ya hemos
dicho que el tabaco es liberal cuando no revolucionario. En la producción del
azúcar prevalece la fuerza; ya se sabe que es conservadora cuando no absolutista‖
(Ortiz,1978:56)xii. La verdadera historia de Cuba, según Ortiz, es la historia de sus
intricadísimas transculturaciones (muy en particular, el desgarramiento de los
negros y su cultura, desgarramiento que no por ello dejó de marcar su fuerza y
aún persiste).

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La elaboración de Angel Rama con respecto al término no será exactamente la


misma pues para éste, siempre inserto en el discurso moderno letrado, el
neologismo le sirve más bien para proponer una nueva mirada/lectura de la
literatura latinoamericana, donde puedan problematizarse más abiertamente las
relaciones entre lo regional, lo nacional y lo continental, así como el potencial
contrahegemónico de los primeros.
Rama, en particular en Transculturación narrativa en América Latina (1982),
rediseña un mapa cultural, desde los propios textos coloniales, en función de la
dominación a que han sido sometidos los diversos sistemas culturales y literarios
de las diversas regiones. Su base para el estudio de la cultura y la literatura
latinoamericana está centrada en tres nociones fundamentales: independencia,
originalidad y representatividad. Las obras literarias, según él, ―no están fuera de
las culturas sino que las coronan y en la medida en que estas culturas son
invenciones seculares y multitudinarias hacen del escritor un producto que trabaja
con las obras de innumerables hombres‖(Rama,1982:19).
Es con relación a la manera en que se entiende el propio proceso de la
transculturación que Rama tiene objeciones a la tesis de Ortiz, en particular,
cuando debe aplicarse a las obras literarias. Lo acusa de propiciar una visión muy
―geométrica‖ que no da cuenta de muchos de los factores que atraviesan dicho
proceso (los que ejercen fuerza, y mucha, aunque no de manera directa). Rama da
un ejemplo contundente: ―El impacto transculturador europeo de entre ambas
guerras del siglo XX no incluía en su repertorio al marxismo y sin embargo éste fue
seleccionado por numerosos grupos universitarios en toda
América‖(Rama,1982:39). Para Ortiz, la capacidad selectiva se aplica
mayoritariamente a la cultura extranjera, mientras que para Rama, se aplica sobre
todo a la propia: ―que es donde se producen destrucciones y pérdidas ingerentes
[...]. Habría pues selecciones, pérdidas, redescubrimientos e incorporaciones. Estas
cuatro operaciones son concomitantes y se resuelven todas dentro de una
reestructuración general del sistema cultural, que es la función creadora más alta
que se cumple en un proceso transculturante. Utensilios, normas, objetos,
creencias, costumbres, sólo existen en una articulación viva y dinámica, que es lo
que diseña la estructural funcional de la cultura‖ (Ibíd. Las cursivas son mías)xiii.
Rama prosigue explicando cómo se da ese proceso transculturador sobre la base
de tres operaciones: lengua, literatura y cosmovisión; operaciones que siempre
han sido marcadas, directa o indirectamente, por los pensadores latinoamericanos

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de antes y de ahora, y que encuentra a su máximo representante en la figura del


escritor peruano José María Arguedas.
Será también con respecto a Arguedas que Antonio Cornejo Polar comience sus
elaboraciones a propósito de otra de las nociones más en boga en los estudios
literarios y culturales actuales: la heterogeneidad (en su caso específico las
indígenas y, por extensión, latinoamericanas). Desarrollo que culminará en su
importante libro: Escribir en el aire. Ensayo sobre la heterogeneidad socio-cultural
en las culturas andinas (1994)xiv. Trazando un panorama que comienza en los
tiempos propiamente coloniales —con el ―diálogo‖ entre el Inca Atahualpa y el
padre Vicente Valverde en Cajamarca— hasta llegar a las discusiones más actuales
sobre la subalternidad, Cornejo articula su discusión sobre la base de tres
problemas: el discurso, el sujeto y la representación, para poner en evidencia la
―guerra simbólica que tiene su correspondencia étnico-social en los mundos
indígena y criollo‖ (Montaldo,2000:397). Esto le permite resignificar el contenido
simbólico de la palabra/noción heterogeneidad, alejándola de los planteamientos
propiamente étnicos y raciales, y denunciar precisamente las fuerzas ocultas
dentro de ciertas aproximaciones sólo en apariencia abiertas a verdaderos
intercambios socio-culturales. Más adelante sostendrá que ese era el caso de ―la
idea de transculturación [que] se ha convertido cada vez más en la cobertura más
sofisticada de la categoría de mestizaje‖ (Cornejo,1977:341). Al final postulará,
como alguno de los pensadores que ya hemos citado, la necesidad de aceptar lo
diferente/otro y contradictorio como parte del quehacer propiamente americano:
―quiero escapar del legado romántico —o más genéricamente, moderno—, que
nos exige ser lo que no somos: sujetos fuertes, sólidos y estables, capaces de
configurar un yo que siempre es el mismo, para explorar —no sin temor— un
horizonte en el que el sujeto renuncia al imantado poder que recoge en su seno —
para desactivarlas— todas las disidencias y anomalías, y que —en cambio— se
reconoce no en uno sino en varios rostros, inclusive en transformismos más
agudos‖ (Cornejo,1994:20).

LECCIÓN No. 5
A manera de epílogo

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En los dos apartados anteriores, he trazado un mapa —tal vez apresurado y sin
duda bastante personal— de las figuras y los problemas que considero más
importantes en el desarrollo del pensamiento crítico latinoamericano. Es un mapa
que puede ser rellenado con muchos más nombres y problemas. Una América
Latina y su constructo, desde afuera y desde dentro, donde las ―zonas de
contacto‖xv resultan cada vez más problemáticas, menos previsibles y más
multiformes. Estoy consciente que he dejado muchos huecos y, espero, también
muchas preguntasxvi.
Con todo, es necesario destacar una diferencia profunda entre el pensamiento y
la crítica (tradicional) latinoamericana y lo que se hace hoy en día: el primero
apostaba a la capacidad integradora de la literatura y del arte nacionales
(recordemos de nuevo a Mariátegui, quien termina sus Siete ensayos[…]
precisamente con uno dedicado a la literatura), así como a una fuerte presencia de
la dimensión estética y propiamente valorativa con respecto a sus artefactos
culturales. Uno de los cuestionamientos más fuertes que se le han hecho a los
Estudios Culturales Latinoamericanos es el abandono de dicha dimensión y la
mezcla, muchas veces arbitraria, de metodologías y perspectivas. Estos últimos,
por su parte, pretenden cuestionarlos —a la literatura y al arte— por ser
precisamente aparatos del poder. Esto es fundamental, pues es precisamente por
allí por donde se da el giro hacia una manera diferente de pensar sobre y desde
América Latina. Si bien nunca fueron del todo claras las fronteras entre los saberes
y las disciplinas, ahora es abierta la disputa en contra de cualquier tipo de límite
preciso; no sólo las subjetividades se manejan en varios planos y profundidades al
mismo tiempo, también lo hacen todas las instancias del saber, la experiencia e,
incluso, la lengua. En estos tiempos posmodernos, no son únicamente los grandes
relatos los que han dejado de tener validez, ocupan una posición similar todas
aquella verdades ―naturales‖, ―históricas‖ y/o ―sociales‖ que le permitían a los
discursos —y a sus sujetos— ubicarse en un contexto preciso con unos límites y
características abarcables y definibles.
Otra diferencia importante, esta vez entre los ―Cultural Studies‖ y los Estudios
Culturales Latinoamericanos, es que los primeros suelen plantearse a partir del
estudio de la ―cultura contemporánea‖xvii, este no es el caso para América Latina.
Si bien existen líneas de trabajo importantes que se ocupan, como los ―Cultural
Studies‖, de los procesos más recientes: los medios de comunicación, la cultura
de masas, los problemas de la globalización, el consumo, la sociedad civil y la
posmodernidad (muchas de las primeras figuras a las que se les colocó la etiqueta

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de Estudios Culturales Latinoamericanos se ocupan precisamente de esos temas:


Néstor García Canclini, Jesús Martín Barbero o George Yúdice), hay todo un
contingente muy fecundo y activo que está dedicado a temas anteriores, tanto de
la primera mitad del siglo XX como de todo el XIX e, incluso, de los tiempos
propiamente coloniales. Es precisamente esa larga tradición del ensayo de ideas en
América Latina, la que nos ha obligado a muchos a volver nuestra mirada hacia el
pasado, a revisar las maneras en que nos hemos pensado antes para tratar de
encontrar respuestas —o problematizaciones mayores— a los tiempos que hoy
vivimos.
Muchos de los rasgos y preocupaciones de ese campo emergente de los
llamados Estudios Culturales Latinoamericanos —y que en mi caso particular entra
en diálogo fundamentalmente con la tradición literaria— constituyen
efectivamente una ruptura, sobre todo en lo que se refiere a una visión
transnacional del ejercicio de las disciplinas dedicadas al estudio de América
Latina, a una relectura en términos de lo que se entiende por la estética y a una
conceptualización que tiende a ir más allá de los rígidos parámetros nacionales.
Tanto los temas como las prácticas e instituciones del saber en América Latina
han sido siempre heterogéneos y conflictivos. Los pensadores latinoamericanos de
la cultura —a la manera de Rodríguez, Bello, Sarmiento, Martí, Rodó, Henríquez
Ureña, Reyes, Fernández Retamar, González Prada, Mariátegui, Ortiz, Rama y
Cornejo Polar— son, en un sentido bien estricto, los verdaderos precursores de los
Estudios Culturales Latinoamericanos.

CAPÍTULO No. 3

Globalización académica, estudios culturales y crítica latinoamericana

En capítulo No. 3 se propone la lectura de un escrito de Nelly Richard, Licenciada


en Literatura Moderna (Universidad París IV-La Sorbonne). Directora de la Revista
de Crítica Cultural (Santiago de Chile) y del Diplomado en Crítica Cultural
(Universidad Arcis). Directora del programa ―Postdictadura y transición
democrática en Chile‖ de la Fundación Rockefeller (1997-2000). Directora de la

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serie ―Crítica y ensayos‖ de la Editorial Cuarto Propio en Santiago de Chile.


Ganadora de la beca Guggenheim en 1996.

LECCIÓN No. 1

Cultura y campos de resonancia

Es sabido que la palabra ―cultura‖ señala diferentes procesos y actividades cuya


definición varía según los campos de resonancia (el mundo de la vida cotidiana, las
tradiciones artísticas y literarias, las políticas institucionales y de mercado, etc.) en
los que se la inserta para designar aquellas manifestaciones simbólicas y
expresivas que desbordan el marco de racionalidad productiva de lo económico-
social. Habría una dimensión –extendida– de cultura según la cual este término
abarca el conjunto de los intercambios de signos y de valores mediante los cuales
los grupos sociales se representan a sí mismos y para otros, comunicando así sus
particulares modos de identidad y de diferencia. Frente a la amplitud de esta
noción antropológico-social de la cultura, se recorta una dimensión más restringida
que remite lo cultural al campo profesional (artístico, intelectual) de una
producción de formas y sentido que se rige por instituciones y reglas de discurso
especializadas, y que se manifiesta a través de obras (el arte, la literatura) y de
debates de ideas que giran en torno a las batallas críticas de lo estético y de lo
ideológico. Una tercera dimensión de uso de la palabra ―cultura‖ se encuentra hoy
funcionalizada por las redes de transmisión industrial del mercado de los bienes
simbólicos: esta dimensión –familiar al vocabulario institucional de las ―políticas
culturales‖– se preocupa sobre todo de las dinámicas de distribución y recepción
de la cultura, entendiendo esta última como producto a administrar mediante las
diversas agencias de coordinación de recursos, medios y agentes que articulan el
mercado cultural.

Estas tres dimensiones de la palabra ―cultura‖ (la antropológico-social, la


ideológico estética, la político-institucional) pueden mezclarse
complementariamente o bien contraponerse polémicamente en los análisis de
cómo se expresan los imaginarios simbólicos, según el modo en que estos análisis
prefieren colocar el acento, sea en el rol de la cultura como conformadora de un
ethos que fija las identidades sociales y raciales (patrimonio, tradiciones, folclore,
etc.), o en la fuerza de alteridad-alteración de las rupturas deconstructivas de las

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obras más experimentales del arte y de la literatura; sea en los mecanismos de


reproducción de las leyes de campo de la cultura universitaria, o en las líneas de
fuga que desvían estos mecanismos hacia la transversalidad de intervenciones
extra-académicas; sea en la lógica globalizadora de la massmediatización cultural,
o en los pliegues de resistencia opaca que desuniforman la gramática del mercado
con nuevas poéticas de la subjetividad (García Canclini, 1989)1.

Estos acentos diversos, y a menudo contrarios, que cruzan la serie ―cultura‖, no


sólo se despliegan en la exterioridad de lo social, sino que también atraviesan el
campo de las teorías y de los estudios culturales que se encargan de analizar sus
desplazamientos y transformaciones bajo el impacto de las complejas mutaciones
económicas y socio-comunicativas, pero también académico-disciplinarias de este
fin de siglo. Quizás uno de los aspectos más abiertamente productivos del proyecto
de los estudios culturales (cultural studies), tal como se formula en los años ‗60 en
Inglaterra en el Centre for Contemporary Cultural Studies at Birmingham debido a
la constelación de autores como Hoggart, Johnson y Williams (Grossberg, Nelson y
Treichler, 1992; Morley-Chen, 1996), se deba precisamente a que dicho proyecto
revisó los cruces entre estas diferentes versiones de lo cultural desde las tensiones
–siempre activas– entre lo simbólico y lo institucional, lo histórico y lo formal, lo
antropológico y lo literario, lo ideológico y lo estético, lo académico-universitario y
lo cotidiano, lo hegemónico y lo popular, la formalización de los sistemas de signos
y la conciencia práctica de sus relaciones sociales.

LECCIÓN No. 2

La recepción latinoamericana de los estudios culturales

La globalización económica y comunicativa ha provocado múltiples redefiniciones


sobre cómo América Latina se vive y se mira a sí misma, al fragmentar y diseminar
los trazados identitarios de lo nacional y de lo continental que le servían de
fronteras de integridad al discurso sustancialista de un ―nosotros‖ puro y originario.
Pero no sólo las pertenencias de identidad tradicionales y sus representaciones
socioculturales se han visto, en Latinoamérica, modificadas por los flujos
disolventes del régimen de circulación capitalista que cotidianamente
transnacionaliza mercancías e informaciones. Más allá de aquellos procesos de
desterritorialización del capital económico y de interplanetarización comunicativa,

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el dispositivo de la globalización atañe también a la producción de saberes y


teorías, ya que entre sus agentes figura una red transnacional de universidades y
de instituciones del conocimiento que administra recursos para la circulación de las
ideas a la vez que programa las agendas de debate intelectual. Los territorios de lo
universitario y de lo académico son uno de los sitios marcados por las divisiones
entre lo global (las dinámicas expansivas del neocapitalismo que afectan también a
las instituciones del saber) y lo local: la especificidad de los campos de formación
intelectual y las articulaciones contextuales de sus dinámicas de pensamiento.

Estas divisiones entre lo global y lo local, que rediseñan el paisaje económico y


comunicativo de la sociedad y de la cultura latinoamericanas, animan también la
discusión en torno a los nuevos modelos de reorganización del conocimiento
susceptibles de analizar los cambios de lo social y lo cultural en América Latina. Y
dentro de estos modelos, figuran los estudios culturales.

Los estudios culturales (cultural studies) son hoy la novedad exportada por la red
metropolitana centrada en Estados Unidos, y existen muchas discusiones en
América Latina sobre los riesgos de transferencia y reproducción periféricas de su
modelo. Los estudios culturales no sólo remiten en su designación al antecedente
de un proyecto cuya circunstancia internacional es ajena a la tradición
latinoamericana, sino que además revisten la imagen de un paquete hegemónico
debido al exitoso grado de institucionalización académica que hoy exhiben desde
Estados Unidos. Son muchas las sospechas y reticencias que rodean la mención a
los estudios culturales en América Latina, donde se los tiende a percibir como
demasiado cautivos del horizonte de referencias metropolitanas que globaliza el
uso y la vigencia de los términos puestos en circulación por un mercado lingüístico
de seminarios y de congresos internacionales.

Para muchos, basta con que los estudios culturales hayan sido institucionalizados
por la fábrica de novedades de la academia norteamericana para hacerlos cargar
automáticamente con el estigma colonizador de la dominación metropolitana y
para declararlos culpables de sólo favorecer las tecnologías de la reproducción que
expanden el mercado académico internacional. La moda de los estudios culturales
habría ido borrando la densidad histórica de lo local y de sus ―regionalismos
críticos‖. Una posición bastante común es, por ejemplo, la que argumenta que el
referente hegemónico de los estudios culturales está silenciando la tradición del

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ensayismo latinoamericano que, sin embargo, anticipó varios de los actuales


desplazamientos de fronteras disciplinarias que tanto se celebran
internacionalmente (Achugar, 1998)3.

La obliteración de esa tradición y la negación de sus memorias en español se


verían reforzadas por cómo el corpus de los textos culturales de la
―descolonización‖ ha sido desplazado por la supremacía teórico-metropolitana del
nuevo tema del ―poscolonialismo‖ (Mignolo, 1998)4: un ―extraño artefacto
totalmente hecho en inglés –precisamente– en el idioma de la hegemonía que
habla para sí de lo marginal, subalterno, poscolonial‖ (Cornejo Polar, 1997: 344).

A esto deberíamos agregar el reclamo que le dirigen varios críticos


latinoamericanos a la ―Internacional académica‖ por cómo se apropia
indiscriminadamente de citas de autores que, en América Latina, dieron lugar –
tempranamente– a construcciones heterodoxas que sirven para pensar de manera
compleja ciertos conflictos ideológico culturales y que hoy nos son devueltas
completamente banalizadas por el reciclaje de saberes disciplinarios que
promueve, en forma serial, la industria de los estudios culturales (Sarlo, 1995;
Casullo, 1998)5.

Existen razones de más para respaldar las sospechas de los críticos


latinoamericanos que se muestran reticentes frente al tema de los estudios
culturales. Pese la multiplicidad diversa de pliegues que la recorren internamente,
la red académico-metropolitana ejerce el poder representacional de su dominante
norteamericana. La ―función-centro‖ de esta dominante académica norteamericana
controla los nombres y las categorías de discurso que entran en circulación
internacional, y dota de legitimidad institucional a los términos de debate que ella
misma clasifica y organiza prepotentemente de acuerdo a sus propias jerarquías
conceptuales y político-institucionales. El latinoamericanismo ofrece el modelo
globalizante de un discurso―sobre‖ América Latina que generalmente omite la
singularidad constitutivade los procesos de enunciación formulados ―desde‖
América Latina. Es cierto que las asimetrías de poder desencadenadas por el
efecto globalizador de la máquina académica norteamericana de conocimientos
tienden a subordinar lo local (las especificidades, singularidades y diferencialidades
de las prácticas latinoamericanas) al poder multicoordinado de lo global, que busca
suprimir las irregularidades de contextos susceptibles de accidentar la lisura

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operacional de sus tecnologías de la reproducción. Efectivamente, la


heterogeneidad de lo local latinoamericano tiende a ser homogeneizada por el
aparato de traducción académica del latinoamericanismo y de los estudios
latinoamericanos, que no toman en cuenta ni la densidad significante ni la
materialidad operativa de sus respectivos contextos de enunciación (Moreiras,
1998)6. Todo esto es cierto, pero no creo que el debate sobre los estudios
culturales deba quedar entrampado en este binarismo Norte/Sur. Desde ya, la
resistencia crítica a la tendencia globalizante y abstractiva de la academia
norteamericana y a sus saberes de exportación se encuentra presente en el
interior mismo de los estudios culturales, al menos en las postulaciones de Stuart
Hall, que siempre ha insistido en defender su carácter de ―práctica coyuntural‖. El
manejo necesariamente localizado de las operaciones que demanda el
conocimiento- en-situación de los estudios culturales, tal como Hall los concibe,
supondría la microdiferenciación de las especificidades de contextos de lo
latinoamericano a través del detalle práctico de cómo se trama la relación –
material y contingente– entre discursos, sujetos, prácticas e instituciones, en cada
sitio de intervención.

La relación entre localidades geoculturales (Estados Unidos, América Latina),


localizaciones institucionales (la academia norteamericana, el campo intelectual de
la semi-periferia) y situaciones de discursos (hablar ―desde‖, ―sobre‖, ―como‖, etc.)
no es una relación dada, natural y fija, sino una relación construida y mediada, es
de189 c i r, permanentemente deconstruible y rearticulable. Hay una movilidad de
intersecciones entre los estudios culturales norteamericanos y la crítica
latinoamericana que deshomogeneiza la relación poder/conocimiento de cada
bloque territorial y que puede ser recorrida multidireccionalmente, siempre y
cuando no se pierda de vista la necesidad de una flexión metacrítica que someta a
vigilancia cada una de estas intersecciones de discurso. Además, tal como ocurre
con cualquier otro soporte institucional, la diversidad de prácticas de los estudios
culturales no calza uniformemente con el bloque académico que retrata su
dominante de exportación.

Existen líneas de ambigüedad y de contradicción en el interior del programa


académico de los estudios culturales que, incluso en Estados Unidos, abren puntos
de fuga dentro de su formato aparentemente tan seriado. En contra de los propios
límites de burocratización académico-universitaria de los estudios culturales, es

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siempre posible prestar atención a las formas alternativas mediante las cuales –
para retomar una fórmula de Jameson– ― ‗el deseo‘llamado ‗estudios culturales‘‖
batalla contra su propia ortodoxia institucional (1993: 93). La libertad que
ganemos para desplazarnos en medio de las codificaciones institucionales del
saber academizado, nos permitirá recombinar estratégicamente determinadas
articulaciones de debate según las prioridades de cada uno de nuestros contextos
y los juegos de fuerza que los atraviesan. Me parece, en todo caso, que la
discusión en torno a los estudios culturales ha renovado los términos de la
reflexión latinoamericana sobre teoría y crítica de la cultura, y quisiera resumir aquí
algunos puntos de discusión que tienen para mí el mérito de abrirse a preguntas
más amplias sobre las relaciones entre saberes académicos, tramas ciudadanas,
mercado cultural, razón crítica y práctica intelectual en tiempos de saturación
capitalista y de globalización massmediática.

LECCIÓN No. 3

El discurso de la otredad y la codificación metropolitana de las


diferencias

Lo primero que caracterizó a los estudios culturales fue su voluntad de


democratizar el conocimiento y de pluralizar las fronteras de la autoridad
académica, dándoles entrada a saberes que la jerarquía universitaria suele
discriminar por impuros en cuanto se rozan, conflictivamente, con el fuera-de-
corpus de ciertos bordes llamados ―cultura popular‖, ―movimientos sociales‖,
―crítica feminista‖, ―grupos subalternos‖, etc. Los estudios culturales han
favorecido el libre ingreso universitario de saberes que cruzan las construcciones
de objetos con las formaciones de sujetos: el ―adentro‖ de la máquina de
enseñanza con ―afueras‖ múltiples que des-bordan el texto académico (sus
archivos y bibliotecas) con los flujos conectivos de un pensar que no se basta a sí
mismo y que desea poner en acción ciertas energías de transformación social. La
conflictualidad política e ideológica del saber de los estudios culturales merece ser
reafirmada contra el modelo de trascendencia filosófica de la universidad moderna
que siempre ha buscado levantar, entre ella y la actualidad de su contexto, la

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barrera de la autonomía como distancia categorial y especulativa que separa lo


académico de la contingencia social y política. El nudo poder cultural-hegemonías
de conocimiento que analizan los estudios culturales permite repolitizar la cuestión
del saber de una manera que hace falta en muchos departamentos universitarios
donde la trascendencia de la categoría y la soberanía del método abstraen la
relación entre sujetos y objetos de su materialidad social.
Mientras la defensa de la ―integridad disciplinaria‖ o de la ―autonomía literaria del
valor estético‖ sirva para desvincular el saber de sus heterogéneas y conflictivas
redes de producción y distribución sociales, el proyecto de los estudios culturales
(o de algo que se le parezca) merece ser defendido, para acoger los conocimientos
urdidos fuera del refugio profesional de la tradición de las disciplinas, y
polémicamente ligados a zonas de experiencias sociales y de luchas
extraacadémicas que arrastran también una memoria de la calle (tal como ocurre
en el tránsito del ―feminismo‖ a los ―estudios de género‖). Esta exterioridad política
del conocimiento-en-acción que cultivan los estudios culturales mediante su
solidaridad extra-disciplinaria con fuerzas sociales y movimientos ciudadanos
permite que el trabajo de la crítica no se desvincule de ―la resistencia y
heterogeneidad de la sociedad civil‖ (Said, 1987: 24).

Una de las formas que los estudios culturales tienen, en Estados Unidos, de
manifestar su compromiso con las luchas de la sociedad civil, consiste en defender
a diversos grupos de identidad mediante activas ―políticas de representación‖ que
buscan corregir la injusticia de sus marginaciones y exclusiones sociales
reinterpretando, universitariamente, los derechos de estos grupos a intervenir en
los sistemas académicos de conocimiento para transformar sus reglas. No cabe
duda de que las luchas antidiscriminatorias que promueven la inserción de los
grupos minoritarios en diferentes estructuras públicas tales como la universitaria,
ha obligado a una redefinición más amplia y flexible de los criterios de selección y
valoración de las identidades culturales tradicionalmente fijadas por el aparato
académico. Pero el activismo de las políticas de representación de los grupos de
identidad minoritarios (latinos, chicanos, negros, feministas, homosexuales, etc.)
también ha simplificado la cuestión de la identidad y de la representación, al
someter generalmente a ambas a una tiranía de la ilustratividad que obliga a sus
producciones de textos a la formulación monocorde de una condición de sujeto
predeterminada.

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El discurso de las identidades minoritarias y de sus políticas de representación ha


terminado por someter cuerpos y textualidades a la consigna pedagógica de una
―diferencia‖ que casi siempre debe hablarse en tono reivindicativo y militante. Esta
consigna ha dejado fuera de análisis las difusas simbolizaciones estéticas de ciertos
trances de la identidad cuyos juegos interpretativos están hechos para burlar esta
demanda políticamente ortodoxa de los estudios culturales –una demanda que
reclasifica márgenes y marginalidades para su etiquetaje metropolitano en el gran
supermercado de las subalternidades.
Algo parecido ocurre con la ―diferencia latinoamericana‖, muchas veces
emblematizada como representación de una otredad que el dispositivo
metropolitano de codificación académica convierte en fetiche romántico-popular de
su discurso sobre marginalidades y periferias culturales. Se organiza un complejo
juego de reconocimientos y desconocimientos que lleva la ―función-centro‖ de la
teoría metropolitana, por un lado, a exaltar lo latinoamericano como una especie
de alteridad radical que la desborda y la re-energetiza políticamente (tal como
ocurrió con el boom del testimonio) y, por otro lado, a domesticar esa fuerza de
alteridad sometiéndola a su control superior de lectura.

Lo latinoamericano es llamado a representarse o a dejarse representar según las


coordenadas prefijadas de una economía del sentido que es dictada por el aparato
codificador del latinoamericanismo de Estados Unidos, el cual, entre otros efectos,
suele trazar una cierta línea de división y jerarquía entre teoría y práctica: razón y
materia, conocimiento y realidad, discurso y experiencia, mediaciones e
inmediatez. La primera serie de esta cadena de oposiciones (razón, conocimiento,
teoría, discurso) designa el poder intelectual de abstracción y conceptualización
que define la superioridad del Centro, mientras que la segunda serie (materia,
realidad, práctica, experiencia) remite en América Latina a la espontaneidad de la
vivencia, al naturalismo del ser, a la empiria del dato.

La crítica latinoamericana de los estudios culturales busca, entre otros efectos,


revertir esa economía del sentido operando formas de descentramiento epistémico
que permitan a la singularidad y diferencialidad latinoamericanas manifestarse
teóricamente, con toda la fuerza heterogeneizante y desorganizadora de un contra
sistema que impida la clausura de su diferencia en una representación fija y
controlada (Moreiras, 1998).

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Ejercer el pensamiento crítico en la brecha –siempre móvil– que separa las


prácticas periféricas del control metropolitano es uno de los desafíos más arduos
que espera a los estudios culturales latinoamericanos en estos tiempos de
globalización académica, es decir, de descentramientos y recentramientos
múltiples delas articulaciones entre lo local y lo translocal. De tal ejercicio depende
que lo latinoamericanosea no una diferencia diferenciada (representada o ―hablada
por‖),sino una diferencia diferenciadora que tenga en sí misma la capacidad de
modificarel sistema de codificación de las relaciones identidad-alteridad que busca
seguir administrando el poder académico metropolitano.

LECCIÓN No. 4

Las tensiones entre lo estético, lo literario y lo cultural

Los estudios culturales se definen por la extensividad de su nuevo modelo


académico que se propone abarcarlo todo en términos de objetos (del texto
vanguardista al videogame, de la ciudad benjaminiana al mall, de las marchas de
derechos humanos a la performance artística, etc.) y de métodos (todo sería
combinable con todo: psicoanálisis, marxismo, deconstrucción, feminismo, etc.).

Uno de los primeros movimientos críticos que diseñaron los estudios culturales
consistió en desbordar y rebasar el límite esteticista de los estudios literarios,
cruzando lo simbólico-cultural con las expresiones masivas y cotidianas de los
medios de comunicación. Los estudios culturales partieron del rechazo a la división
jerárquica entre la cultura superior o letrada (su tradición de privilegios connotada
por la distinción de clase de las bellas artes) y los subgéneros de la cultura
popular. Además de esta contaminación de fronteras entre lo culto y lo popular, lo
simbólico y lo cotidiano, los estudios culturales sacaron la noción de ―texto‖ del
ámbito reservado y exclusivo de la literatura para extenderla a cualquier práctica
social cuya articulación de mensajes (verbales o no verbales) resultara susceptible
de ser analizada en términos de una teoría del discurso. Esta semiotización de lo
cotidiano-social que borra la diferencia entre ―texto‖ y ―discurso‖ terminó
desespecificando la categoría de lo literario en un contexto donde el protagonismo
de la literatura –y el centralismo de su función, en América Latina, en los procesos
de constitución imaginaria y simbólica de lo nacional y de lo continental (Ramos,

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1996: 34-41)– había sido ya fuertemente desplazada por la hegemonía de los


lenguajes audiovisuales y su imagen massmediática. La pérdida de centralidad de
la literatura y de las humanidades como articuladoras de una relación entre
ideología, poder y nación en el imaginario cultural y político latinoamericano,
afecta también el lugar y la función de los intelectuales hasta ahora encargados de
interpretar dicha relación. La crisis de lo literario sería entonces uno de los
síntomas de la globalización massmediática que interpretan los estudios culturales
al incluir dentro de su corpus de análisis aquellas producciones de consumo masivo
que habían sido desechadas por el paradigma de la cultura ilustrada, y al
reivindicar para ellas nuevas formas de legitimidad crítica que ya no le hacen caso
al viejo prejuicio ideológico de su supuesta complicidad con el mercado capitalista
que las organiza y distribuye. El deseo de los estudios culturales de ampliar el
―canon‖ de la institución literaria para introducir en ella producciones
tradicionalmente desvalorizadas por inferiores, marginales o subalternas,
contribuyó a disolver los contornos de lo estético en la masa de un sociologismo
cultural, que se muestra ahora más interesado en el significado anti hegemónico
de las políticas minoritarias defendidas por estas producciones que en las
maniobras textuales de su voluntad de forma.

Todas estas ampliaciones y disoluciones de las marcas de exclusividad y


distintividad de lo literario provocadas por los estudios culturales, han ido
definiendo una especie de relativismo valorativo cuyos efectos de banal
promiscuidad yuxtaponen las diferencias sin nunca contraponerlas para no tener
que argumentar a favor o en contra de sus demarcaciones de sentido. Sería
entonces ecesario reintroducir la cuestión del ―valor‖ (del fundamento, del juicio,
de la toma de partido) en este paisaje de relajo e indiferenciación de las
diferencias que uniformiza todos los objetos entre sí, para no seguir complaciendo
estos procesos de relativización cultural que no hacen sino debilitar la razón crítica
(Sarlo, 1997). La explicación sociologista a la que recurren los estudios culturales
para abordar a la cultura en su dimensión de consumo sólo se encontraría
capacitada para medir los efectos de producción y circulación social de los textos,
pero no para atender lo más complejo de las apuestas estético-críticas que se
libran en cada una de sus batallas de la forma y de sus estrategias de lenguaje.
Realzar el juego y la tensión de estas apuestas seguiría siendo una tarea necesaria
que aún justifica la existencia de la crítica literaria, para que no triunfen los
principios igualadores del mercado frente a los cuales los estudios culturales

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ofrecen muy poca resistencia. En contra de la nivelación valorativa que facilitan los
estudios culturales al suspender o relativizar la cuestión del ―juicio estético‖ a favor
de consideraciones sociologistas, haría falta hacer la diferencia entre, por ejemplo,
Silvina Ocampo y Laura Esquivel, y subrayar por qué los textos de la primera
contienen ―una densidad formal y semántica (cuyo) plus estético‖ los hace
inigualables a los textos de la segunda (Sarlo, 1997: 38).

Pero ¿cómo hacerlo para que esta defensa no recaiga en la nostalgia conservadora
de una fundamentación universal, de una trascendencia del juicio que aún cree en
la pureza e integridad de un sistema de la literatura que, de ser así, no podría sino
resentir como amenaza los efectos políticamente emancipatorios del
descentramiento del canon operado por los estudios culturales? ¿Cómo hacerlo
para que la crítica a lo promiscuo e indiscriminado de las mezclas en los estudios
culturales no se confunda con la defensa purista de una universalidad del canon
basada en el dudoso criterio de una ―autonomía‖ del juicio literario?

Este es otro de los interesantes desafíos que plantea la discusión en torno a los
estudios culturales en sus cruces polémicos con el trabajo de la crítica literaria.
Creo, en todo caso, que hace falta replantear ese desafío desplazando la cuestión
del ―valor literario‖ (demasiado susceptible de interpretarse en clave de formalismo
estético) a otra formulación que abra los textos al análisis de las luchas entre los
diferentes sistemas de valoración sociales a través de los cuales las hegemonías
culturales van modelando los significados y las representaciones de la literatura y
de lo literario. La teoría y la crítica feministas nos han enseñado mucho sobre las
batallas interpretativas que rodean esta hegemonización del valor, y hace falta
tomarlas en cuenta para polemizar con la institucionalidad dominante o la
mercantilización de lo cultural.

LECCIÓN No. 5

Saberes tecnoacadémicos y pensamiento crítico

Los estudios culturales nacieron con la idea de mezclar la pluridisciplinariedad


(combinaciones flexibles de saberes múltiples) con la transculturalidad: apertura
de las fronteras del conocimiento a problemáticas hasta ahora silenciadas por el

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paradigma monocultural de la razón occidental dominante. Los estudios culturales


responden así a los nuevos deslizamientos de categorías entre lo dominante y lo
subalterno, lo central y lo periférico, lo global y lo local, que recorren las
territorialidades geopolíticas, las representaciones sexuales y las clasificaciones
sociales.

Migraciones de objetos e hibridez del conocimiento se dan cita en los cruces que
oponen los estudios culturales a las formaciones sedentarias del saber
autocentrado de las tradiciones canónicas. Muy luego, sin embargo, la
transdisciplinariedad que los estudios culturales parecían exaltar críticamente como
un feliz ―malestar de la clasificación‖ fue redisciplinando su gesto de la
antidisciplina (Barthes, 1987)7. La transfronterización del conocimiento que
inicialmente proyectaban los estudios culturales, se fue acomodando en una
reposada suma de saberes pacíficamente integrados: una zona de conciliaciones
prácticas entre saberes diferentes y complementarios (la literatura, la sociología, la
antropología, etc.) que buscan extender y diversificar su comprensión de lo social y
de lo cultural, pero sin que ninguna ruptura de tono ponga en cuestión la lengua
técnica y operativa del intercambio de mensajes capitalista. Más bien, los estudios
culturales estarían reproduciendo el mapa de la globalización con saberes
adaptados a sus zonas de libre comercio entre disciplinas, a través de los
lenguajes desapasionados de la industria del paper. La funcionalización casi
burocrática de un discurso que sólo describe y explica lo ya sancionado por los
diagnósticos de fin de siglo (massmediatización, globalización económica,
multiculturalidad, hibridez, etc.) en el idioma –bien remunerado– de las políticas de
investigación universitaria, llevó a los estudios culturales a reprimir y suprimir de
su campo investigativo, en nombre de la practicidad del dato, todo lo que estaba
antes ligado al trabajo de la teoría crítica que indagaba en los pliegues de la
subjetividad y del pensamiento (González, 1993; Galende, 1996). Este problema
de la burocratización del saber se hace quizás aún más notorio en el contexto
latinoamericano, debido a que, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos,
donde varios de los especialistas en estudios culturales provienen de las
humanidades, los analistas de la cultura en América Latina se vinculan
prioritariamente a la sociología, la antropología o las comunicaciones sociales. Las
ciencias ―fuertes‖ que estudian la cultura en América Latina para organismos y
centros de investigación internacionales, acostumbradas a los lenguajes de lo

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numerario y lo estadístico, han desarrollado profesionalmente un tipo de saber


tecno-operativo que domina casi todo el campo académico.

Los estudios culturales se han hecho también cómplices de esta


instrumentalización del conocimiento al desatender las cuestiones de teoría y de
escritura –vinculadas al ensayismo crítico– que le imprimen a la subjetividad y al
pensamiento sus vibraciones más intensivas, para favorecer en cambio la
trivialidad del dato que sólo concibe el saber reducido a conexiones empíricas. A la
mercantilización de los signos y a la burocratización de las conciencias de la
tecnomediación cultural corresponde esta tendencia al aplanamiento de los signos,
que deberá ser contrastada por las búsquedas de lenguaje de ―una crítica
humanística (que) puede ser defendida como necesidad y no como lujo de la
civilización científicotécnica‖ (Sarlo, 1994: 197).

Es para salvar una diferencia –crítica– con este discurso normalizador de


losestudios culturales y su sociologismo adaptativo que algunos preferimos hablar,
por ejemplo, de ―crítica cultural‖. A mitad de camino entre los estudios culturales,
las filosofías de la deconstrucción, la teoría crítica y el neoensayismo, la crítica
cultural se desliza entre disciplina y disciplina mediante una práctica fronteriza de
la escritura que analiza las articulaciones de poder de lo social y de lo cultural,
pero sin dejar de lado las complejas refracciones simbólico-culturales de la
estética. La crítica cultural busca explorar los bordes de mayor disgregación
institucional donde se formulan ciertas prácticas y estéticas ―menores‖ (en sentido
deleuziano), cuyo registro de lectura –por inestable, por flotante, por desviado– no
se aviene bien con las sólidas catalogaciones del saber eficiente que promueve el
empirismo de los estudios culturales en su versión de conocimientos aplicados
(Richard, 1998: 127-160).

Pero ni los estudios culturales (como proyecto de reorganización académica del


saber universitario) ni la crítica cultural (como diagonalidad del texto crítico que
recorre los intersticios de diversas formaciones de discurso) cancelan la pregunta
de cómo resolver las tensiones entre trabajo académico y práctica intelectual, es
decir, entre la delimitada interioridad de la profesión universitaria y los bordes de
intervención extra-disciplinarios a partir de los cuales ampliar socialmente la crítica
a los ordenamientos burocráticos y mercantiles del neocapitalismo. Por muy
transversales que diseñen sus proyectos, los estudios culturales y la crítica cultural

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podrían quedar reducidos a simples máquinas de conocimiento y lectura cuya


hibridez marca nuevos ―cambios de relación entre las disciplinas del campo
intelectual‖, pero sin que estos cambios afecten necesariamente la trama viva de
las interrelaciones cotidianas entre socialidad, política y cultura, que desbordan el
mundo de la cultura académica (Rowe, 1994/5: 42). Recorrer esa trama de
interioridades y exterioridades académicas es también un desafío para la crítica de
la cultura en América Latina, y quizás sea más fácil hacerlo aquí que en Estados
Unidos, donde la máquina de reproducción universitaria conforma el paisaje casi
total en el que se mueven los intelectuales. Pareciera, efectivamente, que
la tensión entre ―intelectuales‖ y ―sociedad‖ ofrece aquí una mayor diversidad
práctica de articulaciones profesionales porque ―los investigadores de América
Latina combinamos más frecuentemente nuestra pertenencia universitaria con el
periodismo, la militancia política y social o la participación en organismos públicos,
todo lo cual posibilita relaciones más móviles entre campos del saber y de la
acción‖ (García Canclini, 1996: 1).

Activar esta diversidad de articulaciones heterogéneas mediante una práctica


intelectual que desborde el refugio academicista para intervenir en los conflictos de
valores, significaciones y poder que se desatan en las redes públicas del sistema
cultural, formaría quizás parte del proyecto de una crítica latinoamericana que
―habla desde distintos espacios institucionales y que lo hace interpelando a
diversos públicos‖ (Montaldo, 1999: 6): una crítica que busca romper la clausura
universitaria de los saberes corporativos para poner a circular sus desacuerdos con
el presente por redes amplias de intervención en el debate público, pero también
una crítica vigilante de sus lenguajes que no quiere mimetizarse con la
superficialidad mediática de la actualidad; una crítica intelectual cuya voz,
entonces, se oponga tanto al realismo práctico del saber instrumentalizado de los
expertos como al sentido común del mercado cultural y a sus trivializaciones
comunicativas.

Hay espacio para ensayar esta voz y diseminar sus significados de resistencia y
oposición a la globalización neoliberal en las múltiples intersecciones dejadas libres
entre el proyecto académico de los estudios culturales y la crítica política de la
cultura.

Notas

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Rios, Alicia (2002) ―Los Estudios Culturales y el estudio de la cultura en


América Latina‖. En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prácticas
Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo
Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad
Central de Venezuela.
i
Una versión anterior de este trabajo, titulada ―La tradición culturalista en
América Latina‖, fue presentada en Caracas en la 3ra. Reunión del Grupo de
Trabajo de CLASCO ―Cultura y Poder‖, realizada en Caracas del 29 de noviembre
al 01 de diciembre de 2001 (saldrá publicada próximamente en RELEA Revista
Latinoamericana de Estudios Avanzados, N°14).
ii
Corriendo el riesgo de dejar algún texto importante fuera, pienso que los más
interesantes son los ―Cultural Studies Questionaire‖ aparecidos en Travesía.
Journal of Latin American Cultural Studies (en particular los de Josefina Ludmer,
Néstor García Canclini, Beatriz Sarlo, George Yúdice, Walter Mignolo y Neil
Larsen); asimismo, ―The Cultural Studies Movement and Latin America. An
Overview‖ de Neil Larsen (Reading North by South. On Latin American
Literature, Culture and Politics. Minneapolis-London: University of Minnesota
Press, 1995, pp. 189-196), ―El proceso de Alberto Mendoza: poesía y
subjetivación‖ de Julio Ramos (Revista de Crítica Cultural 13, 1996: 34-41),
―Intersectando Latinoamérica con el latinoamericanismo: saberes académicos,
práctica teórica y crítica cultural‖ de Nelly Richard (Revista Iberoamericana 180,
1998: 345-361), ―Mestizaje e hibridez: los riesgos de las metáforas‖ de Antonio
Cornejo Polar (Revista Iberoamericana 180, 1997: 341-344), ―De la
deconstrucción al nuevo texto social: pasos perdidos o por hacer en los estudios
culturales latinoamericanos‖ de Román de la Campa (Nuevas perspectivas
desde/sobre América Latina: el desafío de los estudios culturales. Mabel Moraña
ed. Santiago: Cuarto Propio, 2000, pp. 77-95), ―Why do I do Cultural Studies?‖
de Abril Trigo (Journal of Latin American Cultural Studies 9.1, 2000:73-93) y por
último un número especial, en preparación, de la Revista Iberoamericana que
recoge las ponencias de las tres mesas dedicadas al tema en el congreso de
LASA de Washington DC, 2001.
iii
Ver la ―Aubrey Fisher Memorial Lecture‖ de 1993, dictada por Lawrence
Grossberg, que lleva por título ―Cultural Studies: What‘s a name?‖.
iv
Todas estas ideas forman parte de una reflexión mayor que hemos venido

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realizando, desde hace varios años, Abril Trigo, Ana del Sarto y mi persona. Las
tres estamos trabajando en un Latin American Cultural Studies: A Reader que
será publicado a comienzos del 2003 por Duke University Press.
v
Si seguimos al pensador panameño Ricaute Soler, lo apropiado sería hablar de
América Latina a partir de finales del siglo XIX, cuando la resistencia se organiza
alrededor de un nuevo poder: los Estados Unidos. Si nos ocupamos de las
luchas independentistas —a excepción de Cuba y Puerto Rico, quienes marcan
precisamente el cambio— es mejor referirse a Hispanoamérica, es decir, a las
colonias españolas en lucha frente a la Corona (Soler,1975). Es importante esta
distinción porque, con el primer término —América Latina—, podemos englobar
a Brasil y al resto del Caribe inglés y francés, no sólo el hispano parlante. Las
condiciones bajo la hegemonía norteamericana son obviamente diferentes a las
de los tiempos propiamente coloniales.
vi
A propósito del ―buen decir‖ y la formación de sus sujetos, no se puede omitir
la referencia al importante estudio de Julio Ramos. Desencuentros de la
modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XIX (1989), el
cual —junto a La ciudad letrada (1983) de Angel Rama— constituyó un
momento crucial en el preámbulo de lo que hemos llamado los Estudios
Culturales Latinoamericanos.
vii
Resulta muy importante el cuestionamiento que le hace Ramos a la noción de
letrado en Rama, pues para este último ―incluso el escritor finisecular seguía
siendo un letrado y en ese sentido seguía siendo un intelectual orgánico del
poder‖ (Ramos,1989:69). Sobre el intelectual, ver Said, 1996.
viii
Cfr. Rotker, 1991.
ix
Para una lectura muy interesante, que cuestiona la visión del arielismo
tradicional, ver Ardao, 1977.
x
Este es precisamente el caso, como también señala Cornejo, en Aves sin nido
(1899) de Clorinda Matto de Turner.
xi
Al respecto revisar Ludmer 1988, texto clásico con respecto al tema.
xii
Para una lectura muy interesante de Ortiz, ver la introducción de Fernando
Coronil a la edición en inglés del Contrapunteo[..]. (Coronil,1995).
xiii
El diálogo o, al menos, la influencia de Raymond Williams es aquí evidente.

158
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xiv
No deben dejar de mencionarse las enormes reservas expresadas
públicamente por Cornejo a propósito de los Estudios Culturales
Latinoamericanos y los nuevos paradigmas disciplinarios. Constituye ya un
clásico en dichos debates su famosa ponencia, en ausencia, en el LASA de
Guadalajara de 1997, ―Mestizaje e hibridez: los riesgos de las metáforas‖, que
fue publicada luego en la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana 47
(1998:7-11). Sobre dicha presentación pueden revisarse los artículos de Julio
Ramos y Mabel Moraña en el ya citado libro compilado por Moraña, 2000:185-
207 y 221-229 respectivamente.
xv
El término lo tomo, por supuesto, de Mary Louise Pratt: ―social spaces where
disparate cultures meet, clash, and grapple which each other, often in highly
asymmetrical relations of domination and subordination -like colonialism,
slavery, or their aftermachs as they are lived out across the globe today‖
(Pratt,1992:4).
xvi
Uno de los vacíos más evidentes es el caso de la cultura y literatura
brasileñas (Antonio Cândido, Gilberto Freyle y Caio Prado, en particular). Para
un panorama muy interesante, pensado en la misma frecuencia de lo que he
venido desarrollando pero en el caso brasileño, puede consultarse el ―Prólogo‖
de Agustín Martínez a la edición de Biblioteca Ayacucho de Cândido
(Martínez,1991).
xvii
En el primer párrafo de la introducción de During, se establece a contrapelo
esta definición: ―Cultural Studies is, of course, the study of culture, or, more,
particulary the study of contemporary Culture‖ (During,1999:1).

Bibliografía de la Unidad 2

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Soler, Ricaute (1975) Clase y nación en Hispanoamérica. Panamá: Educa.

UNIDAD N0. 3 PRINCIPALES ASPECTOS DE LA


INVESTIGACIÓN EN ESTUDIOS CULTURALES

CAPÍTULO No. 1

El malestar de los estudios culturales


En este capítulo abordaremos la lectura de un escrito de Néstor García Canclini,
intitulado ‗El malestar de los estudios culturales‘, tomado de la siguiente dirección
electrónica: http://www.fractal.com.mx/F6cancli.html

LECCIÓN No. 1

Proliferación de pequeños debates

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No encuentro un término mejor para caracterizar la situación actual de los estudios


culturales que la fórmula inventada por los economistas para describir la crisis de
los
años ochenta: estanflación, o sea, estancamiento con inflación. En los últimos años
se
multiplican los congresos, libros y revistas dedicados a estudios culturales, pero el
torrente de artículos y ponencias casi nunca ofrece más audacias que ejercicios de
aplicación de las preguntas habituales de un poeta del siglo XVII, un texto ajeno al
canon o un movimiento de resistencia marginal que aún no habían sido
reorganizados bajo este estilo indagatorio. La proliferación de pequeños debates
amplificados por internet puede dar la apariencia de dinamismo en los estudios
culturales, pero –como suele ocurrir en otros ámbitos con la oferta y la demanda–
tanta abundancia, circulando globalizadamente, tiende a extenuarse pronto; no
deja tiempo para que los nuevos conceptos e hipótesis se prueben en
investigaciones de largo plazo, y pasamos corriendo a imaginar lo que se va a usar
en la próxima temporada, qué modelo nos vamos a poner en el siguiente congreso
internacional.

Hay, sin embargo, algunos productos que escapan a ese mercado, a estos desfiles
vertiginosos. Después de veinte o treinta años de estudios culturales, es posible
reconocer que esta corriente generó algunos resultados mejores que la época de
fastthinkers en que le tocó desenvolverse.

Unas cuantas investigaciones han contribuido a pensar de otro modo los vínculos
con la cultura y la sociedad de los textos literarios, el folclor, las imágenes
artísticas y los procesos comunicacionales. En algunos casos, sobre todo en
América Latina, al estudiarse conjuntamente la interacción de estos campos
disciplinarios con su contexto se viene produciendo una renovación de las
humanidades y las ciencias sociales. En Estados Unidos, los cultural studies han
modificado significativamente el análisis de los discursos, dentro del territorio
humanístico, pero son escasas las investigaciones empíricas: en esa especie de
enciclopedia de esta corriente que es el libro coordinado por Lawrence Grossberg,
Any Nelson y Pamela Treichler, no se encuentra a lo largo de sus 800 páginas casi
ningún dato duro, gráficas, muy pocos materiales empíricos, pese a que varios
textos hablan de la comunicación, el consumo y la mercantilización de la cultura.
De sus cuarenta artículos ni uno está dedicado a la economía de la cultura. Ante

163
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tales carencias es comprensible que muchos científicos sociales desconfíen de este


tipo de análisis.

El otro aspecto crítico que deseo destacar es que la enorme contribución realizada
por los estudios culturales para trabajar transdisciplinariamente y con procesos
interculturales –dos rasgos de esta tendencia– no va acompañada por una
reflexión teórica y epistemológica. Sin esto último, puede ocurrir lo que tantas
veces se ha dicho de los estudios literarios, del folclor y de otros campos
disciplinarios: que se estancan en la aplicación rutinaria de una metodología poco
dispuesta a cuestionar teóricamente su práctica.

Creo que los estudios culturales pueden librarse del riesgo de convertirse en una
nueva ortodoxia fascinada con su poder innovador y sus avances en muchas
instituciones académicas, en la medida en que encaremos los puntos teóricos
ciegos, trabajemos las inconsistencias epistemológicas a las que nos llevó
movernos en las fronteras entre disciplinas y entre culturas, y evitemos "resolver"
estas incertidumbres con los eclecticismos apurados o el ensayismo de ocasión a
que nos impulsan las condiciones actuales de la producción "empresarial" de
conocimiento y su difusión mercadotécnica. Lo digo así para insinuar que el énfasis
teórico epistemológico, al que me limitaré por restricciones de tiempo, no puede
hacernos olvidar que nuestras incertidumbres están relacionadas con la
descomposición del orden social, económico y universitario liberal, con la irrupción
y las derrotas de movimientos sociales cuestionadores en las últimas décadas y
con el desmoronamiento de paradigmas pretendidamente científicos que guiaron la
acción social y política. Se verá al final que esta revisión teórica tiene
consecuencias en uno de los territorios al que los estudios culturales ha prestado
más
atención: la construcción del poder a partir de la cultura.

LECCIÓN No. 2

¿Cómo narramos los desencuentros?

Quiero situar estas preocupaciones en relación con procesos de fin de siglo que
por el

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momento, para entendernos, voy a sintetizar como las estrategias de construcción,


circulación y consumo de estereotipos interculturales. Llegué a este asunto luego
de
estudiar varios años las políticas culturales y su transformación en el contexto de
libre
comercio e integración regional y global.

Desde que comenzó a gestionarse el Tratado de Libre Comercio entre Estados


Unidos, México y Canadá, así como otros posteriores entre países latinoamericanos
(Mercosur, Grupo de los Tres, etc.) y de éstos con Estados Unidos, es evidente que
estos acuerdos no sólo liberalizan el comercio, sino que conceden aunque sea un
pequeño lugar a cuestiones culturales, se acompañan con un incremento del
intercambio sociocultural multinacional y favorecen actividades que antes no
existían o eran débiles. Se están haciendo nuevos convenios entre empresas
editoriales y de televisión, entre universidades y centros artísticos de varios países,
e innumerables reuniones sobre la articulación de programas educativos,
científicos y artísticos de las naciones involucradas. Están cambiando las imágenes
que cada sociedad tiene de las otras y las influencias recíprocas en los estilos de
vida.

¿Con qué instrumentos intelectuales enfrentamos esta situación? En los últimos


cinco años se han escrito muchos artículos y desarrollado polémicas sobre los
nuevos procesos culturales –sobre todo a nivel periodístico– por parte de
intelectuales, funcionarios públicos y empresarios. Pero pocos se preguntan si los
instrumentos y modelos conceptuales empleados en el pasado sirven para analizar
la nueva etapa. En Estados Unidos y en los países latinoamericanos se están
revisando las políticas culturales, pero raras veces toman como eje este novedoso
proceso de integración; apenas reorganizan sus instituciones culturales de acuerdo
con el adelgazamiento de los presupuestos estatales y según criterios
empresariales. De manera que los análisis del intercambio cultural no se apoyan en
un paradigma consistente, adecuado a la situación de fin de siglo, sino sobre la
función de la cultura en la interacción entre todas estas sociedades. Sin pretender
ser exhaustivo, voy a referirme a dos narrativas que quizá sean las más
influyentes.

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1. La inconmensurabilidad ideológica. Este primer relato aparece en debates sobre


el
libre comercio en América del Norte que tienen en cuenta la cultura y las
comunicaciones no sólo como parte de los intercambios económicos sino también
como claves para los logros o fracasos de tales interacciones. La compatibilidad en
los estilos culturales de desarrollo es considerada un ingrediente básico para
realizar cualquier integración multinacional y para que se desenvuelva con éxito.
Algunos autores jerarquizan "la similitud en las orientaciones hacia la democracia"
y la coincidencia o convergencia de las modalidades de desarrollo económico (R.
Inglehart et al., Convergencia en Norteamérica, política y cultura, 1994). Pero
dudan acerca de la
integración norteamericana, debido a que el predominio de la tradición protestante
de
Estados Unidos y Canadá habría generado en esas sociedades ciertas virtudes
("trabajo, humildad, frugalidad, servicio y honestidad") que contrastarían con las
que la tradición católica habría promovido preferentemente en México ("la
recreación, la grandiosidad, la generosidad, la desigualdad y la hombría") (R.
Inglehart et al., op. cit.).

Los mismos autores sostienen que quizá tales divergencias históricas no sean tan
importantes si pensamos que el proceso de integración, iniciado a mediados de
este siglo, favorece la apertura de las sociedades y lleva a aceptar nuevos marcos
conceptuales para transformarlas. En los países de Norteamérica la convergencia
se lograría al tener intereses compartidos por desarrollar economías de libre
mercado y formas políticas democráticas, y dar menor peso a las instituciones
nacionales en beneficio de la globalización. Pero sabemos que estos tres puntos
supuestamente comunes motivan controversias en las tres naciones: su
cuestionamiento se acentuó durante los debates sobre si se firmaba o no el TLC, y
en los tres primeros años de su aplicación. Los autores citados, pese a su visión
optimista de la liberación comercial, reconocen que ésta "produce oposición
política porque atrae claramente la atención hacia dilemas antiguos o de reciente
aparición". La agudización de conflictos fronterizos y migratorios en los años
recientes pone en evidencia los dilemas culturales irresueltos; por ejemplo, la
integración multiétnica, la coexistencia de nuevos migrantes con residentes
antiguos, y el reconocimiento pleno de los derechos de las minorías y de las
regiones dentro de cada país. El aumento de las relaciones favorecido por la

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integración está revelando la escasa pertinencia de la narrativa sobre la


inconmensurabilidad ideológica.

2. La "americanización‖ de América Latina y la latinización de E.U. Algunas de


estas
cuestiones son más consideradas en otra narrativa, con una extensa historia, que
examina las relaciones entre estas sociedades como si lo principal fuera la
creciente "americanización" de la cultura en los países latinoamericanos y, en
sentido inverso, la latinización y mexicanización de algunas zonas de Estados
Unidos. Carlos Monsiváis ha escrito que tales preocupaciones son tardías, porque
América Latina viene americanizándose desde hace muchas décadas y esta
americanización ha sido "las más de las veces fallida y epidérmica" (C. Monsiváis,
"De la cultura mexicana en vísperas del Tratado de Libre Comercio", en G. Guevara
Niebla y N. García Canclini (eds.), La educación y la cultura ante el Tratado de
Libre Comercio, 1994). Admite este autor que el proceso se ha acentuado con la
dependencia económica y tecnológica, pero ello no
elimina la conservación de una lengua diferente en México –por más palabras
inglesas
que se incorporen–, ni la fidelidad a tradiciones religiosas, gastronómicas, y formas
de
organización familiar diferentes de las de Estados Unidos. Por otra parte, también
toma
en cuenta –como otros– las crecientes migraciones de mexicanos hacia Estados
Unidos, que influyen en la cultura política y jurídica, los hábitos de consumo y las
estrategias educativas, artísticas y comunicacionales de estados como California,
Arizona y Texas.

Sin embargo, la discriminación, las deportaciones, la exclusión cada vez más


severa de muchos migrantes latinos de los beneficios del "american way of life"
vuelven cada vez más conflictiva la presencia de "hispanos": al menos, no
permiten pronosticar un avance limitado y unidireccional de los grupos mexicanos
y latinoamericanos en Estados Unidos, ni permiten asegurar que la cultura latina
vaya a trascender su lugar periférico dentro de este país.

¿Proveen los estudios culturales un paradigma científicamente más válido para


superar el carácter insatisfactorio de estas narrativas? (Quiero aclarar que tomo en

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bloque, bajo la denominación de estudios culturales, vastos conjuntos de trabajos


que, si bien poseen los rasgos antes señalados, presentan diferencias entre los
practicantes estadounidenses y latinoamericanos, así como dentro de cada región.
No tengo espacio aquí más que para remitir a textos en que varios autores
distinguimos tales variaciones: J. Beverley, "Estudios culturales y vocación política"
(Revista de crítica cultural, N. 12, 1996); N. García Canclini, Culturas en
globalización (1996); L. Grossberg et al, Cultural studies (1992); F. Jameson,
"Conflictos interdisciplinarios en la investigación sobre cultura" (Alteridades, N. 5,
1993); N. Richard, "Signos culturales y mediaciones académicas" (B. González,
Cultura y tercer mundo, 1996); G. Yúdice, "Tradiciones comparativas de estudios
culturales: América Latina y Estados Unidos" (Alteridades, N. 5, 1993).

LECCIÓN No. 3

Mejoría en el conocimiento recíproco

Tanto la perspectiva transdisciplinaria de los estudios culturales como algunas


investigaciones empíricas, y por supuesto la intensificación de intercambios
comunicacionales, económicos y migratorios entre Estados Unidos y América
Latina, han mejorado el conocimiento recíproco entre estas sociedades. Se
diferencian con más cuidado sus diversas regiones y sectores y, por lo tanto, se
van superando las definiciones difusas de las identidades nacionales, que las
conciben como esencias atemporales y autocontenidas "amenazadas" por el
contacto con "los otros". Al ofrecer visiones más profundas de la multiculturalidad
y sus diferencias, de la desterritorialización y la reterritorialización, los estudios
culturales permiten retrabajar la información sobre la inconmensurabilidad
ideológica entre las sociedades, y sobre la americanización y la latinización. Pese a
estos avances conceptuales y empíricos, no puede afirmarse que los estudios
culturales constituyan ya un paradigma coherente y consistente (L. Grossberg et

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al. op. cit.; F. Jameson, op. cit.). En cierto modo, ofrecen también una narrativa, o
varias en conflicto, con divergencias acerca del modo de estudiar la cultura y su
relación con los contextos sociales. De acuerdo con la afirmación de Frederic
Jameson de que los estudios culturales son menos "una disciplina novedosa" que
el intento de "construir un bloque histórico", pueden interpretarse las
contribuciones de esta corriente al intercambio América Latina-EstadosUnidos
como la narrativa más avanzada, con mejor elaboración crítica, pero aún
dependiente de los proyectos socioculturales y políticos con que se tratan de
encarar las contradicciones. Me refiero a las contradicciones entre lo local, lo
nacional y lo global, entre el multiculturalismo hegemónico y el de las minorías en
Estados Unidos, entre las concepciones oficiales de la pluriculturalidad en América
Latina y las posiciones de los sectores que no se sienten representados por ellas.

Como parte de este proceso, los estudios culturales configuran hoy un ámbito
clave de interlocución entre los especialistas de la cultura estadounidense y
latinoamericana y, por tanto, pueden examinarse como un espacio de elaboración
intelectual de los intercambios entre ambas culturas. Pero para que esta
elaboración avance con rigor es necesario trabajar sobre las divergencias teóricas y
las inconsistencias epistemológicas responsables de que no pueda hablarse en los
estudios culturales de paradigmas o modelos científicos sino de narrativas. Cuando
menciono paradigmas o modelos no estoy regresando al cientificismo que
postulaba un saber de validez universal, cuya formalización abstracta lo volvería
aplicable a cualquier sociedad y cultura. Pero tampoco me parece satisfactoria la
complacencia posmoderna que acepta la reducción del saber a narrativas
múltiples. No veo por qué abandonar la aspiración de universalidad del
conocimiento, la búsqueda de una racionalidad interculturalmente compartida que
dé coherencia a los enunciados básicos y los contraste empíricamente. Ha sido
este tipo de trabajo el que ha puesto de manifiesto que diferentes culturas poseen
lógicas y estrategias diferentes para acceder a lo real y validar sus conocimientos,
más intelectuales en algunos casos, más ligadas a la "sensibilidad" y a la
"imaginación" en otros. Pero creo que el relativismo antropológico que se queda en
un simple reconocimiento desjerarquizado de estas diferencias ha mostrado
suficientes limitaciones como para que no nos instalemos en él. La necesidad de
construir un saber válido interculturalmente se vuelve más imperiosa en una época
en que las culturas y las sociedades se confrontan todo el tiempo en los
intercambios económicos y comunicacionales, las migraciones y el turismo.

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Precisamos desarrollar políticas ciudadanas que se basen en una ética


transcultural, sostenida por un saber que combine el reconocimiento de diferentes
estilos sociales con reglas racionales de convivencia multiétnica y supranacional.

LECCIÓN No. 4

Revisiones teóricas

a) Un primer requisito para trabajar en esta dirección es redefinir el objeto de los


estudios culturales: de la identidad a la heterogeneidad y la hibridación
multiculturales. Ya no basta con decir que no hay identidades caracterizables por
esencias autocontenidas y ahistóricas, e intentar entenderlas como las maneras en
que las comunidades se imaginan y construyen historias sobre su origen y
desarrollo. En un mundo tan interconectado, las sedimentaciones identitarias
(etnias, naciones, clases) se reestructuran en medio de conjuntos interétnicos,
transclasistas y transnacionales.
Las maneras diversas en que los miembros de cada etnia, clase y nación se
apropian de los repertorios heterogéneos de bienes y mensajes disponibles en los
circuitos transnacionales genera nuevas formas de segmentación. Estudiar
procesos culturales es, por esto, más que afirmar una identidad autosuficiente,
conocer formas de situarse en medio de la heterogeneidad y entender cómo se
producen las hibridaciones.

Si bien aquí me interesa destacar el argumento teórico, quiero recordar la tesis de


David Theo Goldberg acerca de que "la historia del monoculturalismo" muestra
cómo los pensamientos centrados en la identidad y la diferencia conducen a
menudo a políticas de homogeneización fundamentalista. Por lo tanto, convertir en
concepto eje la heterogeneidad es no sólo un requisito de adecuación teórica al
carácter multicultural de los procesos contemporáneos, sino una operación
necesaria para desarrollar políticas multiculturales democráticas y plurales, capaces
de reconocer la crítica, la polisemia y la heteroglosia.

b) En segundo lugar, pensar los vínculos entre cultura, sociedad y saber, no sólo
en relación con las diferencias sino con la desigualdad, requiere ocuparse de la
totalidad social. No estoy hablando de las nociones compactas de totalidad

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pseudouniversalistas y en realidad etnocéntricas, por ejemplo las hegelianas o


marxistas, sino de las modalidades abiertas de interacción transnacional que
propicia la globalización económica, política y cultural. En este punto, cabe señalar
una diferencia significativa entre los estudios culturales de Estados Unidos y los de
América Latina. Me parece que la discrepancia clave entre la multiculturalidad
estadounidense y lo que en América Latina más bien se ha llamado pluralismo o
heterogeneidad cultural reside en que, como explican varios autores, en Estados
Unidos "multiculturalismo significa separatismo" (R. Hughes, Culture of Complaint.
The Fraying of America, 1993; Ch. Taylor, "The Politics of Recognition", en D. T.
Goldberg (ed.), Multiculturalism: A critical reader, 1994; M. Walzer, "Individus et
communautés: les deux pluralismes", en Esprit, junio, 1995). De acuerdo con Peter
McLaren, conviene distinguir entre un multiculturalismo conservador, otro liberal y
otro liberal de izquierda. Para el primero, el separatismo entre las etnias se halla
subordinado a la hegemonía de los WASP y su canon que estipula lo que se debe
leer y aprender para ser culturalmente correcto. El multiculturalismo liberal postula
la igualdad natural y la equivalencia cognitiva entre razas, en tanto el de la
izquierda explica las violaciones de esa igualdad por el acceso inequitativo a los
bienes. Pero sólo unos pocos autores, entre ellos McLaren, sostienen la necesidad
de "legitimar múltiples tradiciones de conocimiento" a la vez, y hacer predominar
las construcciones solidarias sobre las reivindicaciones de cada grupo. Por eso,
pensadores como Michael Walzer expresan su preocupación porque "el conflicto
agudo hoy en la vida norteamericana no opone el multiculturalismo a alguna
hegemonía o singularidad", a "una identidad norteamericana vigorosa e
independiente", sino "la multitud de grupos a la multitud de individuos..." "Todas
las voces son fuertes, las entonaciones son variadas y el resultado no es una
música armoniosa –contrariamente a la antigua imagen del pluralismo como
sinfonía en la cual cada grupo toca su parte (pero ¿quién escribió la música?)– sino
una cacofonía" (M. Walzer, op. cit.).

En América Latina, las relaciones entre cultura hegemónica y heterogeneidad se


desenvolvieron de otro modo. Lo que podría llamarse el canon en las culturas
latinoamericanas debe históricamente más a Europa que a Estados Unidos y a
nuestras culturas autóctonas, pero a lo largo del siglo XX combina influencias de
diferentes países europeos y las vincula de un modo heterodoxo formando
tradiciones nacionales. Autores como Jorge Luis Borges y Carlos Fuentes dan cita
en sus obras a las tradiciones de sus sociedades de origen junto a expresionistas

171
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alemanes, surrealistas franceses, novelistas checos, italianos, irlandeses, autores


que se desconocen entre sí, pero que escritores de países periféricos, como decía
Borges, exagerando, "podemos manejar" "sin supersticiones", con "irreverencia".
Si bien Borges y Fuentes podrían ser caso extremos, encuentro en los especialistas
en humanidades y ciencias sociales, y en general en la producción cultural de
nuestro continente, una apropiación híbrida de los cánones metropolitanos y una
utilización crítica en relación con variadas necesidades nacionales. De un modo
análogo puede hablarse de la ductilidad hibridadora de los migrantes, y en general
de las culturas populares latinoamericanas. Además, las sociedades de América
Latina no se formaron con el modelo de las pertenencias étnico comunitarias,
porque las voluminosas migraciones extranjeras en muchos países se fusionaron
en las nuevas naciones. El paradigma de estas integraciones fue la idea laica de
república, con una apertura simultánea a las modulaciones que ese modelo francés
fue adquiriendo en otras culturas europeas y en la constitución estadounidense.

Esta historia diferente y desigual de Estados Unidos y de América Latina hace que
no predomine en los países latinoamericanos la tendencia a resolver los conflictos
multiculturales mediante políticas de acción afirmativa. Las desigualdades en los
procesos de integración nacional engendraron en América Latina
fundamentalismos nacionalistas y etnicistas, que también promueven
autoafirmaciones excluyentes – absolutizan un solo patrimonio cultural, que
ilusamente se cree puro– para resistir la hibridación. Hay analogías entre el énfasis
separatista, basado en la autoestima como clave para la reivindicación de los
derechos de las minorías en Estados Unidos, y algunos movimientos indígenas y
nacionalistas latinoamericanos que interpretan maniqueamente la historia
colocando todas las virtudes del lado propio y atribuyendo la falta de desarrollo a
los demás. Sin embargo, no fue la tendencia prevaleciente en nuestra historia
política. Menos aún en este tiempo de globalización que vuelve más evidente la
constitución híbrida de las identidades étnicas y nacionales, y la interdependencia
asimétrica, desigual, pero insoslayable en medio de la cual deben defenderse los
derechos de cada grupo. Por eso, movimientos que surgen de demandas étnicas y
regionales, como el zapatismo de Chiapas, sitúan su problemática particular en un
debate sobre la nación y sobre cómo reubicarla en los conflictos internacionales. O
sea, en una crítica general sobre la modernidad (S. Zermeño, La sociedad
derrotada El desorden mexicano de fin de siglo, 1996). Difunden sus

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reivindicaciones por los medios masivos de comunicación, por internet, y disputan


así esos espacios en vista de una inserción más justa en la sociedad civil.

Los estudios culturales latinoamericanos que me parecen más fecundos (por


ejemplo R. Bartra, La jaula de la melancolía, 1987; B. Sarlo, Escenas de la vida
posmoderna, 1994) analizan las injusticias en las políticas de representación, pero
en vez de enfrentarlas mediante el separatismo de la acción afirmativa, ubican las
demandas insatisfechas como parte de la necesaria reforma del Estado-nación. En
tanto las reivindicaciones de los ofendidos y los estudios que las interpretan se
canalizan de este modo, muestran su propósito de hacer conmensurable la
heterogeneidad y volverla productiva.

LECCIÓN No. 5

¿Desde dónde hablan los estudios culturales?

Esta diferencia en los modos de concebir la multiculturalidad depende de los


lugares de
enunciación o los puestos de observación de los investigadores. En el pensamiento
norteamericano se hallan constantes cuestionamientos a las concepciones
universalistas que han contrabandeado, bajo apariencias de objetividad, las
perspectivas coloniales, occidentales, masculinas, blancas y de otros sectores.
Algunas de estas críticas desconstruccionistas han sido elaboradas también en las
ciencias sociales y las humanidades latinoamericanas: pensadores nacionalistas,
marxistas y otros asociados a la teoría de la dependencia plantearon objeciones
semejantes a teorías sociales y culturales metropolitanas y utilizaron
creativamente, desde la década del sesenta, las obras de Gramsci y Fanon, que en
los últimos años los cultural studies estadounidenses –y algunos
latinoamericanistas– proponen como novedades sin ninguna referencia a las
reelaboraciones hechas en América Latina de tales autores, con objetivos

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análogos. En otros aspectos, como los aportes del pensamiento feminista a los
estudios culturales, su desarrollo es débil en casi todos los principales especialistas
latinoamericanos, aunque el diálogo más fluido con la academia anglosajona está
reequilibrando un poco esta carencia (H. Buarque, "O estranho horizonte da crítica
feminista no Brasil", en C. Rincón, et al. Nuevo texto crítico, N. 14-15, 1995).

No puedo extenderme aquí en una cuestión polémica y compleja, pero su


importancia me anima a concluir señalándola. Después de haberse atribuido en los
años sesenta y setenta poderes especiales para generar conocimientos "más
verdaderos" a ciertas posiciones sociales (colonizados, subalternos, obreros y
campesinos) ahora muchos pensamos que no existen tales poderes, que eran una
ilusión que la historia se ha encargado de desvanecer. En concordancia con el
desplazamiento teórico sugerido antes –de la identidad a la heterogeneidad y la
hibridación–, considero que el especialista en cultura gana poco estudiando el
mundo desde identidades parciales (metrópolis, naciones periféricas o
poscoloniales, élites, grupos subalternos, disciplinas aisladas) sino desde las
intersecciones.

Adoptar el punto de vista de los oprimidos o excluidos puede servir, en la etapa de


descubrimiento, para generar hipótesis o contrahipótesis, para hacer visibles
campos de lo real descuidados por el conocimiento hegemónico. Pero en el
momento de la justificación epistemológica conviene desplazarse entre las
intersecciones, en las zonas donde las narrativas se oponen y se cruzan. Sólo en
esos escenarios de tensión, encuentro y conflicto es posible pasar de las
narraciones sectoriales (o francamente sectarias) a la elaboración de
conocimientos capaces de deconstruir y controlar los condicionamientos de cada
enunciación.
Esto implica pasar también de concebir los estudios culturales sólo como un
análisis hermenéutico a un trabajo científico que combine la significación y los
hechos, los discursos y sus arraigos empíricos. En suma, se trata de construir una
racionalidad que pueda entender las razones de cada uno y la estructura de los
conflictos y las negociaciones.

En la medida en que el especialista en estudios culturales quiere realizar un trabajo


científico consistente, su objetivo final no es representar la voz de los silenciados
sino entender y nombrar los lugares donde sus demandas o su vida cotidiana

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entran en conflicto con los otros. Las categorías de contradicción y conflicto están,
por lo tanto, en el centro de esta manera de concebir los estudios culturales. Pero
no para ver el mundo desde un solo lugar de la contradicción sino para
comprender su estructura actual y su dinámica posible. Las utopías de cambio y
justicia, en este sentido, pueden articularse con el proyecto de los estudios
culturales, no como prescripción del modo en que deben seleccionarse y
organizarse los datos sino como estímulo para indagar bajo qué condiciones
(reales) lo real pueda dejar de ser la repetición de la desigualdad y la
discriminación, para convertirse en escena del reconocimiento de los otros.
Retomo aquí una propuesta de Paul Ricoeur cuando, en su crítica al
multiculturalismo norteamericano, sugiere pasar del énfasis sobre la identidad a
una política de reconocimiento. "En la noción de identidad hay solamente la idea
de lo mismo, en tanto reconocimiento es un concepto que integra directamente la
alteridad, que permite una dialéctica de lo mismo y de lo otro. La reivindicación de
la identidad tiene siempre algo de violento respecto del otro. Al contrario, la
búsqueda del reconocimiento implica la reciprocidad" (P. Ricoeur, La critique et la
conviction: entretien avec F. Azouvi et M. Launay, 1995).

Aun para producir bloques históricos que promuevan políticas contrahegemónicas


(J. Beverly, op. cit.) –interés que comparto– es conveniente distinguir entre
conocimiento, acción y actuación; o sea, entre ciencia, política y teatro. Un
conocimiento descentrado de la propia perspectiva, que no quede subordinado a
las posibilidades de actuar transformadoramente o de dramatizar la propia posición
en los conflictos, puede ayudar a comprender mejor las múltiples perspectivas en
cuya interacción se forma cada estructura intercultural. Los estudios culturales,
entendidos como estudios científicos, pueden ser ese modo de renunciar a la
parcialidad del propio punto de vista para reivindicarlo como sujeto no delirante de
la acción política.

CAPÍTULO No.2

Debilidades y Fortalezas

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LECCIÓN No. 1

Técnicas de investigación prestadas

Tanto quienes lo critican como quienes comulgan con ellos coinciden en señalar
que los estudios culturales no poseen técnicas de investigación propias, para
algunos esta situación es una debilidad y otros la consideran como una fortaleza.

Lo que cierto es que los estudios culturales hacen uso de metodologías de


investigación nacidas en otras disciplinas, que son articuladas de forma creativa y
flexibles, hecho que al que se le ha denominado ‗pluralismo metodológico‘.

Teniendo en cuenta lo anterior, es preciso aclarar en este punto que no es lo mismo habar
de estudios sobre la cultura y Estudios Culturales, para ello traemos a colación algunos
apartes de texto: Apuntes sobre estudios culturales, escrito por Eduardo Restrepo,
Profesor asociado. Instituto de Estudios Sociales y Culturales, Pensar. Universidad
Javeriana de Colombia. El documento completo se puede consultar en la siguiente
dirección:
http://www.google.com.co/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=1&ved=0CCsQFj
AA&url=http%3A%2F%2Fwww.ram-
wan.net%2Frestrepo%2Fdocumentos%2Fapuntes%2520sobre%2520eeccs.doc&ei=8Kt5U
ZW-JqLk4AOk4oDoDw&usg=AFQjCNGFCJS_l3GlngeCQhdFnMIUZJ-
z3Q&bvm=bv.45645796,d.dmg

Aunque no es difícil encontrar gente que dice hacer estudios culturales por el mero
hecho de que están interesados en estudiar fenómenos culturales
contemporáneos, una de las distinciones más importantes para entender la
especificidad de los estudios culturales radica en la diferencia tajante entre
estudios sobre la cultura y estudios culturales. Para plantearlo de forma simple,
digamos que los estudios sobre la cultura constituyen un amplio y contradictorio
campo donde se encuentran disímiles encuadres disciplinarios, interdisciplinarios y
transdisciplinarios que se refieren a la ‗cultura‘ como su objeto de análisis. Desde
esta perspectiva, entonces, lo que se ha dado en llamar antropología cultural,
sociología de la cultura, crítica cultural y estudios culturales pertenecerían a este
heterogéneo y amplio campo de los estudios sobre la cultura. Por tanto, no se
podría confundir estudios culturales con estudios sobre la cultura ya que los
primeros serían, a lo sumo, una parte o componente de los segundos.

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Sin embargo, existen un par de imprecisiones que ameritan evitarse desde el


principio en suponer que los estudios culturales deben ser pensados como una
parte o componente de este campo de los estudios sobre la cultura. De un lado,
los estudios culturales no son (o, al menos, no pretenden ser) simple y llanamente
‗estudios‘ sino constituirse como una práctica intelectual con una clara vocación
política. Del otro lado, la ‗cultura‘ no es un simple referente ―allá afuera en el
mundo‖ del cual los estudios culturales tomarían un aspecto o nivel de análisis,
mientras que otros saberes abordarían otros aspectos o niveles. Por ahora, baste
con anotar que los estudios culturales no pueden ser confundidos con estudios
sobre la cultura.

LECCIÓN No. 2

Transdisciplinariedad

Para dar explicación a esta importante característica de los estudios culturales,


traemos nuevamente a escena en las próximas dos lecciones el escrito: Apuntes
sobre estudios culturales, escrito por Eduardo Restrepo, Profesor asociado. Instituto
de Estudios Sociales y Culturales, Pensar. Universidad Javeriana de Colombia. El
documento completo se puede consultar en la siguiente dirección:
http://www.google.com.co/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=1&ved=0CCsQFj
AA&url=http%3A%2F%2Fwww.ram-
wan.net%2Frestrepo%2Fdocumentos%2Fapuntes%2520sobre%2520eeccs.doc&ei=8Kt5U
ZW-JqLk4AOk4oDoDw&usg=AFQjCNGFCJS_l3GlngeCQhdFnMIUZJ-
z3Q&bvm=bv.45645796,d.dmg.

También existe un virtual consenso entre muchos de quienes hacen estudios


culturales en que la transdisciplinariedad (o interdisciplinariedad en el vocabulario
de otros) constituye uno de sus rasgos distintivos. Antes que disciplinarios, los
estudios culturales establecerían sus intervenciones desde un encuadre

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transdiciplinario o, cuando menos, interdisciplinario. Esta transdisciplinariedad


estaría dada porque para comprender las problemáticas y preguntas propias de los
estudios culturales no basta con un enfoque o metodología de una de las
disciplinas ya constituidas como la sociología, las ciencias políticas, la crítica
literaria o la antropología. Así, las explicaciones de la cultura no se circunscriben a
lo cultural (como tiende a hacer cierta antropología y otros reduccionismos
culturalistas), sino que incorpora exterioridades como las relaciones sociales, el
poder o la economía. No obstante, la transdisciplinariedad o interdisciplinariedad
en los estudios culturales no se entiende como una mera yuxtaposición mecánica
de dos o más disciplinas en una especie de simple sumatoria que en últimas
mantendría incólume la identidad de cada una de ellas.

Ahora bien, pueden ser identificadas dos posiciones contrarias extremas con
respecto a la relación entre esta transdiciplinariedad constitutiva de los estudios
culturales y las disciplinas. De un lado, aquella posición que argumenta que la
transdisciplinariedad de los estudios culturales significaría en la práctica una
‗declaración de muerte‘ para las disciplinas o, cuando menos, a sus ‗versiones
positivistas‘ y fragmentantes de la ‗realidad‘ (cf. Flórez 2000). Por tanto, desde
esta posición, se consideraría a los estudios culturales como una privilegiada
síntesis supradisciplinaria. De otro lado, estaría una posición que asumiría la
transdisciplinariedad como una problematización para las disciplinas sin que ello
implique su negación o supresión. En esta línea podrían interpretarse
planteamientos como los de Santiago Castro-Gómez cuando argumenta que los
estudios culturales deben ser pensados como un campo de articulación
disciplinaria: ―Los estudios culturales no son una ‗antidisciplina libre‘ sino un área
común de conocimiento que ha contribuido a una retroalimentación de las
disciplinas, esto es, a una reestructuración de los paradigmas tradicionales‖
(Castro-Gómez 2003: 71).

Algunos antropólogos han afirmado erradamente (cf. Reynoso 2000) que los
estudios culturales pretenden arrebatarle su ‗objeto de estudio‘, esto es, la cultura.
Los estudios culturales son interdisciplinarios (o, mejor aun, transdisciplinarios)
porque su pregunta por las relaciones entre cultura y poder lo llevan más allá de
una disciplina ya constituida sobre lo cultural como la antropología: ―[…] la forma
de su carácter interdisciplinario es configurado sobre el reconocimiento que mucho
de lo que uno requiere para comprender las prácticas y relaciones culturales no es,

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en un sentido obvio, cultural‖ (Grossberg 1997: 236). Por tanto, la categoría de


cultura de los estudios culturales no es equiparable a las categorías de cultura con
las que ha operado el grueso de la antropología.

Si uno confunde el término o la palabra con los conceptos o categorías a las cuales
refiere, entonces no comprenderá que el concepto de cultura de los estudios
culturales no es una apropiación (ilegitima, seguramente desde la perspectiva de
antropólogos como Reynoso) de los conceptos de cultura adelantados por la
antropología.xvii Desde la antropología se han articulado categorizaciones de
‗cultura‘ desde diferentes perspectivas teóricas en sus más de cien años de
existencia institucional: difusionismo, evolucionismo, materialismo, ecología
cultural, funcionalismo, estructuralismo, intrepretativismo, posestructuralismo y
perfomativismo, son algunos de las tantas etiquetas que han circulado para dar
cuenta de estas diferencias a su interior. A pesar de estas diferencias, dos son los
tipos de categorizaciones que se han impuesto: (1) la de cultura como modo de
vida y (2) la de cultura como sistema de significados o el orden de lo simbólico.

Para ciertas tendencias de los estudios culturales la categoría de ‗cultura‘ responde


a una problemática definida por su articulación constitutiva con el poder y la
representación. Esto es, no se interesa por la ‗cultura‘ en sí como lo haría la
antropología (u otros análisis culturalistas), sino por cómo se encuentra
constitutivamente articulada con los dispositivos del poder (y de resistencia)
concretos y que son de particular relevancia política para la comprensión e
intervención en el presente. De ahí que el concepto gramsciano de hegemonía
haya sido de particular relevancia en este tipo de análisis.

Los estudios culturales tampoco pretenden arrebatarle a la ciencia política su


‗objeto de estudio‘. La noción de poder con la que se trabaja en estos estudios
culturales no es la de las ciencias políticas que tiende a circunscribirse a los
aparatos de estado, a la legitimidad del ejercicio de gobierno y a la
institucionalidad de la política. Para los estudios culturales, el poder es más el
ejercicio de ciertas relaciones de fuerza donde las subjetividades, corporalidades y
espacialidades son producidas y confrontadas en diversas escalas (incluyendo las
de la formación del estado, la nación y el sistema mundo, no sólo la filigrana de la
individualidad o el lugar).

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LECCIÓN No. 3

Politización de la teoría y teorización de lo político

Un rasgo sobre el cual existe cierto acuerdo entre quienes realizan estudios
culturales consiste en que no se imaginan como una labor exclusiva, ni
sustancialmente, académica sino como una que se supone como práctica
intelectual en una estrecha relación con intervenciones políticas concretas. El
propósito no es el de la acumulación ampliada del conocimiento por el
conocimiento mismo. No es el conocimiento ostentoso, el conocimiento-florero, el
de la nota a pie de página o el enciclopédico, el que se considera relevante desde
los estudios culturales. Al contrario, los estudios culturales constituyen una práctica
intelectual que se articula políticamente en tanto ―[…] buscan producir
conocimiento que ayude a la gente a entender que el mundo es cambiable y que
ofrezca algunas indicaciones en cómo cambiarlo‖ (Grossberg 1997b: 267). Esto es
lo que Stuart Hall ha denominado la ‗vocación política‘ o la ‗voluntad política‘ de los
estudios culturales.

Considerar a los estudios culturales como práctica intelectual nos invita a no


superponerla o subsumirla con lo académico. Esto no quiere decir que los estudios
culturales no puedan ni pretendan estar en este ámbito de la academia sino que su
horizonte de intervención y de existencia no se puede limitar al establecimiento
académico. También es importante resaltar que su articulación política se
conceptualiza en términos de una forma y no la forma de politizar la teoría y de
teorizar lo político. Lo que se conoce como ―teoría crítica‖ o Escuela de Frankfurt
es otra forma de politizar la teoría y de teorizar lo político, pero no la forma de los
estudios culturales. Si bien es cierto que, como lo indica Agger (1992), los estudios
culturales son teoría crítica o no son, de esto no se deriva que entonces toda
teoría crítica es estudios culturales.

Al igual que toda teoría crítica, los estudios culturales problematiza el imaginario
positivista de un conocimiento por fuera de lo político (la tajante distinción entre
hecho y valor, entre sujeto y objeto, así como la posibilidad de la neutralidad
valorativa) para considerar que el conocimiento tiene sentido en tanto se articula

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con la transformación social, con un proyecto político. Pero los estudios culturales
constituyen una particular modalidad de teoría crítica dado su específico estilo de
práctica intelectual. No pretende ser una filosofía ni opera en los niveles de
abstracción conceptual como lo hace la teoría crítica a la Frankfurt.

Los estudios culturales pretenden la rigurosidad en la argumentación en tanto se


basan en análisis empíricos e investigación. Antes que pura especulación filosófica,
los estudios culturales suponen ejercicios de investigación concretos, manejo de la
bibliografía pertinente, trabajo de terreno y sobre fuentes documentales. Esto
porque la comprensión de lo concreto en su especificidad y densidad no es
reemplazable con simples elucubraciones teóricas ensimismadas y sin asideros en
investigaciones especificas. Esto no quiere decir que los estudios culturales sean
antiteoricos y que esgriman un empirismo ingenuo. Existe en los estudios
culturales una sensibilidad teórica que no se puede de confundir con el fetichismo
teórico. No es lo mismo utilizar la teoría para la formulación de nuevos problemas
y en el planteamiento de preguntas, estrechamente asociadas a análisis de lo
concreto, que quedarse en la exégesis o esnobismo teorético.

De ahí que para los estudios culturales la teoría es contextualmente especifica: ―Si
la teoría de uno le ofrece de antemano las respuestas porque dicha teoría viaja
con uno a través de y en cada contexto, pienso que uno no está haciendo estudios
culturales‖ (Grossberg 1997b: 262). La teorización relevante no es la de las
alambicadas elucubraciones que en su abstracción angelical ya tienen todas las
respuestas sobre el mundo. Desde esas abstracciones angelicales no hay que
esforzarse intelectualmente, ni enlodarse desplegando las investigaciones y
pesquisas concretas que sacan a flote el conjunto de articulaciones constrictivas de
un suceso o de una práctica social, ni en tratar de vislumbrar sus amarres
históricos estructurales. Y cuando se toman la molestia de ‗echarle una ojeada‘ a
los archivos o al terreno, lo hacen desde una violencia epistémica que les lleva
simplemente a ―encontrar‖ lo que ya se sabía de antemano. Nada más contrario al
lugar y concepción de la teoría en estudios culturales. Con base en el trabajo sobre
lo concreto, existe la posibilidad de articular formas de autoridad intelectual que,
sin pretensión de totalidad o universalidad, sean consideradas como mejores
formas de entendimiento sobre el mundo. De ahí que no pueden considerarse
como una apología al relativismo epistémico (y menos uno de corte culturalista).

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Los estudios culturales tampoco entienden la teorización de lo político y la


politización de lo teórico como una simple derivación de las políticas de la
identidad de un sujeto subalternizado y/o anormalizado (ya sea racial, étnica o
sexualmente). Para los estudios culturales lo político es contextualmente
específico, esto es, los sitios, objetos y formas de las luchas de poder deben ser
entendidos contextualmente. Las implicaciones políticas no están inscritas
indisolublemente, de una vez y para siempre, en la ‗naturaleza‘ de una posición o
planteamiento. Lo que en un contexto puede ser políticamente progresista, puede
en otro momento o contexto ser abiertamente reaccionario. El nacionalismo fue la
fuerza que alimentó muchas de las luchas anticoloniales en África y Asia, pero
también el ascenso del nazismo o de los fundamentalismos de la nueva derecha en
Europa y los Estados Unidos. La apelación a la indianidad, subalternidad, a los
derechos humanos, a las inequidades de género o al derecho al aborto desde
ciertos movimientos sociales, es a menudo resistencia abierta al status quo pero,
en otros contextos (o por eso mismo), puede operar como un aliado de fuerzas
conservadoras y de derecha.

Los estudios culturales son sensibles a la contextualidad de lo político y a la


necesidad de no obliterar el trabajo intelectual serio en las puertas de la
fetichización de ciertas prácticas y actores que para muchos, en una facilismo
político bastante extendido, mantienen fuera de todo escrutinio. ―Pesimismo del
intelecto, optimismo de la voluntad‖, principio gramsciano que define este rasgo de
la contextualización de lo político en los estudios culturales y su renuencia a
sustituir el trabajo intelectual por lo moral o lo político. Es decir, que en nombre de
una posición que se enuncia política o moralmente correcta (que se asocia en una
correspondencia directa a sectores explotados, marginados y subordinados) el
trabajo intelectual se reduce a celebrar y a hacer eco de lo que se considera
―progresista‖ de una vez y para siempre. No opera el pesimismo del intelecto, no
se escudriñan las complejidades, paradojas y tensiones de lo política y moralmente
correcto.

Esto no significa que los estudios culturales se consideren a sí mismos como el


paradigma o la panacea de la politización del trabajo intelectual y de la teorización
de la agencia política:

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―Pienso que los estudios culturales son una particular forma de


contextualizar y politizar practicas intelectuales. No obstante, los
estudios culturales no son una panacea intelectual, ni siquiera un
nuevo paradigma intentando desplazar todos los competidores. No son
el único cuerpo importante de trabajo político-intelectual, tampoco el
único enfoque comprometido con la interdiciplinaridad […]‖ (Grossberg
1997: 246).

LECCIÓN No. 4

Contextualismo radical: anti reduccionismo y teorización sin garantías

Otro rasgo sobre el que puede identificarse consenso entre no pocos practicantes
de los estudios culturales consiste en que se considera que estos deben ser
pensados como una reacción a las diferentes modalidades de reduccionismo: ―[…]
como proyecto los estudios culturales buscan prácticas capaces de acoger la
complejidad y la contingencia, y de evitar cualquier especie de reduccionismo‖
(Grossberg 2006: 47). Reacción a los reduccionismos de aquellas expresiones del
economisismo, del culturalismo, del textualismo. Es decir, a todas aquellas
reducciones de la comprensión o explicación de una problemática (ya sea cultural,
de representación o de poder) a un aspecto o ámbito privilegiado, arrojando al
mundo de la epifenomenalidad, de la irrelevancia explicativa, el resto de aspectos
o ámbitos de la vida social. Desde los estudios culturales se busca superar los
análisis reduccionistas que han convertido a la cultura como una variable sometida
y dependiente de lo económico (como lo hacen las diferentes vertientes del
economisismo), sin caer en el extremo de pensar la cultura como una entidad
autónoma y autocontenida que se puede explicar exclusivamente en sus propios
términos (como a menudo lo ha hecho la antropología). En general, desde estos
encuadres reduccionistas la especificidad y densidad de lo concreto es dejado de

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lado pues sólo adquiere relevancia en tanto constatación (o no) de unos modelos
teóricos que existen de antemano.

En oposición a este reduccionismo teórico, los estudios culturales se plantearían


como un contextualismo radical, como una teorización de lo concreto, como una
teoría sin garantías. Para Grossberg (1997: 253), incluso, este rasgo del
contextualismo radical sería específico a los estudios culturales. El contextualismo
radical es, ante todo, un tipo de pensamiento relacional que argumenta que
cualquier práctica, evento o representación existe en una red de relaciones, por lo
que no son anteriores ni pueden existir independientemente de las relaciones que
los constituyen: ―La noción de contextualismo en los estudios culturales es la idea
de la relacionalidad, es decir, el postulado que la relación precede –es más
fundamental ontológicamente– los términos de la relación‖ (Grossberg 2006: 49).
De ahí que la categoría de contexto planteada en estudios culturales sea la de
esta densa red de relaciones constituyentes de cualquier práctica, evento o
representación. Esto supone alejarse de una noción de contexto como simple telón
de fondo o el escenario donde sucede algo, para considerar el contexto como su
condición de posibilidad.

Esta diferencia entre el contextualismo radical de los estudios culturales y otro tipo
de aproximaciones como los estudios raciales, es identificada por Hall en su
contribución al libro colectivo Policing the Crisis sobre la articulación entre
racialización y pánico moral asociado al ascenso del neoconservatismo y el
thatcherismo en la Inglaterra de finales de los años setenta. Unos estudios raciales
(o unos antropológicos y sociológicos) no piensan a menudo en términos de
formaciones racializadas sino que estudian el racismo en sí mismo, no hacen
énfasis como sí se realiza en los estudios culturales en las articulaciones de lo
racial con otros aspectos de la vida social y política donde se configuran la
hegemonía y las disputas de poder a travesadas por las prácticas significación.
Cómo desde la racializacion de la criminalidad se puede comprender las
transformaciones en la reconfiguración de la hegemonía en una formación social
determinada: eso es lo que permite el contextualismo radical de los estudios
culturales.

Finalmente, es importante indicar que no hay que confundir el contexto con escala.
El contexto no se refiere a lo micro o lo local, por oposición a una escala más
macro o global (McCarthy 2006). El contexto lo constituyen el entramado de las

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relaciones (o articulaciones, si preferimos un vocabulario más técnico) xvii


constituyentes de un hecho (práctica, representación, evento…) que puede incluir
relaciones de diferentes escalas, pero siempre referidas a lo concreto, es decir, a lo
existente en un lugar y momento dado.

LECCIÓN No. 5

Rasgos de los estudios culturales

Según el profesor Eduardo Restrepo, los principales rasgos de los estudios


culturales son:

1. Su problemática centrada en la imbricación mutuamente constituyente entre


lo cultural y las relaciones de poder, lo que hace que no se confunda estudios
culturales con estudios sobre la cultura.

2. Su enfoque transdisciplinario, derivado de una estrategia explicativa que


cuestiona los reduccionismos que buscan explicar desde una dimensión o
clivaje particular: el culturalismo es un reduccionismo a la cultura, el textualismo
es un reduccionismo a lo textual, el economicismo es un reduccionismo a lo
económico.

3. Su explicita vocación política, en el sentido que lo que se busca con los


estudios culturales no es simplemente producir mejor teoría para acumular
conocimiento, sino que es un saber para intervenir en el mundo, para desatar
relaciones de explotación, dominación y sujeción culturalmente articuladas. Esta
vocación política no es un anti-teoricismo ni, mucho menos, una simple
sustitución del conocimiento conceptual y empíricamente riguroso por la política.

4. Su contextualismo radical, que argumenta que es el estudio de contextos


concretos la estrategia de método que define a los estudios culturales. Los
contextos concretos no son un asunto de escalas (no se refiere a lo más micro y
local), sino a comprender las articulaciones significantes y de relaciones de
poder que han permitido la emergencia y particular configuración de una serie
de prácticas o hechos sociales.

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CAPÍTULO No. 3

Estudios Culturales y Globalización

En las siguientes tres lecciones del capítulo 2, de la Unidad No. 3, se revisarán


algunos ejemplos de estudios culturales relacionados con el fenómeno de la
globalización, para ello abordaremos algunos apartes de la introducción del escrito
intitulado: Estudios culturales y Cuestiones globales, de las autoras Catalina
Castillón y Cristián Santibáñez, el cual se puede descargar completo del siguiente
link:
http://www.class.uh.edu/mcl/faculty/zimmerman/lacasa/Estudios%20Culturales%2
0Articles/Introduccion.pdf

LECCIÓN No. 1

Desfetichizar la globalización

Daniel Mato, en "Des-fetichizar la "globalización": Basta de reduccionismos,


apologías y demonizaciones, mostrar la complejidad y la práctica de los actores ",
trata de forma directa lo que él entiende por globalización. Mato critica el hecho de
que "los discursos de globalización que invisibilizan las prácticas de los actores, no
nos dan pautas acerca de cómo los actores sociales pueden/podemos incidir de
manera informada en las transformaciones sociales contemporáneas.

Mato señala lo que, en su opinión, son graves errores que se construyen


respecto al pensamiento sobre la globalización; pero no se queda simplemente en
la crítica, y presenta un análisis de la dimensión cultural de globalización que
ayuda a comprender las transformaciones sociales contemporáneas. Mato
denuncia la fetichización de "globalización" "como si se tratara de una suerte de
fuerza sobrehumana que actuaría con independencia de las prácticas de actores
sociales. Por lo cual, él se detiene a analizar la participación de diversos actores
sociales en formas específicas de globalización.

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Además, Daniel Mato nos hace ver, con ejemplos específicos, la importancia
de analizar los procesos sociales de tal forma que nos permita comprender las
relaciones existentes entre lo político, lo cultural, y lo económico. Mato no olvida
que el mercado es una creación humana, y habla de "procesos de globalización"
en lugar de "globalización" en sí. Este autor nos dice que "eso que llaman
globalización no es un fenómeno unidireccional, sino que juega en múltiples
direcciones, y resulta que en ciertos sentidos los EEUU están cada vez más
penetrados por América Latina, y así América Latina no termina en la frontera
Mexicano-estadounidense, sino que se extiende también más allá.

LECCIÓN No. 2

¿Imperio o imperialismo?

En ¿Imperio o imperialismo? Globalización, crisis de hegemonía y sueños de


dominación, Abril Trigo discute la figura de George W. Bush como el ―César
americano‖, cuyo tono absolutista y fundamentalista es perturbador.
Trigo pregunta ―¿cómo interpretar el reordenamiento geopolítico mundial y
el violento giro militarista en la política norteamericana con posterioridad al 11 de
septiembre?‖ El autor clasifica diversas interpretaciones, indicando que éstas no
explican la relación entre la estrategia militarista y unilateralista de Bush con la
estrategia económica y multilateralista de Clinton, sino que señalan una ruptura al
implantarse un sistema de dominación militar e ideológico. ¿Se trata de la crisis del
modelo hegemónico o del delirio imperial de ideólogos fascistoides? Ante esta
pregunta, Trigo comenta los movimientos anticapitalistas y de protesta contra la
globalización, siendo el 11 de septiembre el ―corolario de un profundo y difuso
malestar entre los excluidos, explotados o alienados por la globalización;‖. Estos
son considerados enemigos geopolíticos potenciales de la globalización.
El capitalismo revela sus contradicciones internas, y el aparato productivo de
los Estados Unidos no es el más eficaz del mundo, solamente su industria cultural,
su industria armamentista y su sector financiero tienen ventaja en el concierto

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mundial. Trigo estudia la ―abrumadora responsabilidad de ser Imperio‖, y comenta


la mistificación de este concepto en su relación a las ideas de globalización y
capitalismo. El autor cuestiona si el retorno a las prácticas imperialistas va contra la
formación del Imperio, si el resurgimiento del nacionalismo es un tropiezo
transitorio, o si el recurso a la dominación abierta descalabra el consenso
hegemónico y la imposición militar desplaza a las leyes del mercado. En apariencia,
la doctrina Bush lo contradice, pero su estrategia está puesta al servicio del Imperio
(de globalización neoliberal). Trigo cita a Bush y su insistencia en promover la más
amplia libertad de comercio, cuyo sistema necesita de un gendarme, ―un aparato
político-militar que le sirva de garante‖, esto es, los EEUU. Trigo apunta a la íntima
relación existente entre el complejo industrial militar norteamericano y el estado
norteamericano para sostener el régimen capitalista mundial, de ahí su pregunta
¿Imperialismo o imperio?

LECCIÓN No. 3

El travestismo discursivo

Karina Wigozki, en "El discurso travesti o el travestismo discursivo en La


esquina es mi corazón: crónica urbana de Pedro Lemebel", desarrolla la
construcción de espacios travestis o el travestismo de ciertos espacios discursivos
en el entorno globalizante de la obra del cronista chileno. Wigozki plantea que en
el ambiente urbano el travesti se considera una figura desestabilizadora, y también
como metáfora de la escritura misma de Lemebel. Su sección titulada "La ciudad
dictatorial, la ciudad globalizada y la ciudad corporal", desarrolla, entre otras ideas,
la conformación de la ciudad globalizada, y sigue las ideas de Saskia Sassen,
resaltando el hecho de que estas ciudades pueden acarrear múltiples
contradicciones en "ciudades de modernidades aceleradas" como pueda ser
Santiago de Chile.

Karina Wigozki comenta cómo "a través de la Columbia Pictures - centro


metropolitrano- la sexualidad latinoamericana y más aún la homosexualidad
chilena y su expresión travesti tercermundista, utilizan el producto del Primer
Mundo no como copia ni semejanza y menos todavía como el modelo impuesto,
sino que olímpicamente reciclan su función para crear "otro" mapa cognoscitivo."

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La autora contempla las crónicas de Lemebel como alusión a la ciudad "dislocada"


de la globalización, pero, en su análisis de la crítica Lemebeliana, llega a concluir
que "la ruptura de ciertas categorías ya sean sexuales o espaciales,
paradójicamente o inevitablemente defiende cierto "capital cultural" que se
distancia críticamente de las aceleradas modernizaciones y las invasiones
tecnológicas." Se trata éste de un "capital cultural" chileno que, según Lemebel,
está siendo aniquilado por la invasión de los avances tecnológicos del Primer
Mundo.

Narcocultura

En su trabajo sobre la ―Globalización del Narcotráfico, Narcocultura y


Narcocorrido‖, Jaime Retamales nos muestra otra cara más de la globalización.
Una vez más el aspecto económico influye de forma decisiva en las formas de vida
de los campesinos y en sus expresiones culturales. Debido a los fallos de la
economía de acuerdos y coaliciones de mercado, los campesinos se ven obligados
a optar por otras formas de subsistencia. Una alternativa a la emigración es el
cultivo ilegal de plantas alucinógenas o de procesamiento para crear productos
narcóticos. Esto ha dado lugar a toda una serie de cambios sociales y nuevas
formas de vida; también ha favorecido la creación de representaciones musicales
basadas en los clásicos corridos del folclore tradicional mexicano. Retamales
estudia este fenómeno, que, de forma típica en el mercado de la globalización
cultural, se ha expandido, y ha ido más allá del consumo de drogas. A manera de
semi-silogismo, podríamos decir que muchos traficantes de droga mejicanos
consumen el narcocorrido, pero no todos los que "consumen" el narcocorrido son
traficantes o usan drogas. El mercado del narcocorrido se ha popularizado, y ha
salido del alcance de su centro de creación, creando su propio mercado global.

LECCIÓN No. 4

Comunidades Imaginadas

Por: Andrea Sotelo C.

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En esta lección leeremos una reseña del libro intitulado Comunidades imaginadas,
del autor Benedict Richard O'Gorman Anderson, este politólogo y ensayista Chino,
nació en el 26 de agosto de 1936; obtuvo su título académico en Estudios Clásicos
en la Universidad de Cambridge, en donde empezó a demostrar interés por
estudiar la política asiática; posteriormente se vinculó con la Universidad de
Cornell, en donde trabajó como docente del Departamento de Política; allí mismo
realizó un doctorado, en su tesis de graduación se ocupó de de la situación política
de Indonesia, su estudio crítico lo llevó a tener complicaciones con las autoridades
de ese país.

Es hermano del historiador Perry Anderson; hijo de un oficial de la Aduana


Imperial Marítima de China; y su madre era inglesa. Su crianza tuvo lugar en
California y estudió en Cambridge.

Sus principales obras son ―He Spectre of Comparisons‖ (1998), ―Language and
Power‖ (1990) y, la más destacada, ―Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre
el origen y la difusión del nacionalismo‖ (1993), en la que da cuenta de los
elementos que durante los últimos tres siglos han posibilitado el surgimiento del
nacionalismo.

1. Hipótesis central que cobija el planteamiento del autor

A lo largo de sus escrito, Benedict Anderson busca demostrar que el nacionalismo,


es un producto cultural que nació a finales del siglo XVIII, producto de la
convergencia de una serie de hechos históricos que así sea por continuidad o por
oposición, terminaron por dar origen a esa forma de organización, pero también de
manejo del poder de unos miembros de la sociedad sobre otros, y de unos países,
sobre otros.

El escrito está orientado, entonces, a explicar y documentar el o los orígenes del


nacionalismo, sus transformaciones y la evolución que tuvo, hasta el punto de ser
nervio del ideología moderna.

En el libro, Anderson define el concepto de nación como ―…una comunidad política


imaginada‖, porque un conjunto de personas se perciben a sí mismas como parte
de un grupo que se concibe horizontal, a pesar de las desigualdades; pero a la

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vez señala que la nación tiene unas características propias como ser limitada, pues
por más grande que se considere alguna, se piensa con fronteras; y soberana, por
que ―…el concepto de nación apareció en una época en la que la Ilustración y la
Revolución Francesa habían destruido ―la gracia de Dios‖ como fuente de
legitimidad del reino dinástico, teniendo que recurrir a la nación como nuevo
fundamento de legitimidad‖.

Para el autor, más que un tipo de ideología política autoconsciente, la nación es un


sistema cultural estrechamente relacionado sus precedentes, la comunidad
religiosa y el reino dinástico.

Precisamente, el autor también manifiesta que el concepto de nacionalismo surgió


con la Ilustración, en el siglo XVIII, como consecuencia de la decadencia de dos
sistemas culturales (comunidad religiosa y reino dinástico); así como a una nueva
manera de de concebir el tiempo, como homogéneo y vacío, se dio una especie de
concepción de ―simultaneidad‖ entendida como ―coincidencia temporal, medida por
el reloj y el calendario‖. Este fenómeno para Anderson es consecuencia de la
aparición de la novela y el periódico en el siglo XVIII como ―medios técnicos
necesarios para la representación de la clase de comunidad imaginada que es la
nación‖.

Uno de los elementos centrales que permitió el origen de la conciencia nacional


radica en las interacciones ―inconscientes‖, entre capitalismo-tecnología-diversidad
lingüística, hecho que dio lugar a ―campos unificados de interacciones‖. Así mismo,
el capitalismo impreso colaboró fuertemente a forjar una idea de antigüedad,
central para la generación de la idea subjetiva de nación; y posibilitó la
conformación de lenguajes de poder.

2. Corriente que utiliza el autor para probar la hipótesis.

El autor, desde una perspectiva antropológica e histórica, da cuenta del


surgimiento y devenir histórico del fenómeno del nacionalismo, pues se trata de un
estudio de lo que él denomina ―un artefacto cultural‖, que amerita ser
comprendido y explicado con profundidad.

Es preciso anotar que a lo largo de sus páginas, el documento permite identificar la


formación en ciencia política que posee el autor, pues siempre está dando cuenta

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de las formas de organización, jerarquización y gobierno y manejo del poder en las


sociedades.

3. Conclusiones propositivas

Benedict Anderson plantea que es a la característica de fraternidad, que se da en


las comunidades nacionales, a la que se debe que durante los últimos siglos
millones de personas maten y, sobre todo, estén dispuestas a morir por
imaginaciones, que al fin y al cabo son limitadas.

Así mismo y dándole continuidad al tema anterior, para Anderson, lo que produce
que las imágenes falseadas de la historia reciente generen sacrificios tan colosales,
empieza a tener respuesta en las raíces culturales del nacionalismo y que éste es
un elemento que hoy por hoy posee una profunda fuerza y legitimidad emocional.

Si bien el concepto de comunidad imaginada de Anderson le dio campo y base a la


conformación de los estados-nación actuales, cómo podría en la actualidad
realizarse un estudio sobre el nacimiento de ‗patrias‘ o de nuevos entes políticos en
Suramérica, pues el planteamiento de Anderson está delimitado en tiempo y
espacio, y aunque tiene validez planetaria, se hace necesario formular a partir de
él nuevos estudios que brinden respuesta a las particularidades del mundo
contemporáneo.

A partir de allí se podría establecer si las comunidades nacionales son un estadio


previo ineludible para las sociedades actuales, si es la única manera que existe
para que se de la cohesión social o si, al igual que comunidad religiosa o el reino
dinástico están condenadas a desaparecer dándole origen a otras formas de
identidad social y política de las comunidades, que nazcan por oposición al
nacionalismo o que busquen darle continuidad, pero con otras particularidades.

En este sentido, el documento de Bendict Anderson, más que dar por terminado el
tema de la constitución de identidades de grupos sociales que ocupan un tiempo,
un espacio en el planeta (así sea de forma imaginada) y que se hacen llamar
Naciones, deja algunos interrogantes y abre nuevas posibilidades de realizar
estudios interdisciplinarios entre la historia, la antropología, y la ciencia política.

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LECCIÓN No. 5

La fragilidad ambiental de la cultura

Por: Andrea Sotelo C.

Para finalizar el módulo del Curso de Estudios Culturales, se propone a los


estudiantes la reseña del libro intitulado La Fragilidad Ambiental de La Cultura, de Augusto
Ángel Maya, historiador, ambientalista y filósofo colombiano, nació en la ciudad de Manizales, en
1932 y murió en Cali, en el año 2010.

Es considerado como uno de los más destacados pensadores ambientalistas de Colombia y América
Latina, pues fue pieza fundamental en la consolidación del pensamiento ambiental de esta parte del
continente americano.

Buena parte de su vida la dedicó a estudiar. En la Universidad Javeriana cursó


pregrado en Filosofía y Pedagogía, y Licenciatura en Teología; en la Universidad
Gregoriana de Roma, Doctorado en Historia; en la Universidad de Sorbona-París,
hizo cursos de posgrado en Sociología de la Historia; cursos de Historia del Arte,
en el Museo de Louvre-París, y estudió Alemán, en Goethe Instituto, Brilón, de
Alemania. Además, fue homenajeado con el Doctorado Honoris Causa en
Educación Ambiental, por la Universidad de Guadalajara (México).

En el año de 1977, comienza a indagar sobre la naturaleza, la cultura, el hombre,


la sociedad, vida y Dios, su búsqueda estuvo orientada a rastrear la presencia de
estos conceptos antes mencionados en la filosofía a partir de la Grecia Antigua,
hasta el siglo XXI. Esta preocupación surge por la incidencia del que el
pensamiento europeo tiene sobre el latinoamericano, hecho éste, que vincula con
los estudios culturales y por el cual se ha considerado preciso presentarlo en esta
última lección del módulo; pero además, porque con este escrito se busca hacer
un llamado a los estudiantes sobre la importancia que tiene para la supervivencia
del ser humano en la tierra, la formación de una conciencia ambiental y de
prácticas sociales cada vez más amigables con nuestro medio ambiente.

1. Hipótesis central que cobija el planteamiento del autor

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En el documento objeto de esta reseña, que fue publicado por el Instituto de


Estudios Ambientales de la Universidad Nacional de Colombia en 1995, Ángel Maya
hace una crítica fuerte a la forma como se comprenden y se conciben las
relaciones existentes entre la naturaleza y las sociedades, las cuales se manifiestan
en las maneras como históricamente el hombre se apropia, le da uso o explota los
ecosistemas.

El autor se da a la tarea de exponer que en la mayor parte de la veces, son crisis


ambientales las que les han puesto freno a las grandes culturas y a los imperios,
esas crisis están representadas por las hambrunas, las guerras que dejan como
resultado el sacrificio de buena parte de la población humana, la explotación de
unos seres humanos, por parte de otros y las relaciones de dominación y maltrato;
y la fuerte afectación de los seres humanos sobre los ecosistemas, por medio de la
tala de bosques, la contaminación, la desecación de los ríos, la sobre-explotación
de la tierra, entre otros.

Para Ángel Maya, una cultura escindida de la naturaleza, es una cultura frágil,
porque no le interesa comprender la vida en la cual está sumergida y de la cual
emerge.

En el texto se desarrolla alrededor de tres aspectos: 1. el autor le da razón


parcialmente al determinismo geográfico, cuando hace referencia a que la cultura
se forma en la actividad transformadora del medio, pero a la vez le hace una
crítica a dicho determinismo, porque es incompleto y reduce la complejidad de las
causalidades históricas. 2. La forma como los sistemas culturales transforman su
medio, aquí hace énfasis en el impacto ambiental, por ejemplo de las culturas
agrarias. 3. Esa especie de venganza de la naturaleza que golpea a las culturas no
adaptativas.

Para demostrar su hipótesis, el autor nos da un rápido y fructífero viaje por la


historia del mundo, partiendo desde el paleolítico, pues asegura que la historia,
desde la perspectiva ambiental empieza con la aparición del Homo sapiens, que se
encargaba de la recolección de frutos y cadáveres de animales que hallaban
muertos, para pasar luego a la caza, primero con órganos especializados, luego
con rústicas herramientas y mediante la asociación de varios individuos; pasa
luego al Lejano Neolítico, en el que la evolución cultural se acelera, debido a la

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consolidación de los rasgos orgánicos de la nueva especie. En este período


histórico en el que se dan fenómenos como la organización matrilocal, el
sedentarismo, el perfeccionamiento técnico, la guerra, el poder de abstracción del
hombre mediante la representación de escenas de caza. ―La cultura como totalidad
se construye a través del esfuerzo social que modifica el espacio exterior, y las
modificaciones del medio van alterando las pautas culturales‖, dice Ángel Maya.

En seguida da un paso hacia el Cercano Neolítico, en el que se produce la


domesticación de animales y la invención de la agricultura. Se destacan de esta
época que el hombre aprendió a aprovechar la fuerza animal, la del viento, inventó
el arado, el carro de ruedas, el bote de vela y la explotación del cobre, de los
cristales y la cocción de la barro. En este aparte el autor muestra cómo el hombre,
concluida su evolución biológica, busca formas de subsistencia que van a significar
una radical transformación de las leyes ecosistémicas. En el Neolítico, ―El hombre
logra someter la totalidad del ecosistema a su servicio‖.

En los Imperios Agrarios, se muestra la manera como se constituyeron los estados


agrarios asentados en valles fértiles (los de los ríos Nilo, Éufrates, Indo, Amarillo)
pero rodeados por condiciones desérticas adversas, situación que dio paso a las
primeras formas de estratificación social que se adecuase a las nuevas formas de
trabajo, pues esta época trajo la competencia por el territorio, la guerra y la
esclavitud; así como la diversificación creciente entre el campo y la ciudad, ésta
última concentra, transforma y comercializa la producción agrícola. Sobre lo
sucedido en esta época en América Latina, el autor destaca la cultura Inca, como
uno de los ejemplos más interesantes de aprovechamiento racional de los suelos.
Dice Ángel Maya: no eran paraísos ambientales, pero eran culturas construidas
sobre las exigencias del medio. Pero al entrar los españoles en este escenario con
caballos y morteros, la cultura de esta zona pierde todo contacto con el medio
natural y se sumerge en la dependencia.

En Grecia y los estados comerciales, el autor comenta que se extienden desde el


imperio macedónico hasta la caída del imperio romano. Explica especialmente lo
sucedido con los griegos y los procesos colonizadores a lo largo del Mediterráneo y
del Mar Negro, las luchas intestinas de las ciudades debilitaron la civilización griega
y a abrieron las puertas al dominio macedónico.

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Las condiciones especiales de la polis griega la mantuvieron en una armonía


teórica con el medio ambiente, pero esto no impidió que la civilización griega
tuviera un efecto negativo sobre los sistemas de vida que ocuparon: los bosque
fueron asolados, la minería se extendió, se dio un sobrepastoreo, las tierras se
sobreexplotaron con la agricultura, se dio un aumento de la población, todo esto
obligó a la diáspora griega a lo largo del Mediterráneo. El principal aporte de la
cultura griega fue su ideología, respecto de la naturaleza del hombre,
perfeccionaron la escritura alfabética, trabajaron las matemáticas, configuraron el
derecho abstracto, el hallazgo del individuo y de la acción personal fue otro
instrumento simbólico legado por los griegos. En suma, su aporte fue un proceso
de racionalización y desacralización.

En Roma y los imperios seculares, la colonización romana lleva consigo el dominio


político y económico de los pueblos conquistados, acaba unificando bajo su férula
la totalidad del Mediterráneo. En esta época la concentración de la propiedad se
acelera y la sumisión del trabajo servil se refina, el comercio, la recaudación de
impuestos y el saqueo de las provincias se convirtieron en un jugoso sistema de
enriquecimiento personal. Se degenera el Estado y se presenta la corrupción;
situación que provoca que en Roma confluyan la riqueza de todas las provincias,
pero a la vez la miseria de los desplazados del campo.

La herencia ambiental más grave del imperio romano fue el agotamiento del suelo
y de los demás recursos naturales.

En el Medioevo y el descanso del saqueo el autor señala que en esta época se


regresa a la aldea campesina, el comercio se reduce a las mínimas exigencias, las
ciudades desaparecen o pierden importancia, la agricultura y la economía de
subsistencia vuelven a ser las actividades normales que rigen el comportamiento
social. Todo esto por la incapacidad de los ecosistemas de aguantar el continuo
saqueo por parte de las sociedades, sin lograr la técnica necesaria que garantice
que no se van a agotar.

Se destacan en esta época aspectos como la decadencia del sistema esclavista, el


paso de latifundistas a rentistas, el fenómeno de la sociedad feudal, el desarrollo
de instrumentos tecnológicos para el desarrollo de la agricultura y la poca
producción agrícola.

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En la Época de los renacimientos, se explica el final de la época feudal y el


nacimiento de una nueva clase social: la burguesía, que se alía con la monarquía y
rompe con el concepto del dominio absoluto de Dios, para dar paso al rompimiento
entre los instrumentos de manejo del mundo natural y la acción política, de los
fundamentos dogmáticos establecidos por la fe religiosa.

Las condiciones económicas de esta época favorecieron la concentración de la


propiedad tanto urbana como rural en unos pocos, acumulación que va a permitir
el surgimiento del capitalismo.

En los siguientes capítulos, da cuenta de los límites ambientales del crecimiento


europeo, que en suma son: el agotamiento de los márgenes de colonización, las
nuevas tierras conquistadas eran de menor calidad y muchas veces tenían que ser
abandonadas; se registran fenómenos nefastos para la expansión de Europa, como
la peste, la guerra y los alimentos escasos.

Posteriormente se da cuenta de la expansión inevitable de Europa, continente que


tiene necesidad de extenderse y buscar nuevas rutas de comercio, para finalmente
encontrarse con el continente Americano, en donde la conquista significó para
Europa la puerta de salida a las dificultades que obstruían su desarrollo, para
América implicó la muerte de sus formas autóctonas de cultura y la subordinación
a las exigencias de la acumulación económica del capitalismo europeo.

Hace referencia a la aparición del capitalismo industrial, precedido por el desarrollo


de la actividad minera, que se dio por la acumulación lograda en la actividad
minera y la explotación de los nuevos mundos. El agotamiento de los bosques
obliga al desarrollo de la tecnología del carbón de piedra, la ciencia se ocupó de
descubrir nuevas formas de energía (la máquina de vapor, motor del desarrollo).
En esta etapa se distinguen cuatro grandes períodos de crecimiento y
decrecimiento económico, marcados por los avances tecnológicos, las guerras, el
crecimiento de la población, las crisis económicas y la utilización de diferentes
materiales para la producción: el carbón, el hierro, el acero, la energía eléctrica,
hasta llegar al petróleo.

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Posteriormente, el texto hace referencia al dominio colonial, mediante el cual


Europa se apodera del mundo y lo reparte de acuerdo con sus intereses. Se
destaca el ejemplo argentino: ―los argentinos pasaban hambre, para que los
ingleses pudieran comer bien‖, en donde se sobreexplotan las tierras y los
minerales de América, para satisfacer el ansia de acumulación y de poder de los
europeos.

Luego analiza el medio ambiente en los regímenes socialistas de producción, en


donde expresa que es necesario someter a la crítica ambiental, tanto el capitalismo
como el socialismo y finalmente deduce el crecimiento de las fuerzas productivas
de ambos sistemas tienen impactos ambientales similares, entre ellos: la
contaminación del agua y del aire, la aridez de los suelos, el uso del agua
(despilfarro en los países socialistas). Rescata la acción planificada de su actuar en
los estados socialistas y una orientación distinta al desarrollo, respecto de las
sociedades capitalistas, que privilegiaba la satisfacción de las necesidades básicas
de vivienda y transporte comunitario.

Al referirse a los efectos ambientales del desarrollo moderno, e autor privilegia al


impacto sobre la cultura, que el de más fuertes y profundas consecuencias. La
sumisión de las culturas a un propósito único de acumulación ha significado la
pérdida progresiva de la heterogeneidad cultural. La cultura pierde su significados
de modelo adaptativo a las circunstancias locales o regionales y se transforma en
un atuendo unificado y en un sistema articulado de explotación del medio natural.

El documento hace referencia a que el impacto ambiental del desarrollo moderno


no es únicamente el efecto del desarrollo tecnológico, sino que además, es el
resultado de la acumulación de poder y riqueza, del imperialismo, de la muerte de
las culturas.

2. Corriente que utiliza el autor para probar la hipótesis

Uno de los aspectos novedosos de este documento es que ―tiene por objeto
intentar un método ambiental de interpretación de la historia, no por la fruición de
sumergirse en un pasado idílico que oculte las contradicciones del presente, sino
para comprender mejor la crisis actual‖, como lo señala textualmente su autor en

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la introducción del libro. Para él la historia no es posible por fuera de los espacios,
las geografías, las geologías, las tramas de la vida, por lo tanto, la historia es
ambiental.

Entonces el autor, para sustentar su tesis utiliza el método ambiental de


interpretación histórica, así como la historiografía.

3. Conclusiones propositivas

- El sistema cultural no se adapta tan solo por medio de herramientas


materiales.
- Las organizaciones sociales y las formaciones simbólicas son estrategias
adaptativas o desadaptativas.
- La crisis ambiental moderna exige una nueva manera de comprender y de
construir los sistemas culturales humanos.
- Frente a la crisis ambiental no se requiere tan solo un acto de
arrepentimiento y promesa de buena conducta, se requiere repensar la
totalidad de las formas adaptativas de la cultura.
- El problema ambiental no se puede solucionar por medio de medidas
tecnológicas, requiere de la formación de una nueva sociedad.
- Se requiere encontrar los instrumentos culturales adecuados para la
supervivencia de la vida, pero el éxito no está garantizado por ello el autor
señala: ―La incertidumbre es la raíz de la creatividad cultural‖.

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