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Elementos para una discusión sobre el libro de Marcello Pera "La Chiesa, i diritti
umani e il distacco da Dio" [La Iglesia, los derechos humanos y el alejamiento de
Dios]. TEXTO INÉDITO
Tengo la impresión que, en el Papa santo, esto no fue tanto el resultado de una
reflexión (que no faltó en él), sino la consecuencia de una experiencia práctica.
Contra la pretensión totalitaria del Estado marxista y de la ideología sobre la que
se basaba, él vio en la idea de los derechos humanos el arma concreta capaz de
poner límites al carácter totalitario del Estado, ofreciendo de este modo el espacio
de libertad necesario no sólo para el pensamiento de la persona individual, sino
también y sobre todo para la fe de los cristianos y para los derechos de la Iglesia.
La imagen secular de los derechos humanos, según la formulación dada a ellos en
1948, le pareció evidentemente que era la fuerza racional que hace frente a la
pretensión omniabarcadora, ideológica y práctica del Estado basado en el
pensamiento marxista. Y así, como Papa, afirmó el reconocimiento de los
derechos humanos como una fuerza reconocida por la razón universal en todo el
mundo contra las dictaduras de todo tipo.
Esta afirmación se refería entonces ya no sólo a las dictaduras ateas, sino también
a los Estados fundados sobre la base de una justificación religiosa, tal como los
encontramos sobre todo en el mundo islámico. A la fusión de política y religión en
el Islam, que necesariamente limita la libertad de las demás religiones, y en
consecuencia también la de los cristianos, se contrapone la libertad de la fe, que
en cierta medida considera también al Estado laico como forma justa de Estado,
en la que encuentra espacio esa libertad de la fe que los cristianos pretendieron
desde el comienzo. En esto, Juan Pablo II sabía que estaba en profunda
continuidad con la Iglesia naciente. Ésta se encontraba frente a un Estado que
ciertamente conocía la tolerancia religiosa, pero que afirmaba una última
identificación entre la autoridad estatal y divina que los cristianos no podían
consentir. La fe cristiana, que anunciaba una religión universal para todos los
hombres, incluía necesariamente una limitación fundamental de la autoridad del
Estado, a causa de los derechos y de los deberes de la conciencia individual.
No se formulaba así la idea de los derechos humanos. Se trataba más bien de fijar
la obediencia del hombre a Dios como límite de la obediencia al Estado. Sin
embargo, no me parece injustificado definir el deber de la obediencia a Dios como
derecho respecto al Estado. Y en este sentido era totalmente lógico que Juan
Pablo II, en la relativización cristiana del Estado a favor de la libertad de la
obediencia a Dios, viera expresado un derecho humano que precede a toda
autoridad estatal. Creo que en este sentido el Papa pudo afirmar sin más una
profunda continuidad entre la idea de fondo de los derechos humanos y la
tradición cristiana, aunque por cierto los instrumentos respectivos, lingüísticos y de
pensamiento resultan muy distantes entre ellos.