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Hombre

& Mujer:
Esa Extraña Dicotomía

Por

Javier Alejandro Ramos




Prólogo

La presente obra está hecha una parte en serio y otra absolutamente en


joda. Valga la aclaración pues, como a la hora de ser escrita se utilizaron
figuras literarias de no muy común uso entre el tradicional vulgo lector de
nuestros países tercermundistas, consuetudinario consumidor de periódicos
baratos, así como un tono humorístico, irónico, desfachatado, al punto de que
podría ser considerado machista y antediluviano, es mejor señalar todo esto
ahora antes de herir susceptibilidades suspicaces y perspicaces.
Lo que se ha querido es, utilizando mecanismos jocosos y traviesos,
mostrar “sin querer queriendo” las eternas diferencias entre los dos géneros
que se le ocurrió inventar a nuestro Creador un domingo que no había deporte
ni espectáculo que le quitara el aburrimiento, por lo que se dedicó a construir
lo que sería el más grande problema que se le presentara al Hombre en toda la
historia de la Humanidad: la Mujer.
Sin embargo, como yo también he tenido y puedo volver a tener ese dulce
y a la vez incomprensible problema en casa, he decidido escribir en tercera
persona (que es como dice una de mis ex esposas que evado la responsabilidad
de mis sospechosos y vergonzosos actos) para así minimizar los daños en mi
cada vez más auto estimada persona.
Por eso, la siguiente frase, con la que concluyo este prólogo (inspirado,
debo ser honesto, en mis deliciosas lecturas del gran filósofo peruano
Sofocleto), debe bastar para alejar toda duda o sospecha de la mente
inquisitiva que cohabite conmigo alguna vez, bajo el mismo techo y, espero,
bajo la misma sábana: “El autor de esta obra no se responsabiliza por las ideas,
conceptos, expresiones y teorías vertidas por el autor, en la presente obra”. He
dicho.

Capítulo 1
En la época de las cavernas

Coincido con el visionario naturalista que acuñó la legendaria frase: “El


hombre desciende del mono, y el mono desciende del árbol”. Pero, ¿Qué
explicación hay para la aparición del género femenino sobre la faz de la tierra?
¿Cuándo, que no sea en la romántica parábola sobre la costilla de Adán de la
que salió Eva, descrita con tanto detalle en el Génesis como para ser verdad, el
primer Hombre se topó con la horma de su zapato, es decir “la mujer de su
vida”, a la vez que, desconcertado, despertaba a la realidad de que también
había: madres controladoras, hermanas vividoras, hijas en desarrollo genético
genital, cuñadas agraciadas y de las que no lo son tanto, ¡suegras!, etc, etc,
etc?.
Lo cierto es que un buen día, en que volvía a su solitaria caverna a tirarse a
roncar tras una jornada normal de trabajo peleando cuerpo a cuerpo contra
algún reptil o mamífero enorme que se resistía a convertirse en cena, sus ojos,
bajo la enmarañada selva que eran sus cejas, (y su cara toda, pues no se había
inventado aún la Gillette, la Schick o la Colt) se cruzaron con los de otro
congénere suyo (todos eran iguales, una bola de pelos malolientes y gruñones)
…Pero este ser era diferente. Era más delgado, más blanco, más fino, apestaba
diferente a él, tenía unas formas que él mismo no había desarrollado pese al
permanente ejercicio que significaba matar a diario y mantenerse vivo… ¿Qué
había pasado? ¿Quién era?
Simple…En aquella época ya existían los hombres y las mujeres…pero ni
cuenta se habían dado. Por inercia dormían todos juntos, apretados en invierno
para soportar el frío, y aunque la sensaciones experimentadas en aquellas
lóbregas noches eran parecidas a comerse una exquisita lagartija en salsa de
sesos de burro muerto a pedradas, poco tiempo después (unos 9 meses)
aparecía junto al más obeso de los miembros del clan un enano chillón, al que
amamantaban los simios que siempre rondaban por ahí, mientras ese ser antes
voluminoso sentía un gran alivio, podía moverse más ágilmente tras haber
pasado la eterna indigestión que había padecido por casi un año, y al mirarse
en el reflejo de las pantanosas aguas de las que bebía, se veía muchísimo más
esbelto.
Pero volvamos a nuestro cavernícola, que al regresar a su cueva, cruzó su
mirada con la del vecino en el que casi no había reparado. Resulta que este
peludo, que vivía al parecer en una caverna cercana a la suya, no había cazado
en días debido a una extraña enfermedad: No le dolía nada en realidad pero,
inexplicablemente, andaba goteando sangre desde hacía tres o cuatro jornadas,
y eso le había puesto débil pues no había comido…Deambulando en busca de
algún roedor o insecto enorme con el que engañar el estómago, la debilidad lo
acercó al pozo de aguas turbias y estancadas…y se cayó en él.
Si bien corrió el riesgo de desintegrarse, ya que los ácidos y óxidos que
emanan de un cuerpo que pese a estar vivo se encuentra en franco proceso de
descomposición, cuando se juntan con el agua putrefacta, pueden causar una
hecatombe nuclear. Felizmente no fue así…y en su desesperado intento por
salir del pantanoso estanque, LA MUJER que había tras la bola de pelos
sebosos y la carca de más de veinte años, se bañó sin darse cuenta.
Aunque el aroma que ahora emergía de ese cuerpo femenino no era
precisamente el de un jabón español o el de un perfume francés, sino que se
parecía más al de una mofeta griega o al de un primate congolés…había algo
distinto en ella, y el homo erectus no dejó de percibirlo.
Pero como el romance aún no se había inventado tampoco, con todos sus
requiebres y prolegómenos, con sus cortejos y coqueteos, el macho de la
especie apeló al más sencillo argumento del que disponía, y que nunca le había
fallado para conseguir lo que quería: el garrotazo en el occipital.
Y así, la arrastró de los pelos al fondo de su caverna y comenzó a
olisquearla…a lamerla, a tocarla suavemente para descubrir la razón de sus
redondeces, tan distintas a las suyas…y sus investigaciones surtieron efecto: la
MUJER se despertó con sensaciones placenteras al sentir los toquecitos,
lamidas, miradas y respiradas del bruto junto a ella, y ¡cataplún!, entregó
cuerpo y alma, volviendo bizco al peludo, que se sintió más grande que King
Kong y más poderoso que el mortífero tiranosaurio.
Con guturales sonidos, ambos, días después (saciados de amor y sexo, que
les quitó no sólo el caparazón de mugre del cuerpo, sino las telarañas del
cerebro) se dedicaron a evangelizar a sus vecinos, instándolos primero a
reconocerse como hombres o mujeres (los bisexuales y los homosexuales aún
no se habían inventado tampoco, para variar), y a gozar de la vida, chico,
como dicen los cubanos de todas las generaciones.
Pese a las pedradas, cáscaras de plátano y uno que otro perro muerto que
les aventaban los estúpidos asistentes a sus mítines, el mensaje fue haciéndose
carne entre los oyentes, y éstos fueron descubriendo que la pasaban mejor
entre dos, siendo uno de sexo distinto al otro, y que el descubrimiento mutuo
de sus afinidades y divergencias hacían mucho más rica la experiencia,
llevándolos a planos casi místicos. Y aunque el resultado casi siempre era otro
enano chillón, al menos sabían que éste ya no era un gas o el producto de una
indigestión por no masticar los huesos del reptil que se tragaban, sino que era
fruto del amor, o de algo parecido a éste.
Sin embargo, esta idílica época no duro mucho. En algún momento de la
historia, las diferencias entre hombres y mujeres se agudizaron al punto de
fundarse dos partidos prácticamente irreconciliables: los machistas y las
feministas.
Veremos más adelante cómo las suegras se convirtieron en origen de
muchas de las disociaciones experimentadas por las parejas por los siglos de
los siglos, amén; estudiaremos el tema de la infidelidad tanto en su versión
chabacana y culpable por parte del varón, como conchuda y decoradora (por
los cachos) si es cometida por la fémina, y analizaremos rigurosamente, en una
valiente y comprometida gesta en aras de la evolución de la humanidad, el
tema del sexo, para romper esquemas estúpidos anquilosados en el tiempo, y
destrozar tabúes que sólo han causado la infelicidad de tantísimas parejas en
este planeta que Dios dejó girando a su libre albedrío.
En este aspecto, será importante ver el capítulo en el que revelamos lo que
pasó con la miserable vida de los pobres hombres cuando las mujeres
descubrieron el enorme poder de su sexo, y comenzaron a usarlo como arma o
herramienta para conseguir la joya más bonita y más cara, el viaje soñado, la
ropa o la casa más distinguida…en una palabra, para someterlo a sus deseos,
caprichos y ambiciones.
Es ahí cuando el floreciente romance se jodió para dar paso al práctico
matriarcado fruto del mero comercio de especies sensacionales (que viene de
sensaciones y sensualidad). Sí, el hombre tendrá mil y un defectos, como
también corroboraremos más adelante, pero la mujer (que dice que madura
más precozmente que el varón, que se autodefine más inteligente y hasta más
fuerte y valiente que el macho porque está habituada a parir mientras él se
desmaya ante una aguja), empezó en la época de las cavernas, aprendió luego
mucho más siendo la sofisticada cortesana del siglo XVII, y se consagró como
ejecutiva del mundo moderno. ¿En qué? Descubrió el poder que tiene entre
sus piernas (además de obviamente otros talentos) y actuó en consecuencia,
muchas veces con premeditación, alevosía y ventaja.
Suficiente. Basta de intriga. A leer los siguientes capítulos.

Capítulo 2
Ser hombre es….

A las féminas que abren esta revolucionaria obra, les adelanto que no
tienen que saltearse este capítulo. No encontrarán en él detalles asquerosos
sobre los habituales comportamientos del ser salvaje llamado Hombre, como
comerse las uñas negras, hurgarse la nariz para quitarse los mocos o arrancarse
los pelitos de las fosas nasales, sobarse la panza, rascarse los huérfanos, emitir
descargas gaseosas desde la garganta o desde más abajo del coxis una vez
lleno el buche, hacerse líos sobre si la tapa el inodoro debe quedar abierta o
cerrada una vez desaguada la vejiga, y algunas otras pequeñeces que, sin
embargo, desesperan tanto a una mujer como el que haya una realización de
zapatos en la tienda más cara y, resulta que tiene ampollas en carne viva en los
pies, o se ha gastado hasta el último céntimo de la billetera o la tarjeta de
crédito en el reciente té de tías con las amigas, en el que por cierto comió una
galleta de más y ahora se siente tan voluminosa como la cantante argentina
María Martha Serra Lima y un luchador de sumo.
Este capítulo es un imprescindible compendio de tips para las damas. No
conocerán mejor a su hombre. ¿Acaso no piensan ellas que los libros y los test
son la mejor manera de saber cómo es el espécimen que habita a su lado?...Y
para los hombres servirá como una reafirmación de su virilidad, por si el virus
ese del closet abierto en el que puede pasar de todo ha estado rondando su
cerebelo y alguna otra parte de su organismo.
Bueno. Hombres hay varias clases. Y también subclases. Iremos
enumerándolas aquí para que las damas vayan sacando su línea respecto al
tipo que escogieron o les tocó en suerte cuando lo sortearon con sus amigas.
Están los que siempre serán hijitos de mamá, esos que pasan del yugo
materno al del matrimonio como una res o un pollo se trasladan de un corral a
otro, con una pasiva indiferencia por su estado, absolutamente conformista.
Son aquellos que nacieron para ser dirigidos, arreados, controlados. La madre
se convertirá en una suegra metiche que querrá que la esposa atienda a su bebé
con el mismo ardor que lo hiciera ella. Y para nivelar el asunto, la nueva
dueña del títere hará lo posible para marcar su territorio.
También están los mandones. Autoritarios, nunca se equivocan, no dejan ni
pensar a su pareja. Son controladores, posesivos, celosos, impacientes, tercos,
caprichosos, resentidos, y todo lo que Rocío Jurado describía en su balada
“Ese Hombre”. Afirman no ser machistas, pero se las arreglan para impedir
que su mujer salga a relajarse con las amigas, se vista como quiera, tenga sus
propios ingresos, o disfrute de amenas e inofensivas conversaciones con
amistades en un chat de Facebook o WhatsApp.
Existen los tímidos, que se ruborizan cuando una mujer fea o bonita los
mira con una sonrisa o como a un insecto. Hay, por otra parte, los eléctricos,
que desde chiquitos se las ingenian para durante los juegos infantiles en el
jardín de la infancia mirarle los forros a la “miss”. También podemos
mencionar a los absolutamente fieles, conocidos como “ratón de un solo
hueco”, incapaces de siquiera pensar en otra mujer, más por pánico al
descalabro encefalocraneano que saben que sufrirán de parte de ella o sus
cuñados, que por convicción y vocación. Aunque en verdad, es justo
reconocerlo, nos hemos topado en algunas ocasiones con varones que se
toman muy en serio su relación y jamás sacan los pies del plato, aun cuando
hubiera oportunidad de hacerlo.
En contraposición, están los infieles de campeonato, que siguen
coleccionando mujeres todavía después del sagrado vínculo matrimonial,
afirmando que es “para no perder la costumbre”, o justificándose ante sus
amigos con frases como: “porque si no lo hago se puede pensar que soy raro,
pues compadre”. Una compulsión irrefrenable por conquistar a una nueva
presa los empuja a meterse en situaciones no sólo reñidas con la moral, sino
que atentatoria contra su propia seguridad y lo que es peor, contra los
sentimientos de la pobre mujer que los quiere, y a quien consideran
oligofrénica, caída del níspero, porque creen que nunca se enterará de sus
andanzas en otras alcobas.
Una sub especie de esta clase de hombre, mejorada por la tecnología,
habita peligrosamente en nuestros días las redes sociales, "el poeta romántico".
Dotado de una labia, un floro admirables, escribe tiernamente conectando con
su supuesto lado femenino a las mujeres, que comienzan a confiarle
confidencias sobre su solitario estado, sean solteronas, viudas, separadas hace
tiempo o casadas con marido indiferente, y ¡zas! al poco tiempo las hacen caer
redonditas. Si el hombre es de los cazadores solitarios, sin pareja, se despacha
entre 10 y 12 féminas diferentes al año, y si tiene compromiso, con unita cada
cierto tiempo, ya obtuvo ganancia según su óptica.
Y es que el hombre inteligente que ha madurado convenientemente para
administrar sus emociones y ser totalmente práctico, sea casado, soltero,
divorciado o viudo, descubrió hace mucho tiempo que el punto G de la mujer
no está en el cuello, los muslos, los senos o los genitales, sino en el oído. Así
como el pez por la boca muere, la mujer caerá a los pies del hombre por su
oreja.
Claro, el conquistador por antonomasia no podría lograr su objetivo sin la
entusiasta colaboración de la dama. Es imposible de creer que ella no sepa a
qué va a un hotel después que él la ha invitado a salir tres veces (al cine, a
bailar, a cenar algo con una copa) y ahora desee recuperar su inversión
financiera con especies carnales. El experimentado Don Juan sabe
perfectamente donde está el punto G de ella, la ha estudiado, y salvo algunas
inteligentes y respondonas que hay, de hecho, cuando él les diga "vayámonos
a descansar un rato, mi amor, a estirarnos en un sitio más tranquilo, donde no
haya tanta gente... te juro que si no deseas que pase nada, no pasará, te
respetaré hasta que estés lista", el 90% de ellas lo seguirá como una zombie
hambrienta de cerebros vivos.
Y si aún hay alguna resistencia en la cama, por miedo, vergüenza, pudor, o
porque las amigas le dijeron que era mejor hacerse un poquito la difícil, todo
reparo se evaporará cuando él, sosteniéndola tierna pero seguramente, acerque
su boca al mencionado punto G de ella, y con voz varonil, aunque quebrada
estudiadamente para dar un énfasis de excitada pasión, le susurre: "Déjate
llevar, mi vida, déjate llevar".... Y listo, orgasmo inevitable hasta con
repetición para ella, y gol para el campeón.
En fin, la lista es larguísima. Así que seguiremos. El deportista, que sólo
piensa en los partidos del domingo y las cervezas con los amigos; el “señor
feudal”, que llega del trabajo y espera sus pantuflas bajo el sillón, su whisky,
cuba libre o cervecita en el vaso, la cena calentando, la mujer atendiéndolo
como se merece por ser el proveedor de las comodidades, la ropa para ir a la
oficina al día siguiente planchadita y colgada, y los hijos durmiendo o
idiotizados con la computadora o el TV para que no lo jodan. También está el
mantenido, que nunca encuentra trabajo digno de él porque gracias a Dios es
“mejor y diferente” y a que tiene una familia o una mujer que sí se saca la
mugre para que él pueda seguir gozando de comodidades mientras le llega la
“gran oportunidad”.
Otra clase imposible de dejar de reseñar es el pisado, espécimen casi en
extinción, pero del que aún quedan algunos estúpidos remanentes transitando
por ahí para oprobio del género masculino. A estos las mujeres (esposas,
suegras, hijas y hasta amantes) los dominan, les gritan, les pegan con lo que
encuentren a mano, no necesariamente porque se hayan portado mal, sino
porque dieron el hándicap una vez y la susodicha se acostumbró a tratarlo así,
y él no tiene la valentía de contradecirla así ella diga que uno de los Beatles se
llamaba Juan Pérez o que la villana del film "Atracción Fatal" le parece tan
adorable como a nosotros (en nuestro fuero interno, por seguridad propia), la
despampanante diva italiana Mónica Bellucci.
Figura en la relación también el turista, que llega a casa cuando quiere y a
la hora que quiere, merced a sus muchos compromisos sociales, y casi siempre
(digamos en un 90% de las veces) por instinto de orientación, ya que ha
bebido tanto que lo único que quiere es orinar, dormir la mona, o si es un
sediento de campeonato, sacar más plata para volver a mandarse mudar.
Si la mujer se hace la dormida, bien gracias, porque le ha tocado una
fémina comprensiva para con el ejercicio liberador de tensiones que significa
llegar a la tercera o cuarta caja de cervezas y soltar el “yo te estimo”, que cura
psicológicamente cualquier neurosis de soledad, y que hasta el mismísimo
Cristo practicaba, pues como un colega me recuerda, cuando se acababa el
dinero en la bolsa de su tesorero Judas, echaba mano de algún milagrito para
seguir con la juerga. Pero si la dama es de las reclamonas, podríamos estar ad
portas de una batalla campal.
Finalmente, para abreviar, pese a que existen muchísimas más clases y
categorías de hombres, se encuentra el loco pegalón. Temido y odiado por las
mujeres, aunque muchas de ellas no reúnen el valor necesario para alejarse de
dicha bestia, este tipo de hombre (al que no se puede llamar “Varón”) todo lo
ve golpe porque así le enseñaron desde chiquito. Las diferencias se arreglan a
puñetazos y patadas, y el mejor argumento para imponer su punto de vista,
muchas veces equivocado, es el grito destemplado y amenazante, o la
cachetada o paliza que le propinan a sus sufridas cónyuges. Algunos terminan
presos o asesinados mientras duermen por esa misma mujer a la que
martirizaron durante años. Son los llamados “crímenes pasionales”. Pero son
pocos casos, la mayoría anda suelto, buscando nuevas víctimas.
El siguiente texto de Arturo Torrecillas, revela grandes verdades. Muchos
hombres se sentirán reflejados en él, y muchas mujeres entenderán mejor
cómo pensamos quienes pasamos ya la barrera del medio siglo:
"Un hombre maduro no es el que ha vivido 'n' cantidad de años; es aquel
que ha acumulado suficiente experiencia, como para saber exactamente lo que
quiere, un hombre maduro no utiliza técnicas de conquista, él es la técnica. Un
hombre de este calibre, no cuestionara tu pasado, pues él también tiene su
historia y es lo suficientemente seguro, como para saber, que lo que importa es
vivir el presente, aunque esperará de ti, la misma lealtad que él está dándote.
Un hombre maduro se conoce tan bien, que no anda con rodeos y va directo al
grano, pues la vida le ha enseñado que las cosas importantes no hay que
postergarlas.
A un hombre maduro no le importa sólo el físico, pues para llamar su
atención, hay cosas que el valora mucho más.
El hombre maduro no "coge", él hace, del amor, un arte: se tomará su
tiempo, para que te sientas cómoda, tal como un gato se deleita con su presa,
antes de acabar con ella; un hombre maduro te admirará, recorrerá con su
mente, sus ojos y sus manos, tu cuerpo; apoderándose de tu pensamiento, de tu
lujuria y de tu corazón, hasta que supliques que te haga suya.
Un hombre maduro paladeará y degustará cada milímetro de tu anatomía,
será el amante que jamás imaginaste tener.
Un hombre maduro, no es para una "urgida" si me permiten la expresión,
porque él, se tomará su tiempo para hacerte arder de deseo, no te embestirá
como una fiera; el permitirá que tu marques la pauta Y si tu deseo es ser
salvajemente poseída, ten por seguro que él sabrá leerte. Él sabe
perfectamente, que la lengua, jamás se ha de usar, para hablar de una mujer;
entiende como nadie, dónde, cómo y cuándo se utiliza, para hacerla vibrar y
temblar de deseo. Un hombre maduro, para cuando te penetre, ya te habrá
hecho mojar más de una vez.
Un hombre maduro no te prometerá la luna y las estrellas, te dirá: "te
quiero en mi vida" o te dirá; "quiero volver a verte, si entiendes lo que quiero
decir" y no tendrá empacho en amanecer a tu lado, pues es completamente
dueño de sus actos.
Un hombre maduro no te ofrecerá nunca algo que no esté en condiciones
de cumplir, un hombre así, si te quiere para su vida, te lo dirá de una; si quiere
algo sin compromiso, serás la primera en saberlo.
Un hombre maduro no necesita pedir nada a nadie, es autosuficiente y
sabrá halagar a su compañera, y no la privará de sus gustos; él sabe
perfectamente cómo debe tratarse a una mujer, y ella se sentirá cómoda y
segura con él.
Un hombre maduro, definitivamente es un bocado no apto para cualquier
paladar."
En suma, ser hombre es un cúmulo de defectos pero también de virtudes.
Uno puede ser sincero, cariñoso, inteligente, responsable, trabajador, fiel y
atento (no es una reseña autobiográfica, pues la modestia me lo impide, pero
se acerca bastante), pero algún defecto le encontrará la mujer para fregarlo
porque, o quiere que se parezca, o sufre por no poder tener, a los galanes de las
telenovelas con las que pierde el tiempo todo el santo día y también la noche,
si es que no trabaja.
En los tiempos actuales, el varón incluso puede ser más interesante, evitar
ser descartado, extender su vida útil (sexualmente hablando) ya que es posible
prolongar el placer que puede ofrecer a la fémina, como no se había logrado
antes en centurias. Gracias al sildenafilo (componente de la salvadora pastillita
azul conocida como Viagra o Cialis) aquello de que "el hombre hasta que
puede, y la mujer hasta que quiere" ha pasado a ser historia, cuento chino,
periódico de ayer, como muchos varones de más de 70 años (y sus parejas)
agradecen ahora con lágrimas en los ojos.
Ha quedado demostrado que no es necesario tener la pinta de Brad Pitt,
Javier Bardem o George Clooney, los músculos de Schwarzenegger o el
increíble Hulk, la voz aterciopelada de Camilo Sesto o profunda de Barry
White, la plata de Bill Gates o Hugh Hefner, o el meneo sensualón del que
hacían gala Elvis Presley y el argentino Sandro, para ser un Hombre con H
mayúscula. El hombre puede ser romántico, discreto, sensible, amoroso,
preocupado por su familia, trabajador de sol a sol y tan buen cocinero como la
que más…Sólo es cuestión de que la mujer lo sepa valorar, comprender, amar,
tener paciencia, y darle de cuando en cuando sus gustitos sin parecer sumisa.

Capítulo 3
Ser mujer es…

Desde los tiempos de las cavernas a los que nos referimos en el primer
capítulo, y una vez que se identificó a los machos de las hembras, se estableció
una regla: El hombre salía de la cueva a buscar el sustento diario (como no se
había inventado aún la monogamia, se disculpaba una que otra canita al aire),
y la mujer se quedaba al cuidado de los hijos, la limpieza de la pétrea morada
(que iba decorando con huesitos de pterodáctilo o pintando en los muros
escenas cotidianas) y a desarrollar una nueva forma de atender sus necesidades
de subsistencia: la agricultura.
Sí, la siembra de raíces y pepitas hizo florecer algunos artículos que fueron
sirviendo para la alimentación y para aromatizar o dar sabor a la carne que
trasladaban los machos desde los lugares de caza. Al inventarse el fuego, nació
la cocina. Y al haber cocina, se hizo imprescindible la labor de preparar la
comida. Y fue ella quien se hizo cargo.
Esta distribución del trabajo en las primeras sociedades conyugales
ocasionó, desde luego, algunos estereotipos, y fue así como, por los siglos
venideros, se hizo patente la regla no escrita que los hombres tomaban las
decisiones políticas y las mujeres eran las encargadas de ejecutarlas, hasta
donde podían. Y así nacieron las llamadas “labores propias de su sexo” para el
llamado sexo débil: parir, cuidar a los críos (desde lavarlos, darles de comer y
hacerlos dormir, hasta prepararlos para ser machos cazadores o amitas de
cueva), cocinar, limpiar, decir “sí” a todo, etc.
Conforme fueron pasando los siglos, la lista aumentó a lavar la ropa, fregar
los platos (y el descanso bien ganado del macho), coser, bordar, chismear con
las amigas y vecinas, devorarse años enteros de telenovelas…y para las
“damas de sociedad” ir a clases de piano, de tenis, de danza o de decoración
de interiores, a misa los domingos, de compras, y a tomar el té o a un
“shower” con las amigas.
Así como el hombre evolucionó (o involucionó según afirma su más artero
enemigo…sí, adivinaron: la mujer), también ésta lo hizo. Hay muchísimas
categorías de féminas, y detallaremos algunas como hicimos en el capítulo
dedicado al hombre, para ser justos y en aras de quitarle las legañas de los ojos
a quienes (hombres y mujeres) se han tragado el cuento bíblico de que la
creación del ser humano en sus dos géneros es perfecta y no perfectible.
Existe la mujer femenina y la mujer amachada. La primera siempre tendrá
una expresión dulce y simpática aunque las cosas no le salgan bien,
incluyendo la elección de su pareja…ahí tienen a Doris Day, y los edulcorados
personajes que siempre interpretó en el cine, para citar un ejemplo. La segunda
siempre estará buscando revancha con el otro género, al que considera opuesto
y no complementario, pues no soporta la idea de que su
tataratataratatarabisabuela saliera de la costilla del macho y no al revés. Será
competitiva hasta el desagrado, pleitista a más no poder, y si la dejan, una
vengadora feminista en potencia que, si tiene poder, Dios nos coja confesados.
Los personajes a los que dio vida Bette Davis en el ecran, son un ejemplo
claro.
Está también la diosa erótica. Vive para provocar coquetamente la libido
masculina, como Marilyn Monroe y las subsecuentes generaciones de vedettes
que inundaron el mundo después de los 60, sean rubias, platinadas, morenas,
latinas u orientales. Promete con la mirada y los movimientos, pero en el
fondo solo siente placer en ser admirada, en saber que tiene a los hombres
rendidos a sus pies, pero no se siente bien ajustándose a las reglas de la
responsabilidad que exige el compromiso. En una palabra, y siendo totalmente
honesto y descarnado, tendría que ser calificada como “calientahuevos”. Milan
Kundera define la coquetería como "promesa de coito sin garantía". La mujer
nace sabiendo esto.
Existe también la conservadora, cucufata o reprimida, con sus lentes de
medida, el moño en el pelo, la falda casi hasta los tobillos, y la vocecita
tímida…Es la que no se pierde una misa de los domingos, se sabe todas las
canciones del rito, y al mismo tiempo cree en los horóscopos, en los test
dominicales, y en que embarrándose la cara con crema de frutas, chocolate o
desenterrados fósiles de mierda de pelícano, será bella….Aunque, cuidado, las
aguas mansas no siempre son lo que parecen. Tanta abstinencia termina
convirtiendo a algunas en unas bombas de tiempo, y una vez que agarran viada
en la cama con un sujeto eléctrico, no las para nadie.
También hay la indecisa, le gusta un hombre, pero le dice que no a sus
avances. Espera que la saquen a bailar en la fiesta o que la inauguren como si
fueran un monumento, dando largas a lo que en su fuero interno desea y clama
a gritos. No tiene iniciativa, o le parece poco femenino tenerla. Primero la
despellejan porque la abuelita, la mamá sobre protectora, la tía solterona, y la
monga, digo... monja, del colegio, le dijeron que hacerse la difícil era una
virtud, y peor aún, que una mujer que disfruta el sexo es una puta.
Muchas de estas mujeres que viven esquivando por inercia algo tan natural
como el buen sexo, y que buscan complicarlo con una serie de promesas a
futuro, cuando son dos cosas distintas, se andan quejando después que el
hombre se aburrió y buscó la adrenalina de la pasión en otro lado, y justifican
con mil pretextos su absurdo miedo a ponerse delante de un hombre que las
aloca y decírselo sin pelos en la lengua ("es que si sabe que me gusta se
aprovechará"). ¿Y si miran con sinceridad en su fuero interno y admiten que
eso es lo que están deseando? Con satisfacer el deseo carnal ¿se pierde algo?
¿Si hay cuidado de no embarazo, que tiene de malo disfrutarlo al máximo?
¿Acaso el hombre es el único que "gana", que lo siente rico, que se satisface?
¿Ella no? ¿No es mejor tenerlo que no tenerlo, paladearlo con fruición
intensamente aunque sea efímero, o precisamente porque lo es?
En el plano de los quehaceres domésticos o del mundo laboral, existen la
mujer luchadora y la trepadora. La primera será hacendosa, querrá demostrar
que vale tanto o más que un hombre en determinadas circunstancias (muchas
de ellas han sido pioneras en diversos campos científicos o artísticos). Sin
dejar de lado sus deberes como madre, hija o esposa, desarrollará tareas, y lo
hará bien. Serán liberadas, osadas, autosuficientes, todo lo cual es muestra de
inteligencia, y eso puede atraer tanto o más a un hombre de verdad que el puro
atractivo físico.
La segunda, confundiendo el ser práctica con el ser fácil, engatusará al
superior para obtener beneficios económicos, sociales o de estatus marital (y si
esto no se puede, se conformará con ser la querida). En el fondo es una ociosa,
acostumbrada a tener siempre lo mejor sin que le cueste el sudor de sus axilas,
sólo porque “la mujer se lo merece todo”. Conformista y abusiva, ésta fémina
se creará una imagen de “inalcanzable aunque quien sabe”…Prometerá sin
decirlo abiertamente, sólo con pícaras miradas y astutas sonrisas, intensos
placeres si se siente cómoda. En un plano parecido, sin ser el mismo, está la
convenida, que se amarra a un hombre, así ella tenga veintitantos y él pase la
barrera de la jubilación, sólo porque le conviene de alguna manera.
Existe la mujer celosa al extremo, que revisa la billetera, agenda telefónica,
correos electrónicos y rincones más profundos de los bolsillos para encontrar
evidencias, indicios, pruebas o pretextos con los que pretender acorralar al
hombre…También hay la indiferente, a la que no le importa un pito donde
anda el marido, con quién, haciendo qué, y hasta qué hora…Esta es
sospechosa, pues pudiera ser que haya encontrado entretenimiento sexual en
otra cama. Tanto una como la otra se inscriben dentro del ya famoso dicho:
“Mujer que no jode es hombre”... o está haciéndolo con otro.
Cuidado además con la vengadora. Si se ha sentido rechazada, utilizada,
ninguneada, burlada, y lo que es peor, engañada, se convertirá en la peor
pesadilla del hombre. No parará hasta destruirlo: sentimental, social,
económica y hasta físicamente de ser posible, y saliéndose con la suya muchas
veces, sin que les pase nada. Una mujer despechada o harta de soportar
agresiones o humillaciones, es una bruja maldita. Huya, no lleve consigo más
que lo que tiene puesto, o corre el riesgo de conocer a San Pedro (o a Satanás)
ese mismo día.
Sí, porque en el caso de las mujeres, y sin pretender ser peyorativo o
machista, existen dos clases de locura. Hay las locas de la azotea y las locas
del sótano. Las primeras tienen un tornillo zafado, fruto quizás de la agresión
infantil o en otros momentos de su vida, que las ha traumado y no pueden ser
felices porque no saben cómo. Las segundas, son aquellas para las que el
placer sexual lo es todo, pues consideran que tener un hombre (o varios) entre
sus piernas les confiere cierto poder…Y no se equivocan.
Existe, de otro lado, la arrasadora. Se hace la cojuda pero mira al papá de
sus amigas, si es viudo o divorciado y está cargado de billetes, y se lanza sobre
él. Igual con los hermanos, primos, cuñados (sean solteros o casados) y no
respeta ni hijos o hasta maridos de sus congéneres. Sabe lo que quiere y lo
conseguirá merced a ardides bien elaborados.
Desde tiempos antiguos las madres aspirantes a suegras inculcaron en las
hijas el que se prepararan para ser doncellas casaderas. Las vistieron de tules y
pedrerías para que gustaran al género masculino, y tuvieran la dicha de
conocer al estúpido príncipe azul que se encargara de su manutención hasta el
día de su muerte.
Si bien este mecanismo de supervivencia de la especie femenina fue un
hecho natural e inocente al comienzo, se convirtió en moneda común con el
tiempo, y andando los años, en mero mercadeo: Si el hombre quería a una
mujer para hacerla suya en la cama, primero había que cortejarla con regalos y
luego pasar por el rito matrimonial con todas las obligaciones que esto
conlleva. Resultado: El patrimonio es un conjunto de bienes y el matrimonio
es un conjunto de males, sobre todo cuando es por conveniencia o interés
financiero.
El 99% de las mujeres afirma que el hombre es mentiroso, y andan
cantando la canción de Olga Tañón que tiene esa letra. Una muestra más de
que la cacareada intuición femenina es puro cuento, no sirve para nada. No se
puede generalizar cuando de hombres se trata, eso de por sí ya es un error. ¿La
mujer no miente? ¡Ellas inventaron la argucia de ocultar las cosas o de decir
absolutamente lo contrario de lo que quieren!
¿O no? Que levante la mano o tire la primera piedra la mujer que no
inventó una jaqueca para no compartir con su marido una salida, o un
programa de TV que él quería ver, o una noche de sexo, y encima se las
arregló para que él se sienta culpable.
¿No es cierto que cuando un hombre las ve raras y les pregunta que les
pasa, ellas inmediatamente dicen "Nada" cuando es evidente que les pasa de
todo? ¿No es cierto que si quedas en recogerla a una hora o en encontrarse en
un determinado lugar, siempre se las arreglarán para llegar tarde así tengan
reloj en la muñeca y también la hora en el celular? ¿No las ve uno dándose
besitos y halagos con sus amigas, diciéndose lo regias que se ven, para a los 5
minutos hablar pestes a espaldas de ellas por celos, envidia o sabe Dios qué?
Todas son románticas y comprensivas al comienzo, y se juntan con las
amigas para compartir y comparar las proezas acrobáticas maritales que las
llevaron al éxtasis….pasados unos años ya no soportan al marido y si se
reúnen con su banda de amigas es para despellejar viva la memoria de su
sufrido consorte, al que le arden las orejas debido al raje...y encima, el pobre
tiene que soportar que los maridos de sus amigas le reenvíen los correos
electrónicos que entre ellas se pasan, con definiciones tan espeluznantes e
irrespetuosas como en el ejemplo que sigue:
“Una mujer cuando se enamora entra a formar parte de la sociedad
protectora de animales ¿¿por qué??: Porque empieza a querer a una rata, a
cuidar a una paloma, a engordar a un puerco, a abrazar un oso, a pelear con un
burro y a llorar por un perro. ¡¡¡Habrase visto!!!
¿A que conduce esto? A que los hombres se venguen pasándose también
cositas como esta: “¿Porque los hombres prefieren perros y no esposas? Los
perros no se dan cuenta si los llamas por otro nombre. A los perros les gusta
que dejes muchas cosas tiradas en el piso. Los perros están de acuerdo en que
debes levantar la voz para dejar en claro tu punto de vista. Nunca tienes que
esperar a que se maquille el perro, ellos están listos las 24 horas del día. Los
perros encuentran divertido cuando tú llegas ebrio…A los perros les gusta ir
de cacería o de pesca. Si un perro tiene bebés los puedes anunciar en el
periódico y regalarlos. Si un perro detecta el olor de otro perro en ti no se
enfada, solo piensa que es interesante. Y por último, pero ciertamente no
menos importante: Si el perro te deja, no se lleva la mitad de tus cosas.
Test Final: Encierra a tu esposa y a tu perro en el maletero de tu coche por
una hora. Después abre el maletero y observa quien está más feliz de verte”.
Finalmente: Una vez la mujer se convierte en madre puede optar por dos
caminos: educar adecuadamente a la prole o malcriarla. Hay mil y un estudios
al respecto que desnudan a la madre sobre protectora y consentidora, y la
diferencian de aquella que sabe lo que cuesta ganarse los frijoles y se
convierten en la mejor influencia de sus hijos para que no terminen siendo
alguno de los ejemplos de hombres y mujeres que mencionamos líneas arriba.

Capítulo 4
Cuando ellos y ellas se unen

Mariposas en el estómago, pajaritos trinando en nuestro cerebro, cara de


baboso(a) y ceguera incurable para todo lo que no sea virtud, son algunos de
los raros síntomas del enamoramiento entre un hombre y una mujer (y quizás
también entre hombres con hombres, y mujeres con mujeres, pero no me
consta por experiencia propia, por eso no lo aseguro).
La colisión resultante de este encuentro puede ser maravillosa (más al
comienzo de la relación, aunque algunos afirman que en la despedida de uno
de ellos en su lecho de muerte también se escuchan arpegios y bordones
anunciando la esperada libertad) y en algunos casos explosiva, y causar más
problemas que una biblioteca de libros de álgebra.
Del odio al amor hay sólo un paso, es uno de los refranes de uso común
para explicar cómo dos personas que cuando se conocieron se cayeron tan mal
como un pescado al vapor aderezado con huevo pasado, pellejo de cerdo y
tomate al limón lavado en leche, terminan uniendo sus vidas en virtud a no
sabemos qué mecanismos cerebrales y cardíacos.
Muchos de los chistes de parejas disparejas que circulan por Internet tienen
un trasfondo de descarnada verdad. Sería bueno leerlos, reírnos con ellos, pero
al mismo tiempo analizarnos como personas y como componentes de la
ecuación conyugal que somos:
“Mi mujer y yo estábamos sentados en la mesa de un bar, yo me estaba
fijando en una chica borracha que estaba sola en una mesa próxima, y que
balanceaba su copa. Mi mujer preguntó:
-¿La conoces? -Sí, -dije yo. -Ella es una antigua novia mía... Sé que
empezó a beber después de separarnos, hace ya bastantes años y, por lo que sé,
nunca más ha vuelto a estar sobria.
-¡Dios mío!, -dijo mi mujer-, nunca pensé que alguien pudiese celebrar
algo durante tanto tiempo”.
O este otro, para balancear las cosas:
“La mujer está desnuda, mirándose en el espejo de la habitación. No está
feliz con lo que ve y dice al marido: -Me siento horrible; parezco vieja, gorda
y fea. Realmente preciso de un elogio tuyo. El marido responde: -De la vista
estás perfecta”
O, para finalizar, esta historia, que es sencillamente genial:
"Nunca había entendido porqué las necesidades sexuales de los hombres y
las mujeres son tan diferentes entre sí. Nunca había entendido todas esas
idioteces de que las mujeres son de Venus y Los hombres de Marte. Y nunca
había entendido porqué los hombres piensan con la cabeza y las mujeres con
el corazón. Pero... Una noche, mi esposa y yo nos fuimos a la cama.
Y bueno, empezamos a acariciarnos, el inevitable agarre de aquí y allá, el
trasero, etc. La cuestión era que ya estaba listo y en ese momento, me dice:
"Ahora no tengo ganas mi amor. Tan sólo quiero que me abraces" Y me lo
dice con una cara de cínica...Yo dije: ¿QUEEEEEEEE?????' Entonces me dijo
las palabras mágicas de toda mujer:
"No puedes por una vez en tu vida, conectarte con mis necesidades
emocionales como mujer”. ¡A LA MIERDA! Al final, el asunto era que esa
noche no iba a haber sexo, guardé los aceites afrodisíacos, apagué las velas y
el CD de Alejandro Sanz (en ese momento casi siempre funciona), guardé la
champaña y demás. ! Che’ su mare! Me di un duchazo con agua helada a ver si
podía calmar a la “bestia” y me puse a ver “Discovery”. Después de un rato
me quedé dormido.
Al día siguiente fuimos de compras al Mall, entramos a una tienda. Me fui
a ver relojes mientras ella se probaba tres modelitos carísimos. Como mi
mujer al fin no podía decidirse por uno u otro, le dije que se llevara los tres.
Entonces me dijo que necesitaba unos zapatos que le hicieran juego. A $39.99
el par, le contesté que me parecía bien. Luego fuimos a la sección de ropa
sport, de donde salimos con unas Zapatillas Nike y una Bolsa Luis Vuitton o
alguna huevada de ésas. ¡Ella estaba tan emocionada!
Yo creo que ella pensaba que me había vuelto loco, pero de todas maneras
se veía contenta. Pienso que me estaba poniendo a prueba cuando me pidió
una faldita muy corta de esas para jugar tenis. Entró en 'shock' cuando le dije:
¡Cómprate todo lo que quieras! ¡Ella estaba excitada casi sexualmente
después de todo esto! Y entonces dijo la palabra mágica de toda mujer:
“Vamos papito lindo, vamos a la caja a pagar”. Fue aquí cuando, de repente
faltando solo una persona para pagar le dije: “No. mi amor, creo que ahora no
tengo ganas de comprar todo esto”...
De verdad, ojalá le hubieran visto la cara, se quedó pálida cuando le dije:
“Tan solo quiero que me abraces”. Empezó a poner cara de que se iba a
desmayar, se le paralizó la parte izquierda del cuerpo, le dio un tic nervioso en
el ojo derecho y le dije: 'No puedes por una vez en tu vida, conectarte con mis
necesidades financieras como hombre'.
Desde hace dos días que duermo en el living, pero, ¡PUTA QUE ME
SENTÍ TAN BIEN!”
Si hay algo que ambas partes de la ecuación deben entender, y metérselo
en el fondo de la conciencia, es que el hombre jamás pensará como mujer, y
ella jamás pensará como él. Pero pueden comprender el punto de vista del
otro, poniéndose figurativa y empáticamente en sus zapatos, para darse cuenta
del porqué de determinadas reacciones, y evitar los conflictos. Walter Riso y
Pilar Sordo, dos expertos en estos temas, han encontrado muy buenos
ejemplos para graficar esto. Riso entiende a las mujeres sin dejar de ser
hombre, Sordo vapulea mucho a sus congéneres por engreírse demasiado y
joder tanto al varón, y no por eso ella deja de ser una mujer capaz de
empatizar con su género. Veamos un resumen de lo que proponen.
Desaferrarse, soltar es la clave. Aún dentro de una relación. La confianza y
el espacio de libertad que le damos a quien amamos, es VITAL para que esa
persona regrese a nuestro lado en unas horas, extrañándonos, o queriendo
compartir con nosotros lo que fue su día. Más si lo (la) atosigamos todo el día
con llamadas, mensajes, timbradas, mostrando un exceso de control, estamos
cavando la tumba de la relación de pareja.
La mujer debe entender que hace mal reteniendo. Está mal acostumbrada.
Quiere retener al marido y que no salga a ver o jugar un partido con sus
amigos y tomarse unas cervecitas, pero ella sí quiere ir de tiendas o a la
reunión con sus amigas... quiere retener a los hijos, a los que no permite irse
de la casa así ya trabajen años, tengan mujer o marido y hasta sus propios
críos... retiene malos humores, palabras supuestamente hirientes, recuerdos
funestos, fechas de aniversarios, de todo... hasta grasas y líquidos. El hombre
más bien está acostumbrado a soltar, a desapegarse fácilmente de todo eso, a
no darle más que un mínimo espacio en su cerebro, mientras que para ella lo
es TODO.
Hasta sexualmente hablando, el hombre suelta, eyacula... la mujer retiene,
embriona... pero o aprende a ser más práctica, o no será feliz ni hará feliz a su
marido. Las diferencias que hay entre los dos no significan ruptura, posiciones
irreductibles. Complementarse en base al diálogo es la clave. Si ya sabemos
que él tiene una permanente urgencia por eyacular, y eso es absolutamente
normal o no sería hombre, ella debe aprender a liberar también su sexualidad,
no reprimirla ni pasmarla. La arrechura, dicho sin pelos en la lengua, no es
para endiosarla, magnificarla, ritualizarla, sublimarla, pues en vez de obtener
un espectacular orgasmo, lo que tendrán es una raya más en el tigre de sus
frustraciones, y se lo habrán buscado solitas.
Hay, sin embargo, millones de ejemplos de parejas que han llevado una
buena vida en común, y que son ejemplo publicitario en pro del matrimonio o
la convivencia, en contraposición con los también millones de sociedades
conyugales que han terminado en divorcio, abandono o hasta asesinato.
Esto último ocurre por no soltar, por aferrarse a lo que ya no es. Una frase
muy cierta que refleja que el amor no puede estar divorciado de la dignidad,
pues primero debe ser el amor propio, dice que el hombre (o la mujer) que nos
rompió el corazón, no tiene ni tendrá jamás la capacidad para repararlo.

Capítulo 5
Ellas y Ellos en los libros y en la pantalla

A veces nos cuenta entender las mil y una situaciones complejas que
pueden darse en las relaciones de pareja. Sea porque nos ha faltado
experiencia, o porque las vividas en carne propia u observadas en personas de
nuestro entorno no han sido lo suficientemente críticas para convertirse en un
referente inolvidable, siempre podemos recurrir a los libros y a las películas
para encontrar ejemplos muy ilustrativos. Es cierto que mucho de lo que
encontraremos ahí será ficción, como en las letras musicales, pero existe un
mensaje intrínseco en lo que sus autores han plasmado, y puede sernos de
muchísima utilidad.
Ya en la Biblia encontramos múltiples referencias a las relaciones
conyugales. Desde Adán y Eva en el Génesis, pasando por Sansón y Dalila,
David y Betsabé, Abraham y Sara, Rut y Booz, Jacob y Raquel, José y María,
y hasta Jesús y María Magdalena en el Nuevo Testamento, el libro religioso
más vendido y leído de todos los tiempos nos ha presentado imborrables
momentos, muy emotivos, como también diversos personajes que podemos
encontrar entre los hombres y las mujeres de hoy.
Existen frases memorables como “Donde tú vayas, yo iré, donde tú mores,
yo moraré, tu pueblo será pueblo y tu Dios será mi Dios”, "Grábame como un
sello sobre tu corazón; llévame como una marca sobre tu brazo. Fuerte es el
amor, como la muerte, y tenaz la pasión, como el sepulcro. Como llama divina
es el fuego ardiente del amor. Ni las muchas aguas pueden apagarlo, ni los ríos
pueden extinguirlo. Si alguien ofreciera todas sus riquezas a cambio del amor,
sólo conseguiría el desprecio"; “#Me robaste el corazón novia mía, con una
sola mirada tuya, con una sola de las perlas de tu collar. ¡Qué amorosas son tus
caricias, qué delicioso es tu amor! Los labios de mi novia destilan pura miel;
debajo de tu lengua se encuentra leche y miel y la fragancia de tus vestidos es
la de los bosques del Líbano”; y “El amor es paciente y bondadoso. El amor
no es envidioso. No es presumido ni orgulloso. El amor no es descortés ni
egoísta. No se enoja fácilmente. El amor no lleva cuenta de las ofensas. No se
alegra de la injusticia, sino de la verdad. El amor acepta todo con paciencia.
Siempre confía. Nunca pierde la esperanza. Todo lo soporta. El amor no tiene
fin”. Sea uno creyente o no, es imposible permanecer indiferente ante
conceptos tan verdaderos como sublimes.
Claro que no todos los personajes bíblicos eran virtuosos y un ejemplo de
fidelidad a toda prueba, como María, la madre de Jesús o Judith, que tras
enviudar y tener que soportar la opresión de su pueblo por fuerzas enemigas,
decidió entregarse al invasor para degollarlo. No. Hubo espías de un gobierno
enemigo como Dalila (que no tuvo empacho en regalarle una noche de lujuria
a Sansón a cambio de cortarle el pelo y entregarlo a los soldados que le
quemaron los ojos, ¡una bruja en verdad!), mujeres incestuosas como las hijas
de Lot (que se banquetearon a su propio padre para tener descendencia pues
no había más hombres), y otras sensuales, dadas al lujo como Jezabel; y
hombres justos, pero que tuvieron varias mujeres e hijos con ellas, como el
propio Abraham, así como Moisés, Jacob y los reyes David y Salomón, de
quien se dice llegó a tener un millar de esposas y concubinas.
Otros volúmenes indispensables para acercarnos a lo que es el amor de
pareja, a la timidez del primer enamoramiento, como a la pasión de los
amantes desbocados, son, por supuesto, El Libro de los Cantares o Del Buen
Amor, del Arcipreste de Hita, una serie de fábulas y alegorías escritas en el
siglo XII en las que se narraba, en forma autobiográfica y atrevida para la
época, varios asuntos amorosos del autor; el “Ars Amatoria” de Ovidio;
Romeo y Julieta, la inmortal tragedia de William Shakespeare (que tiene otras
parejas magistrales como Hamlet y Ofelia, Otelo y Desdémona, Catalina y
Petruccio, y Macbeth y su mujer); “La Odisea” de Homero, con la fiel y
paciente espera de Penélope a su esposo Ulises; “Don Quijote” y su amada
Dulcinea; “Cyrano de Bergerac” y su bella Roxana, así como la jovencísima
“Lolita” y su maduro Humbert.
También “Anna Karenina” y su Conde Vronski; “El Fantasma de la
Opera”, un ser tan temido como apasionado; los ya míticos Heathcliff y
Catalina de “Cumbres Borrascosas”, maravillosa obra de Emily Brontê; el
burlador y la mujer noble que encarnan Don Juan y doña Inés en “Don Juan
Tenorio” (de José Zorrilla); los románticos Mr. Darcy y Elizabeth Bennet en la
hermosa obra de Jane Austen, “Orgullo y Prejuicio”; la impresionante historia
amorosa de Baltasar Sietesoles y Blimunda Sietelunas en “Memorial del
Convento” de José Saramago; y una serie de tratados de científicos,
pensadores y literatos como Erich Fromm, Helen Fisher, Robert J. Sternberg,
Abraham Maslow, Agustín García Calvo, Conchita Ramón Delgado, y cientos
más, entre los que destaca el colombiano ganador del Nobel Gabriel García
Márquez y el inolvidable romance entre Florentino Ariza y Fermina Daza que
creó para “El Amor en los Tiempos del Cólera”, como la pareja extraña que
conformaron José Aureliano Buendía y Úrsula Iguarán en “Cien Años de
Soledad”.
Así como ante estos (y otros) libros, muchas almas románticas también han
llorado de amor frente a las películas. Existen muchos filmes basados en las
obras mencionadas, como en otras, que deben verse con una profusa colección
de pañuelos o kleenex, debido a su alto contenido lacrimógeno, y otras cintas
en las que la pasión se desborda locamente hasta el punto de convertir a los
amantes en trágicos seres.
Parejas clásicas en el cine americano fueron Errol Flynn y Olivia de
Havilland, como Spencer Tracy y Katharine Hepburn, que trabajaron juntos en
8 producciones los primeros, y en 9 los segundos. Pero quizás las más
recordadas son las que formaron el sufrido Humphrey Bogart y la fría Ingrid
Bergman en “Casablanca”, sin final feliz, algo rarísimo para la época; Clark
Gable y Vivien Leigh, todo ímpetu en el amor como en el desprecio, mientras
encarnaban a Rhett Butler y Scarlett O’Hara en la monumental obra escrita
por Margaret Mitchell “Lo que el Viento se Llevó”, llevada a la pantalla por
Víctor Fleming; los jóvenes rebeldes Oliver y Jenny, interpretados por Ryan
O’Neal y Ali MacGraw en “Love Story”; los desafortunados Marlos Brando y
Maria Schneider en “El Último Tango en París”; y los impulsivos tortolitos a
los que dan vida Ryan Gosling y Rachel McAdams (de jóvenes) y James
Garner y Gena Rowlands (de ancianos) en “El Diario de Noah”, basada en una
estupenda novela romántica de Nicholas Sparks.
Si usted, hombre o mujer, no se ha sentido identificado alguna vez con
algunos de los personajes mencionados arriba, tanto del cine como de la
cinematografía, es que no ha amado jamás. O quizás haya nacido en otro
planeta o ya se haya muerto, y no está enterado(a) de tan increíble condición.
Como no queremos asustarle y pretendemos darle el beneficio de la duda, es
que recordaremos otras películas, en las que la extraña dicotomía hombre vs.
mujer se ha presentado para dejarnos una moraleja. Esperamos sinceramente
que ahora sí se encuentra reflejado(a) en alguna.
Quizás en ese amor melancólico que se profesan Natalie Wood y Warren
Beatty en “Esplendor en la Hierba”, dirigida por el Elia Kazan, que también
supo reflejar la tensión in crescendo entre el vigoroso Marlon Brando y la
desquiciada Vivien Leigh en “Un Tranvía Llamado Deseo”; tal vez en esa
relación dependiente y tóxica entre un alcohólico y una prostituta,
brillantemente actuados por Nicolas Cage y Elisabeth Shue en “Leaving Las
Vegas”; o probablemente en ese romance otoñal entre una ama de casa y un
fotógrafo viajero, a los que dieron vida Meryl Streep y Clint Eastwood, en la
bucólica como angustiante “Los Puentes de Madison”.
Otras historias románticas imperecederas en la pantalla son las de “La
Dama de las Camelias”, pese a la flema tuberculosa de una Margarita Gautier
con el rostro de la impasible Greta Garbo; o la del amor en medio de una
revolución de “Doctor Zhivago”, de David Lean, con unos inolvidables Omar
Sharif y Julie Christie; o la que encarna la ya mítica “Madame Bovary”, en sus
varias versiones que exploran en los deseos más íntimos de las mujeres,
basadas todas en la obra de Flaubert.
Mientras Kevin Costner se enamoraba de una mujer raptada por los indios
desde niña en “Bailando con Lobos”, y Charlton Heston le hacía el amor a una
compañera perfecta (por lo muda) en la primera versión de “El Planeta de los
Simios”, Richard Burton y Elizabeth Taylor daban rienda suelta a toda la
violencia contenida que puede haber en una relación conyugal en “¿Quién
Teme a Virginia Woolf?”, excelente ejemplo para graficar ese viejo pero
siempre actual refrán que dice que “del odio al amor (o viceversa) solo hay un
paso”. El odio salvaje que se profesan los personajes de Burton y Taylor solo
es comparable a la pasión que sentían el uno por el otro en vida, que los llevó
a casarse en dos oportunidades.
Es que con las películas, y algún estudio lo mencionó alguna vez, muchos
jóvenes aprendieron a besar, y gracias a ellas millones de adolescentes pasaron
del cosquilleo ante la primera erección a la práctica, al descubrimiento y
despertar de su sexualidad.
No necesariamente había que perderse en el cine más alejado de la ciudad
o encerrarse a piedra y lodo en el dormitorio para espectar, en forma culpable
no sabemos por qué, una película pornográfica. Cuando limpiamos nuestra
mente de las telarañas de los prejuicios que nos implantaron de niños,
haciéndonos creer que las demostraciones de amor (y entre ellas el sexo) eran
sucias, pecaminosas, casi delincuenciales, y abrimos nuestra conciencia a la
toma de decisiones personales en base a la experimentación, podemos apreciar
cualquier manifestación artística sin miedo, vergüenza o sentimiento de culpa.
Así, lo que hicieron la Emmanuelle de Sylvia Kristel y una serie de otras
diosas eróticas italianas como Edwige Fenech y Ornella Mutti en los ’70, lo
lograron también “Herida” de Louis Mallé, “Bajos Instintos” de Paul
Verhoeven, o “Átame” de Pedro Almodóvar, ya en los años ’90.
En el capítulo de las mujeres hablábamos de las féminas insinuantes,
coquetas, que lo prometían todo, pero se guardaban un as bajo el corpiño.
Ejemplos de ellas son Barbara Stanwyck en “Perdición”, Veronica Lake en
“Ahora lo Ves, y Ahora No”, Ava Gardner en “La Condesa Descalza”, Marilyn
Monroe en “La Tentación viene de Arriba”, Brigitte Bardot en “Y Dios Creó a
la Mujer”, Sophia Loren en “Ayer, Hoy y Mañana”, Kathleen Turner en
“Fuego en el Cuerpo”, Susan Sarandon en “Atlantic City”, Carroll Baker en
“Baby Doll”, Maureen O’Hara en “Lady Godiva”, Anita Ekberg en “La Dolce
Vita” de Fellini, Marisa Paredes en “Tacones Lejanos”, Rita Hayworth en
“Gilda”, Kim Basinger en “Nueve Semanas y Media”, Angelina Jolie en
“Pecado Original”, Monica Bellucci en “Malena”, y Scarlett Johansson en
“Iron Man 2”.
Y si de hombres que hacen perder la cabeza a las mujeres en las películas
(y fuera de ellas) se trata, la lista es también larga, iniciando con Rodolfo
Valentino en la época del cine mudo, y pasando por una serie de íconos como
Gary Cooper, Cary Grant, Henry Fonda, James Dean, Gregory Peck, Kirk
Douglas, Paul Newman, Burt Lancaster, Marcello Mastroianni, Robert
Redford, Sean Connery, Alain Delon, Franco Nero, Harrison Ford, Antonio
Banderas, Bruce Willis, Liam Neeson, Pierce Brosnan, Brad Pitt, Denzel
Washington, Matt Damon, Hugh Jackman, Chris Hemsworth y Channing
Tatum, para mencionar solo a algunos por los que ellas babearon antes y
babean ahora, y que son también los más odiados caballeros por los esposos y
novios de casi el 75% de las féminas en el planeta (el otro 25% lo conforman
cantantes o deportistas).
El hombre y la mujer nunca están conformes con lo que son ni con lo que
tienen. Muchas mujeres quisieran ser como las actrices mencionadas arriba, y
muchos hombres como las estrellas masculinas reseñadas. Y, asimismo, más
de la cuarta parte de las damas, en voz baja pero bastante audible, cambiarían
a su marido por un tipo de la lista de varones. Y si a ellos les preguntamos, la
oferta sería aceptada prácticamente en forma unánime. Misterios de la vida.

Epílogo

En resumidas cuentas, y para terminar, sería bueno tomar en cuenta las


excelentes definiciones que sobre el amor de pareja expresara el escritor Milan
Kundera en su inmortal obra “La Insoportable Levedad del Ser”: “El amor no
se manifiesta en el deseo de acostarse con alguien (este deseo se produce en
relación con una cantidad innumerable de mujeres), sino en el deseo de dormir
junto a alguien (este deseo se produce en relación con una única mujer)”. O,
“Así es el momento en que nace el amor: la mujer no puede resistirse a la voz
que llama a su alma asustada; el hombre no puede resistirse a la mujer cuya
alma es sensible a su voz”.
Lo cierto es que desde que el mundo es mundo, y seguramente hasta el
mismísimo día en que deje de girar por el espacio, merced a algún cataclismo
que los agoreros religiosos no se cansan de decirnos que será por castigo
divino, los hombres y las mujeres se han visto y se verán impelidos por un
instinto natural, llamado en muchos casos amor ( y en otros, atracción,
afinidad, o simple enchuchamiento) a emparejarse, más que por motivos
meramente reproductivos para la supervivencia de la especie, por la razón que
el ser humano no ha nacido para estar sólo, sino que precisa de una compañía
afín o divergente con quien comunicarse y, porque no, enrumbar juntos hacia
un destino armonioso y feliz.
Entonces, queridos lectores y lectoras, prepárense a amar y a sufrir, a ser
indispensable por un tiempo y luego, quizás, prescindibles, a ser
considerados(as) irresistibles para una persona y tal vez, en algún momento, a
ser insoportables para ella misma. Aún con todo, como desde la época de
nuestros peludos tataratataratatarabuelos, el descubrimiento de la pareja marca
un hito en nuestra vida, y quiérase o no, es un elemento que conducido
también con inteligencia, puede hacer mucho más agradable nuestro paso por
este mundo.

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