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& Mujer:
Esa Extraña Dicotomía
Por
Prólogo
Capítulo 1
En la época de las cavernas
Capítulo 2
Ser hombre es….
A las féminas que abren esta revolucionaria obra, les adelanto que no
tienen que saltearse este capítulo. No encontrarán en él detalles asquerosos
sobre los habituales comportamientos del ser salvaje llamado Hombre, como
comerse las uñas negras, hurgarse la nariz para quitarse los mocos o arrancarse
los pelitos de las fosas nasales, sobarse la panza, rascarse los huérfanos, emitir
descargas gaseosas desde la garganta o desde más abajo del coxis una vez
lleno el buche, hacerse líos sobre si la tapa el inodoro debe quedar abierta o
cerrada una vez desaguada la vejiga, y algunas otras pequeñeces que, sin
embargo, desesperan tanto a una mujer como el que haya una realización de
zapatos en la tienda más cara y, resulta que tiene ampollas en carne viva en los
pies, o se ha gastado hasta el último céntimo de la billetera o la tarjeta de
crédito en el reciente té de tías con las amigas, en el que por cierto comió una
galleta de más y ahora se siente tan voluminosa como la cantante argentina
María Martha Serra Lima y un luchador de sumo.
Este capítulo es un imprescindible compendio de tips para las damas. No
conocerán mejor a su hombre. ¿Acaso no piensan ellas que los libros y los test
son la mejor manera de saber cómo es el espécimen que habita a su lado?...Y
para los hombres servirá como una reafirmación de su virilidad, por si el virus
ese del closet abierto en el que puede pasar de todo ha estado rondando su
cerebelo y alguna otra parte de su organismo.
Bueno. Hombres hay varias clases. Y también subclases. Iremos
enumerándolas aquí para que las damas vayan sacando su línea respecto al
tipo que escogieron o les tocó en suerte cuando lo sortearon con sus amigas.
Están los que siempre serán hijitos de mamá, esos que pasan del yugo
materno al del matrimonio como una res o un pollo se trasladan de un corral a
otro, con una pasiva indiferencia por su estado, absolutamente conformista.
Son aquellos que nacieron para ser dirigidos, arreados, controlados. La madre
se convertirá en una suegra metiche que querrá que la esposa atienda a su bebé
con el mismo ardor que lo hiciera ella. Y para nivelar el asunto, la nueva
dueña del títere hará lo posible para marcar su territorio.
También están los mandones. Autoritarios, nunca se equivocan, no dejan ni
pensar a su pareja. Son controladores, posesivos, celosos, impacientes, tercos,
caprichosos, resentidos, y todo lo que Rocío Jurado describía en su balada
“Ese Hombre”. Afirman no ser machistas, pero se las arreglan para impedir
que su mujer salga a relajarse con las amigas, se vista como quiera, tenga sus
propios ingresos, o disfrute de amenas e inofensivas conversaciones con
amistades en un chat de Facebook o WhatsApp.
Existen los tímidos, que se ruborizan cuando una mujer fea o bonita los
mira con una sonrisa o como a un insecto. Hay, por otra parte, los eléctricos,
que desde chiquitos se las ingenian para durante los juegos infantiles en el
jardín de la infancia mirarle los forros a la “miss”. También podemos
mencionar a los absolutamente fieles, conocidos como “ratón de un solo
hueco”, incapaces de siquiera pensar en otra mujer, más por pánico al
descalabro encefalocraneano que saben que sufrirán de parte de ella o sus
cuñados, que por convicción y vocación. Aunque en verdad, es justo
reconocerlo, nos hemos topado en algunas ocasiones con varones que se
toman muy en serio su relación y jamás sacan los pies del plato, aun cuando
hubiera oportunidad de hacerlo.
En contraposición, están los infieles de campeonato, que siguen
coleccionando mujeres todavía después del sagrado vínculo matrimonial,
afirmando que es “para no perder la costumbre”, o justificándose ante sus
amigos con frases como: “porque si no lo hago se puede pensar que soy raro,
pues compadre”. Una compulsión irrefrenable por conquistar a una nueva
presa los empuja a meterse en situaciones no sólo reñidas con la moral, sino
que atentatoria contra su propia seguridad y lo que es peor, contra los
sentimientos de la pobre mujer que los quiere, y a quien consideran
oligofrénica, caída del níspero, porque creen que nunca se enterará de sus
andanzas en otras alcobas.
Una sub especie de esta clase de hombre, mejorada por la tecnología,
habita peligrosamente en nuestros días las redes sociales, "el poeta romántico".
Dotado de una labia, un floro admirables, escribe tiernamente conectando con
su supuesto lado femenino a las mujeres, que comienzan a confiarle
confidencias sobre su solitario estado, sean solteronas, viudas, separadas hace
tiempo o casadas con marido indiferente, y ¡zas! al poco tiempo las hacen caer
redonditas. Si el hombre es de los cazadores solitarios, sin pareja, se despacha
entre 10 y 12 féminas diferentes al año, y si tiene compromiso, con unita cada
cierto tiempo, ya obtuvo ganancia según su óptica.
Y es que el hombre inteligente que ha madurado convenientemente para
administrar sus emociones y ser totalmente práctico, sea casado, soltero,
divorciado o viudo, descubrió hace mucho tiempo que el punto G de la mujer
no está en el cuello, los muslos, los senos o los genitales, sino en el oído. Así
como el pez por la boca muere, la mujer caerá a los pies del hombre por su
oreja.
Claro, el conquistador por antonomasia no podría lograr su objetivo sin la
entusiasta colaboración de la dama. Es imposible de creer que ella no sepa a
qué va a un hotel después que él la ha invitado a salir tres veces (al cine, a
bailar, a cenar algo con una copa) y ahora desee recuperar su inversión
financiera con especies carnales. El experimentado Don Juan sabe
perfectamente donde está el punto G de ella, la ha estudiado, y salvo algunas
inteligentes y respondonas que hay, de hecho, cuando él les diga "vayámonos
a descansar un rato, mi amor, a estirarnos en un sitio más tranquilo, donde no
haya tanta gente... te juro que si no deseas que pase nada, no pasará, te
respetaré hasta que estés lista", el 90% de ellas lo seguirá como una zombie
hambrienta de cerebros vivos.
Y si aún hay alguna resistencia en la cama, por miedo, vergüenza, pudor, o
porque las amigas le dijeron que era mejor hacerse un poquito la difícil, todo
reparo se evaporará cuando él, sosteniéndola tierna pero seguramente, acerque
su boca al mencionado punto G de ella, y con voz varonil, aunque quebrada
estudiadamente para dar un énfasis de excitada pasión, le susurre: "Déjate
llevar, mi vida, déjate llevar".... Y listo, orgasmo inevitable hasta con
repetición para ella, y gol para el campeón.
En fin, la lista es larguísima. Así que seguiremos. El deportista, que sólo
piensa en los partidos del domingo y las cervezas con los amigos; el “señor
feudal”, que llega del trabajo y espera sus pantuflas bajo el sillón, su whisky,
cuba libre o cervecita en el vaso, la cena calentando, la mujer atendiéndolo
como se merece por ser el proveedor de las comodidades, la ropa para ir a la
oficina al día siguiente planchadita y colgada, y los hijos durmiendo o
idiotizados con la computadora o el TV para que no lo jodan. También está el
mantenido, que nunca encuentra trabajo digno de él porque gracias a Dios es
“mejor y diferente” y a que tiene una familia o una mujer que sí se saca la
mugre para que él pueda seguir gozando de comodidades mientras le llega la
“gran oportunidad”.
Otra clase imposible de dejar de reseñar es el pisado, espécimen casi en
extinción, pero del que aún quedan algunos estúpidos remanentes transitando
por ahí para oprobio del género masculino. A estos las mujeres (esposas,
suegras, hijas y hasta amantes) los dominan, les gritan, les pegan con lo que
encuentren a mano, no necesariamente porque se hayan portado mal, sino
porque dieron el hándicap una vez y la susodicha se acostumbró a tratarlo así,
y él no tiene la valentía de contradecirla así ella diga que uno de los Beatles se
llamaba Juan Pérez o que la villana del film "Atracción Fatal" le parece tan
adorable como a nosotros (en nuestro fuero interno, por seguridad propia), la
despampanante diva italiana Mónica Bellucci.
Figura en la relación también el turista, que llega a casa cuando quiere y a
la hora que quiere, merced a sus muchos compromisos sociales, y casi siempre
(digamos en un 90% de las veces) por instinto de orientación, ya que ha
bebido tanto que lo único que quiere es orinar, dormir la mona, o si es un
sediento de campeonato, sacar más plata para volver a mandarse mudar.
Si la mujer se hace la dormida, bien gracias, porque le ha tocado una
fémina comprensiva para con el ejercicio liberador de tensiones que significa
llegar a la tercera o cuarta caja de cervezas y soltar el “yo te estimo”, que cura
psicológicamente cualquier neurosis de soledad, y que hasta el mismísimo
Cristo practicaba, pues como un colega me recuerda, cuando se acababa el
dinero en la bolsa de su tesorero Judas, echaba mano de algún milagrito para
seguir con la juerga. Pero si la dama es de las reclamonas, podríamos estar ad
portas de una batalla campal.
Finalmente, para abreviar, pese a que existen muchísimas más clases y
categorías de hombres, se encuentra el loco pegalón. Temido y odiado por las
mujeres, aunque muchas de ellas no reúnen el valor necesario para alejarse de
dicha bestia, este tipo de hombre (al que no se puede llamar “Varón”) todo lo
ve golpe porque así le enseñaron desde chiquito. Las diferencias se arreglan a
puñetazos y patadas, y el mejor argumento para imponer su punto de vista,
muchas veces equivocado, es el grito destemplado y amenazante, o la
cachetada o paliza que le propinan a sus sufridas cónyuges. Algunos terminan
presos o asesinados mientras duermen por esa misma mujer a la que
martirizaron durante años. Son los llamados “crímenes pasionales”. Pero son
pocos casos, la mayoría anda suelto, buscando nuevas víctimas.
El siguiente texto de Arturo Torrecillas, revela grandes verdades. Muchos
hombres se sentirán reflejados en él, y muchas mujeres entenderán mejor
cómo pensamos quienes pasamos ya la barrera del medio siglo:
"Un hombre maduro no es el que ha vivido 'n' cantidad de años; es aquel
que ha acumulado suficiente experiencia, como para saber exactamente lo que
quiere, un hombre maduro no utiliza técnicas de conquista, él es la técnica. Un
hombre de este calibre, no cuestionara tu pasado, pues él también tiene su
historia y es lo suficientemente seguro, como para saber, que lo que importa es
vivir el presente, aunque esperará de ti, la misma lealtad que él está dándote.
Un hombre maduro se conoce tan bien, que no anda con rodeos y va directo al
grano, pues la vida le ha enseñado que las cosas importantes no hay que
postergarlas.
A un hombre maduro no le importa sólo el físico, pues para llamar su
atención, hay cosas que el valora mucho más.
El hombre maduro no "coge", él hace, del amor, un arte: se tomará su
tiempo, para que te sientas cómoda, tal como un gato se deleita con su presa,
antes de acabar con ella; un hombre maduro te admirará, recorrerá con su
mente, sus ojos y sus manos, tu cuerpo; apoderándose de tu pensamiento, de tu
lujuria y de tu corazón, hasta que supliques que te haga suya.
Un hombre maduro paladeará y degustará cada milímetro de tu anatomía,
será el amante que jamás imaginaste tener.
Un hombre maduro, no es para una "urgida" si me permiten la expresión,
porque él, se tomará su tiempo para hacerte arder de deseo, no te embestirá
como una fiera; el permitirá que tu marques la pauta Y si tu deseo es ser
salvajemente poseída, ten por seguro que él sabrá leerte. Él sabe
perfectamente, que la lengua, jamás se ha de usar, para hablar de una mujer;
entiende como nadie, dónde, cómo y cuándo se utiliza, para hacerla vibrar y
temblar de deseo. Un hombre maduro, para cuando te penetre, ya te habrá
hecho mojar más de una vez.
Un hombre maduro no te prometerá la luna y las estrellas, te dirá: "te
quiero en mi vida" o te dirá; "quiero volver a verte, si entiendes lo que quiero
decir" y no tendrá empacho en amanecer a tu lado, pues es completamente
dueño de sus actos.
Un hombre maduro no te ofrecerá nunca algo que no esté en condiciones
de cumplir, un hombre así, si te quiere para su vida, te lo dirá de una; si quiere
algo sin compromiso, serás la primera en saberlo.
Un hombre maduro no necesita pedir nada a nadie, es autosuficiente y
sabrá halagar a su compañera, y no la privará de sus gustos; él sabe
perfectamente cómo debe tratarse a una mujer, y ella se sentirá cómoda y
segura con él.
Un hombre maduro, definitivamente es un bocado no apto para cualquier
paladar."
En suma, ser hombre es un cúmulo de defectos pero también de virtudes.
Uno puede ser sincero, cariñoso, inteligente, responsable, trabajador, fiel y
atento (no es una reseña autobiográfica, pues la modestia me lo impide, pero
se acerca bastante), pero algún defecto le encontrará la mujer para fregarlo
porque, o quiere que se parezca, o sufre por no poder tener, a los galanes de las
telenovelas con las que pierde el tiempo todo el santo día y también la noche,
si es que no trabaja.
En los tiempos actuales, el varón incluso puede ser más interesante, evitar
ser descartado, extender su vida útil (sexualmente hablando) ya que es posible
prolongar el placer que puede ofrecer a la fémina, como no se había logrado
antes en centurias. Gracias al sildenafilo (componente de la salvadora pastillita
azul conocida como Viagra o Cialis) aquello de que "el hombre hasta que
puede, y la mujer hasta que quiere" ha pasado a ser historia, cuento chino,
periódico de ayer, como muchos varones de más de 70 años (y sus parejas)
agradecen ahora con lágrimas en los ojos.
Ha quedado demostrado que no es necesario tener la pinta de Brad Pitt,
Javier Bardem o George Clooney, los músculos de Schwarzenegger o el
increíble Hulk, la voz aterciopelada de Camilo Sesto o profunda de Barry
White, la plata de Bill Gates o Hugh Hefner, o el meneo sensualón del que
hacían gala Elvis Presley y el argentino Sandro, para ser un Hombre con H
mayúscula. El hombre puede ser romántico, discreto, sensible, amoroso,
preocupado por su familia, trabajador de sol a sol y tan buen cocinero como la
que más…Sólo es cuestión de que la mujer lo sepa valorar, comprender, amar,
tener paciencia, y darle de cuando en cuando sus gustitos sin parecer sumisa.
Capítulo 3
Ser mujer es…
Desde los tiempos de las cavernas a los que nos referimos en el primer
capítulo, y una vez que se identificó a los machos de las hembras, se estableció
una regla: El hombre salía de la cueva a buscar el sustento diario (como no se
había inventado aún la monogamia, se disculpaba una que otra canita al aire),
y la mujer se quedaba al cuidado de los hijos, la limpieza de la pétrea morada
(que iba decorando con huesitos de pterodáctilo o pintando en los muros
escenas cotidianas) y a desarrollar una nueva forma de atender sus necesidades
de subsistencia: la agricultura.
Sí, la siembra de raíces y pepitas hizo florecer algunos artículos que fueron
sirviendo para la alimentación y para aromatizar o dar sabor a la carne que
trasladaban los machos desde los lugares de caza. Al inventarse el fuego, nació
la cocina. Y al haber cocina, se hizo imprescindible la labor de preparar la
comida. Y fue ella quien se hizo cargo.
Esta distribución del trabajo en las primeras sociedades conyugales
ocasionó, desde luego, algunos estereotipos, y fue así como, por los siglos
venideros, se hizo patente la regla no escrita que los hombres tomaban las
decisiones políticas y las mujeres eran las encargadas de ejecutarlas, hasta
donde podían. Y así nacieron las llamadas “labores propias de su sexo” para el
llamado sexo débil: parir, cuidar a los críos (desde lavarlos, darles de comer y
hacerlos dormir, hasta prepararlos para ser machos cazadores o amitas de
cueva), cocinar, limpiar, decir “sí” a todo, etc.
Conforme fueron pasando los siglos, la lista aumentó a lavar la ropa, fregar
los platos (y el descanso bien ganado del macho), coser, bordar, chismear con
las amigas y vecinas, devorarse años enteros de telenovelas…y para las
“damas de sociedad” ir a clases de piano, de tenis, de danza o de decoración
de interiores, a misa los domingos, de compras, y a tomar el té o a un
“shower” con las amigas.
Así como el hombre evolucionó (o involucionó según afirma su más artero
enemigo…sí, adivinaron: la mujer), también ésta lo hizo. Hay muchísimas
categorías de féminas, y detallaremos algunas como hicimos en el capítulo
dedicado al hombre, para ser justos y en aras de quitarle las legañas de los ojos
a quienes (hombres y mujeres) se han tragado el cuento bíblico de que la
creación del ser humano en sus dos géneros es perfecta y no perfectible.
Existe la mujer femenina y la mujer amachada. La primera siempre tendrá
una expresión dulce y simpática aunque las cosas no le salgan bien,
incluyendo la elección de su pareja…ahí tienen a Doris Day, y los edulcorados
personajes que siempre interpretó en el cine, para citar un ejemplo. La segunda
siempre estará buscando revancha con el otro género, al que considera opuesto
y no complementario, pues no soporta la idea de que su
tataratataratatarabisabuela saliera de la costilla del macho y no al revés. Será
competitiva hasta el desagrado, pleitista a más no poder, y si la dejan, una
vengadora feminista en potencia que, si tiene poder, Dios nos coja confesados.
Los personajes a los que dio vida Bette Davis en el ecran, son un ejemplo
claro.
Está también la diosa erótica. Vive para provocar coquetamente la libido
masculina, como Marilyn Monroe y las subsecuentes generaciones de vedettes
que inundaron el mundo después de los 60, sean rubias, platinadas, morenas,
latinas u orientales. Promete con la mirada y los movimientos, pero en el
fondo solo siente placer en ser admirada, en saber que tiene a los hombres
rendidos a sus pies, pero no se siente bien ajustándose a las reglas de la
responsabilidad que exige el compromiso. En una palabra, y siendo totalmente
honesto y descarnado, tendría que ser calificada como “calientahuevos”. Milan
Kundera define la coquetería como "promesa de coito sin garantía". La mujer
nace sabiendo esto.
Existe también la conservadora, cucufata o reprimida, con sus lentes de
medida, el moño en el pelo, la falda casi hasta los tobillos, y la vocecita
tímida…Es la que no se pierde una misa de los domingos, se sabe todas las
canciones del rito, y al mismo tiempo cree en los horóscopos, en los test
dominicales, y en que embarrándose la cara con crema de frutas, chocolate o
desenterrados fósiles de mierda de pelícano, será bella….Aunque, cuidado, las
aguas mansas no siempre son lo que parecen. Tanta abstinencia termina
convirtiendo a algunas en unas bombas de tiempo, y una vez que agarran viada
en la cama con un sujeto eléctrico, no las para nadie.
También hay la indecisa, le gusta un hombre, pero le dice que no a sus
avances. Espera que la saquen a bailar en la fiesta o que la inauguren como si
fueran un monumento, dando largas a lo que en su fuero interno desea y clama
a gritos. No tiene iniciativa, o le parece poco femenino tenerla. Primero la
despellejan porque la abuelita, la mamá sobre protectora, la tía solterona, y la
monga, digo... monja, del colegio, le dijeron que hacerse la difícil era una
virtud, y peor aún, que una mujer que disfruta el sexo es una puta.
Muchas de estas mujeres que viven esquivando por inercia algo tan natural
como el buen sexo, y que buscan complicarlo con una serie de promesas a
futuro, cuando son dos cosas distintas, se andan quejando después que el
hombre se aburrió y buscó la adrenalina de la pasión en otro lado, y justifican
con mil pretextos su absurdo miedo a ponerse delante de un hombre que las
aloca y decírselo sin pelos en la lengua ("es que si sabe que me gusta se
aprovechará"). ¿Y si miran con sinceridad en su fuero interno y admiten que
eso es lo que están deseando? Con satisfacer el deseo carnal ¿se pierde algo?
¿Si hay cuidado de no embarazo, que tiene de malo disfrutarlo al máximo?
¿Acaso el hombre es el único que "gana", que lo siente rico, que se satisface?
¿Ella no? ¿No es mejor tenerlo que no tenerlo, paladearlo con fruición
intensamente aunque sea efímero, o precisamente porque lo es?
En el plano de los quehaceres domésticos o del mundo laboral, existen la
mujer luchadora y la trepadora. La primera será hacendosa, querrá demostrar
que vale tanto o más que un hombre en determinadas circunstancias (muchas
de ellas han sido pioneras en diversos campos científicos o artísticos). Sin
dejar de lado sus deberes como madre, hija o esposa, desarrollará tareas, y lo
hará bien. Serán liberadas, osadas, autosuficientes, todo lo cual es muestra de
inteligencia, y eso puede atraer tanto o más a un hombre de verdad que el puro
atractivo físico.
La segunda, confundiendo el ser práctica con el ser fácil, engatusará al
superior para obtener beneficios económicos, sociales o de estatus marital (y si
esto no se puede, se conformará con ser la querida). En el fondo es una ociosa,
acostumbrada a tener siempre lo mejor sin que le cueste el sudor de sus axilas,
sólo porque “la mujer se lo merece todo”. Conformista y abusiva, ésta fémina
se creará una imagen de “inalcanzable aunque quien sabe”…Prometerá sin
decirlo abiertamente, sólo con pícaras miradas y astutas sonrisas, intensos
placeres si se siente cómoda. En un plano parecido, sin ser el mismo, está la
convenida, que se amarra a un hombre, así ella tenga veintitantos y él pase la
barrera de la jubilación, sólo porque le conviene de alguna manera.
Existe la mujer celosa al extremo, que revisa la billetera, agenda telefónica,
correos electrónicos y rincones más profundos de los bolsillos para encontrar
evidencias, indicios, pruebas o pretextos con los que pretender acorralar al
hombre…También hay la indiferente, a la que no le importa un pito donde
anda el marido, con quién, haciendo qué, y hasta qué hora…Esta es
sospechosa, pues pudiera ser que haya encontrado entretenimiento sexual en
otra cama. Tanto una como la otra se inscriben dentro del ya famoso dicho:
“Mujer que no jode es hombre”... o está haciéndolo con otro.
Cuidado además con la vengadora. Si se ha sentido rechazada, utilizada,
ninguneada, burlada, y lo que es peor, engañada, se convertirá en la peor
pesadilla del hombre. No parará hasta destruirlo: sentimental, social,
económica y hasta físicamente de ser posible, y saliéndose con la suya muchas
veces, sin que les pase nada. Una mujer despechada o harta de soportar
agresiones o humillaciones, es una bruja maldita. Huya, no lleve consigo más
que lo que tiene puesto, o corre el riesgo de conocer a San Pedro (o a Satanás)
ese mismo día.
Sí, porque en el caso de las mujeres, y sin pretender ser peyorativo o
machista, existen dos clases de locura. Hay las locas de la azotea y las locas
del sótano. Las primeras tienen un tornillo zafado, fruto quizás de la agresión
infantil o en otros momentos de su vida, que las ha traumado y no pueden ser
felices porque no saben cómo. Las segundas, son aquellas para las que el
placer sexual lo es todo, pues consideran que tener un hombre (o varios) entre
sus piernas les confiere cierto poder…Y no se equivocan.
Existe, de otro lado, la arrasadora. Se hace la cojuda pero mira al papá de
sus amigas, si es viudo o divorciado y está cargado de billetes, y se lanza sobre
él. Igual con los hermanos, primos, cuñados (sean solteros o casados) y no
respeta ni hijos o hasta maridos de sus congéneres. Sabe lo que quiere y lo
conseguirá merced a ardides bien elaborados.
Desde tiempos antiguos las madres aspirantes a suegras inculcaron en las
hijas el que se prepararan para ser doncellas casaderas. Las vistieron de tules y
pedrerías para que gustaran al género masculino, y tuvieran la dicha de
conocer al estúpido príncipe azul que se encargara de su manutención hasta el
día de su muerte.
Si bien este mecanismo de supervivencia de la especie femenina fue un
hecho natural e inocente al comienzo, se convirtió en moneda común con el
tiempo, y andando los años, en mero mercadeo: Si el hombre quería a una
mujer para hacerla suya en la cama, primero había que cortejarla con regalos y
luego pasar por el rito matrimonial con todas las obligaciones que esto
conlleva. Resultado: El patrimonio es un conjunto de bienes y el matrimonio
es un conjunto de males, sobre todo cuando es por conveniencia o interés
financiero.
El 99% de las mujeres afirma que el hombre es mentiroso, y andan
cantando la canción de Olga Tañón que tiene esa letra. Una muestra más de
que la cacareada intuición femenina es puro cuento, no sirve para nada. No se
puede generalizar cuando de hombres se trata, eso de por sí ya es un error. ¿La
mujer no miente? ¡Ellas inventaron la argucia de ocultar las cosas o de decir
absolutamente lo contrario de lo que quieren!
¿O no? Que levante la mano o tire la primera piedra la mujer que no
inventó una jaqueca para no compartir con su marido una salida, o un
programa de TV que él quería ver, o una noche de sexo, y encima se las
arregló para que él se sienta culpable.
¿No es cierto que cuando un hombre las ve raras y les pregunta que les
pasa, ellas inmediatamente dicen "Nada" cuando es evidente que les pasa de
todo? ¿No es cierto que si quedas en recogerla a una hora o en encontrarse en
un determinado lugar, siempre se las arreglarán para llegar tarde así tengan
reloj en la muñeca y también la hora en el celular? ¿No las ve uno dándose
besitos y halagos con sus amigas, diciéndose lo regias que se ven, para a los 5
minutos hablar pestes a espaldas de ellas por celos, envidia o sabe Dios qué?
Todas son románticas y comprensivas al comienzo, y se juntan con las
amigas para compartir y comparar las proezas acrobáticas maritales que las
llevaron al éxtasis….pasados unos años ya no soportan al marido y si se
reúnen con su banda de amigas es para despellejar viva la memoria de su
sufrido consorte, al que le arden las orejas debido al raje...y encima, el pobre
tiene que soportar que los maridos de sus amigas le reenvíen los correos
electrónicos que entre ellas se pasan, con definiciones tan espeluznantes e
irrespetuosas como en el ejemplo que sigue:
“Una mujer cuando se enamora entra a formar parte de la sociedad
protectora de animales ¿¿por qué??: Porque empieza a querer a una rata, a
cuidar a una paloma, a engordar a un puerco, a abrazar un oso, a pelear con un
burro y a llorar por un perro. ¡¡¡Habrase visto!!!
¿A que conduce esto? A que los hombres se venguen pasándose también
cositas como esta: “¿Porque los hombres prefieren perros y no esposas? Los
perros no se dan cuenta si los llamas por otro nombre. A los perros les gusta
que dejes muchas cosas tiradas en el piso. Los perros están de acuerdo en que
debes levantar la voz para dejar en claro tu punto de vista. Nunca tienes que
esperar a que se maquille el perro, ellos están listos las 24 horas del día. Los
perros encuentran divertido cuando tú llegas ebrio…A los perros les gusta ir
de cacería o de pesca. Si un perro tiene bebés los puedes anunciar en el
periódico y regalarlos. Si un perro detecta el olor de otro perro en ti no se
enfada, solo piensa que es interesante. Y por último, pero ciertamente no
menos importante: Si el perro te deja, no se lleva la mitad de tus cosas.
Test Final: Encierra a tu esposa y a tu perro en el maletero de tu coche por
una hora. Después abre el maletero y observa quien está más feliz de verte”.
Finalmente: Una vez la mujer se convierte en madre puede optar por dos
caminos: educar adecuadamente a la prole o malcriarla. Hay mil y un estudios
al respecto que desnudan a la madre sobre protectora y consentidora, y la
diferencian de aquella que sabe lo que cuesta ganarse los frijoles y se
convierten en la mejor influencia de sus hijos para que no terminen siendo
alguno de los ejemplos de hombres y mujeres que mencionamos líneas arriba.
Capítulo 4
Cuando ellos y ellas se unen
Capítulo 5
Ellas y Ellos en los libros y en la pantalla
A veces nos cuenta entender las mil y una situaciones complejas que
pueden darse en las relaciones de pareja. Sea porque nos ha faltado
experiencia, o porque las vividas en carne propia u observadas en personas de
nuestro entorno no han sido lo suficientemente críticas para convertirse en un
referente inolvidable, siempre podemos recurrir a los libros y a las películas
para encontrar ejemplos muy ilustrativos. Es cierto que mucho de lo que
encontraremos ahí será ficción, como en las letras musicales, pero existe un
mensaje intrínseco en lo que sus autores han plasmado, y puede sernos de
muchísima utilidad.
Ya en la Biblia encontramos múltiples referencias a las relaciones
conyugales. Desde Adán y Eva en el Génesis, pasando por Sansón y Dalila,
David y Betsabé, Abraham y Sara, Rut y Booz, Jacob y Raquel, José y María,
y hasta Jesús y María Magdalena en el Nuevo Testamento, el libro religioso
más vendido y leído de todos los tiempos nos ha presentado imborrables
momentos, muy emotivos, como también diversos personajes que podemos
encontrar entre los hombres y las mujeres de hoy.
Existen frases memorables como “Donde tú vayas, yo iré, donde tú mores,
yo moraré, tu pueblo será pueblo y tu Dios será mi Dios”, "Grábame como un
sello sobre tu corazón; llévame como una marca sobre tu brazo. Fuerte es el
amor, como la muerte, y tenaz la pasión, como el sepulcro. Como llama divina
es el fuego ardiente del amor. Ni las muchas aguas pueden apagarlo, ni los ríos
pueden extinguirlo. Si alguien ofreciera todas sus riquezas a cambio del amor,
sólo conseguiría el desprecio"; “#Me robaste el corazón novia mía, con una
sola mirada tuya, con una sola de las perlas de tu collar. ¡Qué amorosas son tus
caricias, qué delicioso es tu amor! Los labios de mi novia destilan pura miel;
debajo de tu lengua se encuentra leche y miel y la fragancia de tus vestidos es
la de los bosques del Líbano”; y “El amor es paciente y bondadoso. El amor
no es envidioso. No es presumido ni orgulloso. El amor no es descortés ni
egoísta. No se enoja fácilmente. El amor no lleva cuenta de las ofensas. No se
alegra de la injusticia, sino de la verdad. El amor acepta todo con paciencia.
Siempre confía. Nunca pierde la esperanza. Todo lo soporta. El amor no tiene
fin”. Sea uno creyente o no, es imposible permanecer indiferente ante
conceptos tan verdaderos como sublimes.
Claro que no todos los personajes bíblicos eran virtuosos y un ejemplo de
fidelidad a toda prueba, como María, la madre de Jesús o Judith, que tras
enviudar y tener que soportar la opresión de su pueblo por fuerzas enemigas,
decidió entregarse al invasor para degollarlo. No. Hubo espías de un gobierno
enemigo como Dalila (que no tuvo empacho en regalarle una noche de lujuria
a Sansón a cambio de cortarle el pelo y entregarlo a los soldados que le
quemaron los ojos, ¡una bruja en verdad!), mujeres incestuosas como las hijas
de Lot (que se banquetearon a su propio padre para tener descendencia pues
no había más hombres), y otras sensuales, dadas al lujo como Jezabel; y
hombres justos, pero que tuvieron varias mujeres e hijos con ellas, como el
propio Abraham, así como Moisés, Jacob y los reyes David y Salomón, de
quien se dice llegó a tener un millar de esposas y concubinas.
Otros volúmenes indispensables para acercarnos a lo que es el amor de
pareja, a la timidez del primer enamoramiento, como a la pasión de los
amantes desbocados, son, por supuesto, El Libro de los Cantares o Del Buen
Amor, del Arcipreste de Hita, una serie de fábulas y alegorías escritas en el
siglo XII en las que se narraba, en forma autobiográfica y atrevida para la
época, varios asuntos amorosos del autor; el “Ars Amatoria” de Ovidio;
Romeo y Julieta, la inmortal tragedia de William Shakespeare (que tiene otras
parejas magistrales como Hamlet y Ofelia, Otelo y Desdémona, Catalina y
Petruccio, y Macbeth y su mujer); “La Odisea” de Homero, con la fiel y
paciente espera de Penélope a su esposo Ulises; “Don Quijote” y su amada
Dulcinea; “Cyrano de Bergerac” y su bella Roxana, así como la jovencísima
“Lolita” y su maduro Humbert.
También “Anna Karenina” y su Conde Vronski; “El Fantasma de la
Opera”, un ser tan temido como apasionado; los ya míticos Heathcliff y
Catalina de “Cumbres Borrascosas”, maravillosa obra de Emily Brontê; el
burlador y la mujer noble que encarnan Don Juan y doña Inés en “Don Juan
Tenorio” (de José Zorrilla); los románticos Mr. Darcy y Elizabeth Bennet en la
hermosa obra de Jane Austen, “Orgullo y Prejuicio”; la impresionante historia
amorosa de Baltasar Sietesoles y Blimunda Sietelunas en “Memorial del
Convento” de José Saramago; y una serie de tratados de científicos,
pensadores y literatos como Erich Fromm, Helen Fisher, Robert J. Sternberg,
Abraham Maslow, Agustín García Calvo, Conchita Ramón Delgado, y cientos
más, entre los que destaca el colombiano ganador del Nobel Gabriel García
Márquez y el inolvidable romance entre Florentino Ariza y Fermina Daza que
creó para “El Amor en los Tiempos del Cólera”, como la pareja extraña que
conformaron José Aureliano Buendía y Úrsula Iguarán en “Cien Años de
Soledad”.
Así como ante estos (y otros) libros, muchas almas románticas también han
llorado de amor frente a las películas. Existen muchos filmes basados en las
obras mencionadas, como en otras, que deben verse con una profusa colección
de pañuelos o kleenex, debido a su alto contenido lacrimógeno, y otras cintas
en las que la pasión se desborda locamente hasta el punto de convertir a los
amantes en trágicos seres.
Parejas clásicas en el cine americano fueron Errol Flynn y Olivia de
Havilland, como Spencer Tracy y Katharine Hepburn, que trabajaron juntos en
8 producciones los primeros, y en 9 los segundos. Pero quizás las más
recordadas son las que formaron el sufrido Humphrey Bogart y la fría Ingrid
Bergman en “Casablanca”, sin final feliz, algo rarísimo para la época; Clark
Gable y Vivien Leigh, todo ímpetu en el amor como en el desprecio, mientras
encarnaban a Rhett Butler y Scarlett O’Hara en la monumental obra escrita
por Margaret Mitchell “Lo que el Viento se Llevó”, llevada a la pantalla por
Víctor Fleming; los jóvenes rebeldes Oliver y Jenny, interpretados por Ryan
O’Neal y Ali MacGraw en “Love Story”; los desafortunados Marlos Brando y
Maria Schneider en “El Último Tango en París”; y los impulsivos tortolitos a
los que dan vida Ryan Gosling y Rachel McAdams (de jóvenes) y James
Garner y Gena Rowlands (de ancianos) en “El Diario de Noah”, basada en una
estupenda novela romántica de Nicholas Sparks.
Si usted, hombre o mujer, no se ha sentido identificado alguna vez con
algunos de los personajes mencionados arriba, tanto del cine como de la
cinematografía, es que no ha amado jamás. O quizás haya nacido en otro
planeta o ya se haya muerto, y no está enterado(a) de tan increíble condición.
Como no queremos asustarle y pretendemos darle el beneficio de la duda, es
que recordaremos otras películas, en las que la extraña dicotomía hombre vs.
mujer se ha presentado para dejarnos una moraleja. Esperamos sinceramente
que ahora sí se encuentra reflejado(a) en alguna.
Quizás en ese amor melancólico que se profesan Natalie Wood y Warren
Beatty en “Esplendor en la Hierba”, dirigida por el Elia Kazan, que también
supo reflejar la tensión in crescendo entre el vigoroso Marlon Brando y la
desquiciada Vivien Leigh en “Un Tranvía Llamado Deseo”; tal vez en esa
relación dependiente y tóxica entre un alcohólico y una prostituta,
brillantemente actuados por Nicolas Cage y Elisabeth Shue en “Leaving Las
Vegas”; o probablemente en ese romance otoñal entre una ama de casa y un
fotógrafo viajero, a los que dieron vida Meryl Streep y Clint Eastwood, en la
bucólica como angustiante “Los Puentes de Madison”.
Otras historias románticas imperecederas en la pantalla son las de “La
Dama de las Camelias”, pese a la flema tuberculosa de una Margarita Gautier
con el rostro de la impasible Greta Garbo; o la del amor en medio de una
revolución de “Doctor Zhivago”, de David Lean, con unos inolvidables Omar
Sharif y Julie Christie; o la que encarna la ya mítica “Madame Bovary”, en sus
varias versiones que exploran en los deseos más íntimos de las mujeres,
basadas todas en la obra de Flaubert.
Mientras Kevin Costner se enamoraba de una mujer raptada por los indios
desde niña en “Bailando con Lobos”, y Charlton Heston le hacía el amor a una
compañera perfecta (por lo muda) en la primera versión de “El Planeta de los
Simios”, Richard Burton y Elizabeth Taylor daban rienda suelta a toda la
violencia contenida que puede haber en una relación conyugal en “¿Quién
Teme a Virginia Woolf?”, excelente ejemplo para graficar ese viejo pero
siempre actual refrán que dice que “del odio al amor (o viceversa) solo hay un
paso”. El odio salvaje que se profesan los personajes de Burton y Taylor solo
es comparable a la pasión que sentían el uno por el otro en vida, que los llevó
a casarse en dos oportunidades.
Es que con las películas, y algún estudio lo mencionó alguna vez, muchos
jóvenes aprendieron a besar, y gracias a ellas millones de adolescentes pasaron
del cosquilleo ante la primera erección a la práctica, al descubrimiento y
despertar de su sexualidad.
No necesariamente había que perderse en el cine más alejado de la ciudad
o encerrarse a piedra y lodo en el dormitorio para espectar, en forma culpable
no sabemos por qué, una película pornográfica. Cuando limpiamos nuestra
mente de las telarañas de los prejuicios que nos implantaron de niños,
haciéndonos creer que las demostraciones de amor (y entre ellas el sexo) eran
sucias, pecaminosas, casi delincuenciales, y abrimos nuestra conciencia a la
toma de decisiones personales en base a la experimentación, podemos apreciar
cualquier manifestación artística sin miedo, vergüenza o sentimiento de culpa.
Así, lo que hicieron la Emmanuelle de Sylvia Kristel y una serie de otras
diosas eróticas italianas como Edwige Fenech y Ornella Mutti en los ’70, lo
lograron también “Herida” de Louis Mallé, “Bajos Instintos” de Paul
Verhoeven, o “Átame” de Pedro Almodóvar, ya en los años ’90.
En el capítulo de las mujeres hablábamos de las féminas insinuantes,
coquetas, que lo prometían todo, pero se guardaban un as bajo el corpiño.
Ejemplos de ellas son Barbara Stanwyck en “Perdición”, Veronica Lake en
“Ahora lo Ves, y Ahora No”, Ava Gardner en “La Condesa Descalza”, Marilyn
Monroe en “La Tentación viene de Arriba”, Brigitte Bardot en “Y Dios Creó a
la Mujer”, Sophia Loren en “Ayer, Hoy y Mañana”, Kathleen Turner en
“Fuego en el Cuerpo”, Susan Sarandon en “Atlantic City”, Carroll Baker en
“Baby Doll”, Maureen O’Hara en “Lady Godiva”, Anita Ekberg en “La Dolce
Vita” de Fellini, Marisa Paredes en “Tacones Lejanos”, Rita Hayworth en
“Gilda”, Kim Basinger en “Nueve Semanas y Media”, Angelina Jolie en
“Pecado Original”, Monica Bellucci en “Malena”, y Scarlett Johansson en
“Iron Man 2”.
Y si de hombres que hacen perder la cabeza a las mujeres en las películas
(y fuera de ellas) se trata, la lista es también larga, iniciando con Rodolfo
Valentino en la época del cine mudo, y pasando por una serie de íconos como
Gary Cooper, Cary Grant, Henry Fonda, James Dean, Gregory Peck, Kirk
Douglas, Paul Newman, Burt Lancaster, Marcello Mastroianni, Robert
Redford, Sean Connery, Alain Delon, Franco Nero, Harrison Ford, Antonio
Banderas, Bruce Willis, Liam Neeson, Pierce Brosnan, Brad Pitt, Denzel
Washington, Matt Damon, Hugh Jackman, Chris Hemsworth y Channing
Tatum, para mencionar solo a algunos por los que ellas babearon antes y
babean ahora, y que son también los más odiados caballeros por los esposos y
novios de casi el 75% de las féminas en el planeta (el otro 25% lo conforman
cantantes o deportistas).
El hombre y la mujer nunca están conformes con lo que son ni con lo que
tienen. Muchas mujeres quisieran ser como las actrices mencionadas arriba, y
muchos hombres como las estrellas masculinas reseñadas. Y, asimismo, más
de la cuarta parte de las damas, en voz baja pero bastante audible, cambiarían
a su marido por un tipo de la lista de varones. Y si a ellos les preguntamos, la
oferta sería aceptada prácticamente en forma unánime. Misterios de la vida.
Epílogo