You are on page 1of 5

E ste prólogo no es m ás que u n a serie de ap u n tes

breves sobre m i relación con el cine, y se pro p o n e


d a r al lecto r u n a inform ación ráp id a sobre las cir­
cu n stancias en que fueron escrito s los dos guiones que
com ponen el p re sen te volum en.

V ivir en u n pueblo de la P am pa seca no era la co n ­


dición ideal p a ra quien se sen tía incóm odo con la re a­
lidad del lu g ar que le h ab ía tocado en suerte. O tros
p u n to s de referen cia estab an m uy lejos; catorce ho­
ras de tren h asta alcanzar B uenos Aires, u n día en­
tero de viaje h asta el m ar, casi dos días de viaje
h asta las m o n tañ as de C órdoba o M endoza. Mi ins­
[Manuel Puig, prólogo a La cara del villano / Recuerdo de Tijuana.] tin to de supervivencia me llevó a in v en tar que existía
sí o tro p u n to de referencia, y m uy cercano, en la p an­
talla del cine de! pueblo se p ro yectaba una i'ealidad
paralela. ¿R ealidad? D u rante m uchos años así lo creí.
Utta realid ad que yo estab a seguro existía fu era del
pueblo y en tre s dim ensiones. La p rim era p ru e b a ne­
Cubierta: Gianni Sennacheribbo gativa m e la dio B uenos Aires, al ir a e stu d iar el b a ­
ch illerato en 1946. Allí en co n tré variaciones del ma-
Primera edición: septiembre 1985
cfaismo d esaforado de la P am pa. Lo que d ab a prestig io
© 1985: Manuel Puig era siem pre d e te n ta r la au to rid ad , tan to fu era la del
dinero com o la de los puños.
Derechos exclusivos de edición en castellano En Buenos Aires no existía la realidad del placer,
reservados para todo el mundo:
© 1985: Editorial Seix Barra], S. A.
la realid ad apetecible de la pantalla. ¿F uera de la Ar­
Córcega, 270 - 08008 Barcelona gentina entonces? Me costó salir de mi país, sola­
m ente a los vein titrés años pu d e ju n ta r el d in ero p a ra
ISBN: 84-322-4558-5 p agar los veintiún días de b arco que sep arab an en­
Depósito legal: B. 26.031-1985
tonces B uenos Aires de E uropa. T ard é m uy poco tiem ­
po en d esc u b rir que tam poco en Rom a, donde m e
Impreso en España instalé, existía esa an siad a realid ad paralela. S obre
todo no existía en la escuela oficial del cine, el C entro
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de !a cubierta, puede ser reproducida, almace­
nada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, S perim entale di C inem atografía, que se erguía en el
óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. corazón m ism o de Cinecittá. Yo h ab ía llegado allí con

7
una carga de id o latría poco adecuada, Von S ternberg, debía, claro, in terv en ir p a ra n ad a la m irad a del di­
F rank Borzage, los grandes ro stro s, G reta, M arlene, rector; la m irad a del d irec to r no podía ser subjetiva,
Michéle M organ, el poeta Prévert. Porque estábam os p o rque eso era pecado m ortal. E ra la cám ara fría,
en 1956 y la ideología rein an te era el neorrealism o. im personal, p ero reveladora, la que solucionaba todo.
D entro de la escuela había que m overse al com pás de ¿Una cám ara reveladora de qué? Muy p ro b ab lem en te
dos represiones de signo diferente, pero h erm an ad as de un realism o fotográfico, superficial. De m odo que
en el fondo. Se tra ta b a de u n a escuela estatal, y en no sólo sab er n a r ra r era reaccionario, el cine de a u to r
esa época gobernaba la D em ocrazia C ristiana. P or lo tam bién. Y así un m ovim iento iniciado p o r auteurs
tanto, d ire c to r y p a rte ad m inistrativa eran supercató- com o Rossellini y De Sica h ab ría term in ad o p o r esta ­
Heos, de aquellos que todavía subsistían en los años blecer u n a teo ría an ti-auteur.
cincuenta, p u ritan o s a un nivel hoy risible. P or ejem ­ Debo agreg ar que el año 56 fue adem ás el de
plo, se o b jetab an los escotes de las aluminas actrices, m ayor crisis p ara los teóricos del neorrealism o, el p ú ­
se exigía «decoro» y cu alq u ier actividad sexual era blico se estab a retiran d o , y eso en vez de hacerlos re­
considerada ofensa. Én o tras palabras, ascetism o con­ flexionar h ab ía vuelto aún m ás rígidos sus postulados.
ventual. A esa represión de derecha en la p arte disci­ Ese año se h ab ía estren ad o II te tto de De Sica, film ado
plinaria ap a ren tem e n te se oponía la ideología del pro­ bajo el te rro r zavattiniano y h ab ía sido fracaso de pú­
fesorado, im buido de neorrealism o. Todo se había blico y tam bién de crítica en los festivales intern acio ­
originado en la inm ediata p o stg u erra con filmes de
nales. Sólo la defendían los teó rico s n eo rrealistas p o r­
antear, com o .Roma, ciudad abierta de Rossellini, El
que había sido film ada según las reglas de la casa, las
lim piabotas de De Sica y La térra trem a de Visconti.
cuales h ab ían casi conseguido ah o g ar el aliento crea­
D esgraciadam ente, de la o b ra de esos autores, en Ita­
d o r de De Sica. ¿E n qué term in ó todo? Los p ro d u c­
lia ciertos críticos y teóricos del cine habían in ten ta­
tores desistiero n de cu alq u ier experim ento serio y se
do e x tra er un dogm a, u n a serie de principios que
acabó una b rillan te cruzada iniciada p o r au to res, no
m anejaban com o cach ip o rras contra todo lo que fue­
ra cine d iferente al que prom ulgaban Z avattini y sus críticas, en la po stg u erra. Pero ¿ p o r qué los p ro d u c­
seguidores. Ante todo querían, y con toda razón, salir- to res d esistiero n ? Porque el. público se re tiró , el cine
de Jas fórm ulas hollyw oodianas p a ra in te n ta r un cine de denuncia, el cine político, se h ab ía vuelto tan pu­
m ás inquieto intelectualm ente. Un cine de denuncia so­ rista, tan reseco que sólo u n a élite lo podía seguir.
cial, instigador, inteligente. P ero esa operación los lle­ El gran público, la clase b aja, la clase tra b a ja d o ra ,
vaba a un e rro r grave: urna de las ca racterísticas p rin ­ que en Italia ten ía pasión p or el cine, no en ten d ía ese
cipales de Hollywood era el cuidado de la arm azón cine que ap aren tem en te le estab a dirigido. P arecería
n arrativ a, y dado que p a ra esa nueva óptica crítica que toda teo ría estética tiende a exacerbarse y volverse
todo Hollywood era sinónim o de cine reaccionario, represiva; pues bien, el dogm a n eo rrealista llegó al ex­
pues, sab er n a r ra r tam bién re su ltab a un rasgo reac­ trem o de n eg ar la validez de lo d o lo que no se a ju s­
cionario. C ualquier in ten to de estru c tu ració n d ram á­ tase a sus cánones.
tica era considerado sospechoso, contam inado de ve­ Es este c a rá c te r altam en te excluyem e lo que m e re­
nenos folletinescos o de piéces-á-ficelles. R ecuerdo un sulta alarm an te como fenóm eno crítico, después de
ejem plo de cine p u ro que p roponía Z avattini: una todos estos años. Que en ei ám b ito de la izquierda se
o b re ra sale de su casa y hace las com pras, m ira vi­ efectuase esa operación ca strad o ra , en aquella época
drieras, com para precios, busca zapatos para los hijos, me desconcertó terrib lem en te. Yo venía de un país
todo en el tiem po real de la acción, lo cual bien po­ donde la rep resió n era siem pre de derecha. Además,
d ría llenar la h o ra y m edia clásica de proyección. Y no estos crítico s eran elegantísim os y se reu n ían en los

8 9
cafés más; caros. N ada coincidía con mi idea entre m uchos titu b eo s acepté la o fe rta y tam bién acepté en­
pam peana M-G-M de la bohem ia. cargarm e de la adaptación. T o rre Nilsson, com o p ro ­
Yo estaba con el corazón dividido. P or un lado me d u cto r y d irecto r, me dejó to d a lib ertad creativa, p ero
gustaba la idea de un cine po p u lar y de denuncia; yo no m e sen tí cóm odo en esa, ta re a de ad a p ta d o r,
pero me gustaba tam bién el cine bien contado, que p o rq u e ten ía que seguir el p rocedim iento co n tra rio a!
parecía exclusividad de los reaccionarios. A todo eso que m e h abía ayudado a liberarm e. Tenía que re su m ir
m e debatía con m is p rim ero s guiones, que no conse­ la novela, po d arla, e n c o n tra r fórm ulas que sin tetiza­
guían se r m ás que copias de viejos filmes de Holly­ sen aquello q ue en su origen h ab ía sido an alíticam en te
wood. M ientras los escribía m e entusiasm aba, pero al expuesto. T erm inado el guión volví aliviado a las no­
term in arlo s no m e gustaban. Me seducía en el p rim e r velas, em pecé a esc rib ir E l beso de la m u je r araña.
m om ento la posibilidad de re c re a r m om entos de es­ C uatro años después hubo o tro llam ado del cine.
p ec ta d o r infantil, protegido en la som bra de la sala E n México el d irec to r A rturo R ipstein m e pidió que
cinem atográfica, pero el d e sp e rta r no era placentero; ad ap tase la novela co rta de Donoso E l lugar sin lím i­
el sueño sí, el d e sp e rta r no. F inalm ente m e di cuenta tes. De e n tra d a d ije no, p ero R ipstein insistió y volví
que podía se r m ás in tere sa n te ex p lo rar las posibilida­ a leer el texto. Se tra ta b a de un cuento largo m ás que
des anecdóticas de mi p ro p ia realidad y me puse a es­ de u n a novela, y lo que h ab ía que h acer en ese caso
c rib ir un guión que inevitablem ente se volvió novela. era agregar material, p a ra co m p letar el guión. Ya ahí
¿P or qué inevitablem ente? Yo no decidí p a sa r del cine m e sentí m ucho m ejor, y deí. bu en en ten d im ien to con
a la novela. E stab a planeando u n a escena del guión en R ipstein surgió o tro proyecto que yo m ism o pro p u se:
que la voz de u n a tía m ía, en off, introducía la acción la ad ap tació n de un cu en to de la arg en tin a Silvina
en el lavadero de u n a casa de pueblo. Esa voz tenía Ocam po, E l im postor, p a ra el re to rn o al cine del p ro ­
que a b a rc a r no m ás de tre s líneas de guión, pero d u cto r B arb ach an o Pernee. ¿Qué tenían esos dos rela­
siguió sin p a r a r unas tre in ta páginas. No hubo m odo tos en com ún? Me refiero a E l lugar sin lím ites y E l
de hacerla callar. E lla sólo tenía banalidades para im postor. A p rim era vista, sólo su co rta extensión, algo
contar; p ero m e pareció que la acumulación, de las en tre novela co rta y cuento largo. Pero después de
banalidades daba u n significado especial a la exposi­ te rm in a r este te rc e r tra b a jo de ad ap tació n vi o tro cla­
ción. ro parentesco. Ambos relato s eran alegorías, h isto rias
El accidente de las tre in ta páginas de banalidades poéticas, sin p retensiones realistas, aunque en ú ltim a
sucedió un día de m arzo de 1962. Creo que lo que me in stancia se refiriesen a p ro b lem as hum anos m uy de­
llevó a ese cam bio de m edio expresivo fue u n a nece­ finidos.
sidad de m ayor espacio n arrativ o . Una vez que pude Mis novelas, por el co n trario , p reten d en siem pre
e n fre n ta r la realidad, después de tan to s años de fuga u n a reco n stru cció n d irecta de la realidad; de ahí su
cinem atográfica, m e in teresab a ex p lo rar esa realidad, p ara m í im p erativ a n atu raleza analítica. La síntesis, en
desm enuzarla, p a ra tr a ta r de com prenderla. Y el es­ cam bio, va b ien con la alegoría, con el sueño. ¿Qué
pacio clásico de u n a h o ra y m edia de proyección cine­ m ejo r ejem plo de síntesis que n u estro s sueños de cada
m atográfica no m e alcanzaba. El cine exige síntesis y noche? El cine req u iere síntesis ja p o r lo ta n to es el
m is tem as m e exigían o tra ac titu d ; m e exigían análi­ vehículo ideal de la alegoría, del sueño. Lo cual me
sis, acum ulación de detalles. lleva a o tra suposición. ¿S erá p o r esa razón que el cine
De esa novela pasé a o tra s dos m ás, siem pre con de los años tre in ta y c u a ren ta h a envejecido tan bien?
la convicción de que al cine no volvería m ás. P ero en Se tra ta b a , sin duda, de sueños en im ágenes. Tornem os
1973 el d irec to r argentino Leopoldo T orre N ilsson me dos ejem plos: d en tro del m ism o Hollywood, un p ro ­
pidió los derechos de B oquitas pintadas y después de ducto frivolo de clase B, com o Siete pecadores de

10 11
Tay G arn ett y Los m ejores años de nuestras vidas de cam bio, la concentración que p erm ite la página im p re ­
W illiam W yler, película seria en tre com illas, super­ sa da m argen al n a rra d o r a o tro tip o de discurso, m ás
producción que a rra só con O scars y fue considerada com plejo en lo conceptual especialm ente. Además, el
una honra p a ra la cinem atografía. libro puede esp erar, el lecto r puede detenerse a refle­
¿Qué pasó con esos dos filmes después de casi cua­ xionar, la im agen cinem atográfica no,
ren ta años? S iete pecadores no p reten d ía parecerse a E n conclusión, hay h isto rias que sólo la lite ra tu ra
nada viviente. E ra una desprejuiciada reflexión sobre puede ab o rd ar, p o rque los lím ites de la atención del
el poder y los valores establecidos; u n a alegoría muy lector así lo d eterm inan. Quien lo decide todo en ú lti­
liviana sobre ese tem a. P or el contrario, Los m ejores m a in stancia es la n aturaleza de la atención hum ana.
años de nuestras vidas se proponía d a r una im agen Tiene lím ites, puede focalizar un cierto m aterial y o tro
realista del regreso de los soldados n orteam ericanos no. Se fatiga, logra p e n e tra r en la página escrita den­
después de la segunda g u erra m undial. Y lo lograba. sidades que expuestas en la p an talla re su ltarían im po­
Pero después de todos estos años, de ese film e,"cuan­ sibles de ab o rd ar. Tuve una experiencia curiosa al res­
do m ucho, se puede decir que es un válido docum ento pecto. H ace unos tre s años vi u n a película italiana,
de su época, m ien tras que de Siete pecadores se puede II so spetto de Maselli. E s un relato de m uy com plica­
decir que es u n a o b ra de arte. Sí, exam inando lo que do contenido político, hecha con excepcional em peño.
va quedando de la h isto ria del cine en cuentro m ás y P rom ediando la proyección de la película em pecé a
m ás pru eb as de lo poco que se puede re sc a ta r de los alarm arm e, sim plem ente no lograba seguir la n a rra ­
intentos de realism o, en los que la cám ara parece res­ ción. Los p erso n ajes p lan teab an cuestiones cuyo hilo
b a la r p o r la superficie, sin lo g rar p asa r a o tra dim en­ no se lograba seguir. S upuse que, escritas, esas m is­
sión que no sea la de un realism o fotográfico, de sólo m as tirad a s de diálogo serían m ás inteligibles, ¿o no?,
dos dim ensiones. E sta superficialidad parece cu rio sa­ ¿qué ocurría?, ¿era todo un galim atías o sencillam ente
m ente coincidir con la ausencia de un auteur d etrás ía atención del esp ectad o r no conseguía a b a rc a r todo
de la cám ara. Es decir, de un d ire c to r con visión p er­ lo que se le p resen tab a? Me in teresó la cuestión y a
sonal. través de mi e d ito r en Rom a conseguí el guión original
Ahora bien, señaladas así som eram ente esas dife­ del filme. Lo leí y en ten d í todo perfectam ente. H abía
rencias que m e parece v islu m b rar en tre cine y lite ra­ sí dos o tres pasajes, algo oscuros, que volviendo a trá s
tu ra, paso a co n testa r una preg u n ta que se viene for­ la página y releyendo se aclaraban. Pero esa operación
m ulando desde hace un tiem po. ¿Pueden el cine y la no había sido posible en la sala cinem atográfica. No
televisión te rm in a r con la lite ra tu ra , con la n arrativ a se puede d eten e r la proyección.
p a ra se r más específicos? Mi im presión es negativa, P or todo esto creo que ia lectu ra del esp ectad o r
im posible que eso o cu rra. P orque se tra ta de dos lec­ cinem atográfico es o tra que la del lecto r de novela, y
tu ra s diferentes. En el cine ia atención se ve requerida que esa lectu ra cinem atográfica, si bien tiene algo de
p o r tantos p u n to s de atracción diferentes que resu lta la lectu ra lite raria , tiene tam bién m ucho de la lectu ra
m uy difícil, o d irectam ente im posible, la concentración de un cuadro. S ería entonces una terc era lectu ra, que
en un discurso conceptual com plicado. En el. cine la p articip a de características de la lectu ra l ite r a r ia y de
atención tiene que dividirse e n tre el reclam o de la la plástica, p ero que es en fin de cuentas diferente.
im agen, el de la palabra, el de la m úsica de fondo. Antes de te rm in a r q u erría volver a E l im postor.
Además, el reclam o de la im agen en m ovim ien to es Pese al entusiasm o del p ro d u c to r B arbachano Ponce
algo que tiene que se r especialm ente tenido en cuenta. no se pudo realizar la película en aquella época debi­
No es 3o m ism o que el requerim iento de un cuadro, do a cam bios en el gobierno m exicano que llevaron a
donde se cu en ta con el estatism o de la im agen. En can celar los créd ito s a la producción cinem atográfica.
12 13
¡El d irec to r R ipstein logró finalm ente film arla en 1984,
con o tra com pañía p ro d u cto ra, y el resu ltad o fue una
triste so rp resa p ara mí. Mi tra b a jo de adaptación ha­
bía sido realizado consultando con R ipstein m inucio­
sam ente cada secuencia, y yo sólo había dejado en la
página lo que R ipstein había aprobado. P or eso asistí
a la proyección del filme con toda confianza. Debo
agregar que no sólo me unía a R ipstein el grato re­
cuerdo del Lugar sin lím ites, sirio tam bién la igual­
m ente feliz experiencia de n u estra asociación en 1983,
cuando dirigió la puesta escénica de E l beso de la m u­ LA CARA
jer araña en México. Una vez m ás, allí R ipstein se había DEL VILLANO
m ostrado tan talentoso com o respetuoso de las reglas
de mi tra b a jo en equipo. E n cam bio fue un disgusto
p ara m í v er en la p an talla m i nom bre com o único
responsable del guión del Otro (títu lo definitivo de El
im postor), cuando habían sido introducidas, sin la m e­
nor consulta, m odificaciones que desvirtuaban mi texto
totalm ente. Una experiencia m uy negativa p a ra m í. Pero
ahora el lector puede ju zg ar mi tra b a jo directam ente,
nueva o portunidad de com unicación que va a m erecer
un nuevo título, el tercero y definitivo era lo que a m í
respecta, La cara del villano.
Era cuanto al segundo guión que com pleta este vo­
lum en, Recuerdo de Tijuana, fue tam bién encargado
p o r M anuel B arbachano Ponce en 1978. N unca llegó
a film arse, aunque de tan to en tan to se vuelve a h ab lar
de alguna posibilidad de realización.
¿Cómo leer un guión? En una buena novela el a u to r
va dando cuerpo a sus personajes, los describe o los
deja in tu ir a través de los m ás variados recu rso s lite­
rarios. Aquí en cam bio el lector se en fren ta con liber­
tad m ucho m ayor p a ra im aginárselos. Una posible lec­
tu ra podría ■hacerse atribuyendo a esos personajes
ro stro s de actores conocidos de cualquier época y na­
cionalidad. Pero creo que m ás creadora sería aquella
lectura en que p a ra an im ar cada p erso n aje se eligiese
el ro stro de los am igos y enem igos que pueblan la
realidad de cada lector.

Río, m arzo de 1985.

14

You might also like