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Esta visión fue cambiando a partir de Albert Einstein, quien colocó a la energía
en el centro de la discusión y de ahí en adelante, relatividad de por medio, se
llega a expresar que todo el universo es energía, concepto que los antiguos
talantes, mayas, egipcios, chinos e hindúes sostenían como una verdad
existencial pues toda su civilización se basaba precisamente en el cuidado y
desarrollo de la energía.
Entre los aportes de nuestros días, cabe mencionar el desarrollo del científico
Werner Heisemberg quien introduce un nuevo elemento según el cual “todo objeto
que es pasible de observación es modificado por el observador, pues éste no puede
substraerse del campo generado por el objeto y su presencia”1. Es decir, que
estamos asistiendo a un cambio, el cual se genera a través del intercambio de
partículas energéticas entre todas las cosas que nos rodean y nosotros mismos.
1
Werner Heisemberg, Los nuevos fundamentos de la ciencia, Editorial Norte y Sur, Madrid, 1962.
Estamos descubriendo, dándonos cuenta de que existimos en un universo
montado sobre una gran matriz de coordenadas, en las cuales nuestra existencia
se va desarrollando a través de hechos cambiantes. De acuerdo con nuestras
acciones, que son realizaciones de nuestro pensamiento, y por debajo de todo eso,
fluye la energía, la cual en una perfecta y silenciosa comunicación va tejiendo un
tramado de innumerables caminos por los cuales optamos transitar.
Precisamente, la matriz funciona fuera del espacio y del tiempo, en coordenadas
que reúnen a la energía sustancial universal con nuestra energía personal, para
demostrarnos que nuestra experiencia dual empieza a desvanecerse cuando
ingresamos al conocimiento de que las cosas son manifestaciones de esa misma
sustancia bajo diferentes formas. Esto fue enunciado por el mismo Albert
Einstein, al señalar: "Quiero conocer el pensamiento de Dios, lo demás son
detalles”.
La red donde se manifiesta todo el universo, hace que nos deslicemos. Ante cada
hecho que vivimos, el no verlo aislado genera nuestra apertura de conciencia,
alejándonos así de la concepción de un destino prefijado. Es aquello que Cari
Gustav Jung denominó "sincronicidad", concepto que se le presentara un día
mientras atendía una paciente en su consultorio y de una forma muy extraña.
Durante la sesión de terapia, la paciente le comentaba que había soñado la noche
anterior con un escarabajo de oro. Mientras transcurría la consulta y muy
insistentemente, algo golpeaba la ventana del consultorio desde afuera. Esto
atrajo la atención de Jung quien, a medida que la paciente iba explicando sobre
el escarabajo de su sueño, abría la ventana y dejaba entrar al extraño insecto que
golpeaba. Para su asombro, el mismo se posó sobre la solapa del traje de la
mujer y al verlo de cerca, descubrieron que era un escarabajo con tonalidades
verdes y doradas. En ese mismo momento, las sincronicidades habían llegado a
juntarse en las coordenadas de la trama de la matriz del universo. Dos hechos
aparentemente aislados y sin relación entre sí en tiempo y espacio, cobraban
sentido en un momento en particular.