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UNO
Esta tarde, tras una caminata por Parque Centenario, elige una mesa, frente
al ventanal mayor, que da a la calle Guardia Vieja. En El Banderín, este
porteño nacido en el Partido de San Martín, parece estar a gusto pensando
en voz alta. Sin red. Y entonces dirá que sí, que su vida dio un viraje
definitivo cuando se encargó no sólo de escribir, sino también, de
seleccionar los actores, armar la producción y dirigir “La Madonnita”.
Tenía 57 años. Dos hijos adolescentes.
—¿Fue un desafío grande?
— Los puntos de inflexión solamente se pueden ver después, con los años,
cuando se percibe el efecto de la curva. Pero sí, fue el gran desafío de mi
vida profesional. Un giro total.
Desanuda un ovillo, repasa y dice que no daba más de escribir una obra,
cada dos o tres años, y salir a buscar a directores.
Este porteño que llegó al centro de grande, que a esta altura de su vida dice
casi siempre lo que piensa, busca ir al fondo de sí mismo.
Tal vez por eso este intento –tardío– de un autor teatral de consumar al fin.
De alcanzar por vía de la dirección un auténtico acceso carnal a su propia
escritura.
De montarla.
De ponerla.
DOS
“La vieja, que se llamaba Charo Huerres, se vino de Asturias sola, a los
dieciséis años, a cumplir con un casamiento arreglado entre familias. Tuvo a
su primer hijo, mi querido hermano Cachi. A los veinte enviudó y quedó sola
con su bebé en la ciudad. Trabajó de todo un poco: camisera, peluquera a
domicilio.
Poco tiempo después “la cole” la adoptó y terminó siendo una de esas
parientas queridas, siempre dispuesta a ayudar. Maga de la fusión:
inventora del borsch con cantimpalo.
TRES
—En el mercado había una clásica de la cuenta. Una vez que te guardaban
las verduras en una bolsa, te decían muy rápido: Tres paquetes de lechuga,
dos bolsas de papa, un cajón de manzana, dos de sepasa…. Y si el
comprador preguntaba “¿Qué es sepasa?”, el vendedor le decía “Sepasa
pasa, pero sinopasa no lo incluimos en la cuenta”.
CUATRO
“Sentí que me había ido bien, que mi personaje le había caído bien. Y eso
que no era fácil: una vaca puta, que hablaba abarrocada y en verso,
arrojada a un rincón de un bodega de un barco de principios de siglo”, dice
por teléfono la actriz y directora.
Sin embargo, al final, su nombre quedó cerca del principio, pero no arriba de
todo.
“Podría haber sido muy frustrante para mí, pero no”, recuerda.
Y hace silencio.
“¿Sabés por qué? Porque Mauricio Kartun por teléfono me llamó. Y me dijo
que la decisión le costó. Y eso no lo hace nadie en el mundo del teatro.
Mauricio Kartun me había llamado. Me había llamado para darme
explicaciones a mí, que recién salía del horno…”.
CINCO
Hay que sortearla, como sugiere Kartun para buscar, más allá, los sillones
donde sentarse, la mesa ratona con la biblioteca al fondo, y los ventanales
detrás, con la luz naranja del otoño de Buenos Aires que avanza desde el
balcón casi terraza.
Puede ser que vuelva sobre Sófocles o John William Cooke, pero está muy
atento a las últimas novedades de las bateas literarias.
***
—No duele tanto el regreso —dice, casi a los gritos, desde la cocina,
mientras
prepara el mate.
Tiene una remera canchera, un jean, barba de tres o cuatro días, y parece
más flaco que hace un par de años.
—Con mi mujer siempre decimos que hemos aprendido a ser porteños en
Buenos Aires y muy de la Costa en Cariló —dice, y se sienta en el sillón, de
espaldas al balcón terraza.
No me escribas por aquí, hacelo por inbox y decime dónde la pondrías (para
procurarles el mejor destino posible).
Hasta cuando regala palmeras, Kartun le pone onda. Se preocupa por el
trato futuro de las especies.
SEIS
Mauricio Kartun hace cuentas y dice que sí, que debe hacer casi veinticinco
años que vive allí, en esa zona de Villa Crespo, pero que no recuerda
haberse cruzado con don Osvaldo Pugliese, que residía a pocas cuadras
hacia el norte y que vivió gran parte de su vida en el barrio.
A Kartun le gusta hablar del barrio. Se estira para atrás, coloca la mano
izquierda sobre el mentón y se le enciende la mirada. Tiene la actitud de
quien está pensando en voz alta.
—Aunque —va a reconocer, enseguida— hay dos grandes signos. No, no,
son tres los signos donde se percibe el cambio.
El primero, dice, es que no hay más lugar para estacionar; el segundo, que
en los últimos tiempos, a partir de los turistas que buscan pilchas baratas en
la zona, se consigue un taxi relativamente fácil, y no hay que ir como antes
para el lado de Corrientes.
Pero llegaron los súper y, en los últimos veinticinco años, dice Kartun,
sucedieron, en la cuadra, naufragios: uno tras otro.
Se ríe.
OCHO
Todo comenzó en 1968, cuando inició un taller de Dirección Teatral.
Desde esa fecha y hasta el año 2003, con más zonas de logros que
desniveles, Mauricio Kartun escribía una obra cada dos, tres o cuatro años.
Buscaba un director para esa obra, pasaba por Argentores a cobrar sus
derechos, y se afirmaba -en tanto- como el mejor maestro de dramaturgia
de la Argentina.
Así andaba, entonces, durante más de dos décadas, escribiendo obras para
otros, y enseñando.
NUEVE
Hasta el 2003, no sólo fueron las broncas estéticas con los directores o el
cansancio de escribir para otros. Kartun sentía que que se perdía la
cercanía del escenario, donde pasa –dice- lo más divertido del mundo
teatral.
La obra iba una vez por semana y Kartun, después de la función, cenaba en
grupo con el elenco, en Los Trujillanitos y, entre ceviche y cerveza, la
pasaba lindo.
—La escritura es algo quieto -dice—. Al otro día, uno se encuentra con la
frase fija, a mitad de camino, que dejó en la computadora. En cambio, la
dirección es un conocimiento (como todos pero todavía más) que sólo se
manifiesta cuando encarna. Es más bien del momento, de captar lo que va
pasando en ese laboratorio que es un ensayo. Es un arte del presente.
Reconoce, ahora, que no se pelea con los actores como lo hacía antes con
los directores de sus obras. Dice que un elenco es una especie de familia
sustituta, que van de un lado para otro, entre funciones y giras.
Nada idílico.
Hay algunos que serán amigos para siempre y otros a los que no querría en
la familia. “Siempre hay un cuñado con el que te peleás cuando hablás de
política o el primo que te pide plata y no te la devuelve”, dice.
ONCE
Juan Carlos Gené no iba a ningún lado sin una línea de acción. Un párrafo
que condensara la historia. Ni una escena, ni un retazo de una escena
montaba el viejo Gené sin antes pensar, en voz alta, adónde se iba, qué se
quería decir.
No se pierde una.
Es medianoche de un viernes. La gente está conmovida con la obra y
algunos lo reconocen y se paran a saludarlo en el hall del Teatro del Pueblo.
—El otro día me preguntaban si soy controlador. Nada que ver, voy a
disfrutar
—se ataja.
Y dice que la gente, con ganas, compra el libro que se vende a la salida.
Que es como si le pidieran la costillita que le sobró en la tabla del quincho,
para picar a la noche.
DOCE
Cauto, pero firme, consciente de su lugar como intelectual, Mauricio Kartun
reconoce que sí, que se aplaude distinto, esta temporada, en el final de
Terrenal.
Desde el nuevo gobierno que asumió en diciembre del año pasado, parece
que se escuchara de otra manera esa defensa contra el malentendido
humano de la acumulación porque sí, de puro goce, de pura angurria contra
el otro.
.
—Hay un regreso a ciertas formas del pasado, a un empresariado
conservador, que parece tomar nuevas formas y se hace el camaleón para
mimetizarse, pero ya la historia argentina sabe de qué se trata. No
conocemos sus objetivos ahora, pero si miramos hacia atrás sabemos de
sus efectos. No quiero ser apocalíptico, ni anunciar una tragedia, aunque
sea para evitar lo de la profecía autocumplida.
Dice convencido.
—La política se hace día a día, es otro arte del presente. Y entonces este
momento nos manda a estar alertas y con el compromiso alto. Opinando
firme y en continuado. Con los ojos y la boca abierta.
TRECE
Entre muchos otros premios, en la Feria del Libro 2015, Terrenal fue
considerada por la crítica como La Mejor Obra Literaria del Año 2014.
Para Kartun, algo así como una reivindicación precisa con un género mirado
de reojo por la capilla literaria.
“Alegría de que esta vez –escribió en Facebook, la noche del anuncio- la
linterna haya enfocado al rincón en el ángulo oscuro de este generito
nuestro. Minoría étnica literaria.
CATORCE
QUINCE
En cantidad pasaban actores o directores con sus ideas y se iban con una
obra. Actores o directores que después resultaron nombres importantes de
la escena local: Patricia Zangaro, Rafael Spregelburd, Alejandro Tantanián,
Luis Cano. Mauricio Dayub nunca dejaba de agradecer, en cada nota, el
aporte de Kartun en “El Amateur“, una obra que hasta llegó al cine.
—Hay una especie de orgullo familiar de ver a tus discípulos que logran vivir
de algo que aprendieron un poco con vos.Que vivan de eso, que morfen de
eso. Que el oficio se constate en calorías. Eso me gusta. Soy de empujar
con la palabra y el ejemplo en eso de que se puede vivir de lo que uno
hace.
DIECISEIS
El hijo de una gallega y un judío ruso conoce a fondo la tradición del teatro
europeo y norteamericano y no descarta –siquiera- la perplejidad exótica
que llega de tierras aún más lejanas, no pueden correrlo con el Kabuki, el
Nôh o el Bunraku japonés.
Pero su obra, todo lo que ha escrito y ha llevado a escena hasta acá, tiene
un carácter tan propio y genuino, tan señero y mistongo, tan dulce de leche
y gambeta hacia adelante, tanta tensión entre pago la deuda o me rebelo,
tanto mestizaje bajando de los barcos y mandando un billete afuera para
recuperar la familia y ver qué pasa, tanta clase media desorientada, y
resentida y sin fe.