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Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1599 - 1660), conocido como Diego Velázquez, fue un

pintor barroco, considerado uno de los máximos exponentes de la pintura española y maestro de
la pintura universal.

Maestro sin par del arte pictórico, el sevillano Diego Velázquez adornó su carácter con una
discreción, reserva y serenidad tal que, si bien mucho se puede decir y se ha dicho sobre su obra,
poco se sabe y probablemente nunca se sabrá más sobre su psicología. Joven disciplinado y
concienzudo, no debieron de gustarle demasiado las bofetadas con que salpimentaba sus
enseñanzas el maestro pintor Herrera el Viejo, con quien al parecer pasó una breve temporada,
antes de adscribirse, a los doce años, al taller de ese modesto pintor y excelente persona que
fuera Francisco Pacheco. De él provienen las primeras noticias, al tiempo que los primeros
encomios, del que sería el mayor pintor barroco español y, sin duda, uno de los más grandes
artistas del mundo en cualquier edad.

Se trata de obras de gran realismo y excepcional sobriedad en las que el magistral empleo de la luz
sitúa los cuerpos en el espacio y hace vibrar a su alrededor una atmósfera real que los envuelve.
Los fondos, muy densos al principio, se suavizan y aclaran luego, con el paso del tiempo. En los
retratos femeninos (el de Mariana de Austria, por ejemplo), el artista se recrea en los magníficos
vestidos, en los que muestra sus grandes cualidades como colorista.

Retrato del papa Inocencio X

El retrato más aclamado en vida del pintor y que sigue hoy día suscitando admiración, es el que
realizó al papa Inocencio X. Pintado en su segundo viaje a Italia, el artista estaba en la cima de su
fama y de su técnica.

No era fácil que el papa posase para un pintor, era un privilegio que muy pocos conseguían. Para
Enriqueta Harris las pinturas que Velázquez le llevó como regalo del rey debieron poner a
Inocencio en buena disposición.

Con pinceladas sueltas varios tonos de rojos se combinan, desde el más lejano al más cercano, al
fondo el rojo oscuro de la cortina, después el más claro del sillón, en primer plano el
impresionante rojo de la muceta con sus luminosos reflejos. Sobre este ambiente domina la
cabeza del pontífice de rasgos fuertes y mirada severa.

Este retrato siempre ha sido muy admirado. Ha inspirado a pintores de todas las épocas desde
Neri a Francis Bacon con su atormentada serie. Para Joshua Reynold será este el mejor cuadro de
Roma y uno de los primeros retratos del mundo.
La fábula de Aracne (Las hilanderas)

La fábula de Aracne la pintó para un cliente particular, Pedro de Arce, que pertenecía a la corte. En
el cuadro se representa el mito de Aracne, una extraordinaria tejedora, que Ovidio describió
en Las metamorfosis. La mortal desafió a la diosa Minerva para demostrar que tejía como una
diosa. El resultado fue un empate y se concluyó que el tapiz de Aracne era de igual calidad que el
de la diosa. En el cuadro en primer término se ven a la diosa y a Aracne tejiendo sus respectivos
tapices. En el fondo se representa el momento posterior, colgados en las paredes los tapices
terminados, en que se declaran de calidad equivalentes.

Está ejecutado de forma muy rápida sobre un fondo anaranjado empleando mezclas muy fluidas.
Las figuras en primer término están difuminadas, definidas con toques rápidos que provocan esa
borrosidad y más al fondo este efecto aumenta siendo las pinceladas más breves y transparentes.
A la izquierda representa una rueca cuyos radios se adivinan en una borrosa impresión de
movimiento. Velázquez resaltó este efecto disponiendo en el interior de la circunferencia unos
toques de luz que sugieren los fugaces reflejos de los radios en movimiento.

Peter Paul Rubens (1577 - 1640), también conocido como Pieter Paul, Pieter Pauwel, Petrus
Paulus, y, en español, Pedro Pablo Rubens, fue un pintor barroco de la escuela flamenca. Su estilo
exuberante enfatiza el dinamismo, el color y la sensualidad. Sus principales influencias
procedieron del arte de la Antigua Grecia, de la Antigua Roma y de la pintura renacentista, en
especial de Leonardo da Vinci, de Miguel Ángel, del que admiraba su representación de la
anatomía, y sobre todo de Tiziano, al que siempre consideró su maestro y del que afirmó con él, la
pintura ha encontrado su esencia.

Trató una amplia variedad de temas pictóricos: religiosos, históricos, de mitología clásica, escenas
de caza, paisajes, retratos; así como dibujos, ilustraciones para libros y diseños para tapices. Se
conservan aproximadamente mil quinientos cuadros suyos. Una producción tan elevada fue
posible a la extensión de su taller, tanto de integrantes como de proporción, donde al parecer
trabajaban en cadena.

Fue el pintor favorito del rey Felipe IV de España, su principal cliente, que le encargó decenas de
obras para decorar sus palacios y fue el mayor comprador en la almoneda de los bienes del artista
que se realizó tras su fallecimiento.
Poseía una amplia formación humanista y tuvo siempre un profundo interés por la Antigüedad
clásica. "Estoy convencido de que para lograr la mayor perfección en la pintura es necesario
comprender a los antiguos", afirmaba. Dominaba diversas lenguas, incluido el latín, y llegó a
ejercer como diplomático entre distintas cortes europeas. Fue además ennoblecido tanto por
Felipe IV de España como por Carlos I de Inglaterra.

Saturno devorando a sus hijos (1636-37)

Saturno es una de las más dramáticas obras de Rubens. Fue pintado cuando el rey Felipe IV se lo
encargó para decorar la Torre de la Parada con escenas mitológicas inspiradas en “Metamorfosis”
de Ovidio. El titán Saturno, ya advertido de que uno de sus hijos le destronaría, decidió devorarlos
a todos, siendo salvado solamente uno de ellos: Zeus. El cuadro representa a Saturno desgarrando
el pecho de uno de sus hijos, apoyándose en su guadaña, símbolo de la agricultura. La enorme
figura del dios se recorta entre la oscuridad del fondo. La luz consigue un ambiente dramático muy
barroco similar a una obra de teatro. La influencia de Miguel Ángel, que ya viene marcando las
figuras del artista desde su estancia en Italia, se aprecia hasta el final.

Las tres estrellas que aparecen en la parte superior del cuadro representan al planeta Saturno, tal
y como lo describió Galileo años antes de que Rubens pintara el cuadro. La insuficiente resolución
de su telescopio le impidió distinguir entonces el anillo que rodea el planeta, confundiéndolo con
dos estrellas alineadas con el planeta (representado por la estrella central).

El Juicio de Paris

Rubens trata aquí el episodio mitológico en un formato apaisado, de tal manera que las figuras
parecen formar un friso. Sentado en el tronco de un árbol, aparece el pastor Paris, quien tiene que
elegir a la diosa más bella del Olimpo, con el aspecto dubitativo propio de tan difícil tarea. Le
sostiene la manzana de oro que constituye el premio el dios Hermes, con el caduceo y el petaso;
se muestran ante ellos las tres diosas contendientes, de izquierda a derecha: Atenea, diosa
guerrera y de la sabiduría, con las armas que la caracterizan en el suelo y envuelta en un rozagante
velo de seda plateada; Afrodita, la diosa del amor, en el centro, envuelta en un paño color carmesí
y con su hijo Cupido a los pies y un amorcillo volador que muestra cuál será el veredicto, pues se
dispone a coronarla mientras dirige una mirada cómplice al espectador; y finalmente, Hera, la
reina del Olimpo como esposa de Zeus, representada de espaldas, mientras se desprende del rico
manto de terciopelo morado recamado en oro que la cubre, en una bella postura serpentinata y
con un pavo real, su atributo, posado en la rama de un árbol cercano.

Al fondo se aprecia un rebaño de ovejas y un apacible paisaje crepuscular con árboles y praderas.
Destaca en el cuadro tanto la composición, cruzada de diagonales y ritmos contrapuestos de tal
manera que se evita cualquier sensación de rigidez, como la belleza del color, la insistencia en el
desnudo, contrastando la blancura de la piel de las diosas con la tez morena de los personajes
masculinos; y la atención a los detalles, como el brillo de las armas, de las joyas o los diferentes
tipos de telas que cubren a las diosas, representados fielmente.

Jean-Honoré Fragonard

Pintor francés del periodo rococó, uno de los artistas favoritos de la corte de Luis XV y Luis XVI por
sus escenas amorosas de delicados colores, situadas a menudo en jardines. Nació en Grasse el 5 de
abril de 1732. Comenzó a estudiar pintura a los 18 años en París con Jean Baptiste Simeon Chardin,
pero su estilo se formó principalmente a partir de la obra de su maestro posterior, François Boucher.
En 1752 ganó el gran premio de Roma, después de ser discípulo durante tres años del pintor francés
Carle Van Loo, Fragonard estudió y pintó durante seis años en Italia, donde recibió la influencia del
maestro veneciano Giovanni Battista Tiepolo. Al principio Fragonard desarrolló un estilo acorde con
la temática religiosa e histórica. Sin embargo, después de 1765 siguió el estilo rococó, que entonces
estaba de moda en Francia. Las obras de esta última época, que son las más conocidas, reflejan la
alegría, frivolidad y voluptuosidad del periodo. Se caracterizan por la fluidez de líneas, las vaporosas
flores en medio de un suave follaje y las figuras con poses llenas de gracia y elegancia, normalmente
de damas con sus amantes o de campesinas con sus hijos. La Revolución Francesa le llevó a la ruina
económica al perder su posición la nobleza de la que recibía encargos. Aunque contó con la ayuda
de Jacques-Louis David, el pintor más importante de la nueva escuela neoclásica francesa, Fragonard
no llegó a adaptarse nunca al nuevo estilo y murió en la pobreza el 22 de agosto de 1806 en París.
Las tablas que le encargó Marie-Jeanne Barry, amante de Luis XV, para decorar su palacio de
Louveciennes constituyen su obra más importante. En dicha serie, conocida como Los progresos del
amor, se encuentran La persecución y El amante coronado (ambos de 1771-1773, Colección Frick,
Nueva York). En el Louvre de París se conservan cinco obras suyas, entre ellas Las bañistas (c. 1760)
y El estudio (1769), otras obras notables son El columpio (c. 1766, Colección Wallace, Londres) y La
carta de amor (c. 1769-1770, Museo Metropolitano de Arte, Nueva York).
El columpio

Un rico barón encargó este cuadro a Fragonard, como homenaje a su amante. Se cuenta que
inicialmente el encargo era para François Boucher, quien lo rechazó por su atrevimiento. Se ha
convertido en el símbolo de toda una época, el Rococó, por su refinamiento y sensualidad.

Representa una escena galante en un ambiente idílico. Una joven se balancea en el columpio que
empuja un hombre mayor (seguramente su marido) mientras que abajo, a la izquierda, aparece un
joven que mira debajo de su falda. El marido queda relegado a la sombra, mientras que el joven
(amante de la mujer) luce en primer plano, entre vegetación y flores.

El joven se encuentra tumbado a los pies de una escultura de Cupido. Dicha figura esconde una
pista: pide silencio con un dedo en sus labios, lo que alude a un secreto. El amante muestra una
expresión de arrebato, como si hubiese recibido una revelación, de carácter en este caso
puramente terrenal. La muchacha le corresponde mirándole fijamente.

Se ha captado el momento del máximo balanceo del columpio, pues un instante después éste
volverá hacia atrás, hacia el hombre de mayor edad, representando así un segundo de
arrebatamiento erótico, tan voluptuoso y frágil como el Rococó mismo.

La gallina ciega

Es una pintura del artista rococó francés Jean Honoré Fragonard, realizada hacia 1769. Es
una pintura al óleo sobre lienzo con unas dimensiones de 114 centímetros de alto por 90 cm de
ancho. Se conserva en el Museo de Arte de Toledo, Ohio (Estados Unidos), donde se exhibe con el
título de Blind's Man Bluff.

Fragonard retrata aquí el juego de la gallina ciega, pero es cuadro lleno de equívocos. Por un lado,
la joven con la venda en los ojos está mirando subrepticiamente por debajo de ella, de manera
que más que jugar en serio, parece ser un pretexto para dar lugar a la seducción. Por otro lado,
ambos personajes están vestidos de pastores, aunque bien pudieran ser nobles o burgueses
disfrazados como tales. En cuanto al paisaje, parece un bosquecillo, pero igualmente pudiera ser
un escenario de teatro. De esta manera parecen abolirse los límites entre realidad y ficción,
verdad y mentira.

François Boucher (1703 – 1770) fue un pintor francés, que gustó del estilo galante, propio de la
época rococó.

Fue famoso por sus pinturas idílicas y voluptuosas de temas mitológicos, alegorías sobre pastores
y por varios retratos de Madame de Pompadour. Uno de sus cuadros más conocidos es el Desnudo
recostado (Alte Pinakothek de Múnich) cuya modelo se identifica como Mademoiselle Louise
O'Murphy, de catorce años, una amante del rey Luis XV.

Su obra está inspirada en artistas como Watteau y Rubens. Del primero tomó algunos temas, pero
los representó con una energía vital y un color más vivo que recuerda más a Rubens. De todas
formas, empleaba una pincelada bastante pulida y buscaba un acabado muy detallista, sin la
audacia de Rubens y más bien destinado a agradar a su clientela cortesana. Muchos de sus
cuadros eran de pequeño formato, para estancias privadas y no para grandes salones oficiales, por
lo que estaban pensados para ser vistos de cerca y su superficie recuerda a la porcelana.

Sus primeras obras celebraban la tranquilidad de la naturaleza y la evasión que otorga el campo.
Su trabajo olvida la inocencia tradicional del campesino, e impregna sus escenas con algo de
erotismo, y sus escenas mitológicas son apasionadas y amorosas, en lugar de las típicas épicas.

Joven recostada

Es una de las obras más representativas del pintor francés François Boucher.

Para su realización, posó la joven amante de Luis XV de Francia Marie-Louise O'Murphy, quien en
ese momento tenía 14 años.

Se considera una de las escenas más provocativas de toda la pintura francesa del siglo XVIII.

El cuadro representa a una joven totalmente desnuda, recostada boca abajo (quizá su edad
inhibiera al artista de pintarla de frente) sobre un elegante diván de damasco amarillo, que mira
con interés hacia la izquierda del espectador, en lo que parece un lujoso tocador palaciego.
Aparece tumbada sobre el vientre, con las piernas entreabiertas, en una postura
marcadamente erótica. Las líneas principales convergen en las nalgas, ubicadas casi en el centro
de la composición, lo que acentúa la sensualidad del conjunto.

Los bellos tonos rosados de las carnaciones, que contrastan intensamente con los blancos,
amarillos y verdosos del resto de la obra, atraen la atención hacia la perfecta anatomía del cuerpo.

En cuanto a la identidad de la modelo, no cabe la menor duda de que, efectivamente, se trata de


la joven de 14 años Marie-Louise O'Murphy, hija de Daniel O'Murphy y su esposa, Marguerite
O'Hiquy, involucrados en constantes problemas con la Justicia.

Un otoño pastoril

Es un cuadro acabado en 1749 por el eminente representante del movimiento rococó en Francia,
el pintor François Boucher, autor de numerosas escenas de género, de las cuales forma parte
este cuadro.

El tema del cuadro es también similar, en cierta medida, de El columpio. Se trata de una pareja
sentada ante una fuente. El joven es casi alargado; extiende a la boca de la mujer un racimo de
uvas. Como en muchos cuadros de Boucher, las caras son infantiles. También es difícil calcular la
edad de los personajes. Adoptan una postura lánguida, sus miradas están llenas de ternura. En
respuesta al gesto de su compañero, la joven, inmóvil, lo agradece con la mirada.

La escena se desarrolla al borde de un bosque o de un parque. Es difícil decidir categóricamente:


las ovejas dejan pensar que un prado no debe estar lejos, mientras que la fuente podría estar en
un parque. Ésta está coronada por un jarrón, en cuya parte superior está esculpido un sátiro.
Valores estéticos

• Retrato del papa Inocencio X

• Color Se nota el uso de los colores cálidos en la mayoría de la pintura, en la


vestimenta, asiento y las paredes.

• Claroscuro Se nota levemente la aplicación del claro oscuro en la parte en donde


se unen las paredes y se crea un efecto de sombra.

• Perspectiva Se dan los efectos de profundidad sobre todo en la silla y en las manos
de la persona retratada.

• Proporción Los escasos elementos dibujados cumplen con la relación debida y


necesaria para que toda la pintura sea vista de la mejor manera.

• Simetría Se notan algunos rasgos de simetría como por ejemplo en la parte


superior de la silla, así como en su vestimenta.

• Ritmo En esta obra el ritmo es estático ya que no se presentan rasgos que indiquen
repeticiones o secuencias.

• Movimiento No se evidencia alguna clase de movimiento que el personaje


retratado este realizando, es más, todo lo contrario, permanece quieto.
 (2011). Wikipedia. Quito (12 de diciembre) Recuperado de
(http://www.biografiasyvidas.com/biografia/v/velazquez.htm)
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