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Fuente 1:

Pena de muerte para delincuentes en debate: ¿Sería viable?

La indignación hacia los asesinos, los sicarios, los violadores de menores, es


inevitable. El proceder de los psicópatas, homicidas y pedófilos genera tal
rechazo que el ciudadano de a pie puede llegar a la conclusión de que la
sociedad sería mejor si estas personas fueran eliminadas. Sin embargo, estas
emociones que pueden respaldar la pena de muerte no justifican su
implementación.
Efectivamente, la pena de muerte no es un elemento disuasivo para que
los sicarios dejen de matar, para que los violadores dejen de atacar a niños o
para que el corrupto deje de lucrar con el dinero de miles de personas,
coincidieron especialistas.
«No hay ningún estudio que diga que esta condena pueda disuadir al
delincuente. Peor aún, quien hable de esto habla con ignorancia supina sobre
cómo funciona el marco jurídico en el Perú», dijo a El Comercio el doctor
Vladimir Padilla, especialista en derecho penal de la PUCP.
En el Perú se ha dejado de aplicar la pena de muerte desde que entró
en vigencia la Constitución de 1979. En el texto aprobado en 1993 se amplió su
aplicación única para casos de traición a la patria en caso de guerra al delito de
terrorismo, pero nunca se reglamentó. A nivel internacional, es inviable porque
Perú firmó el Pacto de San José o Convención Americana de Derechos
Humanos.
«En un régimen de respeto al Estado de derecho no se puede ser un
paria internacional ajeno a lo que se ha reconocido a nivel regional», añadió el
letrado.

'Si muero, muero pues'

El miedo a la muerte no es un elemento disuasivo tampoco a nivel psicológico.


Los hampones más avezados son psicópatas clínicos, personas que han
perdido todo el respeto por la vida, no solo de los demás, sino de uno mismo.
«El delincuente no tiene aprecio por la vida, no les interesa morir y
menos les interesa que otros mueran. Son conscientes de eso desde niños. He
hablado con chicos de 14 años que me han respondido ‘Si caigo, caigo. Si
muero, muero pues’», dijo a El Comercio la doctora Silvia Rojas, sicóloga
forense de la Policía.
El único elemento de la sociedad que se vería beneficiado por la
implementación de la pena de muerte es el morbo público. «El que va a robar
sabe que puede morir y sabe lo que le va a pasar. Nadie delinque pensando en
que lo van a atrapar, en realidad creen que no van a morir», añadió.
A esto hay que añadirle todas las implicancias que traería implementar la
pena de muerte. «Si se condena al asesino, ¿por qué no se mata también al
que ordenó la matanza sistemática? También se podría cortar la mano al
delincuente, pero ¿acaso no hay delincuentes que roban sin tener mano?»,
sostuvo Padilla.

¿Qué hacer entonces?


Endurecer las penas y hacerlas efectivas. Las condenas privativas de libertad
tienen como objetivo el reformar al delincuente. Sin embargo, los psicópatas no
se regeneran y pueden llegar a inducir a otros a cometer crímenes. La cadena
perpetua debe aplicarse en estos casos.
Aislarlos de todos los medios. «No deben tener facilidades para acceder
a medios de comunicación como celulares. Incluso sus propios familiares se
vuelven una banda delincuencial que van a visitarlos para recibir órdenes»,
opinó Silvia Rojas.
Sobre todo, educación. «El delincuente se desarrolla a partir de los 12
años. Para evitar la delincuencia hay que trabajar con los niños. El adolescente
entra al mundo de los asesinos y sabe que puede morir, pero lo ve como un
simple desafío. Así nacen los sicarios y eso se combate con educación sin
privilegios», comentó Vladimir Padilla.

Kanashiro F., G. (19 de febrero de 2014). Pena de muerte para delincuentes en


debate: ¿Sería viable? En El Comercio. Recuperado el 20 de junio de 2016 de
http://elcomercio.pe/lima/seguridad/pena-muerte-no-sirve-delincuentes-no-
respetan-su-vida-noticia-1710777

Fuente 2:

Reflexiones sobre la instauración de la pena de muerte en el Perú


(énfasis en los violadores de menores de edad)

Difícil tarea fue para nuestros legisladores decidir por la viabilidad de la pena
de muerte para los violadores de menores de edad. Dicho debate de por sí,
siempre es sumamente polémico, toda vez que de tener luz verde, implica que
el Estado peruano se aparte de las Convenciones Internacionales sobre
Derechos Humanos de la que es parte, y ello repercutiría sobre una probable
reforma constitucional.
En Estados Unidos de Norteamérica, en 1997 un adolescente de 15
años falleció producto de una violación, y la declaración de Elvia Gonzáles,
madre del menor, dijo lo siguiente “…Siento que es legítimo que yo pida
justicia, no estoy pidiendo venganza, estoy pidiendo justicia y siento que los
castigos deben de ser al nivel de los delitos, que no tengo porqué respetar la
vida de quien no respetó la vida de mi hijo. Por supuesto que es legítimo, si el
crimen y el castigo no van juntos no se cierra un ciclo…”.
No es legítimo defender la pena de muerte por varias razones. En primer
lugar, porque es lógico que aquella madre, o las víctimas pidan el mayor
castigo posible para con el agresor, no sirve de nada y no es aceptable, pero
es completamente razonable que la ira haga decir o pensar con el hígado. Pero
el Estado peruano no es, no puede, ni debe ser nuestro sicario personal,
mucho menos nuestro vengador anónimo.
El Estado no puede tener el poder de ejecutar, sería un mal comienzo,
toda vez que la persona ya está apresada. Y cuando veamos que este tipo de
crímenes no disminuyan ¿cómo fundamentar todo el costo de implantar esta
pena?, lo que es peor, cuando ejecutemos al primer inocente ¿cómo se
justificaría dicha medida?
En segundo lugar, la pena de muerte en nuestro país es injustificable
porque aquella persona que viole a otra persona (menor de edad), no por el
hecho de cometer dicho ilícito penal deja de ser persona humana para
convertirse en un animal enfermo. De esta manera, y aunque cueste creerlo y
suscite indignación, dicho sujeto por ser persona humana se encuentra
revestido de derechos humanos, como es el derecho a la vida (Convención
Americana de los Derechos Humanos suscrita en San José de Costa Rica el 22
de Noviembre de 1969, y de la que el Perú es parte), y nadie, ni el Estado
peruano se encuentra facultado para arrebatarle tal privilegio.
Asimismo, no comprendo porque se insiste tanto en incorporar en el
sistema de penas la pena de muerte, ya que por una cuestión personal, de
derechos humanos y de valores la rechazo completamente. Que se implante
dicha medida no arregla absolutamente nada y los países que la aplican lo
hacen porque no son capaces de hacer cumplir las leyes como debe ser. El
peor castigo que puede tener un ser humano es la reclusión perpetua y si
entran por una puerta y salen por la otra, es por un mal cumplimiento de las
leyes.
Invoco a nuestros legisladores a no desviar la atención del problema, no
se trata de proponer nuevas penas, sino de fiscalizar el cumplimiento de las
existentes (las penas para los violadores se han incrementado y se condena
hasta con cadena perpetua). Dentro de este contexto, radica la responsabilidad
directa en los administradores y operadores de justicia, en la Policía Nacional
del Perú y en el Ministerio Público.
De otro lado, asumamos por un segundo, que el Estado peruano da luz
verde a la pena de muerte para los violadores de menores de edad y la
incorpora en la legislación penal, y asumamos también que la pena de muerte
es la medida más eficaz y apropiada para frenar dicho delito. Sinceramente no
creo que sea así, ya que numerosos trabajos científicos realizados en
diferentes países, con distintas metodologías, no han podido probar que ella
disuada a los delincuentes (violadores de menores de edad) en forma más
efectiva que otros tipos de pena. Es más, no existe una relación entre el
aumento y disminución de la criminalidad y el aumento y disminución de la
dureza de las penas. No es admisible crear en la sociedad sentimientos de
angustia y de miedo, y de esta manera bloquear los intentos de humanizar el
derecho penal. Pero ello acontece, y la sociedad peruana no es ajena a tal
realidad, en épocas de crisis en las que las grandes masas de la población se
muestran proclives a quebrantar la norma y con ello a la delincuencia.
Para finalizar, remarco dos aspectos importantes. Primero, la sociedad
no puede justificar la pena de muerte como un merecido castigo para crímenes
aberrantes (violación de menores de edad), de justificarla, lo que se estaría
haciendo es utilizar al sistema penal como instrumento de venganza. Segundo,
aquellas personas que desean implantar la pena de muerte, no hacen más que
desviar la atención de la sociedad sobre otros problemas, siendo que la
criminalidad aumenta por una multiplicidad de factores que nada tienen que ver
con la presencia o no de la pena de muerte en nuestra legislación penal; entre
otras, la pobreza extrema, la precariedad de vivienda, los contratos basura en
materia laboral, la inestabilidad y la falta de empleo, la desaparición de otros
métodos de control social y sobre todo la exclusión del sistema de producción.
Cueva R., R. (24 de febrero de 2012). Reflexiones sobre la instauración de la
pena de muerte en el Perú (énfasis en los violadores de menores de edad).
Recuperado de http://www.panoramacajamarquino.com/noticia/reflexiones-
sobre-la-instauracion-de-la-pena-de-muerte-en-el-peru-enfasis-en-los-
violadores-de-menores-de-edad/

Fuente 3:

Habla el pueblo: debate sobre pena de muerte en el Perú (1/3) 20-11-13


https://www.youtube.com/watch?v=SF_1JsCRlCQ
El maltrato a los niños es un problema universal que ha existido desde tiempos
remotos, sin embargo es en el siglo XX con la declaración de los derechos del
niño (O.N.U. 1959), cuando se le considera como un delito y un problema de
profundas repercusiones psicológicas, sociales, éticas, legales y médicas.
La investigación norteamericana sitúa el comienzo de la sensibilización
mundial cuando investigadores como Kempe, Silverman, Steele, y otros, en
1962 etiquetaron el llamado Sindrome del niño maltratado.

Definición y clasificación del maltrato infantil


No existe una definición única de maltrato infantil, ni una delimitación clara y
precisa de sus expresiones. Sin embargo, lo más aceptado como definición es
todas aquellas acciones que van en contra de un adecuado desarrollo físico,
cognitivo y emocional del niño, cometidas por personas, instituciones o la
propia sociedad. Ello supone la existencia de un maltrato físico, negligencia,
maltrato psicológico o un abuso sexual. (NCCAN, 1988). Esta definición está en
concordancia con la existente en el manual de psiquiatría DSM-IV.
1. El maltrato físico
Este tipo de maltrato abarca una serie de actos perpetrados utilizando la fuerza
física de modo inapropiado y excesivo. Es decir, es aquel conjunto de acciones
no accidentales ocasionados por adultos (padres, tutores, maestros, etc.), que
originan en el niño un daño físico o enfermedad manifiesta. Aquí se incluyen
golpes, arañazos, fracturas, pinchazos, quemaduras, mordeduras, sacudidas
violentas, etc.
2. La negligencia o abandono
La negligencia es una falta de responsabilidad parental que ocasiona una
omisión ante aquellas necesidades para su supervivencia y que no son
satisfechas temporal o permanentemente por los padres, cuidadores o tutores.
Comprende una vigilancia deficiente, descuido, privación de alimentos,
incumplimiento de tratamiento médico, impedimento a la educación, etc.
3. El maltrato emocional
Es aquel conjunto de manifestaciones crónicas, persistentes y muy destructivas
que amenazan el normal desarrollo psicológico del niño. Estas conductas
comprenden insultos, desprecios, rechazos, indiferencia, confinamientos,
amenazas, en fin, toda clase de hostilidad verbal hacia el niño. Este tipo de
maltrato, ocasiona que en los primeros años del niño, éste no pueda desarrollar
adecuadamente el apego, y en los años posteriores se sienta excluido del
ambiente familiar y social, afectando su autoestima y sus habilidades sociales.
4. El abuso sexual
Es uno de los tipos de maltrato que implica mayores dificultades a la hora de
estudiar. Consiste en aquellas relaciones sexuales, que mantiene un niño o una
niña (menor de 18 años) con un adulto o con un niño de más edad, para las
que no está preparado evolutivamente y en las cuales se establece una
relación de sometimiento, poder y autoridad sobre la víctima.
Las formas más comunes de abuso sexual son: el incesto, la violación, la
vejación y la explotación sexual. También incluye la solicitud indecente sin
contacto físico o seducción verbal explícita, la realización de acto sexual o
masturbación en presencia de un niño y la exposición de órganos sexuales a
un niño.
El maltratador habitualmente es un hombre (padre, padrastro, otro familiar,
compañero sentimental de la madre u otro varón conocido de la familia).
Raramente es la madre, cuidadora u otra mujer conocida por el niño.
Otro tipo de maltrato infantil es el llamado Sindrome de Münchausen por
poderes, consiste en inventar una enfermedad en el niño o producirla por la
administración de sustancias y medicamentos no prescritos.
Generalmente se trata de un niño en la edad de lactante-preescolar (edad
media de 3 años). Los signos y síntomas aparecen solamente en presencia de
la madre (habitualmente el perpetrador del abuso), son de causa inexplicable y
los exámenes complementarios no aclaran el diagnóstico. Este sindrome
presenta una mortalidad entre 10-20%, y su impacto a largo plazo puede dar
lugar a desórdenes psicológicos, emocionales y conductuales.
Además se debe incluir el maltrato prenatal, definido como aquellas
circunstancias de vida de la madre, siempre que exista voluntariedad o
negligencia, que influyen negativa y patológicamente en el embarazo, parto y
repercuten en el feto. Tales como: rechazo del embarazo, falta de control y
seguimiento médico del embarazo, negligencia personal en la alimentación e
higiene, medicaciones excesivas o no prescritas, consumo de alcohol, drogas y
tabaco, exposición a radiaciones, y otras.
En los últimos tiempos se habla de maltrato institucional, que consiste en
cualquier legislación, programa o procedimiento, ya sea por acción o por
omisión, procedente de poderes públicos o privados, por profesionales al
amparo de la institución, que vulnere los derechos básicos del menor, con o sin
contacto directo con el niño.
Cada uno de estos tipos de maltrato infantil presentan indicadores físicos y
conductuales en el menor maltratado, así como indicadores conductuales y
actitudes del maltratador, lo cual ayuda en su diagnóstico.

Las causas del maltrato infantil


Los estudiosos del tema del maltrato infantil han tratado de explicar su
aparición y mantenimiento utilizando diversos modelos, así tenemos: el modelo
sociológico, que considera que el abandono físico es consecuencia de
situaciones de carencia económica o de situaciones de aislamiento social
(Wolock y Horowitz, 1984); el modelo cognitivo, que lo entiende como una
situación de desprotección que se produce como consecuencia de distorsiones
cognitivas, expectativas y percepciones inadecuadas de los
progenitores/cuidadores en relación a los menores a su cargo (Larrance, 1983);
el modelo psiquiátrico, que considera que el maltrato infantil es consecuencia
de la existencia de psicopatología en los padres (Polansky, 1985); el modelo
del procesamiento de la información, que plantea la existencia de un estilo
peculiar de procesamiento en las familias con menores en situación de
abandono físico o negligencia infantil (Crittender, 1993); y por último el modelo
de afrontamiento del estrés, que hace referencia a la forma de evaluar y
percibir las situaciones y/o sucesos estresantes por parte de estas familias
(Hilson y Kuiper, 1994).
En la actualidad el modelo etiopatogénico que mejor explica el maltrato
infantil, es el modelo integral del maltrato infantil. Este modelo considera la
existencia de diferentes niveles ecológicos que están encajados unos dentro de
otros interactuando en una dimensión temporal. Existen en este modelo
factores compensatorios que actuarían según un modelo de afrontamiento,
impidiendo que los factores estresores que se producen en las familias
desencadenen una respuesta agresiva hacia sus miembros. La progresiva
disminución de los factores compensatorios podría explicar la espiral de
violencia intrafamiliar que se produce en el fenómeno del maltrato infantil. Entre
los factores compensatorios se señalan: armonía marital, planificación familiar,
satisfacción personal, escasos sucesos vitales estresantes, intervenciones
terapéuticas familiares, apego materno/paterno al hijo, apoyo social, buena
condición financiera, acceso a programas sanitarios adecuados, etc. Entre los
factores estresores se cuentan: historia familiar de abuso, disarmonía familiar,
baja autoestima, trastornos físicos y psíquicos en los padres,
farmacodependencia, hijos no deseados, padre no biológico, madre no
protectora, ausencia de control prenatal, desempleo, bajo nivel social y
económico, promiscuidad, etc.

Consecuencias del maltrato infantil


Independientemente de las secuelas físicas que desencadena directamente la
agresión producida por el abuso físico o sexual, todos los tipos de maltrato
infantil dan lugar a trastornos conductuales, emocionales y sociales. La
importancia, severidad y cronicidad de las estas secuelas depende de:
 Intensidad y frecuencia del maltrato.
 Características del niño (edad, sexo, susceptibilidad, temperamento,
habilidades sociales, etc).
 El uso o no de la violencia física.
 Relación del niño con el agresor.
 Apoyo intrafamiliar a la víctima infantil.
 Acceso y competencia de los servicios de ayuda médica, psicológica y
social.

En los primeros momentos del desarrollo evolutivo se observan repercusiones


negativas en las capacidades relacionales de apego y en la autoestima del
niño. Así como pesadillas y problemas del sueño, cambios de hábitos de
comida, pérdidas del control de esfínteres, deficiencias psicomotoras,
trastornos psicosomáticos.
En escolares y adolescentes encontramos: fugas del hogar, conductas
autolesivas, hiperactividad o aislamiento, bajo rendimiento académico,
deficiencias intelectuales, fracaso escolar, trastorno disociativo de identidad,
delincuencia juvenil, consumo de drogas y alcohol, miedo generalizado,
depresión, rechazo al propio cuerpo, culpa y vergüenza, agresividad,
problemas de relación interpersonal.
Diversos estudios señalan que el maltrato continúa de una generación a
la siguiente. De forma que un niño maltratado tiene alto riesgo de ser
perpetuador de maltrato en la etapa adulta.

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