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25 de octubre de 2018
Además del ceremonial, se reiteraron los actores. Leopoldo Moreau ocupó de nuevo
el centro de la escena. Desde el lunes, su cuenta de Twitter emitió el mensaje "Todos
juntos. En el Parlamento y en la calle para frenar el ajuste". Ayer volvió a encarnar el
papel del provocador profesional, capaz de desencajar a algún líder oficialista. En
diciembre lo hizo frente a Emilio Monzó, el presidente de la Cámara. Esta vez, frente
a Nicolás Massot, el jefe de la bancada del Pro. Un milagro lo de Cristina Kirchner
con Moreau. Consiguió desatar en la ancianidad pasiones que Raúl Alfonsín no supo
inspirar en la juventud. Fue magia. Esa metamorfosis es la única novedad en el
paisaje. Lo demás es, como querían los griegos, el eterno retorno de lo mismo. Como
si la política se moviera en un tiempo que no es crecimiento ni progreso. Sólo
repetición. Manía.
El ceremonial inaugurado en diciembre exhibió ayer una versión más reducida. En
la plaza aparecieron unos 300, llamémosle así, militantes, coordinados desde
temprano a través de handies. Algunos pequeños grupos intentaron mezclarse con la
concurrencia de organizaciones sociales. En varios casos los dirigentes de esas
organizaciones alertaron a las autoridades sobre la aparición de caras extrañas. Esa
"comisión de labor parlamentaria" reclutada en el bajo fondo, contó con la
colaboración de varios diputados kirchneristas que frenaron con vallas a los
hidrantes de la policía. Veintiseis revoltosos quedaron detenidos. Se les incautaron
bombas molotov y algunas facas. El Same no reportó ningún herido. Mientras una
parte de la bancada que sigue a la señora de Kirchner se unía a los disturbios, otra
parte exigía en el palacio que se interrumpiera la sesión.
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En esa batahola de salón, tan poco espontánea como la que se libraba al aire libre,
volvió a cobrar protagonismo el "Marciano" Moreau. El año pasado se había
acercado al estrado de Monzó para, a fuerza de decirle "hijo de puta", sacarlo de
quicio. Esta vez se aproximó a la banca de Massot para amenazarlo con hablar de la
presunta inconducta de algún familiar durante la dictadura. Massot, que nació en
1984, lo invitó a pelear afuera. Después aclaró: "Yo puedo negociar el presupuesto.
No el honor de mi familia". El recurso de imputar a una persona el comportamiento,
real o supuesto, de sus mayores, además de fascistoide, es inconveniente en el caso
de Moreau. Sus hijas, que actúan en política, no merecen ser descalificadas porque
él, siendo periodista del diario La Opinión, siguió prestando servicios allí a partir del
25 de mayo de 1977, cuando el general Teófilo Goyret intervino el periódico y
expulsó a buena parte de sus compañeros de trabajo. El dueño de La Opinión,
Jacobo Timerman, padre de Héctor, hoy correligionario-compañero de Moreau,
había sido secuestrado el 15 de abril de ese año. ¿Qué tienen que ver las hijas de
Moreau con estos antecedentes?
Los acontecimientos de ayer son coherentes con una concepción del ejercicio del
poder. Mientras estuvo en el gobierno, el kirchnerismo fue una mayoría prepotente
frente a los derechos de las minorías. Iba por todo. En la oposición, es una minoría
que intenta impedir la voluntad de la mayoría. Ejerce un extravagante
parlamentarismo de facto, fundado en la violencia callejera. La feligresía más
recalcitrante de la ex presidenta agradece ese bloqueo. Jaime Durán Barba, también.
Radrizzani fue más allá. Aclaró que no defendió "personas concretas". Se refirió a los
Moyano, que fueron los que más contribuyeron a la movilización. Esa excusa era
imprescindible desde el miércoles anterior, cuando monseñor Lugones recibió a
Hugo Moyano. La fecha era significativa. No sólo por ser 17 de octubre. También
porque 24 horas antes el juez Luis Carzoglio había rechazado el pedido de captura de
Pablo Moyano, imputado por negociados hechos en combinación con la barra brava
de Independiente.
Carzoglio tendría que aprender de los obispos y aclarar que él tampoco milita en
bando alguno. El mismo día que denegó esa detención, envió una nota al Enacom,
que él sigue llamando Comfer, pidiendo que prohíba por 180 días que los medios de
comunicación se refieran a Roberto Petrov y a su familia. Petrov es un custodio
histórico de Hugo Moyano. Sobran indicios de que se desempeñaba como nexo entre
la barra brava y Pablo, a quien llaman "el Salvaje", en la organización de negocios
irregulares. Carzoglio solicitó la censura. No quiere que se informe lo que él, tal vez,
está obligado a perdonar.
Lugones tal vez no prestó atención a estos pormenores cuando recibió a Moyano.
Cometió el error de oficializar la entrevista en un comunicado, protocolo que no
siguió cuando recibió, por ejemplo, a Marcos Peña. Entre los clérigos le atribuyen
haber actuado por impulso. Al parecer, estaba enojado porque el exdiputado Julián
Domínguez y su amigo, el jefe del Smata, Ricardo Pignanelli, solicitaron la misa de
Luján sin su mediación. Moyano le dio protagonismo. Y Lugones, ingenuo, lo aceptó.
De carne somos.
También desde la Santa Sede se decidió que Lugones esté a cargo de la Pastoral
Social, el órgano político de la Iglesia. Lugones es un obispo valiente, que enfrentó a
la mafia del juego, que domina Lomas de Zamora. Su convicción fue clave en la
condena de la Iglesia a la candidatura de Aníbal Fernández. Cuando se lo retrata, se
recuerda que tiene un hermano desaparecido y otro que preside el PJ de La Plata.
Datos genealógicos que fascinarían a Moreau. Lo relevante de Lugones es otro
antecedente: es, desde hace décadas, un incondicional de Bergoglio en la Compañía
de Jesús.
Quienes suponen que la jefatura del Episcopado es autómata del Papa, apuntan que
Ojea tuvo dos entrevistas con Cristina Kirchner. Una se realizó en San Isidro, a
pedido de ella. La otra fue gestionada por Julián Domínguez, con la supervisión de
un laico decisivo: Aldo Carreras. El Papa podría prescindir de estos contactos. Le
basta con hablar de tanto en tanto con Juan Carlos Molina, el cura que condujo el
Sedronar durante algunos meses bajo el kirchnerismo.
Más que estas relaciones personales conviene advertir la orientación de una política.
Pignanelli, Pablo Moyano y Gustavo Vera, amigo del Papa, organizan desde febrero
una red intersectorial en todo el país, bajo el amparo de los obispos de provincia.