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TRABAJO: "MÁS ALLÁ DEL YO", MARIO C.

SALVADOR
Antonio Manuel Cruz Hernández

Mario Salvador propone para este libro lo siguiente: "ilustrar el largo recorrido que nos lleva desde
nuestra naturaleza esencialmente bondadosa y pura a construir nuestra identidad egoica relacionada
con las experiencias que vivimos, los entornos en los que nos desarrollamos y educamos y en
general las influencias a las que nos vemos sometidos a lo largo de nuestro período vital. Expongo
cómo vamos dando forma a nuestra (o nuestras) ideas del yo para, en el mejor de los casos, volver a
reencontrarnos con nuestro yo central o la esencia de nuestra identidad, aquello que en el fondo de
cada uno de nosotros llama por salir, por encontrar el sentido propio de nuestra vida" 1. Aquí vemos
que hay muchas tesis filosóficas: que el hombre es esencialmente bondadoso y que se vuelve egoico
por la educación que recibe. También se sobreentiende que, a través de un proceso de terapia o
autoconocimiento, se puede volver a encontrar la esencia de la identidad, encontrando así el sentido
de la propia vida. Veamos cómo lo logra y si esto es así.

Es al nacer, cuando hay un contacto inicial con otro ser humano (la madre) somos influidos
por la cualidad de nuestras experiencias y por las que los otros nos proporcionan. Esto continúa así,
normalmente sin poner consciencia, durante toda la vida. También pasaría a formar parte de este
influir la cultura, el pasado histórico, etc. “La función de la cultura es dotar de sentido al mundo y
hacerlo comprensible. Algunos de estos legados nos ayudan a llevar una mejor vida y otros se
mantienen como principios rectores de ‘cómo hemos de vivir la vida’, pero que ya se han quedado
obsoletos, fuera de lugar, porque la razón original por la que fueron elaborados ya no es aplicable en
nuestro mundo actual”2. De esta manera es cómo continuamos agarrándonos a nuestras creencias,
pese a que estas puedan dificultarnos la vida, ya que nos dan seguridad y estabilidad.
Según el autor, nacemos puros y es por las circunstancias de la vida por las que nos
volvemos impuros, olvidándonos de nuestra esencia pura con la que nacemos. Para ello, hace
constar que somos mamíferos, con lo que necesitamos vivir un período de dependencia con las
personas que actúan como nuestros cuidadores para lograr un desarrollo adecuado y, a continuación,
expone un ejemplo: hay dos grupos de ratas embarazadas, unas en condición de seguridad y otras en
condición de estrés y amenaza constantes. Posteriormente estudiaron el cerebro de ambas y las
primeras tenían más desarrollado el neocórtex y las segundas tenían más desarrollado el cerebro
emocional (sistema límbico). Así, ya estamos influidos por el entorno antes incluso de nacer.

1 Mario C. Salvador: Más allá del Yo. Encontrar nuestra esencia en la curación del trauma. Ed. Eleftheria, S.L.,
Sitges, 2016, pág. 21.
2 Ibid., pág. 22, 23.
A pesar de esto, en el ser humano también existe la resiliencia, basada en tres características
fundamentales: saber aceptar la realidad tal y como es, tener una profunda creencia en que la vida
tiene sentido y tener una inquebrantable capacidad para mejorar. Esta capacidad de regulación
emocional se aprende desde la infancia y cuando “ha sido bien establecido y consolidado, el ser
humano se hace resiliente, capaz de tolerar las frustraciones a sus necesidades sin poner en peligro
su sentido de la valía personal”3. Esto es, que no somos el resultado de los hechos y acontecimientos
que hemos vivido, sino de lo que nos contamos de nosotros mismos, los otros y la vida por lo que la
vida nos hizo. Siempre se pude cambiar la historia que nos contamos, puesto que el cerebro siempre
hace nuevas conexiones y aprendidajes en todo momento.
En este punto del libro hay un pasaje que me ha tocado muy hondo, y es cuando el
aprendidaje va por “mal camino”: “si la llamada del llanto es respondida con violencia o agresión,
el organismo reaccionará con miedo – el cuerpo se encierra, se tensiona y se encoge – tratando de
protegerse porque recibe algo dañino del entorno. Biológicamente se interrumpe repentinamente la
reacción de llamada (llanto y rabia) y se conecta con una reacción de supervivencia basada en el
miedo, incluso en el terror si la agresión amenaza la integridad física y la vida. Si este ciclo ocurre
más veces, este organismo aprende a conectar la necesidad y el malestar asociado con miedo o
terror; aprende a desensibilizarse de la necesidad, a ni siquiera sentirla, porque sentirla le recuerda
la agresión y es peligroso. Estas personas aprenden muy tempranamente a vivir como ‘zombis’,
como si fuesen autómatas que ni sienten ni padecen; viven sin ser conscientes de sus necesidades y
no aprenden a identificar sus sensaciones internas como informadoras de su bienestar o malestar.
[…] Este niño no puede enfrentarse porque el agresor es más poderoso y además depende de él, ni
huir porque no tiene a donde ir ni sabe aún valerse por sí mismo. Ante el terror, la persona se
paraliza de miedo, se congela y así ‘no siente ni padece’”4. Esto es lo que me ocurre a mí: ni siento
ni padezco la mayoría del tiempo. Ya sabía que era por la infancia que he tenido, pero verlo así tan
evidente me hace cuestionarme el si tiene remedio o no. En todo caso, verlo ya es un gran paso.
Como se ve, lo que ocurre en la interacción temprana con los cuidadores marca la forma de
estar en relación con los otros seres humanos. El cerebro trata de establecer esquemas predecibles
de cómo actuar en el futuro basándose en las experiencias que ya hemos vivido, con la finalidad de
saber qué hacer cuando se presenta una situación similar.
Por lo que respecta a los factores de la motivación humana, el autor sostiene que hay tres, a
saber, la necesidad de estar en relación con otros (vinculación), la necesidad de estar estimulados
para crecer y la necesidad de tener estructura. Cuando la primera falla, se vive como un desamparo
y desprotección. Cuando son experiencias tempranas esto se traduce en en reacciones de angustia
las cuales no tienen consciencia de su causa. Si no falla y se madura un estilo de apego seguro, las
3 Ibid., pág. 33.
4 Ibid., pág 37, 38.
personas “tienden a ser más cálidos, estables y con relaciones íntimas satisfactorias; tienden a ser
más positivos, integrados y con perspectivas coherentes de sí mismos, y muestran tener una alta
accesibilidad a esquemas y recuerdos positivos, lo que les lleva a tener expectativas positivas acerca
de las relaciones con los otros, a confiar más y a intimar más con ellos” 5. Este tipo de apego sería el
patrón de apego seguro. Otros tipos de apego son el apego evitativo o frío y el apego ansioso o
ambivalente. En el evitativo o frío los cuidadores son distantes y fríos afectivamente, o incluso
pueden vivir las demandas y necesidades del niño con irritabilidad y hasta hostilidad. En el apego
ansioso o ambivalente los cuidadores tienen, por un lado, una actitud accesible, sensible y cálida en
algunas ocasiones, e inaccesibles, fríos e insensibles en otras.
Por lo que respecta a la necesidad de estructura, esto es, “la necesidad de hacer el mundo
predecible en general, y particularmente a la necesidad de autodefinirnos y definir a los otros, a la
vida y el mundo”6. Así, esta estructura nos ayudaría a hacernos un mapa con el que entender el
mundo, la vida y a los otros. Desde muy pronto, el niño o niña ha de alimentar su sentido del yo, e
ir dando respuesta a ‘quién soy yo’. Al inicio, respondemos a estas cuestiones a partir de cómo los
demás nos ven y nos tratan.
En la necesidad de estímulo, el niño va aprendiendo los códigos para moverse en el mapa
del mundo que le ofrecen los mayores. A más funcionalidad de los adultos, mejor será el código
aprendido y el niño mejor se moverá por el territorio de la vida: “necesitamos ser estimulados tanto
por el mundo interno como por el mundo externo para poder desarrollarnos y madurar. Cuando no
estamos suficientemente bien estimulados, nos volvemos pasivos, retraídos y reservados como
defensa pasiva, o por el contrario agresivos y violentos como defensa activa. Un déficit de
estímulos en el mundo interno-externo conlleva la depresión y un exceso puede conllevar la
ansiedad y el estrés”7.
Y aquí se llega a lo que es el guión de vida, desarrollado por Eric Berne. El guión de vida es
un esquema inconsciente, que fue decidido en la infancia temprana, y responde a quiénes somos,
quiénes son los otros y cómo relacionarnos con ellos, además de qué es la vida. Al ser algo
adaptativo ayuda a sobrevivir, pero comporta, por esto mismo, una pérdida a nuestro ‘verdadero
yo’, viviendo así una vida de forma limitada y restrictiva, acomodándonos de manera rígida a las
normas familiares, culturales y sociales: “de niños hacemos un mapa de lo que somos, de cómo son
quienes amamos, cómo nos vamos a comunicar con los demás y cuál es el sentido de la vida para
nosotros. Hacemos un mapa de cómo es el mundo, de qué es posible en ese mundo y qué no es
posible. Luego, de adultos, usamos ese mapa sin consciencia de qué nos llevó a construirlo en la
manera que lo construimos, con los elementos disponibles en aquella edad. Y aun cuando de adultos

5 Ibid., pág. 44.


6 Ibid., pág. 46.
7 Ibid., pág. 52.
la experiencia nos muestre evidencias contrarias a ese mapa, no lo cambiamos fácilmente” 8. Pese a
todo, este mapa puede ser cambiable. Lo que se puede cambiar es las conclusiones que sacamos de
las experiencias que tuvimos. Lo que dificulta este cambio es lo siguiente: proporcionan la
seguridad que da el adaptarse a lo conocido y no arriesgarse en lo que es desconocido o lo que no
está hecho para uno; la función de dar continuidad al sentido profundo del yo: “la vida es así y no se
puede esperar otra cosa: hay que conformarse y no sufrir por lo que no hay” 9; la predictibilidad, esto
es, lo que siempre habrá.
Ahora el autor va a tratar cómo las experiencias a lo largo de nuestro ciclo vital van
moldeando nuestra biología: “cómo nuestro cerebro va madurando basándose en las experiencias
vividas”10. A lo largo de la maduración, las neuronas establecen conexiones unas con otras
formando redes que van asociando experiencias y aprendidajes: cuando una situación nos recuerda
algo que ya aprendimos, la red que contiene la experiencia aprendida se activa y dispara de nuevo,
poniendo en marcha un patrón de conductas, emociones y pensamientos ya establecidos
anteriormente.
El cerebro se divide en: 1) El cerebro reptiliano, que se encarga de las funciones básicas del
mantenimiento de nuestra vida y de nuestra supervivencia. Es instintivo y automático; 2) El cerebro
paleomamífero o límbico o emocional, y está relacionado con la memoria, la atención y las
emociones. También es reactivo y automático. Dentro de él está la amígdala, que se encarga de
activar toda nuestra respuesta organísmica ante un peligro real o potencial. También es responsable
de los recuerdos de procedimientos automáticos necesarios para nuestro funcionamiento en la vida
diaria. También se encuentra dentro del sistema límbico el hipocampo, y su función es la de traducir
las experiencias vividas en experiencias narradas o explicadas. Bajo una vivencia de mucho estrés y
amenaza de la que no se puede escapar, el hipocampo queda paralizado por el exceso de la hormona
cortisol y se impide el que las vivencias traumáticas queden integradas, quedando también los
recuerdos de manera fragmentada, no integrada. Una tercera estructura cerebral vinculada al sistema
límbico es el córtex prefrontal, siendo también una estructura que participa de manera muy
determinante en la integración de la experiencia. Se encarga de la modulación y autorregulación de
las emociones, “en cuanto nos posibilita reflexionar sobre ellas y regular su expresión, de la empatía
con otros seres humanos y también comporta la capacidad de planificar nuestras acciones,
proyectoando en el tiempo futuro nuestra voluntad de hacer. En esta área reside asimismo la
capacidad de la mente de observarse a sí misma” 11; 3) La neocorteza, esto es, el cerebro mamífero.
Es el cerebro racional, encargado del proceso de pensamiento concreto y abstracto, la

8 Ibid., pág. 53.


9 Ibid., pág. 59.
10 Ibid., pág. 67.
11 Ibid., pág. 81.
concentración, la resolución de problemas, el razonamiento y el lenguaje. Posee una gran capacidad
de cambio, de reelaborar las conexiones previamente existentes y de aprender contínuamente.
Por lo que respecta al aprendizaje de la regulación emocional, las personas traumatizadas y
que han vivido una vida con traumas crónicos en la relación con sus cuidadores carecerán “ de la
experiencia de haber estados implicados en una ‘díada reguladora’ sana, en la que se hayan podido
sentir queridos y cuidados. Estas personas no habrán desarrollado la capacidad para regular
eficazmente los estados emocionales. La consecuencia de esto se manifestará como una
hipersensibilidad para experimentar como amenazas existenciales las experiencias desagradables”12.
En la persona que vive emociones desbordantes o vive en un estado de miedo y alerta permanente,
el hipocampo no puede realizar su función de metabolización de la experiencia. Estas vivencias
quedarán registradas como lesiones en el desarrollo y recuerdos dolorosos activos aún muchos años
después de haber ocurrido: “de aquí la importancia de que si el daño fue experimentado en
relaciones no adecuadas o traumatizantes, la curación ha de producirse en una nueva relación que
provea de seguridad, apoyo, comprensión y amor. […] La persona con trauma en las relaciones ha
de poder explorar su historia dolorosa ahora ayudado por alguien que ‘sí quiera estar, acompañar y
esté interesado en el dolor que otros negaron o aumentaron’” 13. Es aquí donde entra en juego el
papel del acompañante en la terapia, ofreciendo contención y el cauce para sostener las experiencias
emocionales desbordantes y abrumadoras que experimenta el otro, ayudándole a modular la
intensidad de los estados internos de manera que ahora pueda tolerarlos. Así, lo importante que hay
que lograr con las personas con traumas crónicos es que aprendan habilidades de saber calmarse a sí
mismos, desarrollar un sentido de autocompasión por su historia y la experiencia vivida, y que
puedan acoger los aspectos traumatizados que han quedado fragmentados y enquistados albergando
un sentido del yo defectuoso: “se ha de acoger e integrar todo lo que uno es para poder vivirse como
un yo integrado y único”14.
La regulación emocional tiene las siguientes fases: primeramente nos regulamos a través del
contacto social, esto es, buscamos la protección y la seguridad que nos ofrece la persona de la que
dependemos; si esto falla, activamos el sistema nervioso autónomo simpático, tratando de huir o
luchar; si esto también falla, activamos el sistema de congelación (rama vagal dorsal).
Como el autor sostiene, la persona traumatizada se vuelve fóbica a sus emociones,
sensaciones físicas y recuerdos porque son una reactivación y revivencia de lo traumático: “ésta es
la manera en la que la disociación, que inicialmente se desempeñó como un mecanismo extremo de
supervivencia, ahora se convierte en un mecanismo que mantiene el trauma, ya que impide la

12 Ibid., pág. 86.


13 Ibid., pág. 87.
14 Ibid., pág. 88.
integración o asociación”15. De esta manera, el trabajo terapéutico consistiría en volver a unir lo que
fue separado, esto es, la asociación, con la finalidad de poder sentirse como un Yo único, coherente,
organizado y consistente.
Por lo que respecta al abordaje terapéutico de los trastornos que conllevan disociación o
fragmentación del yo, han de seguir tres etapas: 1) Estabilización de los síntomas y estabilización
del sistema del yo (las partes internas). En este apartado se incluye el consuelo (escuchar al corazón,
hablarse con dulzura, aprender de los errores, permitirse llorar, visualización de un lugar seguro y
confortable, cuidar la alimentación, crearse rutinas de vida saludables y practicar la respiración
consciente), la comunicación (crear nuevos diálogos con uno mismo), la cooperación (establecer
contacto con los sentimientos que experimenta cada parte e incorporarlos) y la conexión; 2)
Reprocesamiento de los recuerdos traumáticos. Aquí el autor propone el Brainspotting como técnica
profunda y poderosa de reprocesamiento de los recuerdos; 3) Reorientación a la vida normal, que
implica el aprendizaje de algunas habilidades que son necesarias para la persona para llevar una
vida normal y que no haya aprendido en su desarrollo evolutivo, así como el acompañamiento
terapéutico para hacer la transición de un sistema antiguo basado en el trauma a un sistema
actualizado para vivir.
Durante un desarrollo madurativo suficiente bueno, las partes nos hacen disponer de
repertorios de conducta, acción y pensamiento que nos permiten responder y adaptarnos
flexiblemente a los requerimientos de la situación. Disponemos de diferentes ‘yoes’ especializados
para responder a diferentes demandas. No obstante, “cuando la persona se ha desarrollado en un
entorno amenazante de manera sostenida, estas partes han podido consolidarse de una manera rígida
y extrema al no haber podido funcionar de una manera integrada y cooperativa con los otros
subsistemas”16.
Como cualquier sistema, al transformar cualquiera de las partes, se transforma todo sistema
y, al cambiar el sistema interno de una persona, también cambia su manera de relacionarse con el
mundo.
Hay unas partes protectoras que hacen esto mismo: protegernos de sentir dolor. Estas partes
quieren manejar el mundo externo y las circunstancias para que no ocurra nada que nos haga sentir
mal. En estas partes nos podemos encontrar con: el crítico interno, el cuidador de otros, el
controlador, el preocupado, el guerrero, el tímido o vergonzoso, el sumiso o niño bueno, el
laborioso y el seductor. Este grupo de partes han aprendido a incorporar las expectativas, deseos y
visión del mundo de los otros significativos en nuestras vidas, y ahora siguen dando los mismos
mensajes en nuestra comunidad interna aun sin ninguna provocación del mundo externo.

15 Ibid., pág. 113.


16 Ibid., pág. 129.
Hay otras partes que el autor llama desterradas, y que son aspectos del yo que viven
encapsulados y que experiencialmente la persona siente como si viviesen en una cárcel. Son
“experimentados como partes que nadie ve, nadie entiende y que temen que si fuesen vistas por los
otros serían valoradas como indignas”17. Las partes protectoras hacen lo posible por evitar entrar en
contacto con las partes desterradas, o directamente las niegan. Estas partes suelen ser aspectos de
uno mismo que no fueron aceptados en la familia y el desarrollo, y, por esto mismo, se encuentran
estancadas en un momento particular de la infancia, en una edad específica: “están congeladas y
encapsuladas en el tiempo en el que ocurrió el evento traumático y debido a que aún no tníamos los
recursos internos o el apoyo externo necesario para manejarlo e integrarlo no pudieron sanar su
dolor, terror, vergüenza, tristeza o furia”18.
Unas últimas partes son las reactivas, las cuales intervienen en última instancia tratando de
ejercer un papel de distracción. Tratan de hacer algo extremo cuando los mecanismos de protección
no funcionan. Estas partes actúan de manera compulsiva y no logran atenuar, y aún menos resolver,
el dolor o anhelo profundo de las partes desterradas. Cuando estas partes reactivas han hecho su
función, suele sobrevenir a la consciencia algunas de las partes protectoras con sus más rudos
mensajes.
Tras mencionar las diferentes partes que conforman el yo, queda por mencionar el Yo
Esencial o Verdadero Yo, que según el autor es “el centro de nosotros mismos; el lugar desde el que
podemos observar nuestras diferentes partes sin estar identificados, confundidos o mezclados con
ellas. Es el núcleo de nuestro sentido más profundo y real del yo” 19. Este Yo Esencial es el agente de
la curación psicológica. Desde él, podemos ofrecer a nuestro sistema interno una actitud de
‘presencia’ a todo lo que constituye nuestra experiencia, un sentido de curiosidad genuino acerca del
significado de nuestra propia experiencia, interés en conocer a fondo la perspectiva de cada una de
las partes, sin ninguna agenda ni plan previo; una actitud de compasión en relación con las
emociones, las creencias dolorosas y las conductas. A través de este Yo Esencial podemos tomar
suficiente distancia de las partes o subpersonalidades de manera que ya no estemos fusionados con
los sentimientos y maneras parciales de ver el mundo que conlleva cada una de las partes. Las
cualidades de este Yo Esencial son la compasión, es ecuanimidad.
Ahora el autor pasa a exponernos la transmisión transgeneracional del trauma: “el ser
humano va ‘delegando’ o proyectando en los otros, muy especialmente en sus descendientes, las
experiencias y e llegado de su aprendizaje tanto positivo como aquel orientado y atascado en las

17 Ibid., pág. 141.


18 Ibid., pág. 143.
19 Ibid., pág. 147, 148.
reacciones de supervivencia. Es bien conocido como el dolor de los progenitores afecta a su
capacidad de cuidar o no a sus vástagos”20.
Así, el guión de vida de una persona es una consecuencia de los mandatos inconscientes
transmitidos por las figuras parentales que reflejan los asuntos no resueltos, las deudas, cargas,
injusticias y secretos no resueltos en el clan familiar. Cada ser humano existe como individuo y
como miembro de una cadena generacional que asume sin una voluntad consciente los objetivos
que tiene el grupo, el clan y la especie. De esta manera, en el guión de vida, se incluye la demanda
que los padres hacen a los hijos de qué han de hacer y cómo han de ser para pertenecer al clan
familiar. Así pues, “los padres, pero también abuelos, tíos… proyectan en el niño sus propios
anhelos y temores, imponiéndoles sus historias y deseos frustrados; o a veces proyectándoles
también sus envidias y celos porque sus hijos tienen una vida que ellos no han podido tener” 21. De
esta manera, el niño tratará de adaptarse a las proyecciones de su clan familiar para ser amado,
aceptado, y para tener un rol de pertenencia al clan de su familia. Así, el niño va construyendo y
decidiendo una identidad adaptada a lo que los demás esperan o temen de él.
Ahora bien, ¿cómo se transmiten transgeneracionalmente los traumas? En muchos casos, el
elemento determinante es el secreto, la mentira, lo silenciado o dicho en claves enigmáticas. Estas
situaciones dolorosas y traumáticas suelen vivirse sin posibilidad de ser digeridas debido a que las
personas no pueden acceder al material explícito que las ha originado, así, si “una experiencia con
mucha carga emocional en uno o ambos miembros de la pareja, si no es digerida, puede llegar a
escindirse y ser repudiada del resto del sistema interno y puede convertirse en aspectos y
experiencias enquistadas que se transmiten al niño fundamentalmente a través de la comunicación
no verbal”22. Otras vías de transmisión pueden ser: 1) a través de un síntoma que sea una repetición
idéntica de un síntoma o enfermedad de uno de los padres o uno nuevo, pero con una asociación
directa con alguna patología parental; 2) ‘la delegación’ al hijo, que consiste básicamente en una
demanda inconsciente vinculada al narcisismo de uno de los padres y a las aspiraciones no
realizadas por los padres: “el padre o la madre desean que su hijo sea lo que él no pudo ser. El hijo
es impulsado a cumplir un ‘encargo’ que el padre no pudo realizar en su vida y dejar como herencia
propia”23. También puede darse el efecto contrario: la necesidad de no tener hijos como única vía
para evitar la transmisión de estos traumas.
El efecto de lo no dicho aparece ya en la generación inmediata. Reaparece normalmente en
forma de violencia destructiva, que las personas no saben explicarse, como repetición de lo

20 Ibid., pág. 174.


21 Ibid., pág. 185.
22 Ibid., pág. 191.
23 Ibid., pág. 192.
traumático, generalmente bajo la forma de conductas de riesgo o como una dificultad extrema en
efectuar el pasaje de la adolescencia a la juventud o de ésta a la adultez.
Lo que fue ‘indecible’ en la primera generación se transforma en un ‘innombrable’ en la
segunda e ‘impensable’ en la tercera y no puede, así, ser objeto de ninguna representación verbal en
los descendientes, lo que impide su simbolización y colocación en el lugar de la historia y del
pasado con el que corresponde y a quien corresponde. Entonces, cuando en la tercera generación
nos encontramos con lo impensable, el descendiente puede registrar en sí mismo sensaciones,
emociones, imágenes, impulsos de acción, angustias sin nombre, síntomas corporales que le parecen
extraños, síntomas desprovistos de sentido y que no se explican sólo por lo que ha ocurrido en su
propia vida: “esto se debe a que en la tercera generación ya no quedan conexiones posibles con lo
no-dicho”24. Toda la historia prestada está grabada en nuestra corporalidad y nuestro sistema interno
de partes porta, por identificación o proyección, la energía encriptada de nuestros predecesores.
Ahora el autor va a exponer cómo “despertamos el curso natural de nuestra capacidad
curativa a través de la construcción de una relación promotora de la sanación: la relación
terapéutica”25. Se puede decir que cuando nuestro sistema y nuestro cerebro no tienen que
preocuparse de responder o protegerse de algún peligro o amenaza externa, puede dedicar sus
recursos y energía a crecer, desarrollarse, reorganizarse y, en caso necesario, también curarse.
La tarea de la psicoterapia profunda sería, entonces, la sanación y transformación de nuestra
‘idea de yo’ para ayudar a la persona a diferenciarse de su experiencia, a saber que tiene
experiencias, pero que ‘no es’ su experiencia. O lo que es lo mismo, a situar el centro de identidad
en el llamado Yo Esencial. Así, la psicoterapia es, en última instancia, “un proceso de evolución de
la consciencia, ayudando a desplazar el centro de consciencia desde lo experienciado a la dimensión
de ‘la consciencia que observa los fenómenos’” 26. Es cuando estamos liberados de las ataduras y
mordazas de nuestras experiencias emocionales, que no han sido procesadas, podemos entrar a
vislumbrar nuestra naturaleza espiritual, nuestra dimensión transpersonal.
Lo importante del terapeuta, además de las técnicas, es su forma de ‘estar’, ya que el
contacto en sintonía de hemisferio derecho a hemisferio derecho es la vía para el cambio
neurológico; esto es, la empatía. Así, para que el terapeuta pueda ayudar a encontrar los aspectos
más esenciales del yo del otro, ha de desarrollar su sensibilidad, su actitud de saber estar presente.
Esta presencia implica: 1) estar completamente en contacto con uno mismo en el momento, a la vez
que permanecemos; 2) abiertos, receptivos e inmersos en lo que está emergiendo en el momento; 3)
con un sentido extenso de espaciosidad y expansión de consciencia y percepción, acompañada de 4)
intención de estar con y para el paciente, al servicio del proceso de sanación. El “estado interno de

24 Ibid., pág. 197.


25 Ibid., pág. 207.
26 Ibid., pág. 208, 209.
receptividad implica una completa apertura al mundo interno multidimensional del paciente,
incluyendo sus expresiones verbales y corporales, así como apertura a la propia experiencia
corporal del terapeuta, de lo que está experimentando en el momento, cara a acceder al
conocimiento, habilidades profesionales y la sabiduría encarnada en todo ello” 27. Es cuando nos
vaciamos de nuestros propios asuntos, de conceptos, de juicios y necesidades cuando creamos un
espacio limpio interno que puede ser llenado e impactado por la experiencia del otro. En cambio, si
el terapeuta necesita ayudar para sentirse competente, o impone su idea de lo que significa ayudar,
bloquea al cliente en la posibilidad de descubrir dentro de su propia experiencia lo que su dolor
expresa y lo que necesita o le es útil para llevar una vida más plena y feliz.
De esta manera podemos encontrar dos factores que facilitan que el terapeuta pueda estar en
una presencia en sintonía con la experiencia del cliente: el terapeuta 1) debe renunciar a toda
intención de cambiar los pensamientos, creencias, sentimientos o conductas del cliente; 2)la mente
y ataención del terapeuta ha de estar plenamente puesta en lo que ocurre en el momento presente
con su cliente, y entre él y el cliente. Esto incluye lo que está ocurriendo en el terapeuta mismo
como reacción o respuesta al cliente.
Así, el aspecto central de la presencia es la ‘aceptación radical’ de todo tal y como es. Toda
nuestra experiencia, no importa lo difícil y desagradable que sea, necesita ser respetada y escuchada
en una atmósfera de mirada compasiva del que la experimenta y de quien le acompaña.
Desde el punto de vista cerebral, al observar la experiencia actual vivida a través del Yo
Esencial, el paciente ‘tiene’ una experiencia en lugar de ‘ser’ la experiencia. Así, la retraumatización
se minimiza debido a que el córtex prefrontal observa la experiencia interna, inhibiendo la escalada
de la activación subcortical. El córtex prefrontal ejerce de manera automática una función de
autorregulación cuando está en la presencia de otro que también esta en sintonía y presencia. De
esta manera, “cuanto más potente es la fuerza de la presencia del terapeuta, más sostenible es el
procesaminto y más fácil es para el paciente mantenerse en su propio ‘Observador Amoroso’ o ‘Yo
Esencial’”28.
Cuando el terapeuta abandona su estado de presencia para ‘empujar’ el cambio en el
paciente, invita a procesos de resistencia o adaptación del paciente: “todos nosotros tenemos una
extensa historia personal de haber tenido que adaptarnos o resistirnos a las exigencias del entorno
para ser aceptados, lo que ha originado un mayor o menor grado de enajenación de nuestra
naturaleza más propia. Cuando es ahora el terapeuta el que, de alguna manera, o bien necesita o
exige el cambio del paciente […], o bien no sistiene con la fuerza de su presencia por temor a ‘hacer
daño’ o ‘a ser abandonado por el cliente’, despierta diferentes mecanismos de defensa de
autoprotección, sumisión o complacencia o agresión del cliente para sobrevivir a la presión o
27 Ibid., pág. 213.
28 Ibid., pág. 223.
requerimientos del contexto externo”29. En el mejor de los casos, el terapeuta ha de ser capaz de
volverse a su estado de presencia para ser consciente del proceso que está ocurriendo y colocarlo en
la relación terapéutica de manera que sea útil para la sanación, ayudando al paciente a descubrir lo
que se activa entre ambos y cómo eso le recuerda el pasado.
Para el autor, la compasión es un derivado natural de la presencia, y consta de estas tres
características: 1) la comprensión y el cuidado hacia otra persona y su sufrimiento; 2) el deseo de
reducir su sufrimiento y, 3) la acción necesaria para ayudar a reducir el sufrimiento del otro. Así, la
compasión no es sólo un sentimiento, sino una acción. La compasión hacia otros ha de empezar por
la compasión hacia uno mismo: “cultivar la autocompasión, así como el comprender, mirar y sanar
el propio dolor que hemos vivido en las relaciones con otros, es esencial para desarrollar la
compasión por los demás”30. Además, la compasión implica el ver al otro en el mimo nivel que uno
mismo.
Llegados ya a este punto, el autor hace un símil de lo que sería la terapia. Compara el inicio
de la terapia como una orquestra poco experimentada, dando un resultado poco afinado y
armonioso. Cada parte de la persona va a la suya. El trabajo del terapeuta sería el de “conocer las
virtudes de cada miembro (de la orquestra), motivarlo para que saque lo mejor de sus habilidades y
finalmente pueda armonizarse y contribuir al desempeño virtuoso de la obra” 31. Cuando las partes
de la persona se han transformado e integrado, se da un nivel más elevado en la consciencia,
liberándose así energía que se transforma hacia una visión más elevada de uno mismo y de la vida.
Se dejaría de estar orientado hacia la supervivencia y protección y se puede dirigir la energía hacia
el desarrollo, el crecimiento y el despertar de la dimensión espiritual.
Como se ve, para el autor, hay dos tipos de yoes: el del personaje (yo construido alrededor
de la personalidad), que busca el beneficio propio, la supervivencia, y el Yo Esencial, que busca la
manifestación de la verdad última de saber quiénes somos y un propósito en la vida que responda a
la esencia de lo que cada humano somos. Así, la terapia, para el autor, sería “un trabajo hacia el
despertar de la consciencia y búsqueda del verdadero yo que todos somos, más allá de las
experiencias que hayamos tenido, cómo las hayamos vivido e interpretado”32.
Ya por último, el autor nos habla del Brainspotting, el cual “emplea el campo de visión para
encontrar en qué lugar de nuestro cerebro se registran los traumas y el dolor no integrado” 33. Así, el
Brainspotting utiliza el campo visual para orientar el escaneo cerebral hacia sí mismo y guiar al
propio cerebro para encontrar la información perdida. Al mantener la mirada fija en un punto
específico del campo externo, ayudamos al cerebro a mantenerse enfocado en un lugar específico en

29 Ibid., pág. 224.


30 Ibid., pág. 240.
31 Ibid., pág. 251.
32 Ibid., pág. 255.
33 Ibid., pág. 268.
el que está encapsulado el trauma y así facilitar un proceso profundo de reprocesamiento en un
estado de consciencia plena que conlleva al alivio y resolución de la experiencia: “el BSP ayuda al
cerebro a colocarse en su modo de autocuración ayudando al cerebro a localizar dónde está el
problema y mantenerse enfocado en su reprocesamiento”34. Lo que ofrece esta técnica es el
encuadre necesario para que el cerebro pueda enfrentarse de nuevo a lo que tuvo que bloquear y
para que ahora pueda ser reactivado, procesado y desmantelado para integrarlo.
En este tipo de terapia se puede ver cómo el cuerpo contiene la grabación tanto de nuestra
historia como de nuestra prehistoria, las experiencias resueltas y no resueltas de nuestros ancestros,
su legado experiencial. Podemos encontrar en las sensaciones más sutiles la información que aún no
fue metabolizada y transformada en una lección adaptativa para nuestra vida.

34 Ibid., pág. 269.

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