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SALVADOR
Antonio Manuel Cruz Hernández
Mario Salvador propone para este libro lo siguiente: "ilustrar el largo recorrido que nos lleva desde
nuestra naturaleza esencialmente bondadosa y pura a construir nuestra identidad egoica relacionada
con las experiencias que vivimos, los entornos en los que nos desarrollamos y educamos y en
general las influencias a las que nos vemos sometidos a lo largo de nuestro período vital. Expongo
cómo vamos dando forma a nuestra (o nuestras) ideas del yo para, en el mejor de los casos, volver a
reencontrarnos con nuestro yo central o la esencia de nuestra identidad, aquello que en el fondo de
cada uno de nosotros llama por salir, por encontrar el sentido propio de nuestra vida" 1. Aquí vemos
que hay muchas tesis filosóficas: que el hombre es esencialmente bondadoso y que se vuelve egoico
por la educación que recibe. También se sobreentiende que, a través de un proceso de terapia o
autoconocimiento, se puede volver a encontrar la esencia de la identidad, encontrando así el sentido
de la propia vida. Veamos cómo lo logra y si esto es así.
Es al nacer, cuando hay un contacto inicial con otro ser humano (la madre) somos influidos
por la cualidad de nuestras experiencias y por las que los otros nos proporcionan. Esto continúa así,
normalmente sin poner consciencia, durante toda la vida. También pasaría a formar parte de este
influir la cultura, el pasado histórico, etc. “La función de la cultura es dotar de sentido al mundo y
hacerlo comprensible. Algunos de estos legados nos ayudan a llevar una mejor vida y otros se
mantienen como principios rectores de ‘cómo hemos de vivir la vida’, pero que ya se han quedado
obsoletos, fuera de lugar, porque la razón original por la que fueron elaborados ya no es aplicable en
nuestro mundo actual”2. De esta manera es cómo continuamos agarrándonos a nuestras creencias,
pese a que estas puedan dificultarnos la vida, ya que nos dan seguridad y estabilidad.
Según el autor, nacemos puros y es por las circunstancias de la vida por las que nos
volvemos impuros, olvidándonos de nuestra esencia pura con la que nacemos. Para ello, hace
constar que somos mamíferos, con lo que necesitamos vivir un período de dependencia con las
personas que actúan como nuestros cuidadores para lograr un desarrollo adecuado y, a continuación,
expone un ejemplo: hay dos grupos de ratas embarazadas, unas en condición de seguridad y otras en
condición de estrés y amenaza constantes. Posteriormente estudiaron el cerebro de ambas y las
primeras tenían más desarrollado el neocórtex y las segundas tenían más desarrollado el cerebro
emocional (sistema límbico). Así, ya estamos influidos por el entorno antes incluso de nacer.
1 Mario C. Salvador: Más allá del Yo. Encontrar nuestra esencia en la curación del trauma. Ed. Eleftheria, S.L.,
Sitges, 2016, pág. 21.
2 Ibid., pág. 22, 23.
A pesar de esto, en el ser humano también existe la resiliencia, basada en tres características
fundamentales: saber aceptar la realidad tal y como es, tener una profunda creencia en que la vida
tiene sentido y tener una inquebrantable capacidad para mejorar. Esta capacidad de regulación
emocional se aprende desde la infancia y cuando “ha sido bien establecido y consolidado, el ser
humano se hace resiliente, capaz de tolerar las frustraciones a sus necesidades sin poner en peligro
su sentido de la valía personal”3. Esto es, que no somos el resultado de los hechos y acontecimientos
que hemos vivido, sino de lo que nos contamos de nosotros mismos, los otros y la vida por lo que la
vida nos hizo. Siempre se pude cambiar la historia que nos contamos, puesto que el cerebro siempre
hace nuevas conexiones y aprendidajes en todo momento.
En este punto del libro hay un pasaje que me ha tocado muy hondo, y es cuando el
aprendidaje va por “mal camino”: “si la llamada del llanto es respondida con violencia o agresión,
el organismo reaccionará con miedo – el cuerpo se encierra, se tensiona y se encoge – tratando de
protegerse porque recibe algo dañino del entorno. Biológicamente se interrumpe repentinamente la
reacción de llamada (llanto y rabia) y se conecta con una reacción de supervivencia basada en el
miedo, incluso en el terror si la agresión amenaza la integridad física y la vida. Si este ciclo ocurre
más veces, este organismo aprende a conectar la necesidad y el malestar asociado con miedo o
terror; aprende a desensibilizarse de la necesidad, a ni siquiera sentirla, porque sentirla le recuerda
la agresión y es peligroso. Estas personas aprenden muy tempranamente a vivir como ‘zombis’,
como si fuesen autómatas que ni sienten ni padecen; viven sin ser conscientes de sus necesidades y
no aprenden a identificar sus sensaciones internas como informadoras de su bienestar o malestar.
[…] Este niño no puede enfrentarse porque el agresor es más poderoso y además depende de él, ni
huir porque no tiene a donde ir ni sabe aún valerse por sí mismo. Ante el terror, la persona se
paraliza de miedo, se congela y así ‘no siente ni padece’”4. Esto es lo que me ocurre a mí: ni siento
ni padezco la mayoría del tiempo. Ya sabía que era por la infancia que he tenido, pero verlo así tan
evidente me hace cuestionarme el si tiene remedio o no. En todo caso, verlo ya es un gran paso.
Como se ve, lo que ocurre en la interacción temprana con los cuidadores marca la forma de
estar en relación con los otros seres humanos. El cerebro trata de establecer esquemas predecibles
de cómo actuar en el futuro basándose en las experiencias que ya hemos vivido, con la finalidad de
saber qué hacer cuando se presenta una situación similar.
Por lo que respecta a los factores de la motivación humana, el autor sostiene que hay tres, a
saber, la necesidad de estar en relación con otros (vinculación), la necesidad de estar estimulados
para crecer y la necesidad de tener estructura. Cuando la primera falla, se vive como un desamparo
y desprotección. Cuando son experiencias tempranas esto se traduce en en reacciones de angustia
las cuales no tienen consciencia de su causa. Si no falla y se madura un estilo de apego seguro, las
3 Ibid., pág. 33.
4 Ibid., pág 37, 38.
personas “tienden a ser más cálidos, estables y con relaciones íntimas satisfactorias; tienden a ser
más positivos, integrados y con perspectivas coherentes de sí mismos, y muestran tener una alta
accesibilidad a esquemas y recuerdos positivos, lo que les lleva a tener expectativas positivas acerca
de las relaciones con los otros, a confiar más y a intimar más con ellos” 5. Este tipo de apego sería el
patrón de apego seguro. Otros tipos de apego son el apego evitativo o frío y el apego ansioso o
ambivalente. En el evitativo o frío los cuidadores son distantes y fríos afectivamente, o incluso
pueden vivir las demandas y necesidades del niño con irritabilidad y hasta hostilidad. En el apego
ansioso o ambivalente los cuidadores tienen, por un lado, una actitud accesible, sensible y cálida en
algunas ocasiones, e inaccesibles, fríos e insensibles en otras.
Por lo que respecta a la necesidad de estructura, esto es, “la necesidad de hacer el mundo
predecible en general, y particularmente a la necesidad de autodefinirnos y definir a los otros, a la
vida y el mundo”6. Así, esta estructura nos ayudaría a hacernos un mapa con el que entender el
mundo, la vida y a los otros. Desde muy pronto, el niño o niña ha de alimentar su sentido del yo, e
ir dando respuesta a ‘quién soy yo’. Al inicio, respondemos a estas cuestiones a partir de cómo los
demás nos ven y nos tratan.
En la necesidad de estímulo, el niño va aprendiendo los códigos para moverse en el mapa
del mundo que le ofrecen los mayores. A más funcionalidad de los adultos, mejor será el código
aprendido y el niño mejor se moverá por el territorio de la vida: “necesitamos ser estimulados tanto
por el mundo interno como por el mundo externo para poder desarrollarnos y madurar. Cuando no
estamos suficientemente bien estimulados, nos volvemos pasivos, retraídos y reservados como
defensa pasiva, o por el contrario agresivos y violentos como defensa activa. Un déficit de
estímulos en el mundo interno-externo conlleva la depresión y un exceso puede conllevar la
ansiedad y el estrés”7.
Y aquí se llega a lo que es el guión de vida, desarrollado por Eric Berne. El guión de vida es
un esquema inconsciente, que fue decidido en la infancia temprana, y responde a quiénes somos,
quiénes son los otros y cómo relacionarnos con ellos, además de qué es la vida. Al ser algo
adaptativo ayuda a sobrevivir, pero comporta, por esto mismo, una pérdida a nuestro ‘verdadero
yo’, viviendo así una vida de forma limitada y restrictiva, acomodándonos de manera rígida a las
normas familiares, culturales y sociales: “de niños hacemos un mapa de lo que somos, de cómo son
quienes amamos, cómo nos vamos a comunicar con los demás y cuál es el sentido de la vida para
nosotros. Hacemos un mapa de cómo es el mundo, de qué es posible en ese mundo y qué no es
posible. Luego, de adultos, usamos ese mapa sin consciencia de qué nos llevó a construirlo en la
manera que lo construimos, con los elementos disponibles en aquella edad. Y aun cuando de adultos