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Educación de los Afectos

* Dr. Andrés Omar Ayala, 2018

"El hierro se afila con el hierro, y el hombre en el trato con el hombre", Proverbios
27.17

Observar, pensar y decidir sobre la propia vida no es algo exclusivo de filósofos.


Todos solemos encontrar un tiempo para preguntarnos sobre las cuestiones
fundamentales de la vida, nuestros sentimientos, emociones y afectos no escapan a
esta reflexión. Y de esta reflexión pueden surgir pistas para mejorar nuestra relación
con nosotros mismos y los demás, especialmente los más cercanos.

Aunque tradicionalmente en la cultura occidental se ha menospreciado la dimensión


emocional y afectiva del ser humano, considerándola de poca importancia o inclusive
como una debilidad, no podemos negar la capital influencia que los sentimientos,
emociones y afectos juegan en nuestra vida y nuestras relaciones.

Llamamos sentimientos a las impresiones directas que nos produce la realidad


circundante y que percibimos por los sentidos físicos. Los sentimientos producen
emociones, o sea, movimientos o reacciones a las sensaciones percibidas. Las
emociones, repetidas en el tiempo, conforman los afectos, que podríamos definir
como “hábitos emocionales”.

Como todos los hábitos, los afectos pueden ser moldeados, educados y modificados.
También, como con todo hábito, esto no siempre es una tarea sencilla. La Educación
de los Afectos posibilita alcanzar, u optimizar, el equilibrio y bienestar con nosotros
mismo y con nuestros semejantes. Es indudable que moldear, educar y/o modificar un
hábito mental es muchísimo más difícil que hacerlo con un hábito físico, pero sí es
posible ejercitando actitudes de concretitud, congruencia, dedicación e integridad.

Ser concreto

La mente humana es bastante engañosa. Todos pensamos ser objetivos y percibir la


realidad de manera directa. Eso no es totalmente cierto. En mayor o menor medida,
percibimos la realidad de acuerdo a un determinado esquema interpretativo que
fuimos formando a lo largo de nuestra vida, y especialmente en los años de la
infancia.

Ese esquema interpretativo funciona como el guión de una película. Y, ya que el


guión está completamente internalizado, lo confundimos con la realidad. Tal vez
aceptemos que hay probabilidad de que percibamos mal la realidad, pero en el fondo
no aceptamos otra percepción como más adecuada que la nuestra. Por ello, nuestra
dimensión emocional responde más al guión interno que a los estímulos externos.

El primer fundamento de la educación de los afectos es no dar nada por supuesto.


Buscar y confirmar lo concreto, sin dejarnos llevar por el impulso o la imaginación.
Ante la duda, lo mejor es aclárala. Si hay una sospecha, debemos preguntar. Las
supociones nos llevan a inventar historias increíbles que sólo envenenan la mente y
los sentimiento sin ningún fundamento concreto.
Ser congruente

A medida que el hábito de ser concretos se va afianzando, nuestros sentimientos,


emociones y afectos disminuyen su fluctuación y volubilidad. Esto nos permite
aumentar la estabilidad y no ser arrastrados por el momento. Por ello resulta más fácil,
y hasta natural, mantener una afectividad constante.

La congruencia, coherencia y autenticidad afirman la confianza propia y de los demás.


Honrar la propia palabra es ser coherente con lo que pensamos y con lo que hacemos.
Sólo quien es coherente consigo mismo, puede serlo con los demás.

Ser dedicado

Como toda tarea de formación de hábitos, la educación de los afectos no se logra en


un instante, ni de un día para el otro; es una tarea que exige decisión, determinación y
perseverancia. Reconocer los pros y contras de nuestras emociones es una cosa,
educarlas y moldearlas es otra muy distinta.

No hay nada como poner el mejor esfuerzo y dedicación para hacer siempre lo mejor
que podamos. Si siempre hacemos lo mejor que podemos, nunca tendremos que
recriminarnos ni frustrarnos, sea cual fuere el resultado obtenido.

Ser íntegro

Cuando hablamos de integridad no nos referimos a una característica moral, sino a la


entereza de la personalidad. Saber quiénes somos. Nuestra cultura y nuestra época
crea seres fragmentados, confundidos, inconstantes. La integridad o entereza no es
algo natural, es un agregado a la personalidad. La única fuente de la integridad es la
relación con Dios, ya que sólo en Dios nos podemos conocer como realmente somos.

La integridad nos permite no tomarnos todo de manera personal. Independiente de las


circunstancias o las personas, somos lo que somos. Ni la peor ofensa, ni el peor
desaire son reales si sabemos que no lo son. Quien lanza una ofensa lleva un veneno
que descarga contra otro por ignorar cómo lidiar con él; pero el problema es de esa
persona y no hay razón para hacerlo nuestro.

Cuando los afectos son educados con concretitud, congruencia, dedicación e


integridad, formaremos una buena base para estar
bien con Dios;
bien con vos;
y bien con todos.

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