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El Evangelio de hoy nos remite hasta los orígenes de Jesús dentro de la historia.
Partamos de esta base: en oriente ―como sucede también todavía hoy en los pueblos
africanos― una persona que no conoce su árbol familiar (genealogía) es una persona
perdida en el mundo. La familia y la tribu a la que se pertenece es una referencia
importante para construir la propia identidad.
Por eso, en este camino de preparación inmediata para la Navidad, lo primero que
hacemos es situar a Jesús en medio de su pueblo, en el amplio contexto histórico al
que pertenece y dentro del cual Él tiene un puesto especial.
La lectura suena, a primera vista, un poco monótona ―al menos 39 veces se repite
la frase: “tal engendró a tal persona” ―, pero en realidad no es así, en la lista de los
descendientes se presenta una serie de acentos que le dan colorido a la lectura.
Al leer muy despacio la genealogía vamos descubriendo que está hecha de muchas
generaciones, de personas concretas con destinos concretos, de conexiones y de
sucesos algunas veces irregulares, pero así es toda historia humana.
Pero todo se comprende mejor cuando llegamos al punto final de la lista. El Mesías
que corona esta lista de generaciones y personas, sana la historia familiar de su
pueblo. Él brota de un terreno histórico-familiar en el que no falta alguno que otro
pecado, pero allí Él es el Salvador.
Jesús y Abraham
Jesús y David
La lista toma impulso por segunda vez a partir del rey David (v.6b). Comienza así la
genealogía de los reyes.
Recordemos que a David Dios le había hecho la promesa de que su casa y su reino
permanecerían para siempre (ver 2 Samuel 7,16). Esta promesa se realiza en Jesús,
en cuanto hijo de David. Jesús, entonces, es el último y definitivo Rey y Pastor (ver
Mateo 2,6) del pueblo de Israel, prometido y enviado por Dios, esperado por el
pueblo.
El cálculo final
Si observamos los versículos 12 a 16, notamos que, después de las listas que siguen
a Abraham y a David, el evangelista coloca una tercera lista que parte del exilio a
Babilonia y culmina con Jesús. Resultan así tres pequeños listados, cada uno de 14
generaciones. Si tenemos en cuenta que el número 14 es el la suma de 2 veces 7, y
que siete indica perfección, vemos claramente que Mateo está dando un mensaje con
números (7+7=plenitud x 3).
Este cálculo que el evangelista hace al final de la lista de las generaciones (1,17),
nos hace notar que esta historia no es un caos, sino una serie de acontecimientos
dispuestos por Dios. El curso de esta historia ha sido querido por Dios y Él mismo lo
ha orientado hasta su culminación en el Mesías (1,16). Por lo tanto, toda la historia
tiene sentido en Jesús de Nazareth, todo lo que le precede prepara su llegada y con
su llegada comienza el tiempo de la plenitud y el cumplimiento. Jesús es el punto
culminante y el cumplimiento del actuar de Dios con su pueblo.
Notemos además que la serie de las generaciones se interrumpió de improviso en la
persona de Jesús. No se dice: “José engendró a Jesús”, sino “Jacob engendró a
José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo” (1,16). Es
decir, que José es el esposo de María, pero no el padre carnal de Jesús. Por lo tanto,
la genealogía termina con un enigma: ¿De dónde viene Jesús, si no es el hijo de
José? Este enigma se resuelve en la lectura de mañana.
En fin...
Hoy aprendemos que Dios realiza sus promesas en Jesús. Lo que comenzó con
Abraham, Dios lo ha llevado a término con Jesús. Jesús está profundamente
enraizado en la historia de Dios con su pueblo porque proviene de él en la carne.
Precisamente en esa carnalidad están asumidos y redimidos los pecados de esta
historia. Las búsquedas más legítimas del pueblo que progresivamente fue
comprendiendo el plan de Dios encuentran en reposo en Él, porque ¡Él es su fin y su
cumplimiento!
Nuestra lectura de ayer dejó pendiente la pregunta: ¿De dónde viene Jesús? El
pasaje de Mateo 1,18-25 responde así: Jesús no le debe su existencia a una
generación humana sino a la obra creadora de Dios. Profundicemos este mensaje.
La idea central del pasaje está subrayada en los versículos 18 y 20: “Lo engendrado
en ella es obra del Espíritu Santo”. Esto quiere decir que el Espíritu Santo está en
el origen de la vida de Jesús. Tanto es así, que al final del pasaje se recalca que José
no tuvo nada que ver con el nacimiento del niño, que Jesús no es el resultado de una
relación conyugal entre José y María: “Y no la conocía hasta que ella dio a luz un
hijo” (v.25).
Jesús no es hijo de José sino criatura del Espíritu Santo. Por lo tanto, Jesús no es el
fruto natural de esta historia humana, no depende únicamente de la serie de
generaciones y de los nacimientos humanos que vimos ayer. Jesús es el
cumplimiento y al mismo tiempo un comienzo completamente nuevo realizado por el
poder creador de Dios. Éste es el “origen” de Jesús, como dice el primer versículo del
relato de hoy: “la generación de Jesucristo fue de esta manera” (1,18).
“María estaba desposada con José” (v.18b). Según el derecho hebreo los futuros
esposos, son considerados como Marido y Mujer pero no conviven sino hasta un año
y después de haberse comprometido, este período de tiempo se llama “el
desposorio”. Solo después la mujer es llevada a la casa del esposo para iniciar la vida
conyugal.
“Se encontró en cinta por obra del Espíritu Santo” (v.18c). Precisamente en ese
período José descubre que María está embarazada y toma la decisión de repudiarla
en secreto. Es tanto el amor de José por María que no la quiere exponer a la pena
de muerte por un supuesto adulterio. Él decide dejar vivir a María y realizarse con su
nueva familia.
Con relación a Jesús la tarea de José es ésta: “Tú le pondrás por nombre Jesús”
(1,21). El mismo Dios que le da existencia a Jesús, también le da un nombre y en
este nombre está implicada su misión.
Con términos muy precisos, el evangelio de hoy, nos enseña que Jesús es el
verdadero Mesías que toma sobre sus hombros a su pueblo y lo conduce a la plenitud
de vida. Es para eso viene Jesús vino al mundo. La misión de Jesús desciende hasta
las raíces de la vida humana dándole un vuelco profundo a nuestra manera de vivir.
Con este acontecimiento, se realiza lo que Dios anunció por boca de los profetas. En
Jesús está Dios salvando al hombre. Y este “estar” de Dios se resume en el nombre
“Enmanuel”, que significa “Dios está con nosotros”, el cual expresa que en Jesús
se revela el rostro misericordioso de Dios, que nos ayuda y nos salva, y también su
proyecto amoroso para nosotros los hombres.
Dios no nos abandona. En la base de la obra de Dios en el mundo está Jesús, a quién
Él le dio la existencia, el nombre y la misión. Jesús es el regalo, el don auténtico de
Dios a su pueblo, para que no sufra más con tanta maldad, para que viva plenamente
en la comunión con Él y con los hermanos, porque Él es el “Dios que está con
nosotros”.
Comienza la Cuaresma
Profundicemos.
3. La motivación fundamental de la
cuaresma: el rostro amoroso del Padre
nos atrae
Celebramos la fiesta de San José. La liturgia de la Iglesia nos invita a leer las palabras
que describen a José, primero en la genealogía de Jesús (“Jacob engendró a José,
el esposo de María”; Mt 1,16) y luego en el relato del anuncio de la concepción
virginal de Jesús (Mt 1,18-24).
El pasaje siguiente relata cómo José supera sus dudas y acoge a María en su casa.
Con pocas palabras se dice muchísimo sobre Jesús, María y José. El relato apunta a
la afirmación de que Jesús no tiene un padre terreno, sino que le debe el origen de
su existencia al Espíritu Santo, a la obra creadora de Dios. Dios ha intervenido y ha
puesto un nuevo comienzo en la historia de la humanidad.
Pero José tiene un rol importante en los acontecimientos. El relato nos presenta las
diversas fases de por las que pasa José para comprender su lugar y su misión allí.
Después de quedar perplejo por la noticia del embarazo de María (1,18), José
intenta resolver el impase jurídico con un repudio en secreto (1,19). Está
planeando esto cuando Dios interviene con una palabra que contradice sus planes
(1,20-21), a lo cual José responde positiva y puntualmente (1,24).
La página del evangelio nos coloca hoy ante un cuadro estimulante: un hombre con
una gran estatura en su fe, que no es eximido de las vacilaciones y temores ante
las situaciones difíciles, pero que es capaz de dar el salto por el cual se abandona
en la gracia iluminadora de Dios que el ángel le arrojó cuando le dijo: “No tengas
miedo” (v.20). Así atraviesa la cortina oscura y se abre participativamente ante el
gran horizonte de la salvación que se inaugura en Jesús.
En los relatos siguientes, en los cuales la vida del niño Jesús se ve amenazada (Mt
2,13-21), José asume el papel de defensor de la vida del niño y de la madre. El que
tuvo en sus brazos al Enmanuel y tuvo la oportunidad de primero como en ese niño
Dios-estaba-con-él, fue también a la hora de la violencia cruel sobre el inocente el
mediador del Dios Padre que protege la vida de su hijo. En José, Jesús también vio
como Dios Padre estaba con él.
Celebramos la fiesta de San José. La liturgia de la Iglesia nos invita a leer las
palabras que describen a José, primero en la genealogía de Jesús (“Jacob
engendró a José, el esposo de María”; Mt 1,16) y luego en el relato del anuncio
de la concepción virginal de Jesús (Mt 1,18-24).
1. El nacimiento de María
(2) Jesús, quien es enviado a reconciliar a todos los hombres completamente con
Dios, proviene completamente de Dios. Sobre el trasfondo de una larga serie de
generaciones humanas y en ruptura con ellas, el evangelista Mateo subraya que Jesús
no fue generado por una padre humano. Él comenzó su vida en María por obra del
Espíritu Santo: “Lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” (1,20).
(3) Mateo no nos dice cómo fue que María supo que se le pedía este servicio –lo
sabemos por el evangelista Lucas-, pero a través de la revelación a José, vemos cómo
Dios la eligió, la llamó y por medio de su acción creadora la hizo llegar a ser la madre
del Hijo santo de Dios. Su misión dentro de la historia de la salvación es ser para
Israel y para la humanidad la madre del Salvador, del “Emmanuel” (1,23).
En estos días de Navidad los niños han pasado a un primer plano en la vida
familiar, social y también eclesial. Un niño es un ser frágil, no ejerce ningún poder,
su vida está siempre en riesgo (enfermedades y todo tipo de peligros). Un niño no
tiene como defenderse y afirmarse ante las fuerzas del mundo adulto. Muchos niños
son víctimas de su incapacidad para defenderse. Pero mirando la otra cara de la
moneda, positivamente hablando, para que un niño continúe viviendo, necesita de
muchos cuidados y ayudas. De ahí que sea tan importante que él cuente con una
protección eficaz e inteligente que se ponga al servicio de su vida.
Veamos:
1. La amenaza de la vida: “Herodes va a buscar al niño
para matarle” (Mt 2,13).
Una buena clave para la lectura provechosa del evangelio de Mateo la encontramos
en la conclusión del libro, en Mateo 28,19-20. La fuerza de la proclamación de la
Palabra y los Hechos de Jesús, en el hoy de la Iglesia misionera, llega hasta nosotros
con todo su vigor. Como bien decía San Agustín: “Corran por todas partes llamas
santas, llamas bellas, y dense a conocer a las gentes” (Confesiones 13.19).
Quien se hace auténtico discípulo, será enviado luego para formar nuevos discípulos
para Jesús. Esta dinámica “hacia dentro” (trabajarse a sí mismo…) y “hacia fuera”
(…para poder trabajar a los demás), es típica del evangelio de Mateo.
De esta manera, la Palabra de Dios resuena y despliega su poder todos los días con
una gran actualidad, por boca del mismo Señor Resucitado.
Una vez que se ha leído en otro tiempo del año la introducción al evangelio de Mateo,
esto es, los relatos de infancia de Jesús (Mateo 1-2) y los relatos inaugurales de
Bautismo, Tentaciones, anuncio del Kerigma (predicación misionera) y llamado de
los primeros discípulos (Mateo 3-4), la liturgia nos invita para que arranquemos con
el primer gran discurso de Jesús: el Sermón de la Montaña (Mateo 5-7).
Puesto que el “discípulo” es el que aprende a poner en práctica los mandatos de Jesús
(ver Mt 28,20ª), lo primero que tiene que hacer una persona llamada por el Maestro
es tomar contacto con las grandes enseñanzas de Jesús. Esa parece ser la razón por
la cual el evangelista Mateo agrupa todas las enseñanzas fundamentales de Jesús –
que en los otros evangelios aparecen dispersos en otros lugares- en cinco grandes
discursos:
(1) Discurso sobre la identidad del discípulo, mejor conocido como “Sermón de la
Montaña” (Mateo 5-7).
(2) Discurso sobre el ejercicio de la Misión (Mateo 10).
(3) Discurso sobre el discernimiento cristiano, también conocido como “de las
Parábolas” (Mateo 13,1-53).
(4) Discurso sobre la vida en comunidad, llamado igualmente “Discurso eclesiástico”
(Mateo 18).
(5) Discurso sobre el fin de los tiempos o “Discurso escatológico” (Mateo 24-25).
Todos estos discursos corresponden a un programa que bien podría llamarse “el
aprendizaje vital de la Palabra de Jesús”. Se caracterizan porque además da dar los
grandes principios de vida, enseñan a ponerlos en práctica. De hecho, el problema
no es solamente saber lo que Jesús quiere que “haga” sino el “cómo hacerlo”.
Como iremos notando con calma en los próximos días, el corazón nuevo del discípulo
se distingue por su manera de entablar las relaciones. Se trata del aprendizaje de la
relacionalidad típica del “Reino”, o sea, (1) con los hermanos (Mateo 5,17-48), (2)
con Dios Padre (Mateo 6,1-18); en las cuales media (3) el justo uso de los bienes de
la tierra (Mateo 6,19-34). Algunos avisos complementarios se agregan a esta
enseñanza (Mateo 7,1-11). La plenitud de la Ley de Dios está en esta propuesta de
Jesús (Mateo 5,17 y 7,12).
Después de esta introducción, comencemos –ahora sí- la lectura del primer pasaje
de Mateo: las bienaventuranzas (Mateo 5,1-12).
2.1. El contexto
Esto es importante porque, como precisa el evangelista, los que se han visto sanados
por Jesús ahora comienzan un camino de discipulado: “Y le siguió una gran
muchedumbre” (4,25; el término “seguir” no es casual). Notemos la relación entre
la escena de “sanación” y el itinerario de formación que Jesús ahora les ofrece: la
vida nueva no solamente se recibe como una gracia (indicada en la curación) sino
que hay que “aprenderla”; hay que “darle cuerpo” a la vida nueva, hay que darle
estructura a la conversión; para ello es la instrucción de Jesús.
Los tres planos que configuran el escenario de la proclamación del primer gran
sermón de Jesús (Jesús, los discípulos y la muchedumbre) nos recuerdan la ocasión
en la que Moisés sube a la montaña junto con los ancianos (Éxodo 24,1), mientras
que a los pies de la montaña permanece el pueblo.
En la lectura de las bienaventuranzas hay que distinguir las partes que contiene cada
una de ellas. Tomemos como modelo la primera: (1) la declaración
“Bienaventurados…”, que será repetida siempre al comienzo; (2) la situación o la
actitud que sirve de base para la experiencia: “…los pobres de espíritu” (en este
caso se trata de una actitud); y (3) la causa de la bienaventuranza: “…porque de
ellos es el Reino de los Cielos”.
(2) Las actitudes o situaciones que paradójicamente abren las puertas para
la felicidad del Reino
Es importante que notemos que dicha felicidad proviene, no del punto de partida (la
pobreza, las lágrimas, la mansedumbre, etc.) sino del punto de llegada, es decir, de
la obra de Dios Padre (“de ellos es el Reino”, “poseerán la tierra”, “serán consolados”,
etc.). Dios es la causa de la alegría. En otras palabras: se es feliz porque Dios está
obrando en uno, gracias a la Buena Nueva proclamada y realizada por Jesús.
“Corazón admirable, principio de mi vida, que sólo viva en ti y por ti” (San Juan
Eudes, “Llamas de amor”)
Pistas para la Lectio Divina...
Mateo 5, 13-16: La eficacia de la identidad. “Brille así vuestra luz
delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y
glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM
“Vosotros sois la sal de la tierra”. Cuando se arroja en una sopa, la sal tiene la
doble virtud de estar en todo y de ser discreta: nadie habla de ella, a menos que
haga falta o esté en exceso; la sal es, además, un buen conservante de los
alimentos. Pero cuando especifica “de la tierra”, Jesús nos remite al mundo de la
agricultura en el oriente antiguo, en el cual se le agregaba sal al abono para darle
más vigor, para hacerlo más fecundo.
La imagen de la sal que “se desvirtúa” (literalmente: “se vuelve necia”), como
símbolo de lo inútil, describe la acción –común en la Palestina antigua- de arrojar la
basura en medio de la calle para tapar los huecos, mientras que la gente que pasa
hace las veces de aplanadora. La imagen es fuerte, pero es ante todo una invitación
para que la comunidad cristiana no permanezca inactiva, dejando perder todo el
potencial que tiene; si no –y es el efecto de la comparación- es como la basura.
Con dos comparaciones Jesús ilustra el absurdo de una luz escondida: (1) la ciudad
la cima del monte y (2) la lámpara que debe ser puesta sobre el candelero. Al mismo
tiempo de cada una de estas imágenes se desprende un aspecto positivo.
“No puede ocultarse una ciudad en la cima de un monte”. La imagen habla por
sí sola. El contexto parece ser el de las guerras –tan frecuentes en el mundo antiguo-
: en un enclave así no hay posibilidad de camuflaje.
Pero hay una idea positiva. De hecho, la comunidad cristiana es así: como ciudad en
lo alto del monte, es decir, es punto de referencia en todo el entorno. En la
antigüedad, cuando todavía no había señalizaciones en las carreteras, la gente se
orientaba por referencias (tal árbol, tal montaña o tal ciudad que se avistaba desde
lejos). Pues bien, esa idea parece estar aquí presente: el discípulo de Jesús y su
comunidad son un punto de referencia, de inspiración, de orientación –como ideal de
vida- para todos los que lo ven.
“Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín”. Otra
imagen de significado evidente y, si recordamos que las casas palestinas eran
básicamente de una sola y pequeña pieza, notaremos lo evocadora que es. Pero la
idea positiva que contiene esta vez se hace explícita: “para que alumbre a todos
los que están en la casa”. La imagen de la “casa” es importante (ver la historia de
la casa al final del Sermón, en 7,24-27). La luz puesta en el lugar correcto permite
apreciar los espacios, evitar tropiezos, pero sobre todo reconocer el rostro del
otro. Además la luz pone en evidencia lo oculto, lo injusto, lo incorrecto. Así es la
fuerza de vida de una comunidad de discípulos en su entorno.
El trasfondo bíblico de estas dos imágenes nos permite ver que la comunidad de los
“bienaventurados”, el nuevo pueblo de Dios, no agota su finalidad en sí misma sino
que es una fuente de esperanza: esperanza del mundo nuevo inaugurado por Jesús.
Particularmente la imagen de la luz había sido utilizada por Isaías 42,6 (“Te he
destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes”), 49,6 (“Te voy a poner
por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la
tierra”), y muy especialmente 60,1-3 (“¡Arriba, resplandece, que ha llegado tu
luz!... Caminarán las naciones a tu luz y los reyes al resplandor de tu
alborada”).
Al fin y al cabo, lo que se verá en todas las formas de actuación de los discípulos de
Jesús –si es que es auténtico- no será el protagonismo personal (de individuos o
comunidades) sino el de Dios: se descubrirá que detrás de todo Dios mismo está en
acción, amando responsablemente como Padre que es. El rostro del Padre “que está
en los cielos”, y por lo tanto invisible para los que estamos en la tierra, se descubre
en el rostro de los hijos que honran el apellido que llevan.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Considero que mi vida personal y la de mi comunidad está apostólicamente:
apagada, activa o a medias? ¿Cuáles son los signos?
2. ¿Con qué finalidad se proyecta la Iglesia en el contexto social en que está?
3. ¿Según la enseñanza de Jesús en este pasaje, cuál es la primera y fundamental
forma de evangelización? ¿Desde qué experiencia de Dios y cómo me voy a
comprometer con una vida apostólica más intensa?
“¡Cuán caro te he costado, amabilísimo Corazón, puesto que me has comprado con
la última gota de tu sangre! ¡Qué alegre estaría mi corazón si pudiera darte la
última gota del suyo!” (San Juan Eudes, “Llamas de amor”)
La ley de Dios, entregada al pueblo por mediación de Moisés (ver Éxodo 20),
expresa la voluntad de Dios que quiere que hagamos el bien y evitemos el mal, que
busquemos lo que promueve la vida e evitemos lo que genera muerte (ver
Deuteronomio 32,47).
Es así como comprendemos mejor por qué Jesús insiste en que debemos cumplir
hasta una tilde de la ley (5,18-19). De hecho, tampoco el amor del Padre y de
Jesús no descuida los detalles.
1. El contexto
Para entrar en el Reino de los cielos necesitamos superar la justicia de los escribas
y los fariseos. En la Persona de Jesús, el Padre ha llevado la Revelación y la Ley a
plenitud; Él es la síntesis, la recapitulación de todo (ver Colosenses 1,15-20).
“Habéis oído que se dijo a los antepasados, pero yo les digo” (5,21). Esta
manera de hablar con autoridad, identifica a Jesús como el nuevo Moisés, el Hijo
enviado por el Padre para indicarnos el camino que conduce a la vida. Jesús no
niega lo que han dicho los antepasados, sino que lo aclara y lo modifica haciéndolo
pasar de los gestos externos al corazón (ver Jeremías 31, 31-34).
La ira, el insulto, el desprecio pueden ser formas sutiles de asesinato; con estas
actitudes que consideran al otro inferior o enemigo, herimos su dignidad de hijos y
le negamos el amor del Padre que ha entregado a su Hijo por el.
1. ¿Qué quiere decir la expresión: ‘Dejar la ofrenda ante el altar para irnos a
reconciliar con el hermano?
2. ¿Cómo capto en mi vida el amor con el cual Dios me ama?
3. ‘La ira, el insulto, el desprecio, son formas de asesinato’ ¿A qué tipo de revisión
de vida me lleva esta expresión?
Oremos en comunidad
“Lector: Guárdanos, Padre, de dar a conocer nuestro ayuno a los hombres.
Todos: Sino a Ti sólo, presente en lo secreto (Mateo 6,16)
Lector: Guardamos, Padre, de hacer nuestras obras por la buena apariencia para
agradar a los hombres
Todos: Sino por Ti que ves el fondo del corazón (Colosenses 3,22)
Lector: Guárdanos, Padre, de poner la voluntad propia al comienzo de nuestra
penitencia
Todos: Sino la apertura a tu infinito amor que nos llama a la conversión (Romanos
2,4)”
(Del Monasterio “Piedra Blanca” de Francia y Chile)
Jesús nos sigue educando en la “justicia” del Reino, reflejando en la vida la luz que
proviene de un corazón impregnado por las bienaventuranzas.
1. El adulterio (5,27-30)
La mirada del discípulo debe provenir de la “pureza del corazón” (ver 5,8). Puesto
que es un hombre nuevo purificado en Jesús, su manera de tratar a los demás, y en
este caso a la mujer, debe ser reflejo de la nueva visión del Reino: la valoración, el
respeto, el servicio. Ya no puede verla como “objeto” que se puede codiciar para
satisfacer los propios deseos sino como persona a la cual amar, ante todo, con
desinterés. Esto vale para la esposa y para todas las mujeres que se crucen en el
camino.
Por un valor se hacen sacrificios, como en caso del tesoro o de la perla (ver 13,44-
46). Por eso el discípulo, enseguida, desecha lo que puede convertirse después en
motivo de tormento personal y de la vida de pareja. Esta es la idea que contiene las
gráficas palabras: “Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo
y arrójalo de ti…” (5,29ª; igualmente la mano derecha, 5,30ª). Es como si se
quisiera decir: “Corta a tiempo; es mejor sacrificar un momento de placer que
arruinar la vida entera”.
2. El divorcio (5,31-32)
Con la propia esposa es posible que se presente algún día una dificultad. El nuevo
caso que describe Jesús es extremo: cuando ya no es posible sostener la relación. De
nuevo la iniciativa es del varón y no de la mujer: se deja entrever una decisión
unilateral, motivada –quizás- por el deseo de deshacer la relación primera y
establecer otra que se acomode más a sus intereses personales. La literatura rabínica
de los tiempos de los evangelios nos transmite casos de este tipo.
Tanto aquí, como en el caso anterior, Jesús pasa a defender la vida y el derecho de
la mujer. Si la mujer era “repudiada” no podía volver a casarse y si lo hacía caía en
adulterio (ver 5,32). Esto es lo que Jesús advierte: el marido que toma una decisión
de este tipo –para lo cual les ayudaban los abogados-rabinos a buscar cualquier
causal- arruina la vida de su mujer.
Aunque Jesús admite en un caso específico la posibilidad del fracaso matrimonial
(dice: “excepto el caso de fornicación”, 5,32), lo que importa ante todo es que el
discípulo está llamado a llevar de una manera diferente la vida de su hogar.
No lo olvidemos: así como lo hizo Jesús, sólo el amor sostiene las opciones. Este
amor hay que alimentarlo todos los días.
(Aquí se ha hablado del “marido”, pero hay que también hay leer este texto –ya por
cuenta propia- desde el punto de vista de la “esposa”)
“¡Oh Corazón caritativo, que has muerto por darme la vida, que yo viva de
tu vida, que muera de tu muerte y por tu amor!” (San Juan Eudes, “Llamas de
amor”)
Por eso la siguiente escuela de valores está relacionada con el delicado ámbito de la
comunicación verbal: la futilidad de las palabras.
Ambientemos un poco.
Una buena relación depende de una buena comunicación, sobre todo a niveles
profundos. Dentro de ella el engaño sería un mal fundamento. Se requiere
“veracidad”. De la veracidad depende la confiabilidad de una persona. Y en la
confianza el amor se la juega toda. De ahí que la transparencia de una persona sea
como la base de un castillo de naipes, si ésta llegase a faltar en cualquier momento
todo se viene al piso.
Lo dicho anteriormente vale para todos los espacios de relación en los que nos
movemos, particularmente aquellos en los cuales hemos adquirido compromisos.
Veamos ahora cómo Jesús hace de esta realidad un lugar específico para vivir los
valores del Reino.
En el mundo hebreo, para que una persona fuera “creíble” tenía que jurar que decía
la verdad. Por eso, poco a poco se fue generalizando el hábito de jurar prácticamente
por todo. El mandamiento del decálogo lo que prohibía no era el juramento sino
“Tomar en falso el nombre de Yahvé” (Éxodo 20,7), es decir, colocar a Dios como
testigo de una mentira.
Lo importante era colocar a Dios, lo más grande que puede haber, como garante de
la verdad. Como lo describe el evangelio, para evitar pronunciar el nombre del
“innombrable” se llegó a figuras jurídicas tales como jurar por el cielo, por la tierra,
por Jerusalén (Mateo 5,34-35). El complejo mundo de la normativa rabínica le
gastaba tiempo a esas cosas con reglamentaciones.
Esto quiere decir que el discípulo, porque es “puro de corazón” (5,8), no tiene
dobles intenciones, no tiene nada que esconder y por eso no necesita mentir para
proteger intereses ocultos. Por lo tanto no tiene necesidad de apoyar lo que dice con
juramentos de ningún tipo: su palabra siempre dice la verdad.
3. Aplicación
Pero también tiene que ver con todo lo que se le dice a los demás. Cuando Jesús
dice: “sea vuestro lenguaje: ‘Si, si’, ‘No, no’” (5,37), indica que cuando una
persona dice que “si” así es y no se necesitan más verificaciones; igualmente cuando
dice que “no”.
Así, cuando un discípulo de Jesús hace una promesa, se puede esperar que ella será
cumplida a cabalidad y, en principio, no habría motivos para desconfiar.
“Tu Corazón, oh Jesús, está abrasado de purísimo amor por mí; que
también yo te ame, no buscando mi interés temporal o eterno sino
únicamente por amor a ti” (San Juan Eudes, “Llamas de amor”)
Como vimos la semana pasada, el primer ámbito de vida en el cual se inserta el Reino
y su “justicia” (mayor) es el de las relaciones con los demás. Para ello, Jesús mostró
cómo se ejercen las bienaventuranzas, esto es, cómo ellas nos dan criterios para
reaccionar frente a dos tipos de situaciones: (1) Cuando la iniciativa la relación
depende de uno; (2) cuando la iniciativa la tiene otra persona.
2. El valor
Para Jesús, quien interpreta el querer de Dios en la manera como debemos regular
las relaciones, la venganza no pertenece al proceder característico del Reino de
Dios. No es así como se hace justicia; por el contrario, hay que dar un nuevo paso
hacia delante. La verdadera justicia no está en los empates sino en la paradójica
victoria del derrotado: “No opongáis resistencia al malvado” (5,39a).
Comienza la Cuaresma
Con estos dos imperativos cargados de la tierna compasión de Dios que viene
gratuitamente a nuestro encuentro, la comunidad cristiana es convocada hoy
a dejarse alcanzar por la misericordia del Padre, que en la muerte y resurrección de
su Hijo, se derramó sobre nosotros como un derroche de amor que no tiene fin.
Volvemos así con toda la Iglesia a celebrar y vivenciar el misterio central de nuestra
fe, no para repetirlo, sino para asimilarlo y vivirlo con más profundidad, asumiendo
cada vez mejor los criterios, actitudes y sentimientos de Jesús como discípulos que
le permiten reproducir en su vida su Misterio, y prolongar su entrega de amor hasta
el extremo.
Volver cada año sobre el Misterio del Señor no es pues, un círculo cerrado, sino un
movimiento abierto, un dinamismo espiritual que nos permite asimilar la vida del
Señor, para identificarnos cada vez más con él.
La liturgia y en ella el Pan de la Palabra de Dios que se nos ofrece cada día, se
convierte en el lugar privilegiado de nuestra configuración con él, espacio abierto
donde el Espíritu va esculpiendo en nosotros la imagen viva de Jesús.
Notemos que Jesús comienza con una exhortación general, que hace de premisa a
las tres aplicaciones particulares que Jesús hará sobre la limosna, la oración y el
ayuno: “cuídense de no practicar su justicia delante de los hombres, para
ser vistos por ellos” (6,1).
Luego, en cada uno de los tres casos (la limosna, la oración y el ayuno), Jesús
invita a revisar la vida y a apoyar las actitudes y el comportamiento en su
indicación:
Jesús señala a los “hipócritas”, aquellas personas que actúan con desatino para
ganarse la honra de los hombres. Su actitud es externa, no de corazón. Ellos
buscan el aplauso y el reconocimiento popular, no la conversión sincera.
Jesús dice que la única recompensa que recibirán, será únicamente aquello que han
buscado, es decir, sus propios intereses egoístas que traen sólo ansiedad y
sufrimiento.
Jesús tres veces insiste en que no den limosna... no oren... no ayunen “como los
hipócritas” (6,2.5.16).
Profundicemos.
Mediante este camino, Jesús quiere que entremos en nuestra vida con sinceridad,
que reconozcamos y sopesemos las intenciones y motivaciones que nos mueven
en nuestra relación con Dios, con los otros, con nosotros mismos. A Dios se le
agrada “de corazón”, no con apariencias.
Jesús conoce muy bien cuán profunda es la tendencia del ser humano a buscarse a
sí mismo, cuan fácil nuestro corazón se desvía de Dios, buscando sus propios
intereses, poder, prestigio, placer, en todo lo que hacemos: “En efecto, es del
corazón de donde proceden los malos deseos, las hipocresías, los
asesinatos” (Mt 15,19). Es por esto que quiere enseñarnos a reorientar
continuamente el corazón a Dios.
Que en este tiempo de cuaresma, guiados por la palabra de Jesús podamos entrar
en nuestro corazón, reconocer y discernir sus movimientos para orientarnos
decididamente a Dios, y darle más espacio en nuestra vida.
Jesús, nos asegura que el Padre está en nuestro interior, en lo secreto de nuestro
corazón. Él conoce nuestras búsquedas, nuestras luchas y también nuestros
esfuerzos. Si concentramos en Él nuestro corazón, si orientamos a él nuestras
pequeñas y grandes decisiones, buscando por encima de todo el cumplimiento de
su voluntad, como hizo Jesús, no sólo tendremos la paz del corazón, sino que
también se nos darán todas las demás cosas por añadidura,“busquen primero el
Reino de Dios y su justicia y todo lo demás lo tendrán por
añadidura” (6,34).
Que en esta Cuaresma que estamos iniciando podamos verificar con sinceridad la
orientación de fondo de nuestro corazón y rectificar con mayor solidez y
profundidad nuestra opción fundamental, como discípulos de Jesús nuestro Señor y
Maestro.
En la lección anterior del Sermón de la montaña vimos cómo Jesús educa los
discípulos para que corten el mal por la raíz. Ahora Jesús profundiza en lo que
deberíamos considerar como lo más alto de este Sermón: en la raíz de la vida está
Dios Padre (quien “ve en lo secreto”), la relación con Él nos dará la fuerza para vivir
positivamente todas las demás relaciones.
Como sucedió en la sección anterior (Mateo 5,21-48: las relaciones con los demás),
la justicia –o justa relación- con Dios debe ser “superior”, “diferente” para todo aquél
que vive en el ámbito del Reino. Ya desde el principio de la nueva sección (Mateo
5,1-18: la relación con Dios) se siente la exigencia: “Cuidad de no practicar
vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo
contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial” (6,1).
¿Qué didáctica utiliza Jesús esta vez? Como en la sección que acaba de pasar, más
que proponer normas, la propuesta de Jesús es hacer de la vida un continuo acto de
discernimiento de las situaciones.
Siguiendo el hilo conductor de la pregunta ¿en qué se basan nuestras relaciones con
Dios?, Jesús hace un repaso sobre las tres obras de piedad que unen el corazón
hombre con Dios, típicas de la cultura religiosa hebrea: la limosna (6,1-4), la oración
(6,5-15) y el ayuno (6,16-18).
Todas las contraposiciones terminan siempre de la misma forma: “Tu Padre que ve
en lo secreto, te recompensará” (6,4.6b.18).
Esta observación analítica de diversas prácticas religiosas que ponen a una persona
en comunión con Dios, plantea en el fondo las preguntas: ¿De dónde parte la
espiritualidad? ¿Cuál es su finalidad? Las comparaciones establecidas por Jesús hacen
emerger actitudes correctas e incorrectas; el discípulo deberá analizarse a sí mismo
y tomar decisiones.
La repetición del verbo “ver” (siete veces y de punta a punta en el pasaje de hoy),
concretamente el “ser visto” –la necesidad humana del reconocimiento- nos da la
pista para el abordaje del texto.
Pero para Jesús, el gesto debe quedar entre la persona y Dios. La recompensa que
vendrá en ese caso será la profundidad de la relación con el Padre.
El segundo caso (6,5-6) nos coloca ante la situación de quien hace de la oración un
instrumento de promoción personal. Para Jesús esto -así como en el caso anterior y
en el que viene después- es una hipocresía, la oración pierde su finalidad que es la
comunión profunda con Dios que nos hace entrar en el ámbito de su poder creador y
transformante desde lo más profundo de nuestro ser; precisamente allí donde no
pueden llegar las miradas de los otros.
Ahora bien, cuando una persona ayuna, es difícil que no se le note que está
aguantando hambre. Pero peor es cuando esto se hace intencionalmente: a través
del cuerpo desfigurado anunciarle al mundo que está ayunando (6,16-18). Entonces
algo tan sagrado se convierte en una acto hipócrita.
Jesús insiste en que el ayuno debe ser hecho en secreto, en la intimidad con el Padre.
En fin, en los tres casos anteriores se hace notar una falla en la vida espiritual, aún
dentro de un esfuerzo espiritual. Cuando una persona hace las cosas para “ser visto”
externamente es que está buscando confirmación, aprobación, reconocimiento; por
lo tanto no ha entendido o asumido que Dios Padre ha estado ahí amándolo y que
cuenta con su confirmación, aprobación y reconocimiento, en pocas palabras, que lo
ama desde lo más profundo de su ser.
El camino correcto de la espiritualidad parte de este estar “cara a cara” ante el Padre,
de quien recibimos vida y afecto. Entonces proyectaremos este amor a los demás y
no la avidez de un reconocimiento, que en el fondo, es declaración de una honda
carencia.
De esta forma ya se han abordado los puntos esenciales de para una vida de
discipulado.
Sin embargo, quedan todavía por examinar tres criterios del comportamiento
cristiano en la vida cotidiana. Éstos son: (1) el juicio (7,1-4); (2) el discernimiento
(7,6) y (3) la oración (7,7-11). Éstos terminan con el enunciado de una regla general
(7,12).
La relación con el prójimo significa también la relación con sus fallas. La tendencia
de uno –habitualmente- es insistir en las fallas de los demás y a condenar con dureza.
Es fácil criticar al otro y llamar la atención sobre sus debilidades. Jesús muestra cuán
equivocados estamos cuando hacemos esto.
Jesús dice: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con
que juzguéis seréis juzgados (o sea: Dios os juzgará)” (7,1-2).
Aquí se recuerda cómo nuestros juicios sobre los otros no se quedan sin efecto: con
la condena de los otros, nos condenamos a nosotros mismos. Dios está detrás, a la
defensa del agredido con nuestras conversaciones: “Dios os juzgará”. Lo que
hagamos con los otros, lo hacemos con Dios; de esta forma indicamos la manera
como queremos ser tratados por Él.
No debemos cerrar los ojos frente a los errores o debilidades de los otros, lo que se
nos pide es que los valoremos objetivamente, es decir, sin complacernos en ello, con
libertad interior, con misericordia, sabiendo que también nosotros necesitamos de la
comprensión del prójimo y de Dios.
Es verdad que los defectos de los demás son mucho más evidentes y fastidiosos que
los nuestros. Podemos ser muy sensibles en lo que nos toca a nosotros y más bien
fríos con relación a los otros. Con la imagen diciente de “la viga y la paja”, Jesús
nos llama la atención sobre el peligro de aplicarle a la gente unos criterios de
valoración que no tienen objetividad. Para que la haya se requiere:
(1) No dejarse guiar por la impresión del momento.
(2) No precipitarse para criticar y corregir.
(3) Mirarnos primero a nosotros mismos.
(4) Descubrir nuestras faltas sin disminuirlas ni excusarlas.
(5) Entonces sí, de manera ponderada, llamarle la atención al otro y ayudarle en su
crecimiento personal.
(6) Esta corrección fraterna no olvidará la enseñanza de Mateo 18,15-17.
(7) Hacerle sentir al otro que lo que se le dice es porque se le quiere mucho.
1. La prudencia
2. La reciprocidad
Notemos que Jesús invierte la antigua frase de Tobías 4,15, “no le hagas a
nadie
lo que no quieres que te hagan a ti”, y la pone en positivo: “todo
cuanto
queráis que oshagan los hombres, hacédselo también vosotros a
ellos”. La
nueva fórmula es mucho más exigente porque pide tomar la iniciativa, lo
cual –si se
hace- ya es un buen signo de que se entró en un camino de conversión
porque el
centro ya no es uno mismo (egoísmo) sino el otro. Y es que así es Dios
(“esta es la
Ley y los Profetas”).
Con la frase “Cuando bajó del monte, fue siguiéndole una gran
muchedumbre” (8,1) termina el gran Sermón de la Montaña que hemos venido
leyendo. Debemos volver una y otra vez a ese conjunto de enseñanzas porque en
ellas está plasmado el perfil del discípulo de Jesús.
Las costumbres de la época enseñaban que los judíos no podían conversar con los
gentiles ni tocarlos ni mucho menos entrar en sus casas (recordemos la historia de
Pedro y Cornelio: Hechos 10,28). Por eso es sorprendente que Jesús desde el primer
instante manifieste un vivo interés por entrar en la casa del romano: “Yo iré a
curarlo” (8,7). La intención de Jesús aparece como la respuesta pronta a la noticia
de los “terribles sufrimientos” de un criado (además en la más baja categoría
social). ¡Jesús le da valor!
Pero no sucede como Jesús planeó en un primer momento. El diálogo que sostienen
Jesús y el centurión romano ocupa la mayor parte del relato. Sólo al final se dirá
muy brevemente: “Y en aquella hora sanó el criado” (8,13b).
Veamos el proceso:
(1) El centurión se aproxima a Jesús, no le formula ninguna petición, sino que –de
forma breve y concisa- se limita a describir la dolorosa situación de su criado:
“Señor, mi criado yace en cama paralítico con terribles sufrimientos”
(8,6). Desde el principio deja a Jesús tomar la decisión que considere conveniente
(como hace hizo leproso, imagen del “pobre” del Reino, v.2; ver 5,2). Llama la
atención que el centurión se presenta ante Jesús casi como un papá preocupado por
su hijo.
(2) Cualquiera, en el lugar del centurión, se habría puesto contento ante la noticia:
“Yo iré a curarle” (8,7), que implica un “voy a entrar en tu casa”. En cambio, el
centurión ve las cosas desde otro punto de vista: expresa una profunda y clara
comprensión de su posición y de su poder. Al renunciar a la visita que le ofrece
Jesús, está reconociendo –no sólo con palabras- sin efectiva y realmente, que Jesús
tiene una dignidad superior y un poder indiscutible: “Señor, no soy digno de que
entres bajo mi techo” (8,8a; ver las palabras de Juan Bautista en 3,11).
(3) Enseguida el centurión hace un parangón en el que refleja su manera militar de
concebir la autoridad (8,9), lo cual le sirve de lenguaje para expresar que reconoce
en Jesús un poder superior capaz de actuar con plena eficacia: “basta que lo digas
de palabra y mi criado quedará sano” (8,8b).
Por su parte, Jesús, quien no tuvo ningún escrúpulo para tocar al leproso (8,3) ni
tampoco para decidir entrar en la casa del pagano (8,7), se detiene para apreciar con
admiración la claridad objetiva y la sobria solidez de la fe del centurión. El centurión
no dijo quién era Jesús, pero lo dio a entender de forma práctica y real: Jesús tiene
poder para ayudar y curar, ¡el puede salvar!
Jesús toma posición ante la fe del centurión y se la valora: ¡Ésa es la actitud que se
necesita para entrar en el Reino de los Cielos!
El Reino aparece representado aquí en la mesa (del final de los tiempos) de los
patriarcas (8,11). La novedad del Reino aparece en la imagen gráfica de unos que
son admitidos y otros que son expulsados de la mesa (ver el criterio de admisión en
el Sermón de la Montaña: 7,21-23). El pueblo de Abraham se reconoce por su “fe”.
Juan Bautista y Jesús ya dijeron: una fe que da frutos (3,10; 7,16.20). Pues bien, el
centurión demostró la fe necesaria para la salvación, lo cual lo hace digno del pueblo
de Dios. Así, el Reino de Dios no tiene barreras, la única exigencia es la fe en Jesús
y la aceptación de su propuesta de vida y fraternidad que ya comenzó a plantearse
en el Sermón de la Montaña.
Al final Jesús le responde dándole una orden a aquel que confió absolutamente en el
poder de su palabra para alcanzar la salvación: “Que suceda como has creído”
(8,13).
Sagrada Comunión ?
Pistas para la Lectio Divina...
Mateo 8, 18-22: Compartir el camino de Jesús, sí, pero hay
exigencias. “Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus
muertos”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM
Después de curar a un tercer excluido, una mujer sin nombre -de la cual sólo
sabemos que era la suegra de Pedro-, y de ponerla al servicio del Reino (ver 8,14-
15), el rostro misericordioso de Jesús que salva aparece contemplado a la luz la
profecía de Isaías: “Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras
enfermedades” (8,17; ver Isaías 53,4).
Enseguida, en medio de la misión, y cuando Jesús acaba de dar una orden para abrir
los horizontes misioneros en tierra pagana, aparecen un escriba (8,19) y un discípulo
(8,21), cuyas peticiones dan pie para una enseñanza sobre la radicalidad del
seguimiento de Jesús.
El Maestro de la Ley se ofrece para seguir a Jesús, esperando poder andar con él sin
romper con ninguna de sus seguridades. Pero Jesús le niega esa posibilidad. Así como
el “Siervo sufriente” profetizado por Isaías 53,4, para “cargar con las enfermedades”
de los otros y abrirse a los nuevos horizontes misioneros entre los paganos, hay vivir
completamente desprendido, en la pobreza que da libertad de corazón (ver 8,19-20).
Otro discípulo intenta anteponerle al seguimiento de Jesús sus deberes con el papá
difunto (ver 8,21). Jesús le pide abandonar al papá, lo cual quiere decir: romper con
la dependencia de las tradiciones que impiden la misión. El seguimiento y la vida
misionera suponen entrar en una nueva etapa de vida (ver 8,22).
Este pasaje del evangelio lo leímos ayer en la versión lucana. Remitimos a la “lectio”
de ayer para profundizar otros aspectos de la lectura; aquí hemos destacado lo que
es propio de Mateo.
1. Jesús y el paralítico
El énfasis de nuestro pasaje está en la conexión que se da entre las dos frases que
Jesús le dirige al paralítico al comienzo y al final de la escena.
En medio de la escena aparecen los escribas haciendo una valoración negativa de las
palabras iniciales de Jesús: “Éste está blasfemando” (9,3). La sentencia es breve
pero categórica.
Primero los invita a los escribas a revisar su actitud negativa: “¿Por qué pensáis
mal en vuestros corazones?” (9,4b). Éstos tienen pensamientos malévolos en
contra de Jesús.
Enseguida Jesús va al núcleo del asunto, dando una lección positiva: la conexión que
hay entre la parálisis y el pecado.
(1) Su “poder” sobre la tierra, en cuanto “Hijo del hombre”. La incapacidad de los
escribas para reconocer la novedad absoluta de Jesús en cuanto enviado de Dios que
realiza por su ministerio la salvación del mal del mundo, los coloca al nivel de la
ciudad pagana gadarena que rechazó a Jesús en la escena anterior (ver 8,28-34) y,
al mismo tiempo, muy lejos de la gran actitud de fe del centurión pagano quien se
sometió al poder de la palabra de Jesús (ver 8,5-13).
(2) Todo perdón es una curación. El sentido de los milagros de Jesús se expresa bien
en esto: si bien son signos de la misericordia del Señor (ver 8,16-17) no se trata de
simples favores que se le hacen a las personas para aliviar sus dolores, sino auténtica
recuperación del hombre entero y por lo tanto experiencia de vida nueva que se
concreta en una nueva dinámica en el proyecto de vida, así como se ve claramente
en los pasos que da el paralítico sanado.
Desde el comienzo del evangelio de Mateo Jesús ha sido presentado con estas
palabras: “Tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de
sus pecados” (1,21). En esta primera escena de perdón del evangelio mateano se
pone en claro para qué ha venido Jesús y cuál es el alcance de su poder mesiánico.
El perdón de Dios se manifiesta en el poder de Jesús que va hasta el fondo de la
miseria humana para sanar sus parálisis y hacer brotar de allí la fuerza de la vida y
el compromiso.
Dos ciudades aparecen confrontadas en esta parte del evangelio de Mateo: (1) la
ciudad pagana en la región de Gadara (8,34) que le pidió a Jesús que se fuera y (2)
la ciudad de Jesús (se sobreentiende Cafarnaúm, ver 4,13) donde un grupo acude
con fe, llevando un enfermo, sin hacerle siquiera una solicitud (9,2ª), y donde al final
la gente “temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres”
(9,8).
“Temer” y “glorificar a Dios” son signo de que se ha visto más allá del milagro, de
que se ha entrado en el misterio de Dios revelado en Jesús: “El pueblo que
habitaba en tinieblas ha visto una gran luz” (Isaías 9,1; citado por Mateo 3,16);
de este conocimiento propio de la fe todavía parecen incapaces los escribas quienes
están encerrados en sus pensamientos malévolos.
Acerca de la última frase “que había dado tal poder a los hombres” (9,8b), en la
cual llama la atención el plural “hombres” (indicación de que no se refiere solamente
a Jesús), la Biblia de Jerusalén comenta: “Mt piensa sin duda en los ministros de la
Iglesia, que han recibido este poder del Cristo (ver 18,18)”.
En la comunidad de los discípulos, el Perdón de Jesús sigue vigente como fuerza de
vida que regenera y pone los pasos de todos en las rutas del evangelio.
“En cuanto a mí, lo tengo claro, el deber principal de mi vida, es ofrecerme a Ti, Dios,
Padre Todopoderoso, para que todo en mí, palabras y pensamientos hablen de Ti”
(San Hilario de Poitiers, +368 dC).
Pistas para la Lectio Divina... Mateo 9, 9-13:
La vocación de un apóstol con mala hoja de vida. “Al pasar, vio Jesús
a un hombre llamado Mateo…”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM
La fiesta del apóstol a quien el evangelio llama “Mateo el publicano” (Mt 10,3), es
ocasión para retomar la experiencia de su primer encuentro con Jesús, un
encuentro que le cambió definitivamente la vida, poniendo su historia personal en
la ruta del seguimiento del maestro y de la misión apostólica.
1. La vocación (9,9)
La escena de la vocación de Mateo está construida sobre una cadena de verbos
importantes que nos permiten comprender lo que es una experiencia vocacional.
(2) La comunión en la mesa muestra que la nueva relación con Jesús hace de la vida
una fiesta (se trata de una cena festiva).
(3) Las relaciones se amplían a todos los discípulos de Jesús con quienes ahora se
forma comunidad.
(5) Jesús no llamó a sus discípulos por la limpieza de su hoja de vida, sino por todo lo
contrario: “no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (9,13b).
(6) Por lo tanto en el corazón de una experiencia vocacional hay un precioso momento
de perdón (como lo habíamos visto en Lucas en relato de la vocación de Simón Pedro
y en el paralelo de éste, el de Leví). La vocación del discípulo tiene en el fondo un
gesto concreto de misericordia por parte del Señor con él.
(7) Todo llamado implica que nos pongamos en camino de conversión y aprendamos la
vida nueva de Jesús.
El llamado de Mateo no se quedó sin recibir la desaprobación de los fariseos (9,11).
La respuesta de Jesús, apela en esta ocasión al grito profético de Oseas 6,6:
“Misericordia quiero, que no sacrificio” (9,13a). Así muestra que su
comportamiento está inspirado en la Palabra de Dios y particularmente en la
Palabra profética que enseña qué es lo verdaderamente esencial para la relación con
Dios.
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM
de Dios que la liturgia nos propone cada
La Palabra
1. En el ambiente de la misericordia
2. De la cena al ayuno
Un grupo de los discípulos de Juan, atraídos tal vez por la forma de ser y de actuar
de Jesús y sus discípulos, se acercan y sin más le preguntan: “¿Por qué nosotros
y los fariseos ayunamos mientras que tus discípulos no ayunan? (14). Una
pregunta que desde el inicio suena a comparación: Nosotros si – ellos no. Aquí
radica el conflicto, por así decirlo.
El contacto con Jesús las salva de la muerte: la mujer con flujo de sangre toca el
manto de Jesús (“Se decía para sí: ‘Con sólo tocar su manto me salvaré’”,
9,21). La joven hija del magistrado judío (jefe de sinagoga) es tomada por la mano
por Jesús (“La tomó de la mano y la muchacha se levantó”, 9,25).
Pero es la doble historia de fe que aquí se narra la que hace posible esta
manifestación de salvación.
El papá de la niña, en el momento más agudo de su dolor paterno (“mi hija acaba
de morir”, 9,18), le suplica: “Impón tu mano sobre ella y vivirá” (9,18). Así
como había hecho con el pagano, Jesús no hace interrogatorios ni pide nada, Él se
dispone con prontitud a socorrer la necesidad (“Jesús se levantó y le siguió
junto con sus discípulos”, 9,19), así se trate de un posible adversario, Jesús
solamente vio la fe del papá que cree que con la imposición de manos de Jesús su
hija vivirá. Jesús seguirá adelante a pesar de las burlas (9,23), él cuenta con la fe
del papá. La misericordia de Jesús no tiene fronteras: lo que cuenta es la fe de de
la persona necesitada.
La mujer con flujo de sangre, por su parte, está convencida que con el sólo hecho
de tocar el borde del manto de Jesús se “salvará”. Su declaración de fe, enunciada
en el secreto del pensamiento, es conocida por Jesús, quien saca a la luz pública la
fuerza de su fe: “¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado” (9,22a). El grito de fe de la
mujer es arrancado por la voz de Jesús de de su enclaustramiento. Y es salvada
desde ese preciso instante (ver 9,22b).
Frente al milagro las opiniones se dividen. Dos tipos de voces, las que proclaman la
fe y las que lo niegan, se dejan escuchar:
(1) La gente, el nuevo Israel que se ha venido formando por la praxis de
misericordia de Jesús, proclama con admiración una afirmación muy cercana a la
confesión de fe: “Jamás se vio cosa igual en Israel” (9,33b). Ellos reconocen la
novedad absoluta de la obra salvífica de Jesús.
(2) Los fariseos, quienes han venido –como una especie de contrapunto-
expresando su resistencia frente a la novedad del Reino y permaneciendo en su
rigorismo legal, hacen un diagnóstico religioso –por lo demás, completamente
errado- de la persona de Jesús: “Por el Príncipe de los demonios expulsa a los
demonios” (9,34). Se cierran ante la evidencia de los signos de Dios encaminados
a la vida y prefieren pensar que por detrás de Jesús está obrando una fuerza
maligna.
Estas dos reacciones polarizadas que suenan como dos coros –y llama la atención
que no hay términos medios-, recogen bastante bien el impacto que ha tenido la
obra de Jesús con los marginados; éstas continuarán en adelante, incluso a
propósito de la misión de los apóstoles que está por comenzar.
Notemos cómo los discípulos van ocupando cada vez mayor espacio. Justamente
después de los tres primeros milagros apareció el llamado “Sígueme” (8,22),
igualmente después de los tres milagros siguientes (9,9). Pues bien, respondiendo
al llamado los discípulos Jesús no solamente los hace personas completamente
nuevas (9,16-17) sino que los va haciendo participar estrechamente en su misión.
Del “seguimiento” pasamos ahora al “envío”. Pero será la misericordia del Buen
Pastor (anunciada en Ezequiel 34 y Zacarías 13,7-9) la verdadera raíz de la
evangelización por parte de los discípulos: ellos serán misioneros de la misericordia.
El texto que nos ocupa comienza una nueva sección en el evangelio de Mateo que
se denomina “el Sermón de la Misión” (o también “discurso apostólico”). Éste
abarca todo el capítulo 10 de Mateo, desarrollándose de la siguiente forma:
(1) Introducción: el llamado de los misioneros (10,1-5).
(2) Instrucciones acerca de la tarea que realizarán los misioneros para la formación
del nuevo Pueblo de Dios (10,6-15).
(3) Instrucciones para enfrentar los desafíos y conflictos de la misión (10,16-24).
(4) Instrucciones acerca del perfil espiritual del misionero (10,25-33).
(5) Instrucciones acerca de la familia: la crisis en los afectos del misionero (10,34-
39).
(6) Conclusión: la identificación de Jesús con sus misioneros (10,40-42).
Nos detenemos hoy en la introducción, la cual trata del “llamado” para ser Apóstol
de Jesús.
Jesús “llama” (10,1a) por segunda vez a algunos de sus discípulos para
constituirlos en sus apóstoles, es decir, sus enviados para continuar su obra en el
mundo. La misión parte de una llamada, nadie se envía a sí mismo: en el ejercicio
de la misión todos somos enviados.
Los “Doce Apóstoles” aparecen con sus nombres propios (ver 10,2-4). Algunos de
ellos, incluso con un dato adicional: el cambio de nombre de Simón por Pedro, el
hecho que Santiago y Juan sean hermanos, que Mateo sea el publicano y Simón el
cananeo (insinuación de pertenecer a un grupo rebelde), que Judas provenga de un
pueblo desconocido (hoy) que se llamaba Carioth (por eso ish-Carioth: hombre de
Carioth) y que además sea “el mismo que entregó” al Maestro.
La mención de los nombres nos ayuda a comprender que todo apóstol tiene una
identidad propia y una historia que Jesús valora y pone en función de la misión.
Ellos no son fichas de una empresa sino ante todo personas reconocibles por su
nombre, su ambiente es el de una estrecha familiaridad. En la lista ya se perciben
algunas fragilidades personales, sin embargo Jesús tiene estima y confianza en
todos. Por todo esto, el apóstol nunca dejará de ser discípulo siempre en proceso
de maduración en la escuela de Jesús.
Llama la atención que la Iglesia de Jesús no se haya edificado sobre anónimos sino
sobre personas concretas conocidas, identificables, pero ante todo llamados,
transformados y enviados por Jesús. Así es la comunidad apostólica.
Jesús “les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para
curar toda enfermedad y toda dolencia” (10,1b). Nótese cómo las dos acciones
propias de Jesús salvador en el combate contra el mal son las mismas acciones de
que caracterizarán al discípulo en el campo misionero: (1) las curaciones y (2) los
exorcismos. Jesús les comunica su propio poder.
Todo se sintetiza en la palabra “Reino”. Los mismos discípulos que han aprendido
las bienaventuranzas del Reino (ver 5,3.10), cuya proyecto de vida consiste en
“buscar primero su Reino y su justicia” (6,33), que por la obediencia a la
Palabra de Jesús se esfuerzan por “entrar en el Reino de los Cielos” (7,21), son
ahora los proclamadores del anuncio que transformó primero sus vidas: “Id
proclamando que el Reino de los Cielos está cerca” (10,7).
Jesús coloca en sus manos la fuerza transformadora del Reino. ¡Qué tremenda
responsabilidad!
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
En el día de hoy, tomemos conciencia del llamado que Jesús nos hace para que
seamos misioneros. Él nos ha elegido libremente para asociarnos en su misión,
para que hagamos lo mismo que Él en el mundo. Abandonémonos en Él para que
nos forme como misioneros proclamadores de su misericordia, la única que tiene
poder para cambiar a fondo nuestras vidas y el mundo en que vivimos.
1. ¿Qué significado tiene en el mundo bíblico la mención del número 12 para
referirse a los apóstoles que el Señor eligió?
2. ¿He sentido alguna vez en mi vida la llamada de Jesús invitándome a compartir
su misión?, ¿Cuándo?, ¿En qué circunstancias me encontraba?, ¿Cómo reaccioné?,
¿Cómo vivo hoy esa llamada a ser, en el estado en que me encuentro, misionero/a
de Jesús?
3. Nuestra familia, comunidad o grupo de referencia ¿qué acciones concretas está
llamada a realizar hacia los demás, con las cuales proclamar que la buena nueva de
Jesús es aún viva y es la única que podrá transformar nuestro mundo?
Mateo anota solemnemente: “A estos doce envió Jesús, después de darles estas
instrucciones” (10,5a). Puesto que el autor de la misión en última instancia es el
mismo Jesús, todo se realiza según sus indicaciones.
Los profundos contenidos del Reino se reflejan entonces en el nuevo estilo de vida
de quien los anuncia. Veamos cinco rasgos distintivos de este nuevo estilo de vida:
(1) El misionero se distingue por su corazón, por su ternura activa para con los
enfermos, los pobres, los leprosos, los endemoniados (10,8a). Todos los milagros
enumerados por Jesús suponen una apropiación del evangelio, impregnándose de la
compasión de Jesús con los sufrientes de la tierra.
(3) El misionero se distingue por sus relaciones interpersonales: sabe iniciar la misión
en el complejo mundo urbano (se informa, saluda, es cortés, es constante; ver
10,11). Además de comenzar es capaz cerrar bien los procesos (“hasta que
salgáis”; 10,11b).
(4) El misionero se distingue por su disponibilidad, por realizar bien la tarea y sin
ninguna otra motivación que no sea el servicio generoso. Así como lo hizo con despojo
externo, el despojo personal es el indicador más evidente de una vida que se da en
oblación a sí misma: la gratuidad del don (10,8b). Esta es la manera concreta de ir
hasta la raíz del mal como Jesús lo hizo. Por eso es muy diciente el que no se pida
nada a cambio y se esté dispuesto para todo lo que se le pueda requerir.
La tarea está dicha y los requisitos para realizarla bien ya fueron expuestos. Con
estas orientaciones se formará el nuevo pueblo de Dios que hace la experiencia
profunda del Reino. La Palabra de Jesús tiene vigor para formar en el mundo de hoy
excelentes misioneros que la hagan posible.
Releamos ahora el texto muy despacio, ojalá subrayando los verbos en imperativo,
distinguiendo lo que está en positivo y lo que está en negativo. Si contamos con algo
de tiempo podríamos, incluso, comparar con el evangelio del domingo pasado. Luego
confrontemos las enseñanzas con el estilo de vida que estamos llevando y dejemos
que la Palabra inspire en nosotros decisiones concretas a favor de nuestro
crecimiento personal.
2. ¿En mi familia, entre mis amigos o conocidos, sé de alguien que por diversas
circunstancias se ha alejado de Jesús?, ¿Qué he hecho concretamente por esa
persona?, ¿He orado?, ¿He dialogado con ella?, ¿Le he aconsejado el diálogo con
alguien que la pueda ayudar?, o, sabiendo el caso, ¿me he manifestado
indiferente?, ¿Qué haré al respecto?
Si Jesús nos comparte su gloria –el poder del Reino- también nos comparte su cruz
–la persecución y el martirio-.
El v.16 nos coloca primero frente a la difícil situación que van a encontrar los
discípulos de Jesús, la cual es semejante a la desproporción que hay entre el lobo y
la oveja: “Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos” (10,16).
Como respuesta los misioneros tendrán la sagacidad-inteligencia de la serpiente
(“prudentes como las serpientes”) y la sencillez de la paloma (“…y sencillos
como las palomas”); como quien dice: tener la astucia para salir a tiempo de un
embrollo (la fuga de la serpiente cuando siente pasos de animal grande) pero
tampoco volverse tan arisco que nadie se pueda aproximar (sencillez de la paloma
para dejarse tomar cariñosamente entre las manos).
A partir del v.17 se pasa la página de la amenaza y se abre la de la realidad de la
persecución y el martirio: “os entregarán… seréis llevados… se levantarán y
os matarán…. seréis odiados… cuando os persigan…” (10,17.18.21.22.23).
Los misioneros serán tratados en algunas partes como delincuentes o como
subversores del orden establecido, y esto incomoda notablemente.
Se está haciendo referencia a algunos tribunales locales que existían pero también
al castigo que se les propinaba en la sinagoga a los judíos disolutos (es lo que
parece estar tratando de hacer Pablo en vísperas de su conversión; ver Hechos 9,1-
2).
No sólo ante el mundo judío sino también ante los paganos serán llevados los
misioneros, “por mi causa”. Pero ellos –guiados por el Maestro- saben
transformar la adversidad en oportunidad: “para que deis mi testimonio ante ellos”
(10,18).
Después de presentar los dos primeros ámbitos, Jesús hace una pausa para decir
qué hacer “cuando os entreguen”: “No os preocupéis de cómo o qué vais a
hablar… será el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros”
(10,19-20). Quien entró con todo su ser a sembrar en el campo conflictivo del
mundo la semilla del Reino, debe confiar en el dueño del Reino, que es el Padre, Él
le dará su ayuda especial a través de su Espíritu.
¿Qué debe tener en mente un discípulo de Jesús cuando se presentan todos estos
problemas? Debe saber que todos estos aspectos que giran en torno al tema de la
persecución por causa de la misión, son parte integral de la misma vida de Jesús,
por eso el discípulo los asumirá como consecuencia lógica del “seguimiento”.
De ahí que los discípulos deben contar con sufrimientos y persecuciones, y vivirlos
con la mirada puesta en el evangelio, aprendiendo cómo actuaba Jesús ante los
numerosos conflictos que se le presentaban.
La identidad con Jesús es la clave. Tres imágenes que hay que tener presentes en
la oración, que refuerzan este sentido de pertenencia y de comunión con Jesús:
Jesús es el Maestro y nosotros somos sus discípulos: “No está el discípulo
por encima del maestro… Ya le basta al discípulo ser como su
Maestro” (10,24.25).
Jesús es el Señor y nosotros somos sus siervos: “No está el siervo por
encima de su amo… ya le basta al siervo ser como su amo”
(10,24.25).
Jesús es el Dueño de la casa y nosotros somos sus familiares (en griego
“hoikiakós”): “Si al dueño de la casa le han llamado Beelzebul, ¡cuánto
más a sus familiares!” (10,24b).
Ayer celebramos la vida, hoy nos colocamos ante el misterio de la muerte. Sin
embargo no hay contradicción, la celebración del primer mártir de la Iglesia, el
diácono Esteban, nos ayuda también a la vivencia profunda del misterio de la
navidad.
La santa carmelita Edith Stein, en una ocasión se preguntaba por la relación entre
estos dos acontecimientos, escribía:
“Pero el cielo y la tierra todavía no han llegado a ser una sola cosa. La estrella de
Belén es una estrella que continúa brillando también hoy en una noche oscura. Ya al
día siguiente de la navidad, la Iglesia deja de lado los ornamentos blancos de la fiesta
y se reviste con el color sangre: Esteban, el protomártir, que fue el primero en seguir
a Jesús en la muerte, es un auténtico seguidor que rodea al niño en el pesebre”
Los espacios donde los cristianos deben dar testimonio son los siguientes:
La propia familia: allí “entregará a la muerte hermano a hermano y padre a
hijo”.
El mundo de la política: “seréis llevados ante gobernadores y reyes”.
Ante los no creyentes: “ante los gentiles”.
Ante todo el mundo: “seréis odiados de todos por causa de mi nombre”.
En este día, desde su pesebre, el divino Niño ya nos señala su Cruz. Así lo veía Santa
Edith Stein: “El mejor modo de emplear la vida es sacrificarla por el Señor de
la vida. Él es el Rey de reyes y el Señor de la vida y de la muerte, El
pronuncia su “sígueme”, y quien no está con él está contra él. Él lo
pronuncia también por nosotros y nos pone frente a la decisión de escoger
entre la luz y las tinieblas”.
A lo mejor a todos nos gustaría que lo que emprendamos siempre salga bien y sin
ningún problema. Pero no siempre es así, y lo peor es que a veces dan ganas de
desistir. Esto que es válido para tantos otros ámbitos de la vida, lo es también para
el ejercicio de la misión.
En el contexto de la comunidad a la cual el Evangelio de Mateo le transmitía el
Evangelio, parecía notarse un ambiente de escepticismo y desencanto debido a una
serie de fracasos y problemas que habían surgido dentro de la comunidad. El
hecho que el evangelista Mateo insista tanto en el tema de la persecución
(comenzando por el mismo Jesús ya desde su infancia; ver Mateo 2,13-18) refleja
la complejidad del ambiente en el cual los cristianos vivían y luchaban su fe: no era
nada fácil, era como un pasar por una puerta estrecha (ver 7,13).
Por eso, en el “manual de la misión” del evangelista Mateo nos encontramos con
una sección que está hecha para renovar los ánimos de una comunidad misionera
que está perdiendo el impulso. Tres veces, ¡que insistencia!, hace sonar el
imperativo: “¡No tengan miedo!” (10,26.28.31).
Los misioneros deben tener claro cuál es la propuesta de Jesús. Jesús no los manda
a que enfrenten a sus perseguidores sino a que continúen predicando sin miedo,
públicamente, desde lo más alto: “proclamadlo desde los terrados”
(10,27). Esta es la manera propia de actuar de quien vive la bienaventuranza de la
“mansedumbre” (5,5) y también la del que es “puro de corazón”, quien por no
tener nada que esconder no tiene nada que temer.
Además el discípulo sabe que la palabra que proclama no es suya. Como “profeta”
que es, él ha recibido la Palabra de Dios como un don que no es para él mismo sino
para los demás. Lo que Dios le ha dado internamente eso es lo que anuncia: “Lo
que a vosotros os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que
oís al oído, proclamadlo desde los terrados” (10,17).
2. La vida del misionero está en los brazos poderosos del Padre (10,28-31)
Jesús se lo transmite también a los suyos: Dios es Papá que tiene cuidados
maternos con su comunidad, en Él se puede confiar. La vida está segura en sus
manos: “hasta los cabellos de su cabeza están todos contados”
(10,30). Cada persona vale mucho para Él (10,31). El conocimiento de esta
jerarquía de valores de Dios Padre infunde una gran seguridad.
El misionero debe estar siempre muy centrado en su opción, con la mirada puesta
donde es, porque sino no, el mundo que él encuentra difícil de cambiar puede
terminar cambiándolo a él. Por eso: “Teman más bien al que puede destruir al
hombre entero en el fuego que no se apaga” (10,28).
Con una misma frase dicha primero en positivo y luego en negativo, Jesús dice que
el comportamiento del discípulo determina su posicionamiento en el juicio final.
En positivo se dice: “Todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo
también me declararé por él ante mi Padre que está en los Cielos”
(10,32). El “declararse” por Jesús describe la terquedad del misionero cuando las
circunstancias le piden que esconda su identidad. El “sí” por Jesús no se quedará
en el vacío.
“Señor, tú me llamaste
para salvar al mundo ya cansado,
para amar a los hombres
que tú, Padre, me diste como hermanos.
Señor, me quieres para abolir las guerras,
y aliviar la miseria y el pecado;
hacer temblar las piedras
y ahuyentar a los lobos del rebaño”
(De la Liturgia de las Horas)
Pistas para la Lectio Divina...
Mateo 10, 34-11, 1: El Manual de los Buenos Obreros del
Evangelio (V): Los afectos del misionero. “Quien a vosotros recibe a
mí me recibe”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM
Llegamos al final del “Manual del misionero” en el evangelio de Mateo. Las palabras
conclusivas escuchan así: “Y sucedió que, cuando acabó Jesús de dar
instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar
en sus ciudades” (Mateo 11,1). Jesús había preparado esta enseñanza son su
propia actividad misionera, ahora Él mismo es el primero en practicar lo que
predica.
Las últimas dos lecciones de la formación de los misioneros tienen que ver con los
“afectos”.
El encuentro con Jesús en principio lo que genera es una nueva capacidad de amar.
Pero el verdadero amor es profético: no puede tolerar la injusticia, no se pude
acomodar a lo que no es correcto. La experiencia de Dios tiene una gran capacidad
para remover las estructuras más compactas, una de las cuales –quizás la más visible
en la sociedad patriarcal israelita- es la familia.
Un segundo grupo de dichos que pronuncia Jesús, es más fuerte que el primero. La
jerarquía de valores comienza a jugar su papel aquí: este breve texto nos introduce
en la dinámica del seguimiento radical del Señor desde las mismas prioridades
afectivas del discípulo. Jesús es el valor fundamental del discípulo. Él está por
encima –se le “ama más”- de los más grandes amores que uno puede tener en la
vida (papá, mamá, hijo, hija, la persona misma), si no el discípulo-misionero “no es
digno de mí” (se repite tres veces en este pasaje).
En la lectura que hicimos del Sermón de la Montaña, vimos cómo toda la primera
parte estaba preocupada por mostrar que un verdadero hijo de Dios se parece a su
Padre en su actuar (5,16). Ahora bien, lo mismo es afirmado en este capítulo
misionero con relación a Jesús y sus discípulos: “Quien a vosotros recibe, a mí
me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado” (10,40).
Como misioneros que trabajan por la vida y el crecimiento de los demás, pidámosle
al Dueño de la Mies que no se nos olvide nunca quiénes somos ante él: sus pequeños,
sus justos y sus profetas al estilo de Jesús. Qué el éxito no nos lleve a creernos más
que los demás y que el fracaso nos aplaste. No demos ni un paso atrás en la entrega
al Señor del Reino, así nos sobrevenga uno que otro sinsabor.
3. ¿Qué implica la identificación total con Jesús para el crecimiento personal y para
nuestra manera de presentarnos ante los demás?
Veamos ahora la otra cara de la moneda del evangelio que acabamos de abordar.
El punto es que la “conversión” resulta más dura allí donde Jesús y sus misioneros
más milagros hicieron, donde más signos del amor de Dios y del poder de Reino se
revelaron. ¿No será esta una constante en la historia?
Oremos para que, en nuestro caminar con Jesús, la advertencia aquí planteada por
el evangelio, nos sacuda de nuestra comodidad y acogiendo agradecidamente las
obras del Señor en nuestras vidas, su amor nos conduzca hacia niveles más altos de
compromiso con la propuesta del Reino de la vida, expresión patente de conversión
evangélica.
La primera palabra del evangelio de hoy es una oración de alabanza que lleva el
sello de la experiencia particular de Jesús. Esta oración va dirigida al “Padre”,
quien es “Señor del cielo y de la tierra” (11,25).
“Vengan a mi…” (11,28a). En estas palabras, Jesús hace una invitación directa a
todos sus oyentes para que se hagan sus discípulos. Éstos son los que “están
fatigados y sobrecargados” y el seguimiento reposarán: “…y yo les daré
descanso”.
Los términos que Jesús utiliza no son como las típicas “frases de cajón” o los lemas
publicitarios, que dicen bellas frases para captar incautos seguidores que tarde o
temprano terminarán desilusionados con promesas de felicidad que nunca vieron
cumplir. No. La invitación de Jesús es para que todo hombre, desde las agitaciones
internas de su búsqueda de sentido, desde sueños y el anhelo de esperanza que el
Creador desde el principio ha grabado en su corazón, se convierta en un verdadero
discípulo de la sabiduría. En la literatura sapiencia bíblica notamos frases de este
tipo: “Vengan a mí” (Eclesiástico 24,19; 51,23), “Tomen mi yugo” (Eclesiástico
6,24-25; 51,26), “Encontrarán descanso” (Eclesiástico 6,28).
Entre los fariseos del tiempo del ministerio de Jesús (y aún un poco después), se
hablaba de “tomar el yugo de la Ley” como una manera de describir la decisión de
asumir la Palabra de Dios como norma de vida. El “yugo”, como sucede en el caso
de los bueyes, hace inclinar la cabeza y da docilidad.
Jesús toma nuestras preocupaciones y dificultades. Pero también toma los mismos
caminos que tenemos para acceder a Él y los hace posible con la fuerza de su Espíritu.
Nos entrega luego la “carga” de la misión, del anuncio de la Buena Nueva del Reino,
las tareas que provienen de la voluntad amorosa del Padre sobre el mundo, para que
le ayudemos a concretarla en la historia que día a día construimos y amasar así la
masa con la levadura del Reino (ver 13,33).
Una vez más Jesús nos invita a acogerlo con sencillez, esta vez con una bella
novedad: Él nos acoge primero con todo lo que tenemos y nos sumerge en la dulzura
de su corazón. Es así como viviremos siempre unidos a Él, teniéndolo como apoyo
que da “reposo” a nuestro corazón inquieto y como modelo (“aprended de mí”) que
inspira nuestra vida.
Los fariseos le reprochan a Jesús el que sus discípulos hagan en un sábado algo que
no está permitido por la ley: “Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer
en sábado” (12,2). Ellos se refieren expresamente al “arrancar espigas y
comerlas” (12,1; oficio clasificado en el índice lo prohibido hacer en sábado). Ellos
solamente se fijan en la norma, no en el hambre de los discípulos (“sintieron
hambre”, se había dicho en el v.1) ni en la misericordia de Jesús que les permite
romper la norma para remediar la necesidad (“misericordia quiero…”, v.7).
Los fariseos esperaban que Jesús les hiciera caso y reprendiera a sus discípulos, pero
no sucedió así. De hecho, si los discípulos hicieron esto fue porque los incentivó su
Maestro.
El verdadero culto a Dios no está en los ritos externos sino en el tener un corazón
como el de él –lo cual era la finalidad primera del culto externo-, predicaron los
profetas. Cuando esto no es claro se puede caer en posturas condenatorias que si
bien son coherentes con la norma escrita, pueden no coincidir con la prioridad de
Dios que es la vida plena del hombre.
Por eso Jesús dice dónde está la verdadera falta de los que cree que nunca cometen
faltas: “No condenaríais a los que no tienen culpa” (12,7).
Pero la persecución no calla la voz del profeta. Jesús aplica lo mismo que ya había
enseñado en el manual de la misión (“cuando os persigan en una ciudad huid a
otra”, 10,23), de ahí que “se retiró de allí” (12,15ª). Jesús no ofrece resistencia a
la hostilidad de los fariseos, en coherencia con el anuncio de las bienaventuranzas
(ver 5,4.9.39), ni le devuelve mal al mal sino que sigue adelante con su misión (ver
10,26-27) con firmeza –así su misma vida esté en juego-. Entonces las consecuencias
se ven: “le siguieron muchos y los curó a todos” (12,15b).
Los vv.16-21 nos colocan frente al primer gran cántico del “Siervo Sufriente de
Yahveh” proclamado por Isaías 42,1-4; se escucha la voz del cántico en el cual el
“Siervo” toma conciencia de su vocación.
El Jesús que conocemos como “Señor del Sábado” y “Mayor que el Templo” es
también un “Siervo” humilde de los propósitos salvíficos de Dios por el camino del
sufrimiento. Su misterio irá saliendo a la luz en la medida en que avance el relato
evangélico. Por eso el aprendizaje de la identidad de Jesús será lento y prudente. Si
Jesús “les mandó enérgicamente que no le descubrieran” es porque no bastan
los milagros para sacar conclusiones inmediatas sobre quién es el Maestro, se
necesita la escucha de la palabra de Dios a la cuál Él le está dando cumplimiento
(“Para que se cumpliera el oráculo del profeta”, 12,17; ver 5,17).
A lo largo del evangelio, Mateo cita repetidas veces los cánticos del “Siervo
Sufriente”: en el bautismo (3,17; ver Isaías 42,1), en la pausa después de los
primeros milagros (8,17; ver Isaías 53,4), en la transfiguración (17,5; ver Isaías
42,1). Pero en precisamente en este pasaje donde aparece la cita más extensa
(12,18-21; ver Isaías 42,1-4).
Jesús, quien asume sobre sí mismo las “fatigas” y “sobrecargas” de la gente, quien
es “manso y humilde corazón” (11,28-29), es el “Siervo” que reúne todas esas
características: (1) “Elegido”, (2) “Amado”, (3) “Complacencia” del Padre, (4)
Ungido por el “Espíritu”, (5) Proclamador de la “justicia” de Dios a todas las
naciones (ver 12,18).
Jesús realiza su misión con la potencia militar. En estoy hay una gran diferencia con
el Mesías que esperaban algunos judíos. Los discípulos entonces van descubriendo
cómo Jesús marca la diferencia:
(1) No es amigo de peleas (“no disputará”);
(2) habla suavemente (“no gritará, ni oirá nadie en las plazas su voz”);
(3) hace todo lo posible por no hacer daño a quien está convaleciente (“la caña
cascada no la quebrará”);
(4) respeta los signos pequeños de vitalidad (“ni apagará la mecha humeante”).
La misión de Jesús, a pesar del escándalo de los fariseos, proviene de Dios. Su estilo
misionero había sido profetizado por Isaías. No queda ahora sino seguir leyendo el
cumplimiento de la Palabra en cada una de sus acciones, guiados por las claves que
el profeta nos dio.
Ahora vuelven a aparecer en escena los fariseos junto con los doctores de la Ley:
“Maestro, queremos ver una señal hecha por ti” (12,38). Como se puede ver,
la pregunta pretende indagar por los “frutos” de Jesús (“por los frutos se conoce
al árbol”, 12,33). Ellos le piden a Jesús que les de muestras palpables de que es el
Hijo de Dios.
La situación es grave: los doctores de la ley y los fariseos conocen la ley, pero no
son capaces de reconocer en las obras de Jesús la presencia de Dios, quien es el
Señor de la Ley.
Pero Jesús se detiene en un signo particular que Dios realizó en el profeta Jonás:
cuando sufrió el naufragio, una ballena lo retuvo en su vierte durante tres días
completas y luego lo arrojó a la tierra (ver 12,40). Esta figura del misterio pascual
será la palabra definitiva de Jesús en la cual el poder de Dios se manifestará con
todo su esplendor y frente a la cual ellos deberán optar (“porque por tus
palabras serás declarado justo y por tus palabras serás condenado”, 12,37).
Más diciente aún es el comportamiento de la Reina del Sur, quien hizo un largo
viaje para escuchar la sabiduría de Salomón, mientras que éstos –los escribas y
fariseos- teniendo a Jesús al frente de ellos no son capaces de tomar en serio su
sabiduría. Lo cierto que “aquí hay ago más que Salomón” (12,42).
Una vez más nos encontramos con la dureza de corazón de los adversarios de
Jesús, que son precisamente los representantes de los más religiosos del pueblo.
Los argumentos de Jesús han sido contundentes y ya ha anunciado que el fruto se
verá en el misterio pascual. Pero este “signo” se convertirá en juicio para ellos (“Se
levantarán en juicio contra ellos…”, 12,41.42).
“Cómo ardía, Dios mío, cómo ardía en deseos de volar desde las cosas
terrenas hacia Ti, aún ignorando lo que querías hacer de mí”
(San Agustín).
Pistas para la Lectio Divina...
Mateo 12, 46-50: Se es familia de Jesús cuando se vive. según la
voluntad del Padre celestial. “¿Quién es mi madre y quiénes son mis
hermanos?”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: entro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM
Bien sabemos que en la manera de hablar de aquel tiempo, a los parientes cercanos
también se les llamaba “hermanos” (ver Levítico 10,4), por esa razón no habría que
buscar aquí motivos para poner en discusión si la Virgen Maríatuvo más hijos.
Según el texto, Jesús no sale al encuentro de ellos sino que al señalar dentro de la
casa en la que está, cuál es su verdadera familia, más bien los invita a entrar a formar
parte de ella. El parentesco biológico con Jesús es insuficiente, puesto que tener parte
con Jesús hay que reconocer su verdadera identidad y no aprisionarlo en los
conceptos o prejuicios que se tengan por él por la simple convivencia en la infancia.
En otras palabras, se requiere el aprendizaje del evangelio.
La vida de esta nueva familia encuentra su sentido en el misterio del Reino que se
realiza en la historia, así como lo vamos a ver mañana en la las Parábolas de Jesús.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM
Comienza una nueva sección del evangelio de Mateo. Se trata del tercer gran
discurso formativo de Jesús a sus discípulos. Los dos primeros, el Sermón de la
Montaña (Mt 5-7) y el Manual de la Misión (Mt 10), constituyeron como dos
escalones en el camino de maduración de los discípulos.
Este nuevo discurso se centra en un aspecto importante del discipulado: Jesús no
sólo dice lo que hay que hacer sino –teniendo en vista la maduración de la fe de los
suyo- también los enseña a discernir la voluntad de Dios en cada circunstancia de
la vida. Para ello sirven las parábolas, las cuales son verdaderos ejercicios de
discernimiento espiritual que tratan de captar el acontecer discreto del Reino en
medio de las diversas circunstancias de la vida y motivan para hacer la elección
correcta de la voluntad de Dios.
“Para conseguir esta vida beata, la misma verdadera Vida en persona nos
ha enseñado a orar, no con muchas palabras, como si por ello fuésemos a
ser mejor escuchados cuanto más prolijos seamos (…). Puede parecer
extraño que Dios os ordene hacerle peticiones cuando Él conoce, antes de
que se lo pidamos, lo que necesitamos. Debemos, sin embargo, considerar
que a él no le importa tanto la manifestación de nuestros deseos, cosa que
él conoce perfectamente, sino más bien que estos deseos se reaviven en
nosotros mediante la súplica para que podamos obtener lo que ya está
dispuesto a concedernos (…)”
(San Agustín)
Jesús acababa de contar la parábola del sembrador a una multitud que se había
juntado a la orilla del lago dispuesta a escuchar su enseñanza. El texto lo presenta
subido a una barca.
Terminado el relato, o mejor, los relatos porque según dice el texto: “les explicó
muchas cosas en parábolas” (13,3), los discípulos se acercaron y le preguntaron
por qué a la gente le hablaba en parábolas.
La respuesta de Jesús es un poco enigmática, y casi como que diríamos divide a sus
oyentes en dos grupos: (1) Aquellos que han hecho un proceso en la comprensión,
asimilación y vivencia de la Palabra y (2) aquellos que aún habiéndola escuchado
no se han empeñado en un camino de conversión personal.
Jesús dice a sus discípulos que no es por ellos que habla en parábolas, pues ellos
ya han hecho un camino en la comprensión de los ‘secretos del reino’. Mas adelante
les confirma esto cuando les dice: “Dichosos en cambio los ojos de ustedes
porque ven y sus oídos porque oyen” (16). Es una ratificación del camino de
adhesión a Él que han venido haciendo. Conclusión: No es necesario hablarles a
ellos en parábolas.
Jesús dice “Al que tiene le darán y le sobrará; al que no tiene le quitarán
aún lo que tiene” (12)
Mateo subraya en este momento tres partes del cuerpo: corazón, ojos, oídos. El
corazón cerrado impide ver y oír. Es dura la expresión que cita Jesús de
Isaías: “Por más que escuchen no comprenderán. Por más que miren no
verán” (14). Es la sordera y la ceguera espiritual causadas por la también
espiritual arteriosclerosis del corazón.
Jesús termina con una bienaventuranza para sus discípulos por tener ojos que ven
y oídos que oyen. No tanto porque tienen ojos y oídos buenos, sino porque su
corazón es abierto y capta, sin dificultad, el mensaje de Jesús.
La otra cara de la moneda que nos presenta la parábola nos confronta con la
seriedad o no con que acogen el don de la semilla. La palabra, como fuerza de vida
que es (por eso se la compara con una semilla) comienza a generar procesos en la
vida de quien la recibe. Es aquí donde cuenta mucho nuestra responsabilidad:
“Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino” (13,19ª).
Algunas experiencias de escucha no tienen el espacio suficiente para que ella haga
su efecto y entonces se pierde rápidamente el primer esfuerzo. Hay oyentes
distraídos que no se dan al menos un espacio de oración para asimilar la
Palabra oída (o leída), o más exactamente, para “comprenderla”.
Sucede a veces que se vive una vida espiritual hecha de momentos puntuales pero
no se cultivan procesos. Esto no es conveniente, y mucho más cuando se trata de
una experiencia de la Palabra: la semilla necesita surco.
A ésta realidad se está aludiendo cuando se advierte que uno de los factores que
provocan fracasos y desilusiones es la “falta de raíz en sí mismo”, la cual está
acompañada de la “inconstancia”. Se vive de emociones, de momentos luminosos
y bellos, de ahí que ésta se vuelva pasajera. Mucho más cuando se viven
momentos duros de confrontación, “una tribulación o persecución por causa
de la Palabra” (13,21), entonces la persona “se escandaliza” porque sólo quiere
gloria pero no cruz (precisamente aquí está hablando del “escándalo de la cruz” que
provoca deserciones).
Hay personas que han realizado un camino de vida espiritual serio y prolongado,
pero descuidan la necesaria “vigilancia” espiritual.
Existen dos factores que hay que discernir constantemente en la vida espiritual
para que el camino de maduración sea siempre ascendente y provechoso: (a) las
preocupaciones del mundo (que es el stress; ver el evangelio sobre el stress en
6,24-35); (b) la seducción de las riquezas (o los apegos que distraen el corazón de
lo esencial). Ambos casos ya fueron tratados en el Sermón de la Montaña: tenemos
aquí un signo claro de una Palabra que ha sido oída, aceptada con gusto, pero que
no ha purificado verdaderamente el corazón.
A veces nos preguntamos por qué, a pesar de tantos esfuerzos, seguimos todavía
en el mismo punto, sin percibir avances reales en la vida espiritual. Hoy el
evangelio nos explica por qué.
Fuente: entro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM
El evangelio de hoy, una de las tres parábolas de la “semilla”, nos coloca frente a una
realidad frecuente que llevamos dentro: la impaciencia.
Jesús nos enseña a ampliar los horizontes a partir de este caso concreto y a tomar
actitudes en consonancia con la manera como acontece el Reino de los Cielos en el
mundo.
La parábola responde al escándalo que les sobreviene a algunos discípulos del Señor:
hay mucho mal en el mundo –simbolizado en la “cizaña”-, y se quisiera que Dios
interviniera con todo su poder para colocar el mal en su lugar y exaltar a los buenos,
pero no parece suceder nada.
La parábola nos enseña que aquí en la tierra todo se da mezclado: al lado de los
buenos están los malos. Esta convivencia continuará, según dice el patrón de la
parábola: “Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega” (13,30a). Pero esto
no debe desanimar a los discípulos: de ninguna manera deberán ceder ante los
ataques del mal, por el contrario tendrán que mantener una vigilancia activa y
sostener un esfuerzo grande de evangelización.
Con todo, hay una luz de esperanza: esta situación no durará para siempre. Es claro
que no da lo mismo ser trigo que cizaña. De ahí que al final de los tiempos se hará
un juicio: “Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la
cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero”
(13,30b).
Por el destino final que tiene cada una de las plantas se comprende que con las
decisiones y acciones de cada persona se pone en juego el propio futuro, el destino
final. Por lo tanto hay que ser responsables con la vida.
Junto a este sentido de responsabilidad que debe tener cada persona, esta parábola
nos deja una bellísima lección sobre la paciencia: así como el patrón, Dios le da
tiempo a cada persona para que recapacite, y con esta actitud estará esperando por
su conversión hasta el final.
Lo mismo debemos hacer con nuestros hermanos con los cuales hemos perdido la
paciencia por su reticencia en el pecado: hay que insistir, darle una oportunidad,
esperar por su conversión.
Finalmente, tengamos en cuenta que hay un segundo motivo importante por el cual
el patrón no permite que se arranque la cizaña. Lo sabemos todos por experiencia:
nadie es completamente trigo (hay escuchar a los santos: siempre se reconocen
pecadores) ni completamente cizaña (no hay nadie que, por muy malo que sea, no
tenga en el fondo un buen corazón). Por lo tanto no hay que caer en la actitud
equivocada de quien separa tajantemente el mundo de los buenos y el mundo de los
malos. En cada persona hay un poco de todo. Más bien hay examinarse
continuamente y trabajar todos los días por la santidad.
En fin, no nos corresponde a nosotros juzgar sino más bien evaluarnos a nosotros
mismo (ver también 7,1-5).
1. ¿Seguimos haciendo dicotomías entre las personas: los buenos y los malos?
(generalmente nos colocamos en el primer grupo) ¿Qué enseña la parábola al
respecto?
El evangelio de hoy nos presenta dos pequeñas parábolas que nos ilustran muy
bien en qué consiste el reino de los cielos: la red y el letrado que se ha hecho
discípulo del reino.
La parábola de la red empieza con una mirada universal. La red es una y “echada
en el mar atrapa peces de toda especie” (47). Es como si Jesús quisiera
recordarnos que el Reino de los cielos está abierto a todos. No se trata aquí de una
red selectiva en la cual sólo entran algunos peces.
Empieza con una afirmación bien interesante. Habla de “un letrado que se ha
hecho discípulo del reino” (52). Es interesante ver cómo Jesús, en esta
parábola, ya no habla de una comparación con el reino de los cielos, sino con uno
que se ha hecho discípulo del reino. Si pasamos esta expresión por las parábolas
anteriores podríamos afirmar que discípulo del reino es:
1. Quien ha dejado que la semilla de la Palabra de Dios caiga en su vida como
en un terreno fértil y produzca ciento, sesenta y treinta por ciento.
2. Quien creciendo junto a la cizaña se ha mantenido como buen trigo que al
final es llevado a los graneros del reino.
3. Quien dejando que en su corazón crezca la Palabra de Dios, se ha hecho
árbol frondoso capaz de ser casa para otros
4. Quien como buena levadura es capaz de fermentar la masa del pueblo
donde se encuentra.
5. Quien se desprende con alegría de todo lo que tiene, para adquirir el
verdadero tesoro y la perla fina
6. Quien así obra será como el pescado bueno escogido y metido en la cesta.
¿Que es lo que hace de particular quien se ha hecho discípulo del reino? El texto
nos dice que “se parece al dueño de una casa que saca de su tesoro cosas
nuevas y viejas”. (52). Es interesante esta afirmación. No solamente saca cosas
‘nuevas’ rechazando lo que de alguna forma podría llamar ‘viejo’. Es el equilibrio de
quien sabe aprovechar todo sin aferrarse ni a las tradiciones antiguas ni a las
novedades del momento. Sabe que todo esto puede servir para hacerse ‘discípulo
del reino’.
Con el texto de hoy comenzamos una nueva etapa en nuestro caminar de la mano
del Evangelio de Mateo. Una vez que se ha expuesto cuál es la nueva visión que
caracteriza a un discípulo de Jesús, éste es interrogado por su experiencia de fe.
Desde aquí hasta Mt 17,22, vamos a encontrar una serie de cuadros evangélicos en
los cuales cada uno de nosotros se verá confrontado sobre la dinámica, la
profundidad y la expresión concreta de su relación con Jesús.
Nuestra galería de cuadros abre justamente con la antítesis:
la falta de fe en Jesús. Sus propios coterráneos “se
escandalizaban a causa de él” (13,57). Es interesante
notar que en la actitud de la gente se da un vuelco radical:
(1) se maravillaban (13,54) aunque luego (2) se
escandalizaban (13,57).
No olvidemos que hoy conmemoramos a san José como obrero, de él dijo el Papa
Juan Pablo II: “Gracias a su banco de trabajo sobre el que ejercía su profesión
con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la
redención” (Exhortación “Custodio del Redentor”, 22). Reconozcamos hoy, en
presencia del creador, el valor y la dignidad del trabajo humano.
Según el Poeta Paul Claudel, san José también entendía de “Lectio Divina”. He aquí
una bella oración suya que podríamos hacer nuestra antes de comenzar el ejercicio
de la “Lectio”, sobre todo cuando lo hacemos por la noche, después de un día intenso
de trabajo:
Con el rey Herodes como protagonista tenemos hoy el segundo cuadro de la galería
de las experiencias de fe. Pero de nuevo tenemos la antítesis de la fe: un hombre
que no comprende la identidad de Jesús (dice: “Ese es Juan el Bautista, él ha
resucitado...”), que saca conclusiones rápidas acerca de Jesús (“... por eso
actúan en él fuerzas milagrosas”). Para Herodes la persona de Jesús es el
fantasma de su víctima.
3. El pecado del rey. Cuando Herodes escucha hablar de Jesús lo que emerge
en su conciencia es la historia de su pecado (“lo que sucedió es que...”,
v.3): el asesinato de Juan Bautista víctima de su negativa para cambiar su
vida de pecado (14,4), de su miedo a la impopularidad (14,5) y de su
estupidez como gobernante (14,7 y 9). La historia del martirio de Juan en
realidad le hace un juicio al rey, poniéndose así de relieve para nosotros los
lectores, cómo es un modo de pensar y de actuar incompatible con el
evangelio.
Un camino de comunión
Dice una antigua antífona de la liturgia armena: “La Iglesia, hoy se regocija. Es
la solemnidad de los Apóstoles que la adornaron con joyas sin precio, en la
Gloria del Verbo hecho carne”.
2. La “Roca” de la Iglesia
Esta escena se presenta en contraluz con dos relatos previos en los que los fariseos
y saduceos: (1) son reprendidos por Jesús por pedir un signo para creer (Mateo 16,1-
4; y él no les da un signo distinto a su persona); (2) son puestos como ejemplo de
la actitud y de la doctrina que no hay que seguir (16,5-12).
Después que le hacen el repaso de las diversas opiniones que la gente tiene acerca
de él (16,13-14), Jesús les pregunta a los discípulos qué opinión tienen de Él.
Entonces Simón Pedro responde: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (16,16).
Pero esto que Pedro dice de Dios tiene que ver directamente con Jesús. Jesús es el
único Mesías que, profundamente ligado al poder vital mismo, al Dios viviente, está
en capacidad concederle a la humanidad el bienestar verdadero, el crecimiento
integral y armónico, y la plenitud de la existencia. Este don de la vida Jesús lo
comunicará mediante su donación en el camino de la cruz.
Una vez que Pedro confiesa la fe, Jesús se detiene en un bellísimo discurso dirigido
a él. Notemos:
(1) Jesús se dirige a él con nombre propio y con su patronímico (nombre del
papá) para indicar:
· Su plena realidad humana: “Simón”.
· Su origen y su historia: “Hijo de Jonás”.
(2) Jesús le revela el don extraordinario que hizo posible esta confesión: el
Padre celestial le dio este conocimiento (ver 11,27; 17,5) que no se puede alcanzar
únicamente por medios humanos. Simón no sólo ha sido llamado por Jesús sino que
también ha sido privilegiado por el Padre, por eso tiene todos los motivos para ser
“Bienaventurado”, es decir, “¡Feliz!”.
(3) Jesús le pone un nuevo nombre. Al “Tú eres” dicho por Simón a Jesús, Jesús
le responde con otro “Tú eres” y le declara su nueva identidad: “Tú eres Pedro”,
es decir “Roca”. Este término no aparecía antes en ninguna parte como nombre de
persona, es una nueva creación de Jesús. Para Simón comienza una nueva vida.
(4) Jesús le da una nueva tarea. Con la nueva existencia Jesús le da una nueva
responsabilidad (como sucede en Gn 17,5.15; Nm 13,16; 2 Re 24,17). Con tres
imágenes Jesús describe la nueva tarea del apóstol:
· La Roca: una roca sobre la que Jesús edificará su Iglesia. La Iglesia es presentada como la
comunidad de los que expresan la misma confesión de fe de Pedro. Pedro debe darle consistencia y firmeza
a esta comunidad de fe. Por su parte Jesús le promete a la comunidad –la casa edificada sobre ella- una
duración perenne y una gran solidez (ver la profecía de 2ª Samuel 7,1-17).
· Las Llaves: no significan que Pedro sea nombrado portero del cielo sino el
administrador que representa al dueño de la casa ante los demás y que actúa por
delegación suya. La imagen está tomada de Isaías 22,15-25, donde se describe el
nombramiento de Eliakim como primer ministro del rey Ezequías de Judá. La imagen
refuerza que Jesús sigue siendo el “Señor de la Iglesia”.
· El Atar y Desatar: es una imagen que indica la autoridad de su enseñanza (ver
lo contrario en Mt 16,12). Pedro debe decir qué se permite y qué no en la comunidad;
él tiene la tarea de acoger o excluir de ella. El punto de referencia de su enseñanza
es la misma doctrina de Jesús; por ejemplo, en el Sermón de la Montaña Jesús ya ha
establecido cuál es el comportamiento necesario para entrar en el cielo (ver 5,20;
7,21). Por esto, aunque su referencia constante es la Palabra de Jesús, la enseñanza
de Pedro tiene valor vinculante.
Con sus palabras a Pedro, Jesús se declara una vez más como el Señor de la Iglesia.
Jesús es su pastor y nunca la abandona sino que le da una guía con autoridad. En la
Iglesia todo proviene de Jesús y apunta a Él. Es cierto que quien edifica la Iglesia es
Jesús, Él es el fundamento, la piedra angular. Pedro debe hacer visible este
fundamento y esta piedra siendo signo de unidad y de comunión entre todos los
discípulos que confiesan la misma fe. Con razón decía San Ambrosio: “Ubi Petrus,
Ibi Ecclesia”, es decir, “donde está Pedro, allí está la Iglesia”.
¿Cómo resuenan en nuestros oídos las palabras del Maestro: “Tú eres Pedro, y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”?
Jesús dice “mi Iglesia”, en singular, no “mis Iglesias”. Él ha pensado y deseado una
sola Iglesia, no una multiplicidad de Iglesias independientes, o peor, en conflicto
entre ellas.
En las palabras de Jesús, notamos un fuerte llamado a todos los discípulos de Jesús
a reconciliarse con la Iglesia. Renegar de la Iglesia es como renegar de la propia
madre.
“No puede tener a Dios por Padre”, decía san Cipriano, “quien no tiene a las
Iglesia por Madre”. Un buen fruto de esta fiesta de los santos apóstoles Pedro y
Pablo sería que aprendiéramos a decir también nosotros los miembros de la
Iglesia católica a la cual pertenecemos: “¡Mi Iglesia!”.
Mateo nos narra hoy la profesión de fe de Pedro con más detalles que los otros
sinópticos, en lo que se refiere a la Persona de Jesús y al discípulo que acoge su
misterio.
El lugar concreto donde Jesús es reconocido por los suyos es precisamente Cesarea
de Filipo, el lugar quizás más alejado de Jerusalén y reconocido abiertamente como
región pagana.
Hasta este momento en el Evangelio, han sido los otros quienes continuamente se
han puesto interrogantes sobre la Persona de Jesús: “¿Quién es éste a quien el
viento y la mar obedecen?” (Mateo 8,27), “¿Quién es este que hasta
perdona pecados?” (Marcos 2,7; ver Mateo 9,3).
Pero ahora es Jesús mismo quien interroga sobre sí a los discípulos, para hacer
brotar la respuesta de la fe. La fe comienza justamente cuando dejamos de
cuestionar al Señor y permitimos que sea el quien nos cuestione, nuestra respuesta
será entonces la expresión viva de nuestra fe.
Primera pregunta: “¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre?” (16,13).
“Hijo del hombre” es el titulo que más frecuentemente Jesús se aplica a sí mismo.
Jesús prefiere siempre este titulo al de Mesías, porque está más relacionado con el
del “siervo de Yahvé” que será rechazado y humillado, pero finalmente triunfará.
Las actitudes de Jesús acompañadas por signos, sus denuncias ante las autoridades
religiosas y el rechazo a su Persona y a su mensaje, han dado motivos suficientes
para que la gente lo considere como un profeta.
Con estas palabras Jesús se aplica a sí mismo el título de Hijo del hombre y los
interpela directamente “Pero ustedes”, ustedes que escuchan mi palabra, ustedes
que han creído en mi, que viven conmigo, ustedes que son mi comunidad, ¿qué
dicen de mi?
Pedro, responde en nombre de todos. “Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios
vivo” (16).
Después de la respuesta de Pedro, Jesús hace caer en cuenta que ésta no proviene
de la lógica o de la compresión humana; es una respuesta sugerida en el corazón
por el Padre: “Dichoso tu, Simón hijo de Juan por que no te ha revelado esto
la carne ni la sangre, sino mi Padre que esta en los cielos” (16,17).
Pedro ha sido el primero en recibir la revelación del misterio escondido a los sabios
y a los inteligentes (11, 25-27), si bien después tendrá que reconocer que Jesús no
era el Cristo que él pensaba y tendrá que aceptar, a pesar de su resistencia, que Él
se revela como tal, justamente, en lo que el menos el esperaba: la muerte y
muerte de cruz.
En esto podemos comprender porque Jesús pidió a sus discípulos que no le dijeran
a nadie que Él era Cristo.
1. ¿Cuáles son los dos momentos sucesivos en los cuales Jesús interroga a sus
discípulos?
2. ¿En el grupo al cual pertenezco cómo es considerada la figura de Jesús? ¿Qué
hacemos para conocerlo cada vez más?
3. ¿En qué forma comparto con los demás el paso de Jesús por mi vida?
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM
Siguiendo el ritmo del Evangelio de Mateo nos colocamos hoy ante la experiencia de
fe más alta y más clara. Después (1) del cuadro negativo de los paisanos de
Nazareth, (2) de las interpretaciones erradas del rey Herodes, (3) de la fe en
progreso del mismo Pedro y (4) del grito de ayuda reconocido como auténtica
expresión de fe la mujer cananea, nos colocamos hoy (5) ante la confesión de fe de
Simón Pedro.
Curiosamente Jesús nunca les pidió a sus discípulos que le dieran una opinión sobre
sus discursos o sobre las obras de poder que realizaba sino únicamente sobre su
propia persona. Para Jesús esto es importante: ¿qué están comprendiendo acerca
de su identidad? Es de esta manera que los quiere conducir hacia un conocimiento
claro y profundo, del cual brota una confesión de fe sin equívocos. Pues bien, en el
centro del evangelio no está tanto su anuncio sino la mismísima persona de Jesús.
Cuando Jesús pregunta qué opina la gente acerca de él, le responden: “Unos que
Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas”
(16,14). La gente tiene a Jesús en una alta consideración, pero no pasa de una figura
profética similar a la de los grandes profetas portavoces de Dios. Si esto es así, sería
uno de tantos ya que muchos han venido antes y otros vendrán después. Con esta
clasificación se deja entender que ya hay una gran valoración de Jesús pero que corre
el peligro de no ir más allá de rotulaciones ya conocidas; por tanto la opinión pública
no ha llegado todavía a lo que realmente importa: al descubrimiento de la relación
inédita, única y particular, que Jesús tiene con Dios.
Cuando Jesús le solicita a los discípulos su propia opinión, Simón Pedro responde:
“Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (16,16). El apóstol reconoce la doble
relacionalidad que caracteriza de manera inequívoca a Jesús:
Para el pueblo es el “Cristo” (Mesías): el único, el último y definitivo rey y pastor
del pueblo de Israel, enviado por Dios para darle a este pueblo y a toda la humanidad
la plenitud de vida (como ya se vio en la multiplicación de los panes y en los otros
milagros).
Para Dios es su “Hijo”: vive en una relación única, singular con Dios,
caracterizada por el conocimiento recíproco, la igualdad y la comunión de amor entre
el Padre entre ellos (ver 11,27).
Aquí no se habla de un Dios abstracto ni genérico, se trata del Dios viviente, el único
verdadero y real, que es vida en sí mismo, que ha creado todo lo que es vida y con
su inmenso poder vence la muerte. Jesús es el rey y pastor que en cuanto Hijo del
Señor de la Vida se compromete con la vida de su pueblo, es el Mesías que
profundamente ligado al poder vital mismo, al Dios viviente. Y el don de la vida será
comunicado mediante la donación de la suya propia en el camino de la cruz, como lo
anuncia en la segunda del texto de hoy (16,21).
La reacción negativa de Pedro le merece la reprensión y ser llamado de “Satán”,
porque piensa a nivel humano y no acepta el camino de sufrimiento de Jesús (16,22-
23). ¡Vaya ironía! Al discípulo modelo Jesús le dice delante de toda la comunidad:
“¡Tú eres escándalo!” (16,23).
Habrá entonces que comenzar a caminar en esta segunda etapa con una apertura de
mente y de corazón total ante el proyecto de Dios: la plenitud de vida que brota del
misterio del dolor vivido en íntima comunión con el crucificado, donde toma sentido
toda vida, todo proyecto, toda realización.
En fin…
No es suficiente haber bellísimas confesiones
de fe de boca, como vimos hace una semana.
El discipulado es moldear la vida entera en la
dinámica del seguimiento del que fue camino
a la Cruz para recibir allí, del Padre, la vida
resucitada. La Cruz no sólo es para ser
contemplada sino para hacerla realidad en
todas las circunstancias de la vida. De esta
manera el discípulo reconoce y asume el
destino de su Maestro en el propio. El
discipulado es un camino de vida, una
verdadera vida que vale la pena descubrir. Y
es para todos, no sólo para los apóstoles.
Fuente: entro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM
Las historias de fe que nos han acompañado a lo largo de esa semana en la “Lectio
Divina” pueden ser releídas en este sábado desde este punto de vista: ¿tenemos la
fe suficiente para obrar transformaciones profundas en nuestra vida y en la de los
otros?
Fuente: entro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM
Nuestro texto de hoy comienza con el segundo anuncio que Jesús hace su pasión,
muerte y resurrección (17,22-23ª). Frente al anuncio los discípulos “se
entristecieron mucho” (17,23b). De esta forma, el evangelio coloca en primer
plano la divergencia entre el camino del Hijo del Hombre que viene proponiendo
Jesús y la actitud negativa de los discípulos. A los discípulos les cuesta “conectarse”
con el camino de Jesús.
Con este trasfondo Mateo nos presenta una escena espléndida en la que se destaca
la libertad de Jesús y se hace un bonito gesto de comunión entre el Maestro y el
discípulo.
El contexto es el cobro del impuesto que todos los israelitas mayores de 20 años
pagaban anualmente para el sostenimiento del templo (para entender mejor ver
Éxodo 30,1-10 y Nehemías 10,33-34). Ante una pregunta en la calle, Pedro ha
respondido apresuradamente que su maestro sí paga el impuesto (17,25ª). Cuando
llega a casa Jesús se le anticipa y comienza a hablarle del tema.
(2) Cuando Pedro responde, Jesús mismo infiere: “Por tanto, libres están los
hijos” (17,26). Aparece el tema de la libertad. La libertad constituye el vértice de
la predicación de todo el Nuevo Testamento (ver por ejemplo: Gálatas 5,1: “Para
ser libres nos libertó Cristo”). Según nuestro pasaje, la relación con Dios es
como un vivir en casa con él, o sea, en un amplio margen de libertad (por ejemplo:
uno no paga alquiler en la propia casa). De ahí que Jesús no se considere obligado
a pagar el impuesto.
(3) En este pasaje vemos aparece una visión con relación al Templo de Israel. La
comunidad cristiana tiene una nueva relación con Dios que se establece, no por
medio del Templo, sino de la persona de Jesús.
En el milagro del pez, dentro del cual se encuentra la cantidad exacta de la tasa del
impuesto de dos personas, se pone de manifiesto la preciosa comunión que el
Maestro está tejiendo con su discípulo: “págalo por ti y por mí” (17,27b). Esta
moneda aparece como signo del profundo afecto que los une, de la unidad hacia la
que apunta su relación.
Por otra parte al decidir llevar a cabo el pago del impuesto Jesús argumenta: “para
que no les sirvamos de escándalo” (17,27a).
Jesús es libre y, como vimos, la libertad del discípulo se apoya en su relación con
Jesús. Pero no es una libertad sin límites. La frase sobre el escándalo podría
también leerse positivamente: si bien por dentro es completamente libre, hacia
fuera él se permite asumir compromisos, esto es, sin perder su espíritu crítico con
la sociedad, ni domesticar sus opiniones; es así como un discípulo no deja de
comprometerse con lo que contribuye al bien común.
La fe tiene una dimensión social que podríamos llamar, incluso, política, en el buen
sentido del término: constructora de sociedad.
Oremos
“Testigo de lo invisible,
presencia del cielo amiga,
gracias por tu fiel custodia,
gracias por tu compañía.
En presencia de los ángeles,
suba al cielo nuestro canto:
gloria al Padre, gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo”.
Amén.
(Himno de la Liturgia de las Horas)
Continuamos con nuestra lectura del evangelio según san Mateo. Ya estamos en el
cuarto gran discurso de Jesús, que bien podría titularse: “Instrucción sobre la vida
en comunidad”.
Al hacer la “Lectio” de estos textos, recordemos que lo que más le interesa a Jesús
en sus instrucciones -según el evangelista Mateo- es inculcar principios de vida, de
los cuales se desprende luego toda una serie de actitudes y comportamientos.
En el texto de hoy, Mateo 18,15-20, Jesús nos dice cómo enfrentar situaciones
difíciles en la vida comunitaria, particularmente cuando se sabe que un hermano
“llega a pecar” llevando una vida fuera de los criterios de vida de un discípulo de
Jesús.
En Mateo hay una pequeña diferencia con el evangelio de Lucas en este punto. En
Lucas el buen pastor es Jesús que busca presurosamente a su oveja perdida (ver Lc
15,4-7). Mateo, por su parte, le da un enfoque comunitario a la parábola: toda la
comunidad es responsable de cada uno de sus hermanos.
Para Mateo, todos son responsables de todos y cada uno se como rostro de Padre
celestial, responsable y amoroso con todos sus hijos.
Pero la experiencia muestra que hay casos difíciles que resisten a la conversión, se
trata de aquellos que se hacen los sordos (notar la repetición del término
“escuchar” a lo largo del texto). Se propone entonces el camino de la paciencia y
de la firmeza comunitaria:
(1) Interperlar: se le llama la atención a solas, de lo cual se espera siempre el
mejor de los resultados;
(2) Objetivizar: si la persona continúa tercamente en su comportamiento,
entonces se invitan unos testigos para que quede claro de que no es mala intención
contra la persona (una visión subjetiva de quien quiere ayudar) sino de algo
objetivo;
(3) Llamar la atención formalmente: ahora el asunto llega al máximo nivel de
corrección que es la comunidad entera (quizás representada en sus líderes).
Ahora bien, si todo el proceso fracasa no queda más remedio que darle el trato
propio de una persona que aún no se ha convertido -como los gentiles y
publicanos-, esto es: mandarlo a hacer todo el camino cristiano desde el principio.
El v.18 deja entender que con una persona que intencionalmente persiste en su
situación de pecado se puede llegar a la más dolorosa y drástica de las decisiones:
la excomunión, es decir, dejará de ser considerado “hermano” en la comunidad.
Pero llama la atención que ahora Jesús pone su atención en las personas
encargadas de tomar esta decisión:
(1) Según este pasaje se trata de la comunidad entera la que tiene la potestad de
“atar y desatar”;
(2) Se les recuerda cualquier decisión que tomen es seria (lo que hagan en la tierra
quedará hecho en el cielo), de ahí que no se deban tomar decisiones
aceleradamente sino siempre con cautela.
Llama la atención que en una comunidad así, es tal la solidaridad entre los
hermanos, que todos son capaces pedir lo mismo (“se ponen de acuerdo para
pedir algo”, 18,19), renunciando a sus intereses personales, los cuales
normalmente aflorarían a la hora de hacer peticiones.
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM
Para ilustrar la enseñanza sobre el perdón “setenta veces siete” al hermano que
nos ofende, Jesús contó la parábola del siervo que no tuvo compasión con su
compañero. Esta parábola habla de la relación Patrón-empleado y también
compañeros de trabajo. Hoy podríamos leerla cambiando los personajes por el
esposo y la esposa.
Ahora bien, aquél que está esperando que le paguen ese dinero, porque lo está
necesitando, no puede menos que irritarse si el deudor se niega a darle de vuelta lo
que fue generosamente dado en préstamo. Como sucede con el siervo de la
parábola, cuando uno nota que el otro se está haciendo el loco, dan ganas de
estrangularlo. Hay momentos en los que la paciencia se acaba, en los que parece
que ya no vale la pena seguir esperando y entonces ponemos en nuestros labios las
palabras que oyen en la parábola: “Es hora de que me pagues lo que me debes”.
Un caso familiar
Una señora le decía bastante irritada a su marido: “¡Ya van veinte años que llevo
esperando que cambies!”. Luego, con profundo dolor, le agrega: “Por lo que veo,
no te interesas verdaderamente por mí, no tienes iniciativas, nunca tienes tiempo
para los de tu propia casa, es más importante tu trabajo, tus amigos o quien sabe
qué más tendrás por la calle”.
Puede suceder que una señora esposa que ya ha llegado a este extremo, se sienta
tan herida que el marido que tiempo atrás amaba con tanta intensidad se le
comience a salir del corazón. El amor comienza a cambiarse en rabia y en
resentimiento. Es posible que el corazón de esta esposa de repente se vaya
volviendo duro y piense incluso en ponerle fin a esta situación -¡Oh triste
situación!- con la ruptura de su matrimonio.
Precisamente esto es lo que hace uno de los siervos de la parábola cuando toma la
decisión de mandar a la cárcel a su viejo amigo que le debía los cien
denarios. Aquellos cien denarios se volvieron una deuda insolvente. Como en el
caso de aquella pareja, llega el momento de la ofuscación en que no se ven
caminos de solución al problema, entonces se toman actitudes arrogantes y pasa al
paso al plano jurídico, dejando de lado la misericordia. Como quien dice: “¡Tú me
debes, me pagas y punto!”.
En el caso de los siervos de la parábola valdría la pena preguntarse: ¿Por qué aquél
siervo afectado tendría que sentir por dentro una gran compasión hacia su
compañero? La razón es: porque él es conciente de que ha sido perdonado por el
único Señor (ver 18,27). Ninguno de nosotros es perfecto, todos tenemos nuestras
debilidades, y con relación a nuestro lado flaco, muy probablemente más de una
vez otros han tenido misericordia con nosotros.
Según la parábola, aquel siervo que exigió sus derechos al otro siervo, había
recibido de mano de su patrón el perdón de una deuda que era casi un millón de
veces más alta (diez mil talentos) con relación a aquello que su compañero le
debía. Mientras uno debía cien denarios, el cobrador por su parte debía diez mil
talentos. Cien denarios contra diez mil talentos es una desproporción enorme.
En la parábola que estamos releyendo hoy, esta enseñanza es mucho más incisiva.
El Señor dice: “¿No debías tú también tener misericordia con tu compañero
del mismo modo que yo tuve misericordia contigo?” (18,33). Pues esta
misma frase se puede pronunciar en el matrimonio: “¿No debías tú también
tener misericordia con tu pareja?”.
En fin…
Al rey, que llama a sus siervos a ajustar las cuentas, le es presentado uno
que le
debía diez mil talentos (18,24). Diez mil talentos son una suma tan
desproporcionada, que quizás solamente el rey podría poseerla y que
talvez el
siervo no habría alcanzado a pagar durante toda su vida.
El rey se deja tocar el corazón por la angustia y la necesidad del pobre que
suplica.
No piensa en la gran suma de dinero que tiene el peligro de perder, no
persiste en
hacerle cumplir con la justicia, sino que, lleno de compasión y de
misericordia, le
perdona todo y lo deja marcharse en libertad. La magnanimidad de su
corazón ha
superado inmensamente aquella deuda que sobrepasaba ya toda medida.
Con estos trazos desproporcionados, Jesús señala cómo es el corazón del
Padre y
su infinita ternura y compasión hacia nosotros. Los “diez mil talentos”,
suma
incalculable, aluden a la grandeza de lo que Dios ha hecho y sigue haciendo
por
nosotros.
El perdón que recibimos de Dios, nos da la medida del perdón que debemos
dar a
los hermanos. Este es el sentido de la respuesta de Jesús a Pedro: “Hasta
setenta
veces siete” (18,22). En otras palabras: lo que Dios hace con conmigo es
el
principio de cuanto debo hacer por el hermano; la misericordia que el Padre
derrama sobre nosotros sin medida, acogida en nuestro corazón, debe
desbordarse
gratuitamente hacia los otros, como gratuitamente nos ha sido dada.
Pero hay que observar la última frase de este pasaje: el perdón que Jesús
pide es
un perdn que viene desde el “corazón” (18,35). En este “corazn”, es
decir, en
lo más profundo de mí mismo, debe permanecer, no el rencor por la
pequeña
ofensa que recibo del hermano, sino el amor infinito e incondicional que el
Padre.
6.
7.
8.De la vida de pareja, el mundo de los adultos, pasamos a la visión del Reino
desde la óptica de los niños. Sorprende la exquisita sencillez y la
profundidad de nuestro texto de hoy. Mateo sigue mostrando la centralidad
del Reino en la praxis de Jesús y por lo tanto en la vida de sus discípulos.
9.
10. En torno a la figura del niño hoy el evangelio nos presenta dos actitudes
opuestas:
11. Los discípulos “les reñían” (19,13).
12. Jesús los acogía, “les imponía las manos” (19,15).
13.
14. Frente al comportamiento tosco de resistencia de los discípulos quienes –
claramente fuera de la nueva óptica del Reino- siguen viendo a los niños
como aquellos inquietos que con frecuencia están neceando o siendo
impertinentes (además, la sociedad antigua los veía como insignificantes e
irrelevantes en la vida social), Jesús les concede el gesto de bendición que
suplican sus padres.
15.
16. “Para que les impusiera las manos y orase… Después de imponerles
las manos, se fue de allí” (19,13.15). A Jesús se le pide que haga, y
efectivamente lo hace, un gesto de oración que encierra actitudes de
receptividad, respeto, aceptación, protección y comunión con los pequeños.
17.
18. Este comportamiento del Maestro inaugura el compromiso que caracterizará
a su Iglesia con los indefensos, los vulnerables y todos aquellos que están por
vivir todas las etapas de su desarrollo bajo la protección y apoyo de los
mayores.
19.
20. La enseñanza de Jesús se desarrolla en las dos frases que están en el corazón
del texto:
21.
22. (1) “Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis” (19,14ª).
23. Jesús corrige el mal comportamiento –discriminatorio- de sus discípulos. Al
mismo tiempo les pide que se ocupen de aproximar a los niños a él. El Maestro
ha venido a incluir y a superar toda exclusión.
24.
25. (2) “De los que son como éstos es el Reino de los Cielos” (19,14b).
26. Jesús les da un buen argumento que explica el por qué de su novedoso
comportamiento: el niño es modelo de quien está preparado para acoger las
bendiciones del Reino de los Cielos.
27.
28. Las actitudes propias de la tierna edad, en la que se necesita todo tipo de
ayuda, en la que no hay méritos de los cuales enorgullecerse, en la que se
depende de otro, constituyen el estado ideal de un discípulo, ya que se
dispone de la máxima apertura para acoger la acción novedosa del Reino –
que hace desarrollar la vida en la dirección del proyecto para que la fue
creada- de manera total y como un don.
29.
30.Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
31. 1. ¿En mi experiencia cristiana, qué rasgos tengo de una espiritualidad de
pobreza, pequeñez y necesidad absoluta de Dios?
32. 2. ¿Hay en mí actitudes de soberbia, orgullo, autosuficiencia?
33. 3. ¿Por qué los niños son sujetos preferenciales de la misericordia de Dios?
¿Cuál es la tarea de toda familia y de toda comunidad cristiana?
34.
“¡Qué prodigioso es ser cristiano!
¡Cuántos motivos tenemos de bendecir y amar
al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo
por habernos llamado y elevado a la dignidad de cristianos!
Por eso nuestra vida debe ser santa, divina y espiritual,
ya que ‘todo lo que ha nacido del Espíritu es espíritu’ (cfr. Juan 3,6).
Me doy a ti, Espíritu Santo:
toma posesión de mí y condúceme en todo
y haz que viva como hijo de Dios,
como miembro de Jesucristo
y como quien por haber nacido de ti,
te pertenece y debe estar animado,
poseído y conducido por ti”
(San Juan Eudes)
Pistas para la Lectio Divina... Mateo 19, 16-22:
El Reino desde la óptica del joven: La hora de las decisiones. “Si
quieres ser perfecto…”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM
Después de haber visto en nuestra lectura de Mateo 19, la novedad del Reino (1)
en el mundo de la pareja y (2) en el mundo de los niños, hoy nos encontramos con
su efecto (3) en el mundo de un joven. Mateo es el único en precisar que se trata
de un joven, dejando entender que se encuentra en la edad de las decisiones
fundamentales que afectan el resto de la vida.
La frase “entrar en” (el Reino de los Cielos… la Vida eterna) sigue repitiéndose
constantemente: los niños fueron puestos como modelo de quien sabe dar ese
paso, el joven rico deseaba dar el salto cualitativo. Ahora se profundiza en este
punto.
Los discípulos, como sucedió cuando Jesús
hablo de las exigencias del matrimonio desde
la perspectiva del Reino, de nuevo quedan
desconcertados con la severidad de las
exigencias de Jesús: “Entonces, ¿quién se
podrá salvar?” (19,25). Esta interpelación
deja en el aire la pregunta: ¿No estará
pidiendo demasiado? ¿Qué sentido tiene todo
esto? ¿Será posible vivirlo?
Con una parábola se nos explica la inversión de situaciones propia del Reino de los
Cielos: “los últimos serán primeros y los primeros últimos” (20,16; ver
19,30). Esta realidad ya la habíamos visto ayer, hoy la profundizamos.
Jesús habla abiertamente, no oculta nada, les describe a sus discípulos casi
con
detalle cuánto deberá padecer antes de ser glorificado. Notemos el
“crescendo”:
“Entregado, condenado, burlado, azotado, crucificado y al tercer día
resucitará” (20,18-19).
Así como los hijos de Zebedeo, quienes se apoyan en su Madre para pedir a
Jesús
los primeros puestos en su reino (“Manda que estos hijos míos se
sienten uno
a tu derecha y el otro a tu izquierda...”; 20,20-24) también los otros
discípulos
-quienes se sienten indignados por que aquellos se anticiparon y frustraron
sus
expectativas-, los unos y los otros están movidos por el afán de
reconocimiento y
vanagloria.
Hoy celebramos la fiesta del apóstol Santiago el mayor, hermano de Juan y quien
vivió junto a Jesús la experiencia de algunos momentos significativos como la
curación de la hija de Jairo, la transfiguración, la oración en el huerto.
1. Manda
2. Reino
3. Sentarse a la derecha y a la izquierda.
“Manda” Esta mujer reconoce la autoridad que tiene Jesús, quien puede ‘mandar’.
Es como si dijera: “Tú que todo lo puedes da esa orden. ¿Cuál?
“Que estos mis hijos se sienten en tu reino” Es como decir: Creo en todo lo
que mis hijos me han dicho de Ti y ahora te pido que los hagas participes de tus
planes y proyectos, de tu futuro.
Jesús la pensaba muy distinto y por eso le responde no solo a la mujer sino a los
tres: “No saben lo que piden” (22) Esto no es tan sencillo, porque no se trata de
un ‘premio’ a la buena conducta, hay que ir más lejos: “¿Son capaces de sufrir lo
que yo voy a sufrir?” (22).
Casi arrebatándole la palabra a Jesús exclaman con seguridad; “Podemos”. Jesús
reconoce que por el amor que le tienen ellos lo harán, beberán su copa, pero eso
de “sentarse a mi derecha y a mi izquierda no me corresponde a mi darlo,
sino que se les dará a aquellos, para quienes mi Padre lo ha
preparado” (23).
Los otros diez estaban escuchando atentamente este original diálogo. El texto dice
que se enojaron con los dos hermanos. ¿Sería por lo que pedían o porque no los
habían tenido en cuenta a todos?
Jesús entonces les da una bella lección. No se trata de mandar sino de servir. Este
es el único camino que nos puede hacer grandes. Esto no lo dice Jesús simplemente
porque sabe que es así, sino porque, como nos dice el versículo 28, lo ha
experimentado en su vida haciéndose una vez más Maestro de vida.
Viene luego una serie de tres envíos por parte del propietario para recibir
los frutos
que le corresponden. Se va notando una progresión tanto en número (el
segundo
grupo de siervos es mayor que el primero) como en calidad (el último
enviado es su
hijo). Llega así el momento trágico del asesinato del hijo. Los labradores
reflexionan: “Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia”
(v.38).
La frase del v.43, “para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos”, está
precedida por el anuncio de una piedra angular que al darle cohesión a todo
el
edificio supone superadas las fragilidades que llevaron a los primeros
labradores a
cometer su error. Por lo tanto la responsabilidad es mayor.
Repitamos hoy la oración de la primitiva Iglesia: “Te damos gracias, Padre
nuestro,
por la santa viña de David, tu siervo, que nos has revelado por medio de
Jesús, tu
siervo” (Didajé 9,3).
Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida:
1. ¿Cuáles son las enseñanzas más importantes de esta parábola?
2. ¿Qué frutos de conversión cuaresmal espera el Señor que le presente en
la
Pascua?
3. ¿Qué me ofrece el Señor para que esos frutos sean posibles?
2. El comportamiento distintivo de un
discípulo de Jesús (Mt 23,8-12)
Somos muy dados a decirles a los demás lo que tienen que hacer y resulta que a
veces se nos olvida mirarnos en el espejo. Pero las palabras del Señor no son para
unos sí y para otros no: la exigencia es igual para todos. En la comunidad de Jesús
no cabe la separación: los que enseñan y los que practican. No, todos practican.
Las palabras dirigidas a los fariseos no son exclusivas para ellos sino que cobijan a
todos los miembros de la Iglesia (ver 23,1). Observemos el orden de ideas:
(1) Jesús valida la autoridad de los maestros de la Ley (“Haced, pues, y observad
todo lo que os digan”, v.3ª), pero pide: “No imitéis su conducta” (v.3b).
(2) Jesús va al grano y señala las tres conductas que reflejan incoherencia:
(a) La doble vida: “decir” pero “no hacer” (v.3c);
(b) la falta de compromiso: “poner cargas pesadas en las espaldas de la
gente” pero “ni con el dedo moverlas” (v.4);
(c) el buscar lo más visible para ser notado: “Todas sus obras las hacen para
ser vistos por los hombres” (v.5ª). Tres ejemplos concretos: el vestido, los
primeros puestos en los espacios públicos (banquetes) y religiosos (sinagoga) y la
exigencia de que los llamen por el título (vv.5b-7).
(3) Partiendo del último punto (“que la gente los llame Rabí”) Jesús señala el
comportamiento distintivo del discípulo: “Vosotros, en cambio...” (v.8ª):
(a) En la comunidad se construye en una unidad de base: “vosotros todos sois
hermanos” (v.8c).
(b) En la comunidad la autoridad se ejerce en cuanto se vive en comunión con el
único Maestro (v.8b), con el único Padre (v.9) y con el único Director (v.10).
(c) La motivación fundamental de todo comportamiento cristiano debe ser la del
servicio (v.11-12).
Por eso Jesús propone el camino de la unificación en Él: partir desde lo más bajo
posible, como el servidor que se humilla. Esa fue su actitud fundamental que se
manifestó finalmente en la Cruz. La Cruz purifica el corazón y lo hace auténtico,
despoja las apariencias y hace que brote la verdad del ser, coloca a cada persona
en el lugar social correcto para que, levantando las cargas de los demás, todos
juntos crezcan en la dirección del Dios Padre, Maestro y Guía en quien todo
converge.
Vamos llegando al final de nuestra lectura del evangelio según san Mateo.
Siguiendo el ritmo el evangelio entramos en la etapa de las últimas instrucciones de
Jesús a sus discípulos, justo aquellas que son más importantes para sostener una la
fidelidad en el seguimiento.
Y, por supuesto, el amor tiene que ser probado verificando sus motivos
internos.
Por esoel evangelio de hoy se presenta en términos de juicio, de evaluación.
Por un
momentonos transportamos hasta lo que será el momento final de nuestras
vidas,
el encuentro cara a cara con Jesús para responder por lo que hemos hecho
y lo que
hemos dejado dehacer, de manera que tomemos a tiempo decisiones que
nos
permitan llegar a alcanzarel mayor deseo de nuestro corazn: “ᄀQue mi
vida futura
espejo sea sin fin de tuhermosura!” (Himno de Laudes).
El pacto entre Judas y los sumos sacerdotes le da impulso al macabro pan que
llevará al arresto de Jesús y finalmente a su muerte.
Todo empieza con un fuerte contraste. Según Mateo, justo en el momento en que
la mujer unge con amor el cuerpo de Jesús para la sepultura (26,6-13), Judas
Iscariote parte para donde los sumos sacerdotes con el fin contratar la traición de
Jesús.
La avidez de Judas por el dinero lo lleva a abandonar el único tesoro por el cual
valía la pena dar la vida. Así, guiado por sus propias motivaciones, Judas toma una
decisión libre: rechaza el Evangelio y escoge el dinero; esto lo conducirá a un
destino terrible (ver el v.24).
Judas sigue dando los pasos necesarios para consumar su traición: “andaba
buscando una oportunidad para entregarle” (26,16b). La “oportunidad” de que
aquí se habla tiene que ver con la frase que Jesús va a decir más adelante: “Mi
tiempo está cerca”. Casi irónicamente Jesús y Judas buscan el mismo “tiempo”
(kairós): la entrega del Hijo del hombre en las manos de los pecadores. Judas lo
hace para ganarse treinta monedas de plata, mientras que Jesús lo hace para dar la
vida por la salvación de la humanidad.
Durante esta semana en la que cada día tiene para nosotros el mismo valor del
Domingo de Pascua, leemos siete encuentros con Jesús Resucitado. Después de los
relatos de descubrimiento de la tumba vacía (ya vimos dos, uno en la Vigilia
Pascual y otro ayer), los cuatro evangelios nos entregan una serie de cuadros muy
bellos que recogen, cada uno a su manera, diversas experiencias pascuales. Los
encontramos en Mateo 28, Marcos 16, Lucas 24 y Juan 20-21.
Tengamos presente que los evangelios no tienen la pretensión de describir cómo fue
la resurrección de Jesús, sino cómo se da la experiencia del Resucitado.
De hecho, había diversas tradiciones sobre las apariciones del Resucitado, que
debieron haber ocurrido tanto en Jerusalén como en Galilea por un buen período de
tiempo. Lucas dice, por ejemplo, que: “Después de su pasión, se les presentó
dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta
días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios” (Hechos 1,3).
(1) La Buena Nueva del Resucitado parte del encuentro con Jesús (28,8-
10)
Se comienza con el final relato de la tumba vacía. Mateo hacer tres observaciones:
a pesar del “miedo” (28,8ª), pues la situación de verdad era complicada, ellas se
llenan de “gran gozo” (28,8b) y “corriendo” se ponen en camino hacia los
discípulos (28,8c). Pero la experiencia no está completa.
Jesús entonces les confirma la misión dada por el ángel: la cita con el Resucitado es
en Galilea (28,7.10), justo allí donde Jesús comenzó su misión, tierra paganizada
en la que Jesús reúne de nuevo al pueblo para vivir las bienaventuranzas (ver 4,12-
17 y 5,1-12). Este encuentro había sido anunciado durante la Pasión (ver 26,32).
Ahora, cuando el Maestro ha Resucitado y tiene “todo poder en el cielo y en la
tierra” (28,18) los discípulos están en condiciones de continuar la misión de Jesús,
con todo lo que ella entraña, incluso sus persecuciones.
(2) Una manipulada historia: el reverso del anuncio de las mujeres (28,11-
15)
En cuanto las mujeres cumplen su cometido, los guardias del sepulcro van a la
ciudad y le comunican a los jefes de los sacerdotes lo que había sucedido
(28,11). Para ello es una mala noticia. ¿Qué hacer? Se reúne entonces de nuevo
el Sanedrín, ya que Jesús sigue siendo para ellos un problema (28,12; ver 26,3.59;
27,1.7.62).
Plan “A”
Pero la buena noticia promulgada por las mujeres es más fuerte que el soborno.
Les toca buscar otra medida. Entonces:
Plan “B”
Los sumos sacerdotes tranquilizan a los guardias en caso de que ocurra alguna
reacción por parte del procurador romano. Ellos ya lo habían manipulado a la hora
de la muerte de Jesús (ver 27,15-26), tampoco les costaría hacerlo de nuevo en el
tiempo de la resurrección (ver 28,14).