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Norberto I. J. Pisoni
Resumen
El silencio tomado particularmente en la adolescencia
temprana es una dificultad real para la Psicología Clínica.
El púber no se comunica, no habla, y esto no sucede
simplemente en el terreno profesional que atañe a la consulta
psicoterapéutica, sino que casi siempre es una constante en el ámbito
familiar e incluso con sus pares.
Nuestra motivación ha surgido a partir, del interrogante que
generaba la presencia de silencios donde cabía esperar palabras y
también, aunque con menor frecuencia, de palabras donde se
esperaban silencios.
El uso y el sentido del silencio ofrece matices diferenciales muy
reveladores que por lo general son dejados de lado o negados debido a
salidas pragmáticas o reduccionistas.
La comprensión de la realidad del silencio, aún cuando se
manifieste en la ausencia de palabras, se nos hace evidente que no se
logra adecuadamente reduciéndolo a la condición de hecho lingüístico,
sino entendiendo, que tanto el silencio como la palabra hablada son
complementarios, un conjunto que une al sujeto con el semejante y a
ambos en el contexto del intercambio social.
Nuestro trabajo sobre el silencio propone: discriminar, verificar,
decodificar, considerar su valor en cuanto al proceso terapéutico,
facilitar su abordaje, diagnóstico y pronóstico.
SILENCIO
1
reveladores que son dejados de lado o negados debido a salidas pragmáticas o
reduccionistas.
La comprensión de la realidad del silencio, aún cuando se manifieste en
la ausencia de palabras, se nos hizo evidente que no se lograba
adecuadamente reduciéndolo a la condición de hecho lingüístico, sino
entendiendo que tanto el silencio como la palabra hablada son complementos
que unen al sujeto con el semejante y a estos en el contexto social.
El silencio tomado particularmente en la adolescencia temprana es una
dificultad real para la Psicología Clínica. El púber no se comunica, no habla, y
esto no sucede simplemente en el terreno profesional que atañe a la consulta
psicoterapéutica, sino que casi siempre es una constante en el ámbito familiar
e incluso con sus pares.
Buscamos dirigir nuestro interés a decodificar el silencio propio del
púber, investigar si puede estar ligado a los cambios biológicos propios de la
evolución y categorizar cual va a ser su incidencia psíquica. Deberemos para
ello consignar el valor que tiene el silencio y como puede derivar en estados
patológicos que afecten su incipiente constitución psíquica y considerar su
situación en cuanto al proceso terapéutico, para sentar las posibles bases
sobre las cuales puedan organizarse las coordenadas necesarias, que
permitan implementar una técnica acorde al procesamiento específico y
singular del joven paciente.
La investigación debe partir por situar y dimensionar la comprensión del
pasaje de la sensorialidad de lo corporal a la representación palabra, y para
ello, será necesario poder contar con un aparato virtual que nos permita hacer
inteligible la modalidad de funcionamiento psíquico, su disposición y
organización interna.
Lo determinante de la vivencia del púber en su tránsito por esta etapa
evolutiva, ese momento específico de pasaje en el que se destaca: el cuerpo
en crecimiento y en permanente cambio, el desasimiento de la autoridad
parental, el hallazgo del objeto exogámico, el cambio de los vínculos con el
grupo y de las instituciones, la decisión vocacional y/o laboral, y la asunción
simbólica de la paternidad.
El sustrato biológico y las circunstancias sociales inciden sobre la
actividad psíquica como una banda de moebius, modificando y modificándose,
determinan este proceso acentuando la introversión libidinal, una profunda
esquizoidea, la ruptura y el desconcierto.
Cabe señalar que el camino a recorrer deja de lado el silencio activo que
el psicólogo utiliza como herramienta en su labor terapéutica, para dedicarse
exclusivamente a rastrear el silencio en la adolescencia temprana.
Es de destacar que a medida que avanzamos en el recorrido en cuanto
al silencio se nos van imponiendo fronteras; lo tendremos que diferenciar con el
mutismo o el negativismo en el impregnado de alteraciones semiológicas
propias de la psicosis.
En general la mayoría de los lingüistas que utilizan la palabra silencio, se
refieren a ella como categoría comunicativa. Podríamos decir desde una
perspectiva sociopragmática que el mutismo no se considera como un tipo de
silencio por no ser comunicativo interaccional. El silencio solo puede
2
interpretarse como “The communication process is expected or precived to be
tanking place”1.
Quisiéramos mencionar que algunos autores encauzados dentro de la
corriente psicoanalítica han conceptualizado; lo desconocido o indescifrable de
la psicosis, como un mundo de silencio. Disentiremos con ellos, en cuanto a
que en la metapsicología, producto de los textos freudianos, lo que hace no
reconocible a la palabra en su forma gramatical, es que en ese universo el
silencio no atempera, ni significa, no instituye al lenguaje. No es el punto de
partida desde donde recrear la dialéctica de la palabra. Un mundo sin metáfora
no puede ser un mundo de silencio, lo será en tanto y en cuanto la palabra
como representación, esté incluida en el universo del símbolo. Esa es la razón
por la cuál hemos elegido este camino pues consideramos que es el único
método hasta el momento que nos proporciona la posibilidad de poder
decodificar los distintos modos de procesamiento psíquico.
Por tanto, no incluiremos en nuestro trabajo el silencio en la psicosis.
Buscamos diferenciar y clarificar el lugar que tendrá el silencio en nuestro
trabajo, como ordenador y organizador en la relación discursiva con el otro. La
oración gramatical aquella que comunica, no es, sin los nexos y con ellos el
silencio; como pausa, intervalo o lapso.
Nuestro recorrido tiene como base poder entender el silencio en ese
período evolutivo, pero dejando de lado aquella perspectiva que lo signa al
sufrimiento por la pérdida o el duelo y la dificultad para el avance.
Por lo demás, vale la pena dejar bien claro que hay silencios que, sin un
contexto de significación y comprensión, pueden ser en la adolescencia el
flagelo conducente al suicidio, basta con ver las estadísticas, de allí la
importancia que tiene el poder registrarlo en el contexto preventivo.
Si nos detenemos a pensar en lo determinante de la vivencia del púber
en su tránsito por esta etapa, ese momento específico de pasaje, orientaremos
nuestro recorrido a discriminar el silencio propio del púber e investigar como
puede estar ligado a los cambios biológicos propios de la evolución y
categorizar cual va a ser su incidencia psíquica.
Deberemos verificar si el silencio propio de esta etapa es consecuencia
del proceso puberal, distinguiéndolo de aquellos otros estados pueden derivar
en procesos patológicos que afecten su incipiente constitución psíquica.
La síntesis diagnóstica nos lleva a poder decodificar el silencio en
función de la comprensión del modo de procesamiento y del padecimiento
adolescente.
Considerar su valor en cuanto al proceso terapéutico, podrá llevarnos a
sentar las posibles bases sobre las cuales podrán organizarse las coordenadas
necesarias, que permitan implementar una técnica acorde al modo de
procesamiento específico y singular del joven paciente.
Haciendo un recorrido etimológico, punto de partida en cuanto a una
posible conceptualización, podemos encontrar distintas acepciones de silencio:
- Silencio: circunstancia de no haber ningún sonido en un sitio o en un
momento // Ausencia total de ruidos // Abstención de hablar //
Ausencia total de ruidos // Hecho o situación de no estar hablando
una o más personas // Hecho de permanecer callado de no expresar
1
Moneva y Pujol, J. El silencio. Zaragoza, La Academia, 1935, pág.47. N. del a.: El lugar donde
el proceso de la comunicación es percibido y esperado.
3
su opinión o sus sentimientos // Hecho de no citar a una persona,
cosa o no hablar de ella.2
2
Corominas, J. Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana. Madrid, Gredos, 1962.
3
Covarrubias, S. Tesoro de la Lengua Castellana. Barcelona, Horta I.E., 1943.
4
Terreros y Pando E, Diccionario Universal del Idioma y de las Ciencias Mecánicas (lengua
española, francesa, itálica, latina) Madrid, Arco libros, 1987.
4
Sileo; designó no tanto el silencio como tranquilidad y ausencia de ruido
y movimiento sino que se usaba para referirse a personas y objetos. Silentes
eran los muertos, el mar, la noche. Ausencia pretendidamente total de palabra
y de sonido. No haber ningún sonido.
Taceo; callar se empleaba más a menudo para aquél que teniendo la
palabra mantiene en reserva su uso // raíz castellana es tácito, taciturno,
reticente // El término callar proviene del latín vulgar callare y conserva el
mismo significado en el castellano actual // Del griego bajar la voz // Callar no
independiza al sujeto del lenguaje, quien calla no guarda silencio sino que baja
la voz, incluso la apaga, no pronuncia lo que dice, si de su boca no sale palabra
es porque una abstinencia calculada o no inhibe su decir.
Callar el que escucha al percibir y comprender el significado de un decir
asume al mismo tiempo una posición de respuesta activa, esta de acuerdo o en
desacuerdo (en forma completa o en parte) lo completa lo aplica o se prepara
para seguirlo y esta posición de respuesta se forma en el curso del proceso de
escuchar y de la comprensión desde que empieza. Toda comprensión implica
bajo una forma u otra alguna respuesta. La respuesta no es siempre proferida
en forma inmediata ni a viva voz, la respuesta puede presentarse también
como comportamiento o ser diferida en el tiempo. Es decir que actúa sobre la
respuesta o el comportamiento.
PALABRA
5
La palabra en la estructuración del preconciente se sustenta en la
representación palabra oída que acoplada a la huella mnémica (inscripción de
vivencias motrices esfuerzo por repetir la palabra oída), no solo sostiene la
función del escuchar sino repetir lo percibido. Es de hacer notar como S. Freud
enmarca la proyección como función configurante plasmadora de la
espacialidad.
Los procesos inconcientes inscriptos por la primera experiencia de
satisfacción, se reencuentran en la percepción como ilusión de lo paradisíaco.
Todo aquello que se desea aparece como si el mundo fuera la réplica sensorial
de los estados pulsionales una especie de sensorialidad (creada por el proceso
proyectivo).
Tanto el hombre primitivo como el niño toman contacto con la
exterioridad mundana a partir de procesos proyectivos.
Es solo a partir de investiduras palabras más refinadas que se va
perdiendo esta ilusión de lo paradisíaco y queda desautorizado el supuesto de
que esta realidad tiene que otorgar aquello que se anhela.
Los jóvenes y a veces en adultos se presenta la imposibilidad de
renunciar a la proyección y sustituirla por la palabra.
¿Vale la pena hablar? ¿En que cambia la realidad si hablo?
(Adolescente).
En la sustitución de los procesos proyectivos la palabra constituye una
herida, una injuria al narcisismo.
Con la caída de la proyección por la organización a partir del complejo
de castración, se da paso al proceso de simbolización y estructuración u
organización psíquica.
Como principio expresivo de esta organización, la negación se presenta
como constitutiva, estructurante de lo psíquico (mecanismo originario
constituyente).
La censura de acuerdo a la enseñanza freudiana funciona a la manera
de una aduana o condicionando la decibilidad; esto es lo que puede o no puede
decirse. La función de la palabra será expresar lo exterior al yo, como un
desafío.
Si nos basamos en la hipótesis del preconciente como representación de
las huellas mnémicas cuya función primordial es la constitución del
pensamiento deberemos tener en cuenta que debe:
1. Atenerse a las exigencias pulsionales y expresarlas
2. Atenerse a realidad interindividual y amoldarse, para establecer
vínculos con los semejantes.
3. Acceder a reclamos de instancias psíquicas configurantes de la
normatividad (Super YO) para expresarlos o cuestionarlos.
4. Conquista espiritual de la humanidad, es el privilegio del pensar
sobre el percibir, esto se consigue por la renuncia a la voluptuosidad.
EL SILENCIO Y LA PALABRA
6
Así lo han entendido los filósofos, para Pitágoras la actitud silenciosa
pertenecía a los sabios, e instruía en sus discípulos la discreción y el
autodominio. En Sócrates la perplejidad era la actitud que eleva el silencio y lo
espera.
Para Max Scheler el silencio no era ausencia de habla, sino la capacidad
de comprensión de uno mismo y por lo tanto, la posibilidad de entender al otro.
En la profusa obra de Merleau Ponti se destaca que en la comprensión
de un diálogo son tan importantes los esfuerzos del hablante por hacerse
entender como del oyente que no es un mero receptor, por lo tanto son tan
elocuentes sus silencios como influyentes.
En Heidegger el lenguaje es soberano, la lengua es la que habla. El
lenguaje nos entrega al silencio de la cosa, el silencio no a lo que aparece sino
a lo que no aparece, tiene connotaciones metafísicas y existenciales, el silencio
es la metáfora de lo indecible o inefable.
Por otra parte para María Zambrano la palabra exacta es la tentativa de
decir lo indecible. El polo negativo es cuando la palabra no tiene posibilidad de
surgir y por lo tanto hay quietud en la acción y el polo positivo es el estado del
ser.
El filósofo vienes Wittgenstein, el representante mas contemporáneo en
cuanto a una conceptualización del silencio que compara con la fe. De la fe no
se puede hablar se demuestra, hay renuncia a la palabra, verificándose la
palabra y el hecho estatuyendo los límites del lenguaje. Previene a los filósofos
evitar los malos entendidos en el uso del lenguaje. La función del lenguaje
coincide con la representación del mundo.
Pannikar, escribe en El silencio de Budda, “que la voz del silencio invita
a la renuncia”5. Se busca tomar contacto con el silencio interior, y el silencio
místico es la falta de término para expresar la espiritualidad.
Desde otro punto de vista el silencio en los poetas esta la mayor parte
de las veces expresado en metáfora. Quizá el ejemplo de aquél que busco
denodadamente nombrar al silencio fue Atahualpa Yupanqui. Concibió el
silencio como la oquedad (vacío artificial o natural de un cuerpo sólido)
significante poético de algo indefinible (hondo y arcano). Toda su construcción
en cuanto a la búsqueda de una nota que expresara el silencio, estuvo basada
en el indio y sus concepciones míticas de lo sobrenatural o sobrehumano.
En la poesía hispánica se destacó A. Machado en su obra Soledades,
Galerías y otros poemas, encuentra en el silencio solidez a la hueca realidad
de ausencia de sonido. Conecta lo pulsional con la vivencia, representando una
honda palpitación del espíritu. El silencio del entorno lo utiliza de marco para
resaltar el sonido. Silencio asociado tácitamente con la muerte como
connotadora de ausencia. “..Al reposar sonó con recio golpe solemne el
silencio” 6..
A contrapunto García Lorca en Cigarra // Canción primaveral (1918)
utiliza el sonido para dar entidad objetiva y personal al silencio: “¡Que alegría
tiene el hondo silencio de la calleja! Un silencio hecho pedazos por risas de
5
Pannikar, R. El silencio de Buddha, una introducción al ateismo religioso. Madrid, Siruela,
1997, pág. 78.
6
Machado, A. “Soledades galerías y otros poemas”, en Antología Poética, T. 1. Buenos Aires,
Losada, 4º edición, 1997, pág. 126.
7
plata nueva”7. Utiliza el silencio para designar algo que carece de término
propio es de suyo indecible y cuyo sentido se pretende vislumbrar pero jamás
poseer.
Lo poetas utilizan el lenguaje metafórico de variadas formas una de ellas
quizás la más común es cuando dos sentidos están conectados a nuestro
alcance (el oro de los cabellos, corazón de piedra, corazón valiente). La
diferencia es que en las poesías consignadas, la metáfora utiliza el nombre de
algo fácilmente distinguible (ausencia de ruido de sonido, de palabra). Es decir
que apunta a designar algo que florece al lenguaje diciendo lo indecible. Esta
metáfora funciona como una ventana en la cárcel de la lengua, es
característica del lenguaje místico y religioso, de la poesía lírica y de la
especulación metafísica.
ADOLESCENCIA
7
García Lorca, F. “Canción Primaveral” en Antología poética. Buenos Aires, Losada, 17º
edición, 1997, pág. 165.
8
Corominas, J. Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana. Madrid, Gredos 1962.
9
Aberasturi, A. y Knobel, M. El síndrome de la adolescencia normal. Buenos Aires, Paidós,
1962.
8
“Podríamos decir que cuando el adolescente concluye cronológicamente
hablando esta etapa, tanto en el orden biológico cómo en cuanto a aspectos de
la realidad psíquica, nada ha concluido sino que todo se ha trasformado,
metamorfoseado, de tal manera que ha dejado huellas, marcas que en el
adulto serán definitivas”10. “El adolescente está paradójicamente:
− Stand by: detenido (tomando las distintas acepciones en que el
término deriva).
− Stand: cada uno de los lugares reservados en una exposición a los
expositores, donde estos pueden exponer sus objetos (el derivado);
− Standard: lo que se adapta a un tipo; un patrón único especialmente
en objetos de fabricación en serie”11.
10
Pisoni, N. “Pubertad, adolescencia. Depresión, sexualidad y muerte” en Universidad Kennedy
Revista. Temas de Psicología Clínica, 2/98, pág. 9.
11
Pisoni, N. op. cit, pág. 11.
12
Pisoni, N. op. cit, pág. 12.
9
Estas transformaciones incluyen cuatro aspectos principales: aumento
del tamaño corporal (estatura y peso), cambios en las proporciones del cuerpo
(exterior e interior) y desarrollo de las características sexuales primarias y
secundarias.
Aunque también encontramos aspectos psicosomáticos, el desarrollo
bifásico de la sexualidad prolonga la niñez y representa una condición
únicamente humana, que es en gran medida responsable de los logros
culturales del hombre. Cuando nombramos ello caracterizamos también el
pensamiento propio de esta edad en cuanto a la nueva concepción del mundo
y la creación de valores.
Existe un egocentrismo intelectual de la adolescencia, comparable al
egocentrismo del lactante que asimila el universo a su actividad corporal, y al
narcisismo de la primera infancia, que asimila las cosas al pensamiento
incipiente. Esta última forma de egocentrismo se manifiesta a través de la
creencia en la reflexión todopoderosa, como si el mundo tuviera que someterse
a los sistemas y no los sistemas a la realidad.
Puede afirmarse que hasta llegar a la pubertad el ser humano carece de
un pensamiento abstracto.
Las consecuencias de la inestabilidad psicosomática, el trastocamiento
de los valores, el desasimiento de la autoridad parental, hasta ese momento
sostenido por sus mayores. Incorporan al joven en una de las crisis vitales mas
importantes de la existencia.
Si hiciéramos un intento por resumir la vida psíquica del púber: habrá de
afrontar lo desconocido, el misterio de la vida y de la muerte, por sí solo (es el
momento de soltarse de la mano). He ahí el mito, o la construcción del sí
mismo históricamente.
MITO Y PUBERTAD
13
Eliade, M. “Destino e historia”, en El Mito del eterno retorno, Madrid, Alianza, 1993, 8º
edición, pág. 122.
14
Freud, S. “La novela familiar del neurótico” (1909[1908]), en Obras Completas, T I. Madrid,
Biblioteca Nueva, 3º edición, 1973, pág. 203.
15
Rank, O. El mito del nacimiento del héroe (Der Mythus von des Helden, 1909).
10
para designar fantasías mediante las cuales el sujeto modifica imaginariamente
los lazos con sus progenitores
J. Fukelman; lo llama “metamorfeo”16. Esta condensación involucra a
meta que significa o evoca los cambios que se producen en esta etapa;
también a Morfeo, Dios del sueño, y a Orfeo aquel Dios que desciende a los
infiernos.
Lo soñado implicado en las relaciones narcisistas, juegos de latencia,
ensueños de la latencia que nos permiten reconstruir algo atinente a la
prehistoria del sujeto en relación a su novela familiar se hacen realidad.
"El mito es precisamente lo que puede ser definido como otorgando una
fórmula discursiva a esa cosa que no pude transmitirse al definir la verdad, la
verdad objetiva, ella solo se podrá expresar en forma mítica”17.
En su trabajo acerca del mito individual del neurótico J. Lacan, señala la
tentativa de rectificar el destino involucrado en la historia infantil creada
involuntariamente por los padres (Complejo de Edipo), por otra parte en el polo
opuesto el mito adopta otra estructura en jóvenes con delirios paranoicos, de
un modo manifiestamente patológico ya que no se presenta integrado a la
fantasía.
Hay un orden en la actualización del mito (mito de origen que sostiene la
comunidad) hace que en cada evento ritual se rejuvenezca con cada iniciado y
se precipite:
a) Iniciación a la vida adulta.
b) Iniciación a cofradías más o menos secretas.
c) Iniciación en un sentido más abarcativo, como puede ser en las
distintas culturas, el shamanismo.
16
Fukelman, J. “Metamorfeo”, Revista psicoanálisis y hospital, 10 (1996), págs. 48-56.
17
Lacan, J. “El mito individual del neurótico o poesía y verdad en la neurosis”. París, Centro de
Documentación Universitaria, 1953, pág. 4.
18
Tubert, S. La muerte y su imaginario en la Adolescencia. Madrid, Saltés, 1982, pág. 62.
11
tienen características no rituales. Es decir que no reúnen las condiciones
básicas que se han investigado, aunque imaginariamente buscaran ser
celebrados por el sujeto en el contexto de lo comunitario, como momento de
pasaje pero con la marca, con la impronta propia del drama mítico. Por
supuesto con las carencias de no ser verdaderamente un rito iniciático, y en la
medida que no participa la comarca, en cuanto a que no se le asegura un lugar
destinado dentro de la comunidad, sino muy por el contrario su lugar es
caratulado como contrario a los intereses de la misma (Improducción -
Marginalidad - Indefinición).
En estas culturas la crisis y la consabida experiencia de muerte se
reduce al rito de pasaje, pudiendo afirmarse que no hay ninguna mediación
entre la pubertad biológica y la sexualidad que irrumpe en ese momento. Si se
quiere a la manera de los ritos de iniciación en los pueblos primitivos, donde la
motivación de que se trata, es la introducción del iniciado a la cultura de la
comunidad, sabiendo que esta introducción implica en sí misma una
experiencia de muerte.
Es una especie de renacer social, donde la comunidad toda acompaña y
celebra el pasaje.
En el púber estos tabúes son individuales, propios, creados a partir de la
fantasmática familiar y por lo general de gran importancia en la acción de callar
(silencio activo), pero también se hacen presente en otro tipo de patologías
más graves, que no presentan la emergencia del síntoma sino en conductas
que no toman en cuenta las normas o leyes sociales que están presentes en el
contexto social.
En la metamorfosis, en el cambio de la forma, el bello príncipe de la
latencia se transforma en un feo sapo, en una cosa que lo único que hace es
crecer. Irrumpen nuevos fluidos y olores, cambian las formas y proporciones
conocidas y aparece la torpeza, producto de un cuerpo diferente que todavía
no dispone de una imagen intrapsíquica que permita su control. Cuando el
cuerpo infantil pierde su gracia y armonía, el yo, que es ante todo un yo
corporal, se desorganiza.
Se acusa al cuerpo de ser la causa de la seducción que padece. El
trauma sería, al mismo tiempo obra de los padres y del cuerpo púber.
Si la fuente de lo puberal es exterior, no es posible ninguna elaboración
edípica, por lo tanto ninguna adolescencia. La psique sólo puede armar un
caparazón que la proteja del otro parental y borre los signos púberes del
cuerpo. La anorexia mental es un claro ejemplo de lo que antecede.
Lo que si sabemos por la enseñanza freudiana es que "esta constitución
en dos tiempos de la sexualidad, tiene gran relación con la génesis de las
enfermedades nerviosas y parece privativa del hombre (civilizado), siendo
quizás determinantes del privilegio humano de enfermar de neurosis"19. Esto
deja de lado “la cronología evolutiva de la sexualidad; lo sexual se ordena ante
la falta de objeto, es la historia la que intenta dar cuenta de lo sexual, la que se
constituye en dos tiempos retroactivamente”20.
La búsqueda del encuentro de los sexos, como el hallazgo del objeto, no
solo no es instintiva sino que tampoco es el resultado de la evolución natural de
la libido.
19
Freud, S. “Tres ensayos para una teoría sexual en sección II: Metamorfosis de la Pubertad”
(1905), en Obras Completas, T. I. Madrid, Biblioteca Nueva, 1973, pág. 116.
20
Freud, S. op. cit., pág. 119.
12
En la pubertad se produce una oleada represiva, el objeto parental debe
quedar definitivamente condenado como objeto sexual y dirigirse a objetos
exogámicos. Cuando la pulsión sexual plantea todas sus fuerzas por primera
vez, los viejos objetos familiares e incestuosos son retomados e investidos de
nuevo, se despliegan procesos que siguen el curso del complejo de edipo, por
el hecho de que sus premisas se han vuelto insoportables, esos procesos
tienen que permanecer en buena parte alejados de la conciencia.
La pubertad es entonces, tiempo de represión, de resignificación de la
sexualidad infantil, es repetición del complejo de Edipo, imponiéndose la tarea
de repulsa y vencimiento del objeto incestuoso. La pérdida que debe aceptar el
adolescente al hacer el duelo por el cuerpo es doble, la de su cuerpo de niño "a
partir de la aparición de los caracteres sexuales secundarios y el abandono de
fantasía de doble sexo implícita en todo ser humano como consecuencia de su
bisexualidad básica", (...) "la elaboración del duelo conduce a la aceptación del
rol que la pubertad le marca. Durante la labor del duelo surgen defensas cuyo
fin es negar la pérdida de la infancia”21.
El duelo por el cuerpo infantil perdido, base biológica de la adolescencia,
que se impone al individuo, que no pocas veces tiene que sentir sus cambios
como algo externo frente a lo cual se encuentra como espectador impotente de
lo que ocurre en su propio organismo. El duelo por el rol y la identidad infantil,
que lo obliga a una renuncia de la dependencia y a una aceptación de
responsabilidad que muchas veces desconoce. El duelo por los padres de la
infancia, a los que persistentemente trata de retener en su personalidad
buscando el refugio y la protección que ellos significan, situación que es
cómplice por la propia actitud de los padres. El duelo adolescente no es un
duelo puro, que supone una pérdida y un nuevo vínculo objetal. “Durante la
adolescencia la pérdida coexiste con un 'renacer' [...] no sólo se vive una
pérdida y su consecuente desplazamiento de la libido objetal hacia el yo, sino
que hay un desplazamiento de la libido narcisista hacia nuevos objetos,
requeridos no por la pérdida sino por la nueva configuración yoica
desarrollada”22.
Octavio Fernández Mouján se centra en la pérdida en la adolescencia y
señala que abarca todas las áreas; de esta manera la pregunta es ¿cómo
sobreviven los jóvenes a tan intensa y devastadora sensación de pérdida? Si
bien son discutibles las pérdidas en el cuerpo (es homologable a lo planteado
respecto a los autores anteriores), y aun más con respecto a la familia y el
medio ambiente, desconcierta su planteo de pérdida de identificaciones, que no
aclara ni desarrolla. No es claro porque pareciera postular un lapso, entre
abandonar ciertos lazos objetales y la nueva organización vincular el problema
del duelo por la pérdida del cuerpo infantil, diremos que para nosotros, no hay
tal pérdida, ni duelo, porque el cuerpo se desarrolla desde el cuerpo infantil
previo, con señales progresivas de cambio. Además desde lo físico las nuevas
capacidades, la potencia muscular, la maduración genital y consecuentemente
la capacidad reproductora, así como la voluptuosidad en el uso del cuerpo, y de
lo orgástico-genital, que progresivamente lo homologa al adulto, le dan esa
21
Aberastury, A y Knobel, M. ”Adolescencia y psicopatía. Duelo por el cuerpo, la identidad y los
padres infantiles”, en La Adolescencia Normal. Buenos Aires, Paidós, 2º edición, 1972, pág. 96.
22
Fernández Moujan, O. Abordaje teórico y clínico de la Adolescencia. Buenos Aires, Nueva
Visión, 1974.
13
prima de incentivación y de placer que promueve hacia lo progresivo y
compensa por lo que se deja.
La participación del cuerpo es tan notable y espectacular, que muchos
psicólogos han llegado a aceptar que la esencia de los afectos reside
únicamente en lo corporal. ¿Las palabras curan? Lo que no podemos dudar es
que las palabras, son el vehículo de sentimientos o emociones, que de acuerdo
a quien las profiera, el momento en que lo haga y la situación; su influencia
tendrá la dimensión de afectar al otro.
Verificamos así, a partir de tomar el silencio como organizador, la
diferencia entre el proceso puberal normal y aquel otro enmarcado en lo
anómalo.
Diferentes preguntas han surgido frente a la atención de pacientes
adolescentes y las fuimos incluyendo en los capítulos precedentes, y son las
que nos guiaron en el escrito. ¿Existe una especificidad de patologías, por el
hecho de producirse en la adolescencia? ¿Qué es lo que decide la gravedad o
no de la misma?
Si la primer respuesta resulta positiva ¿eso determinaría una clínica
particular?
Plantearemos en principio que la adolescencia temprana, a nuestro
entender, importa en cuanto entrañan cuestiones sustantivas vinculadas a la
reestructuración en la posición subjetiva, y a la organización de dichas
posiciones con relación al sexo, al trabajo, al vínculo social -el otro en tanto
semejante- como con las figuras parentales, o equivalentes. Lo que pudo
procesarse como normativización en la época de latencia, con el movimiento
puberal, sufre una suerte de subversión. Se pone en juego la cuestión del ser,
aunque no importa qué, sino ser alguna cosa. Esta situación está
estrechamente ligada a la vacilación fantasmática que se genera.
Donald Winnicott23 pone el énfasis en la necesidad de los adolescentes
de sentirse existentes, induciéndolos a realizar ciertas cosas que son
demasiado reales desde el punto de vista de la sociedad.
El punto insoslayable, cualquiera sea la perspectiva que tomemos, es
que el adolescente hace una apelación al Ideal del yo, en un intento de
sostenerse y también de sostener a ese ideal que se le ha fragilizado. De lo
que puede desprenderse que la/s respuesta/s que encuentre en su apelación
facilitarán o dificultarán vías de resolución diferentes, cuyas consecuencias
también serán disímiles en cuanto a la gravedad de sus padecimientos.
Ubicaríamos, de este modo, la cuestión de la patología no en la
manifestación -no tan solo- que puede producir el adolescente, sino en la
relación entre esa producción y la respuesta alcanzada.
En este sentido no debiéramos confundir estas patologías con los
problemas conflictivos más leves u otros que se observan en adolescentes
normales, en los cuales los sucesos originarios quedaron sepultados,
elaborados por procesos secundarios eficaces. El sosiego de estos
adolescentes, de sus fantasmas, sus conductas y hasta sus crisis, no refleja la
violencia de las experiencias y las representaciones de aquellos mencionados
anteriormente.
Por otra parte, lo que nos parece esencial, es tener presente que la
angustia, como tal, no deja de presentificar al ideal, aunque aparezca como
23
Winnicott, D. Deprivación y delincuencia. Buenos Aires, Paidós, 1990.
14
amenaza que pone en juego la cuestión del deseo, y habla de una posición
subjetiva. Por lo tanto, implica que el despliegue del síntoma o de diferentes
conductas, no nacen sino de un terreno abonado en la historia singular y
familiar que lo antecede.
Hemos venido sosteniendo, a partir de distintos autores, que la
problemática de la adolescencia no atañe sólo al joven, sino que involucra
también a toda la familia, particularmente a los padres, quienes tienen que
realizar durante el proceso acomodaciones conductuales, duelos, y
modificaciones intrapsíquicas, como también pensar las expresiones
patológicas en su doble faz, la de poner en juego lo fallido y el intento de
resolución buscado. Esta es otra diferencia a ser tomada en cuenta, al
confrontarse con la idea de gravedad.
Modelo de guía: “cada vez que se despega el sujeto de su existencia,
por imperceptible que esto sea, el momento en que el sujeto queda suspendido
entre un tiempo en que no sabe dónde está, hacia un tiempo en el que va a ser
algo que nunca más podrá reencontrarse. La angustia es eso”24.
La pubertad misma contiene algo de ese avasallamiento arrasador, en
tanto la sexualidad actúa como traumática. Cierta fragmentación de la imagen
corporal no deja de producirse.
La gravedad se aprecia en que no haya otro capaz de soportar lo
insoportable, que funcione como sostén o respaldo, y que el adolescente
reaccione a la violencia con violencia. Es de destacar que la tendencia a pasar
a la acción, es una constante para medir lo patológico, y relevante para poder
diagnosticar al adolescente, en ese sentido si lo abordarnos desde el eje del
silencio y su significación.
CONCLUSIONES
15
faz, la de poner en juego lo fallido y el intento de resolución buscado (diferencia
a ser tomada en cuenta, al confrontarse con la idea de gravedad).
Desde el punto de vista psicoterapéutico hay variables que nos asisten
en la tarea:
− En qué medida el adolescente se halla implicado en su decir, y
cuanto de él hay en juego en la consulta.
− Establecer un vínculo transferencial, en términos de pedir ayuda,
aunque esta no se manifiesta sino en el estar, permanecer.
− Consistencia tiene su relación con las normas (respeto por la palabra
dada).
− Tolerancia tiene frente a la angustia y/o el dolor, y su significación
(como las manifiesta).
− Grado de implicación en su padecimiento con la problemática de
quienes depende, es decir aquellos que deben funcionar como
continente.
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