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tomar ni de mantener el poder”. David hizo que su vida dependiera de la voluntad de
Dios y no del poder que tenía como rey. ¿Cuántas veces nosotros amamos la
voluntad de Dios en la medida que nos permite ocupar lugares de privilegio?
Amar la voluntad de Dios no es otra cosa que anularnos a nosotros mismos para que
el perfecto plan de Dios se lleve a cabo en la tierra a través de nosotros. Hoy más que
nunca tenemos la necesidad de vivir de acuerdo a la oración de Jesús: “hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo”.
Roguemos al Señor para que las prioridades celestiales sean también nuestras
prioridades y preocupaciones diarias. “Me agrada, Dios mío, hacer tu voluntad; tu ley
la llevo dentro de mí”. Salmo 40:8. Dios cuida incesantemente de aquellas personas
que desean hacer Su voluntad, aun cuando para el mundo parezcan las más
ingenuas e inocentes de todas.
3. Diligencia.
David fue un hombre diligente. Siempre hizo más de lo que se le pidió. Se esforzó por
cumplir con excelencia los mandatos de Dios y las demandas de su rey, a quién honró
con su sujeción. En una ocasión, Saúl le pidió a David que consiguiera cien prepucios
de los filisteos para que se convirtiera en su yerno. David aceptó, y aunque aún no se
había cumplido el plazo, David fue con sus soldados y mató a doscientos filisteos,
cuyos prepucios entregó al rey (1 Samuel 18:25).
Este mundo procura vivir fiel a “la ley del más mínimo esfuerzo”. Esta ley consiste en
ganar todo sin entregar nada. Esto es un grave error. Nada puede conseguirse tan
fácil por muy espiritual que parezca. Es deshonesto de nuestra parte, tratar de gozar
de la cobertura de Dios, cuando no somos diligentes y responsables con los
compromisos y privilegios que hemos recibido. La diligencia ha hecho de los menos
calificados, los más capaces.
Conclusión
Consideren una pregunta final: ¿Realmente amas la voluntad de Dios por encima de
tus propios gustos e intereses? Tu éxito será proporcional a la pasión de tu alma por
hacer lo que Dios quiere.