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Ministro de los hermanos de Francia, con todos sus Hermanos, que son míos,
el Hermano Elías, pecador,
le desea Salud.
Y dicho esto,
os anuncio una gran alegría (Lc 2,10),
un milagro del todo nuevo (et miraculi novitatem).
No se ha oído jamás (Jn 9, 32) (que haya existido) tal signo,
a excepción del Hijo de Dios (Ap 7,2), que es Cristo el Señor (Lc 2,11).
Pues tiempo antes de la muerte
nuestro hermano y padre apareció crucificado,
llevando en su cuerpo cinco llagas
que son los verdaderos estigmas de Cristo (Ga 6,17).
Pues sus manos y sus pies tuvieron como las puntas de los clavos,
clavados por ambas partes,
permaneceindo las cicatrices
y mostrando la negrura de los clavos.
Su costado apareció herido
y con frecuencia manó sangre (et saepe sanguinem evaporavit).
Mientras vivía aún su espíritu en el cuerpo,
no había en él apariencia,
sino su rostro era despreciable (Is 53,2.3)
y ningún miembro en él quedó sin una excesiva pasión.
Los miembros estaban rígidos por la contracción de los nervios,
como suelen ser de un hombre muerto,
pero después de su muerte,
su aspecto es bellísimo (1Sam 16,12),
resplandeciente con un admirable candor,
que alegra a los que lo ven.
Y los miembros que antes eran rígidos,
se han hecho muy blandos,
y de pueden volver a un lado y otro según la posición
como los de un niño delicado.
Por tanto, hermanos, bendecid al Dios del cielo
y confesadle ante todos,
porque ha realizado con nosotros su misericordia (Tb 12,6),
y guardad memoria (Sb 2,4) de nuestro padre y hermano Francisco
para alabanza y gloria
de quien lo ha engrandecido entre los hombres
y lo ha glorificado ante los ángeles (Flp 1,11).
Orad por él, como ante nos lo pidió,
y oradle a él para que Dios nos haga partícipes, con él, de su santa gracia. Amén.
El día 4 de octubre, domingo,
en la primera hora de la noche precedente
nuestro padre y hermano Francisco ha emigrado a Cristo.
Así, pues, vosotros, carísimos hermanos,
a quienes lleguen las presentes letras,
siguiendo las huellas (Gn 33,14) del pueblo de Israel,
al llorar a Moisés y Aarón, sus ínclitos jefes,
demos rienda suelta a las lágrimas,
al vernos privados del consuelo de tan gran padre.
Y aunque es obra piadosa gozarse con Francisco,
también es obra piadosa llorar a Francisco.
En verdad que es obra piadosa gozarse con Francisco,
porque él no murió (non obiit),
sino que se fue (sed abiit) a los negocios celestiales,
llevando consigo el saco de dinero,
para regresar al plenilunio (Pro 7,19.20)
Es obra piadosa llorar a Francisco,
porque el que entraba y salía como Aarón (1Re 18,16),
y llevando para nosotros de su tesoro cosas nuevas y antiguas (Mt 13,52)
y consolándonos en cada una de nuestras tribulaciones (1Co 1,4),
ha sido tomado de en medio de nosotros (Hb 11,5),
y ahora somos huérfanos sin padre (Lm 5,3).
Mas, como está escrito:
“A ti se encomienda el pobre, tú socorres al huérfano” (Sal 9/10, 35),
todos, hermanos carísimos, orad con insistencia (Tb 8,6),
para que, si la pequeña vasija de barro se ha quebrado
en el valle de los hijos (Is 10,33; Jr 19,1.2) de Adán,
el supremo alfarero se digne conceder (restaurar, reponer) otra digna de honor,
que esté puesta sobre la multitud de nuestra gente
y como verdadero Macabeo nos preceda al ir a la guerra (1 Mac 2,66).
Y puesto que no es cosa superflua orar por los muertos (2 Mac 12,44),
orad al Señor (Is 37,15; 38,2) por su alma.
Cada sacerdote diga tres Misas,
y cada clérigo el Salterio,
los laicos, 5 padrenuestros (corregir: al parecer, 150, como los 150 salmos)
los clérigos celebren solemnemente una vigilia en común. Amén.