Este documento analiza la integración de inmigrantes en la sociedad y escuelas argentinas a lo largo de la historia. Inicialmente, Argentina se veía como un "crisol de razas" donde los inmigrantes se asimilarían, pero en realidad enfrentaron exclusión y sufrimiento. La escuela se usó para intentar homogeneizar a los estudiantes e imponer el monolingüismo. Hoy, los inmigrantes enfrentan dificultades para acceder a servicios y educación. Aunque la escuela promueve la diversidad, en la pr
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EL “CRISOL DE RAZAS” HECHO TRIZAS: CIUDADANÍA, EXCLUSIÓN
Y SUFRIMIENTO
Este documento analiza la integración de inmigrantes en la sociedad y escuelas argentinas a lo largo de la historia. Inicialmente, Argentina se veía como un "crisol de razas" donde los inmigrantes se asimilarían, pero en realidad enfrentaron exclusión y sufrimiento. La escuela se usó para intentar homogeneizar a los estudiantes e imponer el monolingüismo. Hoy, los inmigrantes enfrentan dificultades para acceder a servicios y educación. Aunque la escuela promueve la diversidad, en la pr
Este documento analiza la integración de inmigrantes en la sociedad y escuelas argentinas a lo largo de la historia. Inicialmente, Argentina se veía como un "crisol de razas" donde los inmigrantes se asimilarían, pero en realidad enfrentaron exclusión y sufrimiento. La escuela se usó para intentar homogeneizar a los estudiantes e imponer el monolingüismo. Hoy, los inmigrantes enfrentan dificultades para acceder a servicios y educación. Aunque la escuela promueve la diversidad, en la pr
EL “CRISOL DE RAZAS” HECHO TRIZAS: CIUDADANÍA, EXCLUSIÓN
Y SUFRIMIENTO.
Un día cualquiera, en un canal cualquiera.
La Coordinadora de un programa televisivo, invitó a un panel multitudinario a hombres y mujeres de distintas edades y nacionalidades: peruanos, chilenos, paraguayos, bolivianos y argentinos. La discusión permanentemente se escapaba de control. Los nuevos migrantes son visualizados como una carga, vinculados con el delito, considerados responsables de la falta de trabajo. Para aquellos que llegaron en busca de trabajo, las distintas formas de abuso y la estigmatización de la que son objeto, son una dura experiencia.
La cuestión de los migrantes, un analizador de una problemática más amplia.
Ser extranjero en un país que se preciaba de haber dado una generosa acogida a las oleadas migratorias de la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, era una condición honrosa pero plagada de contradicciones. En el sentido común de la sociedad argentina, se introduce la idea de una “cultura de la tolerancia”. Esta disposición había posibilitado la creencia en la amalgama que se produciría en el crisol de razas, en otros términos, la asimilación o integración de una masa de personas nacidas en otras latitudes que debían suplir las falencias de los nativos. De la escuela se esperaba que genere unidad donde había conflictos o diferencias; el contenido de la educación fue incluyendo un énfasis cada vez más sostenido en el papel político que le competía para la transformación del habitante nativo en un ciudadano. Alberdi apostó al poder que ejercería la expansión de la industria, los ferrocarriles y una inmigración masiva, a la que imaginaba aportando la cultura letrada y la civilización en su máximo desarrollo que se imaginaba radicada en el Viejo Mundo. Pero la inmigración que llegó a la Argentina no satisfizo estas expectativas. Entonces, se puso la mirada en la educación, que debía transformar a los europeos, analfabetos y campesinos, tanto como a los criollos. Reunidos en una única escuela, debían alcanzar la “homogeneidad” o “conciencia nacional”, que aparecía como sinónimo mismo de gobernabilidad de un país moderno. Las estrategias cuyo objetivo final era asimilar a los inmigrantes fueron cambiando. En una etapa inicial, correspondiente a la generación del ’80, predominó la línea que preconizaba la enseñanza obligatoria, gratuita y laica, apoyada en la generalización de la alfabetización y el desarrollo del normalismo. En una segunda etapa, correspondiente al período de las presidencias de Yrigoyen, el énfasis pasó a la recuperación de la tradición hispana, en donde se esperaba encontrar un horizonte común que aglutinara tanto a los descendientes de la población previa a las oleadas inmigratorias como a los hijos de inmigrantes. Características que resumen este período: -el discurso de la educación como formadora de ciudadanos. -Argentina como país generoso, receptor de inmigrantes. Prácticas que se volvieron habituales: imposición escolar del monolingüismo, que desechaba el ingreso de palabras italianas (por ejemplo) designándolas peyorativamente como cocoliche. Se desalentaba la conservación de los idiomas de los padres extranjeros. Hoy, los extranjeros son otros: bolivianos, peruanos, paraguayos y chilenos, coreanos, chinos, rusos, ucranianos. Una estratificación naturalizada coloca, una vez más, a los europeos y blancos en la cúspide de la escala evolutiva, a los hiperexotizados orientales en el medio, y debajo, a los latinoamericanos. La intencionalidad de lograr una integración del tipo crisol de razas, no corresponde a las condiciones actuales. Para Eric Wolf resulta difícil o imposible a las diferentes culturas vivir juntos en una ciudad, región o nación-Estado. A esto se le agrega la naturalización de distintos procesos de exclusión, los cuales constituyen una de las experiencias más cotidianas de los inmigrantes: imposibilidad de obtener alimentos o medicamentes gratuitos, imposibilidad de acceder a trabajos estables o remunerados en igualdad de condiciones con los nativos. En el plano educativo, si a la condición de inmigrantes suman la ilegalidad, también se encuentran con nuevos impedimentos. Los institutos de enseñanza media o superior, sólo pueden admitir como alumnos a aquellos extranjeros que acrediten su calidad de residentes permanentes o residentes temporarios debidamente habilitados a tales efectos. Además, deben contar con DNI. Lo que sucede con los migrantes anticipa o permite entrever modos en que se justifica la exclusión de otros conjuntos sociales, ya no por ser inmigrantes sino por su pobreza, su falta de educación, la obsolescencia etárea, etc. Los migrantes internos, movilizados al son de cierre de industrias regionales, en el contexto de ajuste y desocupación neoliberal, los indígenas desplazados de sus lugares de origen, o los habitantes del segundo anillo del conurbano, o los vecinos del “cordón sur”, protagonizan situaciones similares con quien pretenden “establecer diferencias” respecto de ellos. Cuando hablamos de expoliación urbana, nos referimos a la sumatoria de extorsiones que se produce a través de la inexistencia o precariedad de servicios de consumo colectivo que, junto con el acceso a la tierra y la vivienda, se presentan como socialmente necesarios para la reproducción de los trabajadores y que agudiza aún más la dilapidación que caracteriza la explotación del trabajo o la falta de éste. El alumnado procedente de villas, casas tomadas o migrantes internos o externos, contribuye a estigmatizar los establecimientos escolares, acentuando el carácter indeseable de éstos. En función de valoraciones construidas socialmente en las que se conjugan aspectos diversos: ubicación geográfica, características socio-económicas de la población escolar, calidad de aprendizajes que se ofrecen, el estado de los edificios, provisión de computadoras, características del personal docente, niveles de conflictividad de los niños y del barrio mismo, se va constituyendo un ranking de escuelas. También los padres de sectores populares ponderan las eventuales consecuencias de mandar a sus hijos a las escuelas más desacreditadas, y las familias que pueden, desarrollan estrategias de evitación. Los distintos establecimientos se van definiendo por la mayor cercanía o alejamiento respecto de las “escuelas para villeros” que funcionan como un verdadero polo de estigma, ubicándose en el otro extremo las escuelas que logran asumir características atribuibles a la oferta privada. La escuela argentina sigue proponiendo la aceptación en sus aulas de los hijos de “todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino” y el mandato referido a la integración, a la igualdad, tiene fuerte vigencia discursiva. Esto es, por un lado, absolutamente positivo. Sobre esta base, las escuelas pueden ser un ámbito en que se puede luchar contra el embate de políticas neoliberales que profundizan las desigualdades y diferencias. Pero, simultáneamente, el mandato referido a la integración e igualdad, se erige encubriendo, bloqueando, el acceso a la realidad escolar, y se altera convirtiéndose en el de eso no se habla. Es imposible negar que, en la cotidianeidad de patios y aulas, se producen maniobras disuasoras destinas a evitar que diferentes estigmatizados asistan a determinados establecimientos. A este accionar de los adultos, se suman situaciones como cargadas insidiosas entre los chicos, los hostigamientos que convierten para algunos la vida de todos los días en un suplicio. Un clima contradictorio suele enmarcar estos hechos: se habla del respeto a la diversidad, pero a la hora de encontrar explicaciones, se pone énfasis en la existencia de diferencias culturales entre los niños de distintos sectores sociales, asignándoles a las mismas una serie de atributos naturalizados, casi inmodificables. La presencial multicultural en las escuelas de ninguna manera puede pensarse como un conflicto entre culturas. En todo caso, es parte de un sordo enfrentamiento entre clases sociales, entre aquellos que se apropian de las riquezas producidas socialmente y los que pugnan por sobrevivir en el contexto de mayor nivel de desigualdad conocido históricamente. Como destaca Rockwell, “los diferentes grupos en juego se definen por medio de las diferencias culturales; esto resulta fácil cuando se trata de minorías étnicas, pero aun cuando no existen diferencias lingüísticas o nacionales marcadas, se buscan subculturas de clase o regionales, o se propone una general cultura de la pobreza. El mecanismo de producción es la socialización familiar; la determinación de la actuación de los sujetos es interna, cultural o, en algunos casos, es explicable como adaptación a la cultura contraria. La escuela, como institución funcional de la cultura, representa fielmente sus valores y pautas, y las impone o requiere de los educandos de culturas diferentes. La confrontación entre educandos y escuela se concibe como un conflicto entre culturas abstractas, entre las cuales difícilmente hay comunicación, mucho menos transmisión.
Se analiza la interrelación entre la escuela y el educando.
Permanentemente se alude a las diferencias como diferencias culturales. Esto sucede porque hay usos de las diferencias culturales, étnicas y sociales. Cuando hablamos de usos, hablamos de desenlaces no necesariamente previsibles de comportamientos relacionales: establecer las diferencias existentes entre sujetos pertenecientes a colectivos diversos no implica que, a partir de esta diferencia, se generen relaciones de desigualdad entre los mismos, aplicables luego, por ejemplo, al sometimiento laboral o político. Cuando hablamos de usos, hablamos también de manipulación. Manipulación de marcas étnicas, manipulación que generalmente se asocia a fenómenos de estigmatización de los otros, desde lugares de ejercicio de poder. En los usos de la diversidad sociocultural en su variante estigmatizante se incluyen las formas silenciosas, globales y permanentes de discriminación, en sus manifestaciones más “naturalizadas”. Éstas cuentan, muchas veces, con el asentimiento de los mismos discriminados. Muchas de estas cuestiones encuentran sus antecedentes en la historia argentina en los últimos 100 años, pero la coyuntura actual, marca diferencias importantes entre aquellos usos de la diversidad sociocultural y las manifestaciones actuales: la hegemonía neoliberal, la crisis del modelo de acumulación, la desocupación y la precarización del empleo generan la politización de la condición étnica, que es usada y manipulada en la acción política, así como la etnización de la mano de obra. Sin embargo, aunque anclan en los profundos cambios económico-políticos de las últimas décadas, los usos de la diversidad sociocultural implementados para justificar las situaciones de fragilización y exclusión que genera el neoliberalismo, esquivan la formulación económica directa. Los usos de la diversidad sociocultural permiten atribuir estas situaciones a capacidades (o a la falta de las mismas), o a las características étnicas o culturales (se siente rechazo por un coreano por sus características hiperexotizadas, sin objetivar el lugar que ocupa esta colectividad en algunos rubros económicos). Pero también se da el descubrimiento, por parte de grupos reconocidos por marcas étnicas y simultáneamente subalternizados, de la posibilidad de incluir en sus estrategias justamente el diferenciarse por lo étnico. Surgen así, otros usos de la diversidad sociocultural: las manipulaciones subordinadas – tendientes a efectivizar derechos (a la vivienda, a la tierra) que funcionan más a nivel de la supervivencia material y grupal que de las ventajas relativas entre grupos. En esta categoría incluimos las luchas y reivindicaciones de los grupos indios o campesinos, intentando recuperar derechos sobre la tierra de la que fueron despojados en la conquista, etc.
Prácticas y representaciones en torno de la diversidad y la desigualdad sociocultural.
Los usos de la diversidad sociocultural articulan prácticas y representaciones acerca de otros, a quienes eventualmente no se conoce más que por referencia. Representaciones y prácticas son, en términos cotidianos, un clásico de los análisis antropológicos y sociológicos actuales. En términos de Menéndez y Di Pardo, estos conceptos tienen una honorable y discontinua historia dentro del campo de las ciencias sociales y antropológicas… estos conceptos han sido manejados básicamente en términos socioculturales y referidos a conjuntos sociales. En nuestro caso, nos referimos a las visiones estereotipadas, estigmatizantes o ponderativas de los otros que circulan en multiplicidad de ámbitos públicos o privados, entre ellos las escuelas. Concepto de representación social: propuesto por Durkheim, quien se refería a las categorías de pensamiento a través de las cuales determinada sociedad elabora y expresa su realidad. Para la autora, es posible apreciar el hecho de que las representaciones sociales acerca de los “diferentes” son producciones que se forjan de manera contradictoria, vinculadas con prácticas complejas. Las representaciones no son una mera reproducción de una realidad, sino que están, a su vez, dándole entidad. Cuando alguien tiene una representación de un “bolita”, produce un “bolita”, que, a su vez, debe responder a esa imagen a la manera de una profecía autorrealizada. No sólo representan, sino que producen lo que esperan. Estas representaciones se centran en aspectos étnicos que se entrelazan con otros atributos tales como categorías residenciales: villeros, habitantes de casas tomadas, ocupaciones como contratistas y mano de obra esclava y otras. Cuando se trata de minorías que forman parte de nuestra sociedad, encontramos representaciones denigratorias y/o ambivalentes que son producciones casi nunca conscientes de los conjuntos sociales. A la par de estas representaciones, surgen formas complementarias: mientras que hay sectores que son arrojados a un polo negativo, otros son colocados o se colocan en lugares privilegiados. Estas representaciones funcionan, dentro del ámbito escolar y fuera del mismo, como polos de relaciones que obedecen a maniobras de acercamiento y apartamiento. El relativo nivel de autonomía del campo escolar – con su tradición homogeneizadora – lo convierte en un ámbito en el que las influencias coyunturales de signo egocéntrico y xenófobo son retraducidas, en algunos casos, o neutralizadas, en otros, por el encuadre tradicional e institucionalizado de la escuela. Estas retraducciones se expresan en la centralidad de las consideraciones acerca de capacidades de aprendizaje (coreanos brillantes, bolivianos lentos) y en prácticas muy incorporadas al saber técnico de los maestros. A la lentitud de algunos estudiantes, a su dispersión, se la tipifica asociándola a características culturales, nacionales, propias de sus lugares de origen, y, a partir de este diagnóstico, se instrumentan prácticas pedagógicas propias de ese saber trasmitido y en el que se amalgaman conocimientos científicos con estas ultrageneralizaciones. En ocasiones, la asociación irreflexiva y peyorativa que asocia a algunos grupos de inmigrantes latinoamericanos con el robo, el tráfico de drogas o la suciedad entra a las escuelas en materiales didácticos producidos desde la órbita gubernamental y destinados a la población infantil. El proceso de producción de representaciones sucede en los múltiples ámbitos cotidianos de interrelación obligada. Uno de esos lugares es la situación escolar. En ella confluyen los actores visibles, maestros y alumnos, personal jerárquico y subordinados, también los padres. En las interacciones surgen algunas manifestaciones de diferenciación y exclusión. Por ejemplo, el “olor diferente” o el ritmo: “más lento que”. Siguiendo a Castoriadis, la producción de un valor relacionado con el olor o el ritmo es un producto imaginario. Por imaginario se entiende que se ha incorporado a una realidad indiferente un valor de aceptación/rechazo que no es inherente a ella. Esta adjudicación produce un efecto de aceptación/rechazo que sostiene la marca discriminatoria y que actúa con eficacia formidable. Ejemplo, el olor a ajo. En un contexto, estigmatiza. En otro, es valorado (comida italiana valorada). *Producción social de la singularidad del sufrimiento. Tres conceptos distintos. 1. Acto de recepción o soporte, que puede incluir algún consentimiento. 2. Dolor, en tanto sensación penosa, corporal o anímica. 3. Acción de extrañar, en tanto convierte a un conocido en alguien que dejó de serlo. En la discriminación y estos usos de la diversidad sociocultural se altera con violencia moral el cuerpo del otro. Se produce un valor que produce dolor por extrañamiento, que por reiterado e inevitable se convierte en sufrimiento, que es preciso soportar porque no se tienen recursos para desprenderse de esa situación, llegando no pocas veces a aceptarlo como propio y adecuado. Así, entre iguales, la diferencia es la marca de un “otro” a quien se le desconoce en calidad de semejante. Pero esta marca es producción social activa, ya que el que es rechazado lo es por la producción imaginaria del acto de extrañamiento y no por las cualidades singulares de ese sujeto. Se produce una doble alienación: 1. El que es pasivo es extrañado, desconocido a partir de alguna marca imaginaria. 2. La alienación del activo, quienes no perciben el lugar desde donde procede el efecto imaginario de distinción estigmatizante. El sufrimiento no solo involucra a los que son objeto de discriminación, sino también a los intermediarios, que en momentos no reflexivos, llevan a cabo la actividad que discrimina o excluye. Ser partícipes activos de estas situaciones incluye movimientos múltiples de signo contrario: discriminar/ no discriminar/ comentar con colegas la gravedad de determinados episodios /esforzarse por trabajar “haciendo como si” no hubiera peleas entre chicos, intervenir en las peleas, etc. Como señala Deolidia Martínez, el maestro tiene que resolver, de alguna manera, los problemas causados por la desarticulación del trabajo y la pedagogía con el contenido de las materias que enseña y las condiciones y medio ambiente de la escuela. Todo esto le genera una fatiga especial, que lo convierte en un ser defensivo, bloqueado, improductivo e insatisfecho.
En síntesis, lo que la autora trató de cuestionar es la fascinación de la evidencia directa: la
falta de estimulación, de atención o los ritmos distintos aparecen como productos de la diversidad cultural y justifican el mucho o poco aprovechamiento de la enseñanza impartida. Los ritmos de aprendizaje se justifican por la procedencia nacional o étnica. Los olores permiten fundamentar el rechazo o la aceptación del otro. Que haya bolivianos a los que se les llama “bolitas” y paraguayos a quienes se les dice “paraguas”, mientras que a otros se los llama por su nombre, no depende del color, ni del fenotipo, menos de su nacionalidad, sino de los lugares de prestigio o desprestigio social en que se mueven. Lo que está a la vista en un aula es la consecuencia de políticas económicas y educativas no explícitas, que expanden la fragilización de los lazos familiares, acentúan la profundidad de la segmentación educativa, aumentan las diferencias socioeconómicas entre sectores hegemónicos y subalternos y naturalizan las situaciones planteadas, devolviendo la responsabilidad de las mismas a las víctimas. La vida social se caracteriza por la dificultad inherente a percibir ciertas situaciones en su globalidad. La pobreza condiciona principalmente el acceso a la educación. Esta misma condición se vincula con las causas de la emigración de los conjuntos sociales que nos acupan, que los priva de los valores propios, de las pequeñas “posiciones” que se reconocían en los lugares de origen, o del parentesco, o las habilidades locales. Esto sucede tanto en las migraciones nacionales como internas.