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[…] una poeta en la que culminó una tradición y con la que se cerró herméticamente y para
siempre, un mundo.
César Aira
Pizarnik coqueteó amargamente con la vida hasta el final de sus días y fue seducida por la
estudia Filosofía y Letras y más tarde pintura con Juan Batlle Planas. Su primer libro, La
tierra más ajena (1955), ya indica un sentimiento de desánimo y soledad que la acompañará
en toda su producción literaria, así como la influencia que sobre ella ejerce Rimbaud. Oscila
la atmósfera poética en Argentina. Por otra parte, aunque se trata de una producción juvenil,
tarde: el fanatismo por la noche como vida y la luz como negación de la misma, la salvación
a través de la palabra y la dialéctica de opuestos nos propone una lectura más valiosa y nos
Cuando escribe estos textos, junto a Las aventuras perdidas (1958) —que fácilmente podrían
formar una trilogía por su temática— es la época en la que se relaciona con revistas
como Susana Thénon, Eduardo Romano u Horacio Salas y a los del grupo Sur como a José
difícil inscripción literaria, Pizarnik no comparte con el grupo sesentista los referentes que
les caracterizan (la ciudad, las calles, la realidad circundante…) ni la pasión por la política.
la que se reafirma, de ahí la alusión en sus poemas a escritoras precedentes, como Storni,
Agustini y Mistral. Alejandra rompe con esa raigambre en la que la poesía femenina era mero
sentimentalismo, ternura y suavidad poética. Su voz se libera y dice lo que a otras voces
femeninas anteriores les estaba vedado, como la crueldad y la violencia: «Escribe hasta que
En 1965 regresa a Buenos Aires y aparece Los trabajos y las noches, conjunto de poemas
culmina con la enajenación de sus últimos años: «Los que llegan no me encuentran, / los que
espero no existen».
acentúa una intensa depresión. En este último ya hay imágenes de principio de locura y la
idea inmanente del suicidio. Cuando aparece La condesa sangrienta (1971), su obra más
escritora francesa Valentine Penrose, relata la tortura y asesinato de 650 muchachas a manos
de Bathory, personaje histórico húngaro del siglo xvi. Pizarnik logra, con absoluta maestría,
describir la poética realidad el sufrimiento y el sentimiento demoníaco de este extravagante
personaje.
Obsesionada por el lenguaje, Alejandra Pizarnik logra una poesía sin estridencias en textos
las palabras y elabora los términos como un orfebre, aunque al final de su vida la coherencia
y de Gastón Bachelard. Éste le indica el camino del ensueño y el entusiasmo por las
sinestesias, claves del universo poético de Pizarnik que marcarán su estilística: «Por eso cada
palabra dice lo que dice y además más y otra cosa», dirá. Blanchot la conduce especialmente
oposiciones, la poeta se apodera de ellos: «Aun si digo sol y luna y estrella me refiero a cosas
que me suceden». Pero es la muerte, como pesadilla constante, la que aparece como un acto
subversivo ―trasciende a su suicidio real― que invade una poesía inserta en un clima
fatal de «niña extraviada» identificada con el desamparo, donde la sumisión entre los poemas
más ajena con los versos de Rimbaud: «¡Ah! El infinito egoísmo de la adolescencia, el
optimismo estudioso: ¡Cuán lleno de flores estaba el mundo ese verano! Los aires y las
formas muriendo…» precediendo los poemas, estos parecían anunciar una decidida
ocultación de la personalidad, a través del lenguaje. A medida que pasa el tiempo y los «aires
y las formas muriendo…», esta decisión se hará más compleja y tortuosa. Poco antes de morir
escribía: «¿Tendré tiempo para hacerme una máscara cuando emerja de la sombra?».
escritura es, en un principio, lugar de acción para el conjuro (poetisa y sacerdotisa disponen
el orden de las palabras para que éstas cobren vida en la repetición); luego, espacio elegido
y necesita conseguir que el lenguaje, mediante los tonos y matices que salen de sus múltiples
voces, enfoque sus obsesiones temáticas y libere los espacios constreñidos por el dolor y la
pasión. Así consigue que las palabras funcionen como estrategias para imaginar que se está
viviendo en libertad y para desarrollar ese sentimiento de poder que da en exclusiva el acto
de creación literaria.
Así se van restableciendo los espacios de las sombras y así se crean poderosos emblemas y
símbolos («voy por el bosque en busca del jardín», «el jardín es verde en el cerebro»). Así
van creándose ricas y bellas imágenes, así van apoderándose de sus múltiples voces,
ocupando sus variadas máscaras y constituyendo el imaginario poético que hoy, pasados los
años, vemos más lleno de vitalidad que de sombras, más de lucidez y expresividad que de
Alguien dijo, creo que fue Mark Twain, que la esperanza siempre será buena para el desayuno
pero mala para la cena. Con lo que el filósofo viejo quizás nos quería decir que, en el
desbande de espejismos, siempre nos queda un mal sabor. De ese desbande de ilusiones es
Sin duda alguna, el rabelesiano tiempo es el padre de la verdad. Quiero acá decir, como al
desgaire, que la relación que he tenido como lector con la poetisa argentina ha estado en la
doble pulsión amor-odio, acompañada de un deseo de buscar su verdad poética bajo la piel
de su lenguaje.
A la muerte de Alejandra, ocurrida en 1972, los lectores de su poesía éramos un puñado, una
secta embriagada por el claroscuro de su palabra. Ese mismo año publicábamos en Medellín
la revista Clave de sol, pero leíamos la clave de su nocturnidad, sus imágenes poderosas,
encantadas, que daban sin duda paso a ese jardín donde, al decir de Cortázar, la Pizarnik tenía
La hora, lo pienso ahora, no la daba la liebre de marzo. Testimonio de mi vieja pasión, que a
veces vuelve a asaltarme, fue un poema en prosa a esta poseída entre las lilas, donde
recordaba a aquellos pianistas del oeste que siguen tocando el instrumento mientras,
Pizarnik, suscitada en un lector invadido por sus sombras: la de quien aspira a seguir tocando
pasar el umbral de sus libros, particularmente con su hiriente y lúcido (adjetivos que pueden
ser un pleonasmo) El infierno musical, vino un poco de rutina, pequeños desencantos, fisuras
en su imagen.
Su por la literatura yo perdí mi vida, tan tomado del menos literario de los poetas, Rimbaud,
romántico que otras veces se desdobla y enfatiza en la suerte de narcisismo del lenguaje.
Su hablo de mí, naturalmente, que ya en libros como sus Textos de sombra y últimos
poemas tienen algo irrespirable, y no hablo del aire presagiante y espléndido de El infierno
musical, sino de una asfixia de imágenes cuyo proyecto parece ser el de deslumbrar.
El sello de la cara de esta moneda tiene que ver más que con la poesía de Alejandra Pizarnik
y con sus seguidores-lectores, con sus seguidores-poetas. Lo que fue apertura a un mundo
Colombia, hicieron coto de caza en su imaginería, claro, claro, con resultados caricaturescos,
epigonales, desde la seducción que ejerce el malditismo de una auténtica creadora, como
Pizarnik.
Muchas veces los seguidores de la argentina, se quedan con lo menos atractivo de su poética,
con el tic, con un sentimiento de exilio prestado, de enajenación de un mundo que hacen cada
A mi modo de entender, la poesía de Alejandra Pizarnik en sus más altos momentos, logra
una seducción desde el espanto, lo que conllevaría también a una lectura cargada de amor-
odio, de encanto-desencanto, de magnífica tensión. Su poesía es un sacudimiento interior que
a la vez nos sacude. Quién, que lea esta imagen virulenta y poderosa, de Los poseídos entre
lilas, no sentirá una suerte de escalofrío, de espanto: «si viera un perro muerto me moriría de
orfandad pensando en las caricias que recibió. Los perros son como la muerte: quieren
huesos».
De esa estirpe son las imágenes de Pizarnik. No es la surrealidad por la surrealidad, y sin
embargo la carga de inconsciente es lo que nos conmueve. Ya Aragón había dicho que un
gran poeta puede ejecutar un gran poema aun con la escritura automática, pero que un idiota
que haga automatismo no dejará de ser un idiota que hace automatismo, o algo parecido. La
surrealidad que precede a la poesía de Pizarnik es de otro orden, y quizás venga de antes del
surrealismo.
Hay que recordar que uno de sus libros de cabecera, era El alma romántica y el sueño, ese
santuario de Albert Beguin donde casi todos los aspectos nocturnos de la vida, y por supuesto
Beguin cita un testimonio de Steffens que dice que: «el genio existe en los momentos en que
de la existencia dejan caer sus velos y se revelan en el estado de vigilia. La inspiración une
conciencia. Esto parece muy natural a cierta visión interior, aunque siga siendo
Esta premisa del espíritu romántico, sin duda resulta cierta en su racionalidad. Lo que
incomoda podría ser la normatividad, el recetario. Ya Kafka decía cómo pueden llegar unos
leopardos a un templo, en un hecho milagroso, y cómo si esto se puede prever, puede pasar
a formar parte de un rito. Con los poemas de la Pizarnik podría pasar algo similar: los
leopardos, la magia y el hechizo de sus imágenes (Debajo de mi vestido ardía un campo con
flores alegres como los niños de la medianoche) podrían esperarse, convocarse, y por último
Todo esto, que no es otra cosa que un boceto sobre la Pizarnik, sólo quiere manifestar dudas
más que certezas, algo muy de la estirpe de su poética. La única duda que quizás no tengo,
radica en que Alejandra Pizarnik, más allá de los avatares señalados, el signo de su estar
(que) crea el corazón de la noche, los buceos por sí misma, deja un legado altamente
No se explica su poesía como no se explican los sueños. Su lirismo sensorial nos recuerda
que cae la música en la música, como su voz en las voces. De todo esto, de lo que nos informa
sombras, de ocultos llamados que rondan la memoria, da cuenta el libro publicado bajo el
sello de Hölderlin, libro que nos recuerda que todo volumen de verdadera poesía no es otra