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Columna de opinión.

Los Periodistas: entre la naturaleza humana y la


necesidad de perfección.

Por: Angie Nataly Ruiz Hurtado - Laura Camila Blanco Osorio

Muchos dirían que los textos periodísticos escritos con los


estilos de la narrativa, no son nada complejos. Es sólo que el
periodista escriba una segunda versión de su texto. Esta vez,
no respondiendo sólo a la técnica de la pirámide invertida y a
las preguntas básicas para informar en una noticia, sino
entrando un poco más en los detalles. No hay mayor complejidad
en eso, dirían muchas personas, es cuestión de ser más
profundo y dejar a un lado, la exactitud.

Lo cierto es que la narrativa periodística es de lo más


complejo a lo que se puede enfrentar un reportero. Es
encontrar su propia voz, encontrar un estilo de descripción,
un estilo para hablar de un hecho completamente real, pero
caracterizado como si fuese el hecho más fantástico y
extraordinario de todos. Quienes no dicen que es una labor
sencillísima, dicen que los periodistas se inventan los
sucesos para sentirse novelistas, para llegar a un público al
que en otras condiciones no llegarían, para mover fibras que,
con historias del común, no moverían ni en un millón de años.

Pero una vez más se equivocan. No hay nada más real que los
hechos descritos en los textos narrativos y no hay una
investigación más profunda y compleja, que la que hacen los
periodistas que escriben bajo esta técnica. Estos, al estilo
de los grandes como Tom Wolfe o Truman Capote, deben tener no
5, sino 6 y más sentidos. La escucha y la visión más
desarrollada que cualquier otro, para captar hasta el más
mínimo detalle del entorno, del personaje, de los objetos que
utilizan sus entrevistados. No se le puede escapar ni el más
mínimo color, olor, sabor o textura, pues el escrito se
construye con ello.

Nadie sabe lo que esconden en realidad unas buenas líneas.


Nadie sabe cuántas semanas o cuántos meses de investigación
requiere cada palabra escrita en esos renglones. El problema,
y no podemos ignorarlo, si hay problemas en la realización de
estos escritos, es que en su proceso investigativo, el
periodista debe pasar una cantidad de tiempo considerable
junto con sus fuentes, llegando hasta el punto de fanatizarla
o demonizarla, como lo menciona el periodista argentino Pablo
Uncos. Dice que el error más común es creer que la fuente es
un Dios y que su historia es una maravilla andante reservada
para que seamos nosotros quienes la contemos, o pensar, por el
contrario, que es un demonio, una criatura terrible capaz de
cosas aún peores. Ese primer posicionamiento que le da el
periodista a la fuente, es el error más grande que puede
cometer un reportero. No somos nadie para juzgarlos o para
ponerlos en el cielo o en el infierno social. Somos sólo el
instrumento para presentar su historia. Cada quien decidirá su
pensamiento sobre dichos personajes.

Sin embargo, como lo dice el periodista Felipe Azula, toda


historia tiene su grado de subjetividad, nada es completamente
objetivo. Empecemos porque cada historia, como lo menciona el
también periodista Álvaro Velandia, es la historia de una vida
y no hay nada más subjetivo que la misma. Las historias,
siempre están comprometidas con un personaje, con una realidad
moldeada por nosotros mismos en calidad del ser más subjetivo
y relativo posible. Cada relato, muestra un humano, en su
instinto, en sus pulsiones, en sus deseos y en sus
realizaciones como hombre. Es un relato de nuestra propia
historia, que como mencionamos antes, jamás será objetiva.

El truco, según Azula, está en buscar varias visiones del


mismo hecho. Bien nos han dicho desde el inicio de la carrera,
que nunca nos casemos con una fuente, que estas no son
nuestras amistades, sino los vehículos de la información.
Acercarnos hasta tal punto de crear vínculos afectivos, nos
lleva a perder la capacidad de análisis sobre su testimonio.
Lo damos por cierto, sin una mínima inferencia. Sin dudar de
que nos estén usando para contar sólo lo que desean contar,
manipulando el suceso y su realidad.

Le ocurrió a Michael Finkel, reportero del diario más


importante del mundo "The New York Times", ¿Por qué no habría
de ocurrirnos a nosotros? Finkel perdió la cordura con su
personaje, lo idealizó y lo creyó incapaz de los crímenes de
los que lo acusaban y perdió su credibilidad. Nadie podría
confiar en un periodista que piensa que uno de los peores
asesinos del momento, es inocente, o así lo dice Paula Niño,
estudiante de periodismo y espectadora de la película. A eso
nos vemos expuestos, a perder, no sólo nuestra esencia de
periodistas al dejarnos caer en la manipulación de la fuente,
sino nuestra credibilidad, y ¿Qué es un periodista sin su
credibilidad? Pues nada, absolutamente nada...

Para Tatiana Mora, es completamente normal que esto pase, pues


es la naturaleza. Los escritores y los periodistas, son seres
completamente terrenales, no son sujetos extraordinarios que
jamás sentirán empatía o rechazo por un personaje. Al
contrario, la sienten aún más que cualquier otra, pues las
historias que cuentan son muchas veces de dolores, de
asesinatos, violaciones. Nada necesita más empatía que los
temas relacionados con las desgracias de la raza humana.

El punto está en que el periodista debe ir un paso más allá


que sus fuentes y considerarlas como una confirmación a los
hechos, más no como la realidad misma. No existe ni existirá
una historia objetiva jamás y menos en un proceso de
construcción, donde tienes que tomar desde tu propia
perspectiva, todos los detalles que enriquezcan el relato. El
solo hecho de decidir cómo se escribe una historia, trae
consigo una subjetividad completamente marcada, pero no
permitamos que el grado de subjetividad sea mayor, cuando
creemos que la fuente es un amigo o creemos que esta, es un
dios o un demonio.

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