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A lo largo de la historia la adivinación se ha

centrado en templos o sitios geográficos, pero


tal vez, para el consultante se trata más de una
forma de escucha atenta que de un sitio
preciso en el espacio.
El poeta latino Lucrecio dijo alguna vez: “Todo lugar que tiene eco es un templo”. En la
mayoría de las culturas hubo templos, lo que quiere decir que había un culto, una deidad o
varias, y que esas deidades no sólo tenían una voz sino que además tenían cosas que
decirnos. El mensaje, el oráculo, guarda siempre un carácter adivinatorio. Lo que nos es
dicho a través de esta consulta es algo que no hubiésemos podido saber sin tener acceso a
esa vía, la vía mística, la de las artes adivinatorias extendidas con diversos ritos y recursos
por todo el mundo.

Por
eso los templos están situados donde es recibido el oráculo. De los ejemplos más
reconocidos destaca el oráculo de Delfos, santuario del dios Apolo, donde el mensaje era
canalizado por la Pitia, que entraba en éxtasis y producía un mensaje cifrado, destinado
únicamente al alma del consultante: un mensaje secreto, sí, pero no para la razón sino para
esa parte de nosotros íntimamente ligada a aquello que supera nuestras previsiones: el
destino, o como lo llamaron los modernos, la incertidumbre; los oráculos egipcios, como
los ubicados en Heliópolis y Abidos, también fueron importantes destinos oraculares de la
Antigüedad, que contaban con la particularidad de que la consulta se hacía por escrito y se
respondía de la misma forma. ¿Quién escribía estas respuestas? Enigma.

Un enigma, nos recuerda Pascal Quignard, es algo que se da a entender sin decirlo. Un
oráculo bien puede ser una serie de imágenes que es difícil o imposible articular
discursivamente, como los sueños; aunque, por lo general, como en el caso de la iniciación
a los misterios eleusinos “no era posible divulgar el misterio, porque no había nada que
divulgar” (Giorgio Agamben). El conocimiento allí recibido era un conocimiento no
discursivo, con lo cual la iniciación, o la sabiduría, resultaba una búsqueda un tanto
infructuosa e intransferible, sólo experimentable. En otras palabras, el consultante recibía
una imagen, una experiencia percibida a través de los sentidos; es decir, el enigma se da a
entender mediante imágenes. Enigma=imagen.

Por supuesto hoy en día la gente no consulta el óráculo, pero acude a consultar el tarot o las
runas, leen el horóscopo en alguna revista o acuden a terapia psicológica para obtener
esa imagen donde se cifra el enigma que somos cada uno para nosotros mismos. Aunque las
formas de acceder al misterio se modifiquen, lo que se conserva de las prácticas oraculares,
tal vez inconscientemente, es la posibilidad de enunciar un oráculo y de
mantener misteriosa la relación que guardamos con el misterio. El carácter profético que
tiene el mensaje oracular bien pudo quedar restringido a la poesía, al acto de escucha atenta
de las palabras de un poema. La manera en que el lenguaje opera en la poesía es muy
similar a como era entregado el oráculo. El poeta Fernando Pessoa dijo que el misterio es
que haya un misterio.
El óráculo es algo que se cree, no se sabe. En este sentido, el óráculo es un espacio último
de la palabra, un último recurso, y el Templo es la construcción arquitectónica sagrada por
excelencia, donde esa voz se protege. El óráculo es lo más cercano a la Palabra; es una
información que no está en las Escrituras, o que puede estar si el método interpretativo es la
cábala, por ejemplo, que es un modo de lectura exhaustiva, una especie de filología
metafísica. El oráculo es algo así como una reserva de la cual podemos echar mano cuando
suspendemos, momentáneamente, nuestro contrato racional con la realidad. Es devolverle a
la irracionalidad un lugar en nuestras vidas que la modernidad y los avances tecnológicos
han erosionado.

En la película Matrix aparece una pitonisa. Es una mujer, siempre en una cocina y a
menudo fumando. Es un oráculo moderno, y en la película se dice que es un “error de la
Matrix”. La mujer lo sabe todo, pero la manera en que sabe todo sólo puede ser dicha para
quien necesita saber algo en concreto. Es decir, no lo sabe, sino que contiene esa
información, que sólo cobra sentido en aquel que pregunta. De tal modo podemos pensar
que todo oráculo es intransferible, y el eco del que hablaba Lucrecio puede ser simplemente
el fondo de una oreja que se ahueca para escuchar atentamente las palabras de un oráculo, o
de un poema, que parecen dirigidas únicamente a nosotros.

Imágenes:

1. Consulting the Oracle, John William Waterhouse

2. The Oracle of Delphi Entranced, Heinrich Leutemann

3. Temple dedicated to Isis in Philae. House of oracles

El poeta latino Lucrecio dijo alguna vez: “Todo lugar que tiene eco es un templo”. En la
mayoría de las culturas hubo templos, lo que quiere decir que había un culto, una deidad o
varias, y que esas deidades no sólo tenían una voz sino que además tenían cosas que
decirnos. El mensaje, el oráculo, guarda siempre un carácter adivinatorio. Lo que nos es
dicho a través de esta consulta es algo que no hubiésemos podido saber sin tener acceso a
esa vía, la vía mística, la de las artes adivinatorias extendidas con diversos ritos y recursos
por todo el mundo.

Por
eso los templos están situados donde es recibido el oráculo. De los ejemplos más
reconocidos destaca el oráculo de Delfos, santuario del dios Apolo, donde el mensaje era
canalizado por la Pitia, que entraba en éxtasis y producía un mensaje cifrado, destinado
únicamente al alma del consultante: un mensaje secreto, sí, pero no para la razón sino para
esa parte de nosotros íntimamente ligada a aquello que supera nuestras previsiones: el
destino, o como lo llamaron los modernos, la incertidumbre; los oráculos egipcios, como
los ubicados en Heliópolis y Abidos, también fueron importantes destinos oraculares de la
Antigüedad, que contaban con la particularidad de que la consulta se hacía por escrito y se
respondía de la misma forma. ¿Quién escribía estas respuestas? Enigma.

Un enigma, nos recuerda Pascal Quignard, es algo que se da a entender sin decirlo. Un
oráculo bien puede ser una serie de imágenes que es difícil o imposible articular
discursivamente, como los sueños; aunque, por lo general, como en el caso de la iniciación
a los misterios eleusinos “no era posible divulgar el misterio, porque no había nada que
divulgar” (Giorgio Agamben). El conocimiento allí recibido era un conocimiento no
discursivo, con lo cual la iniciación, o la sabiduría, resultaba una búsqueda un tanto
infructuosa e intransferible, sólo experimentable. En otras palabras, el consultante recibía
una imagen, una experiencia percibida a través de los sentidos; es decir, el enigma se da a
entender mediante imágenes. Enigma=imagen.

Por supuesto hoy en día la gente no consulta el óráculo, pero acude a consultar el tarot o las
runas, leen el horóscopo en alguna revista o acuden a terapia psicológica para obtener
esa imagen donde se cifra el enigma que somos cada uno para nosotros mismos. Aunque las
formas de acceder al misterio se modifiquen, lo que se conserva de las prácticas oraculares,
tal vez inconscientemente, es la posibilidad de enunciar un oráculo y de
mantener misteriosa la relación que guardamos con el misterio. El carácter profético que
tiene el mensaje oracular bien pudo quedar restringido a la poesía, al acto de escucha atenta
de las palabras de un poema. La manera en que el lenguaje opera en la poesía es muy
similar a como era entregado el oráculo. El poeta Fernando Pessoa dijo que el misterio es
que haya un misterio.
El óráculo es algo que se cree, no se sabe. En este sentido, el óráculo es un espacio último
de la palabra, un último recurso, y el Templo es la construcción arquitectónica sagrada por
excelencia, donde esa voz se protege. El óráculo es lo más cercano a la Palabra; es una
información que no está en las Escrituras, o que puede estar si el método interpretativo es la
cábala, por ejemplo, que es un modo de lectura exhaustiva, una especie de filología
metafísica. El oráculo es algo así como una reserva de la cual podemos echar mano cuando
suspendemos, momentáneamente, nuestro contrato racional con la realidad. Es devolverle a
la irracionalidad un lugar en nuestras vidas que la modernidad y los avances tecnológicos
han erosionado.

En la película Matrix aparece una pitonisa. Es una mujer, siempre en una cocina y a
menudo fumando. Es un oráculo moderno, y en la película se dice que es un “error de la
Matrix”. La mujer lo sabe todo, pero la manera en que sabe todo sólo puede ser dicha para
quien necesita saber algo en concreto. Es decir, no lo sabe, sino que contiene esa
información, que sólo cobra sentido en aquel que pregunta. De tal modo podemos pensar
que todo oráculo es intransferible, y el eco del que hablaba Lucrecio puede ser simplemente
el fondo de una oreja que se ahueca para escuchar atentamente las palabras de un oráculo, o
de un poema, que parecen dirigidas únicamente a nosotros.

Imágenes:

1. Consulting the Oracle, John William Waterhouse

2. The Oracle of Delphi Entranced, Heinrich Leutemann

3. Temple dedicated to Isis in Philae. House of oracles

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