Professional Documents
Culture Documents
CAPÍTULO V
EL APOGEO DE LA POLIFONÍA VOCAL EN LA ÉPOCA DEL ENCUENTRO ENTRE LOS
DOS MUNDOS
Desde mediados del siglo XV empieza a señalarse un gran lindero histórico que separa a la Edad
Media de los tiempos modernos. La diferencia esencial entre estas dos épocas la percibimos hoy
con claridad: en la primera, los pueblos europeos tenían una concepción teocéntrica de la vida, que
ponía a Dios como centro y razón de ser de la existencia toda; en los tiempos modernos se
evoluciona hacia una concepción antropocéntrica en que la idea del hombre y no la de Dios, venía a
constituir, sin perjuicio de la fe religiosa, el eje de la cultura. A la preocupación e interés por lo
religioso y sobrenatural siguió la preocupación por lo terreno.
Este cambio se explica porque en el transcurso de unas cuantas generaciones se habían producido
los más sorprendentes descubrimientos geográficos y astronómicos. Se descubrió América, así
como la totalidad del África, que antes se conocía sólo hasta la línea ecuatorial. Se postuló (a través
de los trabajos de Nicolás Copernico y Galileo Galilei) que la tierra no era el centro fijo del
universo sino un planeta que se movía alrededor del Sol. Semejantes descubrimientos provocaron
una inmensa admiración ante las capacidades de la inteligencia humana. Se conoce como
humanismo a esta afirmación de lo humano y natural, que no niega necesariamente lo sobrenatural,
pero que lo diferencia. En los tiempos modernos pueden distinguirse varias etapas propias del arte
europeo que se reflejan en Iberoamérica, sobre todo mientras fue un conjunto de dominios de
España y Portugal. Esas etapas son: el Renacimiento , el Barroco y el Neoclasicismo , hasta la
independencia de aquellas colonias y el surgimiento de las nuevas repúblicas americanas, a
principios del siglo XIX.
La Chanson Française
Al empezar el siglo XVI y como fruto de los poderosos intercambios culturales de Francia con Italia
y los Países Bajos, se distingue la Chanson Française de tipo polifónico, con una melodía muy
definida, de carácter marcadamente cantabile y expresión realista, nacida del encuentro entre las
vertientes cultas y la canción popular. En muchas de las chansons las palabras aparecen como
declamadas en un estilo silábico; por lo general las secciones musicales se repiten cambiando los
textos. Entre los antecesores destaca Pierre la Rue (1460-1518) con canciones de interesante
libertad rítmica como es el caso de Pourquoy non (a 4). Pero quien da inicio a la floración de la
canción renacentista en Francia y es su más importante exponente es Clement Jannequin (1485-
1558) Entre las composiciones de Jannequin destacan Le Chant des Oysseaux, La Guerre (La
Batalla de Marignan), o Les Cris de Paris, todas ellas obras “programáticas” en las que el
compositor recurre a onomatopeyas de gran virtuosismo vocal para imitar los sonidos de la
naturaleza, el fragor del combate o el tráfago popular de los comerciantes en los mercados. La gran
exigencia vocal de las canciones descriptivas de este original compositor las convierte en un hito
muy importante hacia la música para voces solistas que se plasmaría a fines del Renacimiento.
Fueron seguidores de Jannequin, Claude Sermisy (1490-1562), Claude Goudimel (1500-1572) y
Claude La Jeune (1528-1602), todos ellos conocidos como “los tres claudinos”; asimismo
Guillaume de Costeley (1531-1606) que da un buen ejemplo del estilo imperante de la época con su
Il n’est pas plus glorieux. Destaca también Antoine Bertrand que compuso canciones sobre el libro
de amores de Pierre de Ronsard; una buena muestra del talento de este compositor lo hallamos en su
Le couer loyal qui n’a l’occasion. Jacob Arcadelt (1514-1562), de origen flamenco, compuso un
Ave María para coro a cappella que es famosa, correspondiente más al estilo madrigalista italiano,
aunque compuso también chansons como Margot laboure le vignes.
Las intenciones descriptivas alejaron a Jannequin y a sus seguidores de modelos estrictos, sin
embargo en las canciones de estos compositores coexisten la perfección formal y el refinado trabajo
contrapuntístico con una rica fantasía descriptiva.
Orlando Di Lasso
Como contemporáneo de Palestrina y Victoria hay que citar una figura de relieve continental: el
flamenco Orlandus Lassus (1532-1594). Este compositor sumamente importante -uno de los más
grandes del Renacimiento- tuvo una vida muy activa en diversos países de Europa; bebió de las
fuentes del Renacimiento italiano y en Italia aparece como Orlando di Lasso; se nutrió también de
la cultura de Francia -donde fue conocido como Roland Lattre- y de la austera inspiración alemana.
Su música llega a España donde probablemente sea el “Laso” de algunas colecciones de madrigales.
Naturalmente era un profundo conocedor de la tradición técnica de Flandes, pero su cosmopolitismo
lo llevó, en cerca de dos mil obras -no sólo religiosas sino de todos los géneros-, a lograr la
integración de muchos elementos y estilos en una gran síntesis de la más alta jerarquía estética.
Compuso madrigales italianos como Il grave del’eta y Mattona mia Cara, el segundo de una belleza
melódica singular; chansons como Le Rossignol; lieder como Annelein y motetes clásicos como
Adoramus te Christe, Lauda Sion Salvatorem, Oculus non vidit, Resonet in laudibus, o Sancta
María, llegando en casos a la más espéndida factura, a la misma altura de Palestrina y Victoria,
como es el casso del motete Christus Resurgens. Entre sus obras de mayor aliento destacan su
Requiem, De Lamentatione Jeremiae Prophetae y las Lagrime di San Pietro (su canto del cisne), un
atípico ciclo de madrigales religiosos que se cierra con un motete.
Un seguidor temprano fue Marco Ingegneri (1545-1592), autor de varios responsorios en una época
atribuidos a Palestrina; uno de éstos, el titulado Ecce quomodo moritur, (a 4 voces) es muy
representativo. Jacob Handl (1550-1591) conocido también como “Gallus”, cuyo arte podemos
apreciar en el motete In nomine Jesu a 4, es otro seguidor inmediato. Luca Marenzio, uno de los
máximos exponentes del arte madrigalista italiano, no escapó a la influencia palestriniana; su
motete Innocentes pro Christo (a 4) da cuenta de ello.
El madrigal se acerca también a lo teatral en un intento de restaurar su unión con la música ideal tan
caro a los hombres renacentistas. Tenemos como expresión de este madrigal dramático a la comedia
L’Anfiparnasso de Orazio Vecchi (1550-1605), de asunto bufo y realista, en que las voces dialogan
anunciando lo que sería después el teatro cantado, como también el Festino a la Sera di Giovedi
Grasso del compositor, organista y teórico boloñés Adriano Banchieri (ca. 1565-1634), que incluye
un Contrapunto Bestiale la Mente, con onomatopeyas de animales que recuerdan a Jannequin.
Con Claudio Monteverdi (a quien se tratará más adelante y de manera más extensa) el madrigal
llegará a su culminación, en la frontera entre el renacimiento y el barroco.