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desempeñado otra legación con idénticos fines en el Imperio.

Después de recorrer las principales ciudades de Alemania, como Constanza, Augsburgo,


Estrasburgo, Espira, Maguncia, Tréveris, Colonia, hizo su entrada en Erfurt con la misma pompa
que en otras partes.
Nunca había visto el joven Martín una procesión tan majestuosa como la que contempló aquel
día. Miles de personas salieron al encuentro del cardenal legado, el cual, acompañado por los
magistrados de la ciudad, por el rector, por los doctores y maestros de artes, por los bachilleres y
por los estudiantes universitarios —entre los cuales figuraba indudablemente Lutero— y por
centenares de clérigos y frailes de todos los hábitos, entró por las puertas de la ciudad y se dirigió
a la «catedral» o colegiata de Santa María, cuya enorme campana la Gloriosa, de más de dos
metros y medio de altura y 275 quintales de peso, atronaba los aires con el resonar de sus
bronces.
El pomposo desfile, en el que ondeaban los policromos estandartes de todas las cofradías, se
concluyó en la escalinata que da acceso al templo, donde se cantó un solemne Te Deum. En la
nave central se alzó una cruz bermeja, y junto a ella un arca, en la que echarían cierta cantidad de
dinero cuantos deseasen ganar la indulgencia del jubileo, previa la confesión de sus pecados, la
comunión y la visita de determinadas iglesias. Los pobres podían ganar la indulgencia con sólo
confesar, comulgar y rezar ante la cruz bermeja algunas oraciones por el bien de la cristiandad.
El 8 de noviembre emitió Peraudi desde Erfurt una instrucción ordenando que durante todo el
Adviento hasta Navidad se predicase el jubileo, no sólo en las grandes poblaciones, sino también
en aquellas aldeas en que pudieran reunirse 500 comulgantes, y señalando las condiciones para
ganar la indulgencia. Púlpitos y confesonarios de todos los templos estaban ocupados diariamente
por sacerdotes, especialmente frailes, al servicio de los devotos y penitentes. En la iglesia de los
agustinos y en la misma catedral se distinguía el doctísimo Fr. Juan Geusser de Paltz, que
acompañaba al cardenal como predicador de la cruzada, y de quien algunas veces se ha afirmado
erróneamente que en 1506-1507 fue maestro de Fr. Martín Lutero. Paltz hizo imprimir en Erfurt
aquel año de 1502 su libro Coelifodina, que contiene material predicable sobre la pasión de
Cristo, los malos pensamientos, la muerte y los sacramentos, con un apéndice De utilitate iubilei
y otro De indulgentiis.
Nuestro estudiante de artes o filosofía no dejaría de hacer su confesión; y de participar en la
comunión general con devota voluntad de ganar la indulgencia plenaria. Si las predicaciones eran
diarias, las penitencias públicas, incluso las flagelaciones colectivas, no eran raras. Y el fruto
espiritual de gran parte del pueblo no puede ponerse en duda, aunque la devoción de muchos no
fuese bastante ilustrada.
En aquel ambiente de cruzada se hablaría de los ejércitos que habían de conquistar a
Constantinopla y llegar hasta Jerusalén, evocando las antiguas gestas y tradiciones alemanas,
especialmente las del caballeresco emperador Federico I Barbarroja, que con su muerte gloriosa
en la tercera cruzada (1190) excitó vivamente la imaginación popular. Uno de los cantares que
los niños copleaban por las calles profetizaba la liberación del sepulcro de nuestro Señor por un
emperador de nombre Federico, y Martín Lutero dirá casi veinte años más tarde que en su niñez
la oyó cantar muchas veces. Y acaso él mismo la cantó en aquel Adviento de 1502 cuando la idea
de cruzada contra el turco se asociaba a la de indulgencia y perdón de los pecados.

Fiesta de la matrícula y vida colegial


Desde antiguo, por lo menos desde el siglo xiii, existía en Erfurt un floreciente studium, que
hasta el siglo xiv no tuvo carácter general o universitario. Aunque en un Rotulus magistrorum de
1362-63 enviado por los alemanes a Urbano V de Avignon se menciona un rector del Studium

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