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Algunas Observaciones sobre la Flexibilidad en las Sociedades

Indígenas del Gran Chaco

Estas breves notas tienen su origen en una conversación con miembros del
Equipo Mennonita, durante su reunión de evaluación, los días 28 y 29 de mayo
pasado. A raíz de algunas reflexiones sobre las diferencias entre los pueblos
indígenas andinos y los pueblos indígenas del Gran Chaco, basadas en mi
propia experiencia con indígenas quechua en el Perú, por un lado, y con los
wichi del Chaco Salteño, por el otro, desarrollamos una conversación a la que
se podría caratular “La Resistencia de los Pueblos Chaqueños a las
Estructuras”. Las siguientes observaciones son un intento, a pedido del equipo
mennonita, a ordenar algunos de los puntos que tratamos en esa conversación,
para servir como ayuda memoria. Aunque se podría tildar de “antropológicas”
estas reflexiones, sería más honesto enfatizar cuán impresionistas son, y que
muchas veces responden a cosas que se palpan más que a fenómenos
claramente definidos.

No es ningún secreto que la manera de aproximarnos a un fenómeno


desconocido y describirlo, comúnmente procede por la comparación y contraste
con otros fenómenos ya conocidos. No cabe duda que mis experiencias previas
con indígenas, tanto de los llanos de los Estados Unidos, como con los quechua
del Perú, han influido en mi apreciación de los indígenas del Chaco. Sobre todo
me han llamado fuertemente la atención ciertos contrastes entre los quechua,
con quienes vivía durante casi dos años en las altas montañas de los Andes en
el Perú, y los wichi de nuestro Chaco argentino. Para poder resaltar mejor
estas diferencias nos ayudaría hacer un breve resumen de algunas de las
características de aquellos.

Tanto en su forma de pensar - sus conceptos sobre la vida, su cosmología,


su percepción de su organización social - como en su quehacer diario, los
quechua manifestaron un profundo sentido de orden, muchas veces expresado
en un simbolismo muy rico. El mundo y la sociedad siempre se concebían en
términos de opuestos complementarios, los que tenían también sus
referentes geográficos. Por ejemplo, vivía con la “gente de arriba” (de la puna),
quien se diferencia de la “gente de abajo” (de los valles). La gente de arriba
son pastores de llamas y alpacas, mientras que la gente de abajo son
principalmente agricultores. Aunque en muchas circunstancias estos dos grupos
se sentían opuestos y hasta enfrentados, al mismo tiempo se dependía el uno del
otro por sus respectivos productos. Esta misma división encuentra su
representación en las casas de los llameros: tienen una casita redonda donde
se “vive”, se cocina, se duerme, y dos casitas rectangulares en las que guardan
los productos del valle y de la puna respectivamente. Una de estas casas (con los
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productos de la puna) está identificada con el varón y la otra (con los productos
del valle) con la mujer. Aquí se vislumbre claramente una estructura conceptual y
práctica cuyas ramificaciones son casi interminables.

Vemos, por ejemplo, que diferentes ambientes son relacionados con los
diferentes sexos. Esta diferencia entre los sexos se extiende a diversas
dimensiones de la vida social. Los llameros tienen dos fiestas principales durante
el año. Una esta relacionada con la parición de los animales y el culto a todos los
seres que pueden influir en la reproducción del ganado y de la propia sociedad.
Las ceremonias duran 3 días y son conducidas por los varones, las ofrendas
siendo preparadas por el varón, y todo se hace mirando hacia el este, concebido
como la dirección de donde origina la luz y la vida. La otra fiesta se preside las
mujeres y esta relacionada con el culto a los espíritus de los muertos. En esta
fiesta son las mujeres que preparan comidas especiales para esos espíritus y les
dan de comer. Durante la misma, la orientación predominante de las ceremonias
es hacia el oeste, la dirección hacia la que viajan los espíritus de la muerte,
identificada con la noche y la oscuridad.

Podría seguir dando múltiples ejemplos de ese tipo de estructura


simbólica que penetra toda la vida y los conceptos de los llameros. En la casa, por
ejemplo, los hombres mayormente se sientan mirando hacia el este y las mujeres
se sientan mirando hacia el oeste. A la mañana, la mujer ofrece las primeras
hojas de coca al fuego, lugar asociado con los espíritus de los muertos, y
asimismo ofrece una primera porción de cada comida al fuego. Todo está
estructurado y las estructuras dan los parámetros para los respectivos roles, no
solamente de mujeres y hombres, sino de todos los miembros de la sociedad.
Sabemos que el Imperio Incaico incorporaba y aprovechaba esas estructuras
conceptuales como base y justificación para el ejercicio del poder. Se podría
decir que entre los pueblos andinos muchas de sus estructuras sociales y
conceptuales pretenden ordenar y equilibrar el ejercicio de poder de parte de
diferentes grupos e intereses. Roles y funciones determinados, con sus
respectivos privilegios y deberes, son una parte integral de las sociedades
andinas. Asimismo, regular el ejercicio del poder es un aspecto fundamental de
las estructuras sociales de esas sociedades.

Cuando llegué por primera vez al Chaco paraguayo para vivir y trabajar con
grupos indígenas de esta región, sentía una profunda tristeza por no encontrar
entre estos pueblos la misma riqueza de expresión simbólica como la que me
había acostumbrado a vivenciar entre los quechua. Me llamó aún más
fuertemente la atención ese contraste por el hecho de que aparentemente los
indígenas del Chaco, se habían sometido al mundo blanco mucho más
recientemente que los quechua del Perú. ¿Será que en tan corto tiempo se
han perdido tantas expresiones simbólicas y culturales? ¿Será que los pueblos
andinos son más resistentes en su propia cultura?

Durante los años de trabajo y convivencia con diferentes pueblos


indígenas del Chaco, pero muy especialmente entre los wichi, he aprendido a
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apreciar algunas de las profundas diferencias entre los pueblos andinos y los
pueblos del Chaco, una divergencia histórica que a veces ha hecho difícil que
los dos se comprendiesen. Mientras los pueblos andinos siguen afirmando
ciertas estructuras conceptuales para dar sentido a un mundo en proceso de
cambio, los pueblos chaqueños demuestran en muchos aspectos una asombrosa
flexibilidad, que igualmente les permite perdurar como pueblos diferenciados. Se
podría decir que son dos caminos opuestos para alcanzar el mismo fin. Esa
flexibilidad también es histórica y se ha manifestado una y otra vez en cierta
resistencia a ser confinados o reducidos a estructuras fijas.

Una de las expresiones de esta flexibilidad se ve en todo lo que tiene que


ver con la organización. Una organización, como nosotros la entendemos, con
sus reglas fijas, sus respectivas funciones y procedimientos, prácticamente no
existe entre los pueblos indígenas del Chaco. De acuerdo con nuestra manera
de pensar, podemos concebir a las funciones o cargos de una organización
como casillas que hacen falta llenar. Así, por ejemplo, una asociación tiene su
presidente, su secretario y su tesorero y la continuidad de esta organización
depende sencillamente de asegurar los mecanismos de llenar estos cargos. Es
la función que da continuidad, no las personas, que son intercambiables.

Para los wichi, esta manera de pensar carece de sentido. La “organización”


(¿n’oyakanchechä?) no es una abstracción, sino las personas concretas.
Nosotros, con tal que tengamos un modelo abstracto en la mente de la
organización, nos contentamos con imponer ese modelo sobre la realidad,
sometiendo las personas a las funciones y los reglamentos preestablecidos.
Para ellos mucho más importante que la función, o el reglamento, serían las
cualidades de la persona. No es la organización que confiere a determinada
persona ciertas responsabilidades según el cargo que ocupa, sino, al contrario,
son determinadas cualidades de una persona que hace posible cierta
organización. El “NIYAT", por ejemplo, entendido como un “líder” tradicional de
los wichi, por las cualidades que él demuestra forma un grupo social alrededor
suyo. Cuando esta persona muere, si no hay otra persona con similares
cualidades, el grupo deja de existir. No existen reglas en cuanto a la sucesión
de ciertos cargos. Es imposible afirmar que el hijo de un niyat sería el próximo
niyat, aunque es siempre posible si el hijo demuestra las cualidades que se
esperan de un niyat.

De este modo podemos afirmar que la organización es primordialmente


pragmático. Tiene que ver con personas concretas y situaciones concretas. No
busca moldear la realidad a un esquema preconcebida. Quizás sirve como
ilustración de este manera de ver las cosas, el término que se eligió en un taller
sobre leyes y organización para expresar el concepto español de "las leyes".
Eligieron la palabra lhachumyajay que literalmente significa "nuestra manera de
hacer las cosas"! El concepto de una ley abstracta que determina como hay que
portarse tiene poco sentido. Lo que se suele hacer, esto se constituye en
costumbre o "ley".
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Podemos aproximarnos al mismo tema desde otra óptica. Nuestra


lógica se tiende hacia un mecanicismo, es decir, consideramos que cada
parte o pieza de determinada organización, tiene su propia función, como
elemento individual con su propia identidad. Creo que los wichi se
diferencian bastante en este sentido de nuestra manera de pensar. Ellos, más
bien, ven todo tipo de organización como fundado, no en funciones o roles fijos,
sino en relaciones. En este sentido, es interesante observar que en el idioma
wichi normalmente no se puede decir simplemente niyat. Tiene que ser el niyat
de alguien o de algún grupo, lo que se expresa lingüísticamente con el sufijo que
expresa la relación de pertenencia qa (oqa niyat, laqa niyat, lhaqa niyat: mi “líder”,
su “líder”, nuestro “líder”, por ejemplo). No es la función que se prioriza, sino la
relación. No es difícil comprender que esta manera de concebir la organización
automáticamente introduce un elemento de flexibilidad, de susceptibilidad al
cambio de condiciones y circunstancias, del que carece una concepción
puramente funcionalista. Si no tiene “su” gente, el niyat deja de ser niyat. Este
proceso de formar nuevos grupos alrededor de una persona y de disolverse otros
grupos hemos visto ya varias veces en el Pilcomayo durante los últimos años,
manifestando una fluctuación constante en los grupos socio-políticos.

De la misma manera en que no existen reglas fijas en cuanto a la sucesión


de los “líderes”, tampoco existen reglas fijas con respecto a la conformación de
los grupos sociales. Los grupos funcionales tradicionales son relativamente
pequeños, siempre susceptibles a la fisión y fusión. Es un hecho bien conocido
que lo que hoy se llaman “comunidades”, mayormente son agrupaciones de
grupos más pequeños, que se han formado para motivos de autoprotección o
para acoger a ciertos beneficios, pero raras veces funcionan como una unidad
socio-política. Dentro de una misma “comunidad” es constante el movimiento
de familias y casas, reflejando así el proceso permanente de realineamiento de
familias en diferentes grupos funcionales.

En sociedades que tienen estructuras más permanentes es normal


encontrar ciertas reglas de reciprocidad, o entre ciertos grupos socio-políticos, o
entre determinados parientes. Entre los wichi, como entre otros pueblos
indígenas del Chaco, no existen reglas fijas de reciprocidad relacionadas
con determinados roles. Lo que sí existen son las cualidades de compartir, de
regalar, así como también de pedir. En la medida en que se practican estas
cualidades se hace sociedad, se establecen las relaciones. No es que la
relación impone cierto comportamiento, sino al revés, el comportamiento crea
la relación. Por ejemplo, para que cualquier persona goce de cierto respeto en la
sociedad wichi es imprescindible que “lehusek ihi”. Esta expresión tiene un
amplitud semántica dificil de captar en castellano. Pero entre sus sentidos más
comunes quiere decir una persona que es "generosa", "inteligente", y
"pacienzuda". Literalmente significa una persona que tiene "alma" o "espíritu" o
"fuerza vital". Es esta persona, que sabe compartir, dar a otros, hablar tranquilo y
con inteligencia, quien se establece como el centro de un complejo de relaciones,
quien agrupa a la gente, y a quien se acude la gente para consejos, ayuda, etc.
Pero ninguna persona puede considerar que merece cierto tratamiento de los
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demás por ocupar determinado cargo. No existen los privilegios y deberes


basados en una estructura preestablecida.

Quizás la manera de expresarme es un poco radical y debo reconocer


que, sí, existen ciertas expectativas entre personas relacionadas por determinados
vínculos. Así, por ejemplo, es normal esperar, entre los wichi, que un yerno que
vive con sus suegros contribuye una parte importante del producto de su
trabajo a sus suegros. En este sentido, existe un grupo funcional mínimo
compuesto de los padres con sus hijos e hijas no casados y las hijas casadas,
con sus esposos e hijos. Pero, en términos generales, sigue siendo verdad
afrimar que no existen privilegios y deberes basados en una estructura de
relaciones preestablecidas.

Esta ausencia, lejos de entenderla como una falta, debemos comprenderla


como correlato de valores positivos de respeto hacia la persona. Normalmente
nadie se siente en condiciones de obligar a nadie a hacer o pensar algo. La
pregunta ¿qué piensa la gente? no tiene mucho sentido para los wichi, puesto
que cada uno es dueño de su propio pensamiento y no se puede esperar que
alguien conteste para otro. Esto sería una simple falta de respeto. Hay que
preguntar fulano de tal qué piensa él para saber. Este respeto corresponde a lo
que, en la literatura antropológica, se ha llamado el principio de la "autonomía",
tanto del individuo como del grupo local en relación a otros grupos. Cada uno toma
sus propias decisiones y normalmente no se cuestiona lo que el otro puede decidir
o hacer. No existe una estructura de relaciones prescriptivas que regulan las
relaciones en términos de derechos y obligaciones.

Este hecho se puede ejemplificar en cuanto a los conceptos de la propiedad.


Uno es dueño de lo que uno hace o dice. El producto pertenece a su hacedor. En
contrario, los recursos naturales, que ningún humano ha hecho con su propia
fuerza, no pueden considerarse propiedad de nadie. Este principio permite un
acceso a los recursos naturales bastante igualitario, modificado solamente por la
costumbre de una familia o grupo de recolectar, cazar, o pescar en determinada
área. El uso de la tierra para actividades agrícolas es igualmente una cuestión de
costumbre. Limpiar y sembrar determinado lugar no confiere un derecho
permanente sobre el mismo, sino simplemente el usufructo mientras lo ocupe. La
costumbre, entonces, no se traduce en un derecho permante y exclusivo, ni sobre
áreas ni sobre lugares o recursos específicos.

En nuestra sociedad, como en muchas otras, es posible analizar las


relaciones sociales en términos de las relaciones de propiedad. La posición de la
persona, o la familia, dentro de la sociedad y sus relaciones con otros, son
condicionadas en gran medida por la propiedad que posee. Significa que algo
externo a la persona determina sus funciones y capacidades, lo que puede y lo
que no puede hacer. Este modo de pensar y organizarse es totalmente ajeno al
pueblo wichi. No es solamente que ellos evitan toda acumulación de bienes que
pueda traducirse en el poder de unos sobre otros, sino que no aceptan el uso de
atributos externos o ajenos a la persona (lo que es un derecho propietario) como
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mecanismo para regular las relaciones entre las personas. La redistribución de


bienes de consumo (sobre todo la comida) es, entonces, no solamente una virtud
personal, sino una exigencia en una sociedad gobernada por los principios de
igualdad y autonomía individual, en la que no pueden existir ni personas ni grupos
que ostentan ciertos privilegios o poderes en base a atributos externos.
Volviendo al ejemplo del niyat, se podría decir de la persona, a quien se
conferiría este "título", no que tiene autoridad porque es niyat, sino al revés, es
niyat porque manifiesta cierta autoridad. La definición de la persona por sus
atributos externos, por sus bienes materiales o posesiones, por sus cargos o sus
funciones, no tiene lugar en la sociedad wichi.
Se podría preguntar, entonces, ¿porqué a veces la gente se obsesiona con
un papelito que tiene de un político o alguna autoridad? Creo que este tipo de
obsesión es nada más que un reflejo de como ellos interpretan el funcionamiento
de nuestra sociedad. Cuantas veces me ha mostrado un papel cualquiera - hasta
un boleto de alguna compra - pensando que tenía un valor especial, que le
otorgaba algun derecho especial.

Comentario Final: En las observaciones que preceden, apenas hemos


comenzado a tocar algunos aspectos de las sociedades indígenas del Chaco, los
que nos conllevan a profundos cuestionamientos de orden filosófico. En un
sentido, todo esto tiene que ver con la manera en que valorizamos las cosas, con
qué criterios establecemos los valores de las cosas y de las personas. Los
ejemplos que hemos dado sugieren que entre los wichi, por lo menos, existe una
resistencia muy destacada de atribuir valor a una persona (o cualquier cosa) en
base a alguna estructura formal. Para ellos las estructuras formales carecen de
sentido y de vida. En el mejor de los casos son una ficción, y en el peor son
peligrosas. "El sábado se hizo para el hombre: no el hombre para el sábado"

Salta, 08/06/98

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