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Las raíces africanas en México: perspectivas desde la antropología física

Natalia Bernal Felipe


José Rodrigo Barquera Lozano

Introducción

Las múltiples raíces étnicas de las poblaciones mexicanas dieron origen a fenotipos
y genotipos diversos en el contexto histórico del periodo Novohispano, resultado del
mestizaje entre africanos, europeos, nativos americanos y asiáticos. Si bien la presencia y
participación de personas de origen africano y sus descendientes en diversos periodos
históricos en México está documentado mediante estudios exhaustivos que consideran el
análisis de fuentes documentales, es importante recalcar que la antropología física debe
encontrar un nicho en el análisis de las dinámicas y consecuencias de la incorporación del
componente africano al crisol poblacional de las poblaciones mexicanas y su importancia
histórica, evolutiva, biológica, demográfica y cultural.

En esta investigación se realiza una revisión de los principales trabajos que se han
hecho desde la perspectiva de la antropología física para abordar el tema de las poblaciones
africanas y descendientes, tanto en poblaciones antiguas como contemporáneas. Se resalta
la variedad de técnicas y metodologías para el estudio de la diversidad, tanto étnica como
biológica, de los grupos migrantes africanos. El texto integra cinco apartados: el primero
refiere a la evidencia, a partir de contextos arqueológicos y mediante el análisis
osteológico, de migrantes africanos en el contexto de los primeros años de la colonia; en el
segundo se revisa el caso del Hospital Real de San José de los Naturales, un edificio que
mantuvo funciones por al menos 300 años y en el cual se ha encontrado evidencia de
individuos que también presentan modificaciones dentales asociadas a grupos étnicos
originarios del continente africano. Posteriormente se analizan las características
demográficas, históricas, sociales y culturales de los procesos de mestizaje asociadas a la
relativa invisibilidad social de las raíces africanas en México. En el penúltimo apartado, se
discuten las consecuencias biológicas del mestizaje con grupos africanos y la evidencia que

1
permanece en nuestros genomas hasta nuestros días, a partir del análisis de marcadores
uniparentales y autosómicos. Finalmente, se presentan reflexiones en torno a los puntos en
donde la antropología física debería insertarse para enriquecer el conocimiento sobre las
poblaciones africanas y afrodescendientes en México, y discutir su papel en los distintos
contextos históricos, sociales, culturales e incluso a nivel de salud pública.

Aproximaciones desde la antropología física al estudio de poblaciones de origen


africano y afrodescendientes en México.

I. Los primeros migrantes.


El continente americano recibió a sus primeros inmigrantes africanos para uso como
sirvientes provenientes de los grupos negros de Sudán, berebere y moros1, traídos por sus
propietarios, los primeros conquistadores. Sin embargo, y por miedo a la propagación del
islam [Acuña, 2005], pronto se interrumpió su llegada. Los primeros esclavos importados
llegaron a México provenientes de Cuba y desembarcaron en las costas de Veracruz y
Campeche en compañía de conquistadores y colonizadores [Acuña, 2005: Aguirre, 1972].

En el año 2000 se recuperaron restos de 180 individuos asociados con una iglesia de
mediados del siglo XVI en un rescate arqueológico realizado por los arqueólogos Heber
Ojeda Mass y Vera Tiesler Blos en el parque principal de la ciudad de Campeche [Tiesler,
2002; 2003]. Derivada del contexto citado, se realizó una investigación de condiciones de
vida y salud en 150 entierros [Rodríguez, 2006] y se determinó que 17 eran de origen
africano y que fueron enterrados en la parte la parte más lejana del cementerio. En general,
presentan baja frecuencia y ligera presencia de hiperostosis porótica2; sin embargo, tienen
alta incidencia de periostitis3. Respecto a los padecimientos en dientes resalta que hay poca

1
Con este término se designa a un amplio grupo de poblaciones originarias del noroeste de África (Argelia,
Libia, Mauritania, Marruecos y Túnez).
2
La hiperostosis porótica se caracteriza por la apariencia esponjosa y porosa de la bóveda craneal resultado
del engrosamiento del diploe y el adelgazamiento de la lámina externa, comúnmente asociada a anemia
ferropénica [Stuart Macadam, 1992].
3
La periostitis se define como la inflamación del periósteo, la capa más externa de tejido conectivo que rodea
al hueso [Aufderheide y Rodríguez, 1998].

2
presencia de hipoplasias del esmalte4 y hay pérdida de varias piezas dentales a lo largo de la
vida, principalmente del maxilar. Investigaciones posteriores con análisis de carbono 14
(14C) en estos mismos esqueletos revelaron que su inhumación se realizó entre 1520 y 1620
[Cucina y Rodríguez, 2009; Cucina, 2013]. Tiesler [Tiesler, 2003] analizó cuatro de estos
esqueletos: dos individuos de sexo masculino y dos de sexo femenino, los cuales
presentaron modificaciones dentales. A partir del análisis de radiografías, de la morfología
dental y de microscopía electrónica, la autora sugiere que las huellas fueron resultado de la
técnica de golpeo o fractura, misma que fue utilizada frecuentemente en el Caribe durante
la colonia y que está vinculada con el centro y el oeste de África. Independientemente de
los resultados obtenidos en ambos contextos, ¿Cuál era el sentido de hacer las
modificaciones dentales? El equipo de trabajo de Handler [Handler et al., 1982] propone
que, al menos en el contexto de las plantaciones en el Caribe, dichas modificaciones se
vinculan con la ornamentación, con indicadores de estatus social y con ritos de iniciación o
aspectos religiosos.

Los restos de los cuatro individuos que presentaron limado dental y presuntamente
de filiación africana han sido estimados entre 20 y 30 años de edad al momento de la
muerte. Resalta el caso de un individuo de sexo masculino el cual presentó una atrición
(desgaste) semicircular entre los dientes, posiblemente vinculada con la práctica cotidiana
del uso de pipa; aún cuando en este contexto no fue localizado ninguno de estos artefactos,
se sabe por documentos escritos que fue una práctica frecuente entre africanos y sus
descendientes. Adicionalmente, en contextos de plantaciones en el Caribe es frecuente
encontrar pipas de barro utilizadas por los afrodescendientes. Sin embargo, dado que la
mutilación dental es una expresión cultural ampliamente distribuida, no se puede concluir
categóricamente que dichos restos humanos fueron de origen africano o fueron
descendientes nacidos en América. Posteriormente a los análisis químicos de isotopos de
estroncio5 en el esmalte dental y hueso en diversos individuos rescatados del contexto

4
La hipoplasia del esmalte es una condición dental caracterizada por la presencia de un esmalte duro pero
delgado y deficiente, causado por una formación de la matriz del esmalte defectuosa con deficiencia en
algunos de sus componentes, asociada a traumatismos, infecciones bacterianas y procesos de formación lenta
del esmalte posiblemente debidos a desnutrición o enfermedades [Ash y Nelson, 2003].
5
El análisis químico de isotopos de estroncio (87Sr/86Sr) permite distinguir geológicamente grandes
extensiones geográficas. Cuando la proporción es medida en el esmalte dental, permite adscribir la ubicación

3
mencionado se propuso que aquellos sujetos que presentaban modificaciones dentales
87
nacieron en la región sur-occidente de África debido a su elevado índice Sr/86Sr y
llegaron a Campeche con tales modificaciones y por lo tanto son inmigrantes de la primera
generación, mientras que en los esqueletos en los que la relación de estroncio fue baja se
planteó que se trata de descendientes de africanos pero no nacidos en este continente [Price
et al., 2012]. De acuerdo con los resultados de los estudios realizados y el registro
arqueológico de ubicación de los entierros, se observa que los individuos nacidos en África
fueron enterrados en la parte más lejana del atrio y sus descendientes fueron enterrados con
personas españolas e indígenas. Las fuentes escritas sugieren que tanto africanos como
afrodescendientes se dedicaron a actividades domésticas y portuarias en esta localidad
[Cucina et al., 2013].

II. El caso del Hospital Real de San José de los Naturales.

El análisis de restos óseos y dentales procedentes de contextos virreinales, resultado


en su mayoría de acciones fortuitas, han permitido identificar algunos rasgos biológicos
asociados que han permitido conocer algunas características culturales propias de
poblaciones de origen africano que vivieron en territorio mexicano durante el periodo
colonial. El primer caso documentado es el del Hospital Real de San José de los Naturales
de la Ciudad de México. Dicha institución fue un proyecto importante durante el virreinato
en la atención a la población indígena [Muriel, 1990; Zedillo, 1984], el cual estuvo en
funcionamiento de 1553 a 1822. En 1992, los restos arquitectónicos de sus instalaciones
fueron objeto de salvamento arqueológico para dar paso a la construcción de la línea 8 del
Sistema de Transporte Colectivo Metro de la Ciudad de México. Producto de este trabajo,
se recuperaron 473 entierros individuales y 336 cráneos, además de diversos osarios
[Cabrera y García, 1998]. Como elementos asociados se localizaron: lítica, vidrio,
porcelana china, cerámica vidriada, clavos, botones, crucifijo y cuentas de vidrio, todos
ellos como parte del ajuar funerario [Cabrera y García, 1998; Hernández y Negrete, 2012].

del individuo al nacer. En el caso de los huesos, el índice se refiere a la procedencia de los alimentos
consumidos en los años cercanos a la muerte.

4
Esta serie ha sido objeto de
diversos estudios desde el enfoque de la
antropología física; así, tenemos que del
Castillo [del Castillo, 2000] realiza el
primer estudio sobre las condiciones de
vida y salud, y detecta la presencia de
restos humanos con posible ascendencia
africana; posteriormente Alfaro [Alfaro,
2002] lleva a cabo un trabajo sobre
indicadores de actividad entre las mujeres
representadas en estos entierros y también
identifica restos pertenecientes a mujeres
descendientes de grupos africanos. Ese
mismo año se presenta una tesis [Muñoz,
2002] en la que se analizaron diversas

Fotografía 1: Detalle de las modificaciones dentales presentes huellas de lesiones en los cráneos
en los entierros 150, 214 y 296 recuperados del contexto del
Hospital Real de San José de los Naturales (Fotografía R. procedentes de los entierros y del osario de
Barquera; colección curada por el Laboratorio de Osteología,
Posgrado, Escuela Nacional de Antropología e Historia). esta serie, y resalta el caso del entierro 150
que corresponde a un individuo masculino
con características morfológicas comunes en grupos africanos que mostraba heridas por
arma de fuego; de acuerdo con el informe arqueológico poseía cinco perdigones y dos
agujas de curación a nivel del tórax. Ya en 1996 [López et al., 1996] se habían expuesto
algunos aspectos sobre el contexto del entierro 150, en el que se menciona que se encontró
un individuo que al parecer sufrió una muerte violenta. Lo anterior concuerda con el
planteamiento de Ben Vinson III [Vinson, 2001], quien expuso la participación activa de
africanos y sus descendientes (tanto pardos como mulatos) en las milicias de la Nueva
España.

Posteriormente fueron analizados a profundidad tres esqueletos [Lagunas y Karam,


2003] recuperados del mismo contexto (uno de ellos previamente estudiado [Muñoz,
2002]); los tres presentan una edad a la muerte probable entre los 20 y los 35 años. Las

5
modificaciones dentales analizadas al microscopio permiten determinar que las técnicas
empleadas para tal propósito fueron el limado y el cincelado, ambas características de
poblaciones del centro y oeste de África. Dado que sólo un individuo tiene modificaciones
tanto en incisivos superiores como en inferiores, parecería que las alteraciones dentales de
los dos individuos restantes quedaron inconclusas. Para corroborar la llegada a América de
los individuos con limado dental, es necesario realizar otro tipo de análisis, como el índice
87
Sr/86Sr presentado con anterioridad en los restos encontrados en Campeche [Price et al.,
2012].

El estudio de fuentes primarias provee información valiosa en este tipo de


situaciones. López [López, 2012] analizó las listas de entradas de pacientes al hospital entre
1775 y 1802 y reporta que el 99,6 % de los ingresos correspondían a indígenas y el 0,4 %
restante incluía españoles, filipinos y en un caso a un mulato, lo cual permite inferir que las
restricciones de ingreso al hospital no eran estrictas o bien que la complejidad de los
fenotipos en los que se basaban para el registro eran tal que eventualmente resultó difícil
diferenciar a los individuos con base en el sistema de castas. En este mismo contexto se
identificó la presencia de tres grupos biológicos mediante el empleo de la técnica de
morfometría geométrica6 en cráneos del hospital referido: nativo americano, africano y uno
no definido, pero de origen probable asiático [Ruíz, 2012]. La presencia de estos tres
grupos en los entierros del Hospital Real de San José de los Naturales fue confirmada
mediante el uso de la técnica de morfología dental [Hernández y Negrete, 2012], e
identifican una ligera tendencia entre las mujeres a presentar el denominado Patrón Dental
Subsahariano7 (altamente prevalente en África occidental y África del sur).
Las dos técnicas morfométricas mencionadas anteriormente han sido útiles para
estimar afinidades biológicas, distancias genéticas y movilidad poblacional [Scott, 2008;

6
Recientemente, el empleo de la morfometría geométrica -definida como la fusión entre la biología y la
geometría- permite el estudio de la forma en las entidades biológicas en un espacio bi o tridimensional, lo que
ayuda a investigar los cambios morfológicos [Ruíz, 2012].
7
De acuerdo con los complejos dentales propuestos por Scott y Turner [Scott & Turner, 1997], el Patrón
Dental Subsahariano consiste en elevadas frecuencias de cúspide 7, cresta mesial canina, patrón en forma de
Y en los segundos molares inferiores, presencia de dos raíces en el premolar superior y tres raíces en el
segundo molar superior y presencia de raíz de Toome; frecuencias moderadas para desviación del pliegue y
cúspides 5 y 6, y baja frecuencia de presencia de tres cúspides en segundos molares superiores, cuatro
cúspides en primeros y segundos molares inferiores, aleteo, pala, doble pala, surcos de interrupción,
odontoma y extensiones del esmalte.

6
Tyrell y Chamberlain, 1998], así como procesos de mestizaje [Scott, 2008] en poblaciones
humanas antiguas y contemporáneas. A manera de corolario, el planteamiento de la
presencia de grupos africanos en América antes de 1492 (propuesto en el Primer Simposio
Internacional acerca de posibles relaciones trasatlánticas precolombinas [REF]) fue
rechazado a partir de estudios realizados en México con un enfoque antropofísico, mediante
el empleo de análisis multivariado de rasgos dentales [Comas, 1972; Turner, 1983].

III. Las características de los procesos de mestizaje con grupos africanos en


México: de la asimilación biológica a la invisibilidad social.

El mestizaje biológico del que se originaron las poblaciones latinoamericanas


mixtas es extraordinariamente compleja, hecho que queda patente en sus historias
demográficas, aunque aún prevalecen conceptos erróneos (incluso dentro de los grupos de
investigación [Jiménez Sánchez, 2003]) respecto de los componentes que intervinieron en
el mestizaje. Para analizar correctamente la variabilidad biológica actualmente observada
en estos grupos, es indispensable contemplar al menos un modelo tetrahíbrido que
considere que el origen de sus raíces biológicas y culturales se encuentra en los grupos
humanos del este de Asia, África subsahariana, Europa occidental y grupos nativos
americanos, y entender que a pesar de las similitudes, estos grupos nunca serán enteramente
comparables entre sí dadas las diferencias biológicas derivadas de los fenómenos de
mestizaje que no ocurrieron de manera idéntica en todas ellas. Asimismo, también se debe
contemplar que los procesos de mestizaje biológico no obedecen a un patrón bien definido
y que las poblaciones resultado de éste siempre incorporarán de manera desigual los
componentes raíz antes mencionados, e incluso podrían carecer de uno o más de ellos de
manera significativa. De manera adicional, se debe observar la diversidad inicial con la que
estos componentes ancestrales contribuyeron a las poblaciones derivadas del proceso de
mestizaje, pues no se trata de una mezcla uniforme de grupos humanos homogéneos.

Al momento del contacto, decenas de grupos nativos representativos de diversos


troncos lingüísticos habitaban el territorio mexicano [Marr y Kiracofe, 2000]. La

7
colonización europea, comenzada en la región del sureste de México en 1519 [Díaz del
Castillo, 1575] conllevó el inicio de un proceso de mestizaje entre las poblaciones nativas y
los inmigrantes que llegaron por la conquista. Si bien el ejército de Hernán Cortés estaba
compuesto por un 70 % de individuos originarios de la península ibérica y regiones
mediterráneas aledañas [Grunberg 2004] también llegaron africanos como conquistadores,
servidumbre, artesanos o mano de obra primero, y como fuerza laboral y soldados en la
obtención de recursos primarios posteriormente [Manning, 1993; Grunberg, 2004]. Las
tribus tukolor, serer, diola, bifada, malinke, twi, ashanta, hausa, kanuri y bantú provenientes
de Zafi (Marruecos), São Jorge da Mina, Costa de Oro (Côte d’Ivore y Ghana), Cabo Verde
(Senegal), Senegambia (Senegal y Gambia), Dahomey (Benín), Biafra (Nigeria), y otras
regiones del sureste, occidente y centro de África (Angola y Namibia) sirvieron como
principales fuentes de las que se extrajeron individuos esclavizados para su uso en el
denominado Nuevo Mundo [Lisker et al., 1965; Lovejoy, 1982].

Aún cuando hubo individuos de origen africano que llegaron a América por interés
propio [Moro, 2013]8, la esclavitud fue el principal motor de inmigración de africanos a
México durante la primera mitad del periodo colonial, con lo que se genera una de las
migraciones involuntarias más numerosas en la historia de la humanidad [Acuña, 2005]. El
incremento en el valor comercial de los individuos esclavizados, aunado al establecimiento
de los primeros asentamientos de colonizadores europeos en el Nuevo Mundo, fueron
causantes del crecimiento y consolidación de la ruta transatlántica, de su captura y venta a
niveles impresionantes. A pesar de las discrepancias en torno a las cifras absolutas, se
estima que hacia el final del comercio de esclavos tras su prohibición por la Corona Inglesa
en la década de 1860, entre 10,6 y 19,4 millones de africanos habían sido extraídos de sus
tierras natales, pero sólo entre 9,6 y 15,5 millones llegaron a América (posiblemente 12,5
millones [Lovejoy, 2011]), lo que implicó una pérdida de vidas entre uno y cuatro millones
durante la travesía (9,43 % - 20,10 % de mortalidad durante el viaje). Estos datos incluyen
únicamente las entradas a través de los puertos oficiales, lo que deja fuera las cifras
correspondientes al contrabando, de las cuales no se tienen registro fidedigno. Para el caso
del Virreinato de la Nueva España, entre 130 000 y 150 000 africanos llegaron a territorio

8
Rafael Moro, comunicación personal, septiembre 2013.

8
mexicano hacia 1779, año en que se dio por terminada la importación legal de esclavos en
México [Aguirre, 1972; Lisker et al., 1965], de los cuales aproximadamente 70 000
entraron entre los años de 1600 y 1640 [Manning, 1993]. Este súbito incremento en la
demanda se debió a dos factores principalmente: 1) La reducción en la mano de obra nativa,
resultado tanto de los conflictos durante la conquista como de las enfermedades (entre ellas,
el sarampión y la Huey Cocoliztli o gran enfermedad provocada por una fiebre hemorrágica
viral) que devastaron cerca del 90 % de la población originaria [Marr y Kiracofe, 2000] e
indujeron su sustitución por europeos, criollos [Wang et al., 2008], africanos, mulatos y
otros grupos humanos afrodescendientes [Aguirre Beltrán, 1972]; y 2) Las Leyes Nuevas de
1542 que prohibieron la utilización de mano de obra nativa como esclavos en la Nueva
España [Zavala, 1967].

En el caso de las raíces africanas, se debe considerar que existió un sesgo en la


población que fue traída a América, con mayor proporción de individuos de sexo masculino
(65 % vs 35 % de sexo femenino), de ciertos grupos etarios, con distintas características de
salud y enfermedad e incluso particularidades psicológicas y de comportamiento (si eran
“domesticables o rebeldes, robustos o inteligentes, incontenibles o sobrios”) entre otras
[Aguirre, 1943], todas ellas filtradas ya sea en los puertos de salida o en los puertos de
entrada, así como por los compradores. A lo largo de toda la colonia, la composición étnica
de la Nueva España se conservó en censos y conteos y definían al individuo
fenotípicamente y a través del estatus de sus padres. Términos como Español (nacido en
España), Criollo (hijo/a de Españoles pero nacido en América), Castizo (hijo/a de Mestizo
y Español), Mestizo (hijo/a de Indio y Español), Indio (hijo/a de nativos americanos),
Mulato (hijo/a de Español y Negro), Zambo (hijo/a de Indio y Negro) y Pardo o Negro
(hijo/a de africanos o sus descendientes, nacidos o no en África) eran comúnmente
encontrados en estos registros y dan cuenta no sólo de la jerarquía del sistema de castas,
sino del flujo demográfico intenso entre ellas, que en algún momento de la colonia debió de
entenderse como una continuidad de contribuciones de los distintos grupos originarios a un
conglomerado que si bien no era homogéneo, no podría distinguirse por categorías nunca
más, y en las que el grupo más endogámico era el Español (por la intención de mantener
sus privilegios como casta dominante y no diluirlos en una descendencia con castas

9
inferiores), y el más exogámico el de los Negros y sus descendientes, en busca de
posicionar mejor a su descendencia en el sistema de castas [Barquera y Acuña, 2012]; esto
resulta evidente cuando se analizan los patrones de reproducción entre africanos y sus
descendientes: sólo el 20 % de los matrimonios se llevaban a cabo dentro de la casta negra
[Aguirre, 1972]. Durante los siglos XVII y XVIII, los constantes abusos a los que eran
sometidos los esclavos propiciaron uno de dos finales: las huídas y levantamientos para
recuperar su libertad (que finalmente se obtendría en los “pueblos de negros libres” como
Yanga o Amapa, en Veracruz [Archivo Municipal de Córdova]), o los cambios en la
dinámica social y demográfica producto del mestizaje (recordar que los niños conservarían
el estatus de la madre) [Chávez, 1979]. La dilución biológica del componente africano
también pudo deberse a la disminución en la fecundidad de los grupos africanos en
América, causada por las altas tasas de mortalidad durante el viaje trasatlántico, el encierro
provisional a su arribo a las colonias, viajes prolongados hasta su destino final, la
maternidad o paternidad sujeta a los intereses del propietario (aún cuando existieran “leyes”
que protegían el matrimonio del esclavo incluso en contra de la voluntad del dueño, como
Las siete partidas de Alfonso el Sabio [Chávez, 1979]), la heterogeneidad étnica, la
desintegración social a la que fueron sometidos desde la extracción de su natal África y la
ya mencionada desproporción sexual [Acuña, 2005; Manning, 1993]. Todo lo
anteriormente expuesto conllevó a la dilución del componente africano en las comunidades
coloniales, que llevó a la población africana (migrantes y descendientes directos) de su
zenit en 1646 con un 2,00 % de la población en la Nueva España, a sólo el 0,10 % para el
final del periodo colonial en 1810; los descendientes mestizados de los grupos africanos
aumentaron su frecuencia de 0,07 % a principios del periodo colonial hasta 10,10 % a
inicios del siglo XIX [Aguirre, 1946].

Para principios del siglo XIX, y en el marco del movimiento de independencia de


México, el Mestizo (definido como el fruto de la unión de las sangres españolas e
indígenas) sería celebrado como una “raza nueva y vigorosa”, e identificaría su nueva
condición biológica con un estatus social totalmente nuevo, incluso al grado de proponerse
la superioridad de la raza mestiza [Acuña, 2005]. Sin embargo, en esta celebración sólo
tuvieron cabida las raíces nativa americana y española, dejando fuera del discurso las

10
contribuciones (biológicas, ideológicas, culturales e históricas) de las demás raíces, entre
ellas, las africanas. Desde la consumación de la independencia de México, y hasta
mediados del siglo XIX, el registro de las categorías del sistema de castas fue cesando
gradualmente, y con ello los últimos rastros documentados de la contribución de las raíces
africanas a las poblaciones mexicanas posteriores a la guerra de independencia y su
construcción del concepto de mestizo. Para finales de la revolución mexicana, la creación
de la identidad nacional enfatizó el pasado español e indígena, lo que prácticamente
desapareció las raíces africanas de la cultura popular. Aún cuando las razones para este
denominado “daltonismo cultural” son desconocidas, la eventual invisibilidad de las raíces
africanas pudo deberse, en parte, a que la dilución fenotípica de las características de los
descendientes africanos podría proveer una vía de escape a las clasificaciones como
“negro” o “de ascendencia negra” y sus consecuencias como la discriminación social y
cultural, lo que contribuiría a la imposibilidad de aceptar una “tercera raíz” en la
construcción de la nación [de la Serna y Herrera et al., 2009].

Fue hasta mediados del siglo XX que se publicara el trabajo de Aguirre Beltrán “La
población negra en México: estudio etnohistórico” [Aguirre, 1946] y con ello comenzó el
interés por la contribución biológica africana a las poblaciones mestizadas de México, aún
cuando sólo se analizaron, de inicio, las características etnohistóricas de las raíces
africanas, tales como la prevalencia cultural, el patrimonio cultural y la identidad de los
grupos afromexicanos, así como sus contribuciones a la construcción social y cultural de las
poblaciones mexicanas.

IV. Evidencia biológica de la contribución genética de las raíces africanas a


las poblaciones mexicanas y sus consecuencias.

Actualmente, se considera descendiente africano, o afrodescendiente, a un individuo


que vive en una comunidad “negra” o “afroamericana”, cuyos antepasados vivieron en
África y sobrevivieron a los viajes trasatlánticos entre los siglos XVI al XIX [Antón y del
Popolo, 2008]. Sin embargo, desde un punto de vista genético-demográfico, el término
“con ascendencia africana” se puede aplicar a todas las personas con variantes genéticas

11
características en las poblaciones originarias del continente africano, presentes en sus
genomas [Barquera y Acuña, 2012]. Desde hace un par de décadas, se han llevado a cabo
estudios (tanto descriptivos como de asociación) acerca de la composición genética
ancestral de las poblaciones mexicanas en varias regiones del genoma, e incluso a nivel de
genoma completo. Diversos estudios con marcadores clásicos, autosómicos y/o
uniparentales en distintas localidades del país hacen patente la heterogeneidad de las
proporciones del componente genético africano: en la zona norte del país, se encuentran
componentes genéticos entre 0,0 % en la ciudad de Monterrey, Nuevo León [Cerda y
Garza, 1989] hasta 18,5 % en Nuevo León [Cerda et al., 2002]; para la región central de
México existen datos desde 0,39-13,8 % en la Ciudad de México [Lisker et al., 1995;
Barquera et al., 2008] hasta 15,4 % en el Valle de México [Luna et al., 2005]; en el
occidente del país se han encontrado proporciones entre 0,8 % en La Mesa, Nayarit [Lisker
y Babinsky, 1986], hasta 15,9 % en Jalisco [Rubi et al., 2009]; la zona del sur-Pacífico con
1,0 % en Tlapa, Guerrero [Bonilla et al., 2005] hasta 33,7 % en Ometepec, Guerrero
[Lisker, 1981]; y por último, la región del Golfo de México y el sureste con 5,0 % en
Mérida, Yucatán [Lisker et al., 1990] hasta 40,5 % en Tamiahua, Veracruz [Lisker y
Babinsky, 1986].

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Imagen 1: Mapa en el que se muestra la variación en la proporción de contribución africana en distintas regiones del país,
de acuerdo con la presencia de haplotipos del sistema HLA (genes HLA-A, HLA-B, HLA-DRB1 y HLA-DQB1).
Modificado de Barquera et al., 2013.

Un estudio liderado por el Instituto Nacional de Medicina Genómica de México


analizó 100 000 marcadores en individuos mestizados de origen mixto de diferentes estados
del país [Silva et al., 2009]. Aún cuando no se trata de datos representativos de poblaciones
stricto sensu, y sólo se muestrearon áreas urbanas, se encontraron ciertos datos relevantes a
nivel genómico. Guerrero y Veracruz fueron los dos estados con mayor contribución
ancestral africana (0,041 ± 0,061 y 0,020 ± 0,042), lo que resulta congruente con la historia
demográfica de las regiones, aunque cabe destacar que sólo se incluyeron seis estados
(Guanajuato, Guerrero, Sonora, Veracruz, Yucatán y Zacatecas). Campeche y Oaxaca no
fueron muestreados para este estudio, aunque se sabe que el componente ancestral africano
pudo ser elevado. Un estudio posterior en la región de Jamiltepec, Oaxaca [Pardo Alvarado,
2010], encontró un porcentaje de contribución africana vía materna de cerca del 2 %, pero
al analizar la contribución paterna vía cromosoma Y se estimó el componente africano en
43 %.

13
El hecho de que las poblaciones de África subsahariana hayan tenido que adaptarse
durante un periodo significativo a un consumo moderado o bajo de carbohidratos
(principalmente de los denominados de bajo desempeño, es decir, con tasas de elevación de
la glicemia post-prandial bajas), así como la intensa actividad física, ha modelado la
genética de estos grupos humanos. Con la subsecuente incorporación de este componente a
las sociedades mestizas, y con el aporte de las cocinas de todas las raíces de las nacientes
comunidades, se puso en manifiesto que el exceso de carbohidratos y lípidos traía graves
problemas a la salud de los individuos africanos y afrodescendientes. Ciertos análisis han
encontrado que variables asociadas con el desarrollo de padecimientos metabólicos se
encuentran con mayor prevalencia en las poblaciones con ancestría africana, como es el
caso de la proteína C reactiva (CRP) e interleucina 6 (IL-6) [Stowe et al., 2010], ambas
proteínas forman parte de la respuesta inflamatoria y son responsables de los problemas
inflamatorios en la pared de las arterias tras la acumulación de colesterol, lo que
desencadena la ateroesclerosis y las complicaciones cardiovasculares. Algunos autores
especulan sobre una posible adaptación a la inflamación severa como respuesta a la
invasión del organismo por una gran cantidad de parásitos y bacterias, razón por la que los
individuos descendientes de grupos africanos en esta región del continente desarrollarían
modelos más severos de las afecciones metabólicas relacionadas con la inflamación
[Koopman et al., 2012]. A nivel genético, el componente ancestral africano en ciertas
regiones genómicas ha sido asociado con varias características de amplio interés clínico. En
2005, en un estudio de mapeo genómico por mestizaje, se encontró que las regiones
cromosómicas 6p24 y 21q21 con incremento en la presencia de variantes de probable
origen ancestral africano, podrían contener genes que influyen en el riesgo de padecer
hipertensión [Zhu et al., 2005].

Pero las adaptaciones traídas con los migrantes africanos no siempre resultaron
desventajosas, y el caso de la deficiencia de glucosa-6-fosfato deshidrogenasa (G6PD) es
un ejemplo. Involucrada en la vía de las hexosas monofosfato (único proceso de generación
de energía reductora en forma de NADPH en el eritrocito maduro), el gen de la G6PD
(posición cromosómica Xq28) es protagonista de la deficiencia enzimática más común de
nuestra especie, que afecta más de 400 millones de personas en el mundo [Cappellini y

14
Fiorelli, 2008], misma que posee una distribución geográfica con gran parecido a la de la
malaria por Plasmodium falciparum y la anemia falciforme. Se identificó primero en la
población afrodescendiente en Estados Unidos como un desorden hemolítico posterior a la
administración de primaquina, y después se asoció a otros eventos como favismo, anemia
hemolítica sensible a fármacos e ictericia en el recién nacido [Beutler et al., 1968]. La
deficiencia de G6PD se ha reportado con distintas prevalencias en la Costa Chica de
Oaxaca (6,22 %), Guadalajara (1,79 %) y Monterrey (0,66 %) [Lisker et al., 1965; Vaca et
al., 1981; González et al., 1990]. En el caso de la anemia falciforme, se trata de mutaciones
en el gen de la hemoglobina (HBB, Chr 11p15.4) que provocan la polimerización de la
proteína, que causa rigidez eritrocitaria, drepanocitosis y eventualmente anemia crónica,
hemólisis y vasculopatías asociadas. La forma más recurrente es provocada por la variante
S de la hemoglobina, denominada comúnmente HbS. Se han descrito cinco haplotipos para
la variante HbS en África subsahariana [Hanchard et al., 2007; Rodríguez Romero et al.,
1998] de acuerdo con análisis por RFLP (Restriction Fragment Length Polymorfism,
polimorfismos de longitud por fragmento de restricción):
1) Senegal: Senegal, Gambia, Guinea Ecuatorial, Guinea Bissau, Sierra Leona,
Liberia y Costa de Marfil.
2) Benin: Costa de Marfil, Togo, Benin, Burkina Faso y occidente de Nigeria.
3) Bantú o CAR: Gabón, República Centroafricana, Congo, Zaire y Angola.
4) Camerún: originalmente del valle del Río Sanaga.
5) Árabe: Arabia.

Diversos estudios presentan datos de la prevalencia fenotípica de la hemoglobina


HbS en frecuencias diversas: se ha reportado que la zona noroeste de México presenta hasta
0,5 % de HbS [Ibarra et al., 1980], cerca de 6 % en la zona del Golfo de México, alrededor
de 10 % en la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca (donde más de tres cuartas partes de la
población con hemoglobina HbS presentan el haplotipo Bantú) [Lisker et al., 1965; Ruíz et
al., 1998; Magaña et al., 2002], y entre 2,2 y 14,7 % en varias poblaciones de Veracruz
[Peñaloza et al., 2008].

15
El sistema HLA también ha sido extensamente analizado y comúnmente empleado
para estimar proporciones ancestrales en distintas poblaciones. Los genes clásicos del
sistema HLA (Human Leukocyte Antigens, Antígenos de Leucocitos Humanos) se
encuentran albergados en una zona de 4 millones de pares de bases conocida en los
vertebrados como MHC (Major Histocompatibility Complex, Complejo Principal de
Histocompatibilidad) en la región cromosómica 6p21 –reconocida como la más variable del
genoma humano-, y comprende las clases I (HLA-A, -B, -C, -E, -F y -G) y II (HLA-DRA, -
DRB, -DQA, -DQB, -DM y -DP). Su relevancia biológica radica en la presentación de
antígenos a las células T CD8+ (clase I) y CD4+ (clase II), esencial en el reconocimiento de
lo propio y lo no propio (Horton et al., 2008). Varios análisis en busca de haplotipos y
variantes del sistema HLA en poblaciones mestizadas de México [Barquera et al., 2008;
Barquera et al., 2013; Zúñiga et al., 2013] revelaron distintas proporciones de contribución
africana en varios estados del país: 2,2-13,3 % en Puebla, 6,4 % en Michoacán, 10,7 % en
Coahuila, 11,3 % en Tamaulipas, 13,8-14,3 % en la Ciudad de México y 14,5 % en Sinaloa
(imagen 1). A pesar de la magnitud de la contribución genética, la extraordinaria diversidad
de las variantes africanas hace imposible que se encuentren en los primeros lugares, o
siquiera con frecuencias superiores al 1 %, en las poblaciones analizadas, lo que es un
reflejo de la diversidad étnica de los individuos africanos traídos a México durante la
colonia. Estas asociaciones se han reportado previamente en muestreos en los grupos nandi
y luo de Kenia, las islas de Cabo Verde, Ruanda, Guinea Bissau, los Kampala de Uganda,
la isla de São Tomé, Mali, los yaoundé de Camerún, los zulú de Sudáfrica, y Zambia [Cao
et al., 2004; Ellis et al., 2000; González et al., 2011; Saldanha et al., 2009; Spínola et al.,
2005; Tang et al., 2000].

V. Consideraciones finales

La presencia de algunas características de origen africano, tanto cultural como


biológicamente, se encuentra dispersa por todo el país y en distintos momentos históricos.
La antropología física y su acercamiento al estudio de los pueblos africanos en México, así
como sus descendientes, ha brindado la oportunidad de conocer algunos aspectos que el

16
registro histórico no ha hecho patente, o la evidencia de variantes genéticas africanas en
prácticamente todas las poblaciones producto del mestizaje estudiadas hasta el momento.
Sin embargo, aún queda mucho camino por recorrer. El empleo de nuevas técnicas de
investigación en antropología física, permiten acercarse de una manera integral al estudio
de la diversidad biológica humana, como con el uso de la morfometría geométrica y la
morfología dental. La interdisciplinariedad en estas nuevas aproximaciones ha develado
respuestas para cuestiones que de otra manera sería imposible detallar, como es el caso de
los isótopos de estroncio en el esmalte dental. Así, las investigaciones interdisciplinarias
entre arqueología, antropología física, genética, etnología y análisis químicos, permiten
hacer nuevos planteamientos que se enriquecen a partir de los documentos históricos, los
datos demográficos y su (re)interpretación en contextos contemporáneos y, con la
incorporación de los análisis de DNA antiguo, se ha podido contemplar por primera vez
una muestra de la variabilidad biológica africana que llegó a nuestro continente hace poco
más de 500 años. Los distintos grados de dilución que el componente africano en sus
vertientes cultural, genética, biológica, social e histórica, ha experimentado en distintas
partes de México son explicados por la complejidad de los procesos de mestizaje y el papel
que tuvieron en la génesis de la nueva nación mexicana tras la independencia y su
consolidación durante la revolución.

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