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Capitulo 6 EL AUTODOMINIO DE PLATON 6.1 La doctrina moral de Platén, tal como la expone, por ejemplo, en La republica, nos resulta muy familiar. Somos buenos cuando en no- sotros impera la raz6n, y malos cuando estamos dominados por los deseos. Hoy hay muchos que por supuesto discrepan de esta nocién, pero a todos nos resulta perfectamente comprensible. De hecho, es evidente que muchos discreparon de ella en tiempos de Platén, como atestiguan los extenuantes argumentos en su obra. Esta apariencia de ser una doctrina familiar y comprensible es en parte valida; no obstan- te, encubre un cambio ms profundo que quiero poner de manifiesto. En los términos expuestos anteriormente, Platén nos presenta una idea de las fuentes morales. Nos dice adénde hemos de ir para acceder a un estado moral superior. Y podemos decir que el lugar que nos sefiala es el Ambito del pensamiento. La traduccién que aca- bo de hacer de «pensamiento» por «razén» no es enteramente ino- cente. Més adelante argumentaré que la transformacién entre lo an- tiguo y lo moderno que quiero describir podria reflejarse en este giro del vocabulario. Pero por el momento actuaré como si fuera inocente, para poder ver a Platén como alguien que situa los recur- sos morales en el Ambito del pensamiento. Es ahi adonde hemos de acudir para tener acceso a una condicién moral superior. Lo que ganamos mediante el pensamiento o la razén es el auto- dominio. El hombre bueno es «duefio de si mismo» (o «més fuerte que si mismo», «kreittd autou», 430E). Platén percibe lo absurdo de esta expresién, a no ser que a ella se afiada la distincién entre las partes superiores e inferiores del alma. Ser duefio de uno mismo es conse- guir que la parte superior del alma rija sobre la inferior, lo que signi- fica que la raz6n rija sobre los deseos (to logistikon sobre to epithu- metikon). 167 Y asi, nos convertimos en buenos cuando nos rige la razén y los deseos han dejado de gobernarnos. Pero ese giro en la hegemonia no es sdlo cuestién de que un haz de objetivos arrebate al otro la prio- ridad. Cuando en el alma rige la raz6n reina en ella un orden muy di- ferente. De hecho, podria decirse que por primera vez reina el orden en ella. Por el contrario, el reino del deseo es el caos. Las almas bue- nas disfrutan del orden (kosmos), la concordia (xumphonia) y la ar- monia (harmonia), alli donde las malas estan desgarradas, totalmen- te destrozadas por sus deseos, y en perpetuo conflicto. Platén las describe incluso como adoleciendo de una especie de «guerra civil» (stasis).' Y luego, en su grafica descripcién del hombre demécrata y el hombre tirano, Platén imprime indeleblemente en la mente del lector las miserias del sufrimiento y del conflicto interno autodes- tructivo que padecen. Ademis de la unidad consigo misma, la persona regida por la ra- zon disfruta también de la serenidad, mientras que la persona anhe- lante se halla permanentemente agitada e inquieta, arrastrada cons- tantemente de un lado para otro por sus afanes. Y esto, a su vez, va unido a una tercera diferencia. La persona buena est4 tranquila, mientras que la mala esta turbada. La primera disfruta de una suerte de autocontrol, de estar centrada en sf misma; la otra carece por completo de ello, llevada como esté por la inacabable naturaleza del deseo. Platén subraya constantemente la ilimitada naturaleza del de- seo. La maldicién de quien est4 dominado por sus apetitos es que ja- mis se satisface; siempre quiere més. E] elemento del deseo, dice Pla- tn, es insaciable «por naturaleza» (442A, «physei apléstotaton»). El dominio del ser mediante la raz6n conlleva estos tres frutos: la unidad consigo mismo, la serenidad, y un sosegado dominio de si mismo. Platén contribuy6 a establecer la forma de la predominante fami- lia de teorfas morales en nuestra civilizacién. A través de los siglos ha resultado evidente para muchos que el pensamiento y la raz6n or- denan nuestras vidas para el bien, o las ordenarfan, si no fuera por- que la pasién lo impide. Y las conexiones de fondo que subyacen en esta idea siguen siendo muy parecidas: considerar algo racionalmen- te es adoptar hacia ello una postura desapasionada. Es tanto ver con claridad qué es lo que se ha de hacer, como permanecer calmado y duefio de sf mismo y, por tanto, ser capaz de hacerlo. La razén es si- multéneamente una facultad para percibir las cosas correctamente y 168 una condicién para el autodominio. Ser racional es ser verdadera- mente duefio de sf mismo. Este punto de vista ha prevalecido, pero siempre se ha puesto en tela de juicio. Aunque la teologia cristiana incorporé gran parte de la filosofia platénica y la santidad y la salvacidn vinieron a expresarse en términos de pureza y de «vision beatifica» derivados del platonis- mo, no obstante, el énfasis cristiano en la conversién fundamental de la voluntad, finalmente, nunca fue adaptado a dicha sintesis. Perié- dicamente se dieron revueltas de pensadores cristianos contra algin aspecto del matrimonio con la filosofia griega, y de cuando en cuan- do se insistié en la tesis de que la razén por si misma podria muy bien ser estribo del demonio; que, de hecho, hacer a la raz6n valedo- ra del bien era caer en la idolatria. Lutero habla graficamente de la raz6n como «esa puta». Y derivada, en parte, de dicha tradicién de resistencia cristiana contra la filosoffa griega, nuestra Edad Moderna ha presenciado un niimero de rebeliones de la razén contra la filosofia moral. Partien- do de algunos roménticos en un sentido, y de Nietzsche en otro, hasta la Escuela de Frankfurt que tomé prestado de ambos, se ha desarrollado la nocién de que la hegemonja racional, el control ra- cional, puede sofocarnos, desecarnos, reprimirnos; que el autocon- trol racional podria convertirse en autodominacién o esclavitud. Existe una «dialéctica de la Ilustracién» en la que la raz6n, que pro- mete ser una fuerza liberadora, resulta lo opuesto. Es necesario libe- rarse de la raz6n. El desaffo en nombre de la libertad es especificamente moderno; pero ya los antiguos cuestionaron la hegemonia de la raz6n. En cier- to modo se diria que Platon es la figura clave en el establecimiento del predominio de esta filosofia moral. En el proceso, otras morales, otros mapas de nuestras fuentes morales fueron desacreditados o anexionados y subordinados. Ahi esta, por ejemplo, la moral gue- rrera (y luego la del ciudadano-guerrero) donde lo que se valora es la fuerza, el coraje y la habilidad para concebir y ejecutar grandes ha- zaiias y donde lo que se anhela de la vida es la fama y la gloria, y la inmortalidad que se disfruta cuando el nombre propio perdura por siempre en los labios de los hombres. La condicién moral superior est alli donde la persona rebose de un impetu de energia, de un ac- ceso de vigor y valor, por ejemplo, en el campo de batalla, y venza de un soplo a todos. Esto no es sélo diferente sino totalmente incom- 169

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