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no pasaba de los cimientos, así que les era preciso a los frailes reunirse, para el canto del oficio

divino y demás actos religiosos, en una capillita de madera de unos 30 pies de largo por 20 de
ancho, con un púlpito de tosca factura y sin pintar.
Agregadas a la Universidad existían en el convento dos cátedras, regentadas, naturalmente,
por frailes agustinos; una de Sagrada Escritura, a cargo de Fr. Juan de Staupitz (ordinaria lectio
in Biblia), y otra de filosofía moral o ética aristotélica, que es la que empezó en seguida a ocupar
Fr. Martín como sucesor de Fr. Wolfgang Ostermayr.
Versaban sus lecciones sobre la Ética nicomaquea y no, como afirma Melanthon, sobre
dialéctica y física. Además de la lección diaria, a las dos de la tarde debía presidir Lutero tres
veces por semana una disputa académica al anochecer, después de la cena.
Ya entonces a su espíritu profundamente religioso se le hacía árida y desabrida la filosofía
aristotélica; le atraía mucho más la teología, y particularmente la Sagrada Escritura. Fray Martín
se entregó al estudio de la ciencia sagrada con intensidad y apasionamiento, oyendo con avidez a
sus maestros y leyendo en privado la Biblia con ayuda de la Glosa ordinaria, de Walafrido
Estrabón; ni el literalismo ni el moralismo de Nicolás de Lira le gustaban. Dos clases diarias era
el mínimo que le exigía la Facultad de Teología.
Del mismo modo que la clase de exégesis (lectura in Biblia) se hallaba en manos de los frailes
agustinos, así estaba reservada al convento de los franciscanos una clase de teología dogmática.
El tomismo y el escotismo dominaban en Wittenberg desde el principio; pero desde 1507 vemos
que se instala con prestigio la via moderna de los nominalistas al ser llamado a enseñar teología
el «Doctor de Eisenach», Judoco Trutvetter, lumbrera de la Universidad de Erfurt.
No consta documentalmente cuáles fueron los maestros de Fr. Martín en la Facultad de
Teología. Con mucha probabilidad, podemos eliminar a los tomistas, hacia cuya doctrina sintió
siempre instintiva repulsión. Frecuentaría las lecciones bíblicas de Staupitz; quizá también las de
algún escotista franciscano, ya que más de una vez mostró que conocía bien a Pedro Tataret
(Tartaretus), cuyos libros, considerados como expresión genuina del escotismo, eran muy leídos
en Wittenberg; y es igualmente posible que siguiese el curso de Trutvetter, a quien mucho
estimaba. ¿Se referirán a esta época las palabras de una carta suya en que le dice: «De ti aprendí
por vez primera que solamente los libros canónicos merecen fe, y todos los demás, juicio
crítico»?
La obra que servía de base a las lecciones de teología en las universidades eran las Sententias,
de Pedro Lombardo († 1160). Fray Martín oiría las explicaciones cursorias de los bachilleres
sentenciarios, pero con mucho mayor interés las de los bíblicos. ¿Quedó satisfecho de sus
profesores? Probablemente, no. Aquella Universidad había sido fundada según el molde escolás-
tico de las universidades medievales, y solamente por obra del mismo Lutero, a quien tras tenaz
resistencia se adhirieron Andrés de Karlstadt y Pedro Lupinus (Wolf), se impuso un agustinismo
sui generis y un biblicismo absoluto. A este biblicismo contribuyó notablemente Melanthon con
su orientación filológica y sus métodos humanísticos.
En un sentido no tanto doctrinal como íntimamente espiritual, quien tuvo que influir más
hondamente en el alma del joven agustino fue Fr. Juan de Staupitz, con quien, sin duda,
mantendría en el convento largos coloquios.

Bachiller bíblico y sentenciario


En todas las universidades, la Facultad de Teología solía ser la más exigente y rigurosa.
Veamos cómo se desenvolvían los estudios teológicos en Wittenberg.
«Si el escolar había ya obtenido el magisterio en artes, podía en cinco años hacerse
baccalaureus biblicus (de lo contrario, en siete). En cuanto tal, debía leccionar un año sobre la

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