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I - Conocer la doctrina católica sobre los demonios

Los que se ocupen explícitamente de este apostolado de liberación


deben estar bien formados, en la doctrina de la Iglesia católica que se refiere al
Diablo y los demonios, la cual está inspirada en la Palabra de Dios y en la
tradición, pues hay demonología protestante, rabínica, esotérica, literaria
(cuentos, novelas…), pagana (películas, leyendas, mitos…), católica. Nosotros
debemos conocer fundamentalmente la demonología católica.

El Diablo no es el objeto privilegiado de la predicación de la Iglesia, su fe


se basa en el Señorío de Cristo Jesús, quien resucitó de entre los muertos: “Si
Cristo no resucitó, vana es nuestra fe” (1 Cor 15, 14). El discurso que le
interesa a la Iglesia es el que versa sobre Dios, pero éste se ilumina de una
manera más brillante a la luz de la doctrina sobre el Diablo. Así como en el
Evangelio, Satanás no fue el tema central de la predicación de Jesús, pues él
habló de su Padre y del Reino… tampoco en la Iglesia el Diablo debe ser tema
central. Tendríamos que decir con san Juan Crisóstomo: “no es para nosotros
un placer hablarles del Diablo, pero la doctrina sobre él nos es de la más
grande utilidad en nuestra vida cristiana” (De diabolo tentatore, homil. II,)

a) El diablo en la Sagrada Escritura

El diablo es presentado en el Antiguo Testamento bajo dos figuras: la


Serpiente que engaña (Gen 2, 3) y Satán. Esta palabra hebrea significa
adversario, acusador ante un tribunal (cfr Sal 109, 6). Indica al ser
sobrehumano que acusa implacablemente a los hombres delante del tribunal
de Dios y trata de oponérseles, es el calumniador. En Zac 3, 1-5 aparece Satán
como el adversario constante de la teocracia, pero en 1 Cro 21es el padre de
todo mal, que se opone siempre hostilmente a Dios. La literatura rabínica
distingue entre Satanás y ángeles caídos, estos son subalternos de aquél. De
allí nace que un jefe demoníaco se llame Satanás o Diablo o Demonio por
antonomasia, y los demás, ejército de demonios.

Contra este antiguo Enemigo, en el Nuevo Testamento, Jesús nos pide


ponernos en guardia, en el Sermón del monte y en la oración del Padrenuestro
(Mt 5, 37 y 6, 13); enseña que el diablo siembra cizaña (Mt 13, 39). A simón
Pedro le anuncia que existen « los poderes del infierno » pero que no
prevalecerán contra la Iglesia (Mt 16, 19), y que « Satanás los ha pedido a
ustedes para sacudirlos como si fueran trigo ; pero yo he rogado por ti, para
que no te falte la fe » (Lc 22, 31-32). En el momento de abandonar el cenáculo,
declara : « ya no hablaré mucho con ustedes, porque viene el que manda en
este mundo. Aunque no tiene ningún poder sobre mí, así tiene que ser para
que el mundo sepa qe yo amo al Padre y que hago lo que él me ha mandado »
(Jn 14, 30-31). En Getsemaní, cuando llega la tropa a arrestarlo, afirma que ha
llegado la hora del « poder de las tinieblas » (Lc 22, 53). Y certifica que « ya ha
sido condenado el príncipe de este mundo » (Jn 16, 11)

Nos advierte que el diablo invita a los hombres a pecar: “yo hago lo que
mi Padre me ha mostrado, y ustedes lo que su padre les ha dicho” (Jn 8, 38).
“El diablo es el padre de ustedes; ustedes le pertenecen, y tratan de hacer lo
que él quiere” (Jn 8, 44). Más todavía, el Señor sigue diciendo a los judíos que
hacen el mal y quieren seguir haciéndolo, tratando de matarlo a él: “ustedes
hacen lo mismo que hace su padre” (Jn 8, 41), y su obre es muerte: “el diablo
ha sido un asesino desde el principio, nunca se ha basado en la verdad, nunca
dice la verdad… es un mentiroso, es el padre de la mentira” (Jn 8, 44)

Este Satanás al que Jesús se ha referido, es el mismo que enfrentó en


sus exorcismos, el que reencontró en el desierto (Mc 1, 12-13) y en su pasión,
es alguien personal y fuerte que se opone al plan de Dios.

San Pedro, advertía con palabras claras a los cristianos de su tiempo de


guardarse de las insidias del diablo: “Sean sobrios; velen. Su adversario, el
diablo, como un león que ruge, ronda buscando a quien devorar; resístanle,
firmes en la fe, sabiendo que los mismos sufrimientos los deben soportar todos
sus hermanos que hay en el mundo] (1 Pe 5, 8-9).

Pablo enseña que el diablo anima a vivir en pecado, desobedeciendo a


Dios: “Antes, ustedes estaban muertos a causa de las maldades y pecados en
que vivían, pues seguían el ejemplo de este mundo y hacían la voluntad de
aquél espíritu que domina en el aire y que anima a los que desobedecen a
Dios” (Ef 2, 1-2)

El diablo, dice Pablo, es “el dios de este mundo” (2 Cor 4,4) que hace
ciegas a las personas “para que no vean la brillante luz del evangelio del Cristo
glorioso, imagen viva de Dios”. El Diablo que ha lanzado sobre el mundo un
plan secreto de iniquidad, de maldad, lo que Pablo llama “misterio de iniquidad”
(2 Cor 4, 4), y asegura que los paganos ofrecen culto a los ídolos, a los
demonios. Por eso advierte a su comunidad de Corinto: “yo no quiero que
ustedes tengan parte con los demonios”. Pues el cristiano ha hecho una opción
por Jesús y una renuncia a los demonios, por tanto “No pueden beber de la
copa del Señor y a la vez de la copa de los demonios; ni pueden sentarse a la
mesa del Señor, y a la vez, a la mesa de los demonios” (1 Cor 10, 20-22)

San Pablo alude al diablo como alguien que engaña como lo hizo con
Eva, y sobre todo engaña a los creyentes que son capaces de aceptar un
espíritu diferente al Espíritu Santo que recibieron (Cfr 2 Cor 11, 3-4)

Pablo nos pone en guardia ante la rebelión contra Dios en la que


“aparecerá el malvado, que está condenado a la destrucción. Este es el
enemigo que se levanta contra todo lo que lleva el nombre de Dios o merece
ser adorado… Ese malvado vendrá con la ayuda de Satanás, llegará con
mucho poder… y usará toda clase de maldad para engañar a los que van a la
condenación, porque no quisieron aceptar y amar la verdad para recibir la
salvación” (2 Tes 2, 9-10)

Y nos insiste que la lucha que libramos no es contra nadie de carne y


hueso sino “contra las malignas fuerzas espirituales de las alturas, las cuales
tienen mando, autoridad y dominio sobre este mundo oscuro” (Ef 6, 11-16). Por
eso nos aconseja: “no pequen… no le den oportunidad al diablo” (Ef 4, 27),
pues Satán hace pecar (1 Cor 7, 5)

Pablo asegura a los obedientes que luchan por hacer lo bueno que
“pronto Dios aplastará a Satanás bajo los pies de ustedes” (Rom 16, 20), pero
nos recuerda que aquellos que han sido liberados del dominio de Satanás
corren el riesgo de recaer, cediendo a las sugestiones del Maligno (1 Cor 7, 5).

San Pablo no duda en afirmar que Dios ha anulado la condena que


pesaba sobre los hombres y que Dios ha desposeído de poder a Principados y
Potestades, haciendo un público espectáculo de los vencidos en el séquito
triunfal de Jesucristo (Cf. Col 2,15).

En el Nuevo Testamento (Mc 3, 22-27) se nos da a entender que Satán


es cabeza de todos los demonios. Allí se enseña que los demonios están
sometidos a Satán, el gran enemigo de Dios (Mt 25, 41; 2 Cor 12, 7; Ef 2,2; Ap
12, 7). El culto pagano va dirigido en último término a los demonios (1 Cor 10,
20s; 2 Cor 6, 15s; Ap 9, 20). Los demonios amenazan la vida religiosa de los
fieles (Ef 6, 12; 1 Jn 4, 1). El mismo san Pablo atribuye a un ángel de Satán
una misteriosa enfermedad que le aquejaba (2 Cor 12, 7). Hacia el fin del
mundo es de esperar una acción particularmente violenta por parte de las
potencias demoníacas (1 Tim 4, 1)

Sobre el Diablo en el Apocalipsis, encontraremos las referencias más


adelante.

b) El diablo en los Padres de la Iglesia

Los Padres de la Iglesia convencidos por la Sagrada Escritura de que


Satanás y los demonios son los adversarios de la redención, recuerdan con
frecuencia a los fieles su existencia y su acción. No hay ningún Padre que no
se refiera a este misterio de Satanás.

La preocupación teológica sobre el diablo y su accionar fue ya un hecho


Justino Mártir quien inició la discusión del tema del mal en términos teológico-
racionales. Justino sostuvo que el diablo había intentado tentar a Jesús, pero,
al fracasar en el intento, enfocó su actividad hacia la comunidad cristiana. Así,
usufructuando las debilidades del hombre, la irracionalidad y el apego a las
cosas del mundo, el diablo pudo corromper a los hombres como forma de
ofensa al Dios Creador. A efectos de llevar adelante su siniestro plan, el diablo
ideó estrategias como la de convencer a sus enemigos de que los demonios en
realidad son dioses. De allí que, tal como puede verse en los textos bíblicos, el
demonio comenzó a ser identificado con las prácticas idolátricas.

Por otro lado, la demonología de San Ireneo estableció que, aun


después de la Encarnación del Hijo de Dios, el Diablo siguió ejerciendo sus
poderes para impedir la salvación de los hombres e incitó para ello al
paganismo, la idolatría, brujería, blasfemia, apostasía y herejía. En sus escritos
aparece por primera vez la idea de que los herejes y otros infieles son parte de
las milicias infernales, y por tanto, susceptibles de ser combatidos.

En la teología ascética de los padres del desierto se anunció la


sistematización del discernimiento de espíritus que implica el reconocimiento y
distinción entre los pensamientos que provienen de Dios y los que vienen del
Maligno. Los monjes se enfrentaron constantemente con el Diablo, quien
sostuvo con ellos una batalla personal. Entre ellos, el más importante en este
tema es San Antonio.

A San Agustín se debe ese primigenio tratado de filosofía de la historia


titulado La Ciudad de Dios. Allí el santo de Hipona sienta las bases de lo que
sería una visión del mundo centrada en la lucha continua entre las fuerzas del
bien y del mal. Esta contienda está protagonizada por los hombres que, merced
a su libre albedrío, optan por pertenecer o a Dios o al diablo. En el primer caso
ha de fundarse la Civitas Dei y en el segundo la Civitas diaboli. Allí, refiriéndose
al diablo, dice Agustín: «Es el amo y señor de todos los embusteros, después
de haberse engañado a sí mismo trata de engañar a todos los demás (...) es el
enemigo del género humano e inventor de toda maldad.»

Un dato importante en San Agustín para iluminar a la Iglesia de hoy fue


su cambio de actitud. En sus escritos iniciales sostenía que la sanación estaba
prevista para los inicios del cristianismo, pero que los cristianos no debían
esperar que continuasen las sanaciones. Luego cambió su actitud y admitió
francamente, en su libro de las Retractaciones, que se había equivocado. Su
propia experiencia como Obispo de Hipona (alrededor del 420 d.C.) lo hizo
cambiar de opinión: “Me dí cuenta de cuántos milagros estaban ocurriendo en
nuestros propios días que eran así como los milagros de antaño, y también de
cuán errado sería dejar que el recuerdo de estas maravillas de poder divino
perezcan de entre nuestro pueblo. Sólo hace dos años que el archivo de
registros empezó aquí en Hipona, y ya, al escribir esto, tenemos cerca de
sesenta milagros atestiguados” (Ciudad de Dios, XXII, 8)

En la temprana Edad Media la demonología se inspiró


fundamentalmente en los padres del desierto e incorporó admoniciones sobre
cómo tratar el mal en un mundo hosco y desequilibrado. Entre los que destacan
en este período acerca de la reflexión demonológica, están San Gregorio
Magno (Papa del 590 al 604), Isidoro de Sevilla en el siglo VII, Beda en el VIII
y Erígena en el IX.

San Gregorio veía el mundo como un campo de batalla en el que los


hombres, como soldados de Cristo, están siempre en las líneas frontales. Si en
algún momento relajan la atención, los demonios volarán como enjambre sobre
el campo de batalla y se apoderarán de ellos.

En el período escolástico, a partir del 1050 y hasta el 1300,


aproximadamente, sin duda el pensador más importante fue Santo Tomás de
Aquino, el Doctor Angélico. Santo Tomás prueba que el pecado que convirtió
en demonios a los ángeles fue la soberbia y, por vía de consecuencia, la
envidia. La soberbia consistió en no someterse a la regla del superior en lo
debido. La envidia en querer ser semejantes a Dios por su propia naturaleza.
Por la envidia apetecieron una excelencia singular que quedaba eclipsada por
la excelencia de Dios y se duelen del bien del hombre, por cuanto Dios se sirve
del hombre para su gloria en contra de la voluntad del demonio.

Santo Tomás consideró que la Divina Providencia es la que gobierna al


mundo, pero también explicó que el plan de Dios, al contemplar el libre
albedrío, prevé sus consecuencias, esto es, la opción por el mal. Si el
responsable del mal moral es el hombre merced a su libre albedrío, es decir, su
decisión racional, el papel del demonio como promotor del pecado es bastante
marginal. A pesar de esto, Tomás delineó cierta demonología y no objetó la
existencia concreta del diablo, pues para él (como para toda la tradición
cristiana) su acción siempre es exterior a los hombres, ya que puede
persuadirlos para que pequen pero nunca podrá interferir en su voluntad. Por
eso Tomás no dudaba en afirmar que: «Como general competente que asedia
un fortín, estudia el demonio los puntos flacos del hombre a quien intenta
derrotar, y lo tienta por su parte más débil (...) dos pasos del diablo: primero
engaña, y después de engañar intenta retener en el pecado cometido.»

El Diablo es causa indirecta del pecado, la causa directa es siempre el


pecador. Si el demonio es causa inmediata y próxima de algunos males, él es
la lejana causa moral de todo mal , dice Santo Tomás. Tomás consideró que el
demonio es el líder, príncipe, gobernador y señor de todas las criaturas
malvadas a las que se incorpora en una misma entidad. De esta manera, y así
como Cristo reúne en la Iglesia a sus fieles, quienes conforman con Él el
Cuerpo Místico, Satanás reúne a los suyos en una entidad netamente malvada.

c) El diablo en los Concilios

Párrafo aparte merecen las enseñanzas conciliares con respecto al


demonio, aun cuando pueda decirse que en ellas la mención acerca del diablo
resulta también escasa. Ha habido tres grandes definiciones conciliares sobre
el diablo: el Concilio de Braga (561), el IV de Letrán (1215) y el de Trento
(1546).
Como aconteció con muchos concilios, el de Braga se realizó como
rectificación de la fe a partir de la respuesta al dualismo de los priscilianistas.
En el canon 7 dicen los padres conciliares: «Si alguno dice que el diablo no fue
primero un ángel bueno hecho por Dios, y que su naturaleza no fue obra de
Dios, sino que dice que emergió de las tinieblas y que no tiene autor alguno de
sí, sino que él mismo es el principio y la sustancia del mal, como dijeron
Maniqueo y Prisciliano, sea anatema.»

Fue primero un ángel bueno y después se pervirtió, subrayemos.

El IV Concilio de Letrán, realizado contra los albigenses, joaquinitas y


valdenses, estableció que en el Juicio Final cada uno recibirá según sus obras,
ser réprobo o elegido; los primeros irán con el diablo al castigo eterno; éstos
con Cristo a la gloria sempiterna.

Se afirma que « el diablo y los otros demonios han sido creados por
Dios, naturalmente buenos, pero ellos mismos se volvieron malos y se
volvieron ángeles caídos. SE afirma tambén que el hombre ha pecado por
instigación del diablo » (Denz. Sch., Enchiridion symbolorum, n. 800).

Trento declara que el hombre pecador « está bajo el poder del diablo y
de la muerte » y que Dios al salvarnos « nos ha librado del poder de las
tinieblas y nos ha traspasado al reino de su Hijo bien amado, quien nos ha
rescatado y redimido de nuestros pecados ». Nos recuerda que pecar después
del bautismo es « entregarnos al poder del demonio ». Por eso el catecúmeno
para ser bautizado renuncia a Satanás, profesa la fe en la Trinidad y se adhiere
a Cristo el Salvador

Como se ve, Trento habla del Diablo a partir de la doctrina paulina.

Además de los tres concilios que se refieren al misterio del Diablo y sus
demonios, digamos algo sobre el Concilio Vaticano II.

El Vaticano II y el Sínodo de los Obispos sobre el Concilio han profesado


la existencia del poderoso enemigo: El Concilio la repite insistentemente,
mencionando a Satanás, demonio maligno, antigua serpiente, poder de las
tinieblas, hasta diecisiete veces. Y la GS, 37, dice: "A través de toda la historia
humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas que, iniciada en
los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final". El
Sínodo: "No negamos que existen en la sociedad fuerzas que operan y que
gozan de gran influjo, las cuales actúan con ánimo hostil hacia la Iglesia. Todas
estas cosas muestran que "El príncipe de este mundo" y el "misterio de la
iniquidad" operan también en nuestros tiempos" (I, 4).

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: "La Escritura habla de un


pecado de los ángeles. Esta caída consiste en la elección libre de estos
espíritus creados, que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su
Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a
nuestros primeros padres: "Seréis como dioses". Es el carácter irrevocable de
su elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina, lo que hace que
su pecado no pueda ser perdonado. "No hay arrepentimiento para ellos
después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después
de la muerte" (San Juan Damasceno).

"Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que una


criatura, poderosa por ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede
impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por
odio a Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños
-de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física- en cada
hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la providencia que con
fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo. El que Dios permita
la actividad diabólica es un gran misterio, pero "nosotros sabemos que en todas
las cosa interviene Dios para bien de los que le aman" (392-393, 395).

En Síntesis, la Iglesia ha enseñado a través de los Concilios, que la vida


de los bautizados es un combate, con la gracia de Cristo y la fuerza de su
Espíritu, contra el mundo, la carne y las fuerzas demoníacas.

Pero no le quita al hombre su responsabilidad, enseña desde antiguo


con san Juan Crisóstomo : « que no es el diablo, sino la incuria propia de los
hombres, la causa de todas sus caídas y de todos los males ».

d) Sobre la existencia de Satanás y los demonios

El 22 de noviembre de 1998, el Prefecto de la Congregación para el


Culto divino y de la disciplina de los sacramentos, firmaba el decreto de
promulgación del nuevo ritual de exorcismos de la Iglesia Católica, con el que
afirmaba la existencia de Satanás y los demonios.

Nos recuerda que la Iglesia ha reprobado siempre toda forma de


superstición y toda la preocupación excesiva o enfermiza por Satanás y los
demonios. Proscribe la superstición, la magia y todo lo esotérico, señala la
rareza de las verdaderas posesiones, pide la ayuda interdisciplinar para
discernir los casos de posesiones. Exige reserva y prudencia en el tema de
exorcismos y liberaciones, lo mismo que pide un verdadero espíritu de
discernimiento.

Recuerda también que nunca Satanás ha sido el tema central de la


predicación de la Iglesia. Pero eso no quiere decir que la consideración del
demonio no tenga que ver con el mensaje de la Buena Nueva del Señor
resucitado y de la salvación que nos ha obtenido en su Misterio Pascual,
cuando ha sido vencedor del Maligno, del pecado y de la muerte. Ya San Juan
Crisóstomo advertía a los cristianos de Antioquía: “No es ningún placer para mí
hablarles del diablo, pero la doctrina que este tema me sugiere será muy útil
para ustedes”.

Sería un error funesto comportarse como si el Maligno no existiese y


considerar que la Redención ya ha producido todos sus efectos sin que sea
necesario sostener la lucha de la cual nos habla el Nuevo Testamento y los
maestros de la vida espiritual.

Es de notar que el satanismo aumenta de manera alarmante en este


mundo secularizado. Ya varias personalidades de Iglesia y de letras han dicho
acertadamente que la más gran victoria del demonio en nuestros días es
haber logrado hacernos creer que no existe (Beaudelaire, León XIII)

El primer Papa, San Pedro, advertía con palabras claras a los cristianos
de su tiempo de guardarse de las insidias del diablo: “Sean sobrios; velen. Su
adversario, el diablo, como un león que ruge, ronda buscando quien devorar;
resístanle, firmes en la fe, sabiendo que los mismos sufrimientos los deben
soportar todos sus hermanos que hay al mundo] (1 Pe 5, 8-9).

Dos milenios después, un sucesor de Pedro, el papa Pablo VI en 1972,


advierte dramáticamente sobre esta terrible realidad:

“Delante de la situación de la Iglesia de hoy, tenemos el sentimiento que,


por algunas fisuras, el humo de Satanás ha entrado en el pueblo de Dios.
Vemos la duda, la incertidumbre, la problemática, la inquietud, la insatisfacción,
el enfrentamiento. Ya no se tiene confianza en la Iglesia, se confía en el primer
profeta que acaba de llegar… sin tener en cuenta que nosotros ya poseemos la
verdadera Vida y que Nosotros somos maestros… Se creía que después del
Concilio el sol habría brillado sobre la historia de la Iglesia, pero en lugar de sol
hemos tenido las nubes, la tempestad, las tinieblas, la búsqueda y la
incertidumbre. Hemos promovido el ecumenismo y nos separamos cada día
más unos de otros… ¿Cómo ha podido producirse todo eso? Una potencia
adversa ha intervenido. Su nombre es el diablo: este ser misterioso al cual se
refiere San Pedro en su carta… Nosotros creemos en la acción que Satanás
ejerce hoy en el mundo…”.

La fe de la Iglesia afirma claramente la existencia del Maligno y su


acción, aun reconociendo su carácter misterioso.

El mismo año 1972, en la audiencia general del 15 de noviembre, el


Papa volvía a recordar a la Iglesia la misteriosa realidad del diablo:

“El pecado es efecto de la intervención en nosotros y en nuestro mundo


de un agente oscuro y enemigo, el demonio. El Mal no es solamente una
deficiencia. Es el hecho de un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor.
Realidad terrible, misteriosa y temible. Se apartan de la enseñanza de la Biblia
y de la Iglesia aquellos que rehúsan reconocer su existencia o que hacen de Él
un principio autónomo que no tiene, como toda criatura, su origen en Dios, o
que lo explican como una pseudorrealidad, una invención del espíritu para
personificar las causas desconocidas de nuestros males”.

Y el Papa categóricamente declaraba: “¿Cuáles son las necesidades


más grandes de la Iglesia? Que no los maraville como simplista o incluso
supersticiosa o irreal nuestra respuesta: Una de las más grandes necesidades
de la Iglesia es la defensa contra este mal que llamamos demonio”.
La Iglesia toma hoy una conciencia más viva de la necesidad de luchar
con eficacia contra el enemigo común del género humano. El nuevo ritual de
exorcismo y las rogativas por la liberación del mal que le acompañan pueden
ser un paso adelante en esta lucha. Hay que conocer al Maligno para poder
luchar contra Él. Muchos pueden pensar que es una cosa pasada de moda
insistir hoy en este tema, sin embargo es uno de los temas más urgentes para
afrontar hoy. Parodiando una frase de San Agustín sobre el pecado original,
podríamos decir que la realidad del diablo, es “nihil obscurius ad intelligendum,
sed nihil necessarium ad loquendum”, nada más difícil para entender, nada
más necesario para hablar…

e) Origen de Satanás y los demonios

Dios creó las criaturas celestes y terrestres, ángeles y seres humanos,


dotados de libertad e inteligencia, los del cielo “espíritus puros”, los de la tierra,
“vasijas de barro con espíritu”. Ambos libres e inteligentes para que lo
conocieran y lo amaran, ambos para que le sirvieran con libertad, generosidad
y amor.

1. Un grupo de ángeles, comandado por uno de ellos, se pervirtió. Hizo mal


uso de su libertad. Todo comenzó en su intelecto con la idea soberbia de
sospechar que tal vez Dios no era Dios sino un ángel más como ellos.
Que tal vez habría que dudar de su poder y dominio. Que qué pasaría si
se apartaran un poco de él, desobedeciéndolo, sin vivir sometidos bajo
su yugo. Que qué se sentiría estar lejos de su influencia. Que por qué no
intentar vivir libres sin Dios. Que por qué no destronarlo de su puesto…

Esta perversión de su inteligencia y libertad hizo que se entablara una


gran batalla entre los ángeles fieles, comandados por Miguel, y los pervertidos,
comandados por Lucifer, de la cual hace referencia el libro del Apocalipsis (12,
7-9)

2. En el principio Dios existía en su Gloria rodeado por los ángeles,


espíritus puros creados como una emanación de su Presencia. Existía
uno que estaba adornado con atributos especiales y brillaba por encima
de los demás, su nombre era Lucifer, que quiere decir lleno de luz o
portador de luz (algunos espirituales se han basado en Ez 31, 3-11; 28,
13-19 para pintar la figura de este ángel)

Dios anunció a los ángeles que iba a crear en el orden del tiempo
criaturas quienes también participarían en su Reino. Lucifer en su
orgullo desafió la Voluntad Divina. Una gran batalla espiritual comenzó
entre aquellos ángeles fieles a Dios, guiados por el Arcángel Miguel,
quienes en humildad sintieron vergüenza por el desafío de Lucifer y
comenzaron a adorar a Dios diciendo “¿Quien puede ser como Dios?”.
Lucifer fue arrojado del Cielo como relámpago (Cfr. Ez 28, 17) (cfr. Lc
10, 18), y recibió su castigo volviéndose el monarca de la oscuridad por
haberse opuesto a Dios quien es Luz. (Is 14, 12-15)

Habrá una batalla final como está revelado en el Apocalipsis, y San


Miguel Arcángel derrotará a Satanás para siempre, quien será
arrojado al lago eterno de fuego con todos sus ángeles malignos y sus
seguidores (cfr. Ap 20, 10)

Los ángeles pervertidos se convirtieron en demonios, en ángeles caídos,


pues cayeron del reino de la luz al abismo de las tinieblas, al mundo de la
oscuridad (cfr. Ap 8, 10). Fueron ellos mismos quienes al pervertirse decidieron
alejarse de la presencia de Dios.

La referencia a los ángeles caídos está en el Libro Henok etiópico. Allí se


nos dice que los demonios son potencias sobrehumanas. Son los ángeles
caídos por su rebelión contra Dios (Libro Henok etiópico 15, cf. Test XII, Jub).
La literatura rabínica los llama “espíritus impuros”, porque habitan lugares
impuros. Y hay una referencia clara de su caída en Apocalipsis 8, 10: cuando
se habla de “una gran estrella, ardiendo como una antorcha, cayó del cielo”. Lo
cual nos traslada al texto de Isaías que para nosotros al describir en imágenes
al rey de Babilonia, hace pensar en el por qué de la caída de los ángeles
soberbios:

“¡Cómo caíste del cielo lucero del amanecer! Fuiste derribado por el
suelo, tú que vencías a las naciones. Pensabas para tus adentros: ‘voy a subir
hasta el cielo; voy a poner mi trono sobre las estrellas de Dios; voy a sentarme
allá lejos en el norte, en el monte donde los dioses se reúnen. Subiré más allá
de las nubes más altas; seré como el Altísimo’. Pero en realidad has bajado al
reino de la muerte, a lo más hondo del abismo” (Is 14, 12-15)

Que esta rebelión contra Dios partió de un cabecilla que agrupó en torno
a sí otros partidarios, se deduce de Ap 12, 7-9: “Después hubo una batalla en el
cielo: Miguel y sus ángeles lucharon contra el Dragón. El Dragón y sus ángeles
pelearon, pero no pudieron vencer, y ya no hubo lugar para ellos en el cielo. Así
que fue expulsado el gran dragón, aquella serpiente antigua que se llama
Diablo y Satanás, y que engaña a todo el mundo. El y sus ángeles fueron
lanzados a la tierra”

La mayoría de los Padres de la Iglesia enseña que el principio de los


ángeles caídos está en su orgullo, en el mal uso de su libertad, en el deseo de
elevarse más allá de su condición y de afirmar su independencia con respecto
de Dios, aún de hacerse pasar por Dios. Algunos añaden que ese principio de
su caída está en los celos que les produjo la nueva creatura hecha por Dios, el
hombre, y por tanto su deseo de hacer que el hombre se oponga a su Creador.

San Irineo enseña que el diablo es un “ángel apóstata”. Su origen


también está descrito en Ap 9, 1-11: “Vi una estrella que había caído del cielo a
la tierra; y se le dio la llave del pozo del abismo. Abrió el pozo del abismo, y de
él subió humo como de un gran horno, y el humo del pozo hizo oscurecer el
sol y el aire; del humo salieron langostas que se extendieron por la tierra y se
les dio poder como el que tienen los alacranes. Se les mandó que no hicieran
daño a la hierba de la tierra ni a ninguna cosa verde ni a ningún árbol, sino
solamente a quienes nos llevaran el sello de Dios en la frente… el jefe de las
langostas, que es el ángel del abismo, se llama en hebreo Abadón y en griego
Apolión (destructor)

A los ángeles caídos podemos aplicarle las palabras de San Pablo los
gentiles: “habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios… antes
bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se
entenebreció… no se mantuvieron en la verdad” (Cfr Rom 1, 21-25), por eso
Satanás es el padre de la mentira, el seductor. Se alejó de Dios que es la
verdad y por tanto no se mantuvo tampoco en su propia verdad, en su realidad
de criatura que depende de Dios. Quiso ser autónomo, bastarse a sí mismo y
empezó a ser la primera criatura que se escapaba de la influencia de Dios, que
se desprendía de sus brazos, que iniciaba una rebelión contra Dios. De esa
manera convirtió su ser en mentira, y se convirtió así en padre de la mentira, “el
que cambia la verdad de Dios en mentira” (Rom 1, 25)

A este “no mantenerse en la verdad” corresponde el texto de Judas 6-8:


“los ángeles caídos no guardaron su propia dignidad, sino que abandonaron su
domicilio”

Juan Pablo II, en una catequesis de 1986 sobre las creaturas visibles e
invisibles creadas por Dios, dice “existen espíritus puros, creaturas de Dios,
inicialmente todos buenos, y después por una opción de pecado se
dividieron irremediablemente en ángeles de luz y en ángeles de
tinieblas…

Una referencia a los ángeles caídos la hace Jesús cuando dice: “vi caer
a Satanás…” (Lc 10, 17-20)

En síntesis, Dios creó en estado de gracia santificante a todos los


ángeles, en el cual pudieron merecer la bienaventuranza, y gozar de la visión
beatífica, que una vez alcanzada, no se pierde jamás, y por tanto los ángeles
bienaventurados ya no pueden pecar. Pero todos, antes de ser confirmados en
gracia, pudieron pecar y de hecho, muchos ángeles creados buenos por Dios,
pecaron y se convirtieron en demonios, como nos dice la Escritura: "El diablo
no se mantuvo en la verdad, porque la verdad no estaba en él" (Jn 8,44).
"Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus
ángeles" (Mt 25,41). "Dios no perdonó a los ángeles que pecaron; al contrario,
los precipitó en las lóbregas mazmorras del infierno, guardándolos para el
juicio" (2 Pe 2, 4). "A los ángeles que no se mantuvieron en su rango y
abandonaron su propia morada, los tiene guardados para el juicio del gran día,
atados en las tinieblas con cadenas perpetuas" (Jds 1,6). "El que comete
pecado ese es del diablo, porque el diablo peca desde el principio" (1 Jn 3,8).

Qué pretenden el Diablo y sus demonios

Pablo VI dice que el Diablo “es un espíritu perverso, pervertido y


pervertidor, realidad monstruosa y pavorosa, misterio de iniquidad”. Por ser
espíritu puede más que nosotros que somos también materia. Por ser
pervertido y pervertidor quiere pervertirnos, quiere pervertir el Plan de Dios,
quiere impedir que lleguemos a la comunión definitiva con El.

El Diablo es el Enemigo de Dios y de los hijos de Dios. Se odia a sí


mismo, odia a Dios y a los adoradores del Dios vivo y verdadero, y ¿qué
pretenderá alguien que vive del odio, en el odio y con odio? Una cosa es clara:
no quieren el amor que es el ser y el quehacer de Dios, que es la doctrina
santa de Dios, su único mandato. Por su odio, quiere impedir el plan de Dios
sobre los hombres que es un plan de amor.

Como Satanás y sus demonios ya no pueden ir al cielo, donde se ama


eternamente, a causa de su odio creciente, pretenden impedir que los hombres
y mujeres sí vayamos al cielo. De esa manera quieren burlarse de la
Redención de Cristo que ha muerto y derramado su sangre por la salvación del
género humano.

“El Diablo fue homicida desde el principio” (Jn 8, 44). Su intención desde
el principio es precipitar los hombres a la ruina (Jn 8, 44), sublevarlos contra
Dios y perderlos. Los hombres por propia culpa se hacen esclavos del diablo (1
Jn 2, 8.10). Satán sólo tiene poder sobre los que le den lugar (Ef 4, 27), sobre
los que se dejen llevar por la triple concupiscencia (1 Jn 2 16) y le abren así las
puertas de su pensamiento y de su voluntad. El pecado es la verdadera esfera
o atmósfera en el que el diablo vive y trabaja (1 Jn 3, 8). Detrás del paganismo
con su idolatría y superchería está Satán (Hch 13, 10), el príncipe de este
mundo (Jn 12, 31; 14, 30; 16, 11; 1 Jn 5, 19). Su maldad invisible se hace
visible en la traición de Judas a Cristo. Ataca también y se opone a la acción de
los discípulos de Jesús (Lc 22, 31), y de la Iglesia naciente (Hch 5, 3) y a la
predicación de los apóstoles (1 Tes 2, 18). Amenaza a las Iglesias pero éstas
pueden resistirle por la fuerza de su fe (Rom 16, 20; 1 Pe 5, 8)
Su plan pues es perder a los hombres. Emplea la táctica de la
seducción, la mentira, el engaño. Se vale de la fragilidad humana, de sus
instintos, de su carne débil para tentarlos, influir en su mente y corazón,
asediarlos, oprimirlos e infestar sus lugares y cosas y de esa manera llenarlos
de miedo, alejarlos de la Voluntad de Dios, del camino que va al cielo, y
perderlos por los caminos de pecado y de muerte “pues por la envidia del
diablo entró el pecado y la muerte en el mundo” (Sab 2, 24; Cfr Rom 5, 12; Heb
2, 14)

El es el que arrebata la buena semilla del corazón de los oyentes (Mt 13,
19), siembra la cizaña en medio del trigo ( Mt 13, 28), induce a mentir a
Ananías y Safira (Hch 5, 3), tienta a los continentes (1 Cor 7, 5), excita la
discordia en las Iglesias (2 Cor 2, 11; Ap 2, 24), trata de impedir la acción del
apóstol de las naciones por todos los medios, por la enfermedad paralizante y
por otras circunstancias adversas (1 Tes 2, 18;3, 5;2 Cor 12, 7)

Juan Pablo II nos recuerda que “la Iglesia en el concilio de Letrán (1215)
enseña que el diablo y los otros demonios han sido creados buenos por Dios,
pero que se volvieron malos por su propia voluntad. En la segunda carta de san
Pedro se habla de “ángeles que habían pecado y que Dios no perdonó sino
que los precipitó al abismo de tinieblas” (2 Pe 2, 4).

Satanás es “homicida”, es decir, destructor de la vida sobrenatural, que


desde el principio Dios había puesto en él y en las creaturas hechas a imagen
de Dios: los demás espíritus puros y los seres humanos. Satanás quiere
destruir la vida según la verdad, la vida sobrenatural, la vida de gracia y de
amor…

La acción de Satanás consiste ante todo en tentar a los hombres al mal,


actuando sobre su imaginación y sus facultades superiores para alejarlos de la
ley de Dios…

La expresión de san Juan: “el mundo entero está bajo el poder del
Maligno” (1 Jn 5, 19) hace alusión a la presencia de Satanás en la historia de la
humanidad, una presencia que se acentúa en la medida en que el hombre y la
sociedad se alejan de Dios” (13 Agosto de 1986)

Y una semana después, el 20 de agosto, dijo el Papa Juan Pablo II

“La fe de la Iglesia nos enseña que la potencia de Satanás no es infinita.


El es sólo una creatura, potente en cuanto espíritu puro, pero siempre una
creatura, con los límites de la creatura, subordinada al querer y al dominio de
Dios. Si Satanás obra en el mundo por su odio contra Dios y su reino, ello es
permitido por la Divina Providencia que con potencia y bondad ("fortiter et
suaviter") dirige la historia del hombre y del mundo”
En fin, el Diablo es una entidad espiritual personal destructora, perversa,
maligna, agresiva de la integridad del hombre, y pretende dañar su relación con
dios y pervertir su deseo de llegar a vivir eternamente con Dios en el cielo.

f) Por qué los ángeles caídos no pueden ir al cielo y los hombres


caídos sí

1. Ellos no, porque han tomado la decisión irreversible de alejarse de


Dios, como los planetas que se alejan de la influencia de su Sol, se
salen de su órbita y quedan en la oscuridad para siempre, y por mucho
esfuerzo que haga el Sol ya no puede atraerlos hacia sí.

Dice el Papa Juan Pablo II: “Es claro que si Dios no perdonó el pecado
de los ángeles es porque permanecieron en su pecado, porque están
eternamente encadenados a la elección que hicieron desde el principio,
rechazando la verdad del Bien Supremo y definitivo que es Dios mismo.
Este pecado ha sido tan grande como lo es la perfección espiritual y la
perspicacia cognoscitiva de la inteligencia angélica, y como grande es su
libertad y su cercanía de Dios…. Satanás vive en la negación radical e
irreversible de Dios, y busca imponer a la creación, a los otros seres
creados a la imagen de Dios, y en particular a los hombres, su trágica
mentira sobre el Bien que es Dios” (Catequesis de 1986)

Nosotros sí, si no tomamos la decisión irreversible de alejarnos de Dios y


vivir fuera de su órbita. Para los hombres que no se arrepientan y vuelvan al
camino de Dios, que no entren en un serio proceso de conversión, de regresar
a Dios, también hay condenación eterna.

2. Ellos no, porque siendo de naturaleza espiritual, con un altísimo


conocimiento de Dios, viviendo en su presencia santa, envueltos por su
resplandor, habiendo sido hechos de un material extrafino, llenos de
ciencia, virtud, luz, sabiduría… es imperdonable que se hayan
pervertido.

En cambio, nosotros sí, porque Dios sabe que no somos espíritus,


dotados de ciencia, virtud, sabiduría, luz, inteligencia como los ángeles, sino
que nos tiene compasión y misericordia porque “él sabe de qué barro estamos
hechos” (Sal 103, 14)

3. Ellos no y nosotros sí, porque Cristo murió y derramó su sangre para el


perdón de los pecados de los hombres, y no por el perdón de los
pecados de los ángeles caídos. Murió para redimir a los hombres caídos
no para redimir a los ángeles caídos.
4. Ellos no porque son odio, viven en el odio, cada vez crecen más en odio
y de esa manera siguen avanzando en una dirección cada vez más
opuesta a Dios que es amor. Aunque Dios les mande muchas gracias
ellos ya no las reciben, las rechazan, el odio forma en ellos una
caparazón que impide cada vez más recibir las gracias de Dios.
Nosotros sí porque “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Ro 5, 5), y por ese
Espíritu podemos amar más y más a Dios y al prójimo, y así disponernos
para ir al Reino del amor que es el cielo.

g) El diablo ya está vencido

Cristo le arrebata su dominio (Mt 12, 28; Jn 12, 31). Esta victoria empezó
con la aparición de Jesús sobre la tierra (Lc 10, 18) y sobre todo con su muerte
y resurrección, cuando dijo antes de morir: “Ahora va a ser echado el príncipe
de este mundo” (Jn 12, 31).
En efecto Cristo se presenta como el más fuerte que saquea al fuerte y lo ata y
lo vence (Cfr. Mt 12, 29-32)

Esta victoria se hace palpable en las expulsiones de los demonios


narradas en los evangelios y en su encuentro cara a cara con él en el desierto
(Lc 4, 1ss).

Esta victoria se completará en la segunda venida de Cristo (Ap 12, 12).

Pero por muy poderosa que sea la acción de Satanás, es la bestia que
va a su perdición (Ap 17, 8), y está destinada a las cadenas eternas (Jds 6), y
al tormento eterno en el estanque de azufre y fuego (Ap 20, 10)

“Como leemos en la Carta a los Hebreos, Cristo se ha hecho partícipe


de la humanidad hasta la cruz "para destruir por la muerte al que tenía el
imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a aquellos que estaban toda la
vida sujetos a servidumbre" (Hb 2,14-15). Esta es la gran certeza de la fe
cristiana: "El príncipe de este mundo está ya juzgado" (Jn 16,11); "Y para esto
apareció el Hijo de Dios, para destruir las obras del diablo" (IJn 3,8). Así, pues,
Cristo crucificado y resucitado se ha revelado como el "más fuerte" que ha
vencido "al hombre fuerte", el diablo, y lo ha destronado. De la victoria de Cristo
sobre el diablo participa la Iglesia: Cristo, en efecto, ha dado a sus discípulos el
poder de arrojar los demonios (cfr. Mt 10,1 y paral.; Mc 16,17). “La Iglesia
ejercita tal poder victorioso mediante la fe en Cristo y la oración (cf. Mc 9,29; Mt
17,19s), que en casos específicos puede asumir la forma del exorcismo.” (Juan
Pablo II, 1986)
El Diablo tenía amenazados a los hombres con el temor de la muerte.
Los seduce, engaña, tienta para que caigan en pecado que opone a Dios, aleja
de Dios, aparta de El. Entonces por el pecado viene la muerte de la gracia, la
muerte de la vida de Dios en el hombre, y por tanto la muerte eterna. Con
razón se dice que el diablo es homicida (¿?). A no ser que alguien muera por el
hombre y le dé la oportunidad de arrepentirse y de vivir no según las
seducciones del Maligno sino según Dios, y obtener de esta manera la vida.
Eso fue precisamente lo que hizo Cristo, murió por nosotros, por nuestros
pecados que nos llevaban a la muerte. Y gracias a la Resurrección de Nuestro
Señor Jesucristo, la tiranía de la muerte ha quedado destruida, y él se ha
convertido en espíritu vivificante (1 Cor 15, 46), en nuevo principio de vida, en
autor de una regeneración por la que pasan a ser de hijos de ira (Ef 2,3) a hijos
de Dios (Jn 1, 12).

h) Si ya ha sido derrotado el Diablo, ¿cómo entender su acción en el


mundo? ¿cómo es que un derrotado sigue peleando y dando
guerra?

Esta victoria, como ya dijimos, se inició con la Encarnación del Hijo de


Dios y ante todo con su muerte y resurrección. Pero el hombre tiene que hacer
suya, de manera moral y espiritual, esta victoria, realizando su propia lucha
(esa es la pedagogía salvadora y misteriosa de Dios)

Esa victoria iniciada por Cristo, Cabeza de la Iglesia, se completará al


final de los tiempos, cuando Cristo vencedor (Cabeza) y cada cristiano, o sea la
Iglesia, vencedor por la gracia del Espíritu Santo (Cuerpo místico), en la
parusía, levanten el estandarte de la victoria total, cuando Cabeza y Cuerpo
hayan vencido, y entonces aten a Satanás y sus demonios para siempre.

Por lo pronto tratemos de entender cómo el derrotado sigue haciendo


estragos a través de 5 imágenes:

• Imagen de la invasión del pueblo

La batalla contra Satanás ya está ganada. Satanás quiere invadir al


pueblo de Cristo, adueñarse de él y someterlo a su imperio. Pero esta batalla
ya está ganada. Cristo lo ha vencido con su muerte y resurrección, y se ha
adueñado de la capital, pero Satanás sigue haciendo revueltas en algunos
sectores, en algunas poblaciones, aunque no puede triunfar, que la batalla es
inútil. Pero es terco y sigue peleando, haciendo estragos para tratar de
conquistar y tener algún control del pueblo, algún control sobre algún sector de
la persona: su mente, su corazón, sus sentidos, sus emociones, su inteligencia,
su voluntad… Y hace eso porque no quiere sentir la derrota total, y porque su
odio por Dios y los suyos crece más y más cada vez.

• Imagen del león amarrado

El diablo está vencido y se encuentra atado, amarrado (Cfr. Mc 3, 27),


sólo que con una cadena muy larga, y por tanto sólo puede hacerles daño a los
incautos que se acercan o entran a sus terrenos, y allí este león rabioso “ronda
como león rugiente buscando a quien devorar” (1 Pe 5, 8)

Pero no puede hacerle daño total a una persona que ha sido rescatada
por la sangre poderosa de Cristo, no puede hacerle daño total a un bautizado,
a no ser que este bautizado reniegue de su fe, de su Dios y se entregue
voluntariamente al Diablo, deje de ser templo del Espíritu Santo y convierta su
templo en cueva de ladrones, y se deje habitar, mejor, invadir, influenciar no por
Dios sino por el Espíritu Maligno. “El influye y actúa sólo en los que son
rebeldes” (Ef 2, 2)

De aquí la afirmación que hace la Iglesia, de que las posesiones plenas


de Satanás a un bautizado son casi imposibles.

Y Dios puede permitir que el perro muerda a alguien, que el demonio te


tiente, te pruebe, como sucedió con Job y con su Hijo Jesús, para sacar bien
del mal, pues “todo lo dispone Dios para bien de los que le aman” (Ro 8, 28).

Por eso la pastoral de liberación no debe reducirse a buscar liberación


en los oprimidos por el diablo, sino también en buscar la voluntad de Dios
sobre ellos, hacerles descubrir lo que Dios les está diciendo con esa
experiencia de prueba, lo que les está pidiendo, las interpelaciones que les
está haciendo, etc.
• Imagen heliocéntrica

Cristo es el sol, los ángeles y santos son los astros del sistema solar que
giran a su alrededor, los otros planetas son los hombres y mujeres, María es la
luna, etc. El Diablo y los demonios son astros que se apartaron voluntariamente
tanto del sol y ya no reciben su influencia, se salieron de su zona gravitacional,
bien lejos se fueron al abismo, a la oscuridad, al frío de las tinieblas exteriores,
donde no llegan los rayos del sol, donde todo es muerte y perdición y
oscuridad.

Los demonios pues son esos planetas que están irremediablemente


fuera del alcance de la atracción del Sol y de su luz. Se salieron de la fuerza
gravitatoria y cada vez se alejan más del sol. Pero siguen siendo cuerpos
celestes que ejercen influencia sobre otros planetas. Estos astros perdidos
pueden influir en otros planetas para alejarlos del Sol y pervertirlos

• Imagen del “poco tiempo”

En Ap 20, 2-3 leemos: “El ángel sujetó al dragón, aquella serpiente


antigua que es el Diablo y Satanás, y lo encadenó por mil años. Lo arrojó al
abismo donde lo encerró, y puso un sello sobre la puerta para que no engañen
a las naciones hasta que pasen mil años, al cabo de los cuales habrá de ser
soltado por un poco de tiempo”

Cristo ya venció a Satanás, pero a Satanás le queda un “poco de


tiempo”, mientras llega el final de los tiempos, el tiempo de su derrota total y
plena, para seguir haciendo revueltas entre el pueblo de Dios, pero de manera
inútil, pues ya sabe que no podrá vencer. Sin embargo es terco, y cegado por el
odio contra Dios, contra Cristo, contra el Espíritu, contra los ángeles fieles,
contra sí mismo, contra los redimidos por Cristo, se aferra a la última
oportunidad que tiene, al “poco de tiempo”, para hacer de las suyas, para hacer
el mal, para atacar y herir. Es como el león o la serpiente o el dragón que está
muriendo poco a poco, pero a quienes se les acerque y se dejen, los ataca y
hiere.

• Imagen de la manzana

Lo normal es que la manzana caiga al suelo en otoño luego de haber


pasado el verano madurando hasta su pleno esplendor y desarrollo. Pero si
una manzana verde cae en verano, sin madurar, afectada por un gusano o una
epidemia, o plaga… significa que algo anda mal. Se requiere fumigar, podar,
limpiar… Esa es la oración de liberación y los exorcismos: una ayuda espiritual
para fumigar la plaga que Cristo venció pero que dejó sus virus vivos
contaminantes, que a quienes toca contagia y enferma. Esta plaga quiere
impedir que los cristianos demos buenos frutos maduros y abundantes para el
Señor, quiere que caigamos verdes y feos en pleno verano.

J) ¿Cómo atacan los demonios a los seres humanos?

Los demonios atacan a la persona humana así:

1. Tentación: va y viene, viene y va. Se trata de una influencia muy


externa, una influencia ligera. La tentación es una sugestión o
seducción o una ilusión del Tentador que deja intacta nuestra libertad.
Por nuestra libertad podemos consentir o no. Se requiere ante las
tentaciones un combate espiritual que exige vigilancia, lucha contra los
pensamientos o sensaciones sugestivas, oración, ayuno o ascesis,
limosna, obras de misericordia, vida de fe y piedad, y en lo posible,
acompañamiento espiritual. Caer en tentación es pecar. Por eso en el
padrenuestro pedimos que “no nos dejes caer en tentación”. Si se cae
en tentación la solución es arrepentirse y confesarse.

2. Circumdatio (obsesión) asedia de forma continuada. Es una influencia


más cercana, más intermitente, es una influencia grave. el Diablo está
rodeando a la persona: ruidos, olores, movimientos de cosas, lo hace
ver sombras, pesadillas…

3. Influencia fuerte. Es cuando oprime al hombre en mente y en


organismo (opresión), de manera que influye en el cuerpo por medio de
enfermedades, o en la mente induciendo de forma obsesiva a vicios,
adicciones, tendencias suicidas, pensamientos obsesivos. En cierta
forma ha “poseído” a la persona en el sentido de que está tocándola
más íntimamente, y la influencia por medio de miedos, complejos, odios,
resentimientos… Así podemos encontrar personas adoloridas en su
cuerpo y atormentadas en su espíritu y en su alma. Esta influencia fuerte
puede venir por desviaciones en la conducta, depravaciones sexuales,
perversiones de comportamientos, obsesiones mundanas sádicas,
masoquistas, hedonistas, actitudes idólatras, tendencias adictivas: a la
droga, al alcohol, a los juegos, a las apuestas, al tabaco, a las compras
compulsivas…
Se puede dar por haber pactado con el diablo, por prácticas
supersticiosas y esotéricas y mágicas, por medio de maleficios o
maldiciones recibidas
Aquí se requiere o un exorcismo o una oración de liberación, pero
pidiendo al hermano que ore él mismo, pues puede todavía tener
conciencia y orar, que se confiese y que desee ingresar en un camino de
conversión.

4. “Posesión”. Se trata de una influencia radical, pues el espíritu maligno


toca la intimidad del ser humano, incrusta su influencia radical en su
inteligencia y su voluntad. Es cuando un demonio ha producido una
influencia tan fuerte en la inteligencia y voluntad de una persona, que
ésta pierde conciencia y voluntad y se oscurece su inteligencia, queda
hecho una marioneta del Maligno. Parece que la persona ha perdido su
personalidad o tiene doble personalidad. Usa su inteligencia y voluntad
de forma pervertida. Es cuando decimos que fulano de tal está a merced
del Diablo, no es que el diablo lo posea, sino que lo influye muy
determinativamente en él. Esta influencia radical se puede dar sobre
todo en quienes hacen pacto con el diablo, quienes le entregan su alma
a los demonios, los que hacen alianza con un ídolo o con un Mal,
quienes se comprometen en una secta satánica o en una secta maligna,
quienes practican el esoterismo y el ocultismo: cultos secretos,
espiritismo, brujería, ritos mágicos, prácticas rituales animistas como el
vudú, la adivinación como la quiromancia, cristalomancia, la
cartomancia, la astromancia, etc.

En el N.T. más que posesión, el verbo griego que alude a ello quiere
decir más bien perturbación, ser molestado, atormentado, vejado. Algunos
comentaristas bíblicos dicen que un ejemplo de posesión es que Satanás entró
en Judas, pero este entrar en Judas lo que significa es que nubló su cabeza y
su corazón de tal manera que lo apartó de Cristo y de la comunidad, le hizo
perder la gracia de Dios y la vida misma.

Cristo y Juan Bautista son acusados de poseer un demonio (Jn 8, 48; Jn


7, 20; 10, 20) eso es sinónimo de estar influenciados por un espíritu malo que
los ha hecho “perder la cabeza”

5. Infestación. Se refiera a la influencia de demonios en los animales,


cosas y lugares de las personas. Sobre todo en animales, cosas y
lugares en las que se han practicado ritos esotéricos, cultos satánicos,
negocios criminales, o en esos entes que han sido dedicados a usos
pecaminosos.

Repitamos: la estrategia del Maligno consiste en tentarnos e incitarnos al


pecado para alterar la imagen de Dios que somos nosotros y por otro lado para
impedir el plan salvador de Dios que quiere que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento de la verdad.

El busca degradar nuestro equilibrio espiritual, psíquico y físico, para que


nos desesperemos, perdamos la fe, la esperanza, vivamos no según el Plan de
Dios, sino entregados en angustia al mundo y al mal.

Pero Dios nos hizo libres, y con esa libertad y su gracia podremos
enfrentar la batalla dura contra el Enemigo. Si caemos en las trampas de
Satanás, la responsabilidad es nuestra.

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