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El imbécil juvenil

Olavo de Carvalho
1998

He creído ya en muchas mentiras, pero


hay una a la que siempre he sido inmune: la
que exalta la juventud como una época de
rebeldía, de independencia, de amor a la
libertad. No he dado crédito a esa sandez ni
siquiera cuando, siendo yo joven, me
lisonjeaba. Todo lo contrario, desde muy
pronto me impresionaron enormemente, en
la conducta de mis compañeros de
generación, el espíritu de rebaño, el temor al
aislamiento, el servilismo a la voz cantante,
el ansia de sentirse iguales y aceptados por Olavo de Carvalho (1947)
la mayoría cínica y autoritaria, la
nació en Campinas, São
disposición de rendirse a todo, de
Paulo. Es un periodista,
prostituirlo todo a cambio de una
filósofo, docente, escritor y
insignificante plaza de neófito en el grupo
de los “tíos guay”. conferencista brasilero. Su
trabajo se ha centrado en la
El joven, es cierto, se rebela muchas emancipación del individuo
veces contra sus padres y profesores, pero es de la tiranía colectivista. Es
porque sabe que en el fondo están de su uno de los pensadores
parte y jamás responderán a sus agresiones antimarxistas más vigorosos
con fuerza total. La lucha contra los padres de la actualidad.
es una comedia, un juego de naipes
marcados en el que uno de los contrincantes lucha por vencer y el otro por
ayudarle a vencer.

Muy diferente es la situación del joven ante los de su generación, que no


tienen con él las condescendencias del paternalismo. En vez de protegerle, esa
masa ruidosa y cínica recibe al novato con un desprecio y una hostilidad que
le hacen ver, en seguida, la necesidad de obedecer para no sucumbir. De sus
compañeros de generación es de donde adquiere la primera experiencia de
enfrentamiento con el poder, sin la mediación de esa diferencia de edad que da
derecho a descuentos y atenuantes. Es el reino de los más fuertes, de los más
descarados, el que se afianza con toda su crudeza sobre la fragilidad del recién
llegado, imponiéndole pruebas y exigencias antes de aceptarlo como miembro
de la horda. A cuántos ritos, a cuántos protocolos, a cuántas humillaciones se
somete el postulante, para escapar de la perspectiva aterradora del rechazo, del
aislamiento. Para no ser devuelto, impotente y humillado, a los brazos de su
madre, tiene que aprobar un examen que le exige menos valor que
flexibilidad, que capacidad de amoldarse a los caprichos de la mayoría - la
supresión, en definitiva, de la personalidad.

Es cierto que se somete a eso con placer, con el anhelo de un apasionado


que hará de todo a cambio de una sonrisa condescendiente. La masa de los
compañeros de generación representa, en resumidas cuentas, el mundo, el gran
mundo en el que el adolescente, emergiendo del pequeño mundo doméstico,
pide la entrada. Y la entrada cuesta cara. El candidato debe, en seguida,
aprender todo un vocabulario de palabras, de gestos, de miradas, todo un
código de señas y símbolos: el mínimo fallo le expone al ridículo, y la regla
del juego es generalmente implícita, teniendo que ser adivinada antes que
conocida, copiada antes que adivinada. El modo de aprendizaje es siempre la
imitación - literal, servil y sin discusión. La entrada en el mundo juvenil
dispara a toda velocidad el motor de todos los desvaríos humanos: el deseo
mimético del que habla René Girard, en el que el objeto no atrae por sus
cualidades intrínsecas, sino por ser simultáneamente deseado por otro, al que
Girard llama el mediador.

No es de extrañar que el rito de entrada en el grupo, al costar una


inversión psicológica tan elevada, acabe por llevar al joven a la completa
exasperación impidiéndole, al mismo tiempo, descargar de vuelta su
resentimiento sobre el grupo mismo, objeto de amor que se oculta y que por
eso tiene el don de transfigurar cada impulso de rencor en un nueva embestida
amorosa. ¿Hacia dónde se revolverá, entonces, el rencor sino hacia la
dirección menos peligrosa? La familia surge como el chivo expiatorio
providencial de todos los fracasos del joven en su rito de transición. Si no
logra ser aceptado en el grupo, lo último que se le ocurrirá es achacar la culpa
de su situación a la fatuidad y al cinismo de quienes le rechazan. En una cruel
inversión, la culpa de sus humillaciones no será atribuida a los que se niegan a
aceptarlo como hombre, sino a los que lo aceptan como niño. La familia, que
le ha dado todo, pagará por las maldades de la horda que se lo exige todo.

A eso es a lo que se reduce la famosa rebeldía del adolescente: amor al


más fuerte que le desprecia, desprecio al más débil que le ama.

Todas las mutaciones se dan en la penumbra, en la zona indistinta entre


el ser y el no-ser: el joven, en tránsito entre lo que dejó de ser y lo que no es
todavía, es, por desgracia, inconsciente de sí mismo, de su situación, de las
autorías y de las culpas de cuanto pasa dentro y alrededor de él. Sus juicios
son casi siempre la completa inversión de la realidad. Ése es el motivo por el
que la juventud, desde que la cobardía de los adultos le dio autoridad para
mandar y desmandar, ha estado siempre a la vanguardia de todos los errores y
perversidades del siglo: nazismo, fascismo, comunismo, sectas pseudo-
religiosas, consumo de drogas. Son siempre los jóvenes los que están un paso
al frente en la dirección de lo peor.

Un mundo que confía su futuro al discernimiento de los jóvenes es un


mundo viejo y cansado, que ya no tiene ningún futuro.

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