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EL FILANDÓN

«Las librerías están llenas de cosas caducas»


Se hacen llamar ‘gran gromo’, ‘malabia’, ‘suscriptor 10’... son miembros de
Manual de Ultramarinos, una activa sociedad, secreta y literaria, que tras
cinco años de vida comparece ante la prensa. Sus escritos están impresos
sobre la pulpa de papel de libros viejos y en ediciones mínimas,
contadísimas.

Los integrantes de Manual de Ultramarinos en el mercadillo de Fernández Cadórniga - JESÚS F.


SALVADORES

E. GANCEDO | LEÓN 04/11/2018

No todos los días se halla uno ante el brete de entrevistar a una sociedad secreta.
O cuasi secreta. Pero ante todo hay que dejar claro que el posible mérito de
haberlo conseguido no corresponde en este caso al redactor sino al fotógrafo, y
así lo dejaron claro los propios miembros de Manual de Ultramarinos, singular
grupo de letraheridos leoneses con querencia a buscar en rastros, anticuarios y
mercadillos su sustento literario, su cotidiana ración de metáforas.
«En efecto, somos una sociedad secreta y no entra dentro de nuestros planes
aparecer públicamente, como hacemos ahora, en un reportaje... si lo hemos
hecho ha sido como excepción por la simpatía del fotógrafo que enviasteis al
último acto. Allí le explicamos que nunca avisamos de nuestras reuniones, ni se
puede acudir sin invitación». Lo dice malabia (sí, con minúscula), portavoz de
esta cofradía de ropavejeros de las letras en la que cada integrante jamás
responde a su nombre propio sino que es conocido por distintos alias y

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apelativos en clave. De hecho, el auténtico ‘culpable’ de que los Ultramarinos
aparezcan por fin en el Diario fue el llamado «suscriptor número 10», que dio el
chivatazo a la prensa.

Instantes de la presentación callejera de los últimos textos del grupo. - JESÚS F.


SALVADORES

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Pero, ¿qué puede llevar a un grupo de personas amantes de los libros a reunirse
y a mantener tales liturgias cuando la lectura es una actividad que, en principio,
se realiza en solitario? «Bueno, en primer lugar te diré que lo secreto de nuestro
grupo responde a que vivimos de espaldas a las imposiciones y costumbres de
la industria cultural como única forma de salvaguardar lo que nos interesa, que
es la literatura —reflexiona malabia—. Siempre repetimos que, en lo nuestro,
todo es de mentira menos la literatura que es de verdad, justo al revés de lo que
ocurre en el mundo editorial en el que casi todos los libros que se editan no son
literatura sino mentiras que se sostienen con una crítica fraudulenta y eventos
de promoción».
«A veces se nos considera hoscos o elitistas —advierte—, pero simplemente nos
apartamos por amor a la literatura de verdad, somos apartadizos para
salvaguardarla. De ahí que nuestro interés se haya dirigido hacia el pasado, las
librovejerías, el Rastro y ‘la busca’. Ante una producción literaria del presente
cada vez más insatisfactoria, lo pretérito nos ofrecía, por un lado, el filtro de
calidad del tiempo y, por otro, la posibilidad de rescatar del olvido libros
injustamente orillados aunque fuera sólo momentáneamente».
Manual de Ultramarinos comenzó sus reuniones y andanzas hace algo más de
cinco años, en un principio, «para presentar nuestros escritos, impresos sobre la
pulpa de papel de libros viejos de autores del pasado y en ediciones mínimas,
muchas veces contadas para los asistentes, de forma no venal y siempre a
cambio de la voluntad». Cuando se le pregunta por si cuentan con una especie
de cuartel general y en qué consisten realmente sus actividades anuales, se
refiere el discreto delegado ultramarino a una «sede principal» que fue, hasta
que cerró hace unos meses, «la chamarilería de la calle Cantareros, un museo de
cosas a punto de desaparecer que era una obra de arte en sí misma y cuyo dueño
mantenía como santuario mágico leyendo unos libros que nunca quería
venderte. Allí presentamos entregas coincidiendo, normalmente, con el final de
cada estación del año. En esas entregas han ido hojas volanderas, novelas por
entregas, la única colección infantil de Europa escrita por un niño, antologías de
poetas raros y cuentistas solitarios, la única cinta de cassete del mundo en la que
un músico canta con el ruido de Nueva York de fondo, opúsculos sicalípticos...
incluso una revista crítica sobre la actualidad literaria de hace más de medio
siglo y otra del círculo de Lisboa».
No puede el entrevistador sustraerse a la sugerencia tendera y colonial de la
denominación de la banda, y por eso pregunta por su origen. «El nombre de
Manual de Ultramarinos es invención de Tinofc Ocramalliv, alias el polaco,
dueño de una de las bibliotecas extraídas del Rastro más importantes de España:
su significado es uno de los grandes secretos del grupo».
Pero, aunque cada integrante de este ‘anti-ateneo’, de esta heterodoxa tertulia
tiene sus gustos y fetiches, ¿hay cierta clase de autores por la que el colectivo

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sienta predilección? «Bueno, no se trata de un grupo estético aunque sí se haya
producido un estilo propio, el ultramarino. Hay referencias comunes como Pío
Baroja, Ramón María del Valle-Inclán, Ramón Gómez de la Serna y todos
aquellos autores que han nutrido y nutrirán con sus libros viejos la pasta de
papel que dará a luz las hojas sobre las que imprimimos e imprimiremos
nuestros libros...», reza malabia siempre contenido, juicioso, en ocasiones
críptico. Por ejemplo, ante la cuestión de si esta tierra, célebre por su abundancia
en prestigiosos autores, es pródiga también en lectores, responde: «Todos los
ultramarinos hemos leído más de lo que debíamos».
En este punto se plantea uno cómo adquirir alguna de las ediciones del grupo.
¿Qué ha de hacer el interesado? ¿Quizá acudir a algún oscuro bazar y dar una
contraseña al tendero? «Los ejemplares, como dije, se hacen en ediciones muy
limitadas y se numeran, rara vez superan la veintena —aclara malabia—.
Últimamente se sopesa la idea de hacer un ejemplar único de cada obra. Sólo se
puede conseguir una de nuestras plaquettes al ser invitado y asistiendo a la
presentación. Si sobra algún ejemplar se deja en la librería Galatea que está al
pie de la Catedral, donde hay un librero excepcional que lee libros, Leo».
Es curioso que Manual de Ultramarinos haga gala de clandestinidad en una
época en la que todo el afán parece ser figurar, publicar, exhibir, airear… «No
hacemos gala de clandestinidad sino que directamente nos escondemos para
que lo que le pasa a la literatura por todas partes no nos pase a nosotros —aclara
el emisario—. En una ocasión, un escritor nos ofreció sus textos asegurando que
no quería dinero sino sólo reconocimiento y fama. Le dijimos que nosotros
éramos todo lo contrario, que queríamos no ser conocidos para poder disfrutar
de la literatura».
¿Y cómo ven los miembros de Manual de Ultramarinos el devenir (o quizá la
deriva) de la literatura actual? Esa explosión de autores, esa jungla imposible de
desbrozar, y todos esos otros que no paran de correr en pos de premios… «En
todas las épocas ha habido autores que han vivido con gran éxito de público
como si fuesen a ser clásicos y una vez muertos se desvanecen en la memoria; su
obra sola vale poco. Las librerías de nuevo están llenas de cosas caducas».
El pasado sábado, cuando fueron abordados sorpresiva y repentinamente (pero
con final feliz) por parte de la prensa, los ultramarinos habían emergido para
presentar sus novedades de otoño en la estrecha, oculta y nefanda calle del
Barranco. Y también bajaron por el mercado callejero de antigüedades y
chamarilerías de la cuesta Fernández Cadórniga, ávidos de hoja perenne.
Y ahora, ¿en qué tipo de misiones ultramarinas se encuentra embarcada la
cuadrilla? «Vamos a hacer una antología en la que varios poetas elegirán, cada
uno, un poema de un poeta olvidado y provinciano. También editaremos una
recopilación de textos en prosa en los que varios autores describirán la ocasión
en la que vieron por primera vez una película en un cine». Por último, ¿que hay

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que hacer para llegar a ser ultramarinero? «Hay que ser introducido por otro
miembro, poseer cualidades de trapero del tiempo y tener el beneplácito de los
fundadores que ocupan los primeros puestos en la lista de suscriptores de
honor», dictamina malabia... y se esfuma rápido, con un rumor de papeles
volanderos.

Compareciendo en El Barranco o Apalpacoños - JESÚS F. SALVADORES

Antes de su comida de hermandad. - JESÚS F. SALVADORES

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Crónica Ultramarina

LIBROS & EROS


sicalíticos 4

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Viéronse los ultramarinos la mañana acordada en la entrada por la Plaza del
Grano a la calle del Barranco -también conocida como Apalpacoños-, antiguo
lupanar de la urbe vieja.
El gran Gromo estábase enojado como nunca porque no se le había confirmado
la invitación por vez segunda no valiéndole una. Enseguida descubrióse una
infracción cometida por el suscriptor número 10, que dio el soplo a la prensa de
la cita secreta, la cual allí mismo esperaba en forma de fotógrafo. Amonestamos
al miembro pero la simpatía del reportero nos hizo perdonarlos a ambos
y emprendimos la ruta prevista hasta la Plaza de Don Gutierre mientras éramos
retratados en toda suerte de maneras.
Por la empinada cuesta el gran malabia se encaramó hasta la gruta
acostumbrada -casetón de luces o tuberías- a dejar el ejemplar nuevo. Cuán
grande fue su sorpresa que se le heló la sonrisa aviesa al ver el ejemplar de la
anterior entrega viejo y reseco, quieto en el sitio donde lo dejó hará ahora para
un año; pensó, seguramente: «oh… tempus fugit… fugit tempus… ».
Se hizo el paseo de la busca bajando por el callejero mercado de antigüedades y
chamarilerías de la cuesta de Cadórniga hasta llegar al semisótano blasonado
del Bar Begoña 2, donde habló el prologuista de los aforismos sicalípticos y el
epiloguista, ambos especialistas en preliminares y postliminares respec-
tivamente, no por ello privados de los placeres más centrales. Leyeron varios,
unos tristes y otros perspicaces, unos picantes y otros mordaces. Cuando el
presentador iba a saltar a uno de los autores se dio el caso más extraño, pues se
materializó uno que teníamos por no existente, invención, excentricidad o
seudónimo de otro, ocurriendo lo nunca visto: que alguien que creíamos no real
viviese, dándose la casualidad que la errata de rigor había caído en el nombre de
este y regocijándose el editor malicioso decía: «qué bueno: no habrá queja: la
errata de este año cae en el nombre de alguien fantasmal».
Pasamos al comedor unos once y degustamos una trucha en pimentón y caldo,
seguida de costillas de marrano, regadas de tinto y claro sin faltar helado, café y
carajo, ni el brindis recitado del «viva ultramarino» cuando tanto perece y tanto.
Explayóse el suscriptor número 14 con sus muy próximos proyectos
artísticoculinarios con delicias de cebolla para las nanas del niño del poeta
Miguel Hernández y otras cosas luminosas. La suscriptora número 48 nos contó
su nueva empresa erotatánica con el prostíbulo poético y malabia publicó en voz
alta unas de las muchas amenazas que recibe dadas sus andanzas.
Se prolongó la sobremesa hasta las seis de la tarde y algunos se
despidieron quedando otros en el chaflán del Bar Begoña 1, donde disertó
ampliamente -dos o tres conferencias- sobre la música como política el
suscriptor número 34.
Sin más nos disolvimos emplazándonos en breve.
(El Cuervo)

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