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1) Primero nos ceñimos con el cinturón de la verdad. Así como un mandil de cuero
protegía el abdomen del soldado romano, nuestra faja protectora es la verdad de quiénes
somos en Cristo: santos revestidos de poder sobrenatural por el Espíritu de Dios, quien
mora en nuestro interior.
2) Encima de esto, la coraza de justicia nos protege de las flechas mortíferas del
enemigo. Cada vez que surgen situaciones difíciles, podemos repeler la tentación de
pecar o de vivir por las emociones, bien sea de enojo, temor o descontento, y en cambio
podemos reaccionar de una manera que honre a Dios.
3) El apresto del evangelio de la paz nos ayuda a mantenernos firmes. Las sandalias de
combate de los romanos tenían suelas gruesas y con tachuelas de hierro que le permitían
al soldado anclarse en el suelo y permanecer fijo. Sin importar cuán violentamente nos
ataque el enemigo, podemos permanecer firmemente plantados en el conocimiento de
quienes somos en Cristo: santos redimidos e hijos del Dios viviente, con un mensaje
importante para compartir con los perdidos.
6) Por último, empuñamos la espada del espíritu que es la Palabra de Dios, para que
podamos combatir las mentiras del enemigo con la verdad y las promesas de las
Escrituras.
Sabiendo con exactitud lo que vamos a enfrentar cada día, el Señor ha provisto en su
gracia el equipo perfecto que necesitamos para afrontar todos nuestros retos. Por eso,
cerciórese de haberse vestido apropiadamente para la batalla.