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ARTÍCULO 395

El que, para perjudicar a otro, cometiere en documento privado


alguna de las falsedades previstas en los tres primeros números del
apartado 1 del artículo 390, será castigado con la pena de prisión
de seis meses a dos años.

José Manuel Paredes Castañón


Universidad del País Vasco

SUMARIO
1. Introducción. 2. Cuestiones político-criminales. 3. Derecho positivo:
características generales. 4. Las falsedades documentales como delito de
resultado. 5. Modalidades típicas de falsedad en documento privado:
cuestiones sistemáticas. 6. “Alterar un documento en alguno de sus
elementos”. 7. “Simular un documento en todo o en parte, de manera que
induzca a error sobre su autenticidad”. 8. “Suponer en un acto la
intervención de personas que no la han tenido, o atribuyendo a las que han
intervenido en él declaraciones o manifestaciones diferentes de las que
hubieran hecho”. 9. ¿Falsedades consentidas? 10. Parte subjetiva del tipo:
“para perjudicar a otro”. 11. Cuestiones concursales.

1) Introducción

Ha sido voluntad explícita del legislador penal en 1995 la de que el artículo 395
CP constituyera la regulación nuclear (aunque, como veremos, no la única) en nuestro
Ordenamiento jurídico de las conductas delictivas de falsedad en documento privado. Y,
por ello, la de que el mismo reflejase aquellas novedades, tanto de política criminal
como de técnica jurídica, que en dicha regulación se pretendían introducir respecto de la
situación legislativa anterior. No obstante, lo cierto es que ya la lectura superficial del
precepto permite percibir lo que, luego, un análisis más detenido del mismo y, en último
extremo, su interpretación sistemática (a la luz del conjunto de nuestro Derecho Penal) y
teleológico-valorativa (desde la perspectiva del bien jurídico que se pretende proteger y

1
de la estrategia político-criminal –en su vertiente regulatoria y sancionadora- que se
intenta emplear para ello) viene a confirmar: que el esfuerzo innovador no ha resultado,
ni en el terreno político-criminal ni en el técnico-jurídico, completamente exitoso 1 .
En efecto, ya en una primera lectura del artículo ha de llamar necesariamente la
atención el hecho de que la técnica legislativa empleada para describir la conducta típica
de la falsedad en documento privado sea, precisamente, la de la remisión: al igual que
ocurría en el código penal derogado 2 , la conducta típica de la falsedad en documento
privado no es descrita de manera autónoma, sino por referencia a las conductas típicas
de falsedad en documento público, oficial o mercantil cometidas por funcionario
público (hoy incardinadas, en su modalidad dolosa, en el art. 390 CP) 3 . Es sabido que la

1
En sentido similar, BACIGALUPO ZAPATER, E.: La reforma de las falsedades documentales, en LL
1996-I, p. 1668; GÓMEZ BENÍTEZ, J. M.: Facturas y documentos mercantiles o societarios de contenido
falso, en LL 1997-IV, p. 1268; MORILLAS CUEVA, L., en COBO DEL ROSAL, M. (dtor.): Curso de Derecho
Penal español. Parte Especial, II, Marcial Pons, Madrid, 1997, p. 226; ECHANO BASALDUA, J. I., en BAJO
FERNÁNDEZ, M. (dtor.): Compendio de Derecho Penal (Parte Especial), II, Centro de Estudios Ramón
Areces, Madrid, 1998, p. 767; DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, M.: Falsificación de documentos, en LUZÓN
PEÑA, D. M. (dtor.): Enciclopedia Penal Básica, Comares, Granada, 2002, p. 722; JAÉN VALLEJO, M.:
Las falsedades documentales, en LÓPEZ BARJA DE QUIROGA, J./ ZUGALDÍA ESPINAR, J. M. (coords.):
Dogmática y ley penal. Libro Homenaje a Enrique Bacigalupo, Instituto Ortega y Gasset/ Marcial Pons,
Madrid, 2004, p. 1007; QUINTERO OLIVARES, G., en el mismo (dtor.): Comentarios a la Parte Especial
del Derecho Penal, 6ª ed., Aranzadi, Cizur Menor, 2007, p. 1514.
2
Art. 306 del Código Penal de 1944/1973.
3
Lo mismo ocurre, por lo demás, con el concepto mismo de “documento privado”, objeto material del
delito: se describe por remisión (por exclusión) a las categorías específicas de “documento público,
oficial o mercantil” del art. 392 CP (VILLACAMPA ESTIARTE, C.: Sobre la tipificación de las falsedades
documentales en el Código Penal de 1995, en APen 1996-I, p. 51; MORILLAS CUEVA, en COBO DEL
ROSAL (dtor.), PE, II, 1997, p. 231; CALLE RODRÍGUEZ, M. V.: Falsedades documentales no punibles,
Edersa, Madrid, 1998, pp. 208-209; ECHANO BASALDUA, en BAJO FERNÁNDEZ (dtor.), PE, II, 1998, p.
809; ALONSO PÉREZ, F.: El delito de falsedad documental cometido por autoridad o funcionario público,
en LL 2000-IV, p. 1950; DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, en LUZÓN PEÑA (dtor.), EPenB, 2002, pp. 728-729;
ORTS BERENGUER, E., en VIVES ANTÓN, T. S./ ORTS BERENGUER, E./ CARBONELL MATEU, J. C./
GONZÁLEZ CUSSAC, J. L./ MARTÍNEZ-BUJÁN PÉREZ, C.: Derecho Penal. Parte Especial, Tirant lo Blanch,
Valencia, 2004, p. 865; GORDILLO ÁLVAREZ-VALDÉS, I., en LAMARCA PÉREZ, C. (coord.): Derecho
Penal. Parte Especial, 3ª ed., Colex, Madrid, 2005, pp. 539, 549; MUÑOZ CONDE, F.: Derecho Penal.
Parte Especial, 16ª ed., Tirant lo Blanch, Valencia, 2007, pp. 722-723; SERRANO GÓMEZ, A./ SERRANO
MAÍLLO, A.: Derecho Penal. Parte Especial, 12ª ed., Dykinson, Madrid, 2007, p. 763; QUERALT
JIMÉNEZ, J. J.: Derecho Penal español. Parte Especial, 5ª ed., Barcelona, 2008, p. 656). En este sentido,
la cuestión más relevante desde el punto de vista práctico es la de la delimitación entre los conceptos de
“documento privado” y “documento mercantil”: como apuntan FERNÁNDEZ PANTOJA, P.: Delito de
falsedad en documento público, oficial y mercantil, Marcial Pons, Madrid, 1996, p. 178; GÓMEZ BENÍTEZ,
LL 1997-IV, p. 1268; VILLACAMPA ESTIARTE, C.: La falsedad documental: análisis jurídico-penal,
Cedecs, Barcelona, 1999, pp. 275-286; DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, loc. cit., p. 728; QUERALT JIMÉNEZ, J.
J.: La falsedad documental: una aporía casacional, en LÓPEZ BARJA DE QUIROGA/ ZUGALDÍA ESPINAR
(coords.), LH-Bacigalupo, 2004, pp. 1134-1135; el mismo, PE, 2008, pp. 633-636; SILVA SÁNCHEZ, en el
mismo (dtor.), PE, 2006, pp. 292-293; QUINTERO OLIVARES, en el mismo (dtor.), PE, 2007, pp. 1522-
1523, desde el punto de vista teleológico, no parece razonable interpretar (por más que, ciertamente,
pueda hacerse, ante la ausencia de definición legal explícita) que cualquier documento que se emplea en
el seno de sociedades mercantiles o en el tráfico jurídico patrimonial de naturaleza mercantil se convierta,
por ello, ya en un “documento mercantil” protegido por el art. 392 CP, ya que ello constituiría una
interpretación excesivamente –e infundadamente- extensiva de dicho tipo penal, equiparando en este nivel

2
técnica de tipificar a través de remisiones resulta siempre proclive a producir problemas
interpretativos y de coordinación entre preceptos (lo que aquí, efectivamente, también
ocurre). Pero es que, además, en el caso de la remisión que nos ocupa, los problemas
que se generan no son exclusivamente técnicos, de interpretación dogmática, sino que,
como veremos, afectan también a la política criminal que se pretendía renovar,
cuestionando en buena medida dicho efecto renovador. Por este motivo, y por otros
relacionados que se irán examinando en detalle con posterioridad a lo largo del presente
estudio, debe concluirse que la reforma que el legislador de 1995 emprendió de la
materia de las falsedades, aun si , pese a todo, ha sido importante (por comparación con
la situación legal e interpretativa anterior), no puede decirse que constituya una
innovación radical; y mucho menos que haya proporcionado a nuestro Ordenamiento
una regulación moderna y adecuada de la cuestión. Por el contrario, se irá comprobando
que algunos cambios en la regulación legal o, cuando menos, en la interpretación de la
misma siguen siendo muy recomendables 4 . En concreto, la falta de claridad en cuanto a
la política criminal subyacente a la regulación legal (en particular, en cuanto a los
contornos del bien jurídico protegido) y la –consiguiente- indefinición del concepto
mismo de falsedad acaban por plasmarse en una tipificación que, aunque ha reducido
los excesos más palmarios de técnica legislativa casuística, que imperaba en el código
derogado, sigue siendo excesivamente imperfecta en la determinación del ámbito de
aplicación de cada modalidad típica, de las relaciones entre las mismas y de los límites
entre las falsedades punibles y otras conductas, lícitas o ilícitas, limítrofes. Imponiendo,
además, unas penas excesivamente uniformes a conductas que, sin embargo, además de
mal definidas, probablemente merecerían un tratamiento penológico más diferenciado.

de protección extraordinaria (en comparación con el resto de los documentos privados) categorías de
documentos demasiado dispares. Por ello, resulta más lógico entender que solamente aquellos
documentos mercantiles que, por su naturaleza (social y, casi siempre, jurídica), están dotados de una
cierta trascendencia específica (básicamente, su ejecutoriedad o su carácter fehaciente: títulos-valores,
tarjetas de crédito, pólizas de seguro,…) deben ser protegidos a través del art. 392 CP, mientras que el
resto deberán serlo a través del art. 395 CP. De otra opinión, MOYNA MÉNGUEZ, J. H.: Las falsedades
documentales, en LL 1996-III, p. 1321; SERRANO GÓMEZ/ SERRANO MAÍLLO, op. cit., p. 753. Por su
parte, LÓPEZ BARJA DE QUIROGA, J.: La falsedad ideológica, en APen 1998-I, p. 428; RODRÍGUEZ
RAMOS, L.: El documento mercantil como objeto material del delito de falsedad, en LL 1998-III, pp.
1524, 1525-1526, propugnan una interpretación todavía más restrictiva, limitando el concepto de
documento mercantil a los títulos-valores. Sin embargo, y dado que el CP nada dice explícitamente al
respecto, tal limitación puede resultar excesiva, por cuanto, desde el punto de vista teleológico, existen,
como se ha apuntado, otros objetos con una virtualidad (documental) equiparable, que no hay razones
para excluir del ámbito de la especial protección del art. 392 CP.
4
ECHANO BASALDUA, en BAJO FERNÁNDEZ (dtor.), PE, II, 1998, p. 768.

3
Es por ello por lo que, en lo que sigue, intentaré, al tiempo que apunto los
problemas interpretativos que el art. 395 CP, en su dicción presente, suscita, y las
soluciones que a los mismos permite proveer la habitual técnica de interpretación
dogmática (respetuosa con el principio de legalidad penal), poner de manifiesto también
aquellas otras dificultades que, sin embargo, no poseen solución (político-criminalmente
satisfactoria) con la regulación actual, salvo mediante interpretaciones completamente
despegadas del tenor literal del precepto, por lo que demandarían ciertos cambios en la
misma.

2) Cuestiones político-criminales: bien jurídico protegido y selección de las


conductas que deberían ser incriminadas

Conviene, en este sentido, comenzar por reflexionar acerca de qué es lo que


resulta (político-criminalmente) razonable proteger a través de los delitos de falsedades
y, en particular, de las falsedades en documento privado. Pues, en efecto, como en otra
parte apunté ya, la interpretación de los tipos penales no puede ser realizada con sentido
(y menos aún su crítica) sin identificar previamente aquellas entidades cuya protección
constituye el fin instrumental de los mismos 5 . Ahora bien, conviene advertir que, si a
este respecto parece obvio que las rúbricas legales no pueden ser consideradas sino
como modestos (en el mejor de los casos… cuando no, en el peor, equivocados)
indicadores de aquello que constituye el auténtico objeto de protección de un
determinado tipo penal, en mi opinión, no lo debería ser menos que la definición del
bien jurídico (sí puede, pero) no debe encararse tampoco con una actitud
ideológicamente positivista 6 : no deberíamos, pues, preguntarnos qué es lo que ha
querido proteger el legislador en los delitos de falsedades, y ni siquiera qué es lo que, de
hecho (cualquiera que fuese su inicial pretensión), ha acabado por proteger. Sino que,
por el contrario, debemos preguntarnos qué es lo que resulta razonable proteger y, sobre
esa base, ver hasta qué punto el tenor literal de los tipos penales nos permite operar en el

5
PAREDES CASTAÑÓN, J. M.: La protección penal de las patentes e innovaciones tecnológicas,
McGraw-Hill, Madrid, 2001, pp. 39-40, 72.
6
En el sentido definido por BOBBIO, N.: El problema del positivismo jurídico, trad. E. Garzón Valdés,
Fontamara, México, 1991, passim: el positivismo jurídico ideológico es aquella concepción del Derecho
que entiende que no sólo la identificación del Derecho (esto es, la selección de las normas que han de ser
consideradas como pertenecientes válidamente, en un momento concreto, a un determinado ordenamiento
jurídico) ha de apoyarse en los poderes sociales realmente existente, sino que también la identificación de
los valores del Derecho –y, por consiguiente, la valoración de su justicia o injusticia- ha de encararse del
mismo modo.

4
plano interpretativo con dicha definición, para aprovechar el margen de maniobra
existente. Y, más allá de esto, cuando los tipos vayan más lejos de lo razonable desde la
perspectiva del bien jurídico que merece ser protegido, intentar reducir dichos tipos, con
finalidad despenalizadora, mediante una interpretación coherentemente restrictiva de los
mismos 7 . Partiendo de esta actitud, cinco son los datos que han de ser considerados en la
definición de cualquier bien jurídico: la forma que adopte la organización funcional del
sector de la vida social de que se trate, la concreción del concepto de daño dentro del
mismo, el valor moral y político de dicha organización y del daño que se le pueda
producir, las limitaciones introducidas en dicha valoración por el marco constitucional
en el que el Derecho Penal opera y, por fin, la relevancia sistémica del daño 8 .

2.1) Autenticidad y verdad en el contenido de los documentos

Así, sobre esta base metodológica, hay que examinar críticamente la pertinencia
y sentido de la persecución de la actividad de falsificación y empleo de documentos
(privados) falsos en la vida social y en el tráfico jurídico por parte de ciudadanos
particulares. Examen que, como decía, ha de partir de la consideración de las funciones
que los documentos cumplen en el desenvolvimiento de la actividad social. En este
sentido, lo primero que resulta imprescindible es acotar la clase de patrones sociales de
conducta que pueden constituir el objeto del bien jurídico legítimamente protegible en
este ámbito. Pues, en efecto, las expresiones que la doctrina y la jurisprudencia emplean
habitualmente para referirse al objeto jurídico que se pretende protegido por los delitos

7
Naturalmente, la operación contraria (hacer valer la definición razonable del bien jurídico para
identificar y eliminar lagunas de punición) nos está vedada por el principio de legalidad penal, por lo que,
cuando resultase político-criminalmente necesaria, deberemos limitarnos a apuntar la conveniencia de una
reforma legislativa.
8
Naturalmente, aquí no puedo más que enunciar los rudimentos de dicho método de definición de
bienes jurídicos, que constituye la materia de otra investigación (en Política Criminal) que tengo en curso,
de la que, no obstante, ya se han publicado algunos resultados: cfr. PAREDES CASTAÑÓN, Patentes, 2001,
pp. 43 ss.; el mismo, Los delitos de peligro como técnica de incriminación en Derecho Penal económico:
bases político-criminales, en RDPC 11 (2003), pp. 99-124; el mismo, El riesgo como construcción
conceptual: sobre el uso y el abuso de las ciencias sociales en el discurso político-criminal del “Derecho
Penal del riesgo”, en Revista Catalana de Seguretat Pública 13 (2003), pp. 11 ss.; el mismo, Riesgo y
Política Criminal: la selección de bienes jurídico-penalmente protegibles a través del concepto de riesgo
sistémico, en DA AGRA, C./ DOMÍNGUEZ, J. L./ GARCÍA AMADO, J. A./ HEBBERECHT, P./ RECASENS, A.
(eds.): La seguridad en la sociedad del riesgo: un debate abierto, Atelier, Barcelona, 2004, pp. 91 ss.; el
mismo, La seguridad como objetivo político-criminal del sistema penal, en Eguzkilore 20 (2006), pp. 129
ss.

5
de falsedad documental (fe pública, seguridad del tráfico jurídico,…) 9 se caracterizan
ante todo por la extrema vaguedad de sus contornos 10 : de hecho, al referirse
principalmente a sentimientos (de confianza, de seguridad) 11 , no se llega a determinar
nunca de manera satisfactoria cuál es la “materia” del bien jurídico, es decir, aquellas
instituciones sociales –hablando ahora en un sentido amplio e impreciso- que se
pretenden proteger a través de las prohibiciones introducidas por el Derecho.
Naturalmente, ello es irrelevante si, como a veces se sostiene, también los meros
sentimientos merecen protección jurídica a través de prohibiciones, de restricciones de
la libertad de acción. Sin embargo, si, por el contrario, se piensa, como es mi caso, que,
por razones políticas (desde la perspectiva, pues, de la legitimidad de la restricción de
libertad que tiene lugar), la única clase de entes idóneos para sustentar bienes
jurídicamente protegidos son comportamientos materiales (que, además, resulten
moralmente valiosos), y no pensamientos o sentimientos 12 (o valores, o ideas) 13 ,

9
COBO DEL ROSAL, M.: Esquema de una teoría general de los delitos de falsedad, en CPC 56 (1995),
p. 438; BACIGALUPO ZAPATER, E.: Simulación de negocio jurídico y falsedad documental, en LL 1998-II,
p. 2007; RODRÍGUEZ RAMOS, L.: Falsedades documentales: interpretación actualizada, en CEREZO MIR,
J./ SUÁREZ MONTES, R. F./ BERISTAIN IPIÑA, A./ ROMEO CASABONA, C. M. (eds.): El nuevo Código
Penal: presupuestos y fundamentos. Libro Homenaje al Profesor Doctor Don Ángel Torío López,
Comares, Granada, 1999, pp. 917, 919; JAÉN VALLEJO, M.: Sobre la “falsedad ideológica”, en CPC 79
(2003), p. 74; el mismo, en LÓPEZ BARJA DE QUIROGA/ ZUGALDÍA ESPINAR (coords.), LH-Bacigalupo,
2004, pp. 1007, 1009-1011; ORTS BERENGUER, en VIVES ANTÓN et alt., PE, 2004, pp. 836, 848;
GORDILLO ÁLVAREZ-VALDÉS, en LAMARCA PÉREZ (coord.), PE, 2005, p. 537; SILVA SÁNCHEZ, J. M., en
el mismo (dtor.): Lecciones de Derecho Penal. Parte Especial, Atelier, Barcelona, 2006, pp. 288-289;
MUÑOZ CONDE, PE, 2007, p. 696; SERRANO GÓMEZ/ SERRANO MAÍLLO, PE, 2007, p. 749; QUERALT
JIMÉNEZ, PE, 2008, p. 612 (de lege lata).
10
En sentido similar, GARCÍA CANTIZANO, M. C.: Falsedades documentales (en el Código Penal de
1995), Tirant lo Blanch, Valencia, 1997, pp. 31-33; ECHANO BASALDUA, en BAJO FERNÁNDEZ (dtor.),
PE, II, 1998, pp. 749-751.
11
Es cierto que el concepto de “seguridad del tráfico jurídico” –a diferencia del de “fe pública”-
podría ser interpretado en términos objetivos: como probabilidad relevante de quebrantamiento del
(normal) tráfico jurídico (cfr. PAREDES CASTAÑÓN, Eguzkilore 20 (2006), pp. 132-134, para un examen
detallado de la distinción entre riesgo y sentimiento de inseguridad). Sin embargo, en realidad ello no
suele ocurrir, no suele entenderse que estemos ante un bien jurídico intermedio (en el sentido que definí,
con ulteriores referencias, en PAREDES CASTAÑÓN, RDPC 11 (2003), pp. 134-142), instrumental para la
protección de algún otro bien jurídico final (pues, ¿podría verdaderamente aceptarse el “tráfico jurídico”
–sin ulterior especificación- como un bien jurídico final suficientemente delimitado y merecedor –todo él,
sin distinciones- de la suficiente valoración como para ser protegido mediante prohibiciones?), sino más
bien ante un valor consistente, en esencia, en confianza: en este sentido, GARCÍA CANTIZANO,
Falsedades, 1997, pp. 33-36; BOLDOVA PASAMAR, M. A.: Estudio del bien jurídico protegido en las
falsedades documentales, Comares, Granada, 2000, pp. 82-86, 102-103. Cfr., sin embargo, QUERALT
JIMÉNEZ, PE, 2008, pp. 611-612, 613.
12
En sentido similar, BOLDOVA PASAMAR, Falsedades, 2000, pp. 65-72.
13
Es por esto por lo que tampoco la definición del bien jurídico protegido en los delitos de falsedad
documental –sin duda, más objetivista y, por ello, menos reprobable- como “valor instrumental o
funcional (probatorio) del documento” (GARCÍA CANTIZANO, Falsedades, 1997, pp. 40-43; CALLE
RODRÍGUEZ, Falsedades, 1998, pp. 78-81; ECHANO BASALDUA, en BAJO FERNÁNDEZ (dtor.), PE, II,

6
entonces es importante preguntarse qué clase de patrones sociales de conducta son los
que deseamos proteger a través de los delitos de falsedades documentales 14 . O, como se
ha sostenido, en otros términos, necesitamos un concepto de “falsedad” que resulte
valorativamente satisfactorio, desde el punto de vista de la lesividad 15 . Pues, en sí
mismo (esto es, conforme al uso ordinario del lenguaje), el término “falsedad” resulta
ambiguo: de una parte, significa “engañoso, fingido, simulado, falto de ley, de
realidad” y, de otra, “incierto y contrario a la verdad” 16 . Esto es, por “falsedad” se
puede entender tanto inexistencia real como ausencia de verdad. Lo que, aplicado al
caso de los documentos (que no son sino entes materiales que soportan, según el art. 26
CP, “datos, hechos o narraciones”, es decir, entes materiales en los que se inscriben

1998, pp. 768-769; VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp. 93-95; DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, en
LUZÓN PEÑA (dtor.), EPenB, 2002, pp. 722-723;; SILVA SÁNCHEZ, en el mismo (dtor.), PE, 2006, pp.
289-290; MUÑOZ CONDE, PE, 2007, p. 718; QUINTERO OLIVARES, en el mismo (dtor.), PE, 2007, pp.
1513, 1515, 1535; QUERALT JIMÉNEZ, PE, 2008, pp. 612, 613, equiparando esta definición –
inadecuadamente, a mi entender- a la fe pública) puede convencer. Y ello, porque una cosa es que dicho
valor sea una de las razones (la razón instrumental, relativa a la relevancia social del patrón social de
conducta considerado) por las que un patrón social de conducta deba ser protegido como bien jurídico. Y
otra muy distinta (y errónea) que baste con que una conducta afecte al valor probatorio de un documento
para que pueda considerarse lesiva para el bien jurídico protegido (en sentido similar, BOLDOVA
PASAMAR, Falsedades, 2000, pp. 159-165). Pues es evidente que, además de las conductas de alteración o
simulación de documentos, muchas otras pueden afectar también a dicho valor probatorio: todas las
conductas de mentir, desde luego (no sólo la de quien redacta el documento –prototipo de “falsedad
ideológica”-, sino también, además, la de quien, por ejemplo, testifica ante él y miente, llevando a aquél a
plasmar información falsa); y muchas otras, como las de quien emplea un documento no falso para llevar
a cabo “falsedades personales” (usurpación de personalidad, de condición social, de profesión, de estado
civil… algunas de las cuales son delictivas y otras no), quien lo emplea para cometer un fraude o, en
general, cualquier conducta irregular, quien destruye el documento,… En todas estas conductas se
perjudica, en mayor o menor medida, al valor probatorio del documento. Pero no, en mi opinión, al bien
jurídico protegido en los delitos de falsedades documentales, por lo que en ningún caso deberían ser
convertidas en conductas típicas de alguno de tales delitos.
14
Ello, por lo demás, posee también consecuencias interpretativas: si lo que se protege es un
sentimiento (de confianza), entonces no importa tanto cuál es la conducta (mentir, simular, manipular,…)
que da lugar al sentimiento en cuestión, cualquiera de ellas podrá, en determinados casos, resultar
suficientemente lesiva para aquél; si, por el contrario, lo único que es dado proteger de modo legítimo son
los patrones sociales de comportamiento (material), entonces es preciso argumentar en cada caso –como a
continuación se intenta- por qué una determinada clase de conducta resulta o no atentatoria contra dichos
patrones.
15
QUINTERO OLIVARES, en el mismo (dtor.), PE, 2007, pp. 1515-1516. De otra opinión, VILLACAMPA
ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp. 617-620, quien entiende que es suficiente con una buena técnica
legislativa a la hora de tipificar los delitos. Sin embargo, y aunque convengo con ella en que la regulación
positiva es manifiestamente mejorable, parece difícil orientar en un sentido o en otro dicha necesidad de
mejora –y aun criticar lo vigente- sin una política criminal, que habrá de incluir necesariamente una
definición de lesividad; esto es, un concepto de falsedad. Por lo demás, incluso la mejor tipificación legal
deja necesariamente dudas y problemas sin resolver, en los que nuevamente hay que recurrir –se haga
explícita o se haga tácitamente- a dicha definición.
16
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española, 22ª ed., Espasa, Madrid, 2001, p.
1036.

7
signos –no necesariamente verbales 17 - dotados de un significado informativo relativo a
hechos o a historias), significa que puede denominarse “falso” a un documento en el que
los signos que en el mismo se inscriben enuncian una información no verdadera (no
correspondiente con la realidad); pero también puede calificarse así a un documento en
el que se inscriben signos meramente imaginarios, porque nunca han sido efectivamente
enunciados 18 por nadie en la realidad. En un caso, en efecto, el acto de enunciación
(inscrito en el documento) ha sido real, con independencia del contenido de lo
enunciado. En el otro, ni siquiera el acto de enunciación inscrito ha existido realmente,
con independencia de que la información que contenga el enunciado sea o no verdadera.
Parecería que aquel patrón social de conducta que merece mayor protección en
el manejo de documentos es el que tiene que ver más bien con la distinción entre signos
imaginarios y signos reales, antes que el relativo a la distinción entre signos con un
significado verdadero y signos con un significado no verdadero. Esto es, a la
correspondencia entre acto de enunciación y realidad (de la enunciación) 19 , antes que a
la correspondencia entre signo y verdad (de la información en él contenida). Y ello,
porque la función social del documento en esencia consiste, precisamente, en inscribir
(en “documentar”) un previo acto de enunciación de un signo, de hacerlo persistir en el
tiempo, actuando como su “soporte”. Pero no necesariamente en otorgar per se ningún
género particular de credibilidad a dicho signo, por el mero hecho de estar inscrito. Por
lo demás, junto con este argumento de orden instrumental en favor de dar prioridad a la
realidad sobre la verdad, existe al menos uno segundo, de naturaleza ética: que el valor

17
En efecto, dada la amplitud de la definición legal del concepto de documento en el art. 26 CP,
cualquier ente individualizado o individualizable de naturaleza material que soporte actos de emisión de
signos dotados de algún contenido informativo y pretendidamente referidos a la realidad resultará
subsumible en dicho concepto, con independencia de cuál sea el lenguaje que se use en su inscripción
para expresar la información (verbal, visual, auditivo, audiovisual,…) y la forma en la que el signo sea
producido como tal (vid. ECO, Umberto: Tratado de Semiótica general, trad. C. Manzano, 5ª ed., Lumen,
Barcelona, 1995, pp. 319 ss.). Por el contrario, cuando lo que el sustrato físico soporta no son actos de
emisión de signos, sino meras huellas, síntomas, indicios de algún otro fenómeno físico (en el sentido
expuesto por Peirce: cfr. ECO, ibíd.), no nos hallaremos ante un documento en sentido legal: así, la
alteración de las muestras de sangre recogidas en un archivo policial no puede constituir falsedad
documental (GARCÍA CANTIZANO, Falsedades, 1997, p. 49; VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp.
122-123), pero sí puede serlo la alteración del texto que acompaña a la muestra, de los resultados de los
análisis, de los gráficos, de las fotografías, etc.
18
Obviamente, aquí el término “enunciación” se emplea en sentido lato, dado que no todos los
documentos contienen signos del lenguaje verbal u otros similarmente articulados, y hablar de
enunciación para referirse a la producción de signos visuales o auditivos (no verbales) no deja de ser una
traslación algo metafórica del concepto. Pese a todo, es cierto que –en lo que a nosotros aquí nos interesa-
cualquier signo que es inscrito legítimamente en un documento deberá haber sido previamente producido
y difundido.
19
DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, en LUZÓN PEÑA (dtor.), EPenB, 2002, p. 723.

8
moral que se otorga a aquella resulta también mayor, en nuestra cultura, que el que se da
a ésta, al menos en el ámbito de la racionalidad práctica, en el que aquí estamos
debatiendo. En efecto, mientras que la mentira puede resultar moralmente indiferente, y
hasta buena, en ocasiones, la prescindencia del sentido de la realidad raramente lo es
cuando se trata de adoptar decisiones de actuar 20 .
Si todo esto es así, entonces parece que hay que propugnar que aquello que
puede merecer protección jurídica, a través de la prohibición de conductas, en el ámbito
de las prácticas sociales de manipulación y utilización de documentos es únicamente su
realidad. Y que, por el contrario, la protección de la verdad de la información que
contengan, cuando no constituya un factor determinante de dicha realidad, solamente
debería ser protegida por razones adicionales y completamente independientes de la
protección de los patrones sociales en el manejo de documentos por parte de los
ciudadanos 21 . Y ello, porque, como hemos visto, la verdad constituye un valor que, en
general, resulta comparativamente de menor entidad que el apego a la realidad (y que,
en consecuencia, por aplicación del principio constitucional de proporcionalidad, sólo
justificaría una intervención restrictiva de la libertad menos intensa, y no una de igual
intensidad). Y porque, además, en el caso concreto de la actividad de manejo de
documentos, la verdad no constituye una característica que esté unida de forma
inextricable –dotándola de sentido- a dicha actividad (por lo que la relevancia social de
la verdad o falsedad de la información documentada resulta siempre menor); unión y
relevancia que sí que existen, en grado sumo, cuando se trata del apego del documento a
la realidad.

2.2) Clases de documentos en atención a sus funciones sociales

Conviene, no obstante, añadir algunas matizaciones importantes a lo dicho. La


primera de ellas se refiere a la diversidad de funciones que los documentos cumplen en
la vida social. Pues, como ha sido señalado con acierto, por lo que hace a sus funciones,

20
Un planteamiento similar al aquí adoptado (aunque expuesto –a mi entender, de un modo demasiado
unidimensional- en términos exclusivamente instrumentales, sin atender al aspecto moral del asunto) es
sostenido también por BOLDOVA PASAMAR, Falsedades, 2000, pp.144-148, 156-159, 165; PUPPE, I., en
KINDHÄUSER, U./ NEUMANN, U./ PAEFFGEN, H.-U. (eds.): Nomos Kommentar zum Strafgesetzbuch, II, 2ª
ed., Nomos, Baden-Baden, 2005, §267, nn.mm. 4-8.
21
Vid., en este sentido, por todos, SILVA SÁNCHEZ, J. M.: Las inveracidades de los particulares ante el
Derecho Penal, en SALVADOR CODERCH, Pablo/ SILVA SÁNCHEZ, J. M.: Simulación y deberes de
veracidad, Civitas, Madrid, 1999, pp. 77-81; QUERALT JIMÉNEZ, PE, 2008, pp. 616-620.

9
tres son las categorías de documentos privados que pueden hallarse: documentos que
cumplen una función testimonial, acreditando hechos (hechos naturales o acciones
humanas, actos materiales o de habla); documentos que, en virtud de convenciones
sociales (estén o no reconocidas por el Ordenamiento jurídico), poseen efectos
constitutivos de hechos institucionales; y, por último, documentos que en principio
carecen de efectos sociales (porque ni tienen vocación de testimoniar hechos ni les es
socialmente reconocida la capacidad para producir efectos constitutivos). Ejemplos de
lo primero serían el acta de una reunión o una carta (esta última, si no de otros hechos,
cuando menos testimoniará acerca de alguna declaración –acto de habla- de quien la
escribe). Ejemplos de lo segundo, una promesa por escrito (cuyos efectos se derivan de
una convención meramente social), o –convención jurídicamente reconocida- una
donación de bien inmueble (en Derecho español, a tenor del art. 633 CC, siempre que en
la misma escritura se anote también la aceptación por parte del donatario, que
perfecciona el negocio). Y, en fin, ejemplo de lo tercero lo es un diario escrito sin
intención de ser difundido.
De estas tres clases de documentos, los patrones sociales de conducta adecuada
que atañen a las dos primeras –relativos, como hemos visto, a su realidad- poseen, desde
luego, un valor moral que resulta socialmente relevante22 . (Si hubiese que graduar su
grado de relevancia, lo tendrían mayor todavía los documentos con efectos constitutivos
que aquellos otros con efectos meramente declarativos.) 23 En el caso de los documentos
que no poseen vocación de producir efectos sociales, parece, por el contrario, que es
más difícil justificar una valoración moral de tal índole 24 y, sobre todo, que dicha
valoración moral posea relevancia social. Pues en ellos no parece que pueda hallarse en
la conducta de manejo “inadecuado” (esto es, desapegado respecto de la realidad) del

22
Aunque no es éste el lugar para profundizar en las razones morales profundas de dicha valoración, sí
que puede apuntarse que el apego a la realidad en el ámbito de la acción humana constituye un valor
moral muy importante en el seno del pensamiento occidental: confundir lo real con lo imaginario es visto
como un serio desorden (moral, cuando menos, si no ontológico –clínico, de identidad).
23
La razón estriba, claro está, en que los primeros crean por sí mismos una realidad (institucional),
mientras que los segundos se limitan a acreditarla. Por lo que quien manipula inadecuadamente
documentos constitutivos crea inadecuadamente realidad, mientras que quien manipula de un modo
inadecuado documentos meramente declarativos se limita a dificultar el conocimiento de la realidad, pero
no la inventa.
24
Ello resulta, desde luego, discutible. Pues es posible argumentar –bien que, en mi opinión, de modo
poco convincente- que, aun en el caso de documentos sin vocación pública, el apego a la realidad sigue
poseyendo importancia (como garantía de cordura, de orden,…). Sin embargo, lo que en todo caso parece
más difícil es defender que, incluso si ello tuviese relevancia moral, haya de tenerla también para la
gobernanza de la sociedad (y pueda justificar, por consiguiente, la intervención coactiva del Estado).

10
documento impacto alguno sobre el régimen de gobernanza de la interacción social. Por
ello, en mi opinión, tales documentos deben ser excluidos del ámbito de aplicación del
tipo penal de falsedades, por ausencia de lesividad en las conductas que los tienen por
objeto 25 (a no ser, por supuesto, que documentos nacidos en principio sin ninguna
vocación pública lleguen luego, por cambios en las circunstancias, a adquirir tal
funcionalidad, supuesto en el que pasarían a integrarse en alguna de las otras dos
categorías de documentos reseñadas) 26 .

Así, incluso si se pudiera llegar a entender –lo que es harto dudoso- que la
acción de elaborar una carta imitando la letra y la firma de otra persona real es una
conducta que, por contener la carta información netamente injuriosa o íntima, no sólo
resulta subsumible desde el punto de vista lingüístico en la modalidad típica descrita en
el art. 390,2º CP, sino también en el art. 395 CP (porque se pudiese entender que la
acción ha sido realizada, como el tipo exige, “para perjudicar a otro”), pese a todo,
habría que excluirla finalmente del tipo penal en tanto no existiesen pruebas de que la
misma iba a ser empleada, o lo hubiese sido ya efectivamente, en alguna interacción 27 .

2.3) El patrón social de apego a la realidad en las inscripciones documentales

En segundo lugar, resulta imprescindible precisar más la definición del bien


jurídico que se acaba de proclamar. Como ha quedado ya apuntado, aquello que

25
GARCÍA CANTIZANO, Falsedades, 1997, pp. 56-57; MORILLAS CUEVA, en COBO DEL ROSAL dtor.),
PE, II, 1997, pp. 210, 228; SOTO NIETO, F.: Falsedades documentales. Concepto de documentos, en LL
1998-IV, p. 1537; DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, en LUZÓN PEÑA (dtor.), EPenB, 2002, p. 726; ORTS
BERENGUER, en VIVES ANTÓN et alt., PE, 2004, pp. 836, 848-849; QUERALT JIMÉNEZ, en LÓPEZ BARJA
DE QUIROGA/ ZUGALDÍA ESPINAR (coords.), LH-Bacigalupo, 2004, pp. 1134-1135; el mismo, PE, 2008,
p. 1132; el mismo, PE, 2008, pp. 639-640; SILVA SÁNCHEZ, en el mismo (dtor.), PE, 2006, p. 291;
MUÑOZ CONDE, PE, 2007, pp. 696-697, 720-721; SERRANO GÓMEZ/ SERRANO MAÍLLO, PE, 2007, pp.
751, 764. Ello, sin embargo, no equivale a exigir que nos hallemos ante un documento jurídicamente
válido (de otra opinión, DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, en LUZÓN PEÑA (dtor.), EPenB, 2002, p. 726;
MUÑOZ CONDE, ibíd.): al contrario, un documento nulo de pleno Derecho puede, sin embargo, cumplir
una función social perfectamente relevante (en un fraude patrimonial, por ejemplo), por lo que puede
constituirse en objeto material de un delito de falsedades (GARCÍA CANTIZANO, op. cit., pp. 53-55, 59-62;
VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp.189-190, 591-592, 789-790). Obsérvese, por lo demás, que
la limitación aquí introducida no tiene por qué ser idéntica al concepto de “falsedad inocua” de la
jurisprudencia, que parece ser más amplio, incluyendo también documentos que entran en la interacción
social, pero que no cumplen funciones jurídicas relevantes (¿la simulación de una carta de amor no
dirigida a ningún fraude, sino simplemente a conseguir una cita?), supuesto en el que, en mi opinión, no
podría alegarse la ausencia de lesividad para propugnar la atipicidad de la conducta sobre él recaída (cfr.,
sin embargo, VILLACAMPA ESTIARTE, op. cit., pp. 602-603).
26
En este sentido, en sí mismo no resulta decisivo que el documento esté o no cifrado o encriptado (de
otra opinión, sin embargo, SOTO NIETO, LL 1998-IV, p. 1537; QUERALT JIMÉNEZ, PE, 2008, pp. 626,
627), a no ser como indicio de la ausencia de tal vocación de emplear el documento en la interacción
social (un indicio bastante endeble, desde luego, pues muchas veces lo que único que sucede es que se
desea limitar el círculo de sujetos que pueden emplearlo). En sentido similar, ORTS BERENGUER, en
VIVES ANTÓN et alt., PE, 2004, p. 847.
27
Sin embargo, es bastante con que se pretenda emplear el documento falso con un solo individuo (más
exactamente: en una sola interacción) para que la conducta falsaria resulte ya lesiva. De otra opinión,
MUÑOZ CONDE, PE, 2007, p. 697.

11
constituye objeto legítimo de la protección jurídica coactiva en el ámbito de la actividad
de manejo de documentos privados por parte de particulares es fundamentalmente la
realidad de la enunciación de los signos contenidos en tales documentos. Es decir, de
una parte, no ha de protegerse la “autenticidad” del documento mismo, del soporte
material en el que los signos están inscritos. Así, la manipulación y modificación de los
soportes, en tanto no afecte al contenido informativo (en concreto, a la realidad de los
signos dotados de contenido informativo) inscrito en los mismos, no podrá ser
subsumida en el delito de falsedad documental.

Así, por ejemplo, las conductas de incluir nuevos ficheros ocultos en un


soporte digital, de incluir imágenes subliminales o sonidos inaudibles por los humanos
en, respectivamente, un documento visual o en otro sonoro o audiovisual, las de tratar
con tinta invisible, incluir criptogramas o micropuntos en un documento escrito,
resultarán todas ellas atípicas desde el punto de vista del delito de falsedad en
documento privado.

De otra parte, hemos visto también que la verdad de la información contenida en


el documento tampoco merece, en sí misma, protección jurídica mediante prohibiciones.
De este modo, la verdad de la información solamente resultará relevante para el tipo de
falsedad en documento privado en la medida en que la misma pueda ser puesta en
conexión con la realidad de los signos documentados.
Si intentamos precisar ahora más la definición del bien jurídico protegido,
podemos decir que lo que se intenta preservar es el patrón social de conducta (en las
interacciones) en virtud del cual sólo son inscritos –para preservar su memoria- en esos
textos que son los documentos 28 aquellos actos de emisión de signos que tuvieron lugar

28
Textos, en el sentido amplio en el que –un tanto impropiamente- se habla también a veces de “textos
visuales” o de “textura sonora”. En cualquier caso, lo decisivo es: primero, que estamos ante soportes
materiales que portan signos; y, segundo, que los signos soportados aparecen generalmente unificados
bajo los principios de cohesión, coherencia, intencionalidad e informatividad (vid. DE BEAUGRANDE,
Robert-Alain/ DRESSLER, Wolfgang Ulrich: Introducción a la lingüística del texto, trad. S. Bonilla, Ariel,
Barcelona, 1997 (reimpr. 2005), pp. 35 ss.). Pues, en efecto, de acuerdo con la definición del art. 26 CP,
tan sólo pueden ser considerados documentos a efectos penales aquellos “textos visuales” y sonoros que
tienen carácter documental: esto es, que pretenden poseer una referencia identificable en el mundo
externo (al propio lenguaje visual o sonoro) y real, no creada ad hoc por el autor del documento,
precisamente para su inscripción documental (cfr. NICHOLS, B.: La representación de la realidad, trad. J.
Cerdán/ E. Iriarte, Paidós, Barcelona, 1997, pp. 42-44). Referencia que, por ello, podría ser traducida (de
un modo aproximativo) al lenguaje verbal, como exposición de datos o como narración de hechos. Así,
una imagen o un sonido carentes en principio de una referencia directa al mundo externo, sean puramente
abstractos (una película de Hans Richter, una pieza de Antón Webern) o sean ligeramente –pero no
directamente- alusivos (la película La lista de Schindler, el Catalogue d'oiseaux de Olivier Messiaen), no
encajan en la definición legal de documento y, consiguientemente, no pueden constituir el objeto material
de unas falsedades documentales. Y tampoco lo constituyen una imagen o un sonido que, aun cuando se
refieran al mundo externo al propio lenguaje visual o sonoro, sin embargo, lo hagan a un mundo ficticio
(a un mundo meramente posible): cualquier película de ficción no “inspirada en una historia real”. o la
grabación de una radionovela, por ejemplo. Por el contrario, una película o una grabación sonora

12
realmente (al menos, en el caso de que el documento del que hablamos sea uno que
tiene asignada en principio la función de intervenir como instrumento, testimonial o
constitutivo, en alguna interacción social). Y ello, con independencia de que el
significado del signo que fue emitido (su “verdad”) resulte o no reflejado de modo
correcto en la inscripción documental. Dicho en otros términos: lo que se intenta
preservar es la distinción entre actos reales (de emisión de signos) y actos meramente
imaginarios, inexistentes.

Se intenta, pues, preservar el patrón de que si, por ejemplo, en el acta de una
reunión se afirma que “Juan declaró como testigo y afirmó que (…)”, entonces ha de
ser verdad, al menos, que Juan habló en el curso de la reunión (aunque no
necesariamente que lo que se dice que dijo lo dijese en realidad). O que si en un escrito
se afirma que entre Juan y Pedro ha habido un negocio bilateral, con prestaciones de
ambas partes, algo de ello ha existido realmente (aunque no sea verdadera la naturaleza
del negocio que se plasma en el documento, o el contenido de las prestaciones), y no se
trata de una mera invención o de una conversación casual e intrascendente entre Juan y
Pedro.

La relación entre la inscripción textual del acto de emisión y el acto mismo


puede ser más o menos inmediata: así, por ejemplo, es más inmediata en una carta (el
documento pretende acreditar, con su misma existencia, que el acto de emisión de
signos existió y cuál fue su sentido) que en el acta de una reunión (aquí, el documento
pretende acreditar que en una determinada reunión cierta persona dijo cierta cosa, algo
que desde luego no se puede inferir directamente de la existencia del acta). Como
veremos, ello podrá tener consecuencias a la hora de determinar qué resulta o no lesivo
para el bien jurídico protegido: en términos generales, se puede decir que, ceteris
paribus, cualquier conducta que afecte al documento será tanto más lesiva cuanto más
íntima sea la conexión entre acto de emisión de signos documentado e inscripción del
mismo en el (texto que es el) documento, ya que tanto más difícil será distinguir entre
realidad y verdad de dicho acto.

Así, es más probable que resulte lesivo el cambio de cualquier elemento


(semióticamente relevante) de una carta personal que el cambio de dicho elemento en el
acta de una reunión, ya que en aquel caso, puesto que lo que el documento documenta
es exclusivamente el acto de escribir la carta, muchos más cambios pueden afectar a la

(puramente) documentales sí que constituirán documentos a los efectos penales. Y ello, con
independencia de las finalidades de sus autores: no importa, en este sentido, si la finalidad de la grabación
era artística (quien manipula un film documental “para perjudicar a otro” puede cometer también
falsedades documentales) o mucho más práctica. Lo mismo vale, por lo demás, para otros tipos de
lenguajes, como el digital propio de la informática: sólo aquellos signos que poseen una referencia
externa y real y, por ello, resultarían traducibles al lenguaje verbal pueden dar lugar a documentos en
sentido penal. Por eso mismo, en el caso del lenguaje verbal, en principio –y salvo que en algún supuesto
posean un uso peculiar, no son documentos a efectos penales ni la poesía fonética ni los textos de ficción.

13
realidad del acto verdaderamente documentado: un cambio, por ejemplo, en la identidad
del remitente cambia sin duda por completo –al menos, casi siempre- la naturaleza del
documento. Por el contrario, ese mismo cambio en el acta de una reunión puede tener
ciertamente también tal efecto falsario, en relación con el patrón social de conducta que
se pretende proteger. Pero ello no es necesario, y ni siquiera tan probable (muchos
cambios en la identidad del redactor que se hace constar pueden carecer de
trascendencia alguna).

En todo caso, no es necesario que exista una identidad entre la autoría del
documento y la autoría de los actos de emisión de signos en él inscritos, dado que ni la
definición legal del art. 26 CP ni el ámbito de aplicación del patrón social de conducta
que constituye el bien jurídico protegido lo exigen. Así, no sólo son documentos
susceptibles de falsificación aquellos soportes materiales que contienen declaraciones,
sino también cualquier otro soporte que contenga información (más exactamente: que
inscriba actos de emisión de signos, de cualquier fuente) 29 30 .

29
De otra opinión, GARCÍA CANTIZANO, Falsedades, 1997, pp. 50-51; MORILLAS CUEVA, en COBO DEL
ROSAL (dtor.), PE, II, 1997, p. 228; ECHANO BASALDUA, en BAJO FERNÁNDEZ (dtor.), PE, II, 1998, pp.
772-774; VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp. 123-124, 164-166; DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, en
LUZÓN PEÑA (dtor.), EPenB, 2002, pp. 724-725, 726; ORTS BERENGUER, en VIVES ANTÓN et alt., PE,
2004, p. 846; QUERALT JIMÉNEZ, en LÓPEZ BARJA DE QUIROGA/ ZUGALDÍA ESPINAR (coords.), LH-
Bacigalupo, 2004, pp. 1125-1126, 1129-1130; el mismo, PE, 2008, pp. 621-623, 625-626; SILVA
SÁNCHEZ, en el mismo (dtor.), PE, 2006, pp. 290-291; MUÑOZ CONDE, PE, 2007, pp. 718-720: según la
interpretación que sostienen, la manipulación de un archivo informático generado automáticamente por
un programa (alterando, por ejemplo, los datos generados automáticamente, mediante determinadas
operaciones matemáticas, por una hoja de cálculo) no constituiría falsedad documental, al no existir una
persona que haya generado los datos alterados (cfr., sin embargo, VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad,
1999, pp. 297-299… en mi opinión, contradiciendo su punto de partida); pero sí habría falsedades si se
alteran los datos introducidos inicialmente –por una persona- en la mencionada hoja de cálculo. Sin
embargo, yo no veo razones, ni legales ni valorativas, para introducir un tratamiento tan diferente de
ambos supuestos. En el mismo sentido, un documento anónimo puede cumplir –a efectos probatorios, por
ejemplos- plenamente su función, por lo que tampoco se ven razones para excluirlo del ámbito de las
falsedades documentales (de otra opinión, SOTO NIETO, LL 1998-IV, p. 1536; VILLACAMPA ESTIARTE,
op. cit., pp. 153-156, 164-166; DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, loc. cit., p. 726; SILVA SÁNCHEZ, op. cit., p.
291; QUERALT JIMÉNEZ, op. cit., p. 625): ¿por qué no debería constituir falsedad documental la conducta
del sujeto, que, ante la probabilidad de que una carta anónima que le acusaba de adulterio sea presentada
–entre otras pruebas- en el proceso de separación matrimonial, procede a cambiarla de arriba abajo, o a
ponerle una firma (de un conocido enfermo mental, por ejemplo) para así desacreditarla?
30
Y, dado que lo esencial en el documento es la inscripción de actos de emisión de signos, tan
documento es el original como las copias (o, allí donde –por ejemplo, en los archivos informáticos- tal
distinción resulta dudosa, todas las copias lo son: en este sentido, DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, en LUZÓN
PEÑA (dtor.), EPenB, 2002, p. 726; ORTS BERENGUER, en VIVES ANTÓN et alt., PE, 2004, p. 847;
SERRANO GÓMEZ/ SERRANO MAÍLLO, PE, 2007, p. 755; también, aunque con dudas, QUERALT JIMÉNEZ,
en LÓPEZ BARJA DE QUIROGA/ ZUGALDÍA ESPINAR (coords.), LH-Bacigalupo, 2004, pp. 1132-1133; el
mismo, PE, 2008, pp. 624, n. 56, pp. 627-628), con tal de que preserven su condición de soporte de
inscripciones de tales actos: no, pues, si la fotocopia resulta ilegible o el archivo informático está dañado
e inaccesible, pero sí en otro caso. De otra opinión, sin embargo, SOTO NIETO, LL 1998-IV, p. 1537;
VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp. 127, 156-164 (admitiendo tan sólo que las fotocopias
idénticas sean consideradas como documento); SILVA SÁNCHEZ, en el mismo (dtor.), PE, 2006, p. 291;
MUÑOZ CONDE, PE, 2007, p. 721. Y también son documentos los borradores, en tanto, como hemos visto,
tengan vocación de entrar en la interacción social (de otra opinión, VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad,
1999, pp. 126-127; QUERALT JIMÉNEZ, PE, 2008, p. 626): cuando, por ejemplo, a causa de la existencia
de un litigio, puedan ser presentados como prueba de un plagio.

14
A partir de los ejemplos que acabo de exponer, se comprenderá, no obstante, que
la distinción entre el patrón social de conducta que, según vengo defendiendo, es el
único que merece protección a través del delito de falsedad en documento privado y
otros patrones sociales similares, relativos también a la correspondencia entre los signos
y la realidad, no es siempre fácil de establecer. Pues, en verdad, se trata en todos los
casos, como digo, de preservar la correspondencia entre lo que se dice que ha ocurrido y
lo que ha ocurrido. Pese a ello, creo, por las razones ya apuntadas, que existe una
diferencia sustancial entre mentir acerca de la existencia de un acto de emisión de
signos y mentir acerca del significado de los signos que se emiten., siendo más grave lo
primero 31 . En todo caso, lo que se pone de manifiesto es que la diferencia entre una
mentira y la otra no es de índole cualitativa, sino meramente cuantitativa, de grado:
depende de a cuántos hechos afecta la mentira, a cuántos de entre aquellos de los que se
informa en la inscripción textual en el documento.
Más en concreto, podremos decir que se está cuestionando el patrón de conducta
que predica el apego a la realidad cuando se inscriben en el documento actos de emisión
de signos que no existieron realmente 32 ; y podremos decir que no se cuestiona tal patrón
de conducta, sino otros, referidos meramente a la verdad (de la información transmitida
por el signo cuya emisión se ha inscrito), cuando se inscriben en el documento actos
existentes, pero se describen sus características semióticas de modo (más o menos)
inexacto. La cuestión, por supuesto, es determinar dónde estriba la diferencia –
meramente gradual- entre una y otra cosa: entre referir un acto inexistente y referir un
acto existente de modo inexacto 33 .
En este sentido, lo que es necesario determinar es qué características del acto de
emisión de signos dotados de contenido informativo (inscrito en un documento con
vocación de intervenir en la interacción social) han de ser considerados esenciales, de
manera que, si los mismos no se hacen constar correctamente, entonces no se está

31
En sentido similar, VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp. 469-470.
32
Por el contrario, cuando ocurre lo contrario, esto es, cuando no se inscriben en el documento actos de
emisión de signos que sí existieron, el patrón de apego a la realidad no se ve cuestionado, sino más bien el
únicamente el patrón de veracidad. Ello, lo veremos, resulta importante a la hora de considerar (desde el
punto de vista valorativo, pues, además, hay razones de índole lingüística, atinentes al tenor literal del
tipo, que apuntan en el mismo sentido) si resulta o no posible –es decir, equivalente a la conducta activa-
la comisión por omisión.
33
Puesto que, obviamente, siempre puede decirse que si yo informo de que “Juan habló y dijo (…)”,
pero no relato correctamente lo que dijo, en realidad no he informado acerca del acto verdadero de Juan,
sino de otro inexistente.

15
inscribiendo verdaderamente el acto que tuvo lugar en realidad, sino otro, inexistente. Y
qué otras características de dicho acto, por el contrario, resultan a este respecto menos
esenciales, por lo que la inexactitud al referirlas no significa que se haya hecho constar
un acto inexistente, sino más un acto existente referido de manera inexacta, incorrecta 34 .
Naturalmente, dado que estamos hablando de actos de emisión de signos (esto es
lo relevante de tales actos a efectos de los delitos de falsedades), las características de la
acción serán esenciales o no esenciales en atención a la función semiótica que cumplan:
es decir, según que constituyan o no una información necesaria –aunque no
necesariamente suficiente- para individualizar hasta un punto bastante el significado
(informativo) de la acción. Así, desde el punto de vista de la teoría de la comunicación 35 ,
constituyen características esenciales –que contribuyen esencialmente a la
individualización- de un acto de emisión de signos el canal empleado, el código
utilizado, las posiciones sociales ocupadas por emisor(es) y receptor(es) (descritas en
sus términos más generales) y el sentido (locucionario) general del mensaje emitido y,
sobre todo, la naturaleza ilocucionaria del acto 36 y, por fin, los rasgos espacio-
temporales esenciales del contexto y de la situación de emisión. Por el contrario, no
resultan esenciales a efectos de individualización del acto la identidad detallada de
emisor y receptor, el contenido informativo exacto del mensaje, sus connotaciones
contextuales o situacionales, u otras circunstancias, aparte de las espacio-temporales
esenciales, que acompañen al acto (acompañantes, ruido comunicativo existente 37 , forma
detallada que adoptó el acto semiótico, aspectos materiales irrelevantes desde el punto
de vista significativo,… así como detalles sobre el momento y lugar).

Así, en el caso de un contrato de compraventa entre dos personas físicas, son


elementos esenciales para su individualización semiótica los siguientes datos: dónde y
cuándo (en términos muy generales) se concluyó el contrato, si se habló o se presentó
un escrito (o se envió una grabación, o un mensaje de correo electrónico, o se presentó

34
En sentido similar, ORTS BERENGUER, en VIVES ANTÓN et alt., PE, 2004, p. 848. Es decir, de lo que
estamos hablando en realidad es del viejo problema filosófico de la individuación de las acciones, de qué
diferencia una acción de otra y de cómo construir los enunciados que hablan acerca de acciones: vid., al
respecto, por todos, MOYA, C. J.: The Philosphy of Action, Polity Press, Cambridge, 1990, pp. 30 ss.
35
Cfr. BAYLON, Christian/ MIGNOT, Xavier: La comunicación, trad. M. Talens, Cátedra, Madrid, 1994,
pp. 22-25, 63-65, 83-85.
36
Sobre los conceptos de acto locucionario rético de habla y de acto ilocucionario de habla, vid.
AUSTIN, John L.: Cómo hacer cosas con palabras, trad. G. R. Carrió/ E. A. Rabossi, Paidós, Barcelona,
1971 (reimpr. 1996), pp. 138-145. Y sobre las clases de actos ilocucionarios, vid. SEARLE, John R.: Una
taxonomía de los actos ilocucionarios, trad. L. M. Valdés Villanueva, en VALDÉS VILLANUEVA, Luis M.
(comp.): La búsqueda del significado, 3ª ed., Tecnos, Madrid, 1999, pp. 453 ss.
37
Por ejemplo, declaraciones extemporáneas de terceros o interferencias en la comunicación.

16
un documento visual,…), cuáles fueron las categorías de personas que hablaron (¿los
compradores, sus representantes, sus abogados, los testigos,…?), el tema del que se
habló y la naturaleza ilocucionaria de lo dicho (¿se estaba prometiendo, amenazando,
bromeando, proponiendo, ofreciendo, contratando,…?).
El resto de la información relativa a la reunión (fecha y horario exactos,
identidad exacta de quienes participaron y de quienes hablaron, lugar exacto de la
reunión, reflejo literal de sus intervenciones, contenido informativo aproximado de lo
que dijeron, si el hablante parecía manifestar enfado o tristeza) son todas cuestiones
que, desde este punto de vista han de ser consideradas no esenciales.

Naturalmente, la cuestión más discutible a este respecto –y, por ello, más
necesitada de precisión- es la del grado de concreción que debe existir en la
documentación del sentido locucionario del mensaje. En mi opinión, para que exista una
individualización bastante del acto de emisión de signos documentado (y, por
consiguiente, para que pueda decirse que se está inscribiendo un acto real, no uno
imaginario), constituye una condición necesaria en todos los casos que el tema del
discurso portado por el signo en cuestión sea verdadero 38 . Y, por el contrario, no resulta
siempre necesario que lo sea su contenido informativo, ni siquiera en sus términos más
esenciales. Aunque, como luego veremos, habrá algunos supuestos específicos en las
que sí que haga falta 39 ; pero no siempre.

En un ejemplo: es necesario que en el documento privado en el que se inscribe


el contrato de compraventa se documente que S1 acepta vender una finca ubicada en una
determinada área geográfica. Pero no es necesario, para que el bien jurídico permanezca
incólume, que se documenten fielmente las características, valor, etc. que la finca
posee. Así, si S1 dice que la finca vale 3.000 euros, cuando ello no es cierto, no habrá
falsedades.

De acuerdo con lo anterior, por lo tanto, solamente el primer tipo de datos


resultará relevante para el patrón social de conducta –el que aquí merece protección-
consistente en inscribir en documentos únicamente actos de emisión de signos que sean
reales, no imaginarios. De manera que quien los falsea de modo sustancial (esto es,
informativamente relevante) 40 , está poniendo en cuestión dicho patrón de conducta: está

38
Sobre el concepto de tema discursivo, vid. TOMLIN, Russell S./ FORREST, Linda/ MING PU, Ming/ HEE
KIM, Myung: Semántica del discurso, trad. J. A. Álvarez, en VAN DIJK, Teun A. (comp.): El discurso
como estructura y proceso, Gedisa, Barcelona, 2000, pp. 133-146.
39
Vid. infra 2.4.2.
40
Vale decir: cambiando sustancialmente –y no tan sólo en detalles irrelevantes- la información que los
datos proporcionan. En principio, por ejemplo, no importa si el documento visual que se presentó a la
reunión del consejo era una película de celuloide, una cinta magnética de vídeo o un DVD con
información visual digitalizada. Sí importará casi siempre, por el contrario, si se presentaron imágenes o
simplemente se narro su contenido de viva voz. Aunque puede haber alguna ocasión en la que ocurra lo
contrario: si el debate era sobre las opciones de producción futura de una empresa audiovisual, puede
importar el formato del documento presentado y el relato que se haga en el acta puede estar obligado a
atender antes a ello que al contenido de las imágenes. En suma, como de lo que se trata es de decidir qué

17
lesionando el bien jurídico. Por el contrario, quien falsee cualquiera de los datos
restantes estará, sin duda alguna, atacando a los patrones sociales de conducta
consistentes en “decir la verdad” o en “narrar con exactitud”, pero no (al menos, no
necesariamente) a aquel otro.

2.4) Bien jurídico protegido y determinación de la lesividad de las conductas

La tercera matización se refiere a la necesidad de aplicar de modo diferenciado


la definición del bien jurídico que se acaba de exponer atendiendo a la diversidad de
clases de documentos y de interacciones sociales en las que el manejo de aquellos tiene
lugar. En efecto, puesto que tanto el patrón social de conducta que constituye el objeto
del bien jurídico protegido como el aspecto de aquellas acciones que lo afectan que
resulta relevante son de naturaleza semiótica (es decir, dependen de consideraciones
relativas al significado y a la comunicación), resulta inevitable, dada la naturaleza
inexorablemente situacional que poseen tales consideraciones, que no pueda definirse
igual el patrón social de conducta a proteger –y el grado de lesividad de una acción
respecto del mismo- para cualquier clase de documentos o para cualquier clase de
interacción social 41 .

2.4.1) Lesividad en atención a la tipología del documento

Así, por lo que se refiere, en primer lugar, a las diferentes clases de documentos
que, desde el punto de vista funcional, he distinguido más arriba, además de la
exclusión del ámbito de lo lesivo (y, por consiguiente, de lo penalmente típico) de las
conductas que tengan por objeto documentos sin vocación de intervenir en interacciones

aspectos de la conducta son relevantes desde el punto de vista de su lesividad para el bien jurídico
protegido, no es posible prescindir por completo del contexto y de la situación del caso concreto (como
no lo es nunca en materia de lesividad), por lo que lo que se expone en el texto es tan sólo –no puede ser
otra cosa- la teoría general de la lesividad en el ámbito de las falsedades documentales en documento
privado, sujeta siempre a comprobación en cada caso, en cada conducta efectivamente enjuiciada y que se
pretende subsumir en el tipo penal.
41
Esto, por lo demás, no es peculiar del caso de las falsedades documentales, sino que se extiende a
todos aquellos otros bienes jurídicos, o formas de ataque a los mismos, que poseen tal naturaleza
semiótica: ocurre, así, algo similar en el ámbito del honor, de la libertad, en general (el alcance típico de
las injurias o de las amenazas ha de ser determinado necesariamente de modo situacional), así como en
ciertas formas de ataque –semióticas- a otros bienes jurídicos (la difusión de noticias falsas como forma
de ataque al orden socioeconómico del mercado, por ejemplo, conducta cuya lesividad también ha de ser
determinada teniendo en cuenta la situación concreta en la que tuvo lugar). Cfr., al respecto, por todos,
RUIZ ANTÓN, L. F.: La acción como elemento del delito y la teoría de los actos de habla: cometer delitos
con palabras, en ADPCP 1998, pp. 5 ss.

18
sociales, se suscita también la cuestión de si la lesividad se produce del mismo modo
cuando lo que se manejan son documentos con efectos constitutivos o, por el contrario,
son documentos con efectos meramente declarativos. Cuestión a la que, en mi opinión,
hay que responder que, en principio, la lesión del patrón social de conducta relativo a la
realidad de los actos de emisión de signos inscritos en el documento no depende
específicamente de dicha clasificación de los documentos: en principio, en efecto, la
manipulación de cualquiera de los elementos de la inscripción documental que desde el
punto de vista semiótico son esenciales resulta igualmente lesiva para dicho patrón
social de conducta, cualquiera que sea la naturaleza del documento. No se ve, pues,
razón alguna para tratar de modo diferenciado ambas clases de documentos por lo que
se refiere a los delitos de falsedades documentales (sí, por supuesto, a otros efectos).

Desde el punto de vista del bien jurídico protegido en las falsedades en


documento privado, quien altera alguna de las circunstancias esenciales del acto de
emisión de signos (la posición social de emisor y receptor, las circunstancias espacio-
temporales básicas, etc.) documentado en el documento realiza una acción lesiva para
dicho bien jurídico, ya sea el documento un –por ejemplo- negocio jurídico que se
perfecciona con su puesta por escrito u otro que se perfecciona antes, por lo que el
documento sirve tan sólo para acreditarlo 42 . Y el desvalor del hecho (y, por
consiguiente, la consumación del delito) se produce también del mismo modo y en el
mismo momento en los dos casos: cuando la inscripción con elementos esenciales
incorrectos se hace accesible a terceros.
Naturalmente, desde otros puntos de vista (por ejemplo, desde el de la
consumación de un delito patrimonial concomitante), las cosas pueden ser diferentes:
en el caso del documento constitutivo, la estafa se consumará usualmente con la
suscripción del documento (si, como ocurrirá casi siempre en el supuesto de la
donación aceptada por el donatario en el mismo escrito de donación, tiene lugar ya en
ese momento la transferencia patrimonial), mientras que en el caso del documento
meramente declarativo deberá esperarse a que el perjuicio patrimonial se haya hecho
efectivo, generalmente algo más tarde.

2.4.2) Lesividad en atención a la tipología de las interacciones sociales

Las cosas son, sin embargo, diferentes cuando consideramos las diferencias en
cuanto a lesividad en atención a las distintas clases de interacciones sociales en las que
los documentos –cualquiera que sea su clase- pueden intervenir. Pues, contra lo que la
sistemática de la regulación penal española parece dar a entender, las funciones sociales
de los documentos (ahora ya: de aquellos documentos que poseen una vocación pública)
son sustancialmente distintas dependiendo de las características de los sujetos activos y

42
En todo caso, una de las formas de cometer el delito será, precisamente, la de alterar la naturaleza del
documento (esto es, el sentido ilocucionario del acto documentado), convirtiendo uno constitutivo en uno
declarativo, o viceversa: así, por ejemplo, el redactor de un documento que convierte la voluntad del
emisor de llevar a cabo una donación en otra diferente –la que, al fin, resulta documentada- de mera
promesa para el futuro.

19
de la clase de interacción en la que intervengan. En efecto, por una parte, parece
evidente –y así ha sido ya señalado en la doctrina- que el papel que desempeña el
manejo de documentos por parte de particulares y por parte de funcionarios públicos en
la vida social es significativamente distinto, lo que justifica un tratamiento político-
criminal diferenciado de ambos grupos de sujetos 43 : mientras que los funcionarios
públicos cumplen funciones de gobierno al servicio de intereses generales y, en esa
medida, operan como “delegados” de la colectividad (más propiamente, del Estado), los
particulares no tienen por qué cumplir tal papel.
Pero lo que no es frecuente que sea señalado con la misma claridad es que, de
entre los particulares (los que no ostentan la condición de funcionarios públicos, de
acuerdo con la definición que a efectos penales establece el art. 24.2 CP), es posible y
conveniente, desde el punto de vista político-criminal, distinguir diversas situaciones en
las que los mismos se ven abocados a manejar documentos (privados), porque no todas
resultan valorativamente equiparables. Así, hay particulares que ostentan, en el seno de
las organizaciones (empresas, asociaciones,… estén o no dotadas de personalidad
jurídica), papeles muy semejantes, como fedatarios, a los de algunos funcionarios
públicos: cuando están manejando ciertos documentos, están representando intereses
colectivos (de los accionistas, de los socios, etc.) 44 . Otros particulares, por el contrario,
manejan documentos únicamente en pro de sus asuntos particulares (y, de entre estos,
algunos los manejan en solitario y otros –la mayoría- en interacción con terceros). Esta
dicotomía se corresponde con dos especies de interacciones sociales en las que los
particulares que manejan documentos pueden verse implicados: en una, los particulares

43
Vid. VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp. 96-97. Ello, sin embargo, no obliga tampoco a
estimar que las falsedades documentales de funcionarios constituyen, en rigor, un delito pluriofensivo
(cfr., sin embargo, ibíd.), sino simplemente que el bien jurídico protegido (al menos, en alguna de sus
modalidades) es diferente.
44
Vid., en este sentido, GARCÍA CANTIZANO, Falsedades, 1997, p. 134. Niega tal equivalencia SILVA
SÁNCHEZ, en SALVADOR CODERCH / SILVA SÁNCHEZ, Simulación, 1999, pp. 80, 126. Sin embargo,
aunque en puridad, desde la perspectiva tradicional de la teoría del Estado y del Derecho público, haya
venido siendo cierto que los particulares nunca ostentaban una posición de garantía (de la veracidad de
los contenidos documentados) equiparable a la de ciertos funcionarios públicos, ello resulta hoy más
discutible: desde el punto de vista sociológico, parece evidente que una de las características destacadas
de las sociedades económicamente desarrolladas es la interacción constante entre lo público y lo privado,
de manera que muchos particulares actúan de hecho como fedatarios cuasi-públicos (o, en todo caso, con
roles socialmente relevantes y reconocidos); y ello, además, va siendo reconocido por el mismo
Ordenamiento jurídico (piénsese, por ejemplo, en lo dispuesto en los art. 107 ss. del Reglamento del
Registro Mercantil, que permiten elevar a instrumento público el contenido del acta de un órgano
colegiado de una sociedad mercantil sobre la base de la certificación de sus contenidos por parte del
secretario del mismo). Por eso, desconocer tal realidad social –y, cada vez más, jurídica- por ser
excesivamente formalistas en el reconocimiento de roles y de deberes significaría, a mi entender, un error
político-criminal grave.

20
interactúan estratégicamente, velando exclusivamente por sus propios intereses (con
ciertos límites, desde luego, bien que reducidos, dada la amplia libertad para llevar a
cabo negocios jurídicos en interés propio que existe en nuestro Derecho privado); en
otras, por el contrario, algunos particulares han de velar por los intereses de otros (a
veces de otros completamente ajenos a ellos, a veces de otros y de ellos mismos). Así,
mientras que en la primera clase de interacción el documento debe representar
solamente a (la declaración de) su autor, en la segunda ha de representar también a
aquellos otros particulares en cuyo nombre o interés se actúa. Ejemplo de lo primero lo
sería un contrato de compraventa. Ejemplo de lo segundo, el acta de una junta general
de accionistas 45 . Todo ello, además, sin descartar casos en los que el particular maneja
documentos en su propio interés y sin interactuar (en principio) con terceros (por
ejemplo, cuando realiza anotaciones en su diario o en una contabilidad no oficial –una
“contabilidad B”-), supuestos que ya hemos visto que deben ser excluidos del ámbito
de los tipos penales de falsedades documentales.
En tercer lugar, incluso en la primera de las modalidades de interacción entre
particulares, se pueden distinguir casos en los que existe un cierto equilibrio de poder
entre las partes y casos en los que, por el contrario, existe una desigualdad relevante
entre ellas. Pues ocurre que estas diferencias de poder entre las partes acaban por
plasmarse también en la mayor o menor capacidad de cada una de ellas para influir
sobre el contenido y forma del documento. Nuevamente, con dos ejemplos: mientras
que en el arrendamiento de servicios que tiene lugar entre dos particulares o dos
empresas de un nivel socioeconómico aproximadamente igual las dos partes tienen, en
principio, oportunidades parecidas para influir sobre el contenido y forma del
documento, no ocurre lo mismo en el caso de los contratos de adhesión; en estos, una de
las partes influye de hecho mucho más que la otra sobre el contenido y la forma del
documento (hasta el punto de que, en la práctica, ésta se limita muchas veces a poner su
firma).
Además, en cuarto, y último lugar, junto con las interacciones (con documentos)
exclusivamente entre particulares, existe también la interacción (con documentos) entre
los particulares y la Administración Pública (o, más en general, los órganos del Estado).

45
Esta dicotomía se corresponde con dos clases de juegos de interacción diferentes, bien perfilados y
estudiados ya por las ciencias sociales: los juegos no cooperativos comunes y los juegos principal/agente
(vid., respectivamente, PÉREZ, J./ JIMENO, J. L./ CERDÁ, E.: Teoría de juegos, Pearson, Madrid, 2004, p. 3;
GINTIS, H.: Game Theory Evolving, Princeton University Press, Princeton, 2000, pp. 332 ss.).

21
En ella (y ciñéndome tan sólo al papel del particular, sin atender al del funcionario
público) el particular opera en su propio nombre e interés, pero, al contrario de lo que
ocurre en las interacciones entre particulares, ve mucho más limitada su libertad para
perseguirlo, a causa del contenido de la relación de Derecho público que le une al
órgano estatal.
Como es notorio, en nuestro Derecho positivo –cuando menos, en el caso del art.
395 CP- estas cuatro clases de conductas de particulares que manejan documentos, los
falsifican y los emplean falsos aparecen tratadas jurídico-penalmente de manera
uniforme 46 . Es cierto que ello no es así siempre a lo largo de todo el CP: así lo
demuestra la tipificación específica de los delitos contra el honor (arts. 205 ss. y 510.2
CP), de las estafas (art. 248 ss. CP), de las falsedades contables (arts. 261, 290 y 310
CP), de falsedades en perjuicio de los consumidores (arts. 282), de la libre competencia
(arts. 284 CP), de los trabajadores (art. 312.2 CP), del medio ambiente (art. 326 CP), de
la seguridad colectiva (art. 348.4 CP), del orden público (art. 561 CP) o de la seguridad
del Estado (arts. 584, 594, 598 y 603 CP), del delito tributario (art. 305 CP), del fraude
de subvenciones (arts. 308-309 CP), de la acusación y denuncia falsa y de la simulación
de delito (arts. 456-457 CP) y del falso testimonio (arts. 458-460 y 471 bis.2 CP). En
todos estos preceptos pueden, en efecto, resultar subsumibles también algunas
conductas de falsedades documentales de las categorías específicas mencionadas47 ; en

46
El cuarto supuesto que acabo de señalar, el del particular que interactúa con la Administración, a
veces resultará subsumible más bien en el delito del art. 392 CP, cuando el documento en el que el
particular plasma su declaración haya de ser considerado como un documento público u oficial: un
impreso oficial de declaración de bienes, por ejemplo. No obstante, habrá otras muchas ocasiones en las
que el documento emitido por el particular siga siendo privado: cuando el particular remite un escrito o
una carta a un órgano administrativo, dicho escrito o dicha carta mantienen, pese a todo, su carácter de
documento privado (en este sentido, FERNÁNDEZ PANTOJA, Falsedad, 1996, p. 163; GARCÍA CANTIZANO,
Falsedades, 1997, pp. 112-113; LÓPEZ BARJA DE QUIROGA, APen 1998-I, p. 428; VILLACAMPA
ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp. 237-253; DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, en LUZÓN PEÑA (dtor.), EPenB,
2002, pp. 727-728; QUERALT JIMÉNEZ, en LÓPEZ BARJA DE QUIROGA/ ZUGALDÍA ESPINAR (coords.), LH-
Bacigalupo, 2004, p. 1138; el mismo, PE, 2008, pp. 632-633; SILVA SÁNCHEZ, en el mismo (dtor.), PE,
2006, pp. 293-294; QUINTERO OLIVARES, en el mismo (dtor.), PE, 2007, p. 1522), al menos hasta que
haya sido incorporado efectivamente a un expediente administrativo. Para VILLACAMPA ESTIARTE, ibíd.,
incluso después de la incorporación seguiría tratándose de un documento privado. Ello, sin embargo,
resulta dudoso, pues significaría que el tercero, particular, que accede al archivo administrativo y cambia
precisamente esa parte del expediente no está falsificando un documento oficial, sino tan sólo uno
privado, mientras que si cambia la página siguiente –un informe de un órgano administrativo- o la
anterior –la hoja de registro de entrada- sí que lo estaría haciendo, y no es claro que se justifique tan
dispar tratamiento a casos tan semejantes (en sentido similar, FERNÁNDEZ PANTOJA, op. cit., pp. 163-
164).
47
Obviamente, en el caso de los delitos contra el honor, de la Administración de Justicia y otros
muchos de los acabados de mencionar, una buena parte de las conductas en ellos subsumibles pueden no
caer, sin embargo, dentro del ámbito de las falsedades documentales, debido a que se lleven a cabo sin
emplear documentos. Aunque sin duda habrá otras muchas que sí que caigan en él.

22
especial, conductas de interacción entre particular y Estado 48 . Pese a ello, no deja de ser
cierto, por lo que se refiere al art. 395 CP, que el tratamiento uniforme e indiferenciado
que proporciona a las falsedades en documento privado resulta notoriamente
insatisfactorio. Insatisfacción que sólo muy limitadamente puede ser corregida por la vía
de los concursos de delitos (entre el art. 395 CP y algunos de los tipos penales acabados
de mencionar), teniendo en cuenta, de una parte, la insatisfactoria regla penológica que
para el concurso ideal prevé el art. 77 CP y, de otra, la dificultad en muchas ocasiones
(en especial, cuando se trata de interacciones estrictamente entre particulares, no con el
Estado) para apreciar concurso de delitos, y no de normas, sin violar el principio ne bis
in idem.
De cualquier forma, y concentrándonos ahora ya exclusivamente en el precepto
que nos ocupa, el art. 395 CP, el hecho de que el legislador no haya querido o sabido
llevar a cabo una regulación de las falsedades en documento privado completamente
atinada (por suficientemente perfilada) desde el punto de vista político-criminal no
significa que dicho punto de vista no pueda –y deba- ser hecho valer en la interpretación
del tipo. Antes al contrario, como en cualquier otro delito, la interpretación del mismo a
la luz del objeto jurídico que, según hemos visto, resulta justificable proteger debe
constituirse en uno de los dos principios capitales (junto con el del respeto al tenor
literal cuando se trate de extender el ámbito de lo punible) que nos guíen en la labor
dogmática. Por ello, debemos examinar la forma que adopta la lesividad en cada uno de
los géneros de interacciones con documentos que acabo de exponer:
— En el caso de las interacciones estratégicas (relativamente) simétricas entre
particulares (ejemplo: contrato de compraventa entre dos personas físicas), cada uno de
los sujetos de la interacción que emplea documentos (se puede decir que) “habla por sí
mismo”. Es decir, en la medida en que sea él mismo quien emite signos y quien los

48
Buena muestra de la naturaleza no tan innovadora de nuestro código en esta materia es que se
mantenga, también aquí, la especial protección de los intereses del Estado –tradicional en la historia,
autoritaria y estatalista, del Derecho Penal español- frente a las falsedades de los particulares (a través del
delito tributario, del falso testimonio, del fraude subvenciones,…), mientras que otros intereses colectivos
y los intereses de los particulares más débiles reciben una protección específica notoriamente insuficiente.
Ello se aprecia ya en la tipificación (que en este segundo caso tiende a agrupar las falsedades –
ideológicas- junto con otras modalidades de acción típica, en un totum revolutum de difícil interpretación
y aplicación) y en la pena (en general, sustancialmente más baja que si las falsedades afectan al Estado).
Y resulta aún más claro en la práctica, dada la bajísima frecuencia en la aplicación judicial de los
preceptos penales de este segundo grupo, en comparación con los del primero.

23
inscribe a continuación en un documento 49 , desde el punto de vista de la realidad de los
actos documentados, nada hay que prevenir ni que proteger en relación con su conducta,
dado que lo que un sujeto S1 dice que declara es, por necesidad, lo que –verdadero o
falso- efectivamente declara 50 . Por consiguiente, en estos casos lo único que hay que
proteger es la integridad de los documentos frente a las inscripciones inadecuadas (esto
es, despegadas de la realidad) de terceros.

Así, resultará lesiva la conducta del tercero que modifica ilegítimamente un


documento que refleja una interacción de la índole vista si –y sólo si- la modificación
afecta a alguno de los elementos semióticamente sustanciales que hemos visto que
determinan el respeto o falta de respeto al patrón social de conducta que constituye el
bien jurídico protegido. Y no lo será, por lo tanto, si modifica el documento, pero no
afecta a sus aspectos significativos (se cambian palabras en el documento, pero sin que
ello posea la menor relevancia significativa). O si lo modifica, afecta a su significado,
pero no a ninguno de sus elementos esenciales (se altera ligeramente la hora de la
reunión de celebración del contrato, algunas de las palabras que se dijeron, etc., sin
alterar significativamente la naturaleza de lo reflejado en el documento).
De igual modo, la conducta de alteración del documento por parte del autor del
mismo no será casi nunca lesiva para el bien jurídico (incluso si se inscriben en el
mismo afirmaciones completamente falsas). Salvo que la alteración tenga lugar a
posteriori, una vez que el documento fue ya puesto a disposición de terceros con un
determinado contenido (y la misma afecte, además, a alguno de los contenidos
semióticamente esenciales, según hemos visto) 51 .

— En el caso de las interacciones estratégicas (relativamente) asimétricas entre


particulares (ejemplo: contrato de arrendamiento de servicios –por ejemplo, de gestión
patrimonial- entre una gran empresa mercantil y una persona física que adopta la forma
de un contrato de adhesión), la situación es diferente. Aquí, en efecto, la posición de
poder que ostenta una de las partes de la interacción conduce a que en muchas ocasiones
(naturalmente, habría que comprobarlo caso por caso) la emisión de signos inscrita en el
documento sólo en apariencia proceda de verdaderos actos de emisión de signos por

49
Pues en el caso de que no sea él, sino un tercero quien realiza la inscripción de lo que él declara, nos
hallaremos, por lo que hace al manejo de documentos, en otra clase de interacción diferente, la que existe
entre un sujeto que maneja documentos en interés de otros y esos otros. Es decir, que en la práctica
pueden producirse –y, de hecho, será lo más habitual que se produzcan- interacciones sociales complejas,
en las que exista una interacción de una clase (estratégica simétrica, por ejemplo) entre S1 y S2, mientras
que, al tiempo, entre S1 y S3 existe otra de clase diferente (una interacción principal/agente): así, por
ejemplo, si S1 y S2 contratan entre sí, pero a su vez S1 tiene un empleado, S3, que está encargado de
redactar sus documentos. En todo caso, la interacción relevante para lo que aquí nos interesa es
exclusivamente la que tiene por objeto el manejo de documentos: es decir, en el ejemplo,
fundamentalmente la que existe entre S1 y S3, y sólo de modo muy secundario la que existe entre S1 y S2
(relación que, sin embargo, a efectos de un posible delito patrimonial sería la más relevante).
50
De hecho, en este género de situaciones, cualquier otra interpretación del documento resultaría
contradictoria, en el nivel semántico (“tengo 2.000 euros, pero es mentira”) o, cuando menos, en el
pragmático (“prometo darte 2.000 euros, pero no pienso pagártelos”).
51
DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, en LUZÓN PEÑA (dtor.), EPenB, 2002, p. 733.

24
parte de uno de los sujetos participantes. De hecho, por el contrario, puede ocurrir que
prácticamente todo lo inscrito en el documento proceda realmente tan sólo de uno de los
sujetos, y nada del otro. Y, sin embargo, puesto que se trata de situaciones de
desigualdad legalmente reconocidas, existe una suerte de presunción iuris et de iure en
favor de que las declaraciones inscritas son compartidas también por la parte menos
poderosa, “silenciosa” 52 . Sin embargo, a pesar del indudable reconocimiento de efectos
por parte del Ordenamiento jurídico a declaraciones que, como éstas, sólo de manera
muy impropia pueden ser consideradas como auténticas declaraciones de la parte menos
poderosa (en el contrato de adhesión, el adherente), resulta dudoso que pueda
trasladarse al campo de la responsabilidad penal por falsedades la presunción acabada
de señalar. Ello, en mi opinión, ha de llevarnos a la consecuencia de que en estos casos
la actuación posterior del sujeto menos poderoso para corregir el documento, si el
mismo no tuvo oportunidad de hacerlo en el momento de la interacción, podrá no
resultar lesiva para el bien jurídico protegido: en concreto, no lo será si respeta aquellos
elementos esenciales que no resultan disponibles para él (el lugar y tiempo de la
interacción, la posición de los sujetos interactuantes, el canal y contexto de la
interacción,…) y se limita a corregir, en el sentido por él deseado, el significado
(locucionario) y la naturaleza ilocucionaria –aun los esenciales- de lo que fue su
declaración inicial.

Así, si el sujeto que firma un contrato (privado) de adhesión, de gestión de su


patrimonio (de sus ahorros, por ejemplo), con una entidad bancaria, en el que no ha
tenido oportunidad –porque el banco no admite tal posibilidad- de modificar ninguna de
sus cláusulas, altera en el documento que acredita el contrato algunas de las cláusulas
que reflejan sus declaraciones (no, desde luego, las del banco, ni aquellas otras
objetivas, como la fecha, lugar, etc. de la contratación), no estará, en mi opinión,
lesionando el bien jurídico protegido en el delito de falsedad en documento privado.

En estos casos, en mi opinión, podrá haber incumplimiento de contrato, podrá


haber incluso alguna vez un delito patrimonial de carácter defraudatorio,…, pero lo que
no puede haber, me parece, es una falsedad documental, debido a falta de lesividad (y
ello porque, según hemos visto, cuando el sujeto actúa en su propio interés, “lo que dice
que dice es realmente lo que dice”, por lo que la falsedad no cabe).

52
Podría decirse incluso (de modo algo metafórico, sin duda, aunque, en mi opinión, esclarecedor) que
un contrato de adhesión constituye en realidad una forma justificada de falsedad documental, en la
medida en que en virtud de esta figura se autoriza a una de las partes de una interacción a “hablar por los
dos” (por las dos partes), limitándose la otra –el adherente- a ratificar con su firma lo inscrito, quiéralo o
no, por la otra parte.

25
Por lo demás, y salvo esta peculiaridad, las interacciones estratégicas asimétricas
operan, desde el punto de vista de la lesividad, del mismo modo que las simétricas, que
vimos más arriba (así, en lo que se refiere a las actuaciones de terceros que reúnan las
condiciones expuestas).
— En tercer lugar, en aquellos supuestos en los que quien lleva a cabo las
inscripciones en un documento lo hace en interés de terceros (incluyendo, a veces,
también el propio, pero no sólo), es claro que el autor del documento “habla por otros”.
Es decir, aquellos actos de emisión de signos que inscribe en el documento, ya sean
propios o de un tercero, pretenden aparecer socialmente como “actos de todos” (de
todos los socios, de todos los accionistas, de todos los administradores,…), no sólo de
quien efectivamente los emite y/o los inscribe.

Así, lo que el secretario en el acta de una reunión son, de hecho, actos de


emisión de signos de terceros. Y lo que refleja el administrador en la contabilidad de la
sociedad son actos de emisión de signos que no sólo son en interés de terceros (cuando
menos, los socios), sino que, sobre todo, son realizados en su representación: valen por
declaraciones de la sociedad y generan responsabilidad para sus integrantes. (No ocurre
lo mismo, sin embargo, cuando, en una sociedad unipersonal o en una empresa
individual, es el propietario quien elabora su propia contabilidad.)

Por ello, la aplicación del patrón social de apego a la realidad en las


inscripciones documentales –bien jurídico protegido- a tales situaciones exige preservar,
como condición esencial para que tal apego pueda considerarse existente, la
aceptabilidad del acto de emisión de signos inscrito para todos aquellos en cuyo nombre
se emite y/o se inscribe. Lo cual, en la gran mayoría de los casos, significa preservar la
correspondencia –al menos, en términos generales- entre los signos emitidos y la
realidad (mejor: lo que los autores presuntos del signo considerarían tal). Pues, en
efecto, en la gran mayoría de los casos (dejando a un lado casos, cuasi patológicos, de
grupos con una percepción completamente alterada de la realidad, que serán casi
marginales en el tráfico documental) es difícil que se pueda considerar un acto de
emisión de signos como acto atribuible a un grupo entero de individuos si su contenido
no se corresponde sustancialmente con la realidad. Esto es, un signo manifiestamente
mendaz puede ser atribuido a un individuo (a un “mentiroso”), pero difícilmente podrá
serlo a un grupo cuando, como es el caso, no ha sido realmente emitido por todos, sino
solamente por alguien en su representación.

Difícilmente aceptaremos que cuando el secretario de la junta general de


accionistas, al redactar el acta, pone en boca de uno de los accionistas palabras que
nunca salieron de ella (con un contenido sustancialmente diferente de aquellas que

26
efectivamente dijo), con ello está actuando por todos los accionistas de la sociedad
(que, de haber redactado el acta de consuno, habrían puesto también tales palabras en la
boca de aquél). Y otro tanto ocurre en el caso de la contabilidad social: en ausencia de
pruebas evidentes de concierto entre todos los socios, difícilmente podremos aceptar
que los asientos irreales que el administrador añade sean aquellos que todos los socios
habrían añadido por sí mismos.

Y es que en estos supuestos, al tratarse de un autor de documentos que actúa, al


inscribir cosas en los mismos, en representación de otros, la realidad de esa
representación depende de un proceso social de atribución. Proceso que, como he
señalado, exige un grado de correspondencia con la verdad en el signo cuya emisión se
inscribe muy superior a la que es necesaria en otros casos: mientras que alguien que
habla por sí mismo puede mentir, pero, pese a ello, seguirá siendo reconocido como
aquél que habla, por el contrario, cuando habla por otros, necesita de la aquiescencia de
esos otros para que su mentira les represente; en otro caso, habrá que presumir que sólo
hay realidad (naturalmente, una “realidad” no física, sino de índole institucional) en la
atribución de su signo a terceros si el mismo se corresponde sustancialmente con la
verdad, con aquella verdad que sus representados dan por cierta 53 .
Todo lo cual nos lleva, en definitiva, a la consecuencia de que en el caso de
aquellas interacciones en las que quien maneja un documento lo hace en interés y
representación de terceros, existe lesión del bien jurídico protegido en el delito de
falsedad en documento privado no sólo cuando –como en los otros supuestos- se alteran
aquellos elementos que hemos visto que son esenciales desde el punto de vista
semiótico (canal, código, posiciones sociales de emisor y receptor, sentido general del
mensaje, naturaleza ilocucionaria del acto y rasgos espacio-temporales esenciales), sino
también cuando, aun preservando dichos elementos, sin embargo, ocurre que los
contenidos informativos que se atribuyen al signo cuya emisión se documenta no se
corresponden sustancialmente con los que el mismo en verdad portaba. Es decir, en
estos supuestos (y sólo en ellos), la verdad de las declaraciones contenidas en el
documento resultan también relevantes para la intangibilidad del bien jurídico.

53
La explicación de esto estriba, desde el punto de vista pragmático, en el llamado “principio de
cooperación” que rige la comunicación humana: en virtud del mismo, en ausencia de marcas evidentes en
sentido contrario, hay que presumir que el contenido informativo de los signos emitidos es verdadero
(GRICE, H. Paul: Lógica y conversación, trad. J. J. Acero, en Valdés Villanueva (comp.), Significado,
1999, pp. 528-531). Desde el punto de vista epistemológico (un punto de vista, desde luego,
marcadamente escéptico), podría decirse que aquello que todo el grupo social acepta como verdadero es
lo único que podemos fundadamente denominar realidad (intersubjetiva) y que, por ello, cuando
hablamos de grupos y no de individuos, lo verdadero para todos se identifica prácticamente con lo real:
cfr. WATZLAWICK, P.: ¿Es real la realidad?, trad. M. Villanueva, 8ª ed., Herder, Barcelona, 2003,
passim.

27
Por el contrario, no resultarán tampoco aquí lesivas para el bien jurídico aquellas
otras conductas que alteren de forma no sustancial el contenido informativo del
documento, aun cuando se produzca con ellas una pérdida en el grado de
correspondencia entre signo y realidad. Así, no lo será la alteración de otras
circunstancias no esenciales del acto de emisión de signos, pese a que las mismas
puedan estar inscritas también en el documento: detalles sobre el momento, lugar, otras
personas presentes durante el acto, declaraciones extemporáneas producidas, forma
detallada que adoptó el acto, connotaciones o alusiones que resultaban apreciables en la
declaración por parte de un receptor avisado,… y, por supuesto, los aspectos materiales
que resulten irrelevantes desde el punto de vista semiótico.
— Por fin, en el caso de que los documentos (privados) se empleen en una
interacción entre los particulares (que actúan en nombre propio) y la Administración
Pública, nuevamente es el autor del documento quien habla, quien emite los signos
documentados. Y, de nuevo, desde la perspectiva del bien jurídico protegido en el delito
de falsedades documentales, solamente la preservación de aquellos elementos
semióticamente sustanciales del acto de emisión de signos documentado posee
relevancia para la lesividad. Por el contrario, la verdad del contenido informativo del
documento resulta igualmente irrelevante. Así, cuando se quiera tomar en
consideración, ello deberá hacerse a través de otros delitos (por ejemplo: delitos contra
la Hacienda Pública, falso testimonio, acusación y denuncia falsas,…), mas no en los
delitos de falsedades.

2.5) ¿Son las falsedades documentales delitos pluriofensivos?

Todo lo anterior se aleja, no obstante, radicalmente de la idea de que los delitos


de falsedades documentales puedan ser concebidos como delitos pluriofensivos. En
efecto, es cierto que en muchas ocasiones las falsedades documentales constituyen la
forma de comisión de otros delitos (más en general: de otros ataques a otros bienes
jurídicos protegidos): ataques al patrimonio, al orden socioeconómico, a la familia, etc.
Sin embargo, de ello no es posible deducir –al menos, no necesariamente- que sólo
cuando, además de a ciertos patrones sociales de conducta en relación con el empleo de
documentos, se afecte a otros intereses socialmente relevantes, existe delito de
falsedades, que sería la consecuencia interpretativa lógica de una concepción coherente

28
de los delitos de falsedades como delitos pluriofensivos 54 . Por el contrario, bastará con
la afectación de aquel patrón social de conducta relativo a documentos, sin daño
efectivo a ningún otro bien jurídico, para que la lesión del bien jurídico, el delito de
lesión consumado exista. Ello ocurre porque tal patrón social de conducta, en tanto que
bien jurídico supraindividual, posee valor moral y relevancia social propios 55 . No siendo
necesario, contra lo que a veces se sostiene, que exista en cada supuesto una conexión
con la afectación de un bien jurídico individual para que la lesividad exista ya 56 .
Como veremos, esto tiene, lógicamente, sus consecuencias en materia concursal,
permitiendo concursos de delitos –y no únicamente de normas- entre las falsedades
documentales y los delitos (para cuya realización las mismas hayan sido cometidas)
contra otros bienes jurídicos.

54
En sentido similar, BOLDOVA PASAMAR, Falsedades, 2000, pp. 76-82.
55
En sentido similar, VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp. 90-92; MUÑOZ CONDE, PE, 2007, p.
697. De otra opinión, QUERALT JIMÉNEZ, PE, 2008, pp. 611-612, quien reconoce que su opinión posee,
hoy por hoy, tan sólo un valor de lege ferenda. Y, sin embargo, resulta en extremo dudoso que el
argumento de que las falsedades documentales constituyan casi siempre un medio para la comisión de
otro delito sea, de una parte, plenamente correcto, ya que hay muchas ocasiones en las que son solamente
un medio para lograr otro fin ilícito (pero no delictivo: el otorgamiento de una beca), o incluso un fin
lícito (el reconocimiento de la paternidad). Y, de otra parte, que sea en realidad un argumento bastante
para concluir que no existe un auténtico bien jurídico autónomo en dichos delitos (de acuerdo con dicho
razonamiento, cabría argumentar también, por ejemplo, que tampoco en las coacciones o en las amenazas
existe un auténtico bien jurídico protegido, puesto que casi siempre se trata de delitos instrumentales para
la comisión de otro). Como señala HEFENDEHL, Roland: Kollektiver Rechtsgüter im Strafrecht, Carl
Heymanns, Köln/ Berlin/ Bonn/ Manchen, 2002, pp. 116-117, 244, en realidad los delitos de falsedades
documentales –como otros tantos contra bienes jurídicos supraindividuales- lo que hacen es proteger
(ciertos patrones de conducta en) los espacios de la interacción social, “flanqueando” así a los bienes
jurídicos individuales (en sentido similar, PUPPE, en KINDHÄUSER/ NEUMANN/ PAEFFGEN (eds.), NK, II,
2005, §267, n.m. 8).
56
De otra opinión, FERNÁNDEZ PANTOJA, Falsedad, 1996, pp. 75-76 (aunque la obra aborda solamente
las falsedades hoy ubicadas en los arts. 390 y 392 CP, de su tenor literal parece que hay que entender que
el bien jurídico es común a todas las falsedades documentales); MORILLAS CUEVAS, en COBO DEL ROSAL
(dtor.), PE, II, 1997, p. 210. En realidad, la tesis de que los delitos de falsedad documental son delitos
pluriofensivos se basa –explícita o implícitamente- en una de las siguientes dos premisas, ambas
inaceptables: o bien que no puede haber bienes jurídicos supraindividuales que no tengan titular (como el
Estado) y que no sean, cuando menos, instrumentos –bienes jurídicos intermedios- de bienes jurídicos
individuales; o bien que, dada la “levedad” de la definición del bien jurídico protegido en las falsedades,
el mismo no justifica suficientemente la intervención jurídico-penal (esta parece, por ejemplo, la opinión
de QUERALT JIMÉNEZ, PE, 2008, pp. 612, 613). La primera premisa resulta inaceptable por razones
teóricas y político-criminales generales: vid., al respecto, PAREDES CASTAÑÓN, RDPC 11 (2003), pp. 128-
142, con ulteriores referencias; y, en materia de falsedades, GARCÍA CANTIZANO, Falsedades, 1997, p. 26,
n. 11. Y, en cuanto a la segunda, sólo resulta plausible si, como ocurre con frecuencia, no se define
adecuadamente el bien jurídico protegido –y autónomo- de las falsedades documentales (y se restringe,
consiguientemente, el ámbito de la tipicidad penal en virtud de estos delitos conforme a tal delimitación).
Pero no tiene por qué ser aceptada (no debe serlo, de hecho) si se elabora, antes de entrar a interpretar los
tipos, la orientación político-criminal subyacente.

29
2.6) Falsedades “ideológicas” y falsedades “materiales”

Se habrá podido comprobar que, en el análisis anterior, la distinción, tradicional


en nuestra doctrina, entre “falsedades materiales” y “falsedades ideológicas” 57 , si bien
no ha sido dejada completamente de lado, no tiene un papel especialmente relevante.
Ello obedece a que, en mi opinión, dado el bien jurídico que resulta justificado proteger
a través de los delitos de falsedades documentales, puede existir lesividad respecto del
mismo tanto en conductas de una índole como de la otra58 : ello depende, de hecho, de la
clase de documento y del género de interacción social de que se traten. Por ello, y contra
lo que frecuentemente se sostiene, no veo razón alguna por la que haya que excluir por
principio del ámbito de las falsedades documentales punibles las conductas de
“falsedades ideológicas”, ni tampoco para tratarlas siempre con menor rigor punitivo.
Pues, como he intentado fundamentar, en realidad la forma específica que adopte la
acción (si consiste en una manipulación de la fisicidad del documento, o bien tan sólo
de los signos que contiene) no conduce necesariamente a consecuencias diferentes
desde el punto de vista del patrón social de conducta afectado: así, no siempre las
“falsedades ideológicas” tienen que ver solamente con un hipotético deber de
veracidad 59 , sino que pueden a veces tener que ver también con el apego a la realidad en
los actos documentados por el documento como existentes; y, del mismo modo, las
“falsedades materiales” pueden tener que ver más bien a veces con la veracidad de lo
narrado en el documento que con la realidad de los actos de emisión de signos en él
inscritos.

El fedatario que refleja por otros sus declaraciones no afecta solamente a la


verdad, sino también a la realidad del documento cuando les hace hablar en un acta de
lo que nunca hablaron. Y, al contrario, quien altera físicamente los signos que reflejan
circunstancias no esenciales del acto de emisión de signos documentados (de una
declaración de la otra parte, por ejemplo) está afectando a la verdad del documento,
pero no a su realidad.

57
Vid. FERNÁNDEZ PANTOJA, Falsedad, 1996, pp. 183-186; GARCÍA CANTIZANO, Falsedades, 1997, p.
108; MORILLAS CUEVA, en COBO DEL ROSAL (dtor.), PE, II, 1997, p. 235; CALLE RODRÍGUEZ,
Falsedades, 1998, pp. 289 ss.; ECHANO BASALDUA, en BAJO FERNÁNDEZ (dtor.), PE, II, 1998, pp. 778-
779; LÓPEZ BARJA DE QUIROGA, APen 1998-I, p. 425; VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp. 327
ss.; ALONSO PÉREZ, LL 2000-IV, p. 1951; DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, en LUZÓN PEÑA (dtor.), EPenB,
2002, p. 730; SILVA SÁNCHEZ, en el mismo (dtor.), PE, 2006, pp. 294-295; MUÑOZ CONDE, PE, 2007, pp.
697-698; QUINTERO OLIVARES, en el mismo (dtor.), PE, 2007, p. 1523; QUERALT JIMÉNEZ, PE, 2008, pp.
628-630.
58
En sentido similar, VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp. 347-349.
59
Cfr., sin embargo, QUERALT JIMÉNEZ, PE, 2008, pp. 614-617.

30
Así pues, desde el punto de vista de la lesividad, lo único que se puede decir es
que son muchas las conductas de “falsedades ideológicas” que no poseen una relación
directa con el bien jurídico protegido en los delitos de falsedades documentales y que,
por ello, no deberían resultar típicas en dichos delitos, por lo que, en todo caso, deberían
tipificarse específicamente a través de otras figuras delictivas (fundadas en bienes
jurídicos distintos). Pero no todas.
Más allá de esto, lo único que puede resultar revelador desde el punto de vista
político criminal en las “falsedades materiales”, en comparación con las “ideológicas”,
es, precisamente, la forma de ataque misma, en la medida en que en ocasiones –pero
tampoco siempre- dicha forma de ataque (imitar una firma, manipular el documento
mediante artilugios técnicos, etc.) puede indicar una determinada particularidad
criminológica (su pericia técnica o su profesionalidad, por ejemplo) en el autor. Pues, en
efecto, la opción por una u otra forma de comisión dependerá, de hecho, en cada caso
fundamentalmente de cuál sea la relación de poder entre el sujeto que desea cometer la
falsedad y el documento: si es el encargado de redactar el documento, optará
normalmente por las “falsedades ideológicas”, esto es, por alterar el significado del
documento en el momento de redactarlo; mientras que, por el contrario, si no tiene una
posibilidad de acceso legítimo a la conformación del documento, optará más bien por
las “falsedades materiales”, por transformar su significado afectando al soporte material
de los signos o por crearlo ex novo. Todo ello resulta, desde luego, relevante en
términos criminológicos, por lo que podría ser hecho valer, en alguna medida al menos,
en la fijación del marco penal, diferenciando entre formas de conducta en atención a la
diferente necesidad de pena. Sin embargo, carece, me parece, de interés alguno desde el
punto de vista de la lesividad para el bien jurídico protegido. Por ello, no existe ningún
obstáculo para incluir conductas de ambas clases en el ámbito de lo penalmente típico
(bien que, en su caso, pueda resultar racional incluirlas con penas diferenciadas).

2.7) Lesión del bien jurídico y relevancia social: determinación de las conductas
merecedoras de incriminación

He intentado hasta aquí delimitar, de un modo más detallado de lo que se


acostumbra, la definición del bien jurídico y el elenco de conductas que puede
considerarse que resultan lesivas para dicho bien jurídico. No obstante, la lesión del
bien jurídico constituye –a mi entender- una condición necesaria, pero no suficiente,

31
para justificar político-criminalmente la incriminación de conductas, su prohibición y –
en el caso de que, pese a todo, sean cometidas- su sanción penal. Por el contrario, para
que la incriminación resulte justificada, hace falta además que el ataque al bien jurídico
representado por un determinado género de conducta resulte suficientemente relevante
desde el punto de vista de su impacto social: que produzca, pues, un efecto de
desestabilización sistémica, que genere mensajes pragmáticamente contradictorios y
dotados de suficiente comunicatividad, que resulten inasumibles para los sujetos que
interactúan, obligándoles a modificar de manera permanente sus expectativas y su
conducta 60 .
En este sentido, no todas las conductas que hemos visto que son lesivas para el
bien jurídico protegido en las falsedades documentales poseen el mismo grado de
impacto social desestabilizador. En concreto, me parece que hay tres géneros de
conductas que resultan particularmente desestabilizadoras, en comparación con el resto:
— En primer lugar, en aquellos casos en los que quien lleva a cabo las
inscripciones en un documento lo hace en interés de terceros, su posición social de
especial relevancia, como una suerte de “fedatario” –a veces literalmente, a veces sólo
aproximadamente- de aquellos, ocasiona que sus comportamientos irregulares, lesivos
para el bien jurídico protegido, produzcan un efecto particularmente perturbador. Y ello,
claro está, porque existe en este supuesto una asunción de funciones por parte del autor
del documento y una confianza (siquiera sea implícita) por parte de los terceros en dicha
asunción, por lo que la defraudación de tales expectativas resulta especialmente
desestabilizadora: muchas interacciones sociales difícilmente pueden funcionar sin tal
delegación de funciones y, sin embargo, la elevada probabilidad de que quien las asume
defraude las expectativas en él puestas hará improbables –por problemáticas- las
interacciones de tal índole.

Piénsese, por ejemplo, en las dificultades de funcionamiento de los órganos


colegiados si no es posible confiar en quien actúa de secretario; en la dificultad para que
pueda funcionar una sociedad mercantil (al menos, de una que no sea unipersonal) si no
es posible esperar que el administrador redacte lealmente las cuentas sociales;…

60
Me he ocupado de desarrollar en detalle este criterio de relevancia en PAREDES CASTAÑÓN, en DA
AGRA/ DOMÍNGUEZ/ GARCÍA AMADO/ HEBBERECHT/ RECASENS (eds.), Seguridad, 2004, pp. 91 ss. Como
allí apunto, a igual lesividad, el grado de relevancia (desestabilizadora) sistémica de una acción depende
fundamentalmente de su repercusión comunicativa (una comunicación perturbadora resulta socialmente
desestabilizadora cuando consigue ubicarse como un mensaje cuyos receptores son indeterminados: es
decir, potencialmente, todos los miembros de la sociedad). Y dicha repercusión depende, a su vez, de dos
factores: de la potencialidad (semiótica) comunicativa de la acción y, segundo, del contexto y situación en
la que la misma tenga lugar.

32
— En segundo lugar, en el resto de los casos, la conducta del particular que,
manejando en interés propio documentos privados, manipula la realidad de los actos de
emisión de signos inscritos en ellos, resulta especialmente desestabilizadora en dos
supuestos. El primero es aquél en el que dicha manipulación de la realidad tiene lugar a
través de un acceso material indebido al documento. En otras palabras, desde el punto
de vista de la preservación del patrón social de conducta (de apego a la realidad en las
inscripciones documentales) que constituye el bien jurídico a proteger, no es lo mismo
que un particular (que, no lo olvidemos, actúa en estos casos en interés exclusivamente
propio) afecte a dicho patrón cuando está operando sobre el documento en un momento
en el que en principio su actuación resultaría –si no fuese falseadora- legítima, por tener
derecho de acceder al contenido del documento, que, por el contrario, lo haga en otro
momento en el que no posea tal derecho, de manera que no sólo el resultado, sino
también la conducta misma resulte perturbadora.

En un ejemplo: desde la perspectiva del efecto social desestabilizador, resulta


más grave la conducta de quien, en un contrato de compraventa puesto por escrito,
altera uno de los elementos semióticamente esenciales para la individualización del
negocio jurídico (la naturaleza de la declaración realizada por la otra parte o la fecha –
aproximada, pues ya vimos que la fecha exacta no resulta materia apta para la
falsedad 61 - del contrato, por ejemplo) consiguiendo acceder a la caja fuerte en la que se
halla el documento y manipulándolo materialmente. Y resulta menos grave si obtiene el
mismo resultado simplemente porque, habiéndose encargado él de poner por escrito el
contrato, se aprovechó de alguna distracción de la otra parte y de los testigos, para
manipular los mencionados datos.

En este supuesto, la razón de que el acceso material indebido al documento


resulte más desestabilizador estriba en que en él las expectativas de los demás sujetos
son defraudadas de un modo mucho más intenso: mientras que de parte de un individuo
que actúa en interés exclusivamente propio se puede esperar racionalmente y sin
necesidad de gran imaginación que intente falsear el documento que redacta en su
beneficio, sin embargo, ello no puede esperarse (mejor: no debería ser esperado por
nadie… so pena de una intensa desestabilización social) cuando el documento no está
en sus manos y, por lo tanto, ha de acceder al mismo de manera anómala 62 y
manipularlo materialmente –también de un modo anómalo- para obtener el cambio en
su significación. Por ello, cuando tal acceso y manipulación tienen lugar, el patrón

61
De otra opinión, CALLE RODRÍGUEZ, Falsedades, 1998, pp. 416 ss.
62
“Anómala” no significa aquí necesariamente “ilícita”, y mucho menos “delictiva”. Es decir, basta con
que el sujeto acceda al documento de un modo inesperado, no esperable, independientemente de cuál sea
el estatus jurídico de su acción.

33
social de interacción en materia de empleo de documentos se ve mucho más
intensamente afectado: hasta el punto de que, si tal conducta se generalizase, dicho
patrón desaparecería (nadie confiaría en los documentos como instrumento de
interacción social). La comunicación se vuelve, pues, problemática.
Existirá, pues, tal perturbación extraordinaria cuando el sujeto, no ostentando el
rol de redactor –en todo o en parte- del documento, accede, sin embargo, a su contenido
y lo cambia mediante manipulación de su sustrato físico (naturalmente, con un efecto
falseador: esto es, afectando a los signos en él inscritos). Y, por el contrario, no existirá
(por lo que no parece justificarse la incriminación) cuando el sujeto ostenta el rol de
(co-)redactor del documento; y en este caso, incluso si procede no sólo a mentir en su
redacción, sino incluso a manipular materialmente también el sustrato físico del
documento que está contribuyendo a elaborar.

Así, cuando el empleado de la empresa de artes gráficas manipula –sea el


sustrato físico, o sean los signos inscritos- un talonario de cheques (alterando, por
ejemplo, el número de cuenta bancaria de referencia), la conducta resulta socialmente
menos perturbadora (al fin y al cabo, parece razonable que alguien compruebe
posteriormente la idoneidad de los talonarios imprimidos, sin confiar ciegamente en el
impresor) y, en mi opinión, no justifica una incriminación como falsedad documental
(sí, por supuesto, en su caso, como autoría o cooperación de una estafa o cualquier otro
delito patrimonial). Por el contrario, si el cliente del banco, titular de la cuenta, hace la
misma operación sobre el talonario que la entidad le entrega, la perturbación social es
mucho mayor y justifica la incriminación.
Por la misma razón, quien crea ex novo un documento completamente falso (es
decir, que no refleja ningún acto real de emisión de signos) está realizando también una
conducta particularmente perturbadora, con independencia de que lo haga manipulando
el sustrato material del documento o el significado de los signos en él inscritos, ya que
está accediendo de un modo anómalo al documento (a un documento que ni siquiera
existía).

— En tercer lugar, la conducta del particular que, manejando en interés propio


documentos privados, manipula la realidad de los actos de emisión de signos inscritos
en ellos resulta también especialmente desestabilizadora cuando no se limita a
(mediante un acceso material indebido al documento) alterarlo, sino que lo crea por
completo. Esto es, cuando la manipulación llega al punto de hacer nacer un documento
(falso) completamente nuevo.
Se comprenderá, no obstante, que entre este supuesto y el segundo expuesto la
diferencia es solamente una de grado, puesto que, en cierta medida, alterar un
documento es ya crear uno (aunque sea solamente en parte) nuevo. Es preciso, por ello,
precisar algo más esta última hipótesis de conducta lesiva para el bien jurídico y
particularmente desestabilizadora, para delimitarla respecto de la anterior. Porque,
naturalmente, puede ser que las dos no deban ser tratadas de modo idéntico. De hecho,

34
creo que, ceteris paribus, la creación ex novo de un documento falso tiende a resultar
más desestabilizadora aún que la alteración de uno preexistente, lo que justificaría –
desde este punto de vista, al menos- un tratamiento más duro de aquel supuesto: por
ejemplo, tomando en consideración, a efectos de tipicidad, no sólo las formas de
“falsedad material”, sino también las de “falsedad ideológica”.
En este sentido, creo que el criterio conforme al que hay que establecer la
diferencia entre uno y otro caso es el de si el acto de emisión de signos que da lugar a la
aparición de ese texto que es el documento procede o no de aquel autor (en el sentido
que la palabra traduce el término alemán Urheber, que no el de Täter) del que aparenta
proceder. En el primer caso, no habrá simulación de documento, pudiendo existir tan
sólo una alteración falsaria de un documento preexistente, o bien un ataque al patrón
social de veracidad, irrelevante, como hemos visto, para el bien jurídico protegido en las
falsedades en documento privado. Pero sí en el segundo caso. Así, la esencia de la
simulación de documento –y su carácter particularmente desestabilizador- estriba en la
aparición de un documento en el que todos y cada uno de los actos de emisión de signos
en él inscritos son completamente inexistentes, por resultar inexistente la autoría del
documento mismo 63 . De manera que, por definición, allí donde exista un documento, o
cuando uno no existente previamente sea creado a nombre de su autor verdadero (aun
cuando todo lo que se dice en el documento sea falso, la firma sea imitada, etc.), no
existirá simulación de documento 64 . Hay que hacer, pues, una interpretación
fundamentalmente restrictiva del supuesto de creación de documentos completamente
falsos.

Por consiguiente, el criterio decisivo para determinar si ha tenido lugar la


creación de un documento completamente falso es de naturaleza semiótica, no depende
de las operaciones que se lleven a cabo sobre el sustrato físico del documento. Así, por
ejemplo, quien, sobre la base de un formulario preexistente, crea, rellenando los datos
del formulario e imitando la firma de una tercera persona, una solicitud, está creando ex
novo un documento falso igual que si en su propia imprenta hubiese comenzado por
imprimir el propio formulario, antes de rellenarlo.
Por el contrario, si el sujeto en cuestión se limita a modificar la firma o
cualquier otro dato (suficientemente relevante, según vimos) en una solicitud
preexistente, no existirá simulación.

En todo caso, que estas tres conductas resulten particularmente


desestabilizadoras no significa que lo sean por igual: de hecho, creo que hay buenas

63
BACIGALUPO ZAPATER, LL 1996-II, p. 1669; el mismo, LL 1998-II, p. 2007.
64
De otra opinión, ECHANO BASALDUA, en BAJO FERNÁNDEZ (dtor.), PE, II, 1998, p. 777.

35
razones para entender que existe una gradación (que, ceteris paribus, debería reflejarse
en la pena… lo que, como es notorio, no ocurre en el caso del Derecho positivo
español), que va de la simulación de documento –caso más grave- a la infidelidad del
fedatario en el ejercicio de sus funciones (caso más leve), pasando por la mera
alteración del documento mediante un acceso material indebido al mismo (caso
intermedio). Pues, en igualdad de condiciones sociales 65 , cada una de las conductas
mencionadas será más desestabilizadora que la siguiente, a causa de sus más intensos
efectos perturbadores de la comunicación (interacción) social empleando documentos.

3) Derecho positivo: características generales

Al menos hasta la entrada en vigor del vigente CP, el Derecho positivo español
se alejaba claramente de la propuesta de política criminal en materia de falsedades
documentales que se acaba de exponer. En efecto, hasta 1995, las modalidades típicas
de falsedades documentales punibles eran idénticas en el caso de documentos privados y
de documentos “públicos, oficiales o de comercio”. Y lo eran igualmente para los
particulares y para los funcionarios públicos. Y, además, en todos los casos se declaraba
penalmente típica la conducta de “faltar a la verdad en la narración de los hechos”. Es
decir, que, a no ser que se llevase a cabo una interpretación restrictiva muy alejada del
tenor literal de los preceptos legales (y, por ello, más difícil de justificar), el objeto
jurídico efectivamente protegido en los delitos de falsedades documentales –y, en
concreto, en las falsedades en documento privado- no coincidía con aquel objeto que he
intentado justificar que constituye el único bien jurídico protegible, sino que era más
amplio. Y, además, se ignoraba por completo en la regulación legal (y,
consiguientemente, casi siempre, en la aplicación judicial) cualquier consideración
relativa a la relevancia social real de la conducta. Se trataba, pues, en mi opinión, de una
regulación notoriamente irracional desde el punto de vista político-criminal, por su
excesiva y poco razonable extensión en cuanto a las conductas prohibidas y sancionadas
y por no distinguir adecuadamente diversas situaciones y diversos intereses afectados.

65
Y, cuando, como ocurre en Derecho español, la regulación jurídica de las falsedades es
completamente inespecífica, al enjuiciar la idoneidad político-criminal, hay que dar por supuesta tal
igualdad de condiciones para poder decir algo con sentido… Punto de partida que, sin duda, resulta harto
discutible y ocasiona que acaso toda la tipificación de las falsedades en documento privado esté viciada
por problemas irresolubles de irracionalidad político-criminal.

36
Es importante no perder de vista este antecedente histórico reciente, pues la
regulación actualmente vigente procede de él, aun cuando con modificaciones
sustanciales (pero no tantas como habría sido menester). Como vimos, la voluntad
explícita del legislador en 1995 fue la de, por una parte, simplificar la excesivamente
casuística redacción legal anterior, por lo que hace a las modalidades de conducta típica.
Y, por otra parte, la de limitar la intervención penal en el caso de las falsedades
documentales cometidas, en una u otra clase de documentos, por particulares (no
funcionarios). Así, por una parte, el propio art. 390 CP (el sucesor del art. 302 del
anterior Código) se simplifica, quedando reducidas a cuatro –contra las nueve que
existían antes- el número de modalidades típicas de falsedad documental de funcionario
público. Y, por otra, tanto en el art. 392 CP como en el art. 395 CP se castiga al
particular únicamente si comete “alguna de las falsedades descritas en los tres
primeros números del apartado 1 del artículo 390”. Esto es, se despenaliza
explícitamente para el particular la conducta de “faltar a la verdad en la narración de
los hechos” (art. 390.1,4º CP).
Así pues, de la lectura del tenor literal del art. 395 CP, por remisión (al art. 390.1
CP), se deduce que resultarían penalmente típicas las siguientes conductas:

“Cometer falsedad:
1º. Alterando un documento en alguno de sus elementos o requisitos de
carácter esencial.
2º. Simulando un documento en todo o en parte, de manera que induzca a
error sobre su autenticidad.
3º. Suponiendo en un acto la intervención de personas que no la han tenido, o
atribuyendo a las que han intervenido en él declaraciones o manifestaciones diferentes
de las que hubieran hecho.”

Esta reforma de la materia de las falsedades documentales de particulares


acaecida en el CP de 1995 ha sido interpretada, al menos inicialmente, sobre la base de
la distinción tradicional en nuestra doctrina entre “falsedades ideológicas” y “falsedades
materiales”: se ha sostenido, así, que la reforma introducida en 1995 venía a consagrar
la despenalización de las “falsedades ideológicas” de los particulares (fuera de casos
específicos castigados en otros tipos), manteniéndolas únicamente (a causa de sus
especiales deberes) para los funcionarios públicos. Ello, sin embargo, no es exacto, ni
siquiera si asumimos tal distinción sin cuestionarla, ya que, de una parte, al menos en
principio –aunque quepan, desde luego, interpretaciones restrictivas- es perfectamente
imaginable una conducta de “faltar a la verdad en la narración de los hechos”
mediante un acceso indebido y una manipulación material al documento. Y sobre todo,

37
de otra parte, es evidente que las conductas de “alterar un documento en alguno de sus
elementos”, de “simular un documento” y de –aún más claramente- “suponer en un
acto la intervención de personas” o “atribuir declaraciones” son todos ellos
comportamientos que pueden consistir también en conductas de “falsedad ideológica” 66 .

Ejemplo de lo primero: una de las partes contratantes de una compraventa


puesta por escrito, aprovechando de una distracción de la otra parte y de los testigos,
consigue llegar hasta la caja fuerte del despacho de abogados en el que se custodia el
original del contrato y añadirle una cláusula que no sólo no estaba en el texto original
tal y como fue redactado, sino que además refleja un dato falso (que se ha entregado
una cantidad en depósito, por ejemplo). Sin duda, podría interpretarse que tal conducta,
por resultar subsumible seguramente en el art. 390.1,1º CP, no debe subsumirse también
en el número 4º. No obstante, ello es ya resultado de una interpretación sistemática –y
valorativa- del precepto en su conjunto. Pero, si no existiese el art. 390.1,1º CP, y al
margen de consideraciones de índole valorativa, no ve por qué no podría, en términos
exclusivamente lingüísticos, aceptarse tal subsunción.
En cuanto a lo segundo, parece claro que se puede, por ejemplo, “suponer en
un acto la intervención de personas” tanto mediante el acceso indebido al documento y
la manipulación de su sustrato físico (añadiendo ulteriormente a alguien que no
aparecía en el documento originario, por ejemplo) como mediante la manipulación de
sus signos en el momento de redactarlo (mintiendo al escribir el documento original).

Así pues, tan sólo con una lectura atenta de los preceptos legales se puede
concluir ya que (cualquiera que fuese la intención originaria del legislador) el límite
entre las falsedades documentales punibles y las penalmente atípicas no ha sido trazada,
en el caso de los particulares, sobre la base de la distinción entre “falsedades
ideológicas” y “falsedades materiales”. De hecho, resulta dudoso que la intención de los
redactores del CP haya ido en este aspecto mucho más allá de dejar fuera del ámbito del
tipo penal de las falsedades documentales algunas conductas (de “faltar a la verdad en
la narración de los hechos”: no necesariamente de “falsedades ideológicas”, como he
dicho) que chocan únicamente con la pauta de veracidad en las interacciones sociales;
limitando su punición a algunos casos específicos, a través de otros tipos penales (delito
tributario, delito societario, etc.) 67 . Sea como fuere, si, entonces, continúa siendo
necesario intentar dotar de sentido a la regulación positiva (porque el mismo no resulta
evidente), tal vez ello pueda lograrse probando a interpretar las tres modalidades típicas

66
SOTO NIETO, F.: El controvertido tema de la tipificación legal de las facturas falsas, en LL 2001-I, p.
1722; QUINTERO OLIVARES, en el mismo (dtor.), PE, 2007, pp. 1516-1517.
67
Vid., por ejemplo, la intervención del representante del Grupo Parlamentario Socialista (en el
gobierno y proponente del proyecto de ley) en el debate, durante el proceso legislativo de aprobación del
CP, acerca de la redacción que debía darse al art. 395 CP: cfr. Diario de sesiones del Congreso de los
Diputados, V Legislatura, núm. 512, 1995 (Comisión de Justicia e Interior, Sesión núm. 66, 6-6-1995),
pp. 15638-15639.

38
legalmente previstas de falsedad en documento privado a la luz de las consideraciones
de racionalidad político-criminal más arriba expuestas.

4) Las falsedades documentales como delito de resultado

En principio, las conductas típicas de todas las modalidades de falsedades


documentales de nuestro CP parecen poder reconducirse a una expresión lingüística
única: “cometer falsedad”. En efecto, leyendo el art. 390.1 CP (y otro tanto ocurre al
leer luego los arts. 392 y 395 CP), parecería que las distintas modalidades típicas de los
números 1º a 4º de dicho apartado no son sino especies de un género común de
conducta, el de “falsedad”. Sin embargo, si reflexionamos sobre el significado de este
término, comprenderemos que en realidad no tiene un significado de actividad, sino más
bien uno resultativo 68 : es decir, “cometer falsedad” significa en realidad causar un
resultado de “falsedad”. Y ello, porque “falsificar” o “falsear”, los dos términos que
se podrían parafrasear como “cometer falsedad”, significan en definitiva “fabricar algo
falso” 69 .
Si esto es así, entonces el delito de falsedad en documento privado puede ser
interpretado, en todas sus modalidades típicas, como un delito de resultado 70 , en el que
la acción típica es, alternativamente, una de las cuatro descritas en los tres números
correspondientes del art. 390.1 CP (“alterar un documento en alguno de sus
elementos”, “simular un documento”, “suponer en un acto la intervención de
personas” o “atribuir declaraciones inexistentes”); y en el que, además,
consiguientemente resulta necesario que tal acción típica dé lugar al resultado típico
consistente en la “creación de un documento falso” 71 . De manera que, a falta de dicho
resultado típico, el delito permanecerá aún en fase de tentativa, por no haber tenido
lugar todavía la lesión del bien jurídico, esto es, el quebrantamiento del patrón social de

68
Naturalmente, se trata de un problema de interpretación lingüística del término (conforme, pues, al
uso ordinario del lenguaje): vid., al respecto, por todos, MORENO CABRERA, Juan Carlos: Curso
Universitario de Lingüística General, I, 2ª ed., Síntesis, Madrid, 2000, pp. 325 ss., con ulteriores
referencias.
69
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario, 2001, p. 1036.
70
VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, p. 767 (aunque entiende –en mi opinión, equivocadamente-
que sólo se puede mantener tal interpretación retrasando el momento de la consumación: cfr. op. cit., .pp.
765-766).
71
SERRANO GÓMEZ/ SERRANO MAÍLLO, PE, 2007, p. 750; QUERALT JIMÉNEZ, PE, 2008, p. 639.

39
conducta (de apego a la realidad en la inscripción en documentos de actos de emisión de
signos), sino tan sólo su puesta en peligro 72 .
Conviene, no obstante, que intentemos precisar algo más la definición del
resultado típico. Para que el mismo exista (y, por consiguiente, para que pueda
considerarse consumado el delito de falsedades), es necesario, según vimos, que se
“cree un documento falso”. Naturalmente, no hay que entender tal exigencia como la de
que se cree tal documento ex nihilo. Por el contrario, tanto cuando el documento es falso
de principio a fin, ya que no existía previamente, como cuando el mismo se apoya en un
documento preexistente que no era falso, se puede decir que ha habido creación del
documento falso y, por consiguiente, resultado típico de falsedad.
Autor del delito de falsedades es quien crea –mediante alguna de las conductas
descritas en el tipo- dicho documento: quien “altera”, quien “simula”, quien “supone”
o “atribuye” 73 . En los dos primeros casos, se trata a su vez de un tipo penal cuya
estructura son dos resultados concatenados; es decir, en los que la misma acción típica
está descrita también de forma resultativa, sin especificación del modo en el que se debe
llegar a ella, por lo que será autor quien determina (objetiva y positivamente) el
resultado de “alteración” o de “simulación”, siendo los demás intervinientes meros

72
FERNÁNDEZ PANTOJA, Falsedad, 1996, pp. 304-305. De otra opinión, MORILLAS CUEVA, en COBO
DEL ROSAL (dtor.), PE, II, 1997, p. 245, quien estima que en este delito no es posible –conceptualmente,
parece que hay que entender- la tentativa. Sin embargo, como en el texto se argumenta, no se ve la razón
de tal pretendida imposibilidad conceptual. Por su parte, VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp.
781-783, entiende que antes del momento de la aparición del documento falso no existe sino peligrosidad
abstracta y, por lo tanto, algo que, desde el punto de vista de la lesividad, no merece ser incluido aún en el
ámbito de la tentativa. ¿Quiere ello decir, entonces, que, si se sorprende a un grupo de falsificadores
produciendo falsas declaraciones contractuales, aún no terminadas, con el ánimo de emplearlas en una
ulterior estafa, hay que considerar su conducta penalmente atípica? Me parece, cuando menos dudoso que
en tales supuestos no pueda pensarse en que existe ya una concreta puesta en peligro del bien jurídico
(aunque, desde el punto de vista del patrimonio, existan, en efecto, tan sólo actos preparatorios). Por fin,
QUERALT JIMÉNEZ, PE, 2008, p. 639, aceptando que dicha imposibilidad no existe, aduce, sin embargo,
que la punición de la tenencia de actos preparatorios en el art. 400 CP con la misma pena que el delito
consumado del art. 395 CP obligaría, por mor del principio de proporcionalidad de las sanciones, a
considerar atípica la tentativa. Ello, no obstante, es una forma muy extrema de aplicar dicho principio,
que en absoluto constituye una consecuencia necesaria del mismo: ¿debería, entonces, con el mismo
argumento, entenderse que la cooperación –necesaria o no- y la inducción han de considerarse también
despenalizadas en este delito? No lo creo. Más bien pienso que, con independencia de lo acertado o no de
la pena impuesta por el legislador al delito del art. 400 CP (¿por qué, por lo demás, no hacer valer el
argumento para rebajar –contra legem- la pena de dicho delito a la de la tentativa del art. 395 CP, o –por
qué no, ya puestos…- a la inferior en grado a esta última?), el argumento sistemático ha de hacerse valer
aquí más bien a la inversa: si los meros actos preparatorios son también punibles, ¿cómo no debería serlo
también la tentativa de delito?
73
VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, p. 688.

40
cooperadores. Cabrá, por ello, también en ellas la autoría mediata 74 . Por el contrario, en
las modalidades del art. 390.1,3º CP, al tratarse de una acción típica descrita como mera
actividad, sólo será posible la autoría directa.
En todo caso, las cuestiones más relevantes –por dudosas- a la hora de
interpretar el resultado típico de las falsedades son otras dos. En primer lugar, es
necesario determinar qué hay que entender exactamente por “documento falso”,
haciendo especial hincapié en el término “falso” (puesto que el término “documento”
ha de ser interpretado, por imperativo legal, a la luz de lo dispuesto en el art. 26 CP). En
este sentido, parece claro que “documento falso” significa en principio, conforme al uso
ordinario del lenguaje, “documento cuyos contenidos informativos no poseen ninguna
correspondencia (suficientemente) exacta en la realidad externa”. O, dicho con más
precisión, “documento en el que los actos de emisión de signos en él inscritos (y, así,
documentados) no poseen ninguna correspondencia (suficientemente) exacta en la
realidad externa”. Ello se deduce, simplemente, de la definición del término “verdad”
como término contrario al de “falsedad” y como “predicado acerca de un enunciado
lingüístico que predica la correspondencia entre el mismo y la realidad
extralingüística” 75 .
De este modo, cualquier conducta de alteración del contenido informativo de un
documento, aun cuando pueda parecer, en virtud de su forma, subsumible en alguna de
las modalidades típicas del art. 395 CP, resultará, pese a todo, penalmente atípica si no
va orientada a producir dicho efecto de cambio en la correspondencia entre (signos
inscritos en) el documento y la realidad externa.

Así, la sustitución de enunciados contenidos originariamente en el documento


por otros que resulten prácticamente sinónimos será, si es realizada de modo
intencional, siempre atípica, aun cuando se haya llevado a cabo mediante, por ejemplo,
la “alteración” de alguno de los elementos del documento (art. 390.1, 1º CP). (Por el
contrario, si fuese realizada en la creencia de que no se trataba de verdaderos
sinónimos, daría lugar a tentativa inidónea).

Los resultados de la interpretación meramente lingüística del término descriptivo


del resultado típico han de ser, sin embargo, necesariamente matizados, como vimos, a
la luz de consideraciones de índole valorativa, en atención al bien jurídico que se

74
VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, p. 693; QUERALT JIMÉNEZ, PE, 2008, p. 637 (aunque no
distinguen entre las diversas modalidades típicas, pareciendo que incluye también la del art. 390.1,3º CP).
75
Cfr. TARSKI, A.: La concepción semántica de la verdad y los fundamentos de la semántica, trad. M.
Bunge/ E. O. Colombo/ E. Arias/ L. Fornasari, en VALDÉS VILLANUEVA (comp.), Significado, 1999, pp.
302-306.

41
pretende proteger. Así, en virtud de tales consideraciones, tampoco cualquier conducta
(subsumible en alguna de las modalidades típicas del art. 395 CP) que dé lugar a dicha
falta de correspondencia entre los contenidos informativos del documento y la realidad
externa resultará penalmente típica. Por el contrario, solamente lo será si la falta de
correspondencia se refiere a alguno de los elementos esenciales desde el punto de vista
semiótico para la individualización de los actos de emisión de signos inscritos en el
documento. Por ello, muchos documentos que han de ser considerados como “falsos”
en el sentido ordinario del término no pueden, sin embargo, sustentar la tipicidad del
delito de falsedades documentales.

Ello es claro en el caso de documentos en los que se documentan actos de


emisión de signos realmente existentes, pero de un modo muy inexacto: la declaración
de una parte contratante –plasmada documentalmente- que falsea el valor real del bien
objeto del negocio jurídico, por ejemplo, no da lugar a delito de falsedad en documento
privado.

En segundo lugar, es preciso también determinar el momento exacto en el que


puede decirse que se ha “creado” el documento falso (momento de la consumación del
delito). En concreto, cabe dudar si ha de entenderse que dicho momento es aquél en el
que el documento pasa a existir como objeto separado, hablando en términos puramente
materiales; o si, por el contrario, es necesario además que el documento esté, cuando
menos, disponible para su empleo (en la interacción social). Obviamente, habrá muchos
casos en los que ambos momentos coincidan casi al instante: así, por ejemplo, si la
misma persona que falsea el documento pretende emplearlo posteriormente, el momento
del final de la fabricación material coincide con el momento de la disponibilidad. Sin
embargo, ello no es necesario: el documento falso puede ser guardado o, más en
general, no puesto todavía a disposición de nadie (ni siquiera del propio fabricante) para
su uso 76 . ¿Constituye este último supuesto uno de falsedades documentales consumadas?
En mi opinión, sí. Aunque, claro está, únicamente si el autor del documento
falso posee al menos el ánimo (un auténtico elemento subjetivo del injusto, adicional al
dolo) 77 de que el documento llegue a estar disponible para la interacción social 78 , puesto

76
Obsérvese, en todo caso, que lo que sí resulta claro es que no es necesario, para la consumación del
delito, que el documento falso sea empleado efectivamente; cfr., sin embargo, ALONSO PÉREZ, LL 2000-
IV, p. 1953; GORDILLO ÁLVAREZ-VALDÉS, en LAMARCA PÉREZ (coord.), PE, 2005, p. 543; QUINTERO
OLIVARES, en el mismo (dtor.), PE, 2007, p. 1527. Tan sólo se discute, en el texto, si es necesario que
esté a disposición de alguien para que él lo emplee, o si es suficiente con la mera existencia del
documento.
77
Se tratará de un elemento subjetivo de resultado cortado (cfr., por todos, LUZÓN PEÑA, D. M.: Curso
de Derecho Penal. Parte General, I, Universitas, Madrid, 1996, p. 396), dado que no es necesario que el

42
que, en otro caso, ya vimos que su conducta carecería de lesividad (o, al menos, dicha
lesividad no resultaría subjetivamente imputable) 79 . Y tal delito consumado existe
porque ya con la creación –con el ánimo indicado- del documento falso se habrá
quebrantado el patrón social, de apego a la realidad en la inscripción documental de
actos de emisión signos, que constituye el bien jurídico protegido. Así, puesto que no es
el tráfico jurídico el bien jurídico protegido (sino tan sólo, a lo sumo, la razón
teleológica –instrumental- de que dicho bien jurídico se proteja), no parece necesario
esperar a que el documento entre en dicho tráfico para que el delito se entienda
consumado 80 .

sujeto pretenda utilizar por sí mismo el documento falso (de otra opinión, VILLACAMPA ESTIARTE,
Falsedad, 1999, p. 735). Y se trata de un elemento subjetivo adicional al dolo, dado que es perfectamente
posible que un sujeto falsee el documento a sabiendas y, sin embargo, no posea ánimo alguno de que el
documento falseado sea empleado en la interacción social.
78
GARCÍA CANTIZANO, Falsedades, 1997, p. 140. Por su parte, FERNÁNDEZ PANTOJA, Falsedad, 1996,
p. 298, entiende que la cuestión no es de ánimo, sino de probabilidad objetiva. Naturalmente, la necesidad
de dicha probabilidad es cierta, pero resulta, a mi entender, insuficiente, siendo necesaria la presencia
también del ánimo señalado.
79
La conducta carecerá de lesividad si el documento falso es creado sin ninguna vocación objetiva
(desde el punto de vista funcional) de ser empleado en una interacción social: por ejemplo, el falso diario
que el marido, apenado por su separación, escribe simulando el diario de su esposa y reflejando los
presuntos sentimientos que ésta tuvo y que la llevaron a separarse de él. Y podrá resultar lesivo, aun
cuando dicha lesividad no podrá ser imputada subjetivamente (por lo que la conducta será penalmente
atípica) si, por el contrario, el documento resulta apto para su empleo en la interacción social, pero el
sujeto no lo crea con tal intención: si, por ejemplo, en el mencionado diario se reflejan presuntas
infidelidades sexuales que su mujer confiesa (lo que, desde luego, podría ser empleado en la interacción
social: en el proceso de separación), pero el autor del documento falso no ha pretendido que el mismo
salga de su intimidad. Naturalmente, en este segundo caso puede ocurrir que se produzcan supuestos de
error: si un hermano del marido, a sabiendas de la falsedad del pretendido diario, lo emplea, sin
conocimiento de aquél en el proceso de separación, la conducta del marido, idónea desde el punto de vista
objetivo para ser considerada típico, seguirá siendo atípica, al faltar en él el ánimo exigido.
80
Observan también la dificultad para justificar conforme a aquella definición del bien jurídico la forma
en la que está descrito el delito consumado en los tipos legales de falsedades documentales, ECHANO
BASALDUA, en BAJO FERNÁNDEZ (dtor.), PE, II, 1998, p. 769; VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999,
pp. 733 ss.; DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, en LUZÓN PEÑA (dtor.), EPenB, 2002, p. 723. Aunque luego no
extrae alguna de las conclusiones que parecen lógicas: o que los tipos legales de falsedades son delitos de
peligro, no de lesión (mantienen esta tesis, FERNÁNDEZ PANTOJA, Falsedad, 1996, pp. 295-296;
RODRÍGUEZ RAMOS, en CEREZO MIR/ SUÁREZ MONTES/ BERISTAIN IPIÑA/ ROMEO CASABONA (eds.), LH-
Torío López, 1999, p. 919; SILVA SÁNCHEZ, en el mismo (dtor.), PE, 2006, p. 289; SERRANO GÓMEZ/
SERRANO MAÍLLO, PE, 2007, p. 749; QUERALT JIMÉNEZ, PE, 2008, p. 657; explícitamente en contra,
VILLACAMPA ESTIARTE, op. cit., pp. 761-762), lo que no parece que se compadezca bien con el tenor
literal de los tipos, ni con su fundamentación político-criminal; o bien –como yo creo más correcto
pensar- que aquella definición del bien jurídico protegido no es la adecuada). En efecto, una cosa es que
la razón instrumental por la que hay que proteger el patrón social de apego a la realidad en los
documentos es que los mismos cumplen funciones importantes en el tráfico jurídico y otra muy distinta es
pretender que sólo cuando dicha función es atacada efectivamente existe lesión del bien jurídico. Además,
la protección jurídica, mediante prohibiciones (y mediante sanciones penales), de dicho patrón social de
conducta obedece no sólo a dichas razones instrumentales, sino también a razones morales, ya que, como
vimos, el mismo posee un valor moral propio.

43
Por lo demás, y como en todos los delitos de resultado, es preciso que exista una
conexión de imputación objetiva entre la acción falsaria y el resultado típico, el
documento falso creado 81 . Ello, por supuesto, en la mayor parte de las ocasiones no
suscitará problema alguno. Sin embargo, no es posible descartar que en algún caso
(especialmente, a causa de la concurrencia de conductas sobre el mismo documento, sin
concierto alguno entre sus autores) pueda suceder que resulte dudosa la previsibilidad
objetiva del grado de falsedad (de falta de correspondencia con la realidad) que
verdaderamente llegó a producirse en el documento y que, por ello, la misma no pueda
ser imputada globalmente a nadie, por lo que la punición haya de ser únicamente por
tentativa, no por delito consumado.

Así, cuando varios autores diferentes, sin saber el uno del otro, alteran cada
uno ligeramente un documento, para falsearlo, podrán suceder dos cosas. Primero, que
cada una de las alteraciones por sí mismas sea ya suficiente para hablar de “documento
falso”, en el sentido visto, supuesto en el que cuando menos el primer sujeto en actuar
responderá por delito consumado de falsedades. En el caso de los demás sujetos, que
inciden sobre el documento después de él, todo dependerá de si sus alteraciones del
documento añaden, desde el punto de vista semiótico, algo sustancial –en los términos
vistos- al grado de falsedad del documento (ya que, obviamente, el grado de desapego
respecto de la realidad puede ser mayor o menor y, por ello, más o menos perturbador):
si es así, responderá cada uno de su propio delito consumado de falsedades; si no, si en
realidad, dada la naturaleza semiótica del documento ya falseado por el primer sujeto,
sus alteraciones ulteriores no cambian el nivel de desapego respecto de la realidad (por
ejemplo, porque el documento había devenido ya la narración de un hecho
completamente imaginario), responderán tan sólo por tentativa inidónea. E igualmente,
si, por el contrario, cada una de las alteraciones, incluida la primera, era por sí misma

81
No es preciso, sin embargo, comprobar que el documento falso creado es apto para generar error en el
ámbito de interacción social en el que iba a ser empleado, ya que ello significaría configurar la conducta
falsaria como una mera puesta en peligro (para un bien jurídico ulterior: patrimonio, familia, estado civil,
etc.), lo que no se justifica ni por el tenor literal del tipo legal ni por la fundamentación valorativa que el
mismo posee. De otra opinión, GARCÍA CANTIZANO, Falsedades, 1997, pp. 101-107; MORILLAS CUEVA,
en COBO DEL ROSAL (dtor.), PE, II, 1997, p. 210; ECHANO BASALDUA, en BAJO FERNÁNDEZ (dtor.), PE,
II, 1998, pp. 788-789. Bastará, por el contrario, para que la lesividad exista, con que se trate de un
documento falso con vocación de ser empleado en la interacción social. En este sentido, los únicos
supuestos que pueden llegar a ser excluidos, por falta de lesividad, del ámbito de la tipicidad son aquellos
de falsificación más burda (y, pese a todo, dolosa, ya que muchos otros casos resultarán atípicos por falta
de dolo), si cumplen las condiciones para ser considerados como tentativas irreales (cfr., al respecto, por
todos, MIR PUIG, S.: Derecho Penal. Parte General, 7ª ed., Reppertor, Barcelona, 2004, p. 355): si, por lo
tanto, ya ex ante resultan completamente inidóneos para poner en duda la realidad de los actos de emisión
de signos inscritos en el documento en cuestión (FERNÁNDEZ PANTOJA, Falsedad, 1996, p. 223; GARCÍA
CANTIZANO, op. cit., pp. 26, 101; VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp. 603-609, 788-789;
BOLDOVA PASAMAR, Falsedades, 2000, p. 79; ORTS BERENGUER, en VIVES ANTÓN et alt., PE, 2004, pp.
848-849; GORDILLO ÁLVAREZ-VALDÉS, en LAMARCA PÉREZ (coord.), PE, 2005, p. 541; SILVA SÁNCHEZ,
en el mismo (dtor.), PE, 2006, pp. 299-300). Así, constituye tentativa irreal de falsedad documental la
alteración de un documento que convierte en autor del mismo a, por ejemplo, el Pato Donald. Sin
embargo, no lo es (sino, en todo caso, mera tentativa inidónea, punible) la alteración del documento que
atribuye su autoría a una persona (real) que vive al otro extremo del mundo desde hace diez años y que,
por ello, es casi imposible que haya escrito tal documento. Casi imposible, pero no por completo, por lo
que, ex ante, la conducta resulta (abstractamente) peligrosa y, por ello, materialmente antijurídica (típica,
por ello).

44
insuficiente para falsear del documento, todos los autores responderán de tentativa
inidónea.

5) Modalidades típicas de falsedad en documento privado: cuestiones sistemáticas

Si, ahora, nos volvemos ya hacia las distintas modalidades típicas (de los
números 1º al 3º del art. 390.1 CP), podremos comprobar ante todo que no es fácil hallar
su sentido: ni los contornos de cada una de ellas, ni las diferencias entre una y otra, ni,
en fin, el criterio político-criminal conforme al que han sido seleccionadas (y otras han
sido excluidas del ámbito de la tipicidad).
Dejando esta última cuestión al margen (ya que, en virtud del principio de
legalidad penal, resulta irrelevante en sede de interpretación, dado el obligado
acatamiento a los límites impuestos por el tenor literal del tipo y la posibilidad, por otra
parte, de hacer valer una visión político-criminal más coherente, como la que se ha
intentando esbozar aquí), lo cierto es que entre las conductas de “alterar un documento
en alguno de sus elementos o requisitos de carácter esencial” y de “simular un
documento en todo o en parte, de manera que induzca a error sobre su autenticidad”
existen importantes puntos de coincidencia. En efecto, desde el punto de vista
conceptual (esto es, exclusivamente sobre la base del significado lingüístico propio de
los términos legales), mientras que es posible sostener que “simular un documento en
todo” constituye una conducta completamente distinta de las demás tipificadas en este
precepto (si se entiende por simulación total únicamente la conducta de crear ex novo un
documento falso, en los términos ya vistos), por el contrario, “simular un documento en
parte” resulta ser, desde luego, una forma de “alterar un documento en alguno de sus
elementos o requisitos de carácter esencial”. De hecho, alterarlo hasta el punto de que
parezca otro documento diferente. Y, en el mismo sentido, “suponer en un acto la
intervención de personas que no la han tenido, o atribuir a las que han intervenido en
él declaraciones o manifestaciones diferentes de las que hubieran hecho” no dejan de
ser también formas de “alterar un documento en alguno de sus elementos o requisitos
de carácter esencial” 82 .
En este sentido, dos son, me parece, las interpretaciones posibles acerca de la
relación existente entre los tres números del art. 390.1 CP que resultan también
aplicables en el caso de las falsedades en documento privado. La primera consiste en

82
En sentido similar, FERNÁNDEZ PANTOJA, Falsedad, 1996, pp. 187-188; QUERALT JIMÉNEZ, PE,
2008, p. 641.

45
entender que el sentido profundo del precepto legal (prescindiendo, pues, de los
defectos de redacción que de hecho existen en su tenor) estriba en distinguir entre dos
supuestos de falsedades exclusivamente “materiales” (los números 1º y 2º del art. 390.1
CP) y uno de “falsedades ideológicas” (el número 3º); y, en el primer caso, entre dos
formas diferentes y excluyentes entre sí (“simular un documento”, siquiera sea en parte,
y “alterar un documento” en sus elementos esenciales) de “falsedades materiales”. Así,
en los números 1º y 2º del art. 390.1 CP no resultarían subsumibles falsedades
meramente “ideológicas”. Y la conducta típica de “alterar un documento” se referiría
exclusivamente a documentos preexistentes, mientras que la de “simular un
documento” –aun en parte- tendría como objeto los comportamientos en los que el
documento, o una parte dotada de entidad propia y diferenciada dentro de un documento
complejo, es creada, de modo falsario, ex novo. Por otra parte, en el número 3º sólo
serían subsumibles, por el contrario, “falsedades ideológicas”, pero específicamente
referidas a “personas” o a “declaraciones o manifestaciones”. Y esta modalidad típica
se diferenciaría de la del número 4º del art. 390.1 CP (no aplicable a las falsedades en
documento privado) por razones de especialidad: “suponer en un acto la intervención
de personas que no la han tenido, o atribuir a las que han intervenido en él
declaraciones o manifestaciones diferentes de las que hubieran hecho” sería, en efecto,
una forma de “faltar a la verdad en la narración de los hechos”, la única penalmente
típica en este caso 83 .
Sin embargo, esta primera interpretación posible suscita dos objeciones de peso.
La primera se refiere a su compatibilidad con el tenor literal del precepto legal. Por una
parte, porque, como he apuntado, no resulta en absoluto evidente que ese sea el
significado propio de las palabras de la ley. Pese a todo, es cierto que, si sólo se tratase
de esto, podría aducirse que una interpretación sistemática de la misma obliga a realizar
tales diferenciaciones, yendo más allá de lo que las propias palabras indican. Ocurre,
empero, que dicha interpretación sistemática diferenciadora, sobre la base de la
distinción entre “falsedades ideológicas” y “falsedades materiales” y la conexión de

83
Mantienen explícitamente esta interpretación, FERNÁNDEZ PANTOJA, Falsedad, 1996, pp. 186 ss.
(aunque con matizaciones: admite que la modalidad típica de “simulación” puede ser cometida también a
través de formas de “falsedad ideológica”); MOYNA MÉNGUEZ, LL 1996-III, pp. 1321-1322; GARCÍA
CANTIZANO, Falsedades, 1997, pp. 97-98, 109-111; ECHANO BASALDUA, en BAJO FERNÁNDEZ (dtor.),
PE, II, 1998, pp. 767-768, 790-795; DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, en LUZÓN PEÑA (dtor.), EPenB, 2002,
pp. 730-731; SILVA SÁNCHEZ, en el mismo (dtor.), PE, 2006, pp. 294-295; MUÑOZ CONDE, PE, 2007, p.
725; QUERALT JIMÉNEZ, PE, 2008, pp. 616-617.

46
cada una de las modalidades típicas con una de las especies de esta clasificación, posee
consecuencias prácticas en la delimitación del ámbito de lo penalmente típico. Unas
consecuencias que, al tiempo, poseen una base legal dudosa y resultan además político-
criminalmente cuestionables. En estas condiciones, y aun cuando no se pueda decir que
la interpretación resulte inaceptable (por cuanto, como a continuación comprobaremos,
es en todos los casos una interpretación restrictiva respecto de lo que permitiría el tenor
literal del tipo), sí que puede afirmarse que, no siendo la única posible, tampoco resulta
la preferible.
En efecto, a la hora de realizar una interpretación teleológica del tipo, no se
comprende por qué –cuando, como es el caso, el tipo legal no lo impone expresamente-
habría que asumir una diferenciación tan tajante entre modalidades típicas que sólo
pueden ser cometidas mediante actos de “falsedad ideológica” y otras que sólo pueden
serlo mediante actos de “falsedad material”. Pues, como hemos visto, desde el punto de
vista político-criminal, cada una de las formas de creación de documentos falsos que, a
tenor del art. 395 CP, resultan típicas pueden ser cometidas en principio de cualquiera
de los dos modos; y no está claro en todos los casos que existan razones para limitar la
incriminación a uno solo de ellos, excluyendo el otro, mediante una interpretación
restrictiva, del ámbito de la tipicidad. En particular, no está clara la razón (¿de
legalidad? ¿teleológica?) por la que deberían extraerse del tipo ciertas conductas de
creación de documentos falsos que, aun cuando consistan en acciones falsarias de las
que suelen ser calificadas de “ideológicas”, sin embargo, pueden ser subsumidas sin
dificultad en las modalidades típicas de “alterar un documento en alguno de sus
elementos o requisitos de carácter esencial” o de “simular un documento”. Por ello, mi
propuesta de interpretación es, por el contrario, que, dentro de los márgenes permitidos
por el tenor literal del tipo legal, se ubiquen las distintas formas de acciones falsarias
posibles en las tres modalidades típicas en atención a consideraciones de naturaleza
político-criminal (esto es: en atención al merecimiento y a la necesidad de pena), sin
ligarse rígidamente a una clasificación que, como he señalado más arriba, no ha sido
acogida claramente por la regulación legal.
Así, en esta segunda interpretación posible del tipo, por una parte, se incluirán
algunas formas de “falsedad ideológica” tanto en la modalidad típica descrita en el
número 1º como en la descrita en el número 2º del art. 390.1 CP. Por otra parte, en todas
las modalidades típicas se limitarán las formas penalmente típicas de comisión de las
falsedades, a aquellas político-criminalmente (más) relevantes. Y, por último, se

47
interpretará de un modo estricto el concepto de “simulación de documento” –tanto en
su forma “ideológica” como en su forma “material”- para diferenciarlo con claridad de
los restantes casos de falsedades penalmente típicas.

6) “Alterar un documento en alguno de sus elementos”

6.1) Acción típica

Examinada bajo esta perspectiva, la primera modalidad típica del delito de


falsedad en documento privado (“alterar un documento en alguno de sus elementos o
requisitos de carácter esencial”) debe ser interpretada como aquella conducta que da
lugar a un documento falso (en el sentido visto: documento que inscribe actos de
emisión de signos inexistentes) mediante la transformación del significado de alguno(s)
de los elementos que desde el punto de vista semiótico resultan sustanciales en los actos
de emisión de signos inscritos en un documento previamente existente.
Es necesario, pues, en primer lugar, que el documento que se falsifica exista ya
con anterioridad 84 (de hecho, como veremos, es éste el criterio diferenciador entre esta
modalidad y la del número 2º del art. 390.1 CP).
En segundo lugar, la actuación falsaria debe ir dirigida –objetiva y
subjetivamente- a transformar el significado del documento, de manera que el mismo
pase a reflejar actos de emisión de signos que nunca existieron y que previamente no
aparecían inscritos en el documento (bien porque no aparecían en absoluto, o bien
porque su significado era completamente diferente).

Así, en mi opinión, quien actúa sobre un documento para (meramente) agravar


el grado de falsedad (aumentando la diferencia entre las características del acto
documentado y las del real) no comete nunca su propio delito de falsedades si el
documento ya era (suficientemente) falso (aunque, si está de acuerdo con el primer
falsificador, responderá como coautor del conjunto) 85 .

84
MORILLAS CUEVA, en COBO DEL ROSAL (dtor.), PE, II, 1997, p. 236; CALLE RODRÍGUEZ, Falsedades,
1998, pp. 373, 376; ECHANO BASALDUA, en BAJO FERNÁNDEZ (dtor.), PE, II, 1998, p. 790; VILLACAMPA
ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp. 427-433.
85
FERNÁNDEZ PANTOJA, Falsedad, 1996, pp. 189-190; ECHANO BASALDUA, en BAJO FERNÁNDEZ
(dtor.), PE, II, 1998, pp. 790-791; DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, en LUZÓN PEÑA (dtor.), EPenB, 2002, pp.
732-733. De otra opinión, VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp. 592-593 (admitiendo tanto la
alteración como la simulación de documentos falsos). Precisamente, es éste un punto en el que se
observan las distintas consecuencias a las que pueden conducir (si se actúa con coherencia) las diferencias
en torno a cuál sea el objeto de protección de las falsedades documentales: si lo que está en juego es –
como yo sostengo- únicamente el patrón social de apego a la realidad en la documentación de actos de
emisión de signos, entonces un documento falso no constituye un objeto material idóneo de las conductas
de cuestionamiento de tal patrón; pero si, por el contrario, hay algo mucho más amplio en juego (la fe
pública, el tráfico jurídico, las funciones probatorias de los documentos, etc.), entonces sí puede serlo.

48
Por lo demás, existirá falsedad tanto si se añade un acto –realmente
inexistente- de emisión de signos que no aparecía previamente inscrito en el documento
(ejemplo: se añade ilegítimamente cualquier nueva cláusula –sobre el plazo de entrega,
por ejemplo- a un contrato de compraventa presentándola como si hubiese sido
aceptada por la otra parte, lo que es falso) como si se modifican las características
sustanciales de uno que aparecía documentado (ejemplo: se modifica una cláusula
preexistente en el contrato, convirtiendo, por ejemplo, lo que era originariamente una
cláusula sobre los gastos de entrega de la cosa vendida –“los gastos de entrega serán
asumidos por el vendedor”- en otra sobre el precio, mediante el recurso de añadir la
frase “el precio se incrementará en la cantidad que sea necesaria para cubrir todos los
gastos de entrega que el vendedor haya asumido y pueda justificar”), o se suprime
alguno.

Como hemos visto ya, el criterio para determinar cuándo puede decirse que,
mediante la transformación del significado de un documento, se están dando lugar a la
documentación de actos inexistentes estriba en establecer si se han modificado o no
aquellas características que resultan esenciales desde el punto de vista semiótico para la
individualización de tales actos. Así, allí donde se alteren características tales como el
canal empleado, el código utilizado, las posiciones sociales ocupadas por emisor(es) y
receptor(es) (descritas en sus términos más generales) y el sentido (locucionario)
general del mensaje emitido y, sobre todo, la naturaleza ilocucionaria del acto y, por fin,
los rasgos espacio-temporales esenciales del contexto y de la situación de emisión, se
estará cometiendo una falsedad típica. Mientras que, por el contrario, allí donde lo que
se altere sea la identidad detallada de emisor y receptor, el contenido informativo exacto
del mensaje, sus connotaciones contextuales o situacionales, u otras circunstancias,
aparte de las espacio-temporales esenciales, que acompañen al acto, no habrá tal
falsedad penalmente típica.

Como hemos visto, cambiar por completo el sentido de una cláusula (o


inventar por completo una inexistente) resulta típico. Mientras que, por el contrario,
cambiar detalles (fecha, identidad exacta de los sujetos participantes, contenido preciso
de la cláusula, etc.) relativos a la misma no lo será.

Dicha transformación de elementos semióticamente esenciales de los actos de


emisión de signos documentados en el documento podrá llevarse a cabo, en principio,
tanto mediante la manipulación del soporte físico del documento (“falsedades
materiales”) como de la de los signos que el mismo contiene (“falsedades (meramente)
ideológicas”), sin que, como hemos visto, existan obstáculos, ni lingüísticos ni, desde el
punto de vista de la lesividad, valorativos, para incluir ambas formas de comisión en el
ámbito de lo penalmente típico 86 . Pese a todo, también vimos que parece conveniente

86
De otra opinión, DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, en LUZÓN PEÑA (dtor.), EPenB, 2002, p. 732.

49
restringir dicho ámbito, atendiendo a razones teleológicas, a aquellas conductas que
resulten, además de lesivas, suficientemente desestabilizadoras, relevantes desde el
punto de vista sistémico. En este sentido, hay que recordar que, tal y como ya señalé
más arriba, solamente dos grupos de conductas, de entre las lesivas y –además-
subsumibles desde el punto de vista lingüístico en el art. 390.1,1º CP, resultan
suficientemente desestabilizadoras: primero, aquellas de falsedad “ideológica” o
“material” en las que el creador del documento falso ostentaba funciones de cuasi-
garante (en interés de terceros) en relación con el contenido del documento cuya
redacción tiene atribuida como función; y segundo, aquellas otras en las que el autor
accede indebidamente y de un modo material al documento, para transformar su
significado.
Así, por una parte, constituirá una conducta de “alterar un documento en alguno
de sus elementos o requisitos de carácter esencial” aquella en la que un sujeto
encargado de la redacción (total o parcial) de un documento en interés de terceros, una
vez que el mismo ha sido redactado y posee ya un significado, cambia dicho
significado 87 (en los términos vistos: cambia alguna de las características
semióticamente esenciales para la individualización de alguno de los actos de emisión
de signos documentado). Y ello, tanto si dicha modificación de significado se lleva a
cabo redactando una nueva cláusula falsa como si se logra modificando una
preexistente; y tanto si se hace escribiendo un texto como si se hace mediante la
alteración del soporte material (y, con ello, también del significado: borrando algunas
letras, por ejemplo). Por el contrario, cuando la información falsa –aun si resulta
esencial desde el punto de vista semiótico- se introduce en el momento inicial de la
redacción del documento, la conducta no resultará penalmente típica (no, al menos, una
subsumible en el delito del art. 395 CP). Esto crea, ciertamente, una posible laguna de
punición, que sólo en parte queda compensada, como vimos, por la existencia de
algunos otros tipos penales (falsedades contables, falsedades en perjuicio de los
consumidores,…), a veces aplicables a dicho supuesto (y quizá –lo veremos- por la
modalidad típica del art. 390.1,3º CP, si se interpreta adecuadamente). En todo caso, en
virtud del principio de legalidad penal, parece imposible interpretar el término
“alterar” como englobando también conductas realizadas cuando aún no existía un

87
ECHANO BASALDUA, en BAJO FERNÁNDEZ (dtor.), PE, II, 1998, p. 791; VILLACAMPA ESTIARTE,
Falsedad, 1999, pp. 445-447.

50
documento (vale decir: un texto dotado de algún significado autónomo) por parte de
quien, precisamente, crea dicho texto. En este caso, podría haber, en su caso, una
“simulación de documento”, si se dan las condiciones que veremos (si el documento
aparece con una autoría pretendida que se revela falsa). Pero no “alteración”.

Existe “alteración de documento” cuando el secretario de órgano colegiado


incluye a posteriori un nuevo párrafo en el acta de una reunión (que ya tenía significado
propio) en el que se hace constar una interrupción de varias horas en la reunión que, de
hecho, no existió. Y también existe si modifica un párrafo preexistente, borrando parte
del mismo, para alterar el día en que terminó la reunión.

Por otra parte, resultará también subsumible en esta modalidad típica la


conducta de quien, no teniendo el derecho de acceder y modificar el contenido del
documento, pese a todo, lo hace, manipula materialmente el documento y cambia así
sustancialmente su significado 88 .

Son estos los ejemplos usuales que todo el mundo suele incluir en esta
modalidad típica: quien manipula la firma (incluida la propia) 89 , borra textos, etc. Sin
embargo, de acuerdo con lo que hemos visto, no bastará con que se realice alguna de
tales conductas de manipulación material. Hará falta, además, que la manipulación
afecte a algún elemento esencial desde el punto de vista semiótico.

Por el contrario, no resultarán subsumibles en esta modalidad típica la conducta


de introducir información falsa en el documento cuando se está ejerciendo –en
principio- legítimamente un derecho de acceder al documento y configurarlo, a no ser

88
A este respecto, es irrelevante la forma que adopte la conducta: añadir, cambiar o suprimir
información, son todas ellas conductas que en principio pueden resultar subsumibles en el tipo: vid., en
este sentido, VILLACAMPA ESTIARTE, APen 1996-I, p. 56; ECHANO BASALDUA, en BAJO FERNÁNDEZ
(dtor.), PE, II, 1998, p. 790. Nos hallamos, pues, en realidad ante un tipo penal cuya estructura son dos
resultados concatenados, es decir, en el que la misma acción típica está descrita también de forma
resultativa, sin especificación del modo en el que se debe llegar a ella. Por el contrario, la destrucción
total u ocultamiento del documento (no de alguna de sus partes, aun autónomas, sino del total) no puede
ser subsumida en esta modalidad típica, ni, por ello, en el delito de falsedad documental: no tanto porque
lo impida la descripción legal de la conducta típica (puesto que, al fin y al cabo, podría argumentarse –
con una argumentación un tanto especiosa- que no hay forma más radical de “alteración de un
documento en alguno de sus elementos o requisitos de carácter esencial” que destruirlo por completo),
sino, sobre todo, porque no puede entenderse que destruir el documento sea el resultado típico (“cometer
falsedad”: vale decir, como hemos visto, crear un documento falso) que el tipo legal exige. Vid., en este
sentido, VILLACAMPA ESTIARTE, APen 1996-I, p. 56; el mismo, Falsedad, 1999, p. 431; GARCÍA
CANTIZANO, Falsedades, 1997, p. 115; DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, en LUZÓN PEÑA (dtor.), EPenB, 2002,
p. 723; QUERALT JIMÉNEZ, en LÓPEZ BARJA DE QUIROGA/ ZUGALDÍA ESPINAR (coords.), LH-Bacigalupo,
2004, pp. 1134-1135; el mismo, PE, 2008, pp. 629-630; SILVA SÁNCHEZ, en el mismo (dtor.), PE, 2006,
p. 295. De otra opinión, sin embargo, BACIGALUPO ZAPATER, LL 1996-II, p. 1670.
89
De otra opinión, MUÑOZ CONDE, PE, 2007, pp. 731-732. Sin embargo, dado que el objeto jurídico
protegido en las falsedades es un bien jurídico supraindividual, no veo por qué la alteración ulterior (y,
claro está, ilegítima) de un documento por parte de su propio autor (por ejemplo, cambiando la firma, o
cualquier otra cláusula) debería resultar atípica, puesto que el patrón social de conducta de apego a la
realidad en la creación de documentos se verá afectado también en este caso.

51
que se ostente la posición de cuasi-garante que más arriba se ha señalado. Y, en este
último caso, tampoco lo será cuando la información falsa se introduce en el momento
inicial de la redacción del documento y no con posterioridad. Por fin, tampoco resultará
subsumible la conducta de introducir información falsa que no resulte semióticamente
esencial para la individualización de alguna inscripción en el mismo (en los términos
vistos).

Así, no constituye una falsedad documental del art. 395 CP, en relación con el
art. 390.1,1º CP, la conducta del impresor de un documento que introduce en él
información falsa relevante, a no ser que ese impresor ostente además una posición
adicional (actúe por encargo del administrador de una sociedad, por ejemplo). Tampoco
lo es, como vimos, la conducta del secretario de un consejo de administración que
miente en la redacción inicial del acta de una reunión. Y, por fin, tampoco constituye
dicha falsedad la conducta de alterar con información falsa contenidos tales como el
precio exacto de la compraventa, las características detalladas de la cosa vendida, etc.,
siempre que el acto de compraventa documentado pueda seguir siendo considerado el
mismo (no lo será si en vez de la venta de un automóvil se refleja la venta de un camión
de varios ejes, o si el precio documentado se multiplica, y no sólo varía algo, respecto
del real).

6.2) Nivel mínimo de lesividad exigido

Hasta aquí, he intentado establecer con la máxima claridad posible qué hay que
entender, en el marco de un delito de falsedad documental, por “alterar un documento”.
Sin embargo, como es notorio, el art. 390.1,1º CP no describe la conducta penalmente
típica únicamente de este modo, sino que pide además que el documento sea alterado
“en alguno de sus elementos o requisitos de carácter esencial”. Ello, en mi opinión,
introduce una ulterior restricción en el ámbito de la tipicidad, obligando a categorizar
las distintas inscripciones (de actos de emisión de signos) contenidas en un documento
en atención a su “esencialidad”. “Esencialidad” que parece que debe ser entendida (ya
que cualquier otra interpretación resultaría absurda en este contexto) en relación con la
utilidad instrumental ulterior que el documento ha de poseer (en la interacción social).
Así, de acuerdo con esta interpretación, solamente aquellas modificaciones del
significado del documento que cambian de manera sustancial la utilidad que, teniendo
en cuenta sus características (semióticas) objetivas, es posible dar al documento podrán
generar responsabilidad penal 90 . Y ello, tanto si cambia dicha utilidad cualitativamente,

90
MORILLAS CUEVA, en COBO DEL ROSAL (dtor.), PE, II, 1997, p. 236; CALLE RODRÍGUEZ, Falsedades,
1998, pp. 381-383, 422-423; ECHANO BASALDUA, en BAJO FERNÁNDEZ (dtor.), PE, II, 1998, p. 791;
VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp. 438-440; ALONSO PÉREZ, LL 2000-IV, p. 1952; DÍAZ Y
GARCÍA CONLLEDO, en LUZÓN PEÑA (dtor.), EPenB, 2002, p. 729; ORTS BERENGUER, en VIVES ANTÓN et
alt., PE, 2004, p. 854; GORDILLO ÁLVAREZ-VALDÉS, en LAMARCA PÉREZ (coord.), PE, 2005, pp. 540-

52
como si no lo hace, pero, en cambio, altera de modo suficientemente relevante el grado
de dicha utilidad. Por el contrario, cuando la modificación –aunque sea importante en
términos semióticos 91 - no cambie (ni cuantitativamente de modo intenso, ni tampoco
cualitativamente) la utilidad que el documento posee en la interacción social, la
conducta habrá de ser reputada penalmente atípica.

Así, resulta penalmente típica aquella alteración del documento que plasma un
contrato que cambia la naturaleza jurídica del mismo: una compraventa se convierte en
mero comodato, por ejemplo. Y también lo es si la alteración reviste una índole
meramente cuantitativa, pero sustancial (esto es, suficientemente relevante): por
ejemplo, si cambia extraordinariamente el precio de la venta.
Por el contrario, la conducta resultará atípica si no concurre ninguna de estas
dos circunstancias: así, por ejemplo, si la modificación del precio no es tan relevante; o
si, dado el contexto de la interacción, el cambio resulta irrelevante (se transforma lo que
era originariamente una promesa –“el último plazo del precio no podré pagarlo hasta
abril”- en una mera notificación, pero, por tratarse de una obligación natural, ello
carece prácticamente de efecto alguno).

Debe tenerse en cuenta, no obstante, que lo que el CP exige, para la tipicidad, no


es que –merced a la alteración semiótica ocasionada- se produzca un cambio en la
utilización efectiva del documento, sino que es suficiente con que a cause de ello varíe
su utilidad: es decir, el uso potencial, el elenco de usos instrumentalmente adecuados
del mismo, después de su alteración. Nos hallamos, por lo tanto, ante una exigencia de
puesta en peligro, dolosa, de dicha utilidad, como requisito adicional (a la “alteración”
misma) para que la conducta resulte típica. Puesta en peligro que, por supuesto, deberá
poder ser imputada objetivamente (y también subjetivamente, a título de dolo) a la
conducta, ya que en otro caso la tipicidad no estaría suficientemente fundada.

Así, no es necesario que de la “alteración” del documento –en los términos


vistos- se derive ningún efecto real (un perjuicio patrimonial, una dificultad efectiva en
la interacción, un efecto jurídico o procesal, etc.), bastando con que después de la

541; MUÑOZ CONDE, PE, 2007, pp. 726-727; QUINTERO OLIVARES, en el mismo (dtor.), PE, 2007, pp.
1535; SERRANO GÓMEZ/ SERRANO MAÍLLO, PE, 2007, p. 755.
91
Es obvio que la “esencialidad” de la que habla el art. 390.1,1º CP no es la misma de la que he hablado
yo al examinar (supra 2.3, 6.1) la definición del bien jurídico protegido y las condiciones para que exista
lesividad respecto del mismo en la acción: en este último caso, se trataba de que sólo la alteración
suficientemente relevante del significado de cualquiera de las inscripciones (de actos de emisión de
signos) contenidas en el documento resulta lesiva. En aquél, sin embargo, se trata más bien de que sólo la
alteración (relevante) de ciertas inscripciones, de las más importantes, resulta penalmente típica. Y no,
por el contrario, la modificación, aun sustancial, del significado de cualquier otra inscripción que no sea
lo bastante importante. Así pues, son dos condiciones diferentes para la tipicidad, que no deberían ser
confundidas por el empleo del mismo término (“esencial”): la esencialidad (relevancia) de la
modificación de significado es una condición necesaria para la lesividad; mientras que la esencialidad
(centralidad instrumental) de la inscripción modificada es una restricción introducida en la tipicidad –hay
que pensar- por razones de merecimiento de pena, de graduación de la lesividad (para el bien jurídico
protegido de manera nuclear y, tal vez, para otros bienes jurídicos colateralmente afectados).

53
“alteración” las posibilidades de utilización del documento hayan cambiado
significativamente: al cambiar suficientemente el precio de la compraventa, el contrato
que servía para acreditar la existencia de determinada obligación deja de servir para
ello.
Por lo demás, si el cambio en la utilidad potencial del documento no se deriva,
de manera objetivamente previsible, de la conducta de “alteración” (por ejemplo,
porque la alteración del precio fue insignificante, pero al tiempo tuvo lugar un cambio
brusco de la valoración del bien en venta por parte del mercado), habrá que decir que no
ha habido una alteración de “elementos o requisitos de carácter esencial” en el sentido
del art. 390.1,1º CP y, por consiguiente, que la conducta resulta penalmente atípica.

Además, y dado que el art. 395 CP exige que la conducta delictiva sea realizada
“para perjudicar a otro”, el cambio de la utilidad del documento deberá ser siempre en
el sentido de reducir dicha utilidad, volviéndola (de igual índole, aunque) menor, o bien
diferente y, además, menos positiva. Resultando, en todo caso, irrelevante quién es el
que sufre dicha disminución de utilidad: bastará con que lo sufra cualquiera que tuviese
derecho de utilizar el documento de cualquier modo.

En efecto, puesto que el delito de falsedades no es un delito patrimonial ni –


más en general- ningún delito contra bienes jurídicos individuales, no es necesario que
el afectado por la reducción de utilidad derivada de la “alteración” del documento sea
el propietario del mismo, una parte del negocio jurídico en él reflejado, ni, en general,
ostente ninguna posición jurídica específica ni derecho subjetivo respecto del
documento (aunque, por supuesto, de hecho, muchas veces serán estos sujetos los más
afectados por la alteración del mismo). Basta, por el contrario, con que sea afectada
cualquier persona que pudiese emplear legítimamente el documento para que la
falsedad exista: por ejemplo, un tercero que podía hacerlo valer en una sucesión, en la
constitución de una garantía pignoraticia o hipotecaria, etc.

Para finalizar, debe señalarse por fin que el requisito de la “esencialidad” de la


alteración existe únicamente en esta modalidad típica de falsedad en documento
privado, pero no en las otras dos. La ausencia de tal exigencia parece, por una parte,
lógica en el caso de la modalidad de “simulación de documento”, dado que la misma
implica siempre, por definición (al menos, cuando es interpretada en los términos que
aquí se proponen), tal esencialidad. Por lo demás, esta exigencia es sustituida allí por
otra exigencia diferente de peligrosidad (la aptitud del documento simulado para crear
dudas acerca de su autenticidad). Y, en el caso de la modalidad típica del art. 390.1,3º
CP, tal vez haya que entender que la exigencia de esencialidad aparece implícitamente
contenida –no explícitamente, desde luego- en la propia forma en la que la conducta
típica aparece descrita y que, como veremos, ello nos da una de las claves para
interpretar dicha descripción 92 .

92
Vid. infra 8.

54
7) “Simular un documento en todo o en parte, de manera que induzca a error sobre
su autenticidad”

Tal y como más arriba se apuntó, por “simulación de documento” hay que
entender, restrictivamente, la conducta que da lugar a la aparición de un documento
falso –en el sentido ya visto- y que consiste en la creación ex novo de dicho documento;
esto es, a la aparición de un documento en el que todos y cada uno de los actos de
emisión de signos en él inscritos son completamente inexistentes, por resultar
inexistente la autoría del documento mismo. Por el contrario, cuando el acto de emisión
que da lugar al propio texto es auténtico (vale decir, realmente existente, en los términos
vistos), no existirá simulación, sino, a lo sumo, una “alteración” falsaria de un
documento preexistente 93 .

Quien redacta una carta sin derecho a hacerlo (por ejemplo, porque emplea, sin
su consentimiento, el nombre de un tercero como el del pretendido autor de la carta),
simula un documento. Por el contrario, quien redacta la carta en su nombre, aun cuando
mienta en todas y cada una de los hechos que la carta narra que han ocurrido, no comete
“simulación de documento”: como hemos visto, cometerá “alteración de documento”
si ostenta posición de cuasi-garante y añade ulteriormente párrafos a la carta en
cuestión, o si, no siéndolo, manipula materialmente en un momento ulterior la carta ya
redactada cuando no tenía derecho a acceder a dicho documento (borrando párrafos,
cambiando palabras, alterando la firma,…); pero nunca simulación.
Por ello mismo, y contra lo que propugna una importante corriente
jurisprudencial 94 , tampoco la creación de una factura por un particular que tiene derecho
a hacerlo como autor puede ser considerada “simulación de documento”, sino una mera
mentira penalmente atípica (al menos, en virtud del art. 395 CP) 95 .

93
FERNÁNDEZ PANTOJA, Falsedad, 1996, p. 216; CALLE RODRÍGUEZ, Falsedades, 1998, pp. 533-534;
VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, p. 460; ORTS BERENGUER, en VIVES ANTÓN et alt., PE, 2004,
pp. 854-855; QUINTERO OLIVARES, en el mismo (dtor.), PE, 2007, pp. 1524-1525. De otra opinión,
SERRANO GÓMEZ/ SERRANO MAÍLLO, PE, 2007, p. 756; QUERALT JIMÉNEZ, PE, 2008, p. 644, quien
entiende, además, que en la modalidad típica de “simulación de documento” han de tener cabida todos
los supuestos que no resulten subsumibles en la modalidad de “alteración de documento”, por faltar en
ellos el requisito de “esencialidad”. Sin embargo, esta interpretación, por una parte, vuelve efectivamente
superflua la distinción legal, ya que trata de manera uniforme lo que el legislador ha querido
explícitamente tratar de un modo diferenciado. Y ello, además, como hemos visto, en detrimento de la
racionalidad político-criminal. Razones ambas que han de llevar a rechazarla.
94
Cfr. la paradigmática STS 28-10-1997, que ha sido seguida por una importante línea jurisprudencial.
95
Vid., en este sentido, GÓMEZ BENÍTEZ, LL 1997-IV, p. 1269; BACIGALUPO ZAPATER, LL 1998-II, pp.
2007-2008; LÓPEZ BARJA DE QUIROGA, APen 1998-I, pp. 433-434; RODRÍGUEZ RAMOS, en CEREZO MIR/
SUÁREZ MONTES/ BERISTAIN IPIÑA/ ROMEO CASABONA (eds.), LH-Torío López, 1999, p. 916; JIMÉNEZ
VILLAREJO, J.: La discriminalización de la falsedad ideológica cometida por particulares. Un debate en
la jurisprudencia, en RPJ 59 (2000), p. 183; SILVA SÁNCHEZ, en SALVADOR CODERCH/ SILVA SÁNCHEZ,
Simulación, 1999, pp. 129-133; VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp. 471-473; DÍAZ Y GARCÍA
CONLLEDO, en LUZÓN PEÑA (dtor.), EPenB, 2002, pp. 739-740; JAÉN VALLEJO, CPC 79 (2003), pp. 74-
75; QUERALT JIMÉNEZ, en LÓPEZ BARJA DE QUIROGA/ ZUGALDÍA ESPINAR (coords.), LH-Bacigalupo,
2004, pp. 1143-1145. En mi opinión, es discutible, sin embargo, que (como afirman SILVA SÁNCHEZ, op.
cit., pp. 129-132; QUERALT JIMÉNEZ, ibíd.) la interpretación alternativa infrinja el principio de legalidad
penal, dado que la expresión “simular un documento” podría, desde el punto de vista lingüístico, ser
interpretada también en el sentido de que incluye la aparición de documentos sin causa (así lo afirma

55
Y, si la conducta típica de simulación exige el cuestionamiento de la autoría
del documento, entonces no puede existir simulación en aquellos documentos en los
que la autoría no sea conocida ni cognoscible, o no sea puesta en cuestión: así, quien
reproduce íntegramente una etiqueta, una grabación visual o sonora, hace una fotocopia,
la copia íntegra de un archivo informático, etc., sin añadir nada de su cosecha, no
comete nunca simulación de documento (ni, por tanto, falsedad documental), aun
cuando luego emplee dicha reproducción con alguna finalidad ilícita (para un fraude
patrimonial, por ejemplo) 96 .

En este sentido, ya hemos visto también que, contra lo que la interpretación


alternativa pretendería, no existe ninguna razón, ni formal ni material, para excluir del
ámbito de la modalidad típica de simulación ni formas de “falsedad ideológica” ni
formas de “falsedad material” 97 , ya que ambas pueden resultar idóneas para llevar a cabo
la conducta lesiva para el bien jurídico y relevante desde el punto de vista sistémico 98 .

La simulación de un mensaje de correo electrónico puede ser llevada a cabo


tanto redactando el mensaje en el ordenador y poniendo en la firma el nombre de otra
persona (“falsedad ideológica”) como empleando un fichero informático preexistente y
los comandos de “copiar” y de “insertar” del programa informático, para generar
finalmente el texto del mensaje simulado (“falsedad material”).

Por lo demás, el art. 390.1,2º CP exige además explícitamente que la simulación


“induzca a error sobre su autenticidad (scil. del documento)”. Es decir, que, al igual
que ocurría en la modalidad típica del número 1º, no es suficiente para la tipicidad penal
con que la aparición del documento falso tenga lugar, sino que además es necesario que
la misma cause un cierto grado de lesividad para el patrón social de conducta que
constituye el bien jurídico protegido: aquí, el requisito de lesividad mínima consiste en

también la STC 123/2001, de 4 de junio), por más que tal interpretación carezca de fundamento desde la
perspectiva teleológico-valorativa y, por ello, deba ser rechazada. La diferencia en cuanto a la razón del
rechazo no resulta, no obstante, baladí, ya que, si hubiese infracción del principio de legalidad penal, la
interpretación en cuestión –y la consiguiente aplicación judicial del precepto legal- podría ser considerada
inconstitucional (y, por ello, susceptible de anulación en procedimiento de amparo), mientras que, por el
contrario, si se trata tan sólo de una infracción del principio de ofensividad, entonces nos hallaremos
únicamente ante una interpretación del precepto legal que resulta irracional desde el punto de vista
político-criminal (pero jurídicamente válida).
96
VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp. 460-461.
97
FERNÁNDEZ PANTOJA, Falsedad, 1996, pp. 216, 218-220; QUERALT JIMÉNEZ, PE, 2008, p. 643. De
otra opinión, DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, en LUZÓN PEÑA (dtor.), EPenB, 2002, p. 733.
98
De hecho, al igual que ocurría en la modalidad típica de “alteración de documento”, tampoco aquí es
relevante la forma en la que se llega a crear ex novo el documento falso: no importa si el pretendido autor
existe o no, si se abusa de firma en blanco, se desfigura la propia firma o se inventa una firma nueva, si se
simula la autoría de una persona existente o inexistente,… Lo importante es más bien si con tales
conductas se da lugar a una autoría pretendida e inauténtica. En sentido similar, ECHANO BASALDUA, en
BAJO FERNÁNDEZ (dtor.), PE, II, 1998, pp. 792-793; VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp. 478-
487, 511; DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, en LUZÓN PEÑA (dtor.), EPenB, 2002, p. 734. De otra opinión, sin
embargo, GARCÍA CANTIZANO, Falsedades, 1997, pp. 80-81; MUÑOZ CONDE, PE, 2007, p. 721
(argumentando –en mi opinión, erróneamente- que un papel firmado en blanco es un “documento sin
contenido alguno”); aunque, cfr., no obstante, op. cit., p. 727.

56
que el documento simulado resulte idóneo para participar en la interacción social como
si no fuese un documento simulado 99 . De manera que, si dicha lesividad no existe (si el
documento no resulta creíble como tal), la conducta resultará atípica (o, a lo sumo,
podrá ser castigada como tentativa) 100 .
En todo caso, el supuesto de simulación que suscita más dudas de interpretación
es, naturalmente, el de la “simulación parcial de documento”. En efecto, como hemos
visto, una interpretación extensiva de la modalidad de “simulación parcial” conduciría
no sólo a una (parcial) superposición con la modalidad de “alteración de documento”
(lo que, al fin y al cabo, dada la identidad de pena entre ambas modalidades, constituiría
tan sólo un defecto de técnica legislativa, irrelevante desde el punto de vista práctico),
sino también, y sobre todo, a cuestionar –a causa de dicha superposición- las
restricciones del ámbito típico de esta última modalidad que más arriba se propusieron.
Por ello (y porque tal interpretación extensiva de la simulación parcial y tal
superposición de modalidades típicas constituyen consecuencias que son innecesarias
desde el punto de vista lingüístico y conceptual y, además, inconvenientes desde la
perspectiva político-criminal), conviene más bien realizar una interpretación de la
“simulación parcial” que aproxime esta modalidad lo más posible a la de “simulación
total” 101 . Así, de acuerdo con esta interpretación, solamente constituirá una simulación
parcial de documento aquella conducta que da lugar a la aparición ex novo –en los
términos vistos- de una parte autónoma y plenamente diferenciada de un documento
complejo; esto es, de un documento que, a su vez, se integra en un conjunto de

99
No es necesario, sin embargo, que exista un engaño efectivo a nadie: no sólo porque el tipo no lo
exige expresamente, sino porque, además, no hay razón alguna, desde la perspectiva del bien jurídico
protegido, para exigirlo. De otra opinión, sin embargo, FERNÁNDEZ PANTOJA, Falsedad, 1996, pp. 222-
223; VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp. 609-616.
100
Obsérvese que, en el caso de la modalidad típica de “alteración de documento”, el requisito de
lesividad mínima era diferente: no hacía falta que el documento falso fuera particularmente idóneo para
ser empleado en la interacción social, sino que se exigía más bien que se viese alterada su utilidad
instrumental. La razón de esta diferencia estriba, claro está, en la diferente forma en la que el documento
falso llega a nacer en una y en otra modalidad típica: en la de “alteración”, se presupone que el
documento es idóneo para la interacción social (si no, como hemos visto, la conducta falsaria ha de
reputarse directamente atípica), por lo que el requisito legal de “esencialidad” añadido restringe aún más
el ámbito de la tipicidad; por el contrario, en la modalidad de “simulación” basta con dicha idoneidad del
documento, sin ulteriores exigencias (no hace falta comprobar que el documento simulado resulta
particularmente útil). Es, pues, más extensiva la tipicidad de esta segunda modalidad típica que la de la
primera. De otra opinión, GARCÍA CANTIZANO, Falsedades, 1997, pp. 98-99; MORILLAS CUEVA, en COBO
DEL ROSAL (dtor.), PE, II, 1997, p. 237.
101
En favor de ello, además de las razones valorativas y teleológicas apuntadas, existe el obvio
argumento sistemático de su ubicación en un mismo número del art. 390.1 CP. De otra opinión, sin
embargo, GARCÍA CANTIZANO, Falsedades, 1997, p. 116.

57
documentos coordinados que constituyen una unidad funcional. Y, por el contrario, no
constituirá conducta de “simulación”, sino únicamente (en su caso) de “alteración”, la
de modificar párrafos, cláusulas, partes, páginas, capítulos,… completos de un
documento, si tales partes no pueden ser separadas del documento sin que pierdan su
significado 102 .

La cuestión, por lo tanto, no depende de la extensión de la parte falseada, ni


tampoco de su apariencia física (un volumen separado, el grapado, la
encuadernación,…), sino de su autonomía de significado: un capítulo de un diario
puede tener tal autonomía, mientras que el mismo capítulo, en una narración continuada
de hechos, carecer de ella. Del mismo modo, en un contrato, puede haber muchas
ocasiones en que las declaraciones separadas de cada una de las partes posean la
suficiente autonomía, por lo que el contrato redactado en solitario por un solo
individuo, haciendo aparecer en él las pretendidas declaraciones y la pretendida firma
de otro sujeto (que, contra lo que se pretende, nunca intervino en la formación del
documento) también podrá ser un caso de simulación parcial 103 .
Por supuesto, la autonomía semántica de un texto es una magnitud graduable,
por lo que habrá casos intermedios problemáticos: ¿constituye un documento autónomo
(susceptible, por lo tanto, de simulación parcial) una noticia de prensa en un dossier de
prensa? Parece que ello depende del grado de completud de la información contenida en
la noticia (si se refiere a otra noticia del mismo ejemplar del mismo periódico, si se
refiere a otro número de otra fecha del mismo periódico, si no contiene ninguna de tales
referencias,…). De cualquier forma, por las razones político-criminales señaladas, la
tendencia deberá ser, me parece, interpretar restrictivamente el concepto de “simulación
parcial”, de manera que los supuestos dudosos sean tratados como posibles
“alteraciones” de documento, y no como simulaciones.

8) “Suponer en un acto la intervención de personas que no la han tenido, o


atribuyendo a las que han intervenido en él declaraciones o manifestaciones
diferentes de las que hubieran hecho”

En contraposición a la forma esencialmente genérica en la que están descritas las


conductas delictivas en las dos primeras modalidades típicas del art. 395 CP, en la
tercera y última de dichas modalidades el legislador ha optado por referirse de forma
específica a determinados contenidos del documento (“personas” y “declaraciones o
manifestaciones”), cuya alteración habrá de dar lugar necesariamente, por imperativo
legal, a un delito de falsedades. En el contexto de la interpretación que aquí se defiende
del precepto legal, esta tercera modalidad típica parece resultar casi siempre superflua,
dado que la gran mayoría de los casos subsumibles en ella podrían serlo también en la

102
VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, p. 463.
103
VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp. 464-465. Es diferente este supuesto del contemplado en
el número 3º del art. 390.1 CP: en este último, no se cuestiona la autoría del documento, sino únicamente
su verdad (en concreto: la verdad de los signos en él enunciados). Así, el ejemplo paralelo al del texto de
esta otra modalidad típica sería aquél en el que el redactor del documento, que firma él solo, hace constar
–falsamente- que el otro sujeto manifestó algo que nunca llegó a manifestar.

58
modalidad típica de “alteración de documento”, puesto que suponer la presencia de
personas ausentes o la existencia de declaraciones inexistentes resulta casi siempre
“esencial”, en el doble sentido, semiótico e instrumental, que más arriba se ha señalado.
Además, dado que, como he sostenido, es posible subsumir también en aquella
modalidad típica formas de “falsedad ideológica”104 , tampoco esto constituiría un
obstáculo para la inclusión de la tercera modalidad en la primera 105 .

En efecto, de acuerdo con lo visto más arriba, el redactor del acta de una
reunión que añade luego como presentes a personas (mejor: a posiciones sociales) que
no estuvieron realmente presentes está alterando un elemento esencial del documento:
esencial, por lo que hace, primero, a la individualización del acto de emisión de signos
documentado (el acto del consejo de administración no posee el mismo significado si
tuvo lugar delante del representante de los trabajadores que si éste no estaba presente);
y, además, muchas veces también –segundo requisito- por lo que hace a la utilidad
instrumental del documento (esto será más variable, pero a muchos efectos –un decisión
sobre reestructuración de plantilla, por ejemplo- la constancia de la presencia del
representante de los trabajadores puede resultar decisiva para el valor, social o jurídico,
del documento). Y lo mismo sucederá si, en vez de llevarse a cabo la inclusión por
parte del redactor del acta, alguien luego manipula el soporte físico del documento –
borrando algunas palabras, por ejemplo- para lograr tal inclusión.
Otro tanto ocurre en el caso de las “declaraciones o manifestaciones”: buena
parte de las declaraciones inexistentes que se incluyan en un documento resultarán
esenciales desde el punto de vista semiótico, y también desde el utilitario: promesas que
presuntamente se realizaron en el momento de la celebración de un contrato, por
ejemplo.

Si esto es así, entonces cabe preguntarse si en verdad esta modalidad de


“suposición de personas o de declaraciones” es completamente superflua o si, por el
contrario, puede poseer, pese a todo, algún ámbito propio de aplicación. En este sentido,

104
En el mismo sentido, JIMÉNEZ VILLAREJO, RPJ 59 (2000), pp. 170-171; QUINTERO OLIVARES, en el
mismo (dtor.), PE, 2007, p. 1525.
105
Cfr., sin embargo, BACIGALUPO ZAPATER, LL 1996-II, pp. 1668, 1669, 1670; MUÑOZ CONDE, PE,
2007, pp. 734-735, quienes entienden que esta modalidad típica, más que superflua, es de imposible
aplicación al caso de las falsedades en documento privado ya que “en un documento privado sólo se
puede suponer la intervención de una persona que no la ha tenido falsificando su firma (art. 1225 Cc),
con lo cual el hecho se subsumirá necesariamente en el art. 390,1,2º”. Pero ello no es cierto. Para
empezar, porque con ello se parece estar dando por supuesto que la modalidad típica del art. 390.1,3º CP
no admite las “falsedades ideológicas” (lo que resulta sorprendente, dado el tenor literal del tipo y otras
declaraciones al respecto del mismo Muñoz Conde), pues, en otro caso, hay una forma muy sencilla de
suponer la intervención de una persona ausente: por parte del redactor del documento, dándola por
presente, cuando no lo ha estado realmente. En este sentido, y contra lo que mantiene este autor, lo
dispuesto en el art. 1225 CC carece de relevancia a estos efectos, por cuanto que dicho precepto lo único
que estipula es los supuestos en los que el documento privado “tendrá el mismo valor que la escritura
pública”. Pero, por supuesto, el documento privado, aunque no tenga tal valor equiparable a la escritura
pública, no por ello lo pierde por completo, sino que, muy al contrario, puede cumplir otras muchas
funciones esenciales, tanto en el plano probatorio como en la constitución de negocios jurídicos: así, es
perfectamente posible que la plasmación en el documento privado de la pretendida presencia de una
persona –que nunca estuvo verdaderamente presente- sirva, aun si su firma no aparece, para facilitar la
prueba o la validez de un determinado acto (por ejemplo, ese acuerdo del órgano de una sociedad en el
que se hace constar que se adoptó en presencia de determinado administrador, un asesor jurídico, el
representante de los trabajadores,…, cuando ello no era cierto).

59
la única posibilidad de que tal ámbito propio pueda existir parece ser interpretar que, en
virtud de la existencia de la modalidad típica del art. 390.1,3º CP, se convierten en
delito de falsedad en documento privado conductas que, de no existir tal modalidad,
resultarían subsumibles en la del art. 390.1,4º CP (inaplicable, como es sabido, en el
caso de las falsedades cometidas por particulares), pero que no podrían ser subsumidas
–ni siquiera partiendo de la interpretación que aquí se sostiene- en el art. 390.1,1º CP,
por faltar en ellas alguno de los requisitos de “esencialidad” allí exigidos. Así ocurriría
con la suposición de personas o de declaraciones no esenciales desde un punto de vista
semiótico para la individualización de ninguno de los actos de emisión de signos
documentados; y con la suposición de personas o de declaraciones que, aun resultando
“esenciales” desde aquel punto de vista, no lo sean a los efectos de la utilidad
instrumental del documento.

Esto significaría, en definitiva, subsumir en esta modalidad típica conductas


como: hacer constar en el acta de una reunión declaraciones completamente inanes,
pero falsas; hacer constar la presencia de diez testigos (cuando era suficiente, para la
validez del negocio con dos) cuando solamente hubo nueve presentes; etc.

Naturalmente, la objeción que surge ante esta interpretación (extensiva) de la


modalidad típica que estamos examinando es la relativa al sentido político-criminal de
la misma: ¿por qué, en efecto, debería ser siempre delictiva la conducta de “suponer
personas o declaraciones”, aun en los casos menos relevantes, si estamos partiendo de
la base de que el patrón social de conducta que ha de protegerse no es el de la veracidad,
sino otro mucho más restringido? Y, en todo caso, ¿por qué estos supuestos y no otros
(cambiar fechas, lugares, cuantías, suponer características o estatus jurídicos de objetos,
etc.) que pueden ser tanto o más relevantes para la protección del bien jurídico
protegido y para la utilidad instrumental del documento? Objeciones que, a mi entender,
si partimos de una interpretación de los tipos que –como la que aquí se propugna- no
sea ciega, sino que, al contrario, resulte político-criminalmente orientada, han de ser
fatales para tal interpretación tan extensiva del tipo. Por ello, creo que, desde la
perspectiva metodológica aquí adoptada, solamente resulta practicable una vía
intermedia: reconocer que existe un área muy amplia en la que las modalidades típicas
primera y tercera del art. 395 CP se superponen (área en la que esta última modalidad
resulta ciertamente superflua) 106 ; y, al tiempo, aprovechar la potencialidad extensiva que

106
No existe, por el contrario, superposición posible entre las modalidades segunda y tercera del art.
390.1 CP, pues la “suposición de personas o de declaraciones” se refiere siempre a aquellos actos de

60
el tenor literal del art. 390.1,3º CP posee, para cubrir –hasta el límite permitido por el
principio de legalidad penal- aquellas lagunas de punición que antes hemos identificado
que existen en el caso de la modalidad de “alteración de documentos” 107 . En concreto,
la existencia de esta tercera modalidad típica permite subsumir como delito de falsedad
en documento privado aquellas conductas de quienes que más arriba he denominado –
con expresión ciertamente vaga, aunque alusiva- “cuasi-garantes” (es decir, sujetos
encargados de la redacción de un documento en interés de terceros) que consisten en
introducir, durante la labor (derivada de su cargo) de redacción inicial de un documento,
información falsa en el mismo; eso sí, con tal de que la información introducida a su vez
consista precisamente en suponer (falsamente) la intervención de una persona o suponer
la existencia de una declaración, y no en ninguna otra cosa 108 .

Así, la conducta del secretario del consejo de administración que miente en la


redacción inicial del acta de una reunión (conducta que ya vimos que no podía ser
subsumida en el art. 390.1,1º CP, por no resultar subsumible en el término “alterar”
allí empleado) podría ser castigada como falsedad en documento privado del art.
390.1,3º CP, en relación con el art. 395 CP, si la información falsa se refiere a dicha
suposición de personas o de declaraciones. Pero no, por el contrario, si se refiere a la
fecha, al lugar de la reunión, omite la presencia de personas que efectivamente
asistieron 109 , etc.

emisión de signos inscritos en el documento que resulten distintos del acto (de emisión de signos) de
creación del documento mismo. Así, por ejemplo, suponer que quien escribe una carta es S1 cuando su
verdadero autor (Urheber) es S2 no es solamente suponer la intervención de personas en un acto (inscrito
en el documento), sino –valga la expresión- “suponer el documento por entero”; o sea, simularlo. Lo cual,
en términos prácticos, resulta relevante, ya que, como vimos, en la modalidad típica de “simulación de
documento” (y a diferencia de la de “alteración”) caben tanto formas de “falsedad ideológica” como
formas de “falsedad material” y es irrelevante, además, cuál sea la posición social del autor, no valiendo
las restricciones que a este respecto hemos visto que han de regir para la modalidad típica de “suposición
de personas o de declaraciones”.
107
Rechaza también la interpretación extensiva, SILVA SÁNCHEZ, en SALVADOR CODERCH / SILVA
SÁNCHEZ, Simulación, 1999, pp. 124-126. Aunque luego, sobre la base de razones de lesividad (dado que
vincula en exclusiva esta modalidad típica al “deber de veracidad”, que rechaza –como yo mismo he
hecho- como bien jurídico protegido de las falsedades documentales), restringe aún más su ámbito de
aplicación, limitándolo a casos en los que se ponga en cuestión la autenticidad –vale decir, la autoría- del
documento, no su contenido informativo. Sin embargo, como en el texto se defiende, es posible
fundamentar una interpretación más amplia, pero no excesivamente extensiva, del precepto en el bien
jurídico propio de las falsedades documentales.
108
En sentido similar, GÓMEZ BENÍTEZ, LL 1997-IV, p. 1269; VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999,
pp. 526-528; QUINTERO OLIVARES, en el mismo (dtor.), PE, 2007, pp. 1525-1526.
109
Parece evidente que, en virtud del principio de legalidad penal, la conducta de no mencionar
personas o declaraciones no puede ser subsumida en las de “suponer personas” o “atribuir
declaraciones” que el tipo incrimina, por más que su valoración, desde el punto de vista de la lesividad,
sea prácticamente idéntica a la de las conductas activas correspondientes. En sentido similar, MORILLAS
CUEVA, en COBO DEL ROSAL (dtor.), PE, II, 1997, p. 237; VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp.
533-534; GORDILLO ÁLVAREZ-VALDÉS, en LAMARCA PÉREZ (coord.), PE, 2005, p. 542; QUERALT
JIMÉNEZ, PE, 2008, p. 643. De otra opinión, sin embargo, MUÑOZ CONDE, PE, 2007, p. 726; SERRANO
GÓMEZ/ SERRANO MAÍLLO, PE, 2007, p. 750.

61
En mi opinión, ningún otro supuesto (de “falsedad ideológica”) distinto del
anterior debería ser subsumido en esta modalidad típica (pese a que, sin duda, desde el
punto de vista lingüístico sería posible hacerlo, como hemos visto), por faltar un
fundamento material (político-criminal) para hacerlo110 . Por ello, conductas de falsedad
ideológica de “suposición de personas o de declaraciones” realizadas por un sujeto en
interés propio (quien, por ejemplo, al redactar la oferta de venta de un bien, hace constar
que varios testigos han inspeccionado el bien y atestiguan la verdad de lo que en la
oferta se afirma), y no de terceros, deberán ser consideradas, pese a todo, (a tenor del
art. 395 CP) penalmente atípicas. Como deberán serlo también, por lo demás, las
conductas de manipulación material ulterior del documento que incluyan en él personas
o declaraciones (falsamente), siempre que, no obstante, dichas inclusiones no resulten
“esenciales”, en el doble sentido que hemos visto que el art. 390.1,1º CP exige.
Además, en cualquier caso, entiendo que, tanto en virtud del tenor literal del tipo
(que exige que se suponga la “intervención” de personas “en un acto”, o que se
atribuyan declaraciones “a las (scil. personas) que han intervenido”… además de que la
conducta en cuestión se realice “para perjudicar a otro”) como por las razones
político-criminales ya expuestas, no es suficiente con que la información falsa
introducida se refiera a personas o declaraciones, sino que hará falta también que la
misma resulte “esencial” (en el sentido visto) 111 .

De este modo, si el secretario del consejo de administración supone la


presencia de personas o atribuye declaraciones que, desde el punto de vista de su
“esencialidad”, resultan irrelevantes (identifica mal a las personas realmente presentes,
hace constar la presencia de personas que no asistieron, pero que resultaban irrelevantes
en el caso del documento de que se trate, documenta falsas declaraciones meramente
incidentales de personas presentes, etc.), habrá que considerar, respectivamente, que las
personas supuestas no aparecían como “intervinientes en el acto”, o que las
declaraciones atribuidas no lo eran de las personas en tal calidad de “intervinientes”. Y
que, por lo tanto, en todos los caso se trata de conductas atípicas desde el punto de vista
del art. 395 CP.

110
Cfr., sin embargo, GARCÍA CANTIZANO, Falsedades, 1997, pp. 113, 134-135, quien añade además el
caso de los particulares que emplean documentos en su interacción con la Administración Pública. Sin
embargo, dada la forma en la que está descrita la conducta típica en esta modalidad delictiva (“suponer la
presencia de personas”, “atribuir declaraciones”), que se adapta mejor al caso en el que el particular es
el fedatario, no un mero declarante, y dada además la protección adicional que –como ya vimos- los
intereses estatales poseen a través de otras figuras delictivas, no considero conveniente, desde el punto de
vista político-criminal, tal ampliación (aun cuando, desde luego, pueda resultar, en algunos casos,
perfectamente compatible con el tenor literal del tipo: la conducta, por ejemplo, de un testigo que, en una
declaración por escrito en un expediente administrativo o en un procedimiento judicial, cita pretendidas
declaraciones de terceros, verdaderamente inexistentes).
111
ORTS BERENGUER, en VIVES ANTÓN et alt., PE, 2004, p. 856; SERRANO GÓMEZ/ SERRANO MAÍLLO,
PE, 2007, p. 756.

62
Así pues, desde la perspectiva aquí defendida, ha de preservarse una clara línea
divisoria –sobre la base del distinto bien jurídico protegido- entre el delito de falsedad
documental “puro”, representado en nuestro Derecho por las modalidades típicas
comunes de falsedades documentales de particulares (principalmente: arts. 392 y 395
CP), y el específico delito de falsedad documental de funcionarios públicos del art.
390.1,4º CP (y otras figuras delictivas paralelas, fundadas también en deberes especiales
de veracidad, que existen en otros títulos del Libro II del CP).

9) ¿Falsedades consentidas?

De acuerdo con lo que hemos visto, y dado que el bien jurídico protegido en las
falsedades documentales es uno supraindividual y plenamente autónomo, la presencia o
ausencia de consentimiento por parte de los terceros afectados resulta en principio
irrelevante, careciendo de cualquier efecto justificante 112 . Ello ocurre, desde luego,
cuando quien consiente es el autor del documento original –en la modalidad de
alteración- o su pretendido autor (en la modalidad de simulación): en ambos casos, si la
conducta falsaria, aun consentida, resulta potencialmente lesiva para terceros, la
conducta resultará penalmente típica. Pero no en otro caso.

Así, cuando S1 consiente en que S2 simule una carta, con el fin de defraudar a
S3, es obvio que ello no excluye la tipicidad por falsedad documental de la conducta de
S2. Aunque, por supuesto, para que la conducta de S1 resulte también penalmente
relevante, hará falta que éste haga algo más, en relación con el curso fáctico falsario,
que simplemente consentir (ya que, en sí mismo, el consentimiento no es todavía un
acto de cooperación, dado que nada aporta a la creación del documento falso).
Por el contrario, cuando alguien imita la firma de otro con su consentimiento y
sin el ánimo de perjudicar a nadie (ejemplo: el empleado que, por indicación de su jefe,
“echa un garabato” en la carta que hay que enviar con urgencia en un día en el que éste
está de viaje), la conducta resultará atípica 113 .

Cuando, por el contrario, quien consiente en la falsedad es el tercero –que no es,


ni se pretende que lo sea, autor del documento- potencialmente afectado (“perjudicado”)
por el documento falso, puede ocurrir que su consentimiento excluya la posibilidad de
perjuicio (y, con ello, la tipicidad de la conducta): ello ocurrirá cuando el único
perjuicio consista en una afectación de sus bienes jurídicos o de sus derechos subjetivos,
ya que en este caso, y por definición, un consentimiento plenamente informado del

112
De otra opinión, GARCÍA CANTIZANO, Falsedades, 1997, pp. 79-80; SILVA SÁNCHEZ, en el mismo
(dtor.), PE, 2006, p. 300.
113
VILLACAMPA ESTIARTE, Falsedad, 1999, pp. 500-501.

63
titular excluye el perjuicio potencial 114 . En otros supuestos, sin embargo, la probabilidad
de perjuicio (para terceros) persistirá. Así, muy señaladamente, cuando consienta el
tercero, pero no el autor del documento original o el pretendido autor del documento
simulado: en estos supuestos, no será infrecuente que exista un perjuicio potencial para
estos, que haga que el consentimiento del sujeto en principio afectado por el tercero
devenga irrelevante. Pero puede ocurrir lo mismo también en otros supuestos.

Así, cuando existe concierto en torno a la simulación de una factura entre el


sujeto que la simula y el tercero que en principio se vería perjudicado por aquella, la
conducta podría parecer atípica, por falta del ánimo de perjudicar exigido en el tipo. Sin
embargo, puede ocurrir que con tal simulación consentida se estén generando perjuicios
para terceros, que vuelvan otra vez típica a la conducta falsaria: por ejemplo, porque
sustentan un fraude tributario, o porque pretenden implicar al aparente autor de la
factura en una conducta irregular, generadora de responsabilidad.

10) Parte subjetiva del tipo: “para perjudicar a otro”

En el aspecto subjetivo, el tipo del art. 395 CP no se conforma con la exigencia


genérica de dolo (es decir, de que el sujeto conozca y acepte el hecho de que está
falseando un documento, en cualquiera de las formas vistas: alterándolo, simulándolo o
actuando como un fedatario inadecuado en su redacción) 115 , sino que añade además la
condición de que las conductas típicas descritas sean realizadas “para perjudicar a
otro”. Es ésta una referencia explícita a una intención que debe concurrir en el autor.
No es, pues, necesario que exista perjuicio efectivo (aunque pueda haberlo) 116 . Pero, por
otra parte, tampoco es suficiente con que la conducta resulte objetivamente peligrosa 117 ,
sino que será necesario además que el autor conozca y acepte tal peligrosidad 118 .

114
Pueden surgir dudas, desde luego, en relación con los bienes jurídicos y derechos subjetivos
indisponibles por el titular: así, si un S2 consiente en que S1 falsifique un documento con el fin de privarle
de su derecho de sufragio. En todo caso, me parece que tampoco puede decirse aquí que existe perjuicio
para S2, en la medida en que, siendo titular del derecho, consienta en su privación. Así, solamente si se
produce además un perjuicio potencial a terceros (que, por lo demás, es lo que suele ocurrir precisamente
con los bienes jurídicos y derechos subjetivos indisponibles) podría considerarse penalmente típico,
conforme al art. 395 CP (por supuesto, puede constituir otro delito: electoral, por ejemplo), este supuesto
de falsedades documentales consentidas.
115
ECHANO BASALDUA, en BAJO FERNÁNDEZ (dtor.), PE, II, 1998, p. 796.
116
DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, en LUZÓN PEÑA (dtor.), EPenB, 2002, p. 742; ORTS BERENGUER, en
VIVES ANTÓN et alt., PE, 2004, p. 866.
117
DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, en LUZÓN PEÑA (dtor.), EPenB, 2002, p. 742.
118
Desde el punto de vista dogmático, el elemento subjetivo del injusto aquí considerado puede ser
calificado como un elemento de resultado cortado: QUERALT JIMÉNEZ, PE, 2008, p. 658.

64
Así, una conducta falsaria sobre documentos privados que no tenga efecto
lesivo alguno, ni siquiera potencial (porque el documento no es empleado en la
interacción social 119 –la simulación de una carta para satisfacer las propias frustraciones
sentimentales-, o bien porque se emplea, pero sin perjuicio alguno a terceros: la
simulación de un diario con fines exclusivamente literarios), resultará penalmente
atípica.
También será atípica una conducta que sí resulte potencialmente lesiva
cuando, no obstante, no sea realizada con conciencia y aceptación de dicha
peligrosidad: así, el sujeto que modifica una factura preexistente, alterando las cifras (y
creando, de este modo, dolosamente un documento falso), en la creencia de que el
cambio resulta, sin embargo, intrascendente desde el punto de vista práctico.
Por el contrario, no es necesario para la tipicidad que el perjuicio se haga
efectivo: en el ejemplo anterior, si el autor conoce la trascendencia de la alteración
introducida en el documento en el momento de realizarla, ello es suficiente para la
consumación del delito, resultando irrelevante –a los efectos de la tipicidad de las
falsedades- que el perjuicio previsto tenga o no lugar.

Pero, ¿peligrosidad para qué? O, en otras palabras, ¿a qué se refiere aquí el


concepto –en sí mismo, necesariamente relacional- de “perjuicio”? En mi opinión, dado
el tenor completamente genérico de la descripción legal del objeto del elemento
subjetivo, es necesario realizar una interpretación extensiva del concepto 120 , aunque
tampoco pueda ser una interpretación ilimitadamente extensiva. Así, parece claro, en
primer lugar, que no es necesario, para que la tipicidad penal exista, que la intención del
autor al realizar la conducta falsaria sea la de que el empleo del documento falso dé
lugar a otro delito. Es cierto que, en la práctica, muchos casos serán de esta índole, pero
ello no puede constituir una condición necesaria. Por lo tanto, parece claro que
cualquier lesión o puesta en concreto peligro de cualquier bien jurídico, resulte o no
delictiva, resulta subsumible aquí en el concepto del “perjuicio” que ha de ser querido
por el autor de la falsedad.

Así, resultarán típicas no sólo las conductas falsarias realizadas con la


intención de que el documento falso sea empleado (por el propio autor o por terceros)
en una estafa, sino también aquellas otras en las que la intención sea la de emplearlo en
causar un daño patrimonial no delictivo: por ejemplo, quien, no siendo administrador de
la sociedad (y no pudiendo, por ello, incurrir en responsabilidad penal a tenor del art.
290 CP), cambia datos en la información contable presentada a la junta general de

119
Como vimos (supra 2.2), este primer supuesto puede ser excluido del ámbito de lo típico ya desde el
punto de vista de la tipicidad objetiva, por falta de lesividad. Diferencia que, en términos prácticos,
solamente tendría relevancia en el caso de que el sujeto actuante tuviese, pese a todo, ánimo de
perjudicar: así, si quien lleva a cabo una simulación de la carta de su anterior amante, sin ánimo alguno de
emplearla en la interacción social, considera, pese a todo, que con la mera existencia de dicha carta, que
revela toda la “maldad” del amante, se está haciendo daño (“moralmente”, “emocionalmente”,
“espiritualmente”,…) a tal persona, nos hallaremos ante una tentativa irreal, penalmente atípica, a pesar
de que podría defenderse que existe ánimo de perjudicar (al menos, en algunos supuestos, los menos
estrambóticos, pero no así cuando el sujeto obre exclusivamente sobre la base de creencias
completamente supersticiosas).
120
ECHANO BASALDUA, en BAJO FERNÁNDEZ (dtor.), PE, II, 1998, p. 810; DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO,
en LUZÓN PEÑA (dtor.), EPenB, 2002, p. 742.

65
accionistas, con el fin de producir convulsiones en el gobierno de la sociedad (y
perjuicios patrimoniales –no delictivos- a los administradores).

En segundo lugar, no sólo las lesiones de bienes jurídicos, sino incluso cualquier
violación de derechos subjetivos o incumplimiento de obligaciones (en ambos casos:
derechos y obligaciones de naturaleza jurídica) puede ser entendida como “perjuicio”, a
los efectos de la tipicidad de las falsedades documentales.

La alteración de un contrato con el fin de cambiar (y retrasar) los plazos para


el pago de las prestaciones acordadas resultará, así, penalmente típica.

Por fin, en tercer lugar, caben, sin embargo, dudas acerca de si otro tipo de
perjuicios que no procedan de la alteración de las relaciones y posiciones jurídicas a
causa del empleo del documento falso pueden ser considerados objetos aptos de la
intención relevante para la tipicidad de las falsedades. En concreto, no resulta claro si
los perjuicios meramente morales o meramente instrumentales para alguna persona o
personas, cuando carecen de cualquier reconocimiento jurídico, pueden ser incluidos.

Así, por ejemplo, la simulación de una carta cuya publicación ocasione


vergüenza al pretendido autor de la misma (aunque no ataque a su honor ni revele
información íntima), o le haga más difícil lograr una relación de pareja que pretendía.

Como he señalado, dado el carácter extremadamente genérico del tenor literal


del tipo, no existen, desde luego, razones lingüísticas que impidan esta interpretación
extensiva. Por lo demás, si, como vimos, el objeto que debe considerarse protegido en el
delito de falsedad en documento privado es el patrón social de apego a la realidad en la
inscripción documental de actos de emisión de signos y si, además, dicho bien jurídico
posee un valor autónomo, entonces las razones valorativas nos conducen también a
aceptar que cualquier clase de perjuicio real para las personas o grupos de personas, no
sólo los jurídicamente relevantes, pueda constituir el objeto de la intención de perjudicar
necesaria para la tipicidad de las falsedades 121 .
Si esto es así, entonces solamente dos grupos de (pretendidos) “perjuicios”
quedarán fuera del ámbito del “ánimo de perjudicar a otros” propio del delito de
falsedad en documento privado. Primero, aquellos pretendidos perjuicios que no puedan
ser considerados reales, sino meramente supersticiosos. Y, segundo, aquellos
pretendidos perjuicios que no vayan dirigidos contra personas, grupos de personas

121
De otra opinión, QUERALT JIMÉNEZ, PE, 2008, p. 657.

66
(identificables) o entidades (personas jurídicas o entidades asimiladas), sino contra entes
abstractos, ideas, clases de entidades,… en suma, contra idealidades.

Así, no habrá ánimo de perjudicar a otros aunque la mera existencia de la carta


simulada pueda, en opinión de alguien, alterar el “equilibrio espiritual” de su pretendido
autor.
Y tampoco lo habrá cuando el perjuicio pretendido afecte a unas creencias, a
valores morales, a grupos sociales completos: así, la simulación de un documento con
fines racistas (el conocido caso del Protocolo de los Sabios de Sión, por ejemplo), en
tanto no se haga con el fin de emplearlo efectivamente en actos de los vistos (fomento
de la discriminación y del racismo, delitos contra minorías étnicas, etc.), no constituirá
todavía delito de falsedad en documento privado, por falta de ánimo de perjudicar.

11) Cuestiones concursales

11.1) Unidad y concurso homogéneo de delitos

La primera cuestión concursal que ha de ser resuelta es la de la delimitación de


la unidad de delito. En este sentido, y aunque varias soluciones interpretativas resultan
conceptualmente posibles, me parece que, tanto en virtud del tenor literal del tipo
(puesto que el art. 390 CP habla de alterar o simular un documento) como por razones
valorativas (tomando en consideración cuándo se produce una auténtica lesión del bien
jurídico protegido), hay que entender que el criterio de delimitación ha de ser el de la
unidad documental: en principio, hay que considerar que existen tantos delitos de
falsedad documental cuantos documentos falsos nazcan a causa de la conducta
falsaria 122 .
Naturalmente, no existe tampoco un concepto legal de unidad documental. Por
ello, la interpretación de qué significa tal unidad deberá realizarse desde una perspectiva
funcional: existe un único documento cuando, existiendo una (relativa) contigüidad
espacio-temporal entre varias inscripciones documentales, las mismas están unificadas
por sus conexiones de significado y de función (en la interacción social). Es decir: hay
un documento cuando, como mínimo, tenemos algo que puede ser identificado –en el
sentido lingüístico- como un texto; y cuando, además, ese texto o conjunto de textos
están unificados por una misma función en una misma interacción social (espacio-
temporalmente delimitada).
Así, cuando en determinadas inscripciones documentales aún no existan la
cohesión y la coherencia que se exigen para hablar de textos, nos hallaremos tan sólo

122
ECHANO BASALDUA, en BAJO FERNÁNDEZ (dtor.), PE, II, 1998, p. 798.

67
ante componentes (semióticos) de un documento, pero no ante documentos completos.
Por lo que cada una de las alteraciones o simulaciones que afecte a alguno de sus
componentes no deberá ser tratada como un delito diferente de falsedad documental,
sino como parte de uno solo que englobe el total de la conducta falsaria.

Cuando un sujeto altera varias inscripciones de un documento, no existe una


falsedad por cada inscripción, sino un solo delito que engloba el conjunto de la doncuta
falsaria referida a aquél.

Por el contrario, cuando dicha conducta falsaria afecte a varias unidades


documentales, existirá, en principio, concurso de delitos. Concurso que puede ser ideal
o real, según cómo tenga lugar la conducta.

Existirá concurso ideal de delitos cuando haya unidad de acción típica falsaria:
si, por ejemplo, mediante un programa informático de combinación de correspondencia
se simulan masivamente cartas. En otros casos, cuando cada conducta típica falsaria sea
diferente, se tratará de un concurso real de delitos.

Sin embargo, y puesto que el art. 74.3 CP no excluye a los delitos de falsedades
del ámbito de aplicación de la figura del delito continuado, cuando la pluralidad de
acciones falsarias, afectando a su vez a una pluralidad de documentos, cumplan, pese a
ello, los requisitos exigidos en el art. 74.1 CP, podrá estimarse la existencia de un delito
continuado de falsedad documental, excluyéndose con ello la aplicación de las reglas
del concurso de delitos 123 .

Así, cuando un sujeto, dentro del mismo plan de fraude (para perjudicar a la
misma víctima potencial), falsifica diversos documentos privados, se podrá entender
que existe un delito continuado de falsedad documental, aun cuando las características
de los documentos falsificados sean bastante distintas entre sí.

No obstante, la aplicación del delito continuado no será posible allí donde tenga
lugar un cambio en la naturaleza del documento objeto de la conducta falsaria, dejando
de ser privado: así, tanto si ocurre que un documento inicialmente privado cambia de
naturaleza (por ejemplo: por su incorporación a un expediente administrativo), como si
lo que sucede es que la conducta falsaria afecta simultáneamente a documentos privados
y a otros públicos, oficiales o mercantiles, habrá que recurrir necesariamente al
concurso –ideal o real- de delitos (entre delitos del art. 392 CP y delitos del art. 395
CP), aun si existe la unidad de plan exigida por el art. 74.1 CP. Y ello, debido a la

123
ECHANO BASALDUA, en BAJO FERNÁNDEZ (dtor.), PE, II, 1998, p. 799. De otra opinión, QUERALT
JIMÉNEZ, PE, 2008, p. 641.

68
particularidad del objeto jurídico a proteger en los delitos de falsedad en documento
público, oficial o mercantil.

11.2) Las falsedades documentales y otros delitos con componentes falsarios

En segundo lugar, se plantea el problema de si existe algún caso en el que las


falsedades documentales deberían entrar en un concurso de normas con otros delitos
(distintos de los del Capítulo Segundo del Título XVIII del Libro II del CP). Y la
cuestión se plantea ante todo por el hecho de que, tal y como más arriba fue puesto de
manifiesto, hay otros muchos delitos en el CP que contienen, entre sus modalidades
típicas, algunas que podrían consistir también en la comisión de una falsedad
documental 124 . En mi opinión, sin embargo, tal posibilidad no puede excluir
generalmente la aplicación del concurso de delitos, puesto que el hecho seguirá
teniendo, a pesar del elemento común de conducta de falsedad documental (que, muchas
veces, en el otro delito es solamente un componente –no necesariamente el más
importante- de la misma), un carácter pluriofensivo, que justifica la pluralidad de penas.
De hecho, prácticamente todas las conductas relacionadas con la falsedad que están
tipificadas en otras partes del CP (incluyendo el delito de estafa) no están orientadas
tanto a la protección de la autenticidad del documento cuanto a la de su verdad125 . Con lo
cual, es perfectamente posible que una determinada conducta ataque a uno, a otro, o a
ambos aspectos. En este último caso, a mi entender, deberá optarse por el concurso de
delitos 126 .

124
Cfr. supra 2.4.2.
125
Ignora esta diferencia (en mi opinión, muy relevante), GARCÍA CANTIZANO, Falsedades, 1997, pp.
156, 161; MUÑOZ CONDE, PE, 2007, pp. 735-736; QUERALT JIMÉNEZ, PE, 2008, p. 658.
126
Admiten esta solución, para el caso de la estafa, GARCÍA CANTIZANO, Falsedades, 1997, pp. 163-
169; ECHANO BASALDUA, en BAJO FERNÁNDEZ (dtor.), PE, II, 1998, p. 799, 810; ORTS BERENGUER, en
VIVES ANTÓN et alt., PE, 2004, pp. 859, 866; QUINTERO OLIVARES, en el mismo (dtor.), PE, 2007, pp.
1536-1537.

69

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