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2018
centrodeestudiantes.sociales@gmail.com CÁTEDRA A
Contenidos mínimos: La especificidad del conocimiento en las Ciencias Sociales. Los núcleos
problemáticos en la Epistemología de las Ciencias Sociales. Principales corrientes epistemológicas y
tradiciones metodológicas en la Sociología y en la Ciencia Política.
FUNDAMENTACIÓN DE LA PROPUESTA
La enseñanza de la ciencia en todos los espacios formativos está fuertemente asentada social
y académicamente. Pero, ¿qué concepción de ciencia es la que se propicia? ¿Sirve esta
enseñanza al propósito de desnaturalizar el sentido común y proponer interrogantes, o instala
nuevas mistificaciones y justifica un cierto orden de poder? Se trata de una definición crucial
cuya respuesta debe surgir de la sistematización de lecturas que propone este recorrido
educativo: el programa no sólo desarrolla temas atinentes a la ciencia como producto, como
práctica y como institución, sino que también incluye contenidos que servirá para su
interpelación y deconstrucción.
Finalmente, entendiendo que es deseable que entre los sujetos y el conocimiento se trabe
también una afición o, más precisamente, una relación de amistad y afecto (philia), la pregunta
que se plantea es ¿cómo puede incentivarse la afección por la interrogación de la realidad
social existente? Este es el punto de inicio de toda actividad de conocimiento, si bien su
consecución no depende exclusivamente de este momento formativo, se espera que este
2
Este programa, entonces, aspira a construir un camino tentativo que conjugue: a) una
familiarización con el tipo de problemas que plantea la materia; b) la comprensión de
contenidos específicos; c) la problematización y el cuestionamiento de los planteamientos
precedentes; d) la contextualización de interrogantes y respuestas, teorías, criterios y modelos;
perspectivas y puntos de vista y d) la apertura al re-conocimiento y la duda, deconstruyendo lo
que se sabe; esto es: fomentar la inquietud de la pregunta y el deseo de saber.
Correlatividades:
Introducción al Conoc. en las Cs. Sociales → Metodología de la Investigación Social I → Metodología de la Investigación Social II
↓ ↓
Criterios académicos
Dado que se trata de una materia del primer cuatrimestre del ciclo inicial común, y que no
existe en el plan de estudios ninguna otra materia sobre epistemología, la asignatura estará
orientada a familiarizar al y a la estudiante con el conocimiento científico, en primer lugar, y con
el conocimiento en ciencias sociales en segundo lugar. Para ello se propone un programa de
estudios que comience por un zócalo de construcción básica, ofreciendo herramientas básicas
generales sobre ciencia, avance hacia paradigmas alternativos y esboce la particularidad
epistemológica de las ciencias sociales. Los trabajos prácticos se proponen promover la
reflexión y estimular la desnaturalización de lo evidente.
OBJETIVOS
CONTENIDOS
Unidad I. Conocer
La lectura de señales como actividad de conocimiento primigenia. Sentido común y saberes
consuetudinarios. Tipos de saberes. Ciencia, arte y religión. Características del conocimiento.
La ciencia moderna. Historia de la ciencia. Obstáculos epistemológicos.
Chalmers, Alan (2010) ¿Qué es esa cosa llamada ciencia? Madrid: Siglo XXI. Cap. 1: La
ciencia como conocimiento de hechos derivados de la experiencia. Cap 4: La inferencia
de teorías a partir de los hechos: la inducción.
Laso, Eduardo. El racionalismo y la deducción. En Díaz, Esther (ed.) (1996) La ciencia y el
imaginario social. Buenos Aires: Biblos.
Texto para trabajos prácticos:
Bergman, Marcelo y Kessler, Gabriel (2008) Vulnerabilidad al delito y sentimiento de
inseguridad en Buenos Aires: determinantes y consecuencias. Desarrollo Económico,
48, No. 190/191 (Jul. - Dec.), pp. 209-234.
Gaeta, Rodolfo; Gentile, Nélida y Lucero, Susana (2007). Aspectos críticos de las ciencias
sociales. Buenos Aires: Eudeba. Cap. 2: Los problemas de la filosofía de las ciencias
sociales.
De Luque, Susana (2000). El objeto de estudio de las ciencias sociales. En Díaz, Esther (ed.)
La posciencia. Buenos Aires: Biblos.
Lahire, Bernard (2006). El espíritu sociológico. Buenos Aires: Manantial. Caps. 1 y 2.
Texto para trabajos prácticos:
Vitullo, Gabriel (2013). Las ciencias sociales en Argentina. En Hélgio Trinidade (ccord.).
Ciencias sociales en América Latina. Buenos Aires: Eudeba.
Epílogo
Preguntas para cerrar un programa por donde se empezó. A los estudiantes de sociología y
ciencia política: sobre la importancia de la pregunta. Sobre los azares de las respuestas.
5
CRONOGRAMA TENTATIVO
CONDICIONES DE CURSADO
Trabajos prácticos:
Semanalmente se proponen clases teórico-prácticas, trabajos prácticos no obligatorios y fichas
de lectura que apuntan a distintos aspectos desarrollados en el programa. Se solicita la
entrega de un práctico evaluable obligatorio, sobre dos elegibles, que tendrá una instancia
recuperatoria. La entrega de prácticos debe hacerse en la fecha prevista. La aceptación de
entregas fuera de fecha será evaluada por la cátedra en cada caso.
Importante: los textos utilizados para las actividades prácticas no son objeto de evaluación en
instancias parciales ni finales pero sí para estudiantes libres.
6
- Aprobar 1 (uno) examen parcial sobre 2 (dos) administrados, con nota de 4 (cuatro)
puntos como mínimo. El segundo parcial tiene carácter de recuperatorio; podrán
acceder al mismo, quienes no aprobaran o hubieran estado ausentes en el parcial. En
el recuperatorio se evaluarán los temas correspondientes al examen reprobado o en el
que hubieren estado ausentes.
- Aprobar 1 (uno) de 2 (dos) trabajos prácticos programados y evaluables con nota de 4
(cuatro) puntos como mínimo.
- Aprobar 1 (un) examen parcial con nota de 7 (siete) puntos como mínimo, SIN PASAR
POR LA INSTANCIA RECUPERATORIA. Las/os estudiantes que aprueben el parcial
con nota 6 (seis), podrán acceder a otra instancia de evaluación para aspirar a la
condición de promoción, sin perder la regularidad obtenida previamente, siendo la nota
definitiva la de mayor valor
- Aprobar 1 (uno) de 2 (dos) trabajos prácticos programados y evaluables con un mínimo
de 7 (siete) puntos. La aprobación de la asignatura se alcanza con un mínimo de 7
(siete) puntos
- La aprobación de la asignatura se alcanza con un mínimo de 7 (siete) puntos a través
de una instancia integradora que consistirá en una exposición oral (coloquio) que
tendrá como eje articulador alguno de los temas de la unidad 5.
- El coloquio deberá producirse al cierre del cursado o en la mesa consecutiva de
examen posterior a la finalización de la asignatura. Si la/el estudiante desistiera de la
instancia integradora o no alcanzara el puntaje mínimo de 7 (siete) puntos en ella,
automáticamente pasa a la condición de regular.
- Aprobar 1 (uno) parcial con un mínimo de 8 (ocho) puntos, SIN PASAR POR LA
INSTANCIA RECUPERATORIA.
- Aprobar 1 (uno) de 2 (dos) trabajos prácticos programados y evaluables de con un
mínimo de 8 (ocho) puntos.
ESTUDIANTES LIBRES
Para aprobar la asignatura, la/el estudiante en condición de libre deberá rendir un examen
sobre la totalidad de los contenidos incluidos en el último programa dictado por la cátedra, en
dos instancias: escrita y oral, siendo la primera de carácter eliminatorio. Las/os estudiantes que
alcanzaran en la instancia escrita un mínimo de 4 (cuatro) puntos, podrán rendir la instancia
oral. Si alcanzara un mínimo de 4 (cuatro) puntos en esta última instancia, se considerará
aprobado. La nota final, que se consignará en Acta, resultará del promedio de las
calificaciones obtenidas en las instancias escrita y oral.
7
BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA
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Becker. Howard (2016). Mozart, el asesinato y los límites del sentido común. Buenos Aires: Siglo XXI.
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Bourdieu, Pierre; Chamboredon, Jean-Claude & Passeron, Jean-Claude (2008). El oficio del sociólogo.
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Wallerstein, Immanuel (coord.) (1996/1999). Abrir las ciencias sociales. Informe de la Comisión
Gulbenkian para la reestructuración de las ciencias sociales. México: Siglo XXI y UNAM.
UNIDAD I
INDICIOS
RAÍCES DE UN PARADIGMA DE INFERENCIAS INDICIALES
Carlo Ginzburg
(De: Ginzburg, C. – Mitos, emblemas, indicios. Morfología e historia. Gedisa,
Barcelona, 2008, pp. 185 – 239).
Dios está en los detalles.
A. Warburg
Un objeto que habla de la pérdida, de
la destrucción, de la desaparición de
objetos. No habla de sí. Habla de
otros. ¿Los abarcará también?
J. Johns
En estas páginas trataré de hacer ver cómo, hacia fines del siglo XIX, surgió si-
lenciosamente en el ámbito de las ciencias humanas un modelo epistemológico
(si así se prefiere, un paradigma)1, al que no se le ha prestado aún la suficiente
atención. Un análisis de tal paradigma, ampliamente empleado en la práctica
aunque no se haya teorizado explícitamente sobre él, tal vez pueda ayudarnos
a sortear el tembladeral de la contraposición entre “racionalismo” e
“irracionalismo”.
I
1. Entre 1874 y 1876 aparecieron en la Zeitschrift für bildende Kunst una serie
de artículos sobre pintura italiana. Los firmaba un desconocido estudioso ruso,
Iván Lermolieff; el traductor al alemán era un no menos desconocido Johannes
Schwarze. Estos artículos proponían un nuevo método para la atribución de
cuadros antiguos, que desató reacciones adversas, y vivaces discusiones, entre
los historiadores del arte. Sólo algunos años después el autor prescindiría de la
doble máscara tras la cual había estado ocultándose: se trataba del italiano
Giovanni Morelli, nombre del que Johannes Schwarze era un calco, y Lermolieff
el anagrama, o poco menos. Aún hoy los historiadores del arte hablan
corrientemente de “método morelliano”2.
Veamos sucintamente en qué consistía tal método. Los museos, sostenía
Morelli, están colmados de cuadros atribuidos inexactamente. Pero devolver
cada cuadro a su autor verdadero es dificultoso: muy a menudo hay que
vérselas con obras no firmadas,repintadas a veces,o en mal estado de
conservación. En tal situación, se hace indispensable poder distinguir los
originales de las copias. Pero para ello, según sostenía Morelli, no hay que
basarse, como se hace habitualmente, en las características más evidentes, y
1
por eso mismo más fácilmente imitables, de los cuadros: los ojos alzados al
cielo de los personajes del Perugino, la sonrisa de los de Leonardo, y así por el
estilo. Por el contrario, se debe examinar los detalles menos trascendentes y
menos influidos por las características de la escuela pictórica a la que el pintor
pertenecía: los lóbulos de las orejas, las uñas, la forma de los dedos de manos
y pies. De ese modo Morelli descubrió, y catalogó escrupulosamente, la forma
de oreja característica de Botticelli, de Cosmé Tura y demás: rasgos que se
hallaban presentes en los originales pero no en las copias. Valiéndose de este
método propuso decenas y decenas de nuevas atribuciones en algunos de los
principales museos de Europa. Con frecuencia se trataba de atribuciones
sensacionales: en una Venus acostada, conservada en la pinacoteca de
Dresde, que pasaba por ser una copia del Sassoferrato de una pintura perdida
del Ticiano, Morelli identificó a una de las poquísimas obras seguramente
autógrafas de Giorgione.
Pese a estos resultados, el método de Morelli fue muy criticado, aunque
tal vez influyera en ello la casi arrogante seguridad con que lo proponía. Al fin,
tildado de mecanicista y de burdo positivista, cayó en descrédito3. (Por otra
parte, puede que muchos de los estudiosos que acostumbraban referirse en
forma displicente a su método siguieran haciendo uso de él en forma tácita
para sus atribuciones). La renovación del interés por los trabajos de Morelli se
la debemos a Wind, quien vio en ellos un ejemplo típico de la moderna actitud
hacia la obra de arte – una actitud que lleva a gustar de los detalles, antes que
del conjunto de la obra –. Según Wind, en Morelli se encuentra algo así como
una exasperación del culto por la inmediatez del genio, que el estudioso
italiano habría asimilado en su juventud, en contacto con los círculos
románticos berlineses4. Es una interpretación poco convincente, puesto que
Morelli no se planteaba problemas de orden estético (cosa que le sería
reprochada), sino problemas previos, de orden filológico5. En realidad, las
implicaciones del método que proponía Morelli eran distintas, y mucho más
ricas. Ya veremos cómo el propio Wind estuvo a un paso de intuirlas.
2. “Los libros de Morelli – escribe Wind – presentan un aspecto bastante insólito
comparados con los de los demás historiadores del arte. Están moteados de
ilustraciones de dedos y orejas, cuidadosos registros de las típicas
minuciosidades que acusan la presencia de un artista determinado, de la
misma forma en que un criminal es acusado por sus huellas digitales…
Cualquier museo de arte, estudiado por Morelli, adquiere de inmediato el
aspecto de un museo criminal…”6. La comparación de marras ha sido
brillantemente desarrollada por Castelnuovo, quien alinea el método de los
rastros de Morelli al lado del que, casi por los mismos años, era atribuido a
Sherlock Holmes por su creador, Arthur Conan Doyle7. El conocedor de
materias artísticas es comparable con el detective que descubre al autor del
delito (el cuadro), por medio de indicios que a la mayoría le resultan
imperceptibles. Como se sabe, son innumerables los ejemplos de la sagacidad
2
puesta de manifiesto por Holmes al interpretar huellas en el barro, cenizas de
cigarrillo y otros indicios parecidos. Para terminar de persuadirnos de la exacti-
tud del paralelo trazado por Castelnuovo, veamos un cuento como La aventura
de la caja de cartón (1892), en el que Sherlock Holmes se nos aparece, lisa y
llanamente, como “morellófilo”. Justamente, el caso comienza con dos orejas
mutiladas, que una inocente señorita recibe por correo. Y aquí vemos cómo el
conocedor (Holmes) pone manos a la obra.
… Se interrumpió, y yo [Watson] quedé sorprendido, al mirarlo, de que
observara fijamente, y con singular atención, el perfil de la señorita. Por un
momento fue posible leer en su rostro expresivo sorpresa y satisfacción a la
vez; aunque, cuando ella se volvió para descubrir el motivo de su repentino
silencio, Holmes ya estaba tan impasible como siempre8.
3. Muy pronto veremos las implicaciones de este paralelo10. Por ahora conviene
tener en cuenta otra preciosa intuición de Wind:
A algunos de los críticos de Morelli les parecía extraña la afirmación de que “a la
personalidad hay que buscarla allí donde el esfuerzo personal es menos
intenso”. Pero en este punto la psicología moderna se pondría sin duda de parte
de Morelli: nuestros pequeños gestos inconscientes revelan nuestro carácter en
mayor grado que cualquier otra actitud formal, de las que solemos preparar
cuidadosamente11.
3
Mucho antes de que pudiera yo haber oído hablar de psicoanálisis vine a ente-
rarme de que un experto en arte, el ruso Iván Lermolieff, cuyos primeros
ensayos se publicaron el alemán entre 1874 y 1876, había provocado una
revolución en las pinacotecas de Europa, volviendo aponer en discusión la
atribución de muchos cuadros a los diferentes pintores, enseñando a distinguir
con seguridad entre imitaciones y originales, y edificando nuevas
individualidades artísticas a partir de las obras que habían sido libradas de
anteriores atribuciones. Habían alcanzado ese resultado prescindiendo de la
impresión general y de los rasgos fundamentales de la obra, subrayando en
cambio la característica importancia de los detalles secundarios, de las
peculiaridades insignificantes, como la conformación de las uñas, de los lóbulos
auriculares, de la aureola de los santos y otros elementos que por lo común
pasan inadvertidos, y que el copista no se cuida de imitar, en tanto que cada
artista los realiza de una manera que le es propia. Más tarde, fue muy
interesante para mí enterarme de que tras el seudónimo ruso se escondía un
médico italiano apellidado Morelli. Nombrado senador del reino de Italia, Morelli
murió en 1891. Yo creo que su método se halla estrechamente emparentado
con la técnica del psicoanálisis médico. También ésta es capaz de penetrar
cosas secretas y ocultas a base de elementos poco apreciados o inadvertidos,
de detritos o “desperdicios” de nuestra observación (auch diese ist gewöhnt,
aus gehring geshätzten oder nich beachteten Zügen, aus dem Abhub – dem
“refuse” – der Beobachtung, Geheimes und Verborgenes zu erraten)13.
4
sobre el sueño de J. Popper, “Lynkeus”, recordada en las reediciones de la
Traumdeutung)16, con una coincidencia señalada a posteriori, una vez
producido el descubrimiento.
4. Antes de tratar de entender qué pudo haber tomado Freud de la lectura de
los escritos de Morelli, conviene fijar con precisión el momento en que tuvo
lugar tal lectura. Mejor dicho, los momentos, puesto que Freud habla de dos
diferentes encuentros: “Mucho antes de que pudiera yo haber oído hablar de
psicoanálisis vine a enterarme de que un experto en arte, el ruso Iván
Lermolieff…”; “más tarde, fue muy interesante para mí enterarme de que tras
el seudónimo ruso se escondía un médico italiano apellidado Morelli…”.
La primera afirmación sólo es datable conjeturalmente. Como terminus
ante quem podemos establecer el año 1895 (fecha de publicación de los
Estudios sobre la histeria, de Freud y Breuer), o el de 1896 (en que Freud
utilizó por primera vez el término “psicoanálisis”)17. Como terminus post quem,
el año 1883. En efecto, en diciembre de ese año Freud relató, en una larga
carta a su novia, el “descubrimiento de la pintura” que realizó durante una
visita a la pinacoteca de Dresde. Antes, la pintura no había llegado a
interesarle; ahora, escribía, “me despojé de mi barbarie y he empezado a
admirar”18. Es difícil suponer que antes de esta última fecha Freud se sintiera
atraído por los escritos de un desconocido historiador del arte; en cambio,
resulta perfectamente plausible que emprendiera su lectura poco después de
la carta a su novia sobre la pinacoteca de Dresde, en vista de que los primeros
ensayos de Morelli recogidos en volumen (Leipzig, 1880) estaban referidos a la
obras de maestros italianos existentes en las pinacotecas de Munich, Dresde y
Berlín19.
El segundo encuentro de Freud con los escritos de Morelli es datable con
aproximación tal vez mayor. El verdadero nombre de Iván Lermolieff se hizo
público por primera vez en la portada de la traducción inglesa, aparecida en
1883, de los ensayos que recordamos; en las reediciones y traducciones
posteriores a 1891 (año de la muerte de Morelli) figuran siempre tanto el
nombre como el seudónimo20. No se excluye la posibilidad de que alguno de
esos volúmenes fuera a dar tarde o temprano a manos de Freud, aunque
probablemente su conocimiento de la identidad de Iván Lermolieff tuvo tal vez
lugar por pura casualidad, en septiembre de 1898, mientras curioseaba en una
librería de Milán. En la biblioteca de Freud que se conserva en Londres figura,
en efecto, un ejemplar del libro de Giovanni Morelli (Iván Lermolieff), Della
pittura italiana. Studio storico critici – Le gallerie Borghese e Doria Pamphili in
Roma, Milán, 1897. En la falsa portada del libro está manuscrita la fecha de
compra: Milán, 14 de septiembre21. La única estada de Freud en Milán tuvo
lugar en el otoño de 189822. En ese momento, por otra parte, el libro de Morelli
revestía para Freud un motivo adicional de interés. Desde hacía algunos
meses, Freud se venía ocupando de los lapsus: poco antes, en Dalmacia, había
tenido lugar el episodio, analizado más tarde en Psicopatología de la vida
5
cotidiana, de su fallido intento por recordar el nombre del autor de los frescos
de la catedral de Orvieto, en Umbría. Ahora bien, tanto el autor real de los
frescos (Signorelli), como los que erróneamente había creído recordar Freud en
un primer momento (Botticelli, Boltraffio), eran mencionados en el libro de
Morelli23.
Pero, ¿qué podía representar para Freud – el Freud de la juventud, muy
lejos aún del psicoanálisis – la lectura de los ensayos de Morelli? Es el propio
Freud quien lo señala: la postulación de un método interpretativo basado en lo
secundario, en los datos marginales considerados reveladores. Así, los detalles
que habitualmente se consideran poco importantes, o sencillamente triviales,
“bajos”, proporcionaban la clave para tener acceso a las más elevadas
realizaciones del espíritu humano: “Mis adversarios”, escribía irónicamente
Morelli, con una ironía muy a propósito para el gusto de Freud, “se complacen
en caracterizarme como un individuo que no sabe ver el significado espiritual
de una obra de arte, y que por eso les da una importancia especial a medios
exteriores, como las formas de la mano, de la oreja y, hasta, horribile dictu, de
tan antipático objeto como son las uñas”24. También Morelli podría haber hecho
suya la máxima virgiliana cara a Freud, escogida como epígrafe a la
interpretación de los sueños: “Flectere si nequeo Superos, Acheronta
movebo”25. Por añadidura, para Morelli esos datos marginales eran
reveladores, porque constituían los momentos en los que el control del artista,
vinculado con la tradición cultural, se relajaba, y cedía su lugar a impulsos
puramente individuales “que se le escapan sin que él se dé cuenta”26. Más
todavía que la alusión, no excepcional por esa época, a una actividad
inconsciente27, nos impresiona la identificación del núcleo íntimo de la indivi-
dualidad artística con los elementos que escapan al control de la conciencia.
5. Hemos visto delinearse, pues, una analogía entre el método de Morelli, el de
Holmes y el de Freud. Ya nos hemos referido al vínculo Morelli-Holmes, lo
mismo que al que llegó a entablarse entre Morelli-Freud. Por su parte, S.
Marcus ha hablado de la singular convergencia entre los procedimientos de
Holmes y los de Freud28. El propio Freud, por lo demás, manifestó a un paciente
(el “hombre de los lobos”) su interés por las aventuras de Sherlock Holmes.
Pero a un colega (T. Reik) que establecía un paralelo entre el método
psicoanalítico y el de Holmes, le habló en forma más bien admirativa, en la
primavera de l913, de las técnicas atributivas de Morelli. En los tres casos, se
trata de vestigios, tal vez infinitesimales, que permiten captar una realidad
más profunda, de otro modo inaferrable. Vestigios, es decir, con más precisión,
síntomas (en el caso de Freud), indicios (en el caso de Sherlock Holmes),
rasgos pictóricos (en el caso de Morelli)29.
¿Cómo se explica esta triple analogía? A primera vista, la respuesta es
muy sencilla: Freud era médico, Morelli tenía un diploma en medicina, Conan
Doyle había ejercido la profesión antes de dedicarse a la literatura. En los tres
casos se presiente la aplicación del modelo de la sintomatología, o semiótica
6
médica, la disciplina que permite diagnosticar las enfermedades inaccesibles a
la observación directa por medio de síntomas superficiales, a veces
irrelevantes a ojos del profano (un doctor Watson, pongamos por caso). A
propósito, puede observarse que la dupla Holmes-Watson, el detective
agudísimo y el médico obtuso, representa el desdoblamiento de una figura
real: uno de los profesores del joven Conan Doyle, conocido por su
extraordinaria capacidad de diagnosticación30. Pero no es cuestión de simples
coincidencias biográficas; hacia fines del siglo XIX, y con más precisión en la
década 1870-80, comenzó a afirmarse en las ciencias humanas un paradigma
de indicios que tenía como base, precisamente, la sintomatología, aunque sus
raíces fueran mucho más antiguas.
II
1. Durante milenios, el hombre fue cazador. La acumulación de innumerables
actos de persecución de la presa le permitió aprender a reconstruir las formas
y los movimientos de piezas de caza no visibles, por medio de huellas en el
barro, ramas quebradas, estiércol, mechones de pelo, plumas, concentraciones
de olores. Aprendió a olfatear, registrar, interpretar y clasificar rastros tan
infinitesimales como, por ejemplo, los hilillos de baba. Aprendió a efectuar
complejas operaciones mentales con rapidez fulmínea, en la espesura de un
bosque o en un claro lleno de peligros.
Generaciones y generaciones de cazadores fueron enriqueciendo y
transmitiendo todo ese patrimonio cognoscitivo. A falta de documentación
verbal para agregar a las pinturas rupestres y a las manufacturas, podemos
recurrir a los cuentos de hadas, que a veces nos transmiten un eco, si bien
tardío y deformado, del conocimiento de aquellos remotos cazadores. Una
fábula oriental, difundida entre quirguices, tártaros, hebreos, turcos…31, cuenta
que tres hermanos se encuentran con un hombre que ha perdido un camello
(en ciertas variantes, se trata de un caballo). Sin vacilar, lo describen: es
blanco, tuerto, lleva dos odres en la grupa, uno lleno de vino y el otro de
aceite. ¿Quiere decir que lo han visto? No, no lo vieron. Se los acusa de robo y
son juzgados; pero los tres hermanos se imponen, pues demuestran al instante
que, por medio de indicios mínimos, han podido reconstruir el aspecto de un
animal que nunca han visto.
Es evidente que los tres hermanos son depositarios de un saber de tipo
cinegético, por más que no se los describa como cazadores. Lo que caracteriza
a este tipo de saber es su capacidad de remontarse desde datos
experimentales aparentemente secundarios a una realidad compleja, no
experimentada en forma directa. Podemos agregar que tales datos son
dispuestos siempre por el observador de manera de dar lugar a una secuencia
narrativa, cuya formulación más simple podría ser la de “alguien pasó por ahí”.
Tal vez la idea misma de narración (diferente de la de sortilegio,
7
encantamiento o invocación)32 haya nacido por primera vez en una sociedad de
cazadores, de la experiencia del desciframiento de rastros. El hecho de que las
figuras retóricas sobre las que aún hoy gira el lenguaje del descifrado,
cinegética – la parte por el todo, el efecto por la causa – puedan ser reducibles
al eje prosístico de la metonimia, con rigurosa exclusión de la metáfora33,
reforzaría esta hipótesis que es, obviamente, indemostrable. El cazador habría
sido el primero en “contar una historia”, porque era el único que se hallaba en
condiciones de leer, en los rastros mudos (cuando no imperceptibles) dejados
por la presa, una serie coherente de acontecimientos.
“Descifrar” o “leer” los rastros de los animales son metáforas. No
obstante, se siente la tentación de tomarlas al pie de la letra, como la
condensación verbal de un proceso histórico que llevó, en un lapso tal vez
prolongadísimo, a la invención de la escritura. Esa misma conexión ha sido
formulada, en forma de mito etiológico, por la tradición china, que atribuía la
invención de la escritura a un alto funcionario que había observado las huellas
impresas por un ave sobre la ribera arenosa de un río 34. Por otra parte, si se
abandona el mundo de los mitos y las hipótesis por el de la historia
documentada, no pueden dejar de impresionarnos las innegables analogías
existentes entre el paradigma cinegético que acabamos de delinear y el
paradigma implícito en los textos adivinatorios mesopotámicos, redactados a
partir del tercer milenio a.C.35. Ambos presuponen el minucioso examen de una
realidad tal vez ínfima, para descubrir los rastros de hechos no
experimentables directamente por el observador. En un caso, estiércol,
huellas, pelos, plumas; en el otro, vísceras de animales, gotas de aceite en el
agua, astros, movimientos involuntarios del cuerpo y cosas por el estilo.
Ciertamente, la segunda serie, a diferencia de la primera, era prácticamente
ilimitada, en el sentido de que todo, o casi todo, podía convertirse para los
adivinos mesopotámicos en objeto de adivinación. Pero la divergencia más
importante a nuestros ojos es otra: la adivinación se dirigía al futuro, y el
desciframiento cinegético al pasado (aunque fuera un pasado de un par de
instantes, nada más). Con todo, la actitud cognoscitiva era, en ambos casos,
muy similar; las operaciones intelectuales involucradas – análisis,
comparaciones, clasificaciones – eran formalmente idénticas. Pero sólo
formalmente, puesto que el contexto social era en todo sentido diferente. En
particular, se ha subrayado36 que la invención de la escritura moldeó
profundamente la adivinación mesopotámica, ya que, en efecto, a las
divinidades se les atribuía, junto con las demás prerrogativas de los soberanos,
el poder de comunicarse con los súbditos por medio de mensajes “escritos” en
los astros, en los cuerpos humanos o en cualquier otra parte. La función de los
adivinos era descifrar esos mensajes, idea que estaba destinada a desembocar
en la multimilenaria imagen del “libro de la naturaleza”. Y la identificación de
la disciplina mántica con el desciframiento de los caracteres divinos inscriptos
en la realidad se veía reforzada por las características pictográficas de la
8
escritura cuneiforme: también ella, como la adivinación, designaba cosas por
medio de cosas37.
Una huella representa a un animal que ha pasado por allí. En relación
con la materialidad de la huella, del rastro materialmente entendido, el
pictograma constituye ya un paso adelanto por el camino de la abstracción
intelectual, un paso de valor incalculable. Pero la capacidad de abstracción que
la adopción de la escritura pictográfica supone es, a su vez, muy poca cosa en
comparación con la capacidad de abstracción que requiere el paso a la
escritura fonética. De hecho, en la escritura cuneiforme siguieron coexistiendo
elementos pictográficos y fonéticos, así como, en la literatura adivinatoria
mesopotámica, la paulatina intensificación de los rasgos apriorísticos y
generalizantes no eliminó la tendencia fundamental a inferir las causas de los
efectos38. Esa actitud es la que explica, por un lado, la contaminación de la
lengua adivinatoria mesopotámica con términos técnicos tomados del léxico
jurídico y, por otra parte, la presencia de pasajes de fisionómica y de
sintomatología médica de los tratados adivinatorios39.
Tras un largo rodeo, volvemos pues a la sintomatología. La hallamos
integrando una verdadera constelación de disciplinas (término éste que es
evidentemente anacrónico) de aspecto singular. Podríamos incurrir en la
tentación de contraponer dos seudociencias, como la adivinación y la
fisionómica, a dos ciencias como el derecho y la medicina, y atribuir la
heterogeneidad de tal asimilación a nuestra distancia, espacial y temporal, de
las sociedades de las que venimos hablando. Pero sería una conclusión
superficial. Algo había que unía de verdad, en la antigua Mesopotamia, a estas
diferentes formas de conocimiento (siempre que no incluyamos en tal grupo a
la adivinación inspirada, que se fundaba en experiencias de tipo extático)40.
Había una actitud, orientada al análisis de casos individuales, reconstruibles
sólo por medio de rastros, síntomas, indicios. Los propios textos de
jurisprudencia mesopotámicos, en lugar de consistir en la recopilación de
diferentes leyes u ordenanzas, se basaban en la discusión de una casuística
muy concreta41. En resumen, es posible hablar de paradigma indicial o
adivinatorio, que según las distintas formas del saber se dirigía al pasado, al
presente o al futuro. Hacia el futuro, se contaba con la adivinación
propiamente dicha. Hacia el pasado, el presente y el futuro, todo a un tiempo,
se dispone de la sintomatología médica en su doble aspecto, diagnóstico y
pronóstico. Hacia el pasado, se contaba con la jurisprudencia. Pero detrás de
ese paradigma indicial o adivinatorio, se vislumbra el gesto tal vez más antiguo
de la historia intelectual del género humano: el del cazador que, tendido sobre
el barro, escudriña los rastros dejados por su presa.
2. Cuanto hasta aquí hemos dicho explica por qué era posible que un
diagnóstico de trauma craneano, formulado en base a un estrabismo bilateral,
hallara sitio en un tratado mesopotámico de adivinación42. Más genéricamente,
ello explica el surgir, históricamente hablando, de una constelación de
9
disciplinas basadas en el desciframiento de señales de distinto género, desde
los síntomas a la escritura. Si pasamos de la cultura mesopotámica a la griega,
tal constelación cambia profundamente, al constituirse nuevas disciplinas como
la historiografía y la filología, y a causa también de la obtención de una nueva
autonomía social y epistemológica por parte de disciplinas antiguas, como la
medicina. El cuerpo, el lenguaje y la historia de los hombres quedaron
sometidos por primera vez a una búsqueda desprejuiciada, que excluía por
principio la intervención divina. Es obvio que de tan decisiva mutación, que por
cierto es lo que caracterizó la cultura de la polis, aún hoy somos los herederos.
Menos obvio es el hecho de que en ese cambio tuvo papel preponderante un
paradigma definible como sintomático o indicial43. Ello se hace especialmente
evidente en el caso de la medicina hipocrática, que definió sus métodos
reflexionando sobre la noción decisiva de síntoma (semejon). Sólo observando
atentamente y registrando con extremada minuciosidad todos los síntomas –
afirmaban los hipocráticos – es posible elaborar "historias" precisas de las
enfermedades individuales: la enfermedad es, de por sí, inaferrable. Esa in-
sistencia en la naturaleza indicial de la medicina se inspiraba, con toda
probabilidad, en la contraposición, enunciada por el médico pitagórico
Alcmeón, entre la inmediatez del conocimiento divino y la conjeturalidad del
humano44. En esa negación de la transparencia de la realidad hallaba implícita
legitimación un paradigma indicial que, de hecho, regía en esferas de actividad
muy diferentes. Para los griegos, dentro del vasto territorio del saber conjetural
estaban incluidos, entre muchos otros, los médicos, los historiadores, los
políticos, los alfareros, los carpinteros, los marinos, los cazadores, los
pescadores, las mujeres... Los límites de ese territorio, significativamente
gobernado por una diosa como Metis, la primera esposa de Zeus, que
personificaba la adivinación mediante el agua, estaban delimitados por
términos tales como "conjetura", "conjeturar" (tekmor, tekmairesthai). Pero,
como se ha dicho, este paradigma permaneció implícito, avasallado por el
prestigioso (y socialmente más elevado) modelo de conocimiento elaborado
por Platón45.
3. El tono, defensivo a pesar de todo, de ciertos pasajes del "corpus"
hipocrático46 permite inferir que ya en el siglo V a.C. había empezado a
manifestarse el cuestionamiento, que ha durado hasta nuestros días, a la
inseguridad de la medicina. Semejante perpetuación se explica, por cierto,
mediante el hecho de que las relaciones entre médico y paciente – que se
caracterizan por la imposibilidad, para el segundo, de controlar el saber y el
poder que el primero conserva – no han cambiado mucho desde los tiempos de
Hipócrates. Sí cambiaron, por el contrario, en el curso de casi dos milenios y
medio, los términos de esa polémica, en consonancia con las profundas
transformaciones experimentadas por las nociones de "rigor" y de "ciencia".
Como es obvio, el hiato decisivo en este sentido está constituido por el
surgimiento de un paradigma científico, basado en la física galileana, si bien se
10
reveló más duradero que esta última. Por más que la física moderna, sin haber
renegado de Galileo, no pueda definirse hoy como "galileana", el significado
epistemológico y simbólico de Galileo para la ciencia en general ha
permanecido intacto47. Resulta claro, entonces, que el grupo de disciplinas que
hemos denominado indiciales (incluida la medicina) no encuentre en modo al-
guno un lugar en los criterios de cientificidad deducibles del paradigma
galileano. En efecto, se trata de disciplinas eminentemente cualitativas, que
tienen por objeto casos, situaciones y documentos individuales, en cuanto
individuales; y precisamente por eso alcanzan resultados que tienen un
margen insuprimible de aleatoriedad; bata pensar en el peso de las conjeturas
(el término mismo es de origen adivinatorio)48 en la medicina o en la filología,
además de en la mántica. Muy distinto carácter poseía la ciencia galileana, que
hubiera podido hacer suya la máxima escolástica individuum est ineffabile, de
lo individual no se puede hablar. El empleo de la matemática y del método
experimental, en efecto, implicaban respectivamente la cuantificación y la
reiterabilidad de los fenómenos, mientras el punto de vista individualizante
excluía por definición la segunda, y admitía la primera con función solamente
auxiliar. Todo ello explica por qué la historia nunca logró convertirse en una
ciencia galileana. Más aún, fue precisamente en el transcurso del siglo XVII
cuando la incorporación de los métodos del anticuariado al tronco de la
historiografía llevó a la luz, indirectamente, los lejanos orígenes indiciales de
esa última, que habían permanecido ocultos durante siglos. Este dato de base
ha permanecido inmutable, a pesar de los vínculos cada vez más estrechos
que unen a la historia con las ciencias sociales. La historia no ha dejado de ser
una ciencia social sui generis, irremediablemente vinculada con lo concreto. Si
bien el historiador no puede referirse, ni explícita ni implícitamente, a series de
fenómenos comparables, su estrategia cognoscitiva, así como sus códigos
expresivos, permanecen intrínsecamente individualizantes (aunque el
"individuo" sea, dado el caso, un grupo social o toda una sociedad). En ese sen-
tido, el historiador es como el médico, que utiliza los cuadros nosográficos para
analizar la enfermedad específica de un paciente en particular. Y el
conocimiento histórico, como el del médico, es indirecto, indicial y conjetural 49.
Pero la contraposición que sugerimos es demasiado esquemática. En el marco
de las disciplinas indiciales hay una – la filología y, más concretamente
hablando, la crítica textual – que, desde su aparición ha constituido un caso en
cierto modo atípico. En efecto, s objetivo ha llegado a establecerse por medio
de una drástica selección – destinada a reducirse aún más – de sus
correspondientes componentes. Este proceso interno de la disciplina filológica
se desplegó en relación con dos hiatos históricos decisivos: la invención de la
escritura y la de la imprenta. Como es bien sabido, la crítica textual nació
después del primero de esos hechos (es decir, en el momento en que se decide
transcribir los poemas homéricos), y se consolidó tras el segundo (cuando las
primeras y, con frecuencia, apresuradas ediciones de los clásicos fueron
reemplazadas por otras ediciones más atendibles)50. Se empezó a considerar
11
no pertinentes al texto todos los elementos vinculados con la oralidad y la
gestualidad; después, se siguió igual criterio con los elementos relacionados
con el aspecto material de la escritura. El resultado de esta doble operación
fue la paulatina desmaterialización del texto, progresivamente depurado de
toda referencia a lo sensible: si bien la existencia de algún tipo de relación
sensible es indispensable para que el texto sobreviva, el el texto en sí no se
identifica con su base e sustentación51. Hoy todo esto nos resulta obvio, pero
de ninguna manera lo es. Piénsese solamente en la decisiva función que
cumple la entonación en las literaturas orales, o bien la caligrafía en la poesía
china; ello nos permite percatarnos de que la noción de texto a que acabamos
de aludir se vincula con una toma de posición cultural de incalculables
consecuencias. Que la solución adoptada no fue determinada por la
consolidación de los procesos de reproducción mecánica, en vez de manual,
está demostrado por el muy significativo ejemplo de China, donde la invención
de la imprenta no llevó a abandonar la vinculación entre texto literario y
caligrafía. (Pronto veremos que el problema de los "textos" figurativos se
planteó históricamente en muy distintos términos).
Esta noción profundamente abstracta de teto explica por qué la crítica
textual, si bien seguía siendo ampliamente adivinatoria, poseía en sí misma
aquellas posibilidades de desarrollo en sentido rigurosamente científico que
madurarían en el transcurso del siglo XIX52. Mediante una decisión radical, esa
crítica consideraba únicamente los elementos reproducibles (manualmente en
un principio, y después, a consecuencia de Gutenberg, en forma mecánica) del
texto. De esa manera, y aún asumiendo como objeto de su estudio casos
individuales53, la crítica había llegado a evitar el principal escollo de las ciencias
humanas: lo cualitativo. No deja de ser sugestivo que Galileo, en el momento
mismo en que fundaba, por medio de una reducción igualmente drástica, la
moderna ciencia d ela naturaleza, se remitiera a la filología. El adicional
paralelo que en la Edad Media se trazaba entre el mundo y el libro estaba
basado en la evidencia, en la inmediata legibilidad de ambos; Galileo, en
cambio, subrayó que "la filosofía... escrita en este grandísimo libro que
continuamente se nos aparece abierto ante nuestros ojos (yo me refiero al
Universo)... no puede entenderse si antes no se aprende a entender la lengua,
y a conocer los caracteres en los que está escrito", es decir, "triángulos,
círculos y otras figuras geométricas"54. Para el filósofo natural, como para el
filólogo, el texto es una entidad profunda e invisible, que se debe reconstruir
más allá de los datos de los sentidos: "las figuras, los números y los movi-
mientos, pero no ya los olores, ni los sabores ni los sonidos, los cuales fuera
del animal viviente no creo que sean otra cosa que nombres"55.
Con esta frase, Galileo imprimía a la ciencia de la naturaleza un carácter
de significado tendencialmente antiantropocéntrico y antiantropomórfico, que
ya no perdería. En el mapa del saber se había producido una rasgadura, que
estaba destinada a agrandarse cada vez más. Y por cierto que entre el físico
12
galileano, profesionalmente sordo a los sonidos e insensible a los sabores y los
olores, y el médico de su misma época, que aventuraba diagnósticos aplicando
el oído a pechos catarrosos, olfateando heces y probando el sabor de orinas, no
podía existir mayor contraposición.
4. Uno de tales facultativos era Giulio Mancini, de Siena, protomédico del papa
Urbano VIII. No hay pruebas de que conociera personalmente a Galileo, pero es
muy probable que ambos se hayan tratado, puesto que frecuentaban en Roma
los mismos círculos, desde la corte papal a la Accademia dei Lincei, y las
mismas personas, como Federico Cesi, Giovanni Ciampoli o Giovanni Faber56.
Gian Vittorio Rossi delineó, bajo el seudónimo de Nicio Eritreo, un vivacísimo
retrato de Mancini, de su ateísmo, de su extraordinaria capacidad diagnóstica
(que es descripta mediante términos tomados del léxico adivinatorio) y de su
falta de escrúpulos para hacerse regalar cuadros – en pintura era
“intelligentissimus” – por sus clientes57. Ciertamente Mancini había redactado
una obra titulada Alcune consideratione appartenenti alla pittura como di
diletto di un gentiluomo nobile e come introduttione a quello si debe dire, que
circuló ampliamente en forma manuscrita (su primera impresión integral se
remonta apenas a dos décadas atrás) 58. Ya desde el título, el libro muestra
estar dirigido no a los pintores, sino a los nobles aficionados, a esos virtuosi
que en cada vez mayor número concurrían a las exposiciones de cuadros
antiguos y modernos que se realizaban cada año, el 19 de marzo, en el
Panteón59. Sin la existencia de ese mercado artístico, la parte tal vez más
novedosa de las Considerationi de Mancini – es decir, la dedicada a la
“recognition della pittura”, a los métodos para reconocer las falsificaciones,
para distinguir los originales de las copias y demás 60 – jamás habría sido
escrita. El primer intento de fundación de la connoisseurship (como se la
llamaría un siglo más tarde) se remonta pues a un médico célebre por sus
fulmíneos diagnósticos, un hombre que, al tropezar con un enfermo, de una
rápida ojeada “quem exitum morbus ille esset habiturus, divinabat”61. Se nos
permitirá, en este punto, ver en la combinación ojo clínico/ojo de conocedor
algo más que una vulgar coincidencia.
Antes de emprender la tarea de seguir las argumentaciones de Mancini,
se debe hacer hincapié en un supuesto previo que es común a él, a ese
gentiluomo nobile a quien estaba dirigida la obra y a nosotros. Se trata de un
supuesto no explícito, porque erróneamente selo consideraba obvio: el de que
entre un cuadro de Rafael y la copia de ese cuadro (tanto si se trataba de una
pintura como de un grabado u, hoy, de una fotografía), existe una diferencia
insuprimible. Las implicaciones comerciales de tal supuesto – es decir, que una
pintura, por definición, es un unicum, algo irrepetible62 – son evidentes. Con
ellas se relaciona la aparición de una figura social como la del conocedor. Pero
se trata de un supuesto que brota de una toma de decisión cultural de ninguna
manera obligatoria, como lo demuestra el hecho de que la misma no se aplica
a textos escritos. Nada tiene que ver aquí el supuesto carácter eterno de la
13
pintura y la literatura. Ya hemos visto a través de qué mutaciones históricas la
noción de texto escrito se fue depurando de una serie de elementos
considerados no pertinentes. En el caso de la pintura, tal depuración no se
verificó, hasta ahora al menos. Es por eso que, a nuestros ojos, las copias
manuscritas o las ediciones del Orlando furioso pueden reproducir
exactamente el texto deseado por su autor, Ariosto; cosa que no pensamos
jamás de las copias de un retrato de Rafael63.
El diferente estatus de las copias en pintura y literatura explica por qué
Mancini no podía hacer uso, en cuanto conocedor, de los métodos de la crítica
textual, aún cuando estableciera, como principio, una analogía entre el acto de
pintar y el de escribir64. Pero partiendo precisamente de esa analogía, Mancini
se volvió, en busca de ayuda, a otras disciplinas en proceso de formación.
El primer problema que se planteaba era el de la datación de las obras
pictóricas. Para ese fin, afirmaba, hay que adquirir “cierta práctica en el conoci-
miento de la variedad de la pintura en cuanto a sus tiempos, como el que estos
anticuarios y bibliotecarios poseen de los caracteres, por los cuales reconocen
la época de una escritura”65. La alusión al “conocimiento… de los caracteres”
debe ser relacionada casi con seguridad con los métodos elaborados por los
mismos años por Leone Allacci, bibliotecario de la gran Biblioteca Vaticana,
para la datación de manuscritos griegos y latinos, métodos que medio siglo
más tarde serían retomados y desarrollados por Mabillon, el fundador de la
ciencia paleográfica66. Pero “más allá de la propiedad común del siglo” –
continuaba Mancini – existe “la propiedad propia e individual”, tal como
“vemos que en los escritores se reconoce esta propiedad diferenciada”. El
vínculo analógico entre pintura y escritura, sugerido en principio a escala
macroscópica (“sus tiempos”, “el siglo”), venía a ser repropuesto, en
consecuencia, a escala microscópica, individual. En ese marco, los métodos
prepaleográficos de un Allacci no eran utilizables. Sin embargo, por los mismos
años había habido un intento aislado de someter a análisis, desde un punto de
vista no habitual, los escritos individuales. El médico Mancini, citando a
Hipócrates, observaba que es posible remontarse de las “operaciones” a las
“impresiones” del alma, que a su vez tienen raíces en la “propiedad” de los
cuerpos aislados “por cuya suposición, y con la cual, como yo creo, algunos
buenos ingenios de este nuestro siglo han escrito y querido dar regla de
conocer el intelecto e ingenio ajeno con el modo de escribir y de la escritura de
este o aquel hombre”. Uno de estos “buenos ingenios” era muy probablemente
el médico boloñés Camillo Baldi, quien en su Tratado de cómo por una carta
misiva autógrafa se pueden conocer la naturaleza y cualidad del escritor incluía
un capítulo que puede ser considerado el más antiguo texto de grafología que
haya visto la luz en Europa. Se trata del Capítulo VI del Tratado, intitulado:
“Cuáles son las significaciones que de la figura del carácter se pueden tomar”;
aquí “carácter” designaba a “la figura y el retrato de la letra, que elemento se
llama, hecho con la pluma sobre el papel”67. Con todo, y pese a las palabras
14
elogiosas ya recordadas, Mancini se desinteresó del objetivo declarado de la
naciente grafología, la reconstrucción de la personalidad del que escribía por
medio de un análisis que partiera del “carácter” gráfico trazado para llegar al
“carácter” psicológico (se trata aquí de una sinonimia que una vez más nos
remite a una única y remota matriz temática). En cambio, Mancini se detuvo en
el supuesto básico de la nueva disciplina, el de que las distintas grafías
individuales son diferentes y, más aún, inimitables. Si se aislaban en las obras
pictóricas elementos igualmente inimitables, sería posible alcanzar el fin que
Mancini se había prefijado: la elaboración de un método que permitiera
distinguir las obras originales de las falsificaciones, los trabajos de los maestros
de las copias, o de los productos de una misma escuela. Todo ello explicaba la
exhortación a controlar si en las pinturas
se ve esa franqueza del maestro y, en particular, en esas partes que por
necesidad se hacen de resolución y no se pueden bien hacer con la imitación,
como son en especial el cabello, la barba, los ojos. Que el ensortijamiento de los
cabellos, cuando se lo ha de imitar, se los hace con penuria, la que en la copia
después aparece, y, si el copiador no los quiere imitar, entonces no tienen la
perfección del maestro. Y si esas partes, en la pintura, son como los tramos y
grupos en la escritura, que piden esa franqueza y resolución del maestro. Aún lo
mismo se debe observar en algunos espíritus y vasos de luz [sic], que de a poco
por el maestro son hechos de un trazo y con una resolución por una no imitable
pincelada; e igual en los pliegues de ropas y su luz, los cuales dependen más de
la fantasía del maestro y su resolución que de la verdad de la cosa puesta en su
ser68.
17
7. Entre esas ciencias se contaban, al menos en apariencia, las ciencias
humanas (como las definiríamos hoy). Y en cierto sentido era una inclusión a
fortiori, aunque más un fuera por el tenaz antropocentrismo de estas
disciplinas, tan candorosamente expresado en la ya recordada página de
Filaretes. Y sin embargo, hubo intentos de introducir el método matemático
también en el estudio de los hechos humanos80. Resulta comprensible que el
primero y más logrado de esos intentos – el de los aritméticos políticos –
asumiera como su objeto propio los gestos humanos más determinados desde
el punto de vista biológico: el nacimiento, la procreación, la muerte. Esta
drástica reducción permitía una investigación rigurosa y, al mismo tiempo,
bastaba para los fines informativos, militares o fiscales de los estados
absolutos, que dada la escala de sus operaciones se orientaban en sentido
exclusivamente cuantitativo. Pero la indiferencia por lo cualitativo de los
abanderados de la nueva ciencia, la estadística, no alcanzó a borrar por
completo en vínculo de esta última disciplina con la esfera de las que hemos
llamado indiciales. El cálculo de probabilidades, como lo proclama el título de la
clásica obra de Bernouilli (Ars conjectandi) trataba de dar una formulación
matemática rigurosa a los problemas que de manera absolutamente diferente
ya habían sido afrontados por la adivinación 81. Pero el conjunto de las ciencias
humanas permaneció sólidamente unido a lo cualitativo; y no sin malestar,
sobre todo en el caso de la medicina. A pesar de los progresos cumplidos, sus
métodos aparecían inciertos, y sus resultados dudosos. Un escrito como La
certezza della medicina, de Cabanis, aparecido a fines del siglo XVIII82,
reconocía esta carencia de rigor, por más que a continuación se esforzara por
reconocerle a la medicina, pese a todo, una cientificidad sui generis. Las
razones de la "incerteza" de la medicina parecían ser dos, fundamentalmente.
En primer lugar, no bastaba catalogar las distintas enfermedades de manera
de integrarlas a un esquema ordenado: en cada individuo, la enfermedad
asumía características diferentes. En segundo término, el conocimiento de las
enfermedades seguía siendo indirecto, indicial: el cuerpo viviente era, por
definición, intangible. Por supuesto, era posible seccionarle cadáver, pero
¿cómo remontarse desde el cadáver, ya afectado por los procesos de la
muerte, a las características del individuo vivo?83 Ante esta doble dificultad, era
inevitable reconocer que la eficacia misma de los procedimientos de la
medicina era indemostrable. En conclusión, la imposibilidad para la medicina
de alcanzar el rigor propio de las ciencias de la naturaleza derivaba de la
imposibilidad de la planificación, como no fuera para funciones puramente
auxiliares. La imposibilidad de la cuantificación se derivaba de la insuprimible
presencia de lo cualitativo, de lo individual; y la presencia de lo individual
dependía del hecho de que el ojo humano es más sensible a las diferencias
(aunque sean marginales) entre los seres humanos que a las que se dan entre
las rocas o las hojas. En las discusiones sobre la "incerteza" de la medicina,
estaban formulados ya los futuros dilemas epistemológicos de las ciencias
humanas.
18
8. En la citada obra de Cabanis podía leerse entre líneas una impaciencia muy
comprensible. Pese a las más o menos justificadas objeciones que se le
pudieran formular en el plano metodológico, la medicina seguía siempre siendo
una ciencia plenamente reconocida desde el punto de vista social. Pero no
todas las formas de conocimiento indicial se beneficiaban en ese período de un
prestigio semejante. Algunas, como la connoisseurship, de origen
relativamente reciente, ocupaban un lugar ambiguo, al margen de las
disciplinas reconocidas. Otras, más vinculadas con la práctica cotidiana,
estaban lisa y llanamente fuera de todo reconocimiento. La capacidad de
reconocer un caballo defectuoso por la forma del corvejón, o de prevenir la
llegada deun temporal por un cambio inesperado en la dirección del viento, o
la intención hostil de una persona que adoptara una expresión ceñuda, no se
aprendía por cierto en los tratados de veterinaria, meteorología o psicología.
En cualquier caso, esas formas del saber eran más ricas que cualquier califica-
ción escrita; no se transmitían por medio de libros, sino de viva voz, con
gestos, mediante miradas; se fundaban en sutilezas que por cierto no eran
susceptibles de formalización, que muy a menudo ni siquiera eran traducibles
verbalmente; constituían el patrimonio, en parte unitario y en parte
diversificado, de hombres y mujeres pertenecientes a todas las clases sociales.
Estaban unidas por un sutil parentesco: todas ellas nacían de la experiencia, de
la experiencia concreta. Este carácter concreto constituía la fuerza de tal tipo
de saber, y también su límite, es decir, la incapacidad de servirse del
instrumento poderoso y terrible de la abstracción84.
Desde hacía ya tiempo, la cultura escrita había tratado de producir una
formulación verbal concreta de ese corpus de saberes locales85. En general, se
había tratado de formulaciones chirles y empobrecidas. Piénsese, sin más, en
el abismo que separaba a la esquemática rigidez de los tratados de fisionómica
de la penetración fisiognómica flexible y rigurosa que podían ejercer un
amante, un mercader de caballos o un jugador de cartas. Tal vez fuera sólo en
el caso de la medicina donde la codificación escrita de un saber indicial había
dado lugar a un verdadero enriquecimiento… pero la historia de los vínculos
entre la medicina culta y la medicina popular aún está por escribirse. Durante
el siglo XVIII la situación cambia. Existe una verdadera ofensiva cultural de la
burguesía, que se apropia en gran parte del saber, indicial y no indicial, de
artesanos y campesinos, codificándolo y, al mismo tiempo, intensificando un
gigantesco proceso de aculturación, ya iniciado (como es obvio, con formas y
contenidos muy diferentes) por la Contrarreforma. El símbolo y el instrumento
central de esa ofensiva es, por supuesto, la Encyclopédie. Pero habría que
analizar también ciertos episodios minúsculos pero reveladores, como la
réplica de aquel no identificado oficial de albañil romano que le demuestra a
Winckelmann, presumiblemente estupefacto, que ese “guijarro pequeño y
chato” que podía reconocerse entre los dedos de la mano de una estatua
descubierta en el puerto de Ancio era la “tapita de una vinagrera”.
19
La recopilación sistemática de esos “pequeños discernimientos”, como
los llama Winckelmann en otra parte86, alimentó entre los siglos XVIII y XIX la
reformulación de saberes antiguos, desde la cocina a la hidrología o la
veterinaria. Para un número cada vez mayor de lectores, el acceso a
determinadas experiencias fue mediatizado más y más por las páginas de los
libros. La novela llegó hasta a proporcionar a la burguesía un sustituto y al
mismo tiempo una reformulación de los ritos de iniciación, o sea, el acceso a la
experiencia en general87. Y fue precisamente gracias a la literatura de ficción
que el paradigma indicial conoció en este período un nuevo e inesperado éxito.
9. Ya hemos recordado, a propósito del remoto origen, presumiblemente
cinegético, del paradigma indicial, la fábula o cuento oriental de los tres
hermanos que, interpretando una serie de indicios, logran describir el aspecto
de un animal que jamás han visto. Este relato hizo su primera aparición en
Occidente en la recopilación de Sercambi88. Luego regresaría, como marco de
una recopilación de relatos mucho más amplia, presentada como traducción
del persa al italiano por “Cristóbal armenio”, que apareció en Venecia, a
mediados del siglo XVI, bajo el título de Peregrinaggio di tre giovani figliuoli del
re di Serendippo (“Peregrinaje de tres jóvenes hijos del rey de Serendib”). Con
estas características, el libro fue repetidas veces impreso y traducido: primero
al alemán, luego, en el transcurso del siglo XVIII, a favor de la moda
orientalizante de la época, a las principales lenguas europeas89. El éxito de la
historia de los hijos del rey de Serendib fue tan grande que Horace Walpole
acuñó en 1754 el neologismo serendipity, para designar “los descubrimientos
imprevistos, llevados a cabo gracias al azar y a la inteligencia” 90. Algunos años
antes de esto, Voltaire había reelaborado, en el tercer capítulo de su Zadig, el
primero de los relatos del Peregrinaggio, que había leído en traducción
francesa. En esta reelaboración, el camello del original se había convertido en
una perra y un caballo, que Zadig lograba describir minuciosamente desci-
frando las huellas dejadas por los animales en el terreno. Zadig, acusado de
robo y conducido ante los jueces, se disculpaba, reproduciendo en alta voz el
razonamiento mental que le había permitido trazar el retrato de dos animales
que jamás había visto:
J’ai vu sur la sable les traces d’un animal, et j’ai jugé aisément que c’étaient
celles d’un petit chien. Des sillons légers et longs, imprimés sur des petites
éminences de sable entre les traces des pattes, m’ont fait connaître que c’etait
une chienne dont les mamelles étaient pendantes, et qu’ainsi elle avait fait des
petits, il y a peu de jours…91
III
1. Los hilos que forman la trama de esta investigación podrían ser comparados
con los que forman un tapiz. Llegados a esta altura, los vemos ya ordenados en
una malla tupida y homogénea. La coherencia del diseño puede ser verificada
recorriendo con la vista el tapiz en distintas direcciones. Si lo hacemos vertical-
mente, establecemos una secuencia del tipo Serendib-Zadig-Poe-Gaboriau-
Conan Doyle. Si lo hacemos horizontalmente, nos enco0ntramos, a comienzos
del siglo XVIII, un Dubos, que cita una junto a otra, en orden decreciente de
plausibilidad, la medicina, la connoisseurship y la identificación de la letra
manuscrita95. En fin, si lo hacemos en forma diagonal, saltamos de uno a otro
contexto histórico, y en los orígenes de Monsieur Lecoq (el detective creado
por Gaboriau, que recorre febrilmente un “terreno inculto, cubierto de nieve”,
moteado por huellas de criminales, comparándolo con una “inmensa página en
blanco, donde las personas que buscamos han dejado escritos no solamente
sus movimientos y pasos, sino también sus pensamientos secretos, las
esperanzas y las angustias que las agitaban”)96, veremos perfilarse autores de
tratados de fisionómica, adivinos babilónicos ocupados en descifrar los
mensajes escritos por los dioses en las piedras y en los cielos, cazadores del
Neolítico.
21
El tapiz es el paradigma que sucesivamente, según cada uno de los
contextos, hemos ido llamando cinegético, adivinatorio, indicial o sintomático.
Está claro que esos adjetivos no son sinónimos, aunque remitan a un modelo
epistemológico común, estructurado en disciplinas diferentes, con frecuencia
vinculadas entre sí por el préstamo mutuo de métodos, o de términos clave.
Ahora, entre los siglos SVIII y XIX, con la aparición de las “ciencias humanas”,
la constelación de las disciplinas indiciales cambia profundamente: surgen
nuevos astros, destinados a un rápido eclipse, como la frenología97, o a un
extraordinario éxito, como la paleontología; pero sobre todo se afirma, por su
prestigio epistemológico y social, la medicina. A ella se remiten, explícita o
implícitamente, todas las “ciencias humanas”. Pero, ¿a qué porción de la
medicina? A mediados del siglo XIX vemos perfilarse una alternativa: por un
lado, el modelo anatómico; por el otro, el sintomático. La metáfora de la
“anatomía de la sociedad”, usada hasta por Marx, en un pasaje crucial 98,
expresa la aspiración a un conocimiento sistemático en una época que había
visto ya derrumbarse el último gran sistema filosófico, el hegeliano. Pero a
pesar del gran éxito del marxismo, las ciencias humanas han terminado por
asumir cada vez más (con una relevante excepción, como veremos) el
paradigma indicial de la sintomática. Y aquí nos reencontramos con la tríada
Morelli-Freud-Conan Doyle, de la que habíamos partido.
2. Hasta ahora habíamos venido hablando de un paradigma indicial (y sus sinó-
nimos) en sentido general. Es el momento de desarticularlo. Una cosa es
analizar huellas, astros, heces (humanas y animales), catarros bronquiales,
córneas, pulsaciones, terrenos nevados o cenizas de cigarrillos; otra, analizar
grafías, obras pictóricas o razonamientos. La distinción entre naturaleza
(inanimada o viva) y cultura es fundamental, mucho más, en verdad, que la
distinción infinitamente más superficial y cambiante entre las distintas
disciplinas. Ahora bien, Morelli se había propuesto rastrear, dentro de un
sistema de signos culturalmente condicionados, como el sistema pictórico, las
señales que poseían la involuntariedad de los síntomas y de la mayor parte de
los indicios. Y no solamente eso: en esas señales involuntarias, en las
“materiales pequeñeces” – un calígrafo las llamaría garabatos –”, comparables
a las “palabras y frases favoritas” que “la mayor parte de los hombres, tanto al
hablar como al escribir… introducen en su mensaje, a veces sin intención, o
sea, sin darse cuenta”, Morelli reconocía el indicio más certero de la
individualidad del artista99. De ese modo, este estudioso retomaba (tal vez
indirectamente)100 y desarrollaba los principios metodológicos enunciados tanto
tiempo atrás por su predecesor Giulio Mancini. No erra casual que e4sos
principios hubieran llegado a la maduración después de tanto tiempo. Precisa-
mente por entonces, estaba surgiendo una tendencia cada vez más decidida
hacia un control cualitativo y capilar sobre la sociedad por parte del poder
estatal, que utilizaba una noción de individuo basada también en rasgos
mínimos e involuntarios.
22
3. Cada sociedad advierte la necesidad de distinguir los elementos que la
componen, pero las formas de hacer frente a esta necesidad varían según los
tiempos y los lugares101. Tenemos, ante todo, el nombre; pero cuanto más
compleja sea la sociedad, tanto más insuficiente se nos aparece el nombre
cuando se trata de circunscribir sin equívocos la identidad de un individuo. En
el Egipto grecorromano, por ejemplo, si alguno se comprometía ante un notario
a desposar una mujer o a llevar a cabo una transacción comercial, se
registraban junto con su nombre unos pocos y sumarios datos físicos, unidos a
la mención de cicatrices (si es que las tenía) u otras señas particulares 102. En
todo caso, las posibilidades de error o de sustitución dolosa de personas se
mantenían elevadas. En comparación, el hecho de trazar una firma al pie de los
contratos presentaba muchas ventajas: a fines del siglo XVII, el abate Lanzi, en
un pasaje de su Storia pittorica, dedicado a los métodos de los connoisseurs,
afirmaba que la no imitabilidad de la letra manuscrita individual había sido
querida por la naturaleza para “seguridad” de la “sociedad civilizada”
(burguesa)103. Por supuesto, las firmas también se podían falsificar y, sobre
todo, excluían de cualquier control a los no alfabetizados. Y a pesar de esos
defectos, durante siglos y siglos las sociedades europeas no sintieron la
necesidad de métodos más seguros y prácticos de comprobación de la
identidad, ni siquiera cuando el nacimiento de la gran industria, la movilidad
geográfica y social con ella vinculada y la vertiginosa conformación de
gigantescas concentraciones urbanas cambiaron radicalmente los datos del
problema. Y sin embargo, en sociedades de esas características, hacer
desaparecer las propias huellas y reaparecer con una identidad cambiada era
un juego de niños, no ya solamente en ciudades como Londres o París. Con
todo, sólo en las últimas décadas del siglo XIX se propusieron, desde distintos
sectores, y en competencia entre sí, nuevos sistemas de identificación. Era una
exigencia que nacía de las alternativas de la contemporánea lucha de clases: la
creación de una asociación internacional de trabajadores, la represión de la
oposición obrera después del episodio de la Comuna de París, los cambios en la
criminalidad.
La aparición de las relaciones de producción capitalistas había
provocado – en Inglaterra desde 1720, aproximadamente104, en el resto de
Europa casi un siglo después con el Código Napoleón – una transformación de
la legislación relacionada con el nuevo concepto burgués de propiedad, que
llevó a aumentar el número de delitos punibles y la gravedad de las penas. La
tendencia a la punición de la lucha de clases fue acompañada por la erección
de un sistema carcelario basado en la detención prolongada105. Pero la cárcel
produce criminales. En Francia, el número de reincidentes, en continuo
aumento a partir de 1870, alcanzó hacia fines del siglo un porcentaje cercano a
la mitad de los sometidos a proceso106. El problema de identificar a los
reincidentes, planteado en esas décadas, constituyó en los hechos la cabeza
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de puente de un proyecto general, más o menos consciente, de control
generalizado y sutil sobre la sociedad.
Para la identificación de los reincidentes se hacía necesario probar: a)
que un individuo había sido ya condenado, y b) que dicho individuo era el
mismo que había sufrido la anterior condena107. El primer punto quedó resuelto
con la creación de los registros de policía. El segundo planteaba dificultades
más graves. Las antiguas penas que señalaban para siempre a un condenado,
marcándolo o mutilándolo, habían sido abolidas. El lirio impreso en la espalda
de Milady había permitido a D’Artagnan reconocer en ella a una envenenadora
ya castigada en el pasado por sus crímenes, mientras que dos evadidos como
Edmond Dantés y Jean Valjean habían podido reaparecer en el escenario social
bajo falsas y respetables personalidades (estos dos ejemplos bastarían para
demostrar hasta qué punto la figura del criminal reincidente pesaba sobre la
imaginación del siglo XIX)108. La respetabilidad burguesa pedía signos de
reconocimiento menos sanguinarios y humillantes que los que existían durante
el ancien régime, pero igualmente indelebles.
La idea de un enorme archivo fotográfico criminal fue en un principio
descartada, por los insolubles problemas de clasificación que planteaba:
¿cómo, en efecto, aislar elementos “discretos” en el continuum de las
imágenes?109 La variante de la cuantificación aparecía como más sencilla y más
rigurosa. Desde 1879, un empleado de la prefectura de París, Alphonse
Bertillon, elaboró un método antropométrico, que ilustraría en varios ensayos y
memorias110, basado en minuciosas mediciones corporales, que confluían en
una ficha personal. Está claro que una equivocación de pocos milímetros daba
pie a un error judicial, pero el defecto principal del método antropométrico de
Bertillon era otro: el de ser puramente negativo. Permitía, en el momento del
reconocimiento, descartar a dos individuos disímiles, pero no permitía afirmar
con seguridad que dos series idénticas de datos se refirieran a un solo
individuo111. La irreductible elusividad personal, puesta a la puerta por medio
de la cuantificación, volvía a entrar por la ventana. Por ello, Bertillon propuso
complementar el método antropométrico con el llamado “retrato hablado”, o
sea con la descripción oral analítica de las unidades “discretas” (nariz, ojos,
orejas, etcétera), cuya suma debería devolver la imagen del individuo,
permitiendo en consecuencia el procedimiento de identificación. Las páginas
de orejas exhibidas por Bertillon112 nos recuerdan inevitablemente las
ilustraciones que por los mismos años incluía Morelli en sus ensayos. Puede
que no se tratara de una influencia directa, si bien impresiona ver cómo
Bertillon, en su actividad de experto grafólogo, tomaba como indicios
reveladores de una falsificación las particularidades o “idiotismos” del original
que el falsificador no lograba reproducir, sino que los reemplazaba con los
propios113.
Como se comprenderá, el método de Bertillon era increíblemente
enredado. Al problema que planteaban las mediciones, nos hemos ya referido.
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El “retrato hablado” empeoraba más las cosas. ¿Cómo distinguir, en el
momento de la descripción, una nariz gibosa-arqueada de otra nariz arqueada-
gibosa? ¿Cómo clasificar los matices de un ojo azul verdoso?
Ya desde su memoria de 1888, más tarde corregida y profundizada,
Galton había propuesto un método de identificación mucho más sencillo, tanto
por lo que se refería a la recopilación de datos como a su clasificación114. El
método se basaba, como es sabido, en las huellas digitales. Pero el propio
Galton reconocía con mucha honradez que otros lo habían precedido, teórica y
prácticamente.
El análisis científico de las impresiones digitales fue iniciado ya en 1823
por el fundador de la histología, Purkynĕ, en su memoria Commentatio de exa-
mine physiologico organi visus et systematis cutanei115. Diferenció y describió
nueve tipos fundamentales de líneas papilares, si bien afirmando al mismo
tiempo que no existen dos individuos con impresiones digitales idénticas. Las
posibilidades de aplicación práctica de ese descubrimiento eran ignoradas, a
diferencia de sus implicaciones filosóficas, discutidas en el capítulo De
cognitione organismo individualis in genere116. El conocimiento del individuo,
decía Purkynĕ, es central en la medicina práctica, empezando por la
diagnóstica: en individuos diferentes, los síntomas se presentan de maneras
diferentes, y en consecuencia deben ser tratados de distinta forma. Por eso
algunos modernos, que Purkynĕ no nombra, han definido a la medicina
práctica como “artem individualisandi (die Kunst des individualisirens)”117. Pero
los fundamentos de ese arte se encuentran en la fisiología del individuo. Aquí
Purkynĕ, quien de joven había estudiado filosofía en Praga, reencontraba los
temas más profundos del pensamiento de Leibniz. El individuo, “ens omnimodo
determinatum”, es dueño de una peculiaridad, susceptible de ser hallada hasta
en sus características imperceptibles, infinitesimales. Ni la casualidad, ni las
influencias externas, bastan para explicarla. Hay que suponer la existencia de
una norma o “typus” interno que mantiene la variedad de los organismos
dentro de los límites de cada especie: el conocimiento de esta “norma”
(afirmaba proféticamente Purkynĕ) “franquearía el conocimiento escondido de
la naturaleza individual”118. El error de la ciencia fisionómica fue el de
enfrentarse al problema de la variedad de individuos a la luz de opiniones pre-
concebidas y de conjeturas apresuradas: de tal modo, ha sido hasta ahora
imposible echar las bases de una fisionómica descriptiva, científica.
Abandonado el estudio de las líneas de la mano a la “vana ciencia” de los
quiromantes, Purkynĕ concentraba su atención sobre un dato mucho menos
llamativo: y en esas otras líneas impresas en las yemas de los dedos volvía a
hallar la marca de la individualidad.
Dejemos Europa por un momento y vayamos a Asia. A diferencia de sus
colegas europeos, y de manera completamente independiente, los adivinos
chinos y japoneses también se habían interesado por esas líneas poco
llamativas que surcan la epidermis de la mano. La costumbre, atestiguada en
25
China y, sobre todo, en Bengala, de estampar sobre cartas y documentos la
yema de un dedo sucio de pez o de tinta119 tenía probablemente tras de sí una
serie de reflexiones de carácter adivinatorio. Quienes estaban acostumbrados
a descifrar misteriosos escritos en la venaduras de la piedra o de la madera, en
las huellas dejadas por los pájaros o en los arabescos grabados en el lomo de
las tortugas120 debían llegar a concebir sin esfuerzos a las líneas dejadas por un
dedo sucio sobre una superficie cualquiera como una escritura. En 1860, sir
William Herschel, administrador en jefe del distrito de Hooghly, en Bengala, se
percató de esta costumbre, difundida entre las poblaciones locales, apreció su
utilidad y pensó en servirse de ella para el mejor funcionamiento de la
administración británica. (Los aspectos teóricos de la cuestión no le
interesaban; la memoria en latín de Purkynĕ, convertida en letra muerta
durante medio siglo, le era absolutamente desconocida). En realidad, observó
retrospectivamente Galton, se sentía gran necesidad de un instrumento de
identificación eficaz, no solamente en la India, sino en todas las colonias
británicas: los indígenas eran analfabetos, pleiteadores, astutos, embusteros y,
a los ojos de un europeo, todos iguales entre sí. En 1880, Herschel anunció en
Nature que, tras diecisiete años de pruebas, las impresiones digitales habían
sido oficialmente introducidas en el distrito de Hooghly, donde estaban siendo
usadas desde hacía tres años con excelentes resultados121. Los funcionarios
imperiales se habían apropiado del saber indicial de los bengalíes y lo habían
vuelto en contra de éstos.
Galton se basó en el artículo de Herschel para volver a pensar, y
profundizar sistemáticamente, toda la cuestión. Lo que había posibilitado su
investigación era la confluencia de tres elementos muy diferentes. El
descubrimiento de un científico puro como Purkynĕ; el saber concreto,
relacionado con la práctica cotidiana de las poblaciones bengalíes; la sagacidad
política y administrativa de sir William Herschel, fiel funcionario de Su Majestad
Británica. Galton rindió homenaje al primero y al tercero. Trató además de
distinguir peculiaridades raciales en las impresiones digitales, pero sin
resultado; se propuso, de todos modos, continuar sus investigaciones en
algunas tribus indias, con la esperanza de hallas en ellas características “más
próximas a las de los monos” (a more monkey-like pattern)122.
Además de dar una contribución decisiva al análisis de las impresiones
digitales, Galton, como hemos dicho, había vislumbrado también sus
implicaciones prácticas.
En muy breve lapso, el nuevo método fue adoptado en Inglaterra y de
allí, poco a poco, se difundió por todo el mundo (uno de los últimos países en
ceder fue Francia). De esa manera, cada ser humano – observó orgullosamente
Galton, aplicándose a sí mismo el elogio vertido por un funcionario del
ministerio francés del interior respecto de su competidor Bertillon – adquiría
una identidad, una individualidad sobre la cual podía hacerse hincapié de
manera cierta y duradera123.
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Así, lo que a ojos de los administradores británicos había sido, hasta
poco antes, una indistinta multitud de “jetas” bengalíes (para usar el
despreciativo término de Filaretes) se convertía de repente en un serie de
individuos, marcado cada uno de ellos por una señal biológica específica. Esa
prodigiosa extensión de la noción de individualidad se producía de hecho a
través de la relación con el estado, y con sus órganos burocráticos y policiales.
Hasta el último habitante del más mísero villorrio de Asia o de Europa se
volvía, gracias a las impresiones digitales, reconocible y controlable.
4. Pero el propio paradigma indicial usado para elaborar formas de control
social cada vez más sutil y capilar puede convertirse en un instrumento para
disipar las brumas de la ideología, que oscurecen cada vez más una estructura
social compleja, como la del capitalismo maduro. Si las pretensiones de
conocimiento sistemático aparecen cada vez más veleidosas, no por eso se
debe abandonar la idea de totalidad.
Al contrario: la existencia de un nexo profundo, que explica los
fenómenos superficiales, debe ser recalcada en el momento mismo en que se
afirma que un conocimiento directo de ese nexo no resulta posible. Si la
realidad es impenetrable, existen zonas privilegiadas – pruebas, indicios – que
permiten descifrarla.
Esta idea, que constituye la médula del paradigma indicial o sintomático,
se ha venido abriendo camino en los más variados ámbitos cognoscitivos, y ha
modelado en profundidad las ciencias humanas. Minúsculas singularidades
paleográficas han sido usadas como rastros que permitían reconstruir
intercambios y transformaciones culturales, en una remisión explícita a Morelli,
que saldaba la deuda contraída por Mancini con Allacci casi tres siglos antes.
La representación de los ropajes tremolantes en los pintores florentinos del
siglo XV, los neologismos de Rabelais, la curación de los enfermos de
escrofulosis por parte de los reyes de Francia e Inglaterra, son sólo algunos de
los ejemplos de la manera en que ciertos mínimos indicios han sido asumidos
una y otra vez como elementos reveladores de fenómenos más generales: la
visión del mundo de una clase social o de un escritor, o de una sociedad
entera124. Una disciplina como el psicoanálisis se conformó, según hemos visto,
alrededor de la hipótesis de que ciertos detalles aparentemente desdeñables
podían revelar fenómenos profundos de notable amplitud. La decadencia del
pensamiento sistemático fue acompañada por el éxito del pensamiento
aforístico; dese Nietzsche pasamos a Adorno. El término mismo “aforístico” es
revelador. (Es un indicio, un síntoma, un vestigio; no salimos del paradigma).
Aforismos era, efectivamente, el título de una obra de Hipócrates. En el
siglo XVII empezaron a aparecer recopilaciones de “Aforismos políticos”125. La
literatura aforística es, por definición, una tentativa de formular juicios sobre el
hombre y la sociedad en base a síntomas, a indicios; un hombre y una
sociedad enfermos, en crisis. Y también “crisis” es un término médico,
27
hipocrático126. Es fácil demostrar, por lo demás, que la más grande novela de
nuestros tiempos – À la recherche du temps perdu – está construida según un
riguroso paradigma indicial127.
5. Ahora bien, ¿puede ser riguroso un paradigma indicial? La orientación cuan-
titativa y antropocéntrica de las ciencias de la naturaleza, dese Galileo en ade-
lante, ha llevado a las ciencias humanas ante un desagradable dilema: o
asumen un estatus científico débil, para llegar a resultados relevantes, o
asumen un estatus científico fuerte, para llegar a resultados de escasa
relevancia. Solamente la lingüística logró, durante este siglo, escapar al
dilema, y por eso ha llegado a ser el modelo, más o menos logrado, inclusive
para otras disciplinas.
Con todo, nos asalta la duda de si este tipo de rigor no será, no
solamente inalcanzable, sino también indeseable para las formas del saber
más estrechamente unidas a la experiencia cotidiana o, con más precisión, a
todas las situaciones en las que la unicidad de los datos y la imposibilidad de
su sustitución son, a ojos de las personas involucradas, decisivos. Alguien ha
dicho que el enamoramiento es la sobrevaloración de las diferencias
marginales que existen entre una mujer y otra (o entre un hombre y otro). Pero
lo mismo podría decirse también de las obras de arte o de los caballos128. En
situaciones como ésas, el rigor elástico (perdónesenos el contrasentido) del
paradigma indicial aparece como insuprimible. Se trata de formas del saber
tendencialmente mudas – en el sentido de que, como ya dijimos, sus reglas no
se prestan a ser formalizadas, y ni siquiera expresadas –. Nadie aprende el
oficio de connoisseur o el de diagnosticador si se limita a poner en práctica
reglas preexistentes. En este tipo de conocimiento entran en juego (se dice
habitualmente) elementos imponderables: olfato, golpe de vista, intuición.
Hasta aquí nos habíamos guardado escrupulosamente de hacer uso de
este término, que es un verdadero campo minado. Pero si se quiere verdadera-
mente usarlo, como sinónimo de recapitulación fulmínea de procesos
racionales, habrá que distinguir una intuición baja de otra alta.
La antigua fisionomística árabe estaba basada en la firāsa: noción com-
pleja, que genéricamente designaba la capacidad de pasar en forma inmediata
de lo conocido a lo desconocido, sobre la base de indicios129. El término, sacado
del vocabulario de los sufíes, se usaba para designar tanto las intuiciones
místicas como las formas de la sagacidad y la penetración similares a las que
se atribuían a los hijos del rey de Serendib130. En esta segunda acepción, la
firāsa no es otra cosa que el órgano del saber indicial131.
Esta “intuición baja” radica en los sentidos (si bien los supera) y, en
cuanto tal, nada tiene que ver con la intuición supersensible de los distintos
irracionalismos que se han venido sucediendo en los siglos XIX y XX. Está
difundida por todo el mundo, sin límites geográficos, históricos, étnicos,
sexuales o de clase, y en consecuencia se halla muy lejos de cualquier forma
28
de conocimiento superior, que es el privilegio de pocos elegidos. Es patrimonio
de los bengalíes a quienes sir William Herschel expropiara su saber; de los
cazadores; de los marinos; de las mujeres. Vincula estrechamente al animal
hombre con las demás especies animales
29
LA HISTORIA DE LA CIENCIA: SUS MOTORES, SUS FRENOS, SUS CAMBIOS, SU DIRECCIÓN
Javier Flax
INTRODUCCIÓN
En este trabajo trataremos de mostrar que la filosofía de la ciencia, metaciencia o epistemología no puede prescindir de la historia de la
ciencia. Por supuesto, cuando hablemos de historia no nos referiremos a la mera crónica de los descubrimientos científicos, sino más bien
a las claves de su desarrollo y a los diferentes obstáculos que detuvieron su marcha. Como dice Gastón Bachelard (1884-1962), “mientras
el historiador de las ciencias debe tomar las ideas como hechos, el epistemólogo, en cambio, debe tomar los hechos como ideas”. 1 Lo
cual no significa otra cosa que la expresión de la necesidad de atender a la producción histórica de los conceptos científicos, en tanto estos
conceptos son la clave de interpretación de los problemas y fenómenos investigados.
La historia de la ciencia, por otra parte, sería incompleta si se limitara a estudiar la historia de las diferentes disciplinas científicas y la
lógica de sus descubrimientos –historia interna- separándolas de las condiciones culturales en las que emergieron y en las que se
desarrollaron. Un ejercicio de la ciencia que no tenga en cuenta las condiciones sociales y económicas y los condicionamientos
ideológicos de su desarrollo –historia externa- no sólo seguirá tropezando con obstáculos innecesarios, sino que –lo que es más grave- no
dispondrá de las más mínima autoconciencia de la propia práctica científica y de sus efectos y consecuencias, debido a lo cual seguirá
incurriendo en un cientificismo que –por emisión- será responsable de muchos de los efectos indeseables, aunque previsibles de las
implementaciones científicas en la era tecnológica.
No es necesario alcanzar el desarrollo de la realidad virtual para comprender que en muchos casos la realidad supera la ficción. Basta
encender la televisión para observar cómo se hallan imbrincadas ficción y realidad: “Willie, Willie”, gritó Alf, “¿Qué te pasa?”, respondió
Willie asustado, “Willie”, dijo Alf jadeante, mientras llegaba corriendo, “Willie, acabo de luchar en el jardín con una larguísima serpiente
que se sacudía a uno y otro lado mientras echaba una especie de espuma por la boca. Pero no te preocupes porque la acabo de matar a
machetazos”, “Alf, ¿de qué color era esa serpiente?”, inquirió Willie, “Era toda roja con la cabeza dorada”, respondió Alf.
Cayendo de espaldas suspiró Willie: “¡Mi manguera nueva...!” “Oye Willie, ¡no hay problema!”.
Sí hay problema, pero esta vez Alf no tuvo la culpa. Su confusión la hubiera sufrido cualquier extraterrestre o cualquier terrícola, incluidos
los científicos, quienes pueden superar holgadamente a este personaje de ficción.
Cualquiera podría pensar que ésta es una más de las fechorías que cometió el extravagante Alf. Pero si en esta oportunidad de nada se lo
puede culpar es porque las mangueras no se hallan en su campo de significados. Es por ello que su percepción asimiló el objeto que tenía
enfrente a alguno de los objetos conocidos. La pregunta es si hace falta ser un extraterrestre que desconoce los objetos de la cultura en la
que aterriza para producir esa operación cognitiva de asimilación. La respuesta, en términos generales aunque modificables, ya la dio
Immanuel Kant: nuestra experiencia no se nutre pasivamente de los datos sensibles, sino que estos datos son asimilados y ordenados por
los conceptos y categorías que pone el sujeto. Si ampliamos a Kant, sabremos que la percepción dependerá en gran medida de la
cosmovisión y los prejuicios que se tengan y que no es posible dejar de tener. Ellos forman el campo significativo –código o lenguaje- en
el cual caen los objetos para asumir su sentido. Éste campo significativo por un lado nos permite reconocer los objetos de nuestra cultura,
y por el otro constituye en un velo que impide o dificulta enormemente la percepción de todo aquello que le resulte extraño, a tal punto
que frecuentemente se negará a ver hasta lo más evidente.
Bachelard halla en este mecanismo de asimilación uno de los obstáculos más serios para el conocimiento científico. Mientras la opinión
tiende a manejarse con los que él denomina objetos designados, el conocimiento quiere eludir ese mecanismo cotidiano de reconocer ese
algo que tengo enfrente para poder conocerlo sin prejuicios. A esta otra instancia de objetivación la denomina objeto instructor. Mientras
el objeto designado es meramente reconocido y se le da la forma de lo ya sabido, el objeto en tanto instructor ya no se nos aparece con la
obviedad de lo que nos resulta familiar, sino como algo con problemas, lo cual posibilita modificar o ampliar nuestro conocimiento.2
Ilustraciones las hay de todo tipo, y en la historia de los obstáculos que suponen los hábitos culturales, la realidad supera la ficción. En
otras palabras, cualquiera puede cometer peores desastres que los de Alf. Durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, un avión de
reconocimiento francés sacó una serie de fotos de las montañas. En esas fotos uno de los oficiales creía ver una hilera de tanques que
avanzaban sobre Francia. Sin embargo, se desestimó su observación porque existía la opinión arraigada de que era imposible que pasaran
vehículos por ahí. Al día siguiente tenían encima a los tanques alemanes.
Como puede observarse, no sólo a Galileo (1564-1642) le decían que las manchas solares eran defectos del telescopio. Sin realizar un
análisis de los diferentes actores e intereses que interpretaron la tragedia de Galileo, podemos afirmar que toda la historia de sus
dificultades no es sino una tragedia arquetípica para un destino inexorable como lo es el de la negación de todo lo que resulte extraño por
parte de un common sense que no admite que le muevan el piso. ¡Eppur si muove!
Si conocer no es meramente reconocer, “se conoce contra un conocimiento anterior, destruyendo conocimientos mal hechos. No se puede
basar nada sobre la opinión: antes hay que destruirla”.3 Es por ello que el conocimiento es en gran medida crítica. Pero Bachelard sabe
que no es tan fácil borrar los conocimientos habituales y las resistencias culturales en general. A su juicio, en pleno siglo XX resulta tan
difícil como siempre debido a la formación estandarizada de los estudiantes mediante libros aprobados oficialmente: “Los libros de física,
pacientemente copiados unos de otros desde hace medio siglo, proporcionan a nuestros hijos una ciencia socializada, muy inmovilizada y
que, gracias a una curiosa permanencia del programa de los exámenes universitarios, llega a pasar como natural; pero no lo es en absoluto;
ya no lo es”.4
Sin atenerse a los obstáculos epistemológicos que examina Bachelard, se analizará un excelente ejemplo brindado por Jean Piaget (1896-
1980) y nuestro compatriota Rolando García (1919-) en Historia y psicogénesis de la ciencia. En ese texto –donde reconocen a Bachelard
como antecedente- exhiben los obstáculos que establece una cosmovisión dominante y señalan las dificultades de su desarraigo. En otras
palabras, se ve cómo distintas concepciones del mundo conducen a explicaciones físicas diferentes, aun cuando parezca inadmisible
suponer que la Ciencia con mayúscula pueda sufrir tales interferencias y distorsiones.
Antes de entrar en el texto mencionado haremos una breve referencia al régimen dominante en torno a la verdad que se impone en la
Grecia clásica. Cualquiera que conozca la filosofía antigua sabe que la corriente que iniciara Parménides (VI a.C.) y alcanzara su
1
culminación en Platón (c. 427-347 a.C.) se constituyó en la dominante del pensamiento griego. Es verdad que hubo pensadores como
Heráclito (c. 500 a.C.) –quien en cierto modo halla una continuidad en filósofos-sofistas como Protágoras (c. 480-410 a.C.) y Gorgias (c.
487-380 a.C.)- para quienes lo real no es sino que deviene, es decir, se halla en continuo movimiento. Sin embargo, para el pensamiento
griego dominante lo natural era el reposo y el movimiento una mera apariencia. Lo auténticamente real permanece inmóvil porque es
perfecto. Sólo lo imperfecto y aparente tiene movimiento. A tal punto esto era así que Zenón de Elea (500-490 a.C.) inventó varios
argumentos llamados aporías para demostrar la imposibilidad del movimiento. Como ejemplo podemos referir una. La aporía de la flecha
dice algo así: todo lo que está en reposo ocupa un lugar igual a sí mismo. Entonces, cuando lanzamos una flecha, en cada momento de su
trayecto la flecha ocupa un lugar igual a sí misma. Por lo tanto, durante todo su trayecto la flecha está en reposo. Y de una suma de
reposos no deriva el movimiento. Obviamente, lo que podemos observar en este ejemplo es precisamente la dificultad de la racionalidad
griega para concebir el movimiento.
Mientras para los griegos lo “natural” era el reposo, por el contrario –afirman Piaget y García-, para los chinos de la misma época
(alrededor del siglo V a.C.) lo natural era el movimiento. Estas cosmovisiones opuestas los condujeron a desarrollar físicas diferentes, al
punto de que lo que era absurdo para los griegos era evidente para los chinos, y viceversa. Mientras los chinos necesitarán explicar el
reposo, los griegos necesitarán explicar el movimiento. Y la primera explicación relevante del movimiento la brinda Aristóteles, quien
explica el movimiento cualitativamente en términos de pasaje de lo que está en potencia a lo que está en acto, es decir, entre lo que no-es-
todavía a lo que es plenamente.
Pero toda la mecánica occidental, desde Aristóteles hasta Galileo, no llega a concebir el principio de inercia, sino que considera absurdo
aquello que es evidente para un chino del siglo V a.C.: “La cesación del movimiento se debe a una fuerza opuesta. Si no hay fuerza
opuesta, el movimiento nunca se detendrá”. Esto será aceptado en Occidente dos mil años más tarde. Pero dentro de la concepción
aristotélica del mundo, para la cual lo natural es el reposo, el principio de inercia resultaba sencillamente inconcebible. Para los chinos el
estado natural de las cosas era el flujo continuo. Por lo tanto no se necesita explicar el movimiento sino el reposo y, en todo caso, el
cambio de movimiento. Al respecto dice el texto de Piaget y García:
Difícilmente pueda encontrarse un ejemplo más claro de cómo dos concepciones del mundo diferentes conducen a explicaciones físicas
diferentes. La diferencia entre un sistema explicativo y otro no era metodológica ni de concepción de la ciencia. Era una diferencia
ideológica, que se traduce por un marco epistémico diferente. De aquí surge también, claramente, que lo “absurdo” y lo “evidente” es
siempre relativo a un cierto marco epistémico y está en buena parte determinado por la ideología dominante. No puede explicarse de otra
manera el destino del principio de inercia en el mundo occidental; absurdo para los griegos; descubrimiento de una verdad inherente al
mundo físico para el siglo XVII; evidente y casi trivial para el siglo XIX; ni absurdo, ni obvio, ni verdadero, ni falso para el siglo XX,
cuando es aceptado solamente en virtud de la función que cumple en la teoría física.
El estatismo de los griegos fue uno de los mayores obstáculos para el desarrollo de la ciencia occidental. Fue un obstáculo ideológico, no
científico. La ruptura definitiva con el pensamiento aristotélico en los siglos XVI y XVII será, pues, una ruptura ideológica, que conducirá
a la introducción de un marco epistémico diferente, y finalmente a la imposición de un nuevo paradigma epistémico.5
Es por ello que, en la misma línea de pensamiento abierta por Bachelard, Louis Althusser (1918-1990) considera en la tesis 20 de su Curso
de filosofía para científicos que “la filosofía tiene como función primordial trazar una línea de demarcación entre lo ideológico de las
ideologías, y lo científico de las ciencias”.6 Lo cual, si ya tiene sentido por lo que se ha expuesto, cobrará mayor importancia en la última
sección de este trabajo.
La historia interna puede ser concebida como un avance gradual y acumulativo hacia la solución de los problemas teóricos internos a cada
disciplina, como aún sostienen algunas posturas positivistas. Puede también concebirse como una historia en la que acontecen giros o
revoluciones que producen rupturas con la ciencia anterior, como piensa Thomas Kuhn (1922-) en coincidencia con la línea francesa que
comenzara con Bachelard. Al producirse estas rupturas nos hallamos en otro mundo. Examinemos algo tan simple como el primer viaje de
Colón. ¿Qué descubrió Colón en su primer viaje? Que había llegado a las Indias. Eso era lo que esperaba encontrar y eso fue lo que vio.
Recién tiempo después se tomó conciencia de la existencia de un nuevo continente, el Nuevo Mundo. Pero el Nuevo Mundo no era
solamente aquel que se llamaría América, sino que en rigor de verdad todo el mundo pasó a ser un nuevo mundo en la medida en que se
produjo un reacomodamiento con el descubrimiento. Esto significa que un descubrimiento no es algo inmediato y puntual. Por ello, dice
Kuhn, “la frase el oxígeno fue descubierto induce a error, debido a que sugiere que el descubrir algo es un acto único y simple, asimilable
a nuestro concepto habitual de visión”.7 para descubrir algo, para captar un fenómeno nuevo, las categorías conceptuales deben estar
preparadas de antemano, de lo contrario se lo asimilará a lo ya conocido o se lo desconocerá. Por ello es erróneo pensar, como lo hacen los
positivistas, que algo primero se descubre y luego se justifica. Al respecto resulta ya un lugar común la separación –ya criticada por Karl
Popper (1902-19914)- que realiza Hans Reichenbach (1981-1953) en Experiencia y predicción entre contexto de descubrimiento y
contexto de justificación. Ésta no es sino una ingenuidad que desconoce que en el descubrimiento ya se halla incorporada la justificación.
Incluso descubrimientos súbitos y accidentales como los rayos X no se comprenden inmediatamente ni mucho menos. A lo sumo se
registra que sucedió algo raro, pero de allí al descubrimiento efectivo hay un trecho.
En ciertas ocasiones, el descubrimiento de nuevos fenómenos produce un sacudón teórico de la ciencia, de manera tal que las nuevas
categorías y conceptos no sólo producen una innovación que se acumula a los conocimientos previos, sino una revolución científica que
requiere reacomodar toda la estantería. Esto es lo que Kuhn denomina un cambio de paradigma. Si se produce este giro, se debe a la
acumulación de anormalidades en la ciencia normal. La ciencia normal es aquella que tiene poder explicativo y no se halla cuestionada.
Esta ciencia suele contener algunas anomalías, pero en la medida en que no obstaculizan el desarrollo científico son tolerables y se las
asimila. El inconveniente surge cuando son tantas las anomalías que las explicaciones se vuelven cada vez más complejas y se multiplican
las hipótesis ad hoc, es decir, las ficciones fabricadas al efecto de tapar los agujeros de la teoría para que ésta nos e hunda. Un claro
ejemplo de ello fue la astronomía ptolomeica. Cuando llega un punto en el cual conservar esa teoría resulta insostenible y paralizante para
el desarrollo científico, las dificultades se transforman en una crisis de la ciencia normal, por cuanto ya carece de valor explicativo. Sin
embargo, el nuevo sistema explicativo que se construya no será una mera corrección del viejo sistema conceptual, sino su reemplazo. De
manera tal que, si se mantienen algunos conceptos, objetos y palabras del viejo sistema conceptual, cobrarán nuevo sentido en el actual
contexto del nuevo paradigma. Al mirar la Luna, donde Ptolomeo (100-170) veía un planeta, desde Nicolás Copérnico (1473-1543) se
verá un satélite.
¿Por qué se demora tanto en reemplazar el sistema egocéntrico por el heliocéntrico? No fue porque hasta Copérnico nadie pudiera
imaginar mejores soluciones. Entre otras explicaciones resulta relevante aquella que muestra cómo todas las características de los
investigadores que resultan virtudes en tiempos de ciencia normal, en tanto posibilitan el desarrollo de la ciencia, pueden convertirse en
defectos obstaculizadores en tiempos de cambio. Ocurre que los miembros de una comunidad científica constituyen una suerte de escuela
2
que comparte una misma matriz disciplinaria (creencias, concepciones, métodos) y los mismos ejemplares o soluciones típicas de los
problemas que el grupo científico acepta como propios de la teoría. Por supuesto, esa matriz y esos modelos ejemplares posibilitan y
facilitan enormemente el trabajo colectivo en tiempos de ciencia normal, que son la mayoría. Pero se convierten en obstáculos
prácticamente insuperables para los miembros de esa comunidad en tiempos de ruptura. Por eso, los que producen los cambios suelen ser
sujetos que provienen de otras formaciones.8
Sea continua y acumulativa o suponga rupturas, toda concepción de la historia de la ciencia que no vea más que la historia interna de las
disciplinas científicas es incompleta e insatisfactoria, no sólo por que los investigadores no arribarán a una autoconciencia sobre la propia
praxis científica, en tanto carecerán de la amplitud de perspectiva que brinda la historia social, sino porque además –como hemos visto-
existen obstáculos “externos” que dificultan el desarrollo “interno” de una ciencia.
Es evidente que cada disciplina científica debe recurrir a su propia historia interna, es decir, a aquella historia que se recorta del resto de la
historia cuando una disciplina cobra autonomía al definir su objeto de estudio, sus métodos y sus reglas. Sin ir más lejos, diferentes
científicos suelen estar trabajando sin saberlo sobre la misma problemática. Sucedió muchas veces en la historia de la ciencia que se llegó
al mismo tiempo a los mismos descubrimientos; por esta razón surgieron discusiones sobre la prioridad. Los discípulos de Leibniz y
Newton acusaban recíprocamente a uno y a otro de plagio sobre la innovación que significó el cálculo infinitesimal, cuando en realidad
ambos llegaron a los mismos resultados simultáneamente por compartir una problemática común dada por la historia interna de la ciencia
compartida. Actualmente esas situaciones se presentan cotidianamente.
A muchos podría parecerles un exceso plantear la importancia que la historia externa tuvo en la historia de la geometría. Puede
establecerse convencionalmente que la geometría cobra autonomía desde el momento en que es sistematizada por Euclides (siglo III a.C.),
aun cuando sea muy anterior a él. En el caso de la geometría, a los matemáticos puede resultarles irrelevante, una vez que fue constituida
como ciencia, que su génesis se vincule a la medición de los terrenos en el marco de una reforma agraria en la época de Dracón y Solón. O
que se hayan aprovechado los recursos lógicos descubiertos en las nuevas prácticas judiciales a que dieron lugar las reformas políticas de
entonces para superar la mera practognosis y proceder a la solución teórica de los problemas y a su axiomatización. Lo cierto es que la
geometría comenzó en el ámbito de la acción. Las mediciones de los lotes dieron lugar a problemas prácticos que se tradujeron en
problemas teóricos cuya solución requirió la construcción de conceptos y métodos que cobraron autonomía y empezaron a funcionar sin
necesidad de ninguna referencia a la realidad sensible de un terreno o un plano. Los axiomas, postulados y reglas de transformación
permiten saber que la suma de los ángulos internos de un triángulo es igual a 180 grados, y el teorema de Pitágoras –conocido por
cualquier estudiante secundario- no requiere ver un triángulo y mucho menos un terreno. La geometría se constituyó como una disciplina
autónoma constructiva que se maneja sólo con entes ideales. Tanto es así que no es la percepción sino la concepción la que nos permite
distinguir un quiliágono -o figura de mil lados- de una figura de 999 lados, por ejemplo. Sin embargo, todo esto, aunque parezca evidente,
no lo es. La idealidad de la geometría euclidiana no era completa, sino que tenía un componente empírico “externo” tan difícil de percatar
como el agua para los peces. Efectivamente, la mayor parte de su historia interna transcurrió bajo el supuesto del espacio plano, es decir,
el espacio natural a nuestra percepción. Este supuesto del sentido común fue también un obstáculo “externo” a la geometría que impidió,
hasta el siglo pasado, concebir las geometrías no euclidianas. Si éstas fueron imaginadas y construidas, fue posible por la superación del
límite del supuesto del sentido común de concebir al espacio tal cual se lo percibe, es decir, como un espacio plano, cuando en rigor los
espacios cóncavo y convexo no sólo son posibles como objetos ideales sino que se adecuan en muchos casos más a los objetos que el
espacio plano.
Si atendemos al ejemplo de la geometría, vemos que existe una doble influencia, a saber, la de la génesis de la disciplina a partir de las
exigencias de la realidad socioeconómica del siglo VI a.C. en Grecia. Pero, como contrapartida, existe una influencia obstaculizadora
brindada por el sentido común o cosmovisión dominante. El ejemplo brindado no corresponde a aquellos procesos históricos mediante los
cuales Piaget y García exponen en su epistemología genética las relaciones entre la psicogénesis y la historia de la ciencia. Sin embargo,
ilustra perfectamente su concepción, según la cual existe una continuidad entre el desarrollo cognitivo precientífico mediante la acción
cotidiana –construido por un sujeto que compara y relaciona- y un conocimiento científico que presupone unos estadios anteriores de
constitución de la subjetividad:
Si nuestra posición es correcta debemos convenir en que el conocimiento científico no es una categoría nueva, fundamentalmente
diferente y heterogénea con respecto a las normas del pensamiento precientífico y a los mecanismos inherentes a las conductas
instrumentales propias de la inteligencia práctica. Las normas científicas se sitúan en la prolongación de las normas de pensamiento y de
prácticas anteriores, pero incorporando dos exigencias nuevas: la coherencia interna (del sistema total) y la verificación experimental (para
las ciencias no deductivas).9
Imre Lakatos (1922-1974), uno de los epistemólogos contemporáneos más eminentes –quien con su concepción de los programas de
investigación supera varias de las dificultades del falsacionismo-, incurre también en la negación de la historia externa de la ciencia al
desestimar la influencia que factores psicológicos e ideológicos puedan tener en las revoluciones científicas. Su objetivo es mantener con
buen criterio la posibilidad de establecer la progresividad o la regresividad de la ciencia en el marco de los programas de investigación, lo
cual a su juicio se vería imposibilitado si se deja el cambio histórico de la ciencia librado a factores tan aparentemente fortuitos. Es por
ello que pone el mote de “conversiones religiosas” a las revoluciones científicas tal cual interpreta que las concibe Kuhn. “Según Kuhn las
revoluciones científicas son irracionales, objeto de estudio de la psicología de masas. Lo que debemos estudiar no es la mente del
científico individual, sino la mente de la Comunidad Científica. Ahora se sustituye la psicología individual por la psicología social.”10
Lakatos se queda entonces con una historia interna prescriptiva que realimenta la lógica de la investigación científica, y una historia
externa, social, psicológica, que a su juicio resulta irracional y no aporta nada relevante a la metodología de la investigación. En el fondo,
la preocupación de Lakatos es por los efectos éticos de la tesis kuhniana de la inconmensurabilidad entre paradigmas. Sin entrar en ese
problema, por cuanto excede el marco de este trabajo, queremos señalar que con la admisión –ya realizada por Popper- de una ética
subyacente a la investigación científica y a la epistemología correspondiente se está excediendo el marco de una historia interna.
Enrique Marí (1927-), en un pormenorizado análisis que realiza de la problemática de la historia de la ciencia, pone de manifiesto los
límites que la posición de Lakatos tiene al respecto: para Lakatos, la historia externa resulta irrelevante para la comprensión de la ciencia,
y su crítica se orienta contra una vulgarización de la concepción marxista según la cual los descubrimientos surgen como reflejos de
necesidades sociales vagamente definidas. A lo cual Marí responde que la vulgarización simplificada de una tesis no invalida la tesis ni la
hace irrelevante. En todo caso, lo criticable es la vaguedad en la referencia a las necesidades sociales, las cuales no son claramente
definidas en una reducción mecánica de la teoría del reflejo.11 Inmediatamente viene a nuestra mente una serie de contraejemplos a la
3
crítica visión de Lakatos: sin ir más lejos, la importancia que muestra Kuhn que tuvo el hecho de que a Copérnico le encargaran un nuevo
calendario más preciso en función de fijar con exactitud las fechas de los contratos comerciales. Ello no explica la teoría copernicana pero
in duda es el desencadenante de su revolución. El propio Kuhn, que en sus trabajos tuvo en cuenta fundamentalmente la historia interna de
la ciencia, no deja de referirse y de afirmar la enorme importancia de la historia externa.12 Lakatos, en cambio, incorpora a la historia
interna todo aquello que puede convertirse prescriptivamente en metodología, y deja afuera todo aquello que no se amolde a esa
racionalidad. Pero, como lo señala Marí, si bien le cierra la puerta a la historia externa, la deja entrar por la ventana en sus abundantes
notas al pie de página. Creemos interpretar correctamente a Enrique Marí si afirmamos que la membrana que separa lo interno de lo
externo no es otra que la que establece un criterio prescriptivo previo dado por el propio Lakatos, debido al cual lo que queda afuera
aparece como irracional en tanto no se amolda al criterio de Lakatos. A pesar de lo cual, el propio Lakatos sostiene la necesidad de
complementar la metodología de sus programas de investigación con una historia empírica externa.13
Si tradujéramos esta cuestión a los términos que le adjudican Piaget y García, deberíamos decir que la ciencia se produce en el contexto de
un marco epistémico, que incluye tanto al paradigma epistémico cuanto al paradigma social:
Una vez constituido un cierto marco epistémico, resulta indiscernible la Contribución que proviene del componente social o del
componente intrínseco al sistema cognitivo.14
Actualmente parece difícil sostener que las metodologías de la investigación científica puedan ignorar la historia de la ciencia, por cuanto
la propia historia de las diferentes disciplinas científicas presenta problemas y obstáculos cuya solución ha significado la elaboración de
instrumentos conceptuales, métodos y cambios de perspectiva que exceden el marco de los problemas que les dieron lugar. Mucho más
cuando la historia de la ciencia no se vea reducida a la historia interna de un área de investigación y el marco institucional de la propia
comunidad científica, lo cual –veremos- le permite superar algunos inconvenientes. Pero, como afirma Kuhn, entre los elementos que
constituyen la matriz disciplinaria de una comunidad científica se hallan los valores compartidos, uno de los cuales supone definirse sobre
“si la ciencia deber ser (o no tiene que serlo) algo útil para la sociedad”.15 Esto supone asomar la cabeza y mirar el “mundo exterior”, es
decir, la interacción con otros grupos sociales, las limitaciones ideológicas y psicológicas, las condiciones sociales y económicas en las
que se desenvuelve el ejercicio de la ciencia, lo cual posibilita alcanzar la autoconciencia de la propia práctica científica, y de muchos de
los efectos y consecuencias de su producción científica.
Por supuesto, existen científicos y epistemólogos que sostienen la autonomía absoluta de las ciencias en relación con su entorno social, sin
percatarse de que esa autonomía no es absoluta sino meramente relativa –como diría Althusser-. Para ellos sólo existe la historia interna de
la ciencia, cuyo motor es la curiosidad científica de los investigadores en función de los problemas que la teoría les provee. Sobre esta
cuestión no vamos a abundar. Sencillamente señalaremos que en este caso se está confundiendo la motivación subjetiva de los
investigadores con las condiciones de producción de la ciencia, las cuales son perfectamente compatibles. Resulta evidente que uno puede
estar realizando una investigación por la investigación misma sin ver más allá de la misma en cuanto a sus aplicaciones posibles. Pero a su
vez esta investigación se realiza en el marco de una institución que la promueve y sostiene porque le resulta de interés, pero este interés no
se limita al interés teórico, sino que depende de una política de investigación explícita o implícita que no puede ignorar la realidad del
mercado. La investigación siempre se halla orientada. Su dirección no puede apartarse del marco epistémico, y dentro de éste existen
factores de poder institucional –académico, estatal o empresarial- que afinan la orientación. En los tiempos del fundamentalismo del
mercado, desentenderse de las políticas de investigación y de sus efectos al modo cientificista supone avalar por omisión y acríticamente
una ideología que envuelve a nuestra sociedad de una manera cada vez más férrea.
Las afirmaciones anteriores apuntan a señalar ya no la importancia de la historia de la ciencia para su mejor desenvolvimiento, sino que
pretenden exceder el marco metodológico de los aportes de una historia interna de la ciencia para una lógica del descubrimiento científico.
Nuestro objetivo, además, es señalar la necesidad de integrar a la denominada historia externa de la ciencia para alcanzar ese mismo
objetivo, y, prioritariamente, para alcanzar un objetivo complementario y seguramente más valioso: el de un ejercicio responsable de la
investigación científica.
Actualmente resulta ilusorio pretender desligar la investigación científica de sus “externalidades”, en la medida en que hasta la
investigación más básica se ve condicionada por las necesidades sociales y el mercado. Hasta parece ridículo tener que seguir discutiendo
esas cuestiones. Las líneas de investigación que se desarrollan se hallan en gran medida condicionadas por actores y factores que no
constituyen la propia comunidad científica. Y aunque la comunidad científica dictamine qué problemas son relevantes y hasta
“científicos”, lo hace atendiendo a esos condicionamientos. Al respecto existen evidencias que eximen de mayores comentarios. Está claro
que la investigación aplicada se halla condicionada por ciertas urgencias y por las necesidades del mercado. Pero lo mismo ocurre con la
investigación básica, la cual es hoy difícilmente escindible de la tecnología, la industria y el mercado.16 Incluso muchos de los desarrollos
científicos tienen como impulsora a la industria militar. Tal es el caso de gran parte de la mecánica, la cual se desarrolló en función de los
requerimientos de la artillería, tal es el caso de la mecánica de Euler. Otro tanto ocurre posteriormente con la energía nuclear, cuya
investigación comienza, es cierto, impulsada por los problemas teóricos de la propia física. Pero jamás hubiera llegado donde llegó sin el
apoyo de varios gobiernos. Al respecto dicen Piaget y García:
Es fácilmente concebible que si los estímulos hubieran sido diferentes, otros campos de la ciencia pudieron haber recibido mayor atención
por parte de un gran número de los mejores cerebros de nuestro tiempo, otros descubrimientos hubieran tenido lugar, otras teorías
científicas hubieran surgido para dar cuenta de ellos. Que se haya decidido invertir tanto esfuerzo en la energía nuclear y no se haya hecho
lo mismo con el problema de la conversión de la energía solar es una decisión a favor de ciertos temas en virtud de sus aplicaciones
prácticas, y no por razones epistemológicas.17
Es por ello que Lorenz Krüger (1941-) sostiene que la investigación científica reviste interés económico y estratégico y requiere de una
política científica explícita o implícita en un doble sentido. En primer lugar, en tanto es un medio para solucionar problemas económicos y
militares. En segundo lugar, porque es necesaria su planificación por las inversiones que supone y porque de ella depende la supervivencia
de la humanidad. Enrique Marí sintetiza y saca las consecuencias de estas ideas de Krüger de la siguiente manera: “Se trata de un claro
problema político que pone en nexo la sociedad global con la historia de la ciencia. Cuando la investigación científica tiene por objeto
práctico la planificación o la política de la ciencia, entonces deberá fundamentarse y proyectar representaciones “teóricas” del mecanismo
del desarrollo científico”.18 Es por ello que hoy por hoy es más necesario que nunca hallar los vínculos entre la investigación científica y
sus “externalidades”, por cuanto el motor de la historia contemporánea de la ciencia no se halla meramente en las motivaciones teóricas de
los sujetos que hacen ciencia, sino que estas motivaciones genuinas sólo pueden realizarse en el marco de las políticas científicas que no
queden libradas al mercado. Si la guerra es algo demasiado serio como para dejarla en manos de los militares, y si la política es algo
demasiado importante como para dejarla en manos de los políticos, la ciencia nos involucra demasiado como para dejarla sólo en manos
de los científicos.
4
1. Gastón Bachelard, Epistemología, Barcelona, Anagrama, 1973, p. 190.
2. Ibídem, pp. 147-152.
3. Ibídem, p. 188.
4. Ibídem, p. 194.
5. Jean Piaget y Rolando García. Historia y psicogénesis de la ciencia, México. Siglo XXI, 1994, p. 233.
6. Louis Althusser, Curso de filosofía para científicos, Barcelona, Planeta-Agostini, 1985, p. 26.
7. Thomas S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, México, FCE, 991, p. 97.
8. Cf. T.S. Kuhn, “Posdata: 1969”, en La estructura..., cit.
9. J. Piaget y R. García, ob. Cit., p. 31 y ef. 244 y ss.
10. Imre Lakatos. La metodología de los programas de investigación, Madrid, Alianza, 1983, pp. 120-121.
11. Enrique E. Marí, Elementos de epistemología comparada, Buenos Aires, Puntosur, 1991, cf. Pp. 71-73.
12. T.S. Kuhn, ob. Cit., cf. p. 16.
13. E.E. Marí, ob. Cit., cf. p. 85.
14. J. Piaget y R. García, ob. Cit., p. 234.
15. T.S. Kuhn, ob. Cit., p. 284.
16. Al respecto nos referimos con mayor extensión en “Ciencia, poder y utopía”, en Esther Díaz y Mario Séller (comps.). Hacia una visión crítica de la ciencia. Buenos
Aires, Biblos, 1992.
17. J. Piaget y R. García, ob. Cit., p. 230.
18. E.E. Marí, Elementos..., cit., p. 91
5
UNIDAD II
Vulnerabilidad al delito y sentimiento de inseguridad en Buenos Aires: Determinantes y
Consecuencias
Author(s): Marcelo Bergman and Gabriel Kessler
Source: Desarrollo Económico, Vol. 48, No. 190/191 (Jul. - Dec., 2008), pp. 209-234
Published by: Instituto de Desarrollo Económico Y Social
Stable URL: http://www.jstor.org/stable/27667837
Accessed: 28-01-2016 03:12 UTC
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Económico.
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Desarrollo Econ?mico, vol. 48, NQ 189-190 (julio-setiembre/octubre-diciembre 2008)
fl?plP
VULNERABILIDAD AL DELITO
Y SENTIMIENTO DE INSEGURIDAD
EN BUENOS AIRES:
DETERMINANTES Y CONSECUENCIAS
Introducci?n
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210 BERGMAN
MARCELO YGABRIELKESSLER
2 en el abandono de la ciudad
Abordajes cualitativos dan cuenta del peso de la cuesti?n de segundad
hacia urbanizaciones privadas, en particular M. Svampa (2001 ): Los que Ganaron. La vida en los barrios y urba
nizaciones privadas, Buenos Aires, Biblos.
3 Ya en 1999 en una encuesta de a nivel nacional informa que un 29 % de los entrevistados
Gallup-Argentina
declaraba haber dejado de salir de noche y que un 38 % recurr?a a vecinos para que le cuiden la casa al salir.
4
Las primeras investigaciones sobre el miedo al crimen (fear of crime) se realizan a fines de la d?cada del
60 en Estados Unidos, constituyendo hoy un sub-campo de la criminolog?a con un considerable desarrollo. Para
un estado del arte detallado con los principales hallazgos ver C. Hale (1996): "Fear of Crime: A Review of the
Literature", International Review of Viciimology 4, 79-150 y por su parte ?. Ditton y S. F?rrall (2000): The Fear of
Crime, Aldershot, Ashgate, es una compilaci?n de los art?culos paradigm?ticos del tema. Un an?lisis cr?tico del
miedo al crimen como campo de estudio ver M. Lee (2001 ): "The genesis of 'fear of crime"', Theoretical Criminology
5 (4), 467-485. En los estudios franceses se utiliza la idea de "sentimiento de inseguridad". Para un estado del
arte de los estudios en Francia ver P. Robert (2002): "Le sentiment d'ins?curit?", en L. Mucchielli y P. Robert
(eds.): Crime et s?curit?. L'?tat des savoirs, Paris, La D?couverte.
5 La
primera investigaci?n sobre el tema fue encargada por el Presidente de Estados Unidos L. Johnson
en 1967. En el per?odo de movilizaci?n contra la segregaci?n racial se genera una creciente inquietud sobre el
supuesto incremento del delito. Los estudios no corroboraron el incremento de lacriminalidad, pero s? del miedo.
No fue posible tampoco establecer una relaci?n significativa entre victimizaci?n y temor, aunque s? entre este
?ltimo y la ansiedad frente a la integraci?n racial incipiente. Ver F, Furstenberg Jr. (1971): "Public Reaction to
Crime in the Streets", The American Scholar 40, 601-610.
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VULNERABILIDAD ENBUENOSAIRES
DE INSEGURIDAD
ALDELITOY SENTIMIENTO 21 1
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MARCELO BERGMAN Y GABRIEL KESSLER
212
CUADRO 1
Tasa de victimizaci?n por hogares para 17 pa?ses latinoamericanos
y Santiago de Chile7. Pero es cierto tambi?n que la Argentina conoce en las dos
?ltimas d?cadas un incremento sostenido de sus niveles de delitos (Cuadro 2). Seg?n
los datos de hechos denunciados, las agresiones contra la propiedad se multiplican
por dos veces y media entre 1985 y el 2000 e incluso con la peque?a reducci?n y
"amesetamiento" en los ?ltimos a?os, la tasa duplica la de mediados de la d?cada
anterior. En cuanto a la tasa de homicidios, si bien se ubica muy por debajo de otros
pa?ses, entre 1988 y 2003 los de tipo doloso llegan alrededor de 7 por 100.000
habitantes, muy por encima de su media hist?rica (Kosovsky, 2007).
A pesar de que durante el primer lustro del milenio en Europa disminuy? la
victimizaci?n, el sentimiento de inseguridad aument? del 22 al 28 %, aunque sigue
ubic?ndose muy por debajo de Am?rica Latina, donde alcanzar?a al 60-80 % de la
poblaci?n, seg?n datos de las encuestas de victimizaci?n (Tudela, 2006). Tambi?n en
la regi?n se increment? la preocupaci?n, si bien el delito tampoco creci? entre 2003
y 2007. En efecto, de acuerdo a Latinobar?metro el crimen y la violencia pas? a ser
junto al desempleo lamayor preocupaci?n de los habitantes en 2007, duplicando
desde 2003 el porcentaje de gente que percibe a la inseguridad como el principal
problema de su pa?s. As?, ante la pregunta "Viviren su pa?s es cada d?a m?s seguro,
7 Datos del Banco Interamericano de Desarrollo (1999-2003).
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VULNERABILIDAD AL DELITO Y SENTIMIENTO DE INSEGURIDAD EN BUENOS AIRES
213
CUADRO 2
La evoluci?n del delito en Argentina
(?O>OlQ)0>o>0>0}(nO>0>0>0>0>0>OQ
Fuente: SNIC. Direcci?n Nacional de Pol?tica Criminal. Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la
Naci?n.
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214 MARCELO
BERGMAN
YGABRIELKESSLER
Aproximaciones conceptuales
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VULNERABILIDAD
ALDELITOY SENTIMIENTO
DE INSEGURIDAD
ENBUENOSAIRES 215
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MARCELO BERGMAN Y GABRIEL KESSLER
216
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VULNERABILIDAD
ALDELITOY SENTIMIENTO ENBUENOSAIRES
DE INSEGURIDAD 21 7
Datos y m?todos
Se trata de una encuesta a hogares sobre una muestra de 25.000 personas
financiada por el Gobierno de la ciudad y tiene un per?odo de referencia de un a?o.
La muestra se realiz? siguiendo la segmentaci?n municipal de la Ciudad en 15
Comunas, la mayor?a de las cuales incluye m?s de un barrio, forma de divisi?n
tradicional de la urbe. El gran n?mero de encuestas permite distinguir diferencias
menores en t?rminos de clase y entorno social, especialmente para un caso como el
de Buenos Aires donde la poblaci?n es m?s homog?nea en comparaci?n a lamayor?a
de las grandes urbes de Latinoam?rica. Se aplic? entre noviembre de 2006 y marzo
de 2007 y fue personal, representativa, aleatoria y poliet?pica. El cuestionario ha sido
estructurado siguiendo las cl?sicas encuestas de este tipo que poseen un m?dulo
general que indaga actitudes, percepciones, victimizaciones y datos personales
seguida por c?dulas propias para los delitos espec?ficos (robos, agresiones, etc.) y
luego opini?n sobre pol?ticas e instituciones.
Los m?todos de an?lisis var?an en funci?n del tipo de variable dependiente. Se
utilizan regresiones log?sticas binarias para analizar vulnerabilidad al delito y m?nimos
cuadrados ordinarios para el estudio del sentimiento de inseguridad. Para los primeros
modelos la variable dependiente es si el entrevistado sufri? o no alg?n delito en. el
?ltimo a?o precedente, mientras que en el ?ltimo es la expectativa percibida de ser o
no victimizado en el futuro pr?ximo. Para el primer caso se busca encontrar los
determinantes de lavictimizaci?n y lavulnerabilidad a lamisma y para el segundo los
factores que mejor explican la sensaci?n de seguridad.
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MARCELO BERGMAN Y GABRIEL KESSLER
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medidas tomadas por las personas para prevenir ser v?ctimas de alg?n delito. En
cada modelo se incluye el coeficiente B, coeficiente de regresi?n y el Exp. de B que
ayuda a interpretar lamagnitud del efecto de la variable.
Delitos patrimoniales
Definimos delitos patrimoniales al robo a elementos de un veh?culo, hurto, robos
comunes y robo a hogar con o sin violencia. La Tabla 1 presenta los resultados de los
tres modelos. En el primer modelo se observa que ser mujer aumenta aproximadamente
20% la probabilidad de ser v?ctima de un delito patrimonial. El factor m?s importante,
sin embargo, es pertenecer al nivel socio-econ?mico m?s alto. El modelo I indica que
la probabilidad de un entrevistado de NSE alto de ser victimizado respecto a uno de
NSE bajo (no incluido en la estimaci?n) es algo menor que el doble. Por su parte,
pertenecer al NSE medio tambi?n incrementa la probabilidad de ser v?ctima respecto
del nivel bajo, pero su efecto es menor al NSE alto. Con distintas magnitudes, como se
ver?, estas tendencias se mantienen en casi todos los modelos de esta secci?n y las
siguientes; todas las dem?s variables tienen efectos menores.
El hallazgo m?s importante lo encontramos en el segundo modelo. Al introducir
la variable barrio estamos ajustando la estimaci?n del modelo Ipor vivir o no en las
comunas 2,6 o 14, zonas m?s homog?neas, donde mayoritariamente viven habitantes
de sectores socio-econ?micos altos y medios-altos. Se observan as? dos efectos: el
primero es que vivir en esas comunas reduce casi a lamitad la probabilidad de ser
v?ctima (obs?rvese el 0,53 es casi lamitad de 1,0 que ser?a el efecto neutro). La
segunda, y m?s importante a?n, es que al introducir lavariable Barrio, se incrementa
la probabilidad de NSE alto en un 15%. Es decir, la probabilidad de ser victimizado
siendo NSE alto y residiendo en una comuna m?s heterog?nea es significativamente
m?s elevada que residiendo en las comunas m?s homog?neas de clase media alta.
El tercer modelo incluye una variable "proxy" de tasa de exposici?n, lacantidad
de horas que est? la persona fuera de su casa; una variable dummy acerca de si el
entrevistado contrat? o no el ?ltimo a?o seguridad privada y una variable construida
que mide la adquisici?n o no en el ?ltimo a?o de bienes privados de seguridad
(BIPRiSE) tales como alarmas, perros guardianes, enrejados, entre otros. Los efectos
de estas tres variables est?n moderadamente asociados a lavulnerabilidad delictiva:
quien m?s horas est? fuera de lacasa tiene mayor probabilidad de ser v?ctima. Aunque
no se especifica en esta tabla, la probabilidad se incrementa alrededor del 2% por
cada hora adicional que el entrevistado est? fuera de su casa en un d?a normal.
El coeficiente correspondiente a seguridad privada no es estad?sticamente
significativo, por loque no nos permite extraer conclusiones definitivas, sin embargo
el mismo signo positivo (quienes tienen seguridad privada son m?s propensos a ser
v?ctimas) puede reflejar un problema de endogeneidad, es decir, precisamente quienes
contratan seguridad privada son los m?s vulnerables a ser v?ctimas de delitos
patrimoniales. Por ?ltimo, laadquisici?n de bienes privados para la protecci?n indica
la misma asociaci?n. Aquellos que adquieren esos bienes tambi?n son ios m?s
vulnerables. Este dato tambi?n podr?a indicar que la compra de bienes fue posterior
a la victimizaci?n, por lo que no podemos descartar una causalidad inversa.
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VULNERABILIDAD AL DELITO Y SENTIMIENTO DE INSEGURIDAD EN BUENOS AIRES
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TABLA 1
Delitos patrimoniales
Modelo I Modelo II Modelo III
n = 24155 n = 24155 n = 21881
Robos de autos
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220
TABLA 2
Robo e intento de robo de autos
de robos patrimoniales. S?lo se incluyen los casos en que en'los hogares hay por lo
menos un veh?culo. Como se ver?, gracias a esta diferenciaci?n, es posible obtener
hallazgos importantes. En el primer modelo, y en los otros tambi?n, todos los
coeficientes menos educaci?n son negativos, es decir, que laprobabilidad que a una
persona le roben o intenten robar su veh?culo disminuye con el nivel socio-econ?mico,
con la edad, y si es var?n.
. no aportan
?Qui?nes son los m?s vulnerables al robo de auto? Estos modelos
mucha certeza aunque s? nos dicen qui?nes son losmenos vulnerables: los resultados
del segundo modelo indican que quienes viven en Recoleta y Barrio Norte, Palermo o
Caballito tienen aproximadamente lamitad de probabilidad de que su veh?culo sea
robado respecto de quienes habitan en otras comunas. Ahora bien, asimismo se advierte
que laprobabilidad de ser v?ctimas del robo, o el intento de robo, de su autom?vil entre
quienes tienen un NSE alto, m?s all? de sus lugares de residencia, se reduce entre un
35% y 40%, cuando se comparan con los casos de NSE bajo. Este resultado es el
opuesto a los delitos patrimoniales generales. La hip?tesis m?s firme es que a diferencia
de dichos hechos, aquellos que tienen un NSE alto, en cualquier zona, tienen un lugar
seguro donde guardar su autom?vil, mientras que aquellos de menores recursos los
dejan en sitios mucho m?s expuestos. En resumen, as? como lasmedidas individuales
no resultaban en el caso anterior, en ?ste laprovisi?n de dispositivos espec?ficos es un
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VULNERABILIDAD AL DELITO Y SENTIMIENTO DE INSEGURIDAD EN BUENOS AIRES 221
TABLA 3
Delitos violentos
Delitos violentos
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MARCELO BERGMAN Y GABRIEL KESSLER
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Conclusiones parciales
Los datos muestran en el caso de Buenos Aires que la desigualdad entre las
zonas tambi?n se expresa en relaci?n a la seguridad: en los barrios de menores
recursos relativos existe menor capacidad de presi?n social, menor presencia de
servicios que brindan protecci?n (edificios con seguridad, menor n?mero de polic?as
por densidad de poblaci?n, entre otros) y la inversi?n en dispositivos por parte de
sus habitantes es m?s baja de la existente en barrios de clase media alta. Estos
hallazgos son consistente con los presentados por Di Tella y Schargrodsky (2004)
para la ciudad de Buenos Aires: los robos de autos ocurren en espacios m?s
desprotegidos y con menos vigilancia policial, as? como la falta de garaje, cocheras
o personal de seguridad aparece como determinante en el incremento de la
vulnerabilidad. Tambi?n en l?nea con Di Tella, Galiani y Schargrodsky (2008) la
comparaci?n entre el modelo de delitos patrimoniales y el de robo de auto muestra
que para ciertos bienes/delitos los dispositivos privados de seguridad son eficaces,
mientras que para otras no. Pero nuestros datos muestran que es la conjunci?n de
factores socio-econ?micos y ecol?gicos loque mejor se asocia a lavulnerabilidad al
delito, especialmente en los casos de delitos patrimoniales. Asimismo se?ala las
limitaciones de las medidas individuales de protecci?n si no se dan en un contexto
de provisi?n de seguridad como bien p?blico: la posesi?n individual de dispositivos
de protecci?n disminuyen la vulnerabilidad al delito s?lo cuando en toda el ?rea se
produce un efecto de agregaci?n de bienes y servicios p?blicos y privados.
24 Las
opciones son: a. Que le arrebaten algo en la calle, b. Que sea atacado por un extra?o en la calle sin
motivo aparente, c. Que le roben el auto (si tiene), d. Que alguien lo toque o manosee sexualmente sin su consen
timiento, e. Que alguien entre a su casa cuando hay gente adentro.
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VULNERABILIDAD
ALDELITOY SENTIMIENTO
DE INSEGURIDAD
ENBUENOSAIRES 223
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TABLA 4
An?lisis descriptivo de las variables
TABLA 5
Determinantes de la expectativa de victimizaci?n y temor al delito (OLS)
Coeficiente
Variable t
estandarizado
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VULNERABILIDAD AL DELITO Y SENTIMIENTO DE INSEGURIDAD EN BUENOS AIRES 225
tarea tienden a creer que es m?s probable sufrir un delito. Lo mismo puede decirse
respecto de quienes perciben que la polic?a es menos honesta y profesional, aunque
aqu? los resultados no son tan robustos. Finalmente, todas las variables socio
demogr?ficas son estad?sticamente significativas. Los m?s j?venes perciben una mayor
probabilidad de victimizaci?n, al igual que los de mayor nivel socio-econ?mico y las
mujeres. Tambi?n en el caso de los j?venes, nuestros resultados se alejan de las teor?as
que postulan un menor temor juvenil y, posiblemente, esto se deba en parte tambi?n a
nuestra focalizaci?n en lapercepci?n de amenaza y no en ladeclaraci?n de un eventual
sentimiento. Respecto de esta ?ltima variable cabe destacar que dado que el ?ndice de
expectativa de victimizaci?n incluye una pregunta vinculada al abuso sexual, delito del
que lasmujeres son v?ctimas con mayor frecuencia que los hombres, es l?gico esperar
que el ?ndice para ellas sea mayor. A pesar de este sesgo de medici?n, los resultados
reflejan claramente que lasmujeres tienen mayor expectativa de ser v?ctimas.
Sin duda la variable de mayor impacto en la inseguridad es la percepci?n de la
frecuencia delictiva. Esto es consistente con los hallazgos de lasecci?n anterior respecto
a que es lavictimizaci?n indirecta laque mejor explica la inseguridad en Buenos Aires.
Esto tambi?n se apoya en las otras variables asociadas al deterioro del espacio urbano
(PSC) y al transcurso del tiempo (inseguridad en el barrio). Tambi?n el haber sido
v?ctima reciente (victimizaci?n directa) incrementa laexpectativa de serlo nuevamente,
por loque la presi?n ecol?gica y laexperiencia personal (adem?s del g?nero) son los
factores que mejor explican la inseguridad.
En cambio, el desempe?o policial tiene un efecto mucho menor en laexpectativa
de futura victimizaci?n. Esto tal vez obedezca a que lapredisposici?n inicial a desconfiar
en lapolic?a sesgue algo los resultados, sin embargo, de tener un impacto robusto, se
deber?a reflejar en nuestra estimaci?n. Tampoco se observa un efecto de importancia,
en comparaci?n a otras variables, a lacooperaci?n entre vecinos. Aunque en ladirecci?n
esperada, el capital social o comunitario tiene un escaso peso en la reducci?n de la
expectativa de victimizaci?n.
En resumen, este modelo nos indica que las variables que mejor explican la
inseguridad son el g?nero y lapresi?n ecol?gica. Si bien el primer factor es ya conocido
en la literatura, el segundo encuentra en nuestras estimaciones una evidencia s?lida y
cuyo poder explicativo supera inclusive la variable g?nero. La inseguridad percibida
en Buenos Aires, que operacionalizamos a trav?s de la expectativa individual de ser
v?ctima, parece ser el resultado de las condiciones ecol?gicas en las que los individuos
residen o transitan y que se corrobora con las tasas de victimizaci?n.
Un hallazgo adicional de esta encuesta, a fin de complementar el punto anterior,
es que la victimizaci?n real y la percepci?n de la actividad delictiva en el barrio est?n
fuertemente asociados. Para ello, construimos un ?ndice de frecuencia delictiva, y
estimamos este ?ndice para cada comuna (con un rango de 0,77 para Recoleta a 3,7
para los asentamientos m?s precarios, las llamadas "villas" y un promedio de 1,24).
Estimamos tambi?n una tasa de victimizaci?n por Comuna con base al porcentaje de
gente que declar? haber sufrido un delito en cada una de ellas en el ?ltimo a?o (un
rango de 13.1% a 33.9% y un promedio de 24,9%)28. Correlacionamos ambas variables
28 Las comunas en la variable barrio de los modelos anteriores tuvieron lasm?s bajas tasas
comprendidas
de victimizaci?n. Comuna 2 (Recoleta)13,1% ,Comuna 14 (Palermo) 18,2%, Comuna 6 (Caballito) 19,2%
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MARCELO BERGMAN Y GABRIEL KESSLER
226
y su resultado fue una rde .65, altamente significativa y en ladirecci?n esperada; esto
es, a mayor actividad delictiva tambi?n es mayor la percepci?n de lamisma. Es decir,
la evidencia es robusta y demuestra que la victimizaci?n efectiva en el barrio y la
percepci?n acerca de la frecuencia de delitos en el mismo est?n fuertemente
correlacionados.
IV.Consecuencias de la inseguridad
Los modelos de las secciones dos y tres muestran el peso explicativo del factor
ambiental en lavulnerabilidad al delito y lapercepci?n de amenaza. En este apartado,
basado en el abordaje cualitativo, se presentan las implicancias de vivir en ?reas de
diferente intensidad de sensaci?n de inseguridad. Para ello analizaremos tres temas
centrales: 1 ) distanciamiento y proximidad al delito; 2) lagesti?n de la inseguridad y 3)
culturas locales de seguridad.
Antes de ahondar en las diferencias entre las zonas, una breve referencia a las
caracter?sticas de la inseguridad, seg?n el an?lisis de la percepci?n de nuestros
entrevistados. Su rasgo distintivo es laaleatoriedad: podr?a definirse como toda amenaza
a la integridad f?sica, m?s que sobre los bienes, que pareciera poder abatirse sobre
cualquiera. La aleatoriedad se relaciona, por un lado, con ladeslocalizaci?n del peligro;
el fin de ladivisi?n entre zonas seguras e inseguras bien definidas. Cuando se siente
que la amenaza ha sobrepasado sus fronteras tradicionales y puede penetrar en
cualquier territorio, se retroalimenta lasensaci?n de inseguridad. Por el otro, se vincula
a la des-identificaci?n relativa de las figuras de temor, en cuanto ya no se limita a las
im?genes m?s estigmatizadas, como los j?venes de sectores populares. En efecto, se
relatan robos de personas "bien vestidas", que "parec?a gente de clase media"; en
barrios cerrados circulan historias de gente que entr? a robar "vestida con traje y
corbata, como un nuevo vecino que ven?a de trabajar" y en comercios de barrios
populares, se escuchan hechos protagonizados por mujeres, algunas con beb?s en
brazos o hasta parejas de ancianos.
No obstante, ladesidentificaci?n es, como se dijo, relativa: las figuras cl?sicas de
estigma y temor siguen siendo compartidas mientras que hay otras m?s temibles seg?n
el sector social, sexo, grupo de edad y ?rea de residencia. Polic?a y guardias de lugares
de diversi?n (los "patovicas") para j?venes de sectores populares; agresores sexuales
en mujeres de barrios del conurbano; personas ligadas al poder local capaces de todo
tipo de abuso en sectores populares del interior; a "gente que antes no exist?a", como
limpiavidrios, mendigos o cartoneros para algunos entrevistados de sectores altos de
laCiudad de Buenos Aires, mientras que otros tem?an a lapolic?a y desconfiaban de los
guardias privados. As?, inseguridad y delitos son s?lo en parte coincidentes; su definici?n
est? m?s ligada a laamenaza aleatoria que a ladisrupci?n de la ley,como lo testimonian
el temor que sigue inspirando lavisi?n de j?venes reunidos en las calles de los barrios
sin infringir normativa alguna.
Distanciamiento y proximidad
Al comparar los barrios de sectores medios y altos de laCiudad de Buenos Aires
m?s protegidos con zonas populares consideradas muy vulnerables por sus propios
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VULNERABILIDAD
ALDELITOY SENTIMIENTO
DE INSEGURIDAD
ENBUENOSAIRES 227
La gesti?n de la inseguridad
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VULNERABILIDAD ENBUENOSAIRES
DE INSEGURIDAD
ALDELITOY SENTIMIENTO 229
Sin embargo, la regulaci?n microsocial tiene sus fisuras, es m?s una orientaci?n
normativa deseable que una obligaci?n moral. Pero se impone la necesidad de seguir
viviendo en un espacio compartido y por ello luego de un robo, puede fingirse un
olvido aparente cuando se los vuelve a cruzar al otro d?a o se decide no denunciar
por temor a las represalias. No obstante, los v?nculos no quedan indemnes: "antes lo
conoc?a, ahora ya no loconozco" y lacategor?a del "desconocimiento" entra en juego;
quien era conocido ) ataca a un pr?ximo, se transforma por esa misma acci?n en un
desconocido; una forma de construir alteridad con aquellos cercanos.
Como se advierte en torno al respeto, la gesti?n de la inseguridad posee una
dimensi?n de g?nero y de hecho, tiende a producirse una distribuci?n familiar de
tareas en los distintos barrios. Los hombres de sectores populares del conurbano en
los barrios estudiados se encargan de ira buscar o acompa?ar a los dem?s cuando
oscurece, est?n alertas si sucede algo anormal y son los responsables de los
dispositivos existentes. Las mujeres se ocupan de que "nunca la casa est? sola",
preparan a los hijos para disminuir riesgos, tanto de eventuales delitos como frente a
la polic?a y participan m?s de reuniones locales por el tema. En sectores medios, las
madres suelen irchequeando el desarrollo de las actividades de los chicos fuera del
hogar, por ejemplo a trav?s del celular y quienes tienen hijos ya adolescentes empiezan
a interrogarse sobre el equilibrio entre demandas de mayor autonom?a y precauci?n,
mientras que los padres se ocupan sobre todo de los dispositivos generales, de
alarmas, custodias y otros servicios.
En sectores medios, las madres suelen ir chequeando el desarrollo de las
actividades de los hijos fuera del hogar, por ejemplo, llamando al celular, cuando los
hijos crecen se interrogan sobre el equilibrio deseable entre autonom?a y precauci?n
mientras que los padres se ocupan sobre todo de los dispositivos generales, de
alarmas, custodias y otros servicios.
32 Se trata de contactar a la
comisar?a, organizar vigilancia de las casas al salir, reuniones informales con
los vecinos y los dispositivos eran seguridad privada, c?mara, alarma, rejas y cerraduras reforzadas.
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230 MARCELOBERGMAN
YGABRIELKESSLER
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VULNERABILIDAD AL DELITO Y SENTIMIENTO DE INSEGURIDAD EN BUENOS AIRES
231
preexistentes.
V. Conclusi?n
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MARCELO BERGMAN Y GABRIEL KESSLER
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BERGMAN
234 MARCELO YGABRIELKESSLER
RESUMEN
SUMMARY
Accounting for the fear of crime has pre in certain geographical areas and the individual
sented many challenges for the social science, expectation of victimization. The qualitative
particularly as it relates to the rapid increase of analysis compares "protected" neighborhoods
insecurity in large metropolitan areas of Latin of the city to "unprotected" areas of suburban
America. Building on quantitative and qualita Buenos Aires. We show that the distance and
tive methods this paper analyzes the vulnerabil the proximity to crime create differences in the
ity to crime and the perceptions of insecurity in way of life of the individuals of both areas. This,
the city of Buenos Aires. The quantitative sec in addition to the uneven access to protection
tions identify the groups and areas that are more devices, originates different approaches in re
vulnerable to crime, and the factors that con lation to the fear of crime, to the so called inse
tribute to the sense of insecurity. We claim that curity management, and to the patterns of so
social-environmental factors and ecological cial interaction. Finally a comparison with other
pressure are the variables that best explain vic urban centers of this country shows how the
timization and insecurity. We find an associa feelings of insecurity emerge in smaller com
tion between the perceived frequency of crimes munities.
REGISTRO BIBLIOGR?FICO
BERGMAN, Marcelo, y KESSLER,Gabriel
"Vulnerabilidad al delito y sentimiento de inseguridad en Buenos Aires: Determinantes y consecuen
cias". DESARROLLO ECON?MICO- REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES (Buenos Aires), vol. 48, N2
190-191, julio-setiembre/octubre-diciembre 2008 (pp. 209-234).
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UNIDAD III
La estructura de las revoluciones
científicas
por THOMAS S. KUHN
Título original: The structure of scientifíc revolutions © 1962, University of Chicago Press
20
Metáforas que
nos piensan
Sobre ciencia, democracia y
otras poderosas ficciones
Traficantes de Sueños
http://traficantes.net/
Info y pedidos: editorial@traficantes.net
ISBN: 84-96453-11-1
Depósito legal:
Edita: SKP
"A Paloma, con quien las palabras rezuman"
Índice
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
Bibliografía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267
La Ciencia, ese mito moderno *
225
potente metáfora —la Gran Explosión— y se reescriben
mediante adecuados efectos de persuasión 2. Pura poesía,
poiesis, construcción.
2.-El mencionado artículo se urde con datos técnicos, metáforas e imágenes sen-
soriales creadoras de efectos empíricos (‘bruit de fond’, ‘signature tangible’, ‘lumière
fossile’...), y una elaborada retórica de lo oculto (‘fabuleux trésor’, ‘témoignages physi-
ques’, ‘traquer [acechar] le Saint-Graal de la cosmologie’...). Otras crónicas de prensa
despliegan la misma urdimbre, enriqueciendo la gama de imágenes, metáforas y efec-
tos retóricos.
226
ción hagiográfica es ‘explicar’ cómo los científicos son los
únicos capaces de producir conocimiento verdadero: ellos
constituyen un sistema social autorregulado por unas nor-
mas ideales (comunalismo, universalismo, desinterés y
escepticismo corporativo) que garantizan la racionalidad,
acumulación y asentamiento de los avances de la ciencia.
Pero la nueva sensibilidad que emerge en los años 60 pone
en tela de juicio la sagrada alianza entre saber y poder, arrojan-
do fundadas sospechas sobre la neutralidad del primero, por
científico que sea, y la legitimidad del segundo, por demo-
crático que se quiera. A ello se unirá recientemente una serie de
investigaciones que muestran cómo lo que realmente hacen los
científicos se parece bastante poco a la inocente aplicación del
supuesto método científico. Kuhn introduce el virus relativista;
la beatífica comunidad científica que imaginara el estructural-
funcionalismo mertoniano se revela como juego de intereses y
lucha por el poder (subvenciones, reconocimientos, contra-
tos...); francotiradores como Feyerabend advierten el cumpli-
miento del sueño comtiano de una ‘nueva religión universal’ en
el carácter religioso que de hecho ha llegado a cumplir la ciencia
y llegan a equiparar su presunta racionalidad con la de las lla-
madas pseudo-ciencias; antropólogas como Mary Douglas
confirman en la actitud ante la ciencia los rasgos característicos
de lo sagrado en las sociedades primitivas; mujeres como
Evelyn Fox Keller denuncian la fuerte carga androcéntrica de
sus presupuestos y formulaciones… Despunta una nueva
forma de razón que no tardará en tacharse de irracionalismo y
de barbarie por los guardianes de la ciudadela científica.
Inventar la realidad
Los últimos desarrollos de esta tradición iconoclasta están
hoy al alcance del lector no especialista gracias el excelente
texto de Steve Woolgar (1991) Ciencia: abriendo la caja negra.
Con ellos, la desmitificación de la ciencia (en el sentido lite-
ral: crítica de la ciencia en tanto que mito) pasa a convertirse
227
en programa sistemático de indagación, más allá de ciertas
intuiciones dispersas. El poso teórico se remonta a Husserl,
Heidegger, Foucault, Derrida o el último Wittgenstein, afina-
dos con técnicas específicas de investigación sociológica. Tres
son los principales enfoques que se han venido perfilando: el
llamado programa fuerte de sociología del conocimiento, las
técnicas de análisis del discurso aplicadas a la deconstrucción
de los textos científicos, y los estudios de carácter etnográfico
sobre el trabajo en los laboratorios.
El primero, cuyo texto fundacional es Conocimiento e imagi-
nario social de David Bloor (1998), denuncia la asimetría exis-
tente en las consideraciones habituales sobre la ciencia: así
como al conocimiento ‘verdadero’ se le supone un fluir espon-
táneo, sin más que aplicar correctamente ‘el método’ científico,
tan sólo al conocimiento ‘erróneo’ se le busca explicación: a los
filósofos toca ocuparse del primero y a los sociólogos o antropó-
logos del segundo. Pero ocurre —como expone Bloor— que tan
razonables son con frecuencia las teorías erróneas como irra-
cionales las verdaderas. Tal escepticismo se extiende de las cien-
cias a la lógica y a la matemática, al corazón mismo de la razón,
lo cual exige romper no sólo con la cómoda división del trabajo
académico sino también con muchas ideas preconcebidas
sobre la razón, lo razonable y la objetividad.
El segundo enfoque mencionado se centra en lo que sin
duda sí producen los científicos: textos (descripciones, argu-
mentaciones, artículos...); textos cuyo análisis desvela toda
una batería de estrategias retóricas destinadas a persuadir al
lector de la existencia de ciertos ‘hechos’ y de la bondad de
ciertas ‘explicaciones’. El discurso científico revela así su
anclaje en la lengua natural, y este carácter narrativo lo pone
por entero en manos de las disciplinas que tratan de literatu-
ra (B. Latour y F. Bastide, 1988). La ciencia del cuento se apli-
ca a dar cuenta del cuento de la ciencia.
El tercero, lleva a los etnógrafos al interior de los santua-
rios de la cultura científica —laboratorios y observatorios—,
228
donde se dedican al registro minucioso de las curiosas prác-
ticas de esa tribu tan singular que son los científicos: lo que de
hecho hacen éstos resulta tener poco que ver con el segui-
miento de ningún método (y, menos aún, con el de ‘el méto-
do’ científico) ni con los imperativos ideales mertonianos.
Para quien ahí entra, “la creencia en la ‘cientificidad’ de la
ciencia desaparece” (B. Latour, 1983).
La conclusión está servida: la ciencia, aunque se presenta
como des-cubrimiento y explicación de realidades naturales que
están-ahí-fuera, como pre-existentes a la indagación sobre ellas,
lo que está haciendo es construir esa realidad, inventándosela,
fabricándola. “La exterioridad [‘out-there-ness’] es una conse-
cuencia del trabajo científico más que su causa” (S. Woolgar y B.
Latour, 1986: 182). Lo social no se limita, pues, a regular las rela-
ciones entre científicos y las de éstos con las instituciones, de-
jando intactos los contenidos de su conocimiento, sino que
penetra en el interior de sus conceptos, de sus racionalizaciones,
de sus aparatos... en esa caja negra que la filosofía y la sociología
clásicas de la ciencia querían mantener impermeable a los jue-
gos de fuerzas, a los prejuicios, a los intereses, a los conflictos, al
decir/hacer de las gentes en toda su complejidad.
La ideología de la re-presentación
La impostura definitiva no está, sin embargo, en esa inven-
ción científica de la realidad: después de todo, no hay socie-
dad que no haya generado esa ilusión a la que llama realidad,
esa imposible componenda —por decirlo en términos de A. Gª
Calvo (1979)— entre el mundo en que se habla y el mundo del
que se habla. No otro que ése es el trabajo de los mitos: cons-
truir y dar sentido a ese mundo fabuloso que cada cultura
llama realidad 3. La saga mítica que el discurso científico de las
3.-Sobre las dificultades de nuestra modernidad para ajustar mito y razón, véase C.
Moya (1992).
229
tribus occidentales ha generado en los últimos cuatro siglos
no tiene nada que envidiar a los de otras sagas que le precedie-
ron, como la homérica o la judeo-cristiana. Ni sus metáforas
son menos imaginativas (el mundo como máquina, lo invisi-
ble como materia oscura, el mercado como autorregulación, o
la sociedad como suma de partículas votantes), ni es menor su
éxito en conferir a sus ilusiones carta de naturaleza.
La otra cara de la pujante belleza y eficacia de sus metáfo-
ras es el destrozo universal a que nos ha conducido esa otra
metáfora del ‘conocer como analizar’ (dividir, des-trozar) que
dio en sustituir a la que postulaba el conocimiento como
alquimia entre el conocedor y su objeto, tenido también
como sujeto. Si, desde Heidegger, este lado oscuro de la cien-
cia ha merecido cierta atención, mucha menos ha recibido la
indagación sobre el éxito social de la creencia en ella. El argu-
mento de su ‘evidente eficacia’ sólo es probatorio para quien
está ya en esa creencia: no hay cultura que no crea en la evi-
dente eficacia de sus prácticas rituales ni en la rotunda reali-
dad de sus metáforas constitutivas. Aquí es donde el mito
científico pone en funcionamiento, como cualquier otro
mito, toda una eficaz elaboración secundaria tendente a
hacer olvidar el ‘como si’ que está en el origen de su actividad
metafórica y construir así sus propios efectos de realidad. La
ciencia, como advierte Mulkay (1991), es un tipo de lenguaje
que oculta y niega su mismo carácter lingüístico.
Ahí es donde la ficción se torna fingimiento: en el minu-
cioso trabajo que el científico y el divulgador suelen tomarse
para borrar toda traza de la impronta poética de su actividad.
En efecto, buena parte de la tarea científica se orienta direc-
tamente a ocultar ese proceso de creación de realidad, a pre-
sentar al agente como mero paciente (receptor neutro —y
neutral— de meros datos objetivos), a consolidar el mito de la
Ciencia, a edificar lo que Woolgar llama la ideología de la
representación: el enmascaramiento y supresión de los rastros
que pudieran advertirnos de su actividad constructiva, de lo
230
arbitrario del sustrato que soporta la necesidad, del silencio
al que se condena a lo que se dice representado 4.
Y ahí es donde está la verdadera dimensión política de la
ciencia. Ahí también su eficacia, su capacidad para persua-
dirnos de que no estamos siendo persuadidos, su pretensión
de destino. Por ejemplo, no caben políticas (o sea, decisiones)
distintas porque la cruda ‘realidad’ económica (o sea, el des-
tino) no las permite: “Hay que ser realistas” 5. La ilusión de
que la realidad está ahí y no hay sino una —y, por tanto, todo
lo demás son ilusiones—, junto a la pretensión de que la cien-
cia es el modo privilegiado de conocimiento al que le es dado
des-cubrirla, re-presentándola, es el núcleo de esa ideología
de la representación. Una ideología de la que está empapado
el modo científico de conocimiento tanto como éste le ha
prestado el espaldarazo definitivo, impregnando con ella
todos los ámbitos de nuestra cultura: representación de los
hechos en estadísticas y ecuaciones, de los súbditos en los
parlamentos, de los acontecimientos en las noticias, de la
realidad en el discurso.
Reflexividad
Al observador perspicaz no se le escapa, sin embargo, la
paradoja en que incurren estos análisis. Las críticas a la ilu-
sión científica, por pretender que existen hechos-ahí, tratan a
su vez las prácticas científicas como si fueran ellas mismas
hechos-ahí, de los que aspiran a dar cuenta. La crítica de la
ciencia se quiere científica, sea porque no acierta a pensar
desde otras coordenadas sea porque teme el anatema de irra-
4.-Es significativa la proliferación en los últimos años de manuales del tipo Writting
succesfully in science (Londres: Harper Collins, 1991), donde los jóvenes científicos pue-
dan aprender los trucos lingüísticos con los que construir efectos de realidad suficiente-
mente persuasivos. Ya Wittgenstein (1987: 133, 197, 230, 334, 359) apuntó que, al fin y al
cabo, no son sino “tretas gramaticales las que nos convencen, incluso en matemáticas”.
5.-“¡Los números cantan!” es el argumento definitivo con que el político y el cientí-
fico reducen al silencio al creyente en la canción del número.
231
cionalismo que automáticamente recibe todo aquél que
atente contra la ‘nueva religión de la humanidad’. Sea por lo
que fuere, los críticos de la ideología de la representación no
dejan de pensar desde esa misma ideología.
Así, para las posturas más iconoclastas de la NSC, Bloor y
su programa fuerte siguen manteniendo la creencia en una
‘realidad-ahí’, a la que buscan explicación, aunque ahora
ésta sea social. De igual modo, el discurso etnográfico toma
las prácticas científicas como ‘hecho’ objetivo (lo que los
científicos hacen ‘realmente’) del que se propone dar razón
mediante una representación adecuada. Ninguno de ellos
explora, ni se aplica a sí mismo, las consecuencias radicales
de una crítica de la ideología de la representación: si no es
legítimo hablar de unos ‘hechos ahí’, si los datos se constru-
yen en el proceso de su identificación y representación, si
las cosas no están en un más allá de su relato ¿cómo puede
el discurso crítico tomar la actividad científica como objeto
ahí? ¿Cómo puede orillarse el engaño característico del dis-
curso científico —más aún, el de la propia ideología de la re-
presentación— sin caer en el océano informe de la pura
irracionalidad? ¿Cabe otra posibilidad que la negación, el
desenmascaramiento de cuantas ilusiones constituyen la
realidad? Woolgar propone una eventual respuesta reorien-
tando el foco de atención: pasar del objeto re-
presentado/construido a la actividad misma del represen-
tar/construir 6. Ahí es donde el discurso crítico ha de hacer-
se reflexivo, consciente de la no neutralidad de las tecnolo-
gías de que se vale (en particular, las tecnologías de la pala-
bra) ni del propio agente que autor-iza la crítica: ¿Por qué,
por ejemplo, no hacerle irrumpir en su propio texto, que
queda así paradójicamente des-autorizado? ¿O no sería éste
sino otro artificio retórico aún más alambicado?
232
La quimera realista
Con todo, acaso el signo más claro de que esta NSC, pese
a sus contradicciones y limitaciones, ha puesto el dedo en la
llaga —la llaga de la creencia viva y abierta— lo encontramos
en las reacciones que suscita. La repulsión que recientemen-
te ha provocado en los guardianes de la realidad, como la de
Mario Bunge (1991a) puede tenerse por ejemplar. Según este
epistemólogo, nos enfrentamos, ni más ni menos, que a toda
una pléyade de izquierdistas mal reciclados que “han abraza-
do, aún sin quererlo, una parte central del credo nazi”, here-
deros directos del celo anti-intelectual e irracionalista que ali-
mentaron funcionarios e intelectuales nazis como Heidegger
y que desencadenó la persecución de la llamada ciencia
judía. Su desprecio por el ethos científico mertoniano (ho-
nestidad intelectual, desinterés, impersonalidad) no puede
llevar a estos ‘jóvenes turcos’ (sic) sino al irracionalismo más
vandálico. La descripción que de ellos hace Bunge exhibe
todo un alarde de recursos retóricos para fabricar su demoni-
zación: en contraste con la prosa “transparente y elegante” de
Merton, la de éstos se perfila como oscura y tosca; “tienen la
jeta [the cheek] de pasarse un año en un laboratorio científi-
co” acechando la ocasión de sorprender en falta la virtud de
quienes allí operan; hablan de lo que no saben, son toleran-
tes con falsas doctrinas (“la pseudo-ciencia e incluso la anti-
ciencia”); frente a las luces del positivismo se entregan al
oscurantismo de la fenomenología o el existencialismo;
reniegan del ‘hecho verdadero’ de que los sistemas sociales
están compuestos por individuos para darse al ‘cripto-holis-
mo’; en lugar de la grandeza de miras que caracteriza al
‘auténtico científico’, ellos se empeñan en indagar minutiae y
revolver basura; prefieren el recurso irracionalista a la intui-
ción, la analogía y la metáfora antes que la objetividad de la
lógica y el método; estudian a la tribu de los científicos “como
si fueran un sistema social ordinario” y no ministros de un
saber reservado; en suma, odian y desprecian la ciencia.
233
Una reacción semejante no parece, ciertamente, propia
de ningún desapasionado ethos científico ideal, sino más
bien la del creyente que, viéndose sorprendido en su creen-
cia, no puede sino saltar airada y crispadamente, recurrien-
do en primera instancia a la descalificación y el insulto. Esa
realidad-ahí, cuya objetividad es representable por la cien-
cia, al creyente en ella se le da por des-contada, y soporta
mal que se la presenten como contada, al modo de cualquier
otra narración o mito. Nunca un mito lo es para quien está
creyendo en él: se trata de la realidad misma. Lo propio de la
creencia lo cifraba Machado no en creer sin ver sino en creer
que se ve. Más aún, como observa Ortega, la auténtica creen-
cia no es pensable, porque es lo que nos permite ponernos a
pensar: lo que, dado por su-puesto, hace posible que sobre
ello empecemos a poner: hechos, razones, ideas... Quien ve
tocada su creencia queda así literalmente des-fondado, sin
fondo sobre el que apoyarse; y la irracionalidad que descubre
bajo sus razones se le antoja sinrazón de quien se las ha deja-
do al desnudo.
Los argumentos que Bunge consigue hilvanar contra los
jóvenes turcos, una vez aplacada su santa ira, apenas alcan-
zan así a ocultar su carácter de justificaciones a posteriori,
destinadas a restañar la creencia dañada, a reconstruir el
efecto de realidad puesto en entredicho, con lo que, paradóji-
camente, viene a dar la razón a los supuestos bárbaros en el
acto mismo de querer recuperarla: la restauración de la obje-
tividad erosionada deja a la vista precisamente el proceso de
su construcción. No nos detendremos aquí sino en un par de
‘argumentos’, de toda una colección que no tiene desperdicio.
La NSC se niega a distinguir entre los contenidos de la
ciencia y el contexto (social, lingüístico), entre el discurso y la
praxis científicos. Para Bunge eso es tanto como afirmar que
“la naturaleza social de la producción y venta de una caja de
cereales para el desayuno convierte al mismo cereal y a su
ingestión y digestión por nosotros en un proceso social”. Los
234
otros dos argumentos aducidos son del mismo tipo: analógi-
cos. Cuando él mismo tacha a Kuhn de irracionalista por
recurrir a la analogía en vez de a “la lógica y el método”, cuan-
do ningún científico ni lógico concede al razonamiento por
analogía capacidad probatoria concluyente, ¿es ésta toda la
fuerza argumental de que es capaz nuestro buen realista? ¿o
esa “metafísica exacta” que él postula comparte con la de
magos, alquimistas y astrólogos igual preferencia por la
metáfora y la analogía como modos de razonamiento? Y ello
sin contar con que el ejemplo elegido para la trasposición
analógica parece brindado por el propio enemigo: ¿cabe con-
cebir alimento más socialmente construido que los famosos
cereales para el desayuno? Se consume la marca antes que el
contenido, y aún éste es el resultado de una laboriosa selec-
ción genética y transformación fabril. Si algo hay en este
mundo que venga construido por el contexto simbólico y
social, ese algo son los cereales para el desayuno.
Matemática y enmascaramiento
Pero, razonamientos puntuales al margen, Bunge encuen-
tra la fuente de cuanta irracionalidad adorna a los nuevos
vándalos en su carencia de una “seria teoría de la referencia”,
lo que les lleva a confundir el decir con el hacer, los enuncia-
dos con los hechos, los instrumentos con lo instrumentado.
Por lo cual, el generoso guardián de las esencias científicas se
presta a brindarles una teoría que “penetre la bruma” en que
suelen perderse. No debe pensarse que todo el aparato mate-
mático desplegado —¿cómo, sin ello, puede una teoría ser
seria? —es sólo un efecto retórico para apabullar al no inicia-
do; no, se trata de una exigencia de claridad y rigor.
La ventaja de lo claro y riguroso es que deja más a la vista
los presupuestos ideológicos, los cuales —por supuesto—
también alcanzan a las matemáticas. Así, se define «la clase
de referencia de un predicado n-ario P como la unión de los
conjuntos que constituyen el dominio de P», o más claro aún,
235
«Rp (P) = U1ⱕi ⱕj Ai, donde P es una función del tipo P: A1 x
A2 x ... x An _S». De modo que, al venir cualquier predicado P
definido sobre un conjunto y la referencia de P como unión
de conjuntos (o sea, otro conjunto), se presupone nada menos
que, cuando se habla, sólo puede hablarse de elementos de
conjuntos, esto es, de individuos atómicos, idénticos a sí mis-
mos (encapsulados en sí mismos), sin partes que pudieran
compartir y, por tanto, hacerles indiscernibles (así, p.e., indi-
viduos sin lenguaje o sin inconsciente, por los cuales el indi-
viduo se desbordaría para venir a confundirse con otros ele-
mentos del conjunto o incluso con otros que no pertenecen al
conjunto), susceptibles de someterse a un criterio unívoco de
decisión sobre su pertenencia o no a dicho conjunto (a un
conjunto no se puede pertenecer más o menos, o en parte sí
y en parte no), etc. En suma, los referentes así acotados, aque-
llo de lo que sólo es legítimo hablar, son puras construcciones
ideales. Tales son los ‘hechos’, las ‘realidades empíricas’ a que
se obliga a ceñirse nuestro ingenuo realista. Y cuanto más for-
malice su realismo, más construida e ideada, más cargada de
presupuestos y elaboraciones lingüísticas resulta su realidad,
más patente se hace el artificio con que construye lo que
Barthes llama la ilusión referencial.
En esta sofisticada construcción de la realidad referencial
queda al descubierto, por otro lado, una de las artimañas más
analizadas por la NSC: los instrumentos, lejos de ser neutros,
están socialmente cargados, transmitiendo a lo que instrumen-
talizan toda la carga de saber y de presupuestos que han sido
necesarios para su elaboración. Y ello vale tanto para un mi-
croscopio como para el instrumental matemático. En este
caso, es el recurso a la teoría de conjuntos el que pone de entra-
da precisamente aquello que se quiere concluir: individuos ais-
lados, conjuntos discernibles, hechos singulares y agregables,
como únicos referentes posibles. Con sólo presuponer que
nada más puede hablarse de individuos, idénticos y no contra-
dictorios, puede concluirse tajantemente que nada más puede
236
hablarse de individuos, idénticos y no contradictorios. Se ha
encontrado lo que antes se había escondido, lo cual ya no es
ilusión sino puro ilusionismo.
¿Y qué brumas permite despejar una teoría de la referen-
cia tan “seria” como ésta? Pues, p.e., que “la economía trata
sobre [se refiere a] productores y consumidores, más que
sobre sistemas económicos”. ¿Más claro? Los sistemas econó-
micos —así, en plural— sí son construcciones sociales; pro-
piamente no existe sino un sistema económico —¿adivinan
cuál?—, aquél del que trata la ciencia de ‘la’ economía. Pues
‘hechos’, lo que se dice hechos puros y duros, a los que uno
pueda legítimamente referirse, no hay más que ésos: produc-
tores y consumidores, individuos aislados, definidos y zaran-
deados por el mercado 7. Que, como de paso, tales hechos no
permitan construir más teoría económica que la liberal es un
feliz azar que libra a esta teoría de toda sospecha de ideología
para darle carta de naturaleza.
Lo grave del mito objetivista no es su carácter mítico,
pues, al cabo, sólo se podrá prescindir del mito cuando
pueda prescindirse de la realidad (que el mito construye).
No; lo grave, lo pernicioso de ese mito es que “no solamente
da a entender que no es un mito, sino que hace tanto de los
otros mitos como de las metáforas objeto de desprecio y
desdén” (G. Lakoff y M. Johnson, 1991: 229). De cuantos
mitos se han ido dotando las distintas culturas, el mito de la
ciencia es, sin duda, el más intransigente, el que mayor celo
ha puesto en la persecución de cualesquiera otras constela-
ciones míticas. El fundamentalismo científico es la gran
aportación del imaginario europeo al panorama actual de
los integrismos.
237
Para terminar, armado con su rigor matemático, el realista
concluye asimismo que sólo los científicos individuales pien-
san, más precisamente, sus cerebros individuales, lo que per-
mite aniquilar de un plumazo cuanto también en el ámbito
del pensamiento pueda oler a colectivo, sea el lenguaje, el
inconsciente o el imaginario social. Pese a su prístino presti-
gio entre los modernos, tampoco la herramienta matemática
es neutra (E. Lizcano, 1989). Por ejemplo, cuando Castoriadis
(1986) cede también a la manía matematizante sobre estas
cuestiones, aunque ahora desde otros presupuestos ideológi-
cos, se obliga a abandonar la teoría de conjuntos y elaborar
una teoría de magmas, objetos teóricos que se caracterizan
por no ser conjuntizables ni someterse a los principios lógi-
cos de identidad y no contradicción.
Ciertamente, las aportaciones de la NSC tan sólo son
novedosas en lo que atañe a tomar la creencia en la ciencia
como objeto específico de crítica. Por lo demás, su actitud
intelectual es tan vieja como vieja es la incomodidad frente al
estado de las cosas y a la beata creencia en aquellos mitos que
tienden a perpetuarlo. Allá por el s. III antes de nuestra era, ya
el sabio taoísta Zhuang zi (1996: 53) aventuraba que las cosas
se crean en el acto de discernirlas: “Distinguirlas es hacerlas y
hacerlas es deshacerlas. (...) El camino se hace andando por
él, y a las cosas las hacen los nombres que se les dan. ¿Por qué
es así? Es así porque es así. ¿Por qué no es así? No es así por-
que no es así.” Las cosas están hechas del material de los sue-
ños. Y muchas no son sino pesadillas.
238
El fundamentalismo científico *
* Este epígrafe refunde los artículos “La ideología científica”, publicado en Nómadas:
http://www.ucm.es/info/nomadas/0/elizcano.htm; “Le fondamentalisme scientifique”,
en La culture libertaire, Actes du colloque international, Grenoble, 1996, Lyon: Atelier de
création libertaire, 1997, pp. 115-122; y “La sacra scienza”, Milán: Volontà, 1 (1995): 105-
116. La presente versión introduce ciertas modificaciones orientadas a una mayor clari-
dad expositiva o a algunas necesarias actualizaciones.
247
deseemos hacerlo, de si nos proponemos entender o más
bien tratamos de denunciar. La primera acepción, al prestar
atención a cada grupo social, destaca la heterogeneidad y se
muestra sensible, en particular, a los singulares modos de
expresión que, en mayor o menor grado, escapan a las ideas
dominantes. Pero, al caracterizar cualquier discurso como
ideológico y atender a las razones de su singularidad, su pre-
tendida neutralidad valorativa tiene como efecto neutralizar
también la asimetría existente entre aquel discurso capaz de
imponerse como único discurso verdadero —pues él define
qué sea la realidad y los intereses generales— y los restantes
discursos que entonces quedarían desvalorizados, margina-
dos o silenciados.
Aquí adoptaremos la segunda acepción del término ideo-
logía, pues si bien es cierto que cualquier sujeto tiene —o
mejor, como dice Ortega, es tenido por— un sistema de ideas,
y que sin estas cosmovisiones compartidas es imposible la
vida colectiva, lo que ahora nos proponemos responde más a
la actitud de los que Ricoeur llama “tres maestros de la sospe-
cha” (Nietzsche, Marx y Freud): desenmascarar alguna de las
estrategias por las que el discurso que responde a los intere-
ses de sólo una parte de la colectividad se impone como dis-
curso en el que siente expresada la totalidad –o buena parte-
de esa colectividad.
Por no perdernos en la discusión erudita de las decenas de
caracterizaciones con que se ha definido el concepto de ide-
ología, aquí consideraremos ideológico a aquel conjunto de
ideas y valores —y a los discursos y prácticas que lo sostie-
nen— orientado a:
1) presentar como universal y necesario un estado de cosas
particular y arbitrario, haciendo pasar así cierta perspectiva y
cierta construcción de la realidad —la que favorece una rela-
ción de dominio— por la realidad misma,
y 2) borrar las huellas que permitan rastrear ese carácter
construido de la realidad, de modo que tal presentación llegue
248
a percibirse como mera y rotunda representación de ‘las cosas
tal y como son’, de ‘los hechos mismos’.
Las nociones clásicas de ideología suelen oponer ésta, por
un lado, a realidad y, por otro, a ciencia. Un discurso es ideo-
lógico bien por irreal, bien por falso, aunque ambos adjetivos
a menudo se toman como sinónimos. Estas nociones supo-
nen, en cualquier caso, que la realidad es una, está ahí dada
—independientemente de los discursos y las ideas sobre
ella— y que existe un discurso transparente, capaz de descri-
birla y dar razón de ella: el discurso de la ciencia. Lo ideológi-
co se caracterizaría entonces en términos de no-correspon-
dencia, de inadecuación en la representación lingüística de la
realidad, ya sea (en las caracterizaciones de herencia marxia-
na) por engaño y enmascaramiento —consciente o incons-
ciente, inducido o asumido—, ya sea (en las conceptualiza-
ciones de estirpe weberiana) a causa de las distorsiones pro-
pias de cada perspectiva particular. Ciencia e ideología se
opondrían así como la verdad a la mentira, la realidad a la fic-
ción, la razón a la irracionalidad o a la superstición, la luz a las
tinieblas. En la obviedad de estas oposiciones está precisa-
mente su fuerza ideológica. “La llamada a unas naturaleza,
ciencia y razón desinteresadas, como opuestas a la religión, la
tradición y la autoridad política, sencillamente enmascaran
los intereses del poder a los que estas nobles nociones sirven
en secreto” (Eagleton, 1991). Efectivamente, el carácter
socialmente construido de la naturaleza, la consiguiente
naturalización de lo social y los intereses y estrategias que se
juegan en esas construcciones han sido puestos en evidencia
por los numerosos aunque recientes estudios sociales de la
ciencia. Es el pertinaz rechazo u olvido de estas dimensiones
retóricas y políticas de las verdades de la ciencia lo que hace
de ésta —en expresión de Woolgar (1991)— la forma más
depurada de la ideología de la representación.
La relación entre ciencia e ideología muestra singulares
relieves a la luz de la formulación fuerte del concepto de ideo-
249
logía que establecíamos más arriba. En las sociedades actuales,
ideología y ciencia, lejos de oponerse como formas de discurso
que se excluyen entre sí, se entrelazan hasta el punto de hacer
del discurso científico (tanto el discurso sobre la ciencia como
el discurso de la ciencia misma) la forma más acabada y poten-
te del discurso ideológico. Es precisamente esa pretensión de la
ciencia de constituirse en metadiscurso verdadero por encima
de las ideologías, saberes y opiniones particulares la que la
constituye como ideología dominante. Es precisamente su efi-
cacia en presentar lo particular y construido como universal y
necesario (leyes científicas, fórmulas matemáticas, deduccio-
nes lógicas) la que oculta su función ideológica. Y es precisa-
mente el éxito logrado por las estrategias del discurso científi-
co para enmascarar su carácter de discurso su virtud para
hacer olvidar los dispositivos lingüísticos que pone en juego
para construir esa realidad que así se presenta como mero des-
cubrimiento, es su capacidad de persuadirnos de que no esta-
mos siendo persuadidos, es precisamente esa mentira verda-
dera de la ciencia la que hace de ella la forma más poderosa de
ideología en nuestros días: la ideología científica.
Si bien acaso toda sociedad necesite para instituirse de
una ficción colectiva que le aporte fundamento, cohesión y
sentido, y si es cierto que esas funciones sólo se cumplen en
la medida en que se olvide el carácter ficticio de esa ficción
fundacional y venga tal ilusión —relegada ya al inconscien-
te— a confundirse con la realidad misma, lo que distingue la
ficción tecno-científica de cuantos mitos, religiones o ideolo-
gías ha conocido la historia es la potencia de los recursos
empleados para imponerse a nivel planetario. Como decía-
mos al hablar de “La ciencia, ese mito moderno”, de cuantos
mitos se han ido dotando las distintas culturas, el de la cien-
cia es sin duda el más intransigente, el que mayor celo ha
puesto en la persecución de cualesquiera otras constelacio-
nes míticas. El fundamentalismo científico es la aportación
del imaginario europeo al panorama actual de los integris-
250
mos. Bajo los sucesivos nombres de progreso, desarrollo y
modernización, la ideología de la ciencia —y su correlato
político, la ideología democrática— ha colonizado y arrasado
con una eficacia hasta ahora desconocida las restantes con-
cepciones del mundo y formas de vida. Como profetizó
Comte, la religión científica es la que se viene imponiendo
efectivamente como nueva religión de la Humanidad.
251
lo sean por ser expresión de imaginarios sociales ajenos al
imaginario ilustrado, si no abiertamente hostiles a él. Mella,
muerto en 1925, tituló significativamente una de sus obras
como La ley del número. Contra el parlamento burgués. Ahí,
su crítica de la democracia se centra en lo que ésta tiene en
común con la ciencia: el crear una ficción abstracta que per-
mite someter “la inmensa variedad de los intereses, de las
costumbres y de las condiciones” a una misma ley: la ley del
número. Las leyes, ya sean políticas o científicas, ignoran el
continuo fluir, las singularidades inconmensurables, cosifi-
cándolas y reduciéndolas a una norma común.
La tradición de crítica a la ideología científica, es decir, a
ese recurrir al prestigio alcanzado por la ciencia para ocultar
una estrategia de poder, arranca de la crítica bakuniniana a
las pretensiones de cientificidad de los análisis marxianos y
de su denuncia del socialismo científico que, sobre esa base,
se aspiraba a —y se lograría— fundar. El problema de la teo-
ría elaborada por Marx no está para Bakunin —y ahí estriba la
sorprendente actualidad del ruso frente a la modernidad ilus-
trada del alemán— en su falta de cientificidad sino precisa-
mente en su condición de tal. Bakunin, al parangonar el ‘feti-
chismo de la mercancía’, magistralmente analizado por Marx,
con el ‘fetichismo del Estado’, ahora no sólo no analizado sino
compartido por el autor de El capital, apunta a la nueva alian-
za entre el dominio político y el saber científico que caracte-
rizará más tarde tanto a los Estados comunistas como a los
modernos Estados tecno-democráticos: “El gobierno de la
ciencia y de los hombres de ciencia, aunque se llamen positi-
vistas, discípulos de Augusto Comte, o discípulos de la escue-
la doctrinaria del comunismo alemán, no puede ser sino
impotente, ridículo, inhumano y cruel, opresivo, explotador,
malhechor. (...) Si no pueden hacer experiencias sobre el
cuerpo de los hombres, no querrán nada mejor que hacerlas
sobre el cuerpo social. (...) Los sabios forman ciertamente una
casta aparte que ofrece mucha analogía con los sacerdotes. La
252
abstracción científica es su dios, las individualidades vivien-
tes y reales son las víctimas, y ellos son los inmoladores sagra-
dos y patentados” (1990:68-69) 1. Bakunin acierta a discernir
un sustrato común a pensamientos tan aparentemente
opuestos como el del Marx revolucionario y el del Comte
obseso por el orden: ambos comparten un mismo respeto
beato por la ciencia y se amparan en ella para construir sen-
dos proyectos de física social. El materialismo del uno y el
positivismo del otro se fundan en abstracciones análogas de
inspiración newtoniana: leyes, fuerzas, masas… Lo cual lleva-
rá a ambos a idéntica creencia en el progreso tecno-científico
e industrial y en la urgencia de establecer una nueva clase de
políticos-ingenieros esclarecidos (van-guardias marxistas o
sociócratas comteanos) que ensayen con las masas humanas
en el laboratorio social como haría el científico en su labora-
torio particular. En esto, la dictadura del proletariado que ins-
pirara el primero (y que sigue trasladando masas en China
como si de cuerpos inertes se tratase) ha tenido menos futu-
ro que la ‘dictadura empírica’ que propugnara el segundo, de
la que tenemos continuas muestras en los gobiernos demo-
1.- Las cursivas son mías. El uso por Bakunin del término ‘inmoladores’ no es meta-
fórico. La fe ciega de los Partidos Comunistas en la cientificidad de las (sus) leyes del
materialismo histórico les ha llevado a destruir cuantas revoluciones han vampirizado.
Basta, p.e., leer la documentación aportada por Burnett Bolloten (1962), corresponsal de
la United Press en España durante La Revolución Española. En él abunda Bolloten en la
profusión de medios empleados por el PCE y otros grupos de inspiración marxista, como
ERC, para ocultar –y asfixiar, cuando no pudiera esconderse- la revolución radical que
estaba entonces teniendo lugar en buena parte del suelo peninsular. Desde el arrasa-
miento de las colectivizaciones campesinas por la ‘gloriosa’ 11 División del Ejército de la
República comandado por Enrique Líster, hasta las soflamas de la La Pasionaria o
Santiago Carrillo -que después se travestirían, como tantos otros, en símbolos de una
revolución que habían aplastado- asegurando el apoyo incondicional del PCE a comer-
ciantes y pequeños propietarios frente a la avalancha colectivizadora popular; se legiti-
maron sistemáticamente en términos de que los revolucionarios estaban equivocando el
orden necesario de “las etapas” que habrían de llevar al comunismo: los obreros y cam-
pesinos que proclamaban e instauraban el comunismo libertario en buena parte del país
ignoraban que estaba científicamente probado que previamente había de llevarse a cabo
una revolución burguesa, para la cual el PCE, ya en el gobierno, se ofrecía como garante
y brazo armado.
253
cráticos que, por nuestro bien, no descansan en imponer a
golpe de ley continuas intromisiones —¡eso sí, siempre avala-
das científicamente!— en nuestras formas de vida, por arrai-
gadas que estén o privadas que sean.
Efectivamente, anticipando en más de medio siglo los
análisis de la escuela de Francfort, Dios y el Estado abunda en
prevenciones contra la nueva alianza entre la ciencia y el
poder en las sociedades modernas. Y ello en un momento en
el que, tanto para marxistas como para positivistas, el conoci-
miento científico se asumía como el paradigma incuestiona-
do de conocimiento y el criterio ideal para un gobierno racio-
nal. Para Bakunin, tan central como la dominación económi-
ca, producto del trabajo enajenado, es la dominación intelec-
tual, producto del saber enajenado: “En tanto que forma una
región separada, representada especialmente por el cuerpo de
los sabios, ese mundo ideal nos amenaza con ocupar, frente al
mundo real, el puesto del buen dios, y con reservar a sus
representantes patentados el oficio de sacerdotes” (1990:76).
La alienación científica viene a sustituir a la alienación reli-
giosa y delimita un nuevo ámbito de sacralidad laica. La casta
social que adopta el nuevo discurso de la verdad no busca en
esa forma de saber separado sino la legitimación de una
nueva forma de poder separado a la que aspira o en la que se
quiere mantener. Por eso, Bakunin no opone a la ideología el
conocimiento científico —como sí hace Marx y acentuará
Althusser— sino el saber popular, una forma de saber que,
por ser producto de la experiencia histórica y no de una cons-
trucción de despacho o de laboratorio, es patrimonio común
y no de una clase ni, menos aún, de quienes se pretenden sus
portavoces ilustrados: “Sin duda sería muy bueno que la cien-
cia pudiese, desde hoy, iluminar la marcha del pueblo hacia
su emancipación. Pero más vale la ausencia de luz que una
luz vertida desde afuera. (...) Por otra parte, el pueblo no care-
cerá absolutamente de luz. No en vano ha recorrido un pue-
blo una larga carrera histórica (...) El resumen práctico de
254
esas dolorosas experiencias constituye una especie de ciencia
tradicional que, bajo ciertas relaciones, equivale muy bien a
la ciencia teórica” (p. 77). Pese a no ser del todo inmune al
fetichismo científico que empapa su época, Bakunin anticipa
que una ‘luz vertida desde fuera’ habrá de ser solidaria de un
poder también vertido desde fuera, por lo que sólo una ‘cien-
cia tradicional’ o saber popular puede ser compatible con
formas políticas autónomas y no separadas. Esta intuición
del engarce entre ciertas formas de poder y ciertas formas de
saber es la que orienta hoy, por ejemplo, al cada vez mayor
número de movimientos indígenas que denuncian el engaño
de la ideología del desarrollo y asumen reorientar su futuro a
partir de sus saberes y formas de vida tradicionales 2. En esta
línea se inscriben también, por ejemplo, los actuales estudios
sobre conocimiento local o sobre las llamadas etnociencias 3.
La alianza entre políticos y técnicos para constituir una nueva
‘casta’ dominante que atraviesa ideologías y regímenes políti-
cos es también una anticipación bakuniniana que, pese a su
clamorosa vigencia actual, tras su desarrollo en algunos estu-
dios de los años 60 y 70, ha sido asombrosamente —¿asom-
brosamente?— dejada en la cuneta por los estudiosos y ana-
listas políticos 4.
2.- Véase, p.e., el tradicionalismo feminista de A. Traoré (2004) o V. Shiva (1995). Para
diversas críticas de los desastres del desarrollo tecno-científico en los países eminente-
mente campesinos (que aún hoy son la mayoría): W. Sachs (ed.) (1996); S. A. Marglin
(2000) (ambos de próxima publicación en Ediciones Bajo Cero); A. Viola (ed.) (2000); M.
Hobart (ed.) (1993); J. Ferguson (1994); G. Esteva (1995).
3.- Tras las huellas de la reivindicación por Lévi-Strauss (1964) del ‘pensamiento sal-
vaje’ han ido configurándose toda una serie de estudios sobre etnobotánica, etnomedi-
cina, etnopsiquiatría… Puede verse una panorámica en R. Scheps (ed.) (1993). Sobre
etnomatemáticas: E. Knijnik (2004).
4.- Véanse, p.e., clásicos de la Escuela de Francfort como J. Habermas (1984) o M.
Horkheimer y Th.W. Adorno (1994); Z. Bauman (2005), D.F. Noble (1999) -insólitas excep-
ciones actuales- y G. Gurvitch (1969) sobre la tecnoburocracia liberal y democrática; C.
Lefort (1970), C. Castoriadis (1988), M. García Pelayo (1974) o A.W. Gouldner (1976)
sobre la tecnoburocracia comunista; Z. Bauman (1997) sobre la tecnoburocracia nazi; o
la variedad de estudios de caso reunidos por la revista Interrogations (1979) en su núme-
ro sobre “Les nouveaux patrons. Onze études sur la technoburocratie”.
255
Contra la ley, científica o política
Ese saber popular o ‘ciencia tradicional’, que Bakunin
opone a la ‘ciencia teórica’, es de todos y no es de nadie, es un
saber no enajenable, pues “cada nueva generación encuentra
en su cuna todo un mundo de ideas, de imaginaciones y de
sentimientos que recibe como una herencia de los siglos
pasados” (p. 121). Y, aunque “se impone como un sistema de
hechos encarnado y realizado” (y en esto Bakunin anticipa al
Durkheim de ‘los hechos sociales como cosas’), este acervo
de representaciones imaginarias colectivas tiene, sin embar-
go, “el poder de convertirse a su vez en causas productoras de
hechos nuevos, no propiamente naturales sino sociales” (p.
122). La ciencia, al sofocar el saber popular, no sólo propicia
una nueva forma de poder separado sino que bloquea la
emergencia de hechos nuevos, tapona ese saber hacer y ese
poder hacer que late en el torbellino del imaginario social. Lo
cual, dicho sea de paso, pone en peligro el avance de la pro-
pia ciencia, que tanto debe a los conocimientos populares,
como bien saben los representantes de los laboratorios far-
macéuticos que esquilman sus secretos a los brujos africanos
(y, tras patentarlos, les impiden seguir usándolos) o los sis-
mólogos norteamericanos que van a aprender de los campe-
sinos chinos su método de previsión de seísmos basado en la
observación del comportamiento de ciertos animales.
A esta crítica política de la ciencia como modo de ideolo-
gía, Nietzsche añadirá una crítica lingüística, de la que bien
pueden considerarse deudores los recientes trabajos de
deconstrucción del discurso científico. Tras la muerte de
Dios, es ‘la verdad’ la que ha venido a ocupar su lugar como
valor incuestionable. Pero esa verdad está construida por el
lenguaje, del cual la ciencia no es sino un caso particular, pre-
cisamente aquél que mejor se ha parapetado para resistirse a
ser visto como mera construcción lingüística, aquél que con
más sagacidad ha hecho olvidar que sus ficciones son tales.
“¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de
256
metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas
cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido real-
zadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y
que, después de un prolongado uso, un pueblo considera fir-
mes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones que
se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gasta-
das y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su tro-
quelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino
como metal” (1990:125). Lejos de representar el método ideal
de conocimiento, en las verdades y teorías científicas lo que
se muestra de modo ejemplar es ese desconocimiento, ese
olvido y extrañamiento del lenguaje respecto de sí mismo, esa
congelación en imágenes petrificadas del torbellino de extra-
polaciones, intereses, metáforas y metonimias que están en el
origen de cada concepto y teoría científica. “Toda la regulari-
dad de las órbitas de los astros y de los procesos químicos,
regularidad que tanto respeto nos infunde, coincide en el
fondo con aquellas propiedades que nosotros introducimos
en las cosas” (1990:32). La física es política, la interpretación
de la naturaleza en términos de regularidad no tiene más
objeto que reforzar ‘los instintos democráticos del alma
moderna’ que clama: “¡En todas partes, igualdad ante la ley la
naturaleza no se encuentra en este punto en condiciones dis-
tintas ni mejores que nosotros!” (1972:44). Poco importa, a
efectos de la función ideológica de la ciencia, que el paradig-
ma newtoniano reflejase —y, al naturalizarla, la reforzase—
una aspiración política al control, al orden y a la predicción,
mientras que otros paradigmas más actuales (como el relati-
vista, el cuántico o el del caos: E. Lizcano, 1990) reflejen —y se
usen para reforzar— intenciones críticas o disolventes.
También aquí la ciencia viene a cumplir un papel ideológico,
tanto en lo que sus modelos expresan de una cierta concep-
ción del sujeto, del objeto y de las relaciones de poder, como
en la importación de las metáforas (modelos, teorías) cientí-
ficas, no por lo que tienen de poéticas (literalmente, creado-
257
ras de realidad) sino por su función legitimadora, por lo que
aportan de prestigio como lenguaje de autoridad.
El problema epistemológico se debe ver, desde Nietzsche,
como un problema antropológico y político: la cuestión no
es saber por qué es verdadera la ciencia sino por qué se cree
que es verdadera y a qué interés sirve esa creencia.
Wittgenstein extiende esa sospecha más allá de las ciencias
que tratan de la realidad para llevarla hasta el lenguaje
mismo de la ciencia: el lenguaje matemático. La consistencia
de la aritmética es una consistencia política, la que presta
una fe compartida en un discurso de la verdad al que se con-
cede un poder tranquilizador sobre la colectividad: “¡¿Qué
clase de seguridad es ésta que se basa en que nuestros ban-
cos, en general, nunca llegarán a verse acosados de hecho
por todos sus clientes a la vez; y que, sin embargo, se produ-
ciría la bancarrota si ello sucediera?! (...) Quiero decir: si se
descubriese ahora realmente una contradicción en la arit-
mética; bueno, eso sólo demostraría que una aritmética con
una contradicción tal puede rendir muy buenos servicios; y
sería mejor nuestro concepto de seguridad necesaria que
decir que no se trataba aún propiamente de auténtica arit-
mética” (1987:339). La fe en la ciencia es como la fe en el sis-
tema bancario, y no es imposible —aunque sí casi impensa-
ble— que un día le ocurra a la primera lo que hace poco le
ocurrió a la Argentina con la segunda.
258
los conceptos y teorías científicas: la compulsión latente por
el orden, la regularidad y la voluntad de poder; la proyección
sobre la naturaleza de ciertos modos de relación social, que
así ‘se descubren’ después como naturales; las relaciones de
poder que se ponen en juego a la hora de decidir sobre la
cientificidad o no de una teoría o de una hipótesis, etc. Pero
las matemáticas -se argumenta en última instancia- no
hablan de la realidad sino de sí mismas, por lo que no están
contaminadas por lo real ni, por tanto, por intereses sociales
o políticos.
Pues bien, tal consideración de las matemáticas como dis-
curso puro, separado y autofundamentado es ya de por sí ide-
ológica. Al reunir todos los requisitos que Mary Douglas obser-
va en el discurso sagrado, esa concepción viene a fundamen-
tar las modernas retóricas de la verdad que permiten admitir
diversas religiones, diversas morales, incluso diversas teorías
científicas en competencia, pero no diversas matemáticas.
Tras la quiebra posmoderna de todos los discursos fuertes,
sólo el matemático goza del prestigio de mantenerse inque-
brantable, único, universal, expresión de la necesidad misma.
Pero ésas eran precisamente las notas que definían el discurso
ideológico: aquél que presenta como universal y necesario lo
que no es sino parcial y arbitrario. Bastaría un vistazo a la his-
toria de las matemáticas para observar cuántas verdades
matemáticas han ido dejando de serlo con el cambio de sensi-
bilidad de cada época, o con el uso que se haya ido queriendo
hacer de ellas, y para advertir, inversamente, cuántos cálculos
tenidos por imposibles se han canonizado más tarde con sólo
redefinir su campo de operaciones. Pero no suele ser ése el
ánimo con el que están escritas ni son presentadas estas histo-
rias. La distancia que separa, por ejemplo, a las matemáticas
china y griega clásicas es del tamaño de la que hay entre sus
concepciones del arte, sus visiones del mundo o sus respecti-
vas lenguas vernáculas (E. Lizcano, 1993b). Sin embargo,
cuando el presidente del gobierno de turno acalla hoy a sus
259
oponentes —y, más aún, cuando éstos se convencen así de lo
infundado de sus propias razones— con un: “todo eso está
muy bien, ¡pero al final 2 y 2 son 4!”; o cuando la investigación
más deleznable y trivial es recibida con aplausos por la acade-
mia con sólo incorporar un volumen conveniente de cifras y
cálculos matemáticos, es porque el lenguaje matemático fun-
ciona entre nosotros como discurso de la verdad suprema,
como discurso ideológico por excelencia.
La ideología matemática no se sustenta, sin embargo, sólo
en la fe que en ella se deposita, sino que se manifiesta en el
contenido mismo de los conceptos, operaciones, teorías y
modos de demostración matemáticos. Ortega (1979) y Szabó
(1965), por ejemplo, han mostrado cómo la matemática aris-
totélico-euclídea —y, desde ahí, todo lo que hoy se entiende
por matemática— se construye al hilo de las necesidades y
prejuicios del ciudadano griego de la época y, en particular,
reproduciendo —y reforzando— los procedimientos retóri-
cos usuales en la naciente democracia, que no tienen otro
objeto que el de imponer los intereses propios al reducir al
silencio al adversario, como hemos visto a propósito del pro-
cedimiento de prueba por reducción al absurdo, por ejemplo,
sin el que buena parte de la matemática actual resulta insos-
tenible. Es también en el momento mismo del nacimiento de
las matemáticas occidentales donde puede observarse aquel
segundo rasgo que caracteriza la actividad ideológica: el
enmascaramiento del rastro que pudiera conducir a percibir
las señales de lo concreto y arbitrario en lo que se quiere
imponer como universal y necesario. Szabó (1960) observa
una decidida voluntad de ocultamiento en el tránsito, ya
anterior a Euclides, desde una matemática empírico-ilustra-
tiva hacia otra más abstracta donde el papel de la visualiza-
ción no se manifieste tan abiertamente y la verdad enunciada
en el teorema aparezca rotunda y súbitamente, habiendo
escamoteado el proceso de su construcción efectiva en la
demostración.
260
Un último ejemplo, si cabe más ilustrativo. Cuando
Cassirer (1976, I: 195-220) decide incorporar la reflexión
antropológica sobre el número a su enciclopédica Filosofía de
las formas simbólicas, hace repertorio de una colección de
aritméticas que bien pudieran decirse inconmensurables:
pueblos que manejan series numéricas finitas, otros que lo
hacen con series numéricas que son distintas según el verbo
que se utiliza para contar o según cuáles sean los objetos que
se cuenten, otros aún que cuentan con números colectivos
no desagregables en unidades (como ocurre con nuestros
números transfinitos)... Su análisis del número en ciertas len-
guas malayo-polinesias (semejante —según investigaciones
posteriores— al número que se aloja en la lengua yoruba
entre las poblaciones del Níger) es especialmente significati-
vo, tanto por lo que dice de aquellas tribus como por lo que
muestra de la que hemos llamado ideología matemática. En
estas lenguas no se opone un singular no marcado (‘hom-
bre’), elemental y natural, a un plural marcado (‘hombre-s’,
compuesto y ‘abstracto’=abstraído). El término no marcado
es un singular colectivo: ‘hombre’ es aquellos hombres con-
cretos a quienes se ha visto y a quienes se conoce. Diferentes
sufijos marcarán después —pero sólo después— este singular
colectivo para individualizarlo o generalizarlo. Una hipótesis
sugerente, y bien plausible, es que el referente empírico de tal
singular colectivo es la colectividad, el grupo social elemental
y concreto: la unidad social elemental se dice en la unidad
gramatical elemental y en la unidad aritmética elemental.
Pero Cassirer, con ojo ilustrado, no ve ahí capacidad para la
concreción sino incapacidad para la abstracción: los pueblos
malayo-polinesios no saben aún abstraer ni el concepto ‘indi-
viduo’ (un hombre) ni el concepto genérico (‘hombres’= el
hombre = la Humanidad). La conclusión no es, por tanto, que
nos encontremos ante diferentes aritméticas —hipótesis
impensable para el creyente en la Aritmética— sino ante ‘lar-
vas’, embriones, de ‘el número en sí’. Un número puro, intem-
261
poral, que Cassirer define como “pura serie de unidades
homogéneas y equivalentes, indiscernibles entre sí, suma-
bles, cuya significación universal es fundamento de una lega-
lidad igualmente universal”. Ahora bien, ese número, ¿no es
también un número histórico y social? ¿No aparece en un
momento histórico bien concreto? ¿No es el mismo momen-
to histórico que identifica la legalidad mecánica (átomos
también homogéneos y equivalentes) con la legalidad univer-
sal? ¿No es el mismo momento histórico que también identi-
fica la legalidad de las nacientes Naciones-Estado con la lega-
lidad universal? ¿No es también entonces cuando se constru-
ye el concepto democrático de sociedad como “conjunto de
unidades homogéneas y equivalentes, sumables e indiscerni-
bles entre sí”? ¿No son esas unidades el correlato aritmético
de un individuo que, sólo así concebido, puede ser objeto de
censos, sujeto de votaciones y susceptible de tratamiento
estadístico exactamente igual que lo son las moléculas de un
gas en la termodinámica que se desarrolla justo en esos
momentos? ¿Podría entonces decirse que la aritmética de
Cassirer, que es la nuestra, no es sino otra aritmética —¿arit-
mética burguesa?— tan social como la aritmética yoruba o la
aritmética mágica neopitagórica? Y la identificación de esa
aritmética —particular y arbitraria— con “el concepto puro
de número en sí”, universal y necesario, ¿no sería entonces
una operación típicamente ideológica? 5
Ahora bien, toda la sagacidad crítica que caracteriza a la
ilustración moderna para sacar a la luz los fundamentos de
otras culturas y denunciarlos como fundamentalismos oscu-
rantistas, se torna ceguera para la visión de sus propios fun-
damentos, que así pueden presentarse —e imponerse—
como necesarios y universales, que es precisamente la condi-
262
ción que define a todo fundamentalismo. Siendo la —preten-
sión de— necesidad y universalidad los rasgos característicos
de toda ideología, sólo falta la voluntad política de que tales
necesidad y universalidad lo sean efectivamente para dar el
paso de la ideología al fundamentalismo. Y esa voluntad polí-
tica no ha faltado ni falta en nuestra tribu moderna.
263
ción, defensa y expansión. Incluso sacrificios humanos.
Incluso el sacrificio de cualquier forma de vida diferente.
Incluso, tal vez, el sacrificio de cualquier forma de vida, a
secas. El nuestro, es el fundamentalismo tecno-científico. Y a
su variante política: el fundamentalismo democrático. Ambos
no son sino dos caras de un mismo fanatismo: ése que redu-
ce y somete lo singular a lo general, las minorías a las mayo-
rías 7, lo cualitativo a la ley del número; ése que concibe el
continuum naturaleza-sociedad como un gran laboratorio en
el que contrastar programas, ya se trate de programas de par-
tido o de programas de investigación.
Ambas, ciencia y democracia, reúnen en nuestra cultura
todos los atributos que caracterizan a la religión verdadera: la
forma única, necesaria y universal en que hoy se dice y se cree
la verdad. Su bandera ha tomado el relevo del signo de la cruz
en la secular empresa occidental de arrasar cualquier forma
de vida diferente. Bajo los nombres sucesivos de progreso,
desarrollo y —actualmente— modernización, se viene des-
plegando un mismo proyecto de dominio y uniformización a
escala planetaria.
Con todo, conviene aclarar que no se ha tratado aquí de
emprender ningún alegato contra la ciencia. Al fin y al cabo,
es la gran contribución de occidente a la historia de los dis-
cursos creadores de realidad. Cada cultura ha contribuido a
ello con sus particulares mitologías, ritos y cosmovisiones. Y,
en tanto discurso mítico, el discurso científico que las tribus
occidentales han ideado en los últimos cuatro siglos no tiene
nada que envidiar a los de otras culturas. Nuestra crítica se
dirige más bien a la voluntad monopólica y exterminadora de
esta religión particular que es la religión científica, a esa
voluntad de aniquilamiento de cualesquiera otros conjuntos
7.- ¿No es significativo que, tras unas elecciones, suela hablarse de ‘aplastante mayo-
ría’ o de ‘abrumadora mayoría’? ¿No se refleja ahí claramente la voluntad de aplastar y
abrumar como rasgo específico de las democracias censitarias?
264
de creencias, prácticas y saberes a la que hemos llamado el
fundamentalismo científico. Lo que no está claro es si la cien-
cia sería capaz de convivir en pie de igualdad con esos otros
sistemas de creencias o si esa voluntad de expansión univer-
sal no pertenece al corazón mismo del proyecto científico. En
cualquier caso, son dignas de ser saludadas las cada vez más
numerosas posturas de resistencia al imperialismo científico
basadas en la reivindicación de los saberes locales tradiciona-
les, la progresiva conciencia —que el mexicano Gustavo
Esteva (1995, 1996) encuentra en numerosos movimientos
sociales iberoamericanos— de la necesidad de dar la espalda
al mito del desarrollo científico-técnico para redescubrir las
formas autóctonas de cuidado de la salud, de construcción,
de distribución del trabajo o de cultivo de la tierra.
Pero ¿qué ocurre cuando ese imaginario colectivo, ese sus-
trato de saber compartido, es un imaginario burgués, precisa-
mente el imaginario del que nace la misma ciencia, como
ocurre en la Europa central o en los EEUU? 8 Puede argüirse
que ése es su problema, un problema de los europeos o de las
naciones que —como la norteamericana— han destruido
todo suelo social autóctono para edificarse sobre el vacío.
Pero así no hacemos sino evitar la cuestión. Más que respues-
tas, éstas pueden ser algunas pistas. Por una parte, no puede
hablarse de imaginarios puros, al modo de las mónadas cul-
turales spenglerianas; cada imaginario —individual, de
grupo, de clase, de época— es una mezcla de imaginarios que
se oponen, se refuerzan, se funden y se dinamizan entre sí. El
imaginario burgués, en particular, tampoco es sino una cons-
trucción ideal que, de hecho, presenta variaciones y fusiones,
especialmente allí donde Europa se ha ido haciendo a base de
mestizajes. Quizá habría que cambiar la perspectiva, no ya
8.- Esa cuestión se suscitó en el curso del debate sobre la charla que está en el origen
de estas reflexiones y que tuvo lugar en Grenoble, corazón de la Europa racionalista y
burguesa.
265
sólo de las actitudes xenófobas, sino de las mismas actitudes
anti-xenófobas basadas en ese vago humanismo que nace de
creerse superiores en el fondo, para venir más bien a saludar
la llegada de otras gentes —hispanos, turcos, árabes, asiáti-
cos…— que puedan fecundar ese imaginario burgués tan
arrogante como herido de muerte.
Por otra parte, ese mismo imaginario burgués aporta
valores —como el espíritu crítico— que bien pudieran vol-
verse contra la actual superstición científica, aunque ante
esta forma de superstición parece diluirse todo criticismo:
quien quiera comprobar por sí mismo la verdad de cual-
quier enunciado de las llamadas ciencias se verá inmediata-
mente inmerso en una tupida red tejida con argumentos de
autoridad, con instrumentos de imposible acceso y con jer-
gas incomprensibles que pronto le harán arrepentirse de sus
veleidades críticas. Y, si ese improbable curioso insiste en
esa actitud tan científica que es la duda ante una afirmación
que no puede comprobar por sí mismo, no tardará en
encontrarse con algún espíritu crispado que le espete:
“¿Pero tú qué quieres? ¿destruir la ciencia? ¿volver a la bar-
barie?” La misma crispación que asaltaba a los teólogos ante
las irreverencias de los libertinos, la misma crispación que
asalta a los creyentes en la democracia ante las críticas a su
creciente impopularidad.
266
UNIDAD IV
La Posciencia
El conocimiento científico en las
postrimerías de la modernidad
Esther Díaz
(editora)
Editorial Biblos
Verdad e historicidad. El conocimiento científico y sus fracturas, por Rubén H. Pardo ..................... 37
1. El conocimiento científico: doble sentido y doble origen, 37; 1.1. "Ciencia" en sentido
amplio: un concepto epocal, 42; 2. El proyecto filosófico de la modernidad: razón, verdad y
objetividad, 52; 2.1. Los fundamentos filosóficos de la ciencia moderna, 52; 2.2. "Ciencia" y
“progreso”: la aparición de las ciencias sociales y la clasificación de la ciencia, 56; 2.3.
Facticidad y validación: la relación entre la ciencia y lo histórico, 58
Investigación básica, tecnología y sociedad. Kuhn y Foucault, por Esther Díaz ................................. 63
1. Investigación científico-tecnológica, 64; 2. El progreso científico en Kuhn, 68; 3.
La racionalidad en Foucault, 74; 4. Kuhn y los paradigmas, Foucault y las epistemes, 77
Los métodos de validación en ciencias naturales, por Eduardo Laso ................................................ 115
1. Inducciones y deducciones, 119; 2. El método inductivo, 122; 2.1. Criticas y problemas del
método, 126; 3. Los métodos deductivistas, 131; 3.1. Método hipotético-deductivo, 131; 3.2.
La corrección falsacionista, 137; 3.3. El criterio de demarcación en ciencia, 140; 3.4.
La evolución crítica de las teorías científicas, 142; 3.5. La preferencia entre teorías y el
valor del error, 143; 3.6. Críticas y problemas del falsacionismo, 145
Una visión crítica de la ciencia y de la técnica a partir del problema del método,
por Mónica Giardina........................................................................................................................... 197
1. Un controvertido experimento, 197; 2. El método matemático-experimental moderno,
2
199; 2.1. El experimento, 201; 2.2. Lo matemático y el cálculo, 203; 3. Galileo y Descartes.
La relación entre el método y la verdad, 229; 4. Método y técnica, 208; 5.
La crítica filosófica de la ciencia, 211; 5.1. La relación entre la ciencia moderna y la metafísica
de la subjetividad, 212; 6. Ciencia, técnica y arte en la visión de Martin Heidegger, 214
El objeto de estudio en las ciencias sociales, por Susana de Luque ......................................................... 221
1. El objeto de estudio de la sociología, 221; 2. Antecedentes de las ciencias sociales: Hobbes
y el naturalismo, 223; 3. La teoría social en el siglo XIX: el paradigma positivista, 227; 3.1.
Auguste Comte, 227; 3.2. Émile Durkheim, 229; 4. La influencia del historicismo, 231; 4.1.
Karl Marx: una perspectiva del materialismo histórico, 232; 4.2. Max Weber: la
propuesta del comprensivismo, 233; 5. El siglo XX, 235: 5.1. La teoría empírica ortodoxa,
236; 5.2. La epistemología y la teoría social de Pierre Bourdieu, 238
Una perspectiva sobre la epistemología francesa, por María Cristina Gracia ........................................ 265
1. La influencia de Gastón Bachelard, 265; 1.1. Obstáculo epistemológico, 265: 1.2.
Grados de vigilancia, 267; 1.3. El racionalismo aplicado, 268; 2. La propuesta epistemológica
de Pierre Bourdieu, 269; 2.1. La ruptura, 270; 2.2. La construcción del objeto, 272; 2.3.
El racionalismo aplicado en la interpretación de Bourdieu, 275
Cerca de la revolución: la biología en el siglo XXI, por Antonio Gutiérrez ............................................ 281
1. Kuhn y la posciencia, 283; 2. Gould y el posdarwinismo, 287; 2.1. La naturaleza
premoderna: el destino, 289; 2.2. La naturaleza en la modernidad: el progreso, 291; 2.3.
La naturaleza pos moderna: la incertidumbre, 295
Ernesto Laclau: una nueva lógica de las relaciones sociales, por Silvia Rivera........................................ 329
1. Desconstrucción y pragmatismo, 330; 2. La perspectiva posmarxista, 333; 3. Características
de las relaciones sociales, 336; 4. Dislocación y libertad, 339; 5. La expansión de lo político,
342; 6. La radicalización de la democracia, 344.
3
y pensar calculador. La filosofía y la ciencia, 365
La actividad científica y su insoportable carga ética, por Esther Díaz y Silvia Rivera ............................ 369
1. Una necesidad ética, 369; 2. Crítica a los dos contextos tradicionales, 371; 3. Los cuatro
contextos de la actividad científica, 374; 4. Las condiciones histórico-éticas de la ciencia, 378
4
IV. LAS CIENCIAS SOCIALES
Susana de Luque
– el tema de los valores como rasgo irreductible y constitutivo de las acciones de los hombres (la
ciencia empírica se ha apoyado en una distinción entre hechos y valores con el objetivo de aislar
estos últimos para conseguir "neutralidad valorativa"). Por otra parte, también el investigador debe
tener en cuenta el conjunto de valores que pone en juego cuando realiza una investigación;
– la impredecibilidad de la conducta humana (que, en tanto depende de la voluntad, es libre);
– la dificultad de experimentación (conflictos éticos respecto de la manipulación de personas);
– la historicidad del hombre;
– su sociabilidad, su cultura, las manifestaciones de su inconsciente, y
– la vinculación entre la ciencia social y la política.
Estas cuestiones determinan por lo menos una situación compleja. ¿Es posible abordar un objeto de
estudio como el hombre –en el que el mismo investigador está involucrado– del mismo modo como se
estudian las plantas o los astros?
Si se piensa la posibilidad del conocimiento de lo social dentro del margen estrecho que provee el
paradigma de objetividad de las ciencias naturales tradicionales, las ciencias sociales difícilmente logren ser
exitosas. En esta comparación, cuentan con pocos recursos1. Para algunos autores, el objeto de estudio de las
ciencias sociales es la acción social; para otros, el hombre, los hechos sociales, los procesos de cambio o los
sistemas sociales. Esta discrepancia no es sólo una cuestión de palabras sino que está señalando la existencia
de una distinción más profunda entre diferentes posiciones epistemológicas, distintos presupuestos y, por
ende, diversas formas de arribar al estudio de lo humano y de validar socialmente ese conocimiento.
La construcción de la verdad científica en las disciplinas sociales sigue siendo un tema polémico, no
exento de conflictos y para el que no existe una sola respuesta. Esa construcción involucra una serie de
cuestiones que van desde la misma concepción epistemológica (es decir, los presupuestos que permiten la
construcción del conocimiento de lo social) a cuáles son las metodologías pertinentes para abordar su estudio
o cuál es el rol deseable para las aplicaciones de la ciencia social a la sociedad.
En este capítulo se presentan algunas definiciones recortadas de diversos autores. Se tratan los
puntos de vista de autores clásicos y otros más actuales que son considerados representativos de las líneas
teóricas más relevantes dentro de la sociología y las disciplinas sociales en general.
1
No son comparables las posibilidades de experimentación y medición que tienen las ciencias naturales con las de las
disciplinas sociales. El tema de los valores y la historicidad del hombre complejiza aún más el tratamiento "objetivo" y
"universal" de las cuestiones sociales
5
Durante los siglos XVI y XVII se sentaron las bases epistemológicas y metodológicas del nuevo
saber científico. Galileo Galilei, Isaac Newton y Johannes Kepler son precursores de este proceso que dio
como resultado la constitución de un nuevo modo de comprensión de la realidad y de fundamentación del
conocimiento. El pensamiento científico abandonó la incuestionabilidad del dogma y la tradición que teñía el
pensamiento medieval para oponerle la legitimidad y la fuerza de los hechos empíricos. La razón vinculada
con la experiencia permitió el conocimiento objetivo al explicar mediante leyes universales el
comportamiento de los fenómenos físicos y naturales. La observación, la experimentación y la medición
fueron las metodologías fundamentales que facilitaron esta fructífera relación entre teorías y hechos. Estos
primeros científicos lograron construir importantes cuerpos teóricos, capaces de explicar una gran cantidad
de fenómenos y también de predecirlos.
Los éxitos alcanzados en el ámbito de las ciencias físicas impulsaron a los pensadores del siglo XVII
a trasladar la mirada científica hacia los fenómenos sociales. Si bien el pensamiento relacionado con
cuestiones económicas, sociales y políticas puede rastrearse desde la antigüedad –tanto en los escritos
bíblicos como en los filósofos griegos o en los pensadores cristianos–, este tipo de reflexiones se realizaban
dentro del marco de un pensamiento filosófico o ético abarcador (la ontología griega o la ética cristiana)
distinto del pensamiento racional moderno y sus especializaciones. Puede decirse que la sociedad comenzó a
ser observada con criterio científico a partir de Thomas Hobbes2. Este filósofo político inglés fue uno de los
precursores del racionalismo aplicado al pensamiento social y una de las figuras clave de la filosofía
naturalista vigente en los siglos XVII y XVIII. Su pensamiento es considerado fundamental en la
constitución de la teoría económica y política del liberalismo clásico.
Hobbes sostenía que del mismo modo como se habían desarrollado exitosamente las ciencias exactas
también podrían desarrollarse las morales3. Éstas sólo alcanzarían la verdad en la medida en que siguieran el
modelo de la fisico-matemática. Hobbes pensaba que era posible la certeza en las cuestiones morales ya que
son una creación nuestra, así como lo son las figuras geométricas. De este modo hacía tabla rasa con buena
parte del pensamiento social anterior, especialmente con las ideas de Aristóteles, quien sostenía que en las
cuestiones humanas no era posible un conocimiento exacto y que sólo podía alcanzarse un conocimiento
probable.
Hobbes puso en el centro de su análisis sobre el objeto de estudio de las ciencias morales el
problema del método. Creyó que era fundamental una renovación respecto del modo en el que se habían
estudiado hasta entonces los problemas del orden social. El método que él propuso, al igual que todos los
pensadores inscriptos en la doctrina del naturalismo, es el racional. La concepción naturalista sostenía que
era posible racionalizar el orden ético y político y crear valores universales vinculados con una verdad que
no era histórica sino inmutable, natural, producto del progreso de la razón. Las sociedades, entonces, podrían
regirse por legislaciones universales, no particulares. Tales legislaciones permitirían organizar la vida en
sociedad de acuerdo con las leyes naturales propias del individuo social. El derecho natural podía descubrir
con rigor científico aquellos caracteres esenciales de la naturaleza humana de la misma manera como la
física descubría las leyes del mundo natural. Hobbes determinó las notas esenciales del individuo social: los
apetitos naturales y la razón natural.
Los apetitos naturales son los que impulsan a los hombres a querer utilizar cosas comunes al grupo
para sí solo (sentido de propiedad). La razón natural es la que procura evitar una muerte violenta. La
característica esencial de los hombres es la oposición entre ambos caracteres. Una organización racional debe
tender a regular las inclinaciones naturales de los individuos para permitir la vida en sociedad. Esa
regulación de la vida social es el objetivo que tiene el "contrato social", que constituye el fundamento de la
racionalidad y permitir la vida en sociedad. Se manifiesta en el sometimiento a una ley común y racional
(derecho positivo). Si los hombres dejaran actuar libremente a sus apetitos naturales tratarían de apropiarse
de los bienes comunes para usufructuarlos. Con ese objetivo probablemente pelearían con otros hombres
hasta morir. Es en esta situación donde surge la razón natural, que rechaza la muerte violenta y construye el
contrato.4 Las regulaciones jurídicas imponen deberes y derechos a los ciudadanos y fundamentalmente se
2
De acuerdo con N. Bobbio, Hobbes podría ser llamado el Galileo de las ciencias morales. Veáse N. Bobbio, Sociedad
y Estado en la filosofía moderna, México. FCE, 1986.
3
En este contexto, se entiende por ciencias morales las ciencias de las cosas humanas, del espíritu, de la cultura o las
llamadas posteriormente "disciplinas sociales".
4
El contrato es la condición de posibilidad para la vida en sociedad. Hobbes construye dos categorías excluyentes por
las cuales puede explicarse la evolución del hombre y las sociedades: estado de naturaleza y estado de civilidad. Para
este pensador, la razón humana es la responsable de haber conducido a los hombres a un estado de civilidad (contrato)
6
desarrollan a partir de la protección y defensa de la propiedad privada. Todo contrato supone la delegación
de la autoridad en una instancia capaz de impartir justicia, de hacer que la ley racional se cumpla. Esta
instancia es el Estado. Está por encima de los individuos –quienes ceden parte de su libertad al someterse a la
legislación– y es necesaria en la medida en que garantiza el cumplimiento de los contratos. El Estado
moderno es la expresión de la creciente racionalidad del hombre. Hobbes es considerado por algunos autores
como el primer teorizador del Estado liberal.
Tanto Hobbes como John Locke constituyen figuras centrales de la filosofía política del siglo XVII.
Sus aportes son fundamentales para el desarrollo posterior de las disciplinas sociales y, especialmente, para
la construcción de la perspectiva teórica del liberalismo. Si bien el pensamiento de Hobbes es el de un
filósofo abarcador más que el de un científico especializado, su importancia radica en haber sentado las bases
para el estudio racional del hombre y de las cuestiones sociales. Hobbes creyó que el método era garantía de
conocimiento objetivo y de universalidad más allá de cuál fuera el objeto de estudio. Los fenómenos morales
podían ser tratados del mismo modo que los naturales. Aportó la mirada de la razón y la definición del
individuo racional a una ciencia social todavía sin escisiones.
Hobbes tuvo una gran influencia sobre el economista Adam Smith, considerado uno de los
fundadores de la economía clásica liberal y de la ciencia económica positiva de los finales del siglo XVIII.
Smith fue el primer autor que logró sistematizar un conjunto de investigaciones económicas que se venían
desarrollando (especialmente por parte de fisiócratas y mercantilistas). Con ello contribuyó a recortar el
objeto de estudio de una nueva disciplina social, la económica. Tanto la economía clásica como, más aún, la
neoclásica,5 han tomado como objeto de estudio la conducta económica de los individuos separada de los
aspectos sociales o políticos que traen aparejados los procesos de la producción y la distribución de los
bienes. Desde esta perspectiva se considera que el individuo actúa racionalmente, busca su propio interés y
posee afán de lucro (ganancia). En esta búsqueda por el propio bienestar y gracias al reparto eficiente de un
mercado equilibrado, el individuo contribuye a generar el bien de la sociedad. Desde la perspectiva de la
economía clásica (y mucho más de la neoclásica) lo social no interesa como categoría distinta de la suma de
voluntades individuales.
Los presupuestos acerca de la naturaleza humana de los que parte Smith son heredados del
pensamiento hobbesiano y del utilitarismo. De acuerdo con esta perspectiva, el hombre era comprendido
desde una óptica racional que excluía la diversidad y entendía como naturales las desigualdades sociales que
provocaba el mercado.
Adam Smith, junto con otros pensadores del liberalismo clásico como David Ricardo, construyeron
una red teórica capaz de explicar el funcionamiento de la nueva economía capitalista. Ellos también
contribuyeron a fortalecer el nuevo modo productivo. Smith es un contemporáneo a la Revolución Industrial
(mediados siglo XVIII). Este proceso, que se venía gestando en los siglos anteriores, se plasmó en una serie
de cambios que significaron el paso de la sociedad agrícola a la industrial.6 Las relaciones económicas y
sociales se transformaron radicalmente y el capitalismo se estableció como modo productivo dominante (en
la actualidad lo es más que nunca, y a nivel planetario). El desarrollo y la consolidación de la sociedad
industrial es un proceso que no puede ser separado del desarrollo del pensamiento racional y de la
constitución del campo de las ciencias en general y de las diferentes disciplinas en particular. Smith y su
perspectiva liberal se transformaron en una herramienta teórica importante para la consolidación del
capitalismo.
Con el tiempo, el conocimiento científico se transformaría en gestador del desarrollo tecnológico y
principal responsable del "progreso económico". El pensamiento racional y científico posibilitó un dominio
creciente de la naturaleza y se constituyó paulatinamente en el pensamiento hegemónico de las sociedades
modernas.
Se podría decir que Hobbes y la tradición del pensamiento naturalista proveyeron los cimientos sobre
los cuales se construyó el paradigma positivista del siglo XIX y las posiciones reduccionistas en general. Se
luego de un período en el que prevaleció la lucha y el caos (estado de naturaleza). Veáse Th. Hobbes, Leviatán, México,
FCE, 1973.
5
Se llama "neoclasicismo" al conjunto de doctrinas económicas que se desarrollaron en los últimos años del siglo XIX.
Esta perspectiva, denominada "teoría ortodoxa" es la de mayor vigencia en la actualidad.
6
Este fenómeno tiene la magnitud de otro ocurrido hace aproximadamente unos diez mil años. En aquella oportunidad,
el hombre se hizo sedentario y dejó de ser cazador y recolector para transformarse en productor. Practicó la agricultura,
domesticó los animales y construyó grandes obras hidráulicas. Generó una revolución agrícola que cambiaría
cualitativamente la vida humana.
7
consideran posiciones reduccionistas aquellas que creen que el paradigma de las ciencias naturales, junto con
sus metodologías asociadas, debe ser traspuesto acríticamente a las ciencias sociales.
A mediados del siglo XIX el capitalismo seguía afianzándose y continuaba con un proceso de
expansión creciente. El descontento enfrentaba la sociedad contra el nuevo orden político e ideológico y esto
provocó desórdenes, rebeliones y revoluciones. Tal situación planteó el interrogante de cómo el orden social
podía ser restaurado y mantenido. Las disciplinas sociales recibieron, entonces, un nuevo impulso a partir de
la necesidad de dar respuestas a las nuevas problemáticas planteadas. Durante el siglo XIX, estas disciplinas
que atienden al sujeto y a los hechos sociales comenzaron a cobrar cada vez más independencia y mayor
status científico. La psicología, la sociología, la ciencia política, la economía, la antropología y la lingüística,
entre otras, fueron definiendo paulatinamente sus objetos de estudio, como aspectos recortados de la
actividad humana.
La realidad histórico-social se nos presenta como un fenómeno complejo al cual es necesario recortar
para poder estudiar. Sin embargo, este recorte no tendría que hacernos perder de vista las relaciones
interdisciplinarias que muchas veces subyacen en el estudio de las distintas temáticas. La separación en
diversas disciplinas sociales de lo que en conjunto representa la actividad humana, más que proveer un
mayor conocimiento de la ciencia social en su conjunto, puede proveernos de un conjunto de limitaciones
conceptuales en el estudio de los fenómenos sociales y políticos. Esta situación puede predisponemos a ver
lo social como independiente de vinculaciones económicas y políticas, puesto que las relaciones sociales o
económicas -en el caso de la economía- son vistas como algo autónomo.7
Con este telón de fondo que implicaba la necesidad de dar respuesta a las problemáticas sociales que
el nuevo capitalismo había generado, la sociología recortó su propio objeto de estudio y se separó de la
economía política.
Comte, como Adam Smith, también fue influido por la filosofía naturalista y el orden social
racionalizador y universalizador que ésta proponía. Su pensamiento constituye el primer intento por tratar de
delimitar el objeto de estudio específico de la sociología. Comte es el fundador de la sociología empírica y
del método positivista. Desde esta perspectiva lo prioritario del conocimiento científico es su base empírica.
Su positivismo constituyó el intento definitivo por erradicar las explicaciones metafísicas de las ciencias
sociales oponiéndoles un conocimiento racional de lo estrictamente fáctico. Desde su postura teórica, todo
enunciado científico debe remitir a entidades observables y susceptibles de ser medidas. Para el positivismo,
el objetivo de la ciencia solo se cumple a partir de esta metodología. Comte imaginó un esquema
clasificatorio y jerárquico de las ciencias en las que éstas se desarrollaban y se sucedían históricamente de
acuerdo con la complejidad de los objetos de estudio que abordaban. Los fenómenos sociales eran
considerados los más complejos, y por esa razón la sociología había sido la última ciencia en desarrollarse.
La sociología es considerada por Comte como una física social en la que el hombre es un objeto físico cuyas
acciones pueden ser analizadas con los conceptos y las categorías de la mecánica. La mecánica social
consideraba a la sociedad como un sistema astronómico en el cual los seres humanos se definían como
elementos unidos por la atracción o separados por la repulsión. Conceptos como campo gravitacional,
inercia, poder, espacio, tiempo, atracción, fueron tomados de la física para la interpretación de los fenómenos
de la sociedad.8 Estas interpretaciones o modelos mecanicistas de la sociedad prevalecieron en los comienzos
de la sociología como disciplina científica. Como ya se ha mencionado, este paradigma reduccionista
proponía una transposición acrítica de las categorías que las ciencias físico-naturales utilizaban para abordar
sus propios objetos de estudio. De este modo, se trataban las variables sociales con metodologías
cuantificadoras suponiendo que garantizaban la posibilidad de conocimiento objetivo.
Además de los modelos de interpretación mecanicista que predominaban para el enfoque del estudio
de la sociedad, también los modelos orgánicos o funcionales tuvieron una fuerte influencia y reforzaron el
paradigma reduccionista que alentaba la visión de los fenómenos sociales. Conforme la biología se
7
Veáse E.R. Wolf, Europa y la gente sin historia (México, FCE, 1993) y P. Bourdieu, J.C. Chamboredon y J.C.
Passeron, El oficio del sociólogo (México, Siglo Veintiuno, 1994).
8
Este tipo de pensamiento fue retomado a fines del siglo XIX por el sociólogo italiano Wilfredo Pareto.
8
desarrollaba y obtenía importantes éxitos durante el siglo XIX, sus avances teóricos también repercutían
sobre las ciencias sociales. Las categorías más fructíferas de la biología trataron de ser asimiladas a la
explicación de los fenómenos sociales. De este modo se pusieron en marcha una serie de analogías
funcionales entre organismos y sociedades. La sociedad podía ser considerada como un organismo vivo.
Cada una de sus partes podía ser entendida en virtud de la función que cumplía en el conjunto u organismo
social.
Los modelos mecanicistas y organicistas comparten la idea de la mutua dependencia de las partes
respecto de un todo y fueron predominantes en cuanto a su influencia en las ciencias sociales, a las que
intentaron prestar sus categorías, así como las relaciones entre ellas. Su vigencia continuó durante el siglo
XX, fundamentalmente en la llamada teoría empírica ortodoxa, el estructural-funcionalismo y la actual
teoría de los sistemas.
Durkheim es uno de los sociólogos clásicos más relevantes. Si bien toma los elementos centrales del
positivismo, también declara que existe una gran distancia entre su posición y el positivismo "metafísico" de
Comte o el organicismo de Herbert Spencer.9 Durkheim se declara un racionalista cuyo objetivo es aplicar el
racionalismo científico al estudio de los hechos sociales. Estos constituyen el objeto de estudio principal de
la sociología. Este autor realizó importantes aportes para lograr un conocimiento objetivo y con ello dar
mayor status científico a esta disciplina. Durkheim sostenía que era necesario que la sociología definiera más
específicamente su objeto de estudio y recortara más decididamente aquellos hechos propiamente sociales.
Su esfuerzo se orientaba a distinguir la sociología de la psicología y la biología. Las características centrales
de los hechos sociales son, de acuerdo con este autor, que ellos existen fuera de la conciencia de los
individuos y en forma independiente de su voluntad. Poseen, además, un poder de coerción por el cual se
imponen a esos individuos. Durkheim reconoce para el hecho social una naturaleza propia y distintiva que lo
diferencia de la naturaleza del objeto de estudio de otras disciplinas. Lo social no es, para él, igual a la suma
de hechos individuales. Durkheim reconoce en el hecho social un status científico propio
En Las reglas del método sociológico, este autor plantea una serie de normas que deben estar
presentes en el proceso de investigación social.
En este libro expone su concepción acerca de cómo debe ser abordado el objeto de estudio de la
sociología. La primera regla que enuncia es que los hechos sociales deben ser tratados como cosas. Esto
significa, tratarlos en sus características externas (por ejemplo, tratar la moral de una sociedad no a través de
una filosofía reflexiva acerca de esos hechos sino a través de una manifestación concreta: los códigos). Más
allá de una cosificación aparente, lo interesante de esta regla es que obliga al investigador a una reflexión
acerca de su particular objeto de estudio. El estudioso debe tener presente que su objeto es estudiar lo que los
hechos son (consecuencias observables) y no lo que él cree que son. Durkheim plantea que es necesario
hacer una ciencia moral que estudie los valores y las normas con criterios de objetividad científica. Los
fenómenos morales son sumamente complejos porque no se dejan ver directamente sino que hay que
buscarlos en las consecuencias observables que provocan. Entre otras reglas, Durkheim también plantea que
el investigador debe eliminar sistemáticamente las prenociones. Esto significa que debe negarse a utilizar
categorías que no fueron definidas científicamente, a partir de la observación, y que pueden provenir del
saber vulgar. Este tipo de prenociones nos alejan de un estudio objetivo de los hechos sociales.
Si bien Durkheim mantiene muchos de los postulados del positivismo, introduce en su análisis la
influencia del pensamiento historicista alemán y sostiene que las normas morales no son universales sino que
están vinculadas a sociedades particulares en determinados momentos históricos y lugares. La ciencia de los
fenómenos morales se propone, entonces, observar, describir y clasificar este tipo de normas. Se propone
también analizar cómo las formas cambiantes de sociedad producen transformaciones en esas normas. A
Durkheim no le interesa trabajar con categorías a priori sobre la naturaleza del hombre, como lo hace la
filosofía de la moral de su época. En La división del trabajo se propone estudiar los distintos tipos de
solidaridad que existen en las diferentes sociedades. La solidaridad se define como el conjunto de creencias y
valores compartidos por una comunidad. La sociedad industrial se caracteriza por la creciente división del
trabajo, que ha estimulado una especialización creciente de las funciones de los individuos en las sociedades.
9
Herbert Spencer fue un sociólogo inglés reconocido por su concepción evolucionista del desarrollo histórico y por
haber tomado categorías de las ciencias naturales para el estudio de la sociedad (organismo social).
9
En las sociedades menos evolucionadas se verifica una división del trabajo mucho más rudimentaria y
generalmente ligada a los sexos.
Durkheim analiza el desarrollo de la división del trabajo y su región con el orden moral a través del
estudio de las legislaciones, dado que éstas constituyen su manifestación concreta. Los fenómenos morales,
como ya se ha mencionado, no pueden medirse directamente sino que es necesario estudiarlos a través de los
hechos externos que los simbolizan y en los que se objetivizan.
Durkheim critica la teoría económica ortodoxa de Adam Smith por considerar que fue construida
sobre el utilitarismo. También la rechaza por pretenderse ahistórica por su concepción extremadamente
individualista del proceso económico. En ella se parte del supuesto de la existencia de un mercado en el que
la búsqueda individual del bienestar conlleva –por una suerte de carácter aditivo– al bienestar general. Para
Durkheim la naturaleza del todo es distinta de la simple adición de las partes. De este modo, la moral no es la
suma de las morales individuales sino un fenómeno de naturaleza social y particular. No es posible estudiar
las conductas económicas de los individuos separadas de las normas y los valores que las rigen. Por lo tanto,
los fenómenos económicos deben estudiarse junto al conjunto de valores y creencias propios de cada
sociedad.
El historicismo surge hacia finales del siglo XVIII y principios del XIX como una reacción al
pensamiento naturalista10 y al positivismo que éste había engendrado. Si bien el término ‘historicismo’ no
tiene un significado unívoco, el principio más destacado de esta corriente es el que sostiene que las
situaciones históricas y los pueblos no forman parte de una racionalidad suprasocial sino que constituyen
individualidades con características propias. Una de las primeras reacciones historicistas es la representada
por el pensamiento romántico. Éste se opone a la generalidad y abstracción naturalista y con ello a la
búsqueda de códigos o leyes de validez absoluta y universal para todas las sociedades. Los románticos
afirmaban el carácter históricamente relativo de las formas de organización política. Por lo tanto, el Estado
liberal no constituía, según ellos, el modelo de validez absoluta y universal que pretendían muchos
pensadores racionalistas desde Hobbes. Si bien el romanticismo tuvo un significado político conservador,
también inauguró una tradición historicista que luego fue tomada por el materialismo histórico, cuyas
consecuencias políticas son diametralmente opuestas.
Entre el historicismo romántico y el materialismo histórico, el pensamiento hegeliano ocupa una
posición intermedia. Hegel precede e introduce, sin proponérselo, el materialismo histórico.
Marx construye una nueva mirada sobre lo social. Su perspectiva es materialista e histórica y
plantea nuevas categorías para el estudio de la realidad y de los procesos sociales e históricos. El marxismo
es principalmente una respuesta a la teoría económica liberal formulada por Adam Smith y David Ricardo.11
Marx critica los presupuestos teóricos de los que parten estos autores y en su lugar propone una nueva
concepción del hombre y la sociedad. Propone entender la naturaleza humana en su carácter concreto e
histórico. Concreto porque su perspectiva materialista propone que el estudio de la realidad económica y
social debe partir del análisis de las condiciones materiales de vida de los hombres. Esto significa comenzar
por analizar lo que los hombres producen y cómo lo producen. La concepción marxista del hombre parte de
la consideración de dos situaciones que lo distancian del liberalismo clásico: por un lado, la relación del
hombre con la naturaleza y, por el otro, la relación del hombre con otros hombres, es decir, su ser social. El
hombre se relaciona con la naturaleza transformándola a partir de la energía que le imprime con su trabajo y
con el objetivo de satisfacer sus necesidades. Este trabajo no lo realiza un hombre solo ni aislado. En el
desarrollo del trabajo y la producción, el hombre establece relaciones con otros hombres, las relaciones
sociales de producción. He aquí las relaciones sociales fundantes de la vida en sociedad. Se trata de una
10
El iusnaturalismo racionalista de la modernidad sostenía que si bien el hombre estaba limitado por las pasiones y la
ignorancia, podía liberarse de ellas dejando desarrollar libremente la razón. Con ello, sería capaz de encontrar verdades
eternas, de valor absoluto, que se correspondieran a la racionalidad de las leyes del universo
11
También debe considerarse el marxismo como una respuesta al socialismo utópico y al historicismo romántico. Del
mismo modo es imposible concebir el pensamiento marxista independientemente de la influencia que sobre él ejerció la
dialéctica hegeliana
10
explicación que se opone a la idea del contrato social como resultado de la evolución racional de los
hombres. De acuerdo con Marx, no existe el hombre en abstracto, tal como lo veía la teoría liberal. Según
esta teoría, el individuo racional resigna su ambición por temor a una muerte violenta. He allí el fundamento
de la vida en sociedad. Desde esta perspectiva, lo social es entendido como el resultado de la suma de
voluntades individuales que se someten al contrato.
El concepto de lo histórico marxista implica una fuerte crítica al pensamiento naturalista y a la
ahistoricidad de las categorías que éste proponía. La racionalidad universalista sostenía que las categorías
propias de la sociedad y la economía capitalista (mercado, propiedad privada, afán de lucro, dinero, precios,
valor, entre otras) eran propias y universales del hombre y no características y particulares de una
determinada época histórica. Marx se interesó por comprender la dinámica de los cambios históricos y el rol
de sus principales protagonistas: las clases sociales. Concibe la lucha de clases como el motor principal de
los cambios históricos. Su teoría se centró en el análisis del modo de producción capitalista y en la dinámica
de su transformación hacia un nuevo modo productivo (el comunismo).
Se podría decir que, desde la perspectiva marxista, el objeto de estudio de las ciencias sociales lo
constituyen los procesos de transformación social y que el objetivo de la ciencia social es comprender la
dinámica de estas transformaciones.
Esta afirmación no podría ser cierta a menos de aclarar que la concepción que Marx tenía de la
ciencia social era la de ser fundamentalmente una herramienta para la acción política. La figura del científico
no esta separada, para este autor, de la del hombre político. Este construye el conocimiento a partir de un
recorrido que es dialéctico.12 El investigador parte de las relaciones materiales reales y objetivas que existen
entre los hombres y elabora a partir de ellas categorías teóricas abstractas. Este conocimiento objetivo que el
investigador-político construyó vuelve a la realidad para modificarla. Marx no puede concebir una ciencia
social o una economía política fuera de la acción política.
Si bien Marx considera que el conocimiento social puede ser objetivo, no cree en la existencia de una
ciencia libre de valores. Su concepción resalta el carácter ideológico de las producciones culturales teóricas,
entre las cuales se encuentra la economía política clásica. La verdadera ciencia sólo es posible a condición de
no ocultar las relaciones concretas que se dan entre los hombres en la sociedad capitalista, esto es, las
relaciones de dominación y explotación. Desde el punto de vista marxista, conceptos tales como capital,
mercancía o precios no pueden ser analizados como si fueran independientes del orden social. La economía
clásica, erigida en ciencia oficial, pretendió reducir los problemas sólo a su aspecto económico y los
desvinculó de sus aspectos sociales y políticos. El marxismo no es sólo una teoría social sino un pensamiento
más abarcador que incluye una teoría económica y una concepción filosófica y ética que impulsa a la acción.
Max Weber es considerado uno de los sociólogos más importantes dentro de la tradición historicista
de la que se nutre para proponer su sociología comprensiva. La escuela historicista surgida en Alemania
(Wilhelm Dilthey, Wilhelm Windelband y Heinrich Rickert) criticó al positivismo por sostener que éste
desconocía las características propias e irreductibles del objeto de estudio de las ciencias sociales: el hombre
en su carácter histórico y cultural.
Para Weber el tema de los valores es insoslayable en la explicación de los fenómenos sociales. Por
eso propone una sociología capaz de incluirlos y tenerlos en cuenta y no abstraerlos en el esfuerzo por definir
un dato objetivo. El fin de la neutralidad valorativa que proponía la ciencia moderna como garantía de
objetividad no es aceptable, desde el punto de vista de Weber, en el estudio de las disciplinas sociales. Quitar
los valores del estudio de las problemáticas humanas implica una cierta desnaturalización del objeto de
estudio de estas disciplinas. Los valores son tenidos en cuenta por Weber desde dos perspectivas. Por un
lado, los valores del investigador intervienen cuando éste selecciona un objeto a investigar. El investigador
selecciona una porción de la realidad histórica para poder abordar su estudio. Recorta aquello que considera
significativo de acuerdo con su marco valorativo, que es histórico. A partir de este recorte de un fenómeno
singular, el investigador trata de establecer las conexiones causales que lo explican (por ejemplo, Weber
estudió las relaciones que existían entre la ética protestante y el desarrollo del capitalismo). Estas conexiones
no son causales en el sentido en el que se utilizan en las ciencias naturales sino que son conexiones de
12
El concepto de dialéctica, que él toma de Hegel, puede ser comprendido –de manera muy esquemática– en dos
sentidos: como el movimiento que describe el desarrollo de lo real o como la metodología que permite el conocimiento
de ese desarrollo entre opuestos
11
sentido dentro de las que puede explicarse un fenómeno histórico particular. Concibe la sociedad como una
totalidad histórica, compleja e inabarcable a partir de leyes generales que expliquen el comportamiento del
hombre en todas las sociedades.
Por otra parte, este autor señala que el propósito de la sociología es comprender, por medio del
método de la interpretación, la acción social con el fin de explicarla en su desarrollo y en sus efectos. Lo
que define una acción como social es que tiene un sentido que le es otorgado por los sujetos y está referido a
las conductas de los otros sujetos. La acción social se desarrolla orientada de acuerda con una referencia a los
de más. Al hablar del sentido de la acción social Weber se refiere al sentido subjetivo de la acción (el que es
otorgado por los sujetos). Los seres humanos damos sentido y significado a nuestras acciones a partir de
ciertos valores. Para Weber, explicar la acción social significa captar por medio de la comprensión
(interpretación) la conexión de sentido en la que se incluye la acción. Las acciones sociales están provistas
de un significado y esto es lo que las hace inteligibles.
La ciencia social aspira a ordenar racionalmente la realidad empírica. Si bien esta disciplina se
origina en reflexiones prácticas, de acuerdo con Weber, no es normativa, es decir que de sus conclusiones no
pueden derivarse fórmulas para la praxis.
Marx, Weber y Durkheim constituyen los pensadores clásicos más importantes de la sociología.
Puede señalarse que las obras de Durkheim y más aún las de Weber, en muchos casos, dialogan con el
pensamiento marxista. Tener en cuenta las consecuencias políticas que provocó el marxismo no es un dato
menor para comprender el impacto que tuvo este pensamiento.13 Weber criticó la direccionalidad racional
global que Marx otorga al curso de la historia. Esto significa que de acuerdo con el marxismo podrían
enunciarse leyes generales del desarrollo y de la evolución histórica. Si bien Weber puede aceptar el
esquema evolutivo de las sociedades como una colección de tipos ideales 14 (es decir, como una herramienta
metodológica construida, no como un hecho empírico real), no comparte la idea de una teoría general acerca
del desarrollo histórico. También critica al marxismo la idea de que las relaciones económicas son el
fundamento esencial de las sociedades. De acuerdo con su perspectiva, es posible que esta ley pueda ser
válida pero para un contexto histórico determinado y no como ley general de desarrollo. Para Weber la
importancia específica de lo económico es variable y debe estudiarse empíricamente en las distintas
sociedades.
Una de las distinciones más importantes entre estos autores surge de sus posturas epistemológicas.
Mientras Weber, igual que Durkheim, adhiere a la separación neokantiana entre "ser" y "deber ser", es decir,
entre proposiciones que refieren a hechos y proposiciones normativas (y sostienen que las ciencias se
construyen con las primeras), Marx sostiene que existe una relación inseparable entre la teoría y la praxis
política.
5. El siglo XX
La sociología del siglo XX es tributaria de las corrientes teóricas analizadas antes. Diversas escuelas
–que no son tratadas en este capítulo– se han nutrido de estos pensadores clásicos y han desarrollado a partir
de ellos sus propias ideas. En la actualidad, una de las líneas divisorias de posiciones –aunque no la única– es
la que separa las posturas reduccionistas de las que no lo son. Las primeras, que pueden ser incluidas bajo el
nombre de teoría empírica ortodoxa (teoría heredada, en epistemología), no creen que la particularidad del
objeto de estudio de las ciencias sociales pueda obstaculizar el desarrollo de estas disciplinas de acuerdo con
13
Marx estructuró una propuesta política que se plasmó en las últimas décadas del siglo XIX en el crecimiento de los
partidos socialistas. Posteriormente sus ideas se relacionaron con la instauración del comunismo en la Unión Soviética.
Este modelo, que se proponía como alternativa al capitalismo, compartió después de la segunda posguerra la hegemonía
internacional con Estados Unidos, hasta que su deterioro económico y político concluyó en 1989 con la caída del muro
de Berlín, la disolución de la URSS y del sistema comunista.
14
Estos tipos ideales son construcciones racionales y abstractas que el investigador realiza. En ellas resalta o acentúa
determinados rasgos previamente seleccionados. La mayoría de las veces estas construcciones no aparecen en la
realidad tal como se definen en los tipos ideales. No son promedios ni son el resultado de generalizaciones empíricas
exclusivamente. Su valor heurístico radica en su utilidad para realizar comparaciones con fenómenos reales. Ejemplos
de tipos ideales son los tipos de dominación social (tradicional, carismática y racional o legal-burocrática).
12
los criterios de las ciencias naturales. Sostienen que las ciencias sociales podrán evolucionar y mejorar su
posición en la medida en que avancen por los mismos caminos que tomaron las ciencias naturales y físicas.
De este modo, conciben la existencia de un único paradigma que rige los criterios de verdad para todas las
disciplinas, independientemente del objeto de estudio que traten. El conocimiento objetivo, entonces,
dependerá de la neutralidad valorativa, del apego al dato cuantificado y de la posibilidad de enunciar leyes
generales. Este paradigma propone también una misma metodología –experimentación, observación,
cuantificación– como garantía del conocimiento objetivo buscado por la ciencia. Dentro de esta perspectiva
empirista, en muchos casos la investigación social se ha reducido al esfuerzo por la matematización de las
variables sociales y la sofisticación en el tratamiento estadístico,15 y ha demostrado cierta pobreza en el
desarrollo teórico.
La tradición de los modelos mecanicistas y organicistas (Comte, Spencer) que predominaron en el
siglo XIX –y que fueron desarrollados antes– constituye el antecedente más próximo de la teoría empírica
ortodoxa. Esta corriente, de la que participan fundamentalmente sociólogos anglosajones, rescató varias
premisas del positivismo primitivo y del paradigma reduccionista. Una de las construcciones teóricas quizá
más ambiciosas es la del sociólogo estadounidense Talcott Parsons.16 Su perspectiva estructural-
funcionalista predominó en la sociología norteamericana durante una buena parte del siglo XX e interactuó
con desarrollos teóricos posteriores como los realizados por Robert Merton y por la teoría general de los
sistemas, entre otros.
La teoría de los sistema comenzó a desarrollarse luego de la Segunda Guerra Mundial y fue
incentivada por el crecimiento de los sistemas informáticos. Esta teoría señaló la insuficiencia de los
modelos mecánicos y orgánicos que se desarrollaron en el ámbito de las ciencias sociales y del pensamiento
social desde la primera modernidad. Si bien esta perspectiva toma elementos del pensamiento de Parsons,
también lo critica por el excesivo enfoque en el equilibrio de las sociedades y por la poca importancia que
otorga a los procesos sociales y su dinámica. La teoría general de los sistemas se postula como modelo
explicativo válido para diferentes disciplinas. Intenta, a través de la analogía, captar semejanzas de estructura
entre estos distintos tipos de sistemas. Su objeto de estudio puede definirse como la organización en sus
distintos niveles de complejidad. Su precursor es el autor austríaco, radicado en Estados Unidos, Ludwig von
Bertalanffy.17 Este autor propuso centrar el estudio de la teoría sistémica en el análisis de los principios que
rigen la dinámica de las distintas organizaciones. La elucidación de estos principios comunes al
comportamiento de todos los sistemas permitiría unificar el lenguaje de las ciencias y avanzar hacia un único
paradigma.18 Bertalanffy considera que en todos los niveles de la realidad (desde los más simples a los más
complejos), tanto en los fenómenos físicos como en los sociales, se pueden encontrar ciertos principios
comunes de organización. El ideal de este autor es hallar las leyes que establecen las semejanzas
estructurales entre sistemas distintos. Desde la perspectiva sistémica, la sociedad es concebida como un
sistema de interacción compleja, multifacética y fluida en el que se pueden verificar grados variables e
intensidades de asociación y disociación. La teoría sistémica sostiene que los sistemas sociales son
cambiantes y que las sociedades y los grupos modifican constantemente sus estructuras adaptándolas a las
condiciones externas e internas. El modelo sistémico tiene en cuenta intereses, conflictos y adaptaciones.
Esto último lo diferencia del modelo estático de la teoría parsoniana. La corriente sistémica constituye en la
actualidad una perspectiva de cierta importancia en la discusión epistemológica referida a las ciencias
sociales. Más que nada, su influencia se verifica en disciplinas como la psicología y las ciencias políticas y
administrativas, dentro del mundo intelectual anglosajón.
Respecto de las posiciones no reduccionistas se presenta, a modo de ejemplo, la posición del
sociólogo contemporáneo Pierre Bourdieu, quien forma parte de la tradición del posestructuralismo.
15
Esto es especialmente evidente en la ciencia económica. El análisis multivariado se ha desarrollado enormemente a
partir de los avances informáticos y la utilización de programas que permiten manipular una gran cantidad de variables
16
T. Parsons se proponía encontrar leyes generales que pudieran explicar el funcionamiento de todos los sistemas
sociales. Este sociólogo pretendía construir un sistema teórico abarcador que explicara el conjunto de los sistemas
sociales y se basara en el método hipotético-deductivo. Veáse T. Parsons, El sistema social, Madrid, Alianza, 1988.
17
Quien fue influido tanto por el estructural-funcionalismo como por el empirismo lógico del Circulo de Viena
18
Bertalanffy sigue a Rudolf Carnap y a los empiristas lógicos en su búsqueda por establecer un lenguaje unificado que
sirva para todas las ciencias. Ambos intentan que este lenguaje pueda ser formalizado, es decir, matematizado. La
diferencia estriba en que mientras el primero plantea el lenguaje común dentro de la perspectiva de los sistemas, Carnap
plantea el modelo de la ciencia física como el modelo a seguir para todas las disciplinas científicas. Véase L. Von
Bertalanffy, La teoría general de los sistemas, México, FCE, 1986
13
5.2. La epistemología y la teoría social de Pierre Bourdieu
19
El concepto de clase social con el que trabaja Bourdieu es totalmente diferente del definido por Marx. Mientras este
último otorga a las clases sociales el sentido de grupo movilizado para la lucha, desde la perspectiva de Bourdieu las
clases sociales se definen desde un punto de vista lógico. Esto significa que se recortan a partir de la existencia de un
conjunto de agentes que ocupan una posición similar dentro del espacio social. Estos agentes -que poseen la misma
posición en la estructura social- tienen altas probabilidades de compartir cierta subjetividad y por lo tanto de tener
similares intereses (son clases probables, no reales). Véase P. Bourdieu, Sociología y cultura. México, Grijalbo, 1990.
20
El poder simbólico es el poder de imposición de la verdad. Se define como un poder hacer cosas con palabras, y
permite imponer como legítimas ciertas categorías y principios de división social. La lucha simbólica es la lucha por la
imposición de la verdad y de una determinada forma de categorizar el mundo social. El Estado es, por antonomasia, la
sede de la concentración y del ejercicio del poder simbólico. Es el Estado el que dispone de los medios para imponer e
inculcar principios duraderos de división social. Veáse P. Bourdieu, Razones prácticas, Barcelona, Anagrama, 1997
21
Bourdieu sostiene una postura relacional opuesta al esencialismo. Esto significa entender lo real no como una esencia
sino como el resultado de un conjunto de relaciones. Para Bourdieu, lo real es relacional
14
Existe también una jerarquía de campos. Esto significa que cada uno de ellos tiene un peso
específico –en cuanto a las determinaciones sociales que genera– y una autonomía que puede variar
históricamente.22 Los campos pueden desaparecer y pueden aparecer otros nuevos (por ejemplo, la ecología
en la actualidad) Si bien cada uno de los campos tiene una lógica específica, es posible enunciar un conjunto
de leyes generales, válidas para todos. El concepto de campo constituye una herramienta teórica que permite
captar la singularidad de cada campo específico a partir de la comprensión de las leyes invariantes que
regulan el funcionamiento de cada uno de ellos. Bourdieu extiende la lógica del comportamiento económico
(búsqueda de ganancia) al resto de los campos. Los agentes disponen de un capital específico (conjunto de
bienes específicos, sean materiales o simbólicos), tienen intereses y desarrollan estrategias con el objetivo de
obtener, una ganancia, sea ésta material o simbólica.
La segunda forma de existencia de lo social –el habitus– la constituye el conjunto de esquemas de
percepción y apreciación que el sujeto tiene incorporados y con los cuales construye su punto de vista. El
habitus se define como el conjunto de disposiciones duraderas a actuar, sentir o pensar. Está modelado por
las estructuras objetivas (y las relaciones entre posiciones dentro de cada campo), que son internalizadas por
los sujetos. Los esquemas de percepción con los que aprehendemos la realidad y a partir de los cuales
construimos nuestra visión del mundo son el producto de la coacción que las estructuras objetivas ejercen
nuestras subjetividades. Esto significa que la posición que ocupamos en las distintas dimensiones del espacio
social23 y en los distintos campos y subcampos es la causante principal de nuestra subjetividad. He aquí su
génesis social e histórica: al interiorizar las estructuras objetivas, lo social se inscribe en el cuerpo del sujeto
La clave para la comprensión de la dinámica y la dominación social se encuentra, según este autor,
en la relación particular que existe entre el campo y el habitus. Según Bourdieu, la dominación de una clase
social sobre otra se asienta fundamentalmente en el ejercicio del poder simbólico, que es el poder de
construir la verdad e imponer unos principios de visión y división del mundo social. El ejercicio de este
poder es el que permite legitimar y obtener consenso sobre un orden social inequitativo. En la medida en que
las estructuras objetivas de tal orden social son internalizadas por los agentes y moldean su habitus, las
diferencias sociales que éste establece tienden a ser percibidas como diferencias naturales. Esa percepción
contribuye a la perdurabilidad de las relaciones de fuerza establecidas en el espacio social y a la
reproducción de las desigualdades sociales. En esta adecuación entre posición objetiva y subjetividad se
construye el consenso que legitima un orden social caracterizado por la distribución inequitativa del poder, la
cultura y la riqueza. A esto Bourdieu lo llama complicidad ontológica del campo y el habitus. Si bien esta
complicidad tiene una gran fortaleza, siempre existe un lugar de indeterminación, una línea de fractura, una
posibilidad de llevar a cabo una lucha contra el orden de cosas establecido. Desde este punto de vista la lucha
más importante que llevan a cabo los agentes sociales es la lucha simbólica, que trata de imponer como
verdad una determinada concepción del mundo, una visión de la sociedad y sus divisiones sociales. La
ciencia forma parte de esta lucha. La sociología del conocimiento será la encargada de revelar los
mecanismos que se desarrollan en esta contienda por la imposición de la verdad.
Como ya se ha mencionado, Bourdieu también construye un discurso metateórico o epistemológico
en el cual reflexiona acerca de las condiciones de posibilidad del conocimiento de lo social. Cree que es
posible construir una teoría del conocimiento sociológico capaz de enunciar un conjunto de principios que
definan las condiciones de posibilidad de los actos y los discursos de las disciplinas sociales. Ese conjunto de
postulados debe ser independiente de las teorías de lo social que sostengan los diversos autores. Desde su
punto de vista, para constituir una sociología científica es indispensable someter la práctica sociológica a una
22
Como ejemplo puede citarse que el peso social y simbólico del campo religioso en la sociedad medieval era mucho
mayor al que tiene en la actualidad (incluso, el campo educativo era un subcampo dependiente del campo eclesiástico).
En la actualidad, los campos culturales (arte, ciencias, medios de comunicación) ocupan un lugar de menor jerarquía en
el conjunto de los campos, puesto que se encuentran subordinados al campo económico.
23
“El campo social se puede describir como un espacio pluridimensional de posiciones tal que toda posición actual
puede ser definida en función de un sistema pluridimensional de coordenadas cuyos valores corresponden a los de las
diferentes variables pertinentes: los agentes se distribuyen en él, en una primera dimensión, según el volumen global del
capital que poseen y, en una segunda, según la composición de su capital; es decir, según el peso relativo de las
diferentes especies es el conjunto de las posesiones", P. Bourdieu, “Espacio social y génesis de las «clases»", en
Sociología y cultura, p. 283.
“En realidad, el espacio social es un espacio pluridimensional, un conjunto abierto de campos relativamente autónomos,
es decir, más o menos fuertes y directamente subordinados, en su funcionamiento y sus transformaciones al campo de la
producción económica: en el interior de cada uno de los subespacios, los ocupantes de las posiciones dominantes y los
de las posiciones dominadas se comprometen constantemente en luchas de diferentes formas (sin constituirse por eso
como grupos antagónicos)", ídem, p. 301
15
reflexión racional y sistemática sobre las posibilidades del conocimiento. El científico social construye
verdad científica en la medida en que posee un conocimiento sistemático y sólido de las determinaciones y
de los límites que tiene el saber de lo social. En este sentido, la sociología del conocimiento es su
herramienta más adecuada.
En primer lugar, el investigador social debe tener en cuenta que su producción intelectual no se
realiza en el vacío sino en un espacio social e histórico determinado. El investigador ocupa posiciones en
distintos campos de los que participa (campo de la sociología, de la ciencia en general, campo de la cultura,
de la política, entre otros). Estas posiciones coaccionan sobre la forma de ver el mundo y determinan el
punto de vista que el científico social tiene. Éste debe reflexionar sobre su situación y tener en cuenta que su
producción intelectual y sus prácticas sociales estarán determinadas por las posiciones que él ocupe en los
distintos campos y en el espacio social.
En segundo lugar, la sociología científica debe oponerse a la sociología espontánea. Esta última
utiliza de forma acrítica categorías que muchas veces provienen del sentido común. Bourdieu resalta que la
tarea principal del investigador es eliminar sistemáticamente las prenociones y prejuicios y construir el
objeto de estudio contra el sentido común. Realiza una distinción radical entre objeto real y objeto científico
de estudio. El objeto científico se define como un sistema de relaciones expresamente construido por la
ciencia. Su calidad científica está dada, según Bourdieu, por su construcción como objeto racional y no por
la aplicación de técnicas de medición cada vez más exactas, como postulan los empiristas. La ciencia, para
Bourdieu -y en esto coincide con Marx y con Weber-, no trabaja con objetos reales sino con construcciones
teóricas que son producto del pensamiento del investigador. Un objeto de investigación debe ser construido y
definido bajo el marco de una problemática teórica que sirva como marco referencial.
Si bien Pierre Bourdieu critica el positivismo y la teoría empírica ortodoxa por el estrecho margen
dado a la teoría y el excesivo apego al rigor del dato, esta actitud no significa renunciar al tratamiento
empírico de la realidad social para poder explicarla. Para este autor, esas corrientes teóricas despojan a la
teoría social de su función primordial que es la de asegurar una ruptura epistemológica, la ruptura con la
sociología espontánea en pos de una sociología científica. La sociología científica goza, para él, de un
carácter emancipador. Es la encargada de revelar los mecanismos en los que se asienta la dominación estable
de una clase sobre otra. Estos mecanismos (complicidad ontológica de campo y habitus) basan su poderío y
su eficacia en la ignorancia de sus bases reales de apoyo al hacer que las diferencias sociales sean percibidas
como naturales e imponer con ello una verdad aparentemente indiscutible acerca del mundo y sus divisiones
sociales.
16
UNIDAD V
La fabricación
del conocimiento
UNIVERSIDAD NACIONAL DE QUlLMES
Un ensayo sobre el caracter
constructivista y contextual
Rector de la ciencia
Daniel Gomez
Vicerrector
Jorge Flores
Karin Knorr Cetina
Estudio preliminar
por Pablo Kreimer
Uníversídad
<t> Nacional
de Quilmes
Editorial
Capítulo 1
El cíentífico como razonador práctíco:
íntroducción a una teoria constructivista
y contextual del conocímiento
lo HECHOS Y FABRICACIONES
51
Karin Knorr Cetina La fabdcacíén dei conocímiento
humana sino en la historia social. Su propuesta es examinar las rela- lPor quê nuestro orden del mundo orientado hacia el interés, instru-
ciones sociales de producción de las cuales se originaria la naturaleza mentalmente generado, reflejaría alguna estructura lnherente de la na-
deI conocímíento.' turaleza? E1 problema de la facticidad no es exterior a la ciencia, sino
Las teorias del conocimiento recientes han tendido a transladar interno aI conocimiento mismo. La ciencia, dice Feyerabend, no es
el problema desde la constitución de lo fáctíco en el sujeto cognoscen- más que una família de creencias igual a cualquier otra família de
te a otras diversas ubicaciones. La más influyente, quizás, es la deno- creencías." Los sistemas de creencias se desarrollan dentro de contex-
minada objetívísmo.? Para el objetivista, el mundo está compuesto de tos sociales e históricos. En consecuencia, el estudio de la facticidad es
hechos, y el objetivo del conocimiento es proveer una versión literal el estudio de la historia y de la vida social. Pera si la ciencia, como la
de cómo es el mundo.? Las leyes empíricas y las proposiciones teóri- magia del Azande, es meramente un sistema de creencías, podría ar-
cas de la cíencía están díseüadas para suministrar esas descripciones gumentar el objetivista, lno podemos inferir que ambas son intercam-
literales. Si las leyes empíricas y las proposiciones teóricas literalmen- biables? Y si esta posición es impensable, lno implica esto que la dis-
te describen un mundo exterior de facticidad, entonces una investiga- cusión es de por si una fonna íngenua de escepticismo no consistente
ción sobre el significado y la interconexión de los "hechos" se con- consigo mismo en el sentido de que desestima el contexto social o his-
vierte en una investigación sobre el significado y la interconexión de tórico o que postula establecer la relatlvidad deI conocimiento? Según
las leyes ylas proposiciones. Si el conocimiento de las versiones cien- Marx, la marca dei idealismo es olvidar que la realidad no es fabrica-
tíficas es la realidad representada por la ciencía, entonces una inves- da ni accidentalmente ni en condiciones de libre eleccíón.? En vista de
tígación sobre la naturaleza de lo "real" se convierte en una investi- lo que puede ser explicado por posiciones como el "todo vale" dei es-
gación sobre cómo la lógica de las versiones científicas preserva la céptico,' ai realismo se lo ha llarnado la única concepción "que no ha-
estructura legislada de lo real. 4 ce del êxito de la ciencia un milagre"?
Pero exísten otras posiciones. Para la antirrealista, por ejemplo,
es precisamente esta última pregunta la que necesita ser ínvertída." 6 Para una exposiclón de la posición de Peyerabend, véanse sus ensayos "Expla-
nation, Reduction and Empiricísm' (1962) y" Agaínst Method" (197Ü). véanse también
los comentarias más extensos en Peyerabend (l975).
1 Cf Sohn-Rethel (1972). Para una breve presentacíón de esta teoria en Inglés, 7 En relactón con esto, Gouldner habla de la "descontextuellzacíón" en la que
véanse Sohn-Rethel (1973, 1975) Y Dornbrowsky er aI. (1978). medra el idealismo, y a la cual Marx critlcó pidiendo que se recuperara el carácter de
2 Para un ejemplo de esta posicíón, véase Sellars (1963). Comenta rios críticos clase de los fenórnenos sodales (1976: 44 ss]. Véase tamblén la formulación de Giddens
desde diferentes perspectivas (que llevan a diferentes conclusíonesl se encuentran en de que "si bien los hombres hacen la sociedad, no lo hacen meramente en condiciones
Bhaskar (I978) Y Habermas (I971: 67 ss). de su propia elección" (1976: 102, 126), usada en su crítica a la etnometodologia por su
J Éste no es uo enunciado ingenuo de \a posictón de los realistas empíricos, aun- tendencla ai idealismo.
que puede sonar como tal. La posición íngenua sostendría que la pintura dei mundo que 8 En su forma extrema, el escepticismc implica un tipo de idealismo. Suppe sos-
la ctencía nos da es verdadera. En contraste, el planteo mencionado enfattza la actttud tíene que los anallsís de la ciencla de los que puede decírse que tienen consecuencias
epístémica, más que la correspondencia con resultados reales. Para otra exposíclón de escépticas no necesariamente lo sono Afirmar que los objetos de observacíón exísten y
esta cuestión, véase B. van Praasen (1977: capo 2, 2 ss]. La formulación de Suppe es que tíenen propíedades independíentes de la conceptualízación es coherente con su posíción.
los resultados de la lnvestígacíón científica son descnpciones generalizadas de la realí- Pero la naturaleza de los objetos observados y las proptedades que vemos que poseen
dad que deben ser verdaderas, para que la teoria sea adecuada. Cf. Suppe {1974: 211}. están determinadas por un marco conceptual dei observador. Cf. Suppe [1974: 192 ss.)
4 Cf Habermas (1971: 69). La consigna "todo vale" es el sello distintivo dei esceptícismo de Peyerabend. Dlce que
5 Véanse también deflníctones de la postctôn antírreallsta desarrollada por Laka- "el único principio que no inhibe el progreso es el de todo vale" (1975: lO, 23 ss.l.
tos en su crítica a Toulmin (1976). 9 Cf. Putnam (1971: 22).
52 53
Karin Knorr Cettna La fabricacíón dei conocimiento
LPodemos decir, entonces, que el problema de la facticidad es es- cación descriptivamente adecuada.'? Una mejor ilustración es quizás
tar ubicado en la correspondencia entre los productos de la ciencia y el el ratón que huye dei gato." LDebemos suponer que el ratón corre
mundo exterior, y que la solución hay que encontrarIa en la adecua- porque tiene en su mente una representación correcta de la enemistad
ción descriptiva dei procedimiento cientifico? Hay más de una respues- natural inhcrente dei gato hacia su especie? lO es más posible decir
ta negativa a esa propuesta. Para ernpezar, aun cuando el objetivismo que cualquier especie que no huye de sus enemígos naturales dejará
(en consonancia con Marx) hace hincapíé en los constreftimientos (aqui de existir, lo cuaI nos deja sólo con aquellas que sí corrieron? Como
identificados con la naturaleza) que limitan los productos de la cíen- el avance de la propia evolucíón, el avance de la ciencia puede ser vin-
da, se olvida del caracter constituido de esos productos. Peirce ha in- culado con mecanismos que no dan por sentada esa naturaleza mímé-
sistido mucho en su obra en que el proceso de la investigacíón tica del conocimiento.
científica (su "contexto de descubrimiento"], omitido por el objetívis- Finalmente, el objetivismo ha sido criticado dentro de sus pro-
mo, es en sí mismo el sistema de referencía que hace posible la obje- pias filas por presuponer un mundo factual estructurado a la manera
tivización de la realidad.'? de leyes por las conjunciones constantes de acontecímíentos. De
Asi, el problema de la facticidad es en gran medida el problema acuerdo con esta crítica, las conjunciones constantes de acontecimíen-
de la constitución dei mundo a través dei procedimiento de la lógica tos son producidas por el trabajo del laboratorío, que crea sistemas ce-
científica, y es también el problema de la explicación y la validación. rrados en los cuales cabe la posibilidad de obtener resultados no am-
Si bien la obra de Bohm, Hanson, Kuhn y Feyerabend puede no haber bíguos y repetibles, Pero en la práctica, esas conjunciones constantes
dado como resultado un modelo satisfactorio del êxito científico, ge- son las raras excepciones, raras como el êxito predictivo."?
neralmente se les reconoce que ellos apuntaron hacia la discrepancia En consecuencía, las leyes propuestas por la ciencia son trans-
de significados o la dependencia de la teoria que hay en la observa- fácticas y reglamentaristas, más que descríptívamente adecuadas. Asi,
ción científica. Esta discrepancia de significados es otro aspecto de la el êxito práctico de la ciencia depende más de la capacidad deI cien-
constitución actíva de la factícidad mediante la ciencia, una cuestión tífico de analizar una situación Como un todo, de pensar aI mismo
sumamente perturbadora para el objetivísmo.!' tíempo en varias niveles diferentes, que de las leyes mismas. Igual que
Igualmente relevante aqui es el hecho de que modelos de êxito con cualquíer juego, el ganar depende menos de las reglas que de lo
que no exígen los supuestos básicos dei objetivismo son pensables y que se hace dentro del espacio creado por esas regIas.
verosímiles, y han sido propuestos dentro de las propias ciencias. Los El análisis de Bhaskar sugíere que no hay una vinculación nece-
psiquiatras, por ejemplo, han usado con mucha frecuencia terapias saria entre el "êxito de la ciencia" y los supuestos adaptados por el
conductistas para tratar exitosamente desórdenes psiquiátricos mayo-
res y menores de los que dicen no tener o no necesitar nínguna explí-
12 Cf. Ia terapia conductísta propuesta e ilustrada por Watzlawick Weakland y
F~ch{197~ •
to Véase "Ihe Logic of 1873" para una fortnulación dei programa de Peirce. Peir- lJ EI ejemplo está tomado de van Prassen (1977: capo 2, 45).
ce (1931-1935: vol. 2, § 227 ss.l. 14 ~:. Bhaskar (1978), en particular en el capo 2, pp. 118 ss. para una exposíción
U Véase, por ejemplo, el simposio editado por Suppe (1974) sobre la cuestión de de est~ cnt~c~".A modo de ejemplo, Bhaskar díce que predecir la próxima erupción dei
la variaclón de significado de las frases de observación y sus ímplícaclones para la fi- Ve~u~lO exigma una ~ompleta descrípción dei estado de un sistema abierto que está
losofla de la cíencta. La tesís se apoya basicamente en los trabajos de Bohm (I957), Han- mul~lplemente determinado y controlado más aliá y por encime de los constreãímíen-
tos unpuestos por las leyes de la física y la química.
son (1958). Kuhn (1962.1970) Y Peyerabend (por ejemplo, 1962, 1970, 1975).
54 55
Karin Knorr Cettna
La fabrícacíón dei conocimiento
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57
La fabrícactón deI conocímiento
Karin Knorr Cetina
En lugar de la conocida alienacíón entre la teoria y la práctlca.ê? ciencia son construcciones contextualmente específicas que llevan las
encontramos una maraüa acciónjcognición a la cuaI ya no se le pue- marcas de la contingencia situacional y de la estructura de intereses
de aplicar adecuadamente la idea preconcebida de lo que es una teo- dei proceso por el cual son generados, y que no pueden ser cornpren-
ría. Según los propios científicos, en la investigacíón las teorias son didos adecuadamente sin un análisis de su construcción. Esta signifi-
más afines a políticas que a credos." Esas políticas combinan la inter- ca que lo que ocurre en el proceso de construcción no es irrelevante
pretacíón con el cálculo estratégico y táctíco, y son sostenidas por para los productos que obtenemos. También significa ver los produc-
proyeccíones metodológicas de! "cómo-hacer" Igual que la preocupa- tos de la ciencia como sumamente estructurados internamente me-
ción por hacer que las cosas funcionen, las políticas están necesaria- diante los procesos de producción, independientemente de la cuestíón
mente atadas a una estructura de interés, La teoria pura, entonces, de su estructuración externa por la via de alguna coincidencia o no
puede ser calificada de una ilusión que las ciencías han conservado de coincidencía con la realidad.
la filosofía.P l Cómo podemos concebir esta estructuracíón interna de los pro-
duetos cientificas? Los resultados cientificas, entre ellos los datas em-
píricos, han sido caracterizados como, primero y por sobre todo, resul-
3. LA INTERPRETACIÓN CONSTRUCTIVISTA 11: LA "CARGA DE DECISIO- tados de un proceso de fabricación. Los procesos de fabricación
NES"* EN LA FABRICACIÓN DE LOS HECHDS involucran cadenas de decisiones y negocíacíones mediante las cuales
se generan sus resultados. Dicho de otra manera, necesitan que se ha-
La inexactitud de los conceptos asociados con la interpretación des- ga una seleccíón. Las selecciones, a su vez, sólo pueden hacerse sobre
criptiva de la investigación científica no sorprende, dada la trama en la base de previas seleccíones: se basan en traducciones de otras se-
la cual se desarrollaron, No es menos sorprendente que un cambio en lecciones.
el marco de análisis dei proceso real de la ínvestígacíón haga surgir Tómese el caso de un científico que se sienta ante una calcula-
nuevas concepcíones. Hemos dicho que ese proceso debe ser visto co- dora electrónica. Automáticamente la máquina seleccíona una función
mo constructivo más que como descríptivo. Seamos más específicos. respecto de la cual trama los datas. Pero para elegir entre las acho fun-
La tesis que estamos considerando es la de que los productos de la ciones a su disposición, necesita un criterio. Esos criterias no son más
que selecciones de segundo orden: representan una eleccíón entre
otros potencíales criterios en los cuales puede traducirse una selección
20 Más familiar, por supuesto, a partir de las díscusíones dei estado epistemoló-
gico y metodológico de las ciencias sociales.
de primer ordeno En nuestro caso, el programa en concreto ofrecía una
21 En 1907, el eminente físico Joseph John Thomson dijo: "Desde el punto de vis- eleccíón entre dos criterios, R2 máximo y mínimo máximo resíduo ab-
ta del,físico, una teoria de la materia es una politica más que un credo; su objetivo es, soluto. El cientifico optó por una cornbínación de las dos.
aparentemente, conectar o coordínar diversos fenômenos, y sobre todo sugerir, estimu-
Obtiene una función exponencial de sus datas, lo cual, dice, no
lar y dirigir experimentos" (1907: 10). Véase tamblén Bachelard (1934).
22 Ésta es una paráfrasis de Habermas (1971: 315). cuyo significado díflere un le gusta. Vuelve a arrancar e! programa, pidiendo una función lineal,
poco de lo que aqui se busca. que encuentra "no mucho peor" (que la exponencial). La idea, dice, es
Decision-Iadennes en el original. Alude a que los "hecbos" dei laboratorio de-
lO
obtener un tipo de ecuación y más adelante un coeficiente de tarnaüo
penden de decísíones, y parafrasea el término theory-ladennes (carga de teoria). acuüa-
do por Hanson. Según conocídas posiciones de la filosofia de la cíencia, la observacíón Beta para todas las series dei problema, ya que seria totalmente con-
dei cientifico está "cargada de teoria", {N. de la T.] fuso tener funciones diferentes para cada caso individual.
60 61
Karin Knorr Cetína
La fabricación dei conocímlento
De la observacíón del científico podemos también sacar la con- to científico se caracteriza por varias niveles de selección (o constel a-
clusíón de que el objetivo debe haber sido obtener una función lineal. ciones de selecciones], parece sumamente improbable que el proceso
Para llegar a una decisión, la tarea original dei programa fue seleccío- pueda repetirse, a menos que la mayoria de las selecciones o estén fi-
nar una funcíón traducida a la selección entre una o dos formas de jadas o se hagan de modo similar.
ajuste estadístico de las curvas. Procediendo por pasos, el científico Dado que los cientificos que trabajan en un problema se relacio-
agrego traducciones a otros criterios, tales como uniformidad en los nan mediante la cornunicación, la competencia y la cooperacíón, y por
datos comparables y linealidad. En cierto momento, eligió la última lo general comparten formaciones, instrumentos y estructuras de inte-
porque le ofrecía mayor facilidad de ínterpretación y presentación. reses similares, la última situación no es realmente ínusual." Pero esa
Callon ha ilustrado recientemente cómo, en relación con la infor- traducción de selecciones no sólo hace ver a los productos científicos
mación, la relación entre oferta y demanda puede verse como una ope- como construcciones complejas que incorporan capas de selectividad,
ración simbólica de traducción (Serres, 1974) que transforma una par- sino que también (como veremos en el Capitulo IV) aporta los hilos con
ticular defínición de un problema en otra particular enunciación del los cuales las selecciones de laboratorio y los productos que ellas com-
problema. Por ejemplo, el problema de reducir el smog urbano puede ponen se entretejen en los contextos de investígación relevantes.
ser traducido ai problema de reducir la cantidad de pIomo en la nafta, Para llegar a alguna forma de cierre, las selecciones son tradu-
o de transformar el área afectada en una zona peatonal. Eso implica cidas a otras selecciones. Para romper ese cíerre, las selecciones pue-
que la solución dei problema A requiere la solución dei problema B, ai den ser cuestionadas en sus pro pios fundamentos. Se puede poner en
cual A ha sido traducído.P En el presente caso, ese tipo de traducción cuestíón las seleccíones precisamente porque son selecciones: esto es,
es visto como una característica inherente de la toma de decisiones, o precisamente porque involucran la posibilidad de selecciones alterna-
-para tomar prestada una expresión de Luhmann- de la seleclividad en tivas. Si los objetos científicos son selectívamente extraídos de la rea-
general.ê? Nos permite percibir los productos científicos como interna- lidad, se los puede deconstruir, cuestionando las selecciones que incor-
mente construidos, no sólo con respecto ai compuesto de selecciones de poran. Si los hechos científicos son fabricados, en el sentido de que
laboratorio que dan origen ai producto, sino también con respecto a las son derivados de decisiones, pueden ser defabricados imponiendo de-
traducciones incorporadas dentro de esas selecciones. cisiones alternativas. En la ínvestigación científica, la selectivídad de
En otras palabras, el producto científico puede ser estructurado las seleccíones incorporadas en el trabajo científico previo es en sí
en términos de varias órdenes o niveles de seleetividad. Esa cornpleji- misma un tema para una nueva investígación cientifica. AI mismo
dad de las construccíones científicas respecto de las selecciones que tiempo, las seleccíones de trabajos anteriores constituyen un recurso
llevan incorporadas es interesante por sí sola, dado que parece suge- que permite que la investigación científica ocurra: proporcionan las
rir que es improbable que los procesos científicos puedan ser reprodu-
cid os de la misma manera en circunstancias diferentes. Si un produc- 25 Esto explica la ocurrencia de "descubrlmíentos" símultáneos por cíentiflcos
que en realidad no se roban unos a los otros. Nótese que las instituciones cientificas y
las formas conocidas de control social en la ciencia pueden ser vistas como una estruc-
2l Véanse Callon (1975) y Callon, Courtial y Iumer (1979) para una seríe de
tura amplia para asegurar que las selecciones queden en gran medida rijas, y que las
ejemplos y para el tipo de análisls dei conterüdo cuantitativo de las redes de problemas restantes se hagan de una manera similar. compatíble y repetíble. Nótese también que
que ellos usan. podria entenderse que la interpretaclón descríptivísta de la ínvestigaclón sugíere que las
24 Para una exposición abarcatíva dei enfoque de teoria de los sistemas de Luh-
constelactones de selecciones que entran en un hallazgo cientificamente producido son
man, véanse sus Soziologische Aujkliirung I y 11 (1971, 1975). todas aspectos relevantes constrefiídos por la propia naturaleza.
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Karin Knorr Cetina La fabrícaclón dei conocimiento
herramientas, los métodos y las ínterpretaciones de los cuales un cien- dos internamente en términos de la selectividad que incorporan. Estu-
tífico puede servirse en el proceso de su propia investígación, diar la investigacíón científica es, entonces, estudiar el proceso por el
El caracter "artificial" de la herramienta más importante dei cual se efectúan las respectivas selecciones. lEs que ese estudio sim-
cientifico, el laboratoria, reside en el hecho de que éste no es más que piemente corre el foco de análisis del contexto de justificación de los
una acumulación local de materializaciones de selecciones anteriores. filósofos aI de la generación de ideas? la dei campo sociológico de la
Las selecciones de ínvestígaciones anteriores también afectan las se- formación de consensos al orígen de los descubrimientos eu torno de
lecciones subsiguientes, modalizando las condiciones de las nuevas los cuales se farma una opinión?
decisiones, En consecuencia, los praductos de la ciencia no sólo están Lamentablemente, distinciones tales como la que se plantea entre
impregnados de decisiones sino que tambíén son impregnadores de descubrimiento y validación tíenden a complicar, más que a ayudar, ai
decisiones, en el sentido de que seiíalan hacia nuevos prablemas y cientista social que empíeza a poner su mirada en la ínvestígacíón
predisponen a sus soluciones. científica. lPero deberia ser así? Cuando entramos a un laboratorio.
En resumen, entonces, el trabajo de un cientifico consiste en ma- lno estamos en realidad dejando el contexto de la justificación para
terializar la selectividad dentro de un espacío constituido por seleccio- estudiar el proceso de la fabricación deI resultado científico? lNo es-
nes previas, y que está esencíalmente sobredetenninado. En términos tamos justificados aI suponer que el descubrimiento y la validación
más econômicos, podríamos decir que el trabajo científico requiere la son dos procesos separados, independientes uno dei otro? EI cientista
preinversión de trabajo previa, en un ciclo en el cual las selecciones social" está en aprietos porque la respuesta es no.
generadas por el trabaja científico y sus equivalentes materiales son Comencemos por el aserto dei filósofo de que la validación es
eIlas mismas el contenido y el capital del trabajo. Lo que se reprodu- en la práctica un proceso de formación racional de consenso dentro de
ce en este ciclo es la selectividad per se. Esta forma de auto-capitalis- la comunidad clentifica.ê'' Dado que los validadores que conforman
mo respecto de la selectividad parece ser una precondícíón para la esa comunidad son supuestamente independientes de los productores
acumulación de resultados científicos. Puede multiplicársela mediante dei conocimiento, sujuicio critico constituye una base objetiva de va-
un aumento dei número de científicos y mediante un aumento de los lidación. Sin embargo, si miramos el proceso de producción deI cono-
recursos financieros. La conversión de los praductos científicos en di- cimiento con suficiente detalle, resulta que los científicos remiten
nera para investigación, que ha sido descripta en recíentes modelos constantemente sus decisiones y sus selecciones a la respuesta espera-
económicos comentados en el Capítulo IV, se refiere a este aspecto. da de determinados miembros de esa comunidad de "validadores", o a
También podemos decir que se refiere a la productividad científica más los dictados de la revista en la que desean publicar. Las decisiones se
que a la producción científica. basan en lo que es hot y lo que está out, en lo que "podemos" y "no
podemos" hacer, en a quíén le caerán y con quién tendrán que aso-
4. EL LABORATORIO lCONTEXTO DE DESCUBRIMIENTO O CONTEXTO • En la literatura sobre ciencias en castellano, el término usual para referírse a
DE VALIDACIÓN? quienes se ocupan de las ciencias soclales es "cientista", mientras que "cientifico" se
asocía a las cienclas naturales: en este caso, se ha seguido ese criterio apoyado en el
uso. La dísttnción, sin embargo, no existe en inglés: la palabra "scíentist" es general pa-
Considerar la investigación científica como constructíva y no como
ra todas las éreas de conocimíentos. [N. de la T.}
descriptiva es ver los praductos científicos como altamente construi- 26 Cf. K. Popper (I983: 216 ss).
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La Iabricacíón deI conoctmiento
Karín Knorr Cettna
lPero dónde encontramos el proceso de validación, en algún ro esas opiniones son argumentaciones que dependen del contexto de
grado significativo, sino es dentro dei propio laboratorio.ê? si no es en articulación, No necesariamente son consistentes con los diferentes
el proceso de toma de decisiones dei laboratorio mediante el cual un contextos ni reflejan siernpre las selecciones que se harán en el labo-
resultado anterior, un método o una interpretación propuesta son pre- ratorio, Son estas últimas las que, con el tiempo, se transformarán en
feridas por sobre otras e incorporadas a nuevos resultados? lQué es el los "hechos confirmados" y en los "logros técnicos" atribuidos a la
proceso de aceptación sino un proceso de incorporación selectíva de cíencía, En consecuencia, es el proceso de producción y reproducción
anteriores resultados en el proceso actual de la produccíón de investi- de la investigación en ellaboratorio lo que debemos mirar para estu-
gación? Verlo como un proceso de formación de opinión parece pro- diar el "contexto de justíflcación'P?
vocar una cantidad de connotaciones erróneas.
Hasta el momento no tenemos tribunales científicos para la for-
mación de opínión científica, con poder legislativo sobre la realización 5. LA CONTEXTUALIDAD DE LA CONSTRUCCIÓN DEL LABORATORIO
de futuras investigacíones. Ver el consenso como un agregado de opi-
niones científicas individuales es erróneo, dado que a) a falta de en- Sumerjámonos por un momento en la idea de que estudiar el proceso
cuestas de opinión regulares, no tenemos acceso a las opiniones do- de la producción de investigación en el laboratorio es en realidad es-
minantes, generales o pro media de los científicos relevantes, y b) es tudiar parte del contexto de justificación o aceptación. La incorpora-
un lugar común de la sociologia que las opiniones tienen una relación ción de un resultado previo en el actual proceso de investígación es
compleja en gran medida desconocída con la acción. Así que aun vista como un potencial paso hacia la solidificación. La selección de
cuando supiéramos cuáles son las opiniones de los científicos, no sa- un método o interpretación disponibles extiende su presencia (por
bríamos qué resultados serían consistentemente preferidos en la inves- ejemplo, a otra publicación) y prolonga su duración. Aumenta así, por
tigación concreta. Lo que tenemos, entonces, no es un proceso de for- 10 tanto, sus posibilidades de nueva seleccíón e incorporación.
mación de opinión sino un proceso en el cual ciertos resultados son Consideremos primero lo que los propios científicos dicen cuan-
solidificados mediante su permanente incorporación a investigaciones do se les plantea esa pregunta. De un modo muy semejante a lo que
en curso. Esta significa que el locus de la solidificación es el proceso ocurre cuando un científico evalúa el trabajo de otro, se nos remite a
de la investiqaciôn cientifica o, en los términos introducidos antes, las la situación especifica en la cual se adoptó la decísíón, Cuando pre-
seiecciones mediante las cuales los resultados de investigación son gunto, por ejemplo, por qué se eligió un particular instrumento para
construidos en el laboratorio.
Por cierto, los científicos expresan opiniones sobre los resultados 30 Es tentador citar aqui a wittgensteín: "50 sagst Du also. dass díe Übereínstlm-
de los demás en diversos contextos: conversaciones a la hora del al- mung der Menschen entscheide, was richting und was falsch ist? -Richting und was
falsch ist, was Menschen sagen: und in der Sparache stlmmen díe Menschen übereín.
muerzo, comentarios después de una conferencia o sobre un artículo
Dles ist keíne Überelnstimmung der Meínugen, sondem der Lebensform." La traducción
que alguíen acaba de leer y encuentra una razón para mencionar. Pe- castellana (de la traducción al inglés proporcionada por Knorr, N. de la T.) es: "lAsi que
usted está díclendo que el acuerdo humano decide lo que es verdadero y lo que es fal-
29 Otras áreas relevantes son las revistas y los editores, o los contextos en los so? -Es lo que los seres humanos dicen lo que es verdadero y falso; y ellos acuerdan en
cuales se tornan las declstones sobre la publtcacíón. Los resultados que no son publica- la lengua que usan. Eso no es un acuerdo de opíníones, sino de formas de vida". Véase
dos o hechos circular de alguna otra manera efectlva obviamente tienen una poslbtlí- parágrafo 241 de las Philosophical Investigations en la traduccíón inglesa de G. E. M.
dad mucho menor de entrar siquíera en el proceso de valídación general. Anscombe (1968).
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de especificar en detalle un breve conjunto de criterios o un principio de La idea de selecciones de laboratorio fue introducida aqui como
racionalidad según el cuaI esta reconstrucción procede. el enlace entre lo que está normalmente separado en el proceso de la
l Cómo se aplica la idea de esa reconstrucción de complejidad aceptación y el proceso de la ínvestígacíón. He definido la investiga-
creciente a la noción de selección contextual subrayada antes en esta ción como constructiva a fin de poner de relieve la selectividad incor-
sección? La teoria de los sistemas no puede concebír sistemas que se porada en los resultados científicos. Pero la noción de constructividad
autoorganícen sin suponer un ambiente aI cuaI eI sistema responda." no sólo sefiala hacia la fabricación "cargada de decisiones" de los pro-
Privado de esa noción de contexto, eI argumento presentado aqui no duetos científicos, sino que también alude a los praductos de fabrica-
tíene sentido. Es el contexto eI que, a través de las selecciones que ción como productos íntencíonadamente "nuevos". Hemos dicho que
auspicia, orienta eI proceso de reconstrucción y desarrollo. Hemos in- la propia investigacíón científica instituye la selectividad de las selec-
troducido aqui la noción de contexto para hacer referencia ai tejido de ciones, Selecciones científicas anteriores se convierten en recurso pa-
variables situadas, en las cuales los científicos basan sus decísiones. ra nuevas selecciones, y así dan surgimíento a una solidificación se-
Esas variables aparecen como restricciones que operan de modo que lectiva y a una diversificación de los productos científicos. En la
las seleccíones de los científicos sean contingentes. Otro tanto ocurre evolución biológica, el orígen de la diversificación está claramente
con las restricciones que ellos mismos imponen, a través de la traduc- identificado como una mutación. La primera dificultad con la que nos
ción de decísíones, con el fin de clausurar una secuencia de aconteci- enfrentamos, entonces, es la de encontrar el equivalente de esas mu-
mientos esencialmente abierta y expansiva. Y, aI parecer, sin indeter- taciones en el proceso de construcción y reconstrucción científica.
minación no habría nuevas constelaciones de selecciones. El modelo de Toulmin dei cambio científico es la aplicación más
cercana que conozco de la analogia de la evolución biológica a los
procesos de la producción de conocimiento, y el autor nos pide que la
7. LA INTERPRETACIÓN CONSTRUCTIVISTA III: INNOVACIÓN Y SELECCIÓN tomemos como una descripción literal. 4 2 Según Toulmin, en cualquíer
momento dado tenernos un pool de ínnovacíones científicas y un pro-
He traído aqui analogias de la teoria de los sistemas y de la evolucíón ceso en curso de selección natural entre esas innovaciones. El prime-
biológica para argumentar que la interpretación constructivista de la m se asocia con el científico creatívo individual, el segundo con la co-
investígación científica puede ser verosímilmente extendida a un mo- munidad de expertos que juzgan las ínnovaciones.f Las mutaciones
delo contextual del cambio científico en el cualla indetenninación (o son las variantes producidas por la innovación individual, y su núme-
la contingencia contextual y lo abierto de las seleccíones) no conspi- ro depende dei grado de libertad de diseiío en un momento particular.
ra contra la idea dei éxito científico. Examinemos ahora el lado nega- EI factor decisivo en las mutaciones biológicas es que ellas producen
tivo de estas analogias.
42 Véase Toulmin (1967) para una breve presentación de este modelo y de la lec-
41 Según Ashby, es logicamente imposíble que un sistema autoorganízado sea ce- tura no metafórica intentada [pp. 470 ss.]. Un análisis más extenso puede encontrarse
rrado, o sea, que un sistema no interactúe con un ambiente. Si el sistema pudiera cam- en Toulmin (1972). Compárese con Campbell (1974).
biar su organizactón soiamente como fundón de sus estados internos, ese cambio seria 43 Toulmin parece sugerir que esta es normalmente e idealmente el caso, aunque
gobernado por una constante. EI verdadero cambio tiene que ser inducido, o mediante seüala que los casos históricos no siempre síguen el patrón que él propone. De alli su
un programa de cambio inyectado desde el exterior o mediante interferencias de azar distinción entre tradiciones "compactas" que siguen su patrón sistemático y tradícíones
externo. Cf. Ashby (1962). "difusas" que pueden no seguiria. Cf. Toulmin (l967), particularmente § 4.
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Una segunda consecuencía es la relación entre la producción de la interacción y la negociacíón con otros, como ilustraremos en el Ca-
lo nuevo y la selección de lo ya disponible; o sea, entre las innovacio- pitulo 11.
nes y la aceptacíón, Ya hemos dicho que, en una medida significativa, Consideremos ahora las manipulaciones de laboratorio deI cien-
el loeus de la selección es el propio laboratorio. En los términos usa- tifico individual. Lo que e110s leen son los resultados de proyectos de
dos antes, es parte del proceso de innovación; y sabemos que, en una otros, lo que tienen entre manos son productos cristalizados de ante-
medida significativa, el laboratorio se sirve dei recurso de seleccíones riores trabàjos científicos y no científicos y lo que obtienen de las me-
científicas anteriores. Es tentador interpretar esta literalmente y suge- diciones son cifras y gráficos que sólo son significativos dentro de un
rir que el proceso de la "seleccíón natural" del laboratorio favorecerá determinado contexto de comunicación. En caso de controversia, lo
aquellos resultados previas que ayuden en la producción de "mutacio- que el cientifico construye a partirde esas actividades es un argumen-
nes' relevantes y ai mismo tiempo apoyen el interés dei cientifico en to para insertarlo en un campo de interacción discursiva con otras.
la individuación. De esa manera, la solidificación de resultados previos Hablando más en general, las operacíones científicas sólo pueden ser
a través de las continuas selecciones de laboratorio conducíría ai mís- realizadas y sólo pueden adquirir sentido dentro de un discurso cuya
mo tiempo hacia una diversíficación acelerada dei conocimiento cien- cristalización es encontrada en las seripturas (las escrituras autoriza-
tifico. Nótese que la referencia aI caracter de recurso de las seleccío- das) de un área, pero que tarnbién está constituído por las exégesís y
nes dentro de esta diversificación acelerada aparta una especiflcacíón las manipulaciones simbólicas dei laboratorio.
puramente formal: no nos díce nada acerca de las propíedades sustan- No hace falta subrayar aqui que la cíencia ha sido vinculada mu-
ciales o de! grado de utilidad de los resultados. Las traducciones sus- chas veces con la posibilidad de una forma especial de discurso, esto
tanciales de las cuales surgen las selecciones dependerán del contex- es, la comunicación escrita. Por ejemplo, Husserl consideraba que la
to en el cual se toman. En ese sentido, "seleccíón natural" se convierte escritura era la condición para la posibilidad de objetos ídeales, y, por
en reconstrucción contextual. lo tanto, de conceptos clentífícos.t'' Peírce sostiene que la manifesta-
Aparte de! carácter deliberado, direccíonado, de las "mutacío- ción no revela la presencia de un objeto sino la presencia de un sig-
nes" científicas y de sus consecuencías (que seüalan más hacia La- no, y reduce la lógica de la ciencia a la semiología."? Derrida nos re-
marck que hacia Darwin), otra aspecto de la presente concepción de cuerda que la ídea misma de ciencia nació en una determinada época
la investígacíón pane esas analogias en cuestión: que aqui las selec- de la escritura." Latour y Woolgar han ilustrado recienternente la im-
ciones dellaboratorío no son vinculadas con tomas de decisiones in- portancía de la escritura en el laboratorío.t? y la sociologia de la cíen-
dividuales, sino que se las ve como eI resultado de interacciones y cia se ha centrado desde hace tiempo en las especificidades de la co-
negociaciones sociales. Consecuentemente, debemos rechazar equipa- municación escrita de los científicos. 50
raciones como las que se hacen entre lo individual y la innovación,
por una parte, y el grupo social y la validación, por la otra. Es una 46 En particular, véase su ensayo sobre el origen de la geometria (1962).
observación trivial decir que la mayor parte dei trabajo de laborato- 47 Para una breve presentaclón, véase el capítulo sobre "La lógica como semió-
rio en las ciencias naturales y tecnológicas es desarrollado por gru- tíca" en la edícíôn de Doler de los escritos selectos de Peírce (1955: 90 S5.).
48 En De la Gramatología.
pos y no por individuos. La implicación menos trivial es que tanto los
49 Véanse particularmente pp. 45 55., donde Latour y Woolgar introducen la no-
productos (entre e110s aquellos que son considerados innovadores) co- ción de "inscrtpción literária" para la toma de una medlción en ellaboratorio (19791.
mo las "ideas" del laboratorio son ocurrencías sociales que surgen de 50 Ha habido un particular interés en los estudios de la cita, cuyos ejemplos son
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gena a la solución, el papel del ambiente eon respecto a esa recons- mente, creo yo) que el contenido de un pool de variantes cognitivas en
trucción se vuelve oscuro.t'' un punto dado de la cíencía es el producto de factores "internos" y "ex-
La dificultad subsiste aún si pasamos de la noción de adaptación ternos", no puede símultáneamente asegurar que las seleccíones de esas
ambiental a la de selección ambiental, como lo requíere la analogia variantes -que en gran medida se producen durante la producción de
biológica. En el modelo de Toulmin, la distinción entre sistema y am- las variantes mismas- es una cuestión exclusivamente "interna".
biente parece corresponderse con la distinción entre el mundo "inter- La ide a de adaptación ambiental, y la distinción entre sistema y
no" de la ciencia y los asuntos "externos" de un contexto social más ambiente que ella presupone, crea dificultades en la analogia de la
amplio. Aun así la lógica de los acontecimíentos está invertida: no te- ciencia con la teoria de los sistemas porque la eomplejización aparece
nemos, primero, una producción de variantes (ínnovacíones) interna a menos como una respuesta dei sistema a un contexto externo que co-
la cieneia, y luego una selección societal de aquellas variantes mejor mo una característica eonstructiva dei propio trabajo cientifico. En la
adaptadas ai contexto social. Según Toulmin, la producción de inno- analogia evolucionista, la ídea de selección ambiental -y la separación
vaciones es influida por factores externos a través de diversos cana- que crea entre el proceso de producción y el proceso de supervivencia
les, mientras que la supervivencia selectiva es regulada por las deci- selectiva de las innovaciones- es dificultosa porque la producción y la
siones internas de la comunidad científica [al menos en condiciones supervivencia selectiva están írremediablemente entremezcladas en el
normales e ideales]. laboratorio; en consecuencía, cada una debe ser afectada por los fac-
Es absurdo, por cierto, suponer una dívisión del trabajo dicotó- teres "internos" tanto como por los ambientales (o "externos").
mica en la cual las innovaciones son producidas internamente por los Más a!lá de esos problemas especificas, debemos lidiar con el he-
científicos y seleccíonadas externamente por los míembros no científi- cho más general de que, a diferencia de los organismos, los sistemas
cos de una sociedad. Aun así, no está claro por quê esa última distin- sociales no tienen limites claramente definidos con respecto a algún
ción, en la cual el poder selectívo se restringe al científico mientras que ambiente social del sistema. 54 Los estudios saci ales de la ciencia vie-
las influencias externas se confinan al proceso de producción de ínves- nen padeciendo esa dificultad desde hace mucbo tiempo, como lo de-
tígacíón, debería necesaríamente ser más convincente, si no es por la muestran los numerosos usos de la dicotomia interno/externo en ana-
sola razón de que el propio locus de la seleccíón está en el laboratorio, logia eon una distinción sistema/ambiente. Como lo ha sefialado
donde no se la puede separar dei proceso de produccíón. De esa mane- Kuhn, la distincián ha sido "vivida más que estudiada'P'' y ocasiona-
ra, factores que influyen sobre la producción de infonnación nueva les controvérsias sobre el significado de la distinción dejan en claro
también influirán sobre la solidificación selectíva de la información an- que autores diferentes la han vivido de maneras muy diferentes. 56 La
terior, de la cual la nueva se deriva en un grado significativo. Si el mo-
delo de un desarrollo evolucíonarío de la ciencia enfatiza (correcta- 54 Para un resumen de estas y otras críticas a la teoria de los sistemas aplicada
a los sistemas sociales, véase Habermas (1979), en particular el capo 4: "Hacia una re-
construcclón dei materialismo histórico':
53 Otra posibilidad seria buscar los limites de los sistemas en algún lugar dentro 55 Citado en Johnston (I976: 195). Johnston resume algunos de los usos de la
dei proceso mismo de la producclón de ínvestigación. La selectívídad incorporada en los distinción interno/externo, que rastrea retrospectivamente hasta supuestos consagrados
productos científicos hace posíble una problematización de las decísiones constitutivas, por la historia y la filosofia de la ciencía, aceptados sin cuestíonamiento por análisis de
y la problernatízacíón podría llegar a ser vista como una forma de aumento de la com- la cíencia posteriores.
plejidad desencadenado por el ambiente. Las nuevas decisiones complejizadoras dei la- 56 Por ejemplo, véase la crítica de Kuhn deI uso que hace Lakatos de esa distin-
boratorio contradícen esos cuestionamientos de la problematízacíón. ción (I 971: 139 ss.). Para Lakatos lo interno parece coextenslvo con la parte racional de
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la cíencta. Kuhn, en cambio, parece equiparar la dicotomia interno/externo con la dís- cional ha conducido a una argumentacíón en favor de un individualismo metodológi-
tinción entre lo cognitivo y lo social, una practlca que según sostiene es compartida por co, ai cual retornaremos en la sección 9.
todos los historiadores de la ciencla.
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cutivas deI discurso centrado en el sujeto. 66 Un paso relativamente dei individualismo metodológico y dei holismo que hasta ahora vie-
simple con resultados significativos es el intento de registrar los fenó- nen dividiendo a la sociologia.
menos de ínvestigación con mayor precisión mediante el uso de ins- El individualismo metodológico ha sido descripto como una doe-
trumentos ópticos y acústicos. Evidentemente, sólo el tipo de material trina que sostiene que los fenómenos sociales (e individuales) son ex-
aún no resumido ofrecido por los grabadores y los videograbadores plicables en términos de acción humana y que una explicación de la
puede ser sornetido ai nivel de análisis de microprocesos que quisiéra- acción humana debe remitirse a los individuos porque sólo eIlos esta-
mos que acompafie a una metodologia sensitiva. Sin embargo, aun blecen la acción intencional y responsable/" Bajo diferentes dísfraces,
cuando ese material tiene la ventaja de no estar resumido, no está no ese individualismo aparece en muchos métodos y teorias sociológicos.
construido: las técnicas de transcripción y categorización dei compor- Su antagonista ha sido por mucho tiempo un holismo que sostiene que
tamiento no verbal, lo parcial de la grabación tomada por una cáma- la sociedad como un todo es más que una colección de indivíduos, y
ra o el cambio de cornportamiento provocado por la presencia de un que esa sociedad al mismo tiempo afecta y constriiie el comportamien-
grabador, todos apuntan en dirección a la selectividad incorporada en to individual. 68 Nuestro empeno en una metodologia sensitiva nos
ese material. Como en el caso de los productos científicos, los resulta- compele, por lo menos temporariamente, a ir más alIá dei agregado de
dos de las cíencias sociales tíenen que ser vistos como selectivamente datos y de las descripciones sumarias de los fenómenos saci ales. De
construidos. EI punto de una sociologia sensitiva no es remediar la todos modos, no nos compromete a tomar lo individual como una uni-
constructividad sino -para pedir prestado ese término introducido pá- dad natural de análisis.
ginas atrás- descentrar la constructividad de modo tal de que pase a De hecho, he argumentado en contra dei individualismo hallado
ser una empresa intersubjetiva. Que tenemos que tomar grandes recau- en el modelo evolucionista de la innovación científica, y en favor de
dos para permitir que el campo dei estudio ejerza realmente los cons- que la innovación sea vista como un producto dei contexto y de la in-
trefiimientos deseados en la información interpretada es algo que ha teracción. La ínvestigación microsociológica ha sefialado hacia las
sido demostrado por el desarrollo de la antropologia, que hace largo propiedades emergentes (temporales) -Ias ligadas con el actor y las li-
tiempo denunció el etnocentrísmo socíetal, aunque eso no la ha libra- gadas con el escenario- de la acción humana. Si las acciones de un in-
do de seguir inmersa en su propio etnocentrismo profesional. dividuo dependen de quién más está presente y de cómo se desarrolla
3. EI compromiso metodológico es visto como el primer prerre- la dinámica de sus ínteracciones, obviamente no es suficiente consi-
quisito en la sociologia sensitiva que tengo en mente. EI relativismo derar a los individuas y sus intenciones.
metodológico descentra esa sociologia de modo que se acerque a una Antes se subrayó que la dinámica de la interacción entre índivi-
etnografia similar a la empresa respectiva de los antropólogos. EI ter- duos contiene un elemento de indeterminación, en el mismo sentido
cer rasgo distintivo a especificar aqui es el interaccionismo metodoló- en que el curso dei íntercambio no puede ser deducido dei conoci-
gico, que garantíza que esta etnografia se interese en la práctica, más
que en la cogníción, de sus sujetos. Tarnbíén es claramente diferente 67 Para esta formulación véase Agassi (1973: 185 ss.) véase también la recopila-
ción de ensayos editada por John O'Neill (1973) en Modes of lndividualism and Collecti-
66 Con lo cual quíero aludir a las desagradables consecuencias a las que suelen vism, que contíene muchos aportes relevantes a estas dos orientaciones metodológicas.
conducir los esfuerzos de los etnometodologistas por preservar el discurso centrado en 68 Uno de los principales criticas dei individualismo metodológico en los últimos
el sujeto: un lenguaje atormentado y un lector atormentado que trata en vano de des- anos ha sido Steven Lukes. Véanse sus recopilaciones de ensayos (I97B), particularmen-
cifrar el lenguaje oculto dei nuevc idioma profeslonal. te el ensayo sobre "Methodological Individualism Reconsidered" (capo 9).
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ciones sociales y los cursos de acción reales hasta ahora no se ha ce- 11. EL CIENTÍFICO COMO RAZONADOR PRÁCTICO
rrado." Por otra parte, el cómo la gente hace las cosas sociales es de
un ínterés práctico inmediato: aI explorar las lineas de acción acos- De lo que hemos dicho antes, resulta claro que la cuestión de cómo los
tumbradas, ese cómo resulta crucial para el aprendizaje social, y aI científicos producen y reproducen su conocimiento nos remite al sitio
abrir lineas de acción nuevas, resulta crucial para el cambio social. de la acción científica. Nas lleva a mirar (y tan de cerca como sea po-
Preguntar "córno" a menudo exige que tomemos la posición sible) el proceso de la fabricación dei conocimiento en vivo y en di-
radicalmente íngenua promovida por Lofland y problematicemos lo recto. En otras palabras, debemos descartar la bateria de herramientas
obvío.?" De hecho, ésa es exactamente la posición que Dorothy Sayers intermediarias normalmente usadas para tratar con la realidad social,
nos desafía a que tomemos. La cuestión de cómo los científicos pro- y sumergimos directamente en la corriente de la acción científica.
ducen y reproducen su conocimiento en ellaboratorio es el mayor in- Estrictamente hablando, no es realmente la acción científica
terés de este libro, y ha sido extensamente presentada bajo la forma aquello a lo cual tenemos que enfrentamos en la observación directa,
de mis observaciones sobre la constructividad y la contextualidad de sino el significado salvaje que los acontecimientos en curso tíenen por
la empresa científica. "Cómo" es la primera pregunta que una etnogra- y para los científicos. Para llegar a este significado debemos apoyar-
fia dei conocimiento como la aqui postulada tendrá que hacerse. nos en la conversación, Sin ella, ni siquíera visitas prolongadas al la-
Los métodos que he bosquejado en la Sección 9 representan el boratorio ni un entrenamíento en la disciplina en cuestión harán visi-
primer paso hacia la sensitividad necesaria para responder a la pre- bles las razones que están detrás de los movimientos del laboratorio.
gunta, y el presente estudio es uno de los primeros en hacer este in- Como dije antes, los científicos operan en un espacio que está esen-
tento con respecto a la producción de conocimientn" Es necesario cialmente sobredeterminado. La principal tarea dellaboratorio es des-
advertir al Iector que este trabajo manifestará todas las insuficiencias cartar posibilidades, manipular el equilibrio de opciones de modo tal
inherentes ai carácter proselitista de tales estudioso que una sea más atractiva que las otras y subir o bajar de categoria
variables con respecto a otras variables.
Una comprensión de ese proceso no puede adquirirse sólo me-
diante la observación. También tenemos que escuchar la conversación
73 véase Luhmann (I977b: 16,28), quien sostiene que la esquernatización bina- sobre lo que pasa, los apartes y las maldiciones, los bufidos de exas-
ria entre lo verdadero y lo falso puede ser inadecuada para la aplicabilidad instrumen- peración, las preguntas que se hacen unos a otros, las discusiones for-
tal de una explícaclón teórica en la accíón précttca. Luhmann se reflere aI ejemplo dei
informe Coleman que cita la composícíón rac:ial y soc:ial de las aulas de las escuelas co- males y las conversaciones a la hora deI almuerzo. Debemos leer los
mo la variable más importante para explicar el éxiro educativo. Para alterar la compo- libros de protocolos dellaboratorio y apoyarnos en preguntas sumi-
sición. los Estados Unidos recurríeron ampliamente ai uso de traslados en ómníbus es- nistradas por los científicos. Para el científico, el significado salvaje de
colares, pero a eso no le siguiô como consecuencla un éxlto educativo, por razones que
avalan la posición de Luhmann pera que no son relevantes aqui.
estas cosas está en su razonarniento de laboratorio, y la conversación
74 Véase Lofland (t 976: 2) sobre toda la cuestíôn menc:ionada. que se produce alrededor de ese razonamiento debe ser nuestra más
75 Aunque en la actualidad el enfoque de estudio de caso goza de un extendido importante fuente de información.
favor (no sólo en los estudíos de la cíencia sino ên la sociologia en general), es sorpren-
Lo más cerca que es posible llegar de una descripción de las ca-
dente que tan pocos sociólogos hayan hecho hasta ahora lo que Lofland postula en su
codiflcaclôn de una metodologia cualitativa (1976), o sea. entrar realmente ai campo co- racterísticas fonnales de ese razonamiento es servirnos de la clarifica-
mo un observador {participante). ción conceptual de Alfred Schutz, contenida en el trabajo de Garfinkel
96 97
Es tan difícil imaginar el fin del capitalismo como imaginar que el capitalismo
no tenga fin.
Ese dilema ha fracturado el pensamiento crítico de izquierda en dos vertien-
tes que plantean opciones políticas distintas. Una de ellas dejó de preocuparse
por el fin del capitalismo y centra su creatividad en desarrollar un modus vivendi
que permita minimizar los costos sociales de la acumulación capitalista. La otra
enfrenta la dificultad y busca alternativas poscapitalistas.
Desde esta última perspectiva el autor afirma que vivimos en tiempos de pre-
José Martí, 2005), El milenio huérfano. Ensayos para una nueva cultura política (Madrid: Tro-
tta, 2005); Conocer desde el Sur. Para una cultura política emancipatoria (Lima: Universidad
Mayor de San Marcos, 2006; Bolivia: Plural, 2008); Una epistemologia del Sur. La reinvención
del conocimiento y la emancipación social (Buenos Aires: Siglo XXI, CLACSO, 2009).
ISBN 978-9974-32-546-3
9 789974 325463
isbn 978-9974-32-546-3
Descolonizar el saber,
reinventar el poder
La distancia con relación a la tradición crítica eurocéntrica
20
tiva de Habermas, a pesar de su proclamada universalidad, excluye de
hecho de la participación efectiva a unas cuatro quintas partes de la
población del mundo. Esta exclusión es declarada en nombre de crite-
rios de inclusión/exclusión cuya legitimidad reside en su supuesta uni-
versalidad. Por esta vía, la declaración de exclusión puede ser simultá-
neamente hecha con la máxima honestidad («Estoy consciente de que
esta es una visión limitada y eurocéntrica») y con la máxima ceguera en
relación con su no sustentabilidad (o, para ser justos, la ceguera no es
total si atendemos la salida estratégica adoptada: «Preferiría no tener
que contestar»). Por tanto, el universalismo de Habermas termina sien-
do un universalismo benévolo pero imperial, ya que controla en pleno
la decisión sobre sus propias limitaciones, imponiendo a sí mismo, sin
otros límites, lo que incluye y lo que excluye.13
Más allá de las versiones dominantes hubo otras versiones de la
modernidad occidental que fueron marginalizadas por dudar de las cer-
tezas triunfalistas de la fe cristiana, de la ciencia moderna y del dere-
cho moderno que simultáneamente produjo la línea abismal y la hizo
invisible. Me refiero, por ejemplo, a Nicolás de Cusa y Pascal, los cuales
(junto con muchos otros igualmente olvidados) mantienen viva toda-
vía hoy la posibilidad de un Occidente no occidentalista.14 La distancia
con relación a las versiones dominantes de la modernidad occidental
conlleva así la aproximación a las versiones subalternas, silenciadas,
marginalizadas de modernidad y de racionalidad, tanto occidentales
como no occidentales.
Tomar distancia significa entonces estar simultáneamente dentro y
fuera de lo que se critica, de tal modo que se torna posible lo que llamo
la doble sociología transgresiva de las ausencias y de las emergencias.
Esta «sociología transgresiva» es de hecho una demarche epistemológi-
13 La última gran tentativa de producir una teoría crítica moderna fue la de Foucault,
tomando precisamente como blanco el conocimiento totalizador de la modernidad, la
ciencia moderna. Al contrario de la opinión corriente, Foucault es para mí un crítico
moderno y no un crítico posmoderno. Representa el clímax y, paradójicamente, la
derrota de la teoría crítica moderna. Llevando hasta sus últimas consecuencias el
poder disciplinario del «panóptico» construido por la ciencia moderna, Foucault mues-
tra que no hay salida emancipadora alguna dentro de este «régimen de la verdad», ya
que la propia resistencia se transforma en un poder disciplinario y, por tanto, en una
opresión consentida en tanto que interiorizada. El gran mérito de Foucault fue haber
mostrado las opacidades y silencios producidos por la ciencia moderna, confiriendo
credibilidad a la búsqueda de «regímenes de la verdad» alternativos, otras formas de
conocer marginadas, suprimidas y desacreditadas por la ciencia moderna (Santos,
2000: 27). «Foucault ha contribuido enormemente para desarmar epistemológicamen-
te el Norte imperial, sin embargo, no pudo reconocer los esfuerzos del Sur antiimperial
para armarse epistemológicamente. No se apercibió de que estaban en causa otros
saberes y experiencias de hacer saber» (entrevista a Boaventura de Sousa Santos en
Tavares, 2007: 133).
14 Sobre estos autores véase Santos, 2008c.
21
ca que consiste en contraponer a las epistemologías dominantes en el
Norte global, una epistemología del Sur.
22
ella convergen. El encuentro entre el campesino africano y el funcio-
nario del Banco Mundial en trabajo de campo ilustra esta condición,
un encuentro simultáneo entre no contemporáneos. En este caso, la
no existencia asume la forma de residualización, la cual, a su vez, ha
adoptado, en los últimos dos siglos, varias designaciones, la primera de
las cuales fue la de lo primitivo o salvaje, siguiéndole otras como la de lo
tradicional, lo premoderno, lo simple, lo obsoleto o lo subdesarrollado.
La tercera lógica es la lógica de la clasificación social, la cual se asien-
ta en la monocultura de la naturalización de las diferencias. Consiste
en la distribución de las poblaciones por categorías que naturalizan
jerarquías. La clasificación racial y la clasificación sexual son las mani-
festaciones más señaladas de esta lógica. Al contrario de lo que sucede
con la relación capital/trabajo, la clasificación social se basa en atribu-
tos que niegan la intencionalidad de la jerarquía social. La relación de
dominación es la consecuencia y no la causa de esa jerarquía y puede
ser, incluso, considerada como una obligación de quien es clasificado
como superior (por ejemplo, «la carga del hombre blanco» en su misión
civilizadora). Aunque las dos formas de clasificación (raza y sexo) sean
decisivas para que la relación capital/trabajo se estabilice y profundice
globalmente, la clasificación racial fue la que el capitalismo recons-
truyó con mayor profundidad, tal y como han mostrado, entre otros,
Wallerstein y Balibar (1991) y, de una manera más incisiva, Césaire
(1955), Quijano (2000), Mignolo (2003), Dussel (2001), Maldonado-To-
rres (2004) y Grosfoguel (2007). De acuerdo con esta lógica, la no exis-
tencia es producida bajo la forma de una inferioridad insuperable, en
tanto que natural. Quien es inferior lo es porque es insuperablemente
inferior y, por consiguiente, no puede constituir una alternativa creíble
frente a quien es superior.
La cuarta lógica de la producción de inexistencia es la lógica de la
escala dominante. En los términos de esta lógica, la escala adoptada
como primordial determina la irrelevancia de todas las otras escalas
posibles. En la modernidad occidental, la escala dominante aparece
bajo dos formas principales: lo universal y lo global. El universalismo
es la escala de las entidades o realidades que se refuerzan indepen-
dientemente de contextos específicos. Por eso, se adjudica precedencia
sobre todas las otras realidades que dependen de contextos y que, por
tal razón, son consideradas particulares o vernáculas. La globalización
es la escala que en los últimos veinte años adquirió una importancia sin
precedentes en los más diversos campos sociales. Se trata de la escala
que privilegia las entidades o realidades que extienden su ámbito por
todo el globo y que, al hacerlo, adquieren la prerrogativa de designar
23
entidades o realidades rivales como locales.16 En el ámbito de esta ló-
gica, la no existencia es producida bajo la forma de lo particular y lo
local. Las entidades o realidades definidas como particulares o locales
están aprisionadas en escalas que las incapacitan para ser alternativas
creíbles a lo que existe de modo universal o global.
Finalmente, la quinta lógica de no existencia es la lógica productivis-
ta y se asienta en la monocultura de los criterios de productividad capi-
talista. En los términos de esta lógica, el crecimiento económico es un
objetivo racional incuestionable y, como tal, es incuestionable el criterio
de productividad que mejor sirve a ese objetivo. Ese criterio se aplica
tanto a la naturaleza como al trabajo humano. La naturaleza producti-
va es la naturaleza máximamente fértil dado el ciclo de producción, en
tanto que trabajo productivo es el trabajo que maximiza la generación
de lucro igualmente en un determinado ciclo de producción. Según esta
lógica, la no existencia es producida bajo la forma de lo improductivo,
la cual, aplicada a la naturaleza, es esterilidad y, aplicada al trabajo, es
pereza o descalificación profesional.
Estamos así ante las cinco formas sociales principales de no exis-
tencia producidas o legitimadas por la razón eurocéntrica dominante:
lo ignorante, lo residual, lo inferior, lo local o particular y lo improduc-
tivo. Se trata de formas sociales de inexistencia porque las realidades
que conforman aparecen como obstáculos con respecto a las realidades
que cuentan como importantes: las científicas, avanzadas, superiores,
globales o productivas. Son, pues, partes des-cualificadas de totalida-
des homogéneas que, como tales, confirman lo que existe y tal como
existe. Son lo que existe bajo formas irreversiblemente des-cualificadas
de existir.
24
Capítulo 2
Más allá del pensamiento abismal:
de las líneas globales
a una ecología de saberes
29
Fundamentalmente lo que más caracteriza al pensamiento abismal es
pues la imposibilidad de la co-presencia de los dos lados de la línea.
Este lado de la línea prevalece en la medida en que angosta el campo
de la realidad relevante. Más allá de esto, solo está la no existencia, la
invisibilidad, la ausencia no dialéctica.
Para ofrecer un ejemplo basado en mi propio trabajo, he caracteriza-
do la modernidad occidental como un paradigma socio-político fundado
en la tensión entre regulación social y emancipación social. Esta es la
distinción visible que fundamenta todos los conflictos modernos, en
términos de problemas sustantivos y en términos de procedimientos.
Pero por debajo de esta distinción existe otra, una distinción invisible,
sobre la cual se funda la anterior. Esa distinción invisible es la distin-
ción entre sociedades metropolitanas y territorios coloniales. En efecto,
la dicotomía regulación/emancipación solo se aplica a las sociedades
metropolitanas. Sería impensable aplicarla a los territorios coloniales.
La dicotomía regulación/emancipación no tuvo un lugar concebible
en estos territorios. Allí, otra dicotomía fue la aplicada, la dicotomía
entre apropiación/violencia, la cual, por el contrario, sería inconcebible
si se aplicase de este lado de la línea. Porque los territorios coloniales
fueron impensables como lugares para el desarrollo del paradigma de
la regulación/emancipación, el hecho de que esto último no se aplicase
a ellos no comprometió al paradigma de la universalidad.
El pensamiento abismal moderno sobresale en la construcción de
distinciones y en la radicalización de las mismas. Sin embargo, no im-
porta cómo de radicales sean esas distinciones ni cómo de dramáticas
puedan ser las consecuencias del estar en cualquier lado de esas distin-
ciones, lo que tienen en común es el hecho de que pertenecen a este lado
de la línea y se combinan para hacer invisible la línea abismal sobre la
cual se fundan. Las intensas distinciones visibles que estructuran la
realidad social en este lado de la línea están erguidas sobre la invisibili-
dad de la distinción entre este lado de la línea y el otro lado de la línea.
El conocimiento moderno y el derecho moderno representan las
más consumadas manifestaciones del pensamiento abismal. Ambos
dan cuenta de las dos mayores líneas globales del tiempo moderno, las
cuales, aunque sean diferentes y operen diferenciadamente, son mu-
30
tuamente interdependientes. Cada una de ellas crea un subsistema de
distinciones visibles e invisibles de tal modo que las invisibles se con-
vierten en el fundamento de las visibles. En el campo del conocimiento,
el pensamiento abismal consiste en conceder a la ciencia moderna el
monopolio de la distinción universal entre lo verdadero y lo falso, en
detrimento de dos cuerpos alternativos de conocimiento: la filosofía y la
teología. El carácter exclusivista de este monopolio se encuentra en el
centro de las disputas epistemológicas modernas entre formas de ver-
dad científicas y no científicas. Puesto que la validez universal de una
verdad científica es obviamente siempre muy relativa, dado que puede
ser comprobada solamente en lo referente a ciertas clases de objetos
bajo determinadas circunstancias y establecida por ciertos métodos,
¿cómo se relaciona esto con otras posibles verdades que puedan de-
mandar un estatus mayor pero que no se puedan establecer según mé-
todos científicos, tales como la razón y la verdad filosófica, o como la fe
y la verdad religiosa?
Estas tensiones entre ciencia, filosofía y teología han llegado a ser
altamente visibles pero, como afirmo, todas ellas tienen lugar en este
lado de la línea. Su visibilidad se erige sobre la invisibilidad de for-
mas de conocimiento que no pueden ser adaptadas a ninguna de esas
formas de conocimiento. Me refiero a conocimientos populares, laicos,
plebeyos, campesinos o indígenas al otro lado de la línea. Desaparecen
como conocimientos relevantes o conmensurables porque se encuen-
tran más allá de la verdad y de la falsedad. Es inimaginable aplicarles
no solo la distinción científica verdadero/falso, sino también las verda-
des científicas inaveriguables de la filosofía y la teología que constitu-
yen todos los conocimientos aceptables en este lado de la línea. Al otro
lado de la línea no hay un conocimiento real; hay creencias, opiniones,
magia, idolatría, comprensiones intuitivas o subjetivas, las cuales, en
la mayoría de los casos, podrían convertirse en objetos o materias pri-
mas para las investigaciones científicas. Así, la línea visible que separa
la ciencia de la filosofía y de la teología crece sobre una línea invisible
abismal que coloca, de un lado, la ciencia, la filosofía y la teología y,
del otro, conocimientos hechos inconmensurables e incomprensibles,
por no obedecer ni a los métodos científicos de la verdad ni a los de los
conocimientos, reconocidos como alternativos, en el reino de la filoso-
fía y la teología.
Aunque de modos muy distintos, Pascal, Kierkegaard y Nietzsche fueron los filósofos
que más profundamente analizaron, y vivieron, las antinomias contenidas en esta
cuestión. Más recientemente, se debe mencionar a Karl Jaspers (1952, 1986, 1995) y
Stephen Toulmin (2001).
Para una descripción de los debates recientes sobre las relaciones entre ciencia y otros co-
nocimientos, véase Santos, Nunes y Meneses, 2007. Véase también Santos 1995: 7-55.
31
En el campo del derecho moderno, este lado de la línea está deter-
minado por lo que se considera legal o ilegal de acuerdo con el estado
oficial o con el derecho internacional. Lo legal y lo ilegal son las únicas
dos formas relevantes de existir ante el derecho y, por esa razón, la dis-
tinción entre las dos es una distinción universal. Esta dicotomía central
abandona todo el territorio social donde la dicotomía podría ser impen-
sable como un principio organizativo, ese es, el territorio sin ley, lo a
legal, lo no legal e incluso lo legal o lo ilegal de acuerdo con el derecho
no reconocido oficialmente. Así, la línea abismal invisible que separa
el reino del derecho del reino del no derecho fundamenta la dicotomía
visible entre lo legal y lo ilegal que organiza, en este lado de la línea, el
reino del derecho.
En cada uno de los dos grandes dominios —ciencia y derecho— las
divisiones llevadas a cabo por las líneas globales son abismales hasta
el extremo de que efectivamente eliminan cualquier realidad que esté
al otro lado de la línea. Esta negación radical de la co-presencia fun-
damenta la afirmación de la diferencia radical que, en este lado de la
línea, separa lo verdadero y lo falso, lo legal y lo ilegal. El otro lado de
la línea comprende una vasta cantidad de experiencias desechadas,
hechas invisibles tanto en las agencias como en los agentes, y sin una
localización territorial fija. Realmente, como he sugerido, hubo origi-
nariamente una localización territorial e históricamente esta coinci-
dió con un específico territorio social: la zona colonial. Aquello que
no podría ser pensado ni como verdadero ni como falso, ni como legal
o como ilegal estaba ocurriendo más distintivamente en la zona colo-
nial. A este respecto, el derecho moderno parece tener algún precedente
histórico sobre la ciencia en la creación del pensamiento abismal. De
hecho, contrariamente a la convencional sabiduría legal, fue la línea
global separando el Viejo Mundo del Nuevo Mundo la que hizo posible
la emergencia del derecho moderno y, en particular, del derecho inter-
nacional moderno en el Viejo Mundo, a este lado de la línea. La primera
línea global moderna fue probablemente el Tratado de Tordesillas entre
En Santos 2002a, analizo con gran detalle la naturaleza del derecho moderno y el tópi-
co del pluralismo legal (la coexistencia de más de un sistema legal en el mismo espacio
geopolítico).
En este texto, doy por sentado el íntimo vínculo entre capitalismo y colonialismo. Véa-
se, entre otros, Williams, 1994 (originariamente publicado en 1944); Arendt, 1951;
Fanon, 1967; Horkheimer y Adorno, 1972; Wallerstein, 1974; Dussel, 1992; Mignolo
1995; Quijano, 2000.
El imperialismo es por lo tanto constitutivo del Estado moderno. A diferencia de lo que
afirman las teorías convencionales del derecho internacional, este no es producto del
Estado moderno preexistente. El Estado moderno, el derecho internacional, el consti-
tucionalismo nacional y el constitucionalismo global son productos del mismo proceso
histórico imperialista. Véase Koskenniemi, 2002; Anghie, 2005; Tully, 2007.
32
Portugal y España (1494),10 pero las verdaderas líneas abismales emer-
gieron a mediados del siglo XVI con las líneas de amistad.11 El carácter
abismal de las líneas se manifiesta por sí mismo en el elaborado tra-
bajo cartográfico invertido para su definición, en la precisión extrema
demandada por los cartógrafos, los fabricantes de globos terráqueos y
los pilotos, y en su vigilancia y el castigo duro de las violaciones. En su
constitución moderna, lo colonial representa, no lo legal o lo ilegal, sino
lo sin ley. La máxima entonces se convierte en popular —«Más allá del
ecuador no hay pecados»— recogida en el famoso pasaje de Penseés de
Pascal escrito a mediados del siglo XVII:
Tres grados de latitud trastocan la jurisprudencia por completo y
un meridiano determina lo que es verdadero… Este es un gracio-
so tipo de justicia cuyos límites están marcados por un río; ver-
dadero en este lado de los Pirineos, falso en el otro (1966: 46).
Desde mediados del siglo XVI en adelante, el debate legal y político
entre los Estados europeos concerniente al Nuevo Mundo está centrado
33
en la línea legal global, esto es, en la determinación de lo colonial, no
en el orden interno de lo colonial. Por el contrario, lo colonial es el esta-
do de naturaleza donde las instituciones de la sociedad civil no tienen
lugar. Hobbes se refiere explícitamente a la «población salvaje en mu-
chos lugares de América» como ejemplos del estado de naturaleza (1985
[1651]: 187), y asimismo Locke piensa cuando escribe Del Gobierno ci-
vil: «En el principio todo el mundo era América» (1946 [1690]: §49). Lo
colonial es así el punto oculto sobre el cual las concepciones modernas
de conocimiento y derecho son construidas. Las teorías del contrato
social de los siglos XVII y XVIII son tan importantes tanto por lo que
sostienen como por lo que silencian. Lo que dicen es que los individuos
modernos, los hombres metropolitanos, entran en el contrato social
para abandonar el estado de naturaleza y formar la sociedad civil.12 Lo
que no dicen es que de este modo está siendo creada una masiva región
mundial de estado de naturaleza, un estado de naturaleza al cual millo-
nes de seres humanos son condenados y dejados sin alguna posibilidad
de escapar vía la creación de una sociedad civil.
La modernidad occidental, más allá de significar el abandono del
estado de naturaleza y el paso a la sociedad civil, significa la coexisten-
cia de ambos, sociedad civil y estado de naturaleza, separados por una
línea abismal donde el ojo hegemónico, localizado en la sociedad civil,
cesa de mirar y, de hecho declara como no existente el estado de natu-
raleza. El presente que va siendo creado al otro lado de la línea se hace
invisible al ser reconceptualizado como el pasado irreversible de este
lado de la línea. El contacto hegemónico se convierte simultáneamente
en no contemporaneidad. Esto disfraza el pasado para hacer espacio a
un único y homogéneo futuro. Por lo tanto, el hecho de que los prin-
cipios legales vigentes en la sociedad civil, en este lado de la línea, no
se apliquen al otro lado de la línea no compromete de modo alguno su
universalidad.
La misma cartografía abismal es constitutiva del conocimiento mo-
derno. De nuevo, la zona colonial es, par excellence, el reino de las
creencias y comportamientos incomprensibles, los cuales de ningún
modo pueden ser considerados conocimientos, sean verdaderos o fal-
sos. El otro lado de la línea alberga solo prácticas mágicas o idólatras
incomprensibles. La extrañeza completa de dichas prácticas llevó a la
negación de la naturaleza humana de los agentes de las mismas. En la
base de sus refinadas concepciones de humanidad o dignidad huma-
na, los humanistas alcanzaron la conclusión de que los salvajes eran
subhumanos. ¿Tienen alma los indios? —era la cuestión. Cuando el
12 Sobre las diferentes concepciones de contrato social, véase Santos, 2002a: 30-39.
34
Papa Pablo III respondió afirmativamente en su bula Sublimis Deus de
1537, lo hizo por convencimiento de que la población indígena tenía
alma como un receptáculo vacío, un anima nullius, muy similar a la te-
rra nullius.13 El concepto de vacío jurídico fue el que justificó la invasión
y ocupación de los territorios indígenas.
Con base en estas concepciones abismales legales y epistemológi-
cas, la universalidad de la tensión entre regulación y emancipación,
aplicándola a este lado de la línea, no se contradice con la tensión entre
apropiación y violencia aplicada al otro lado de la línea. Apropiación y
violencia toman diferentes formas en la línea legal abismal y en la línea
epistemológica abismal. Pero, en general, apropiación implica incorpo-
ración, cooptación y asimilación, mientras que violencia implica des-
trucción física, material, cultural y humana. Esto avanza sin decir que
apropiación y violencia están profundamente entrelazadas. En el reino
del conocimiento, la apropiación se extiende desde el uso de los nativos
como guías14 y el uso de mitos y ceremonias locales como instrumentos
de conversión, hasta la expropiación del conocimiento indígena de la
biodiversidad; mientras la violencia se extiende desde la prohibición del
uso de lenguas nativas en espacios públicos y la adopción forzada de
nombres cristianos, la conversión y destrucción de lugares ceremonia-
les y símbolos, a todas las formas de discriminación racial y cultural.
Como mantiene la ley, la tensión entre apropiación y violencia es parti-
cularmente compleja a causa de su relación directa con la extracción de
valor: comercio de esclavos y trabajo forzado, uso instrumental del de-
recho de costumbres y la autoridad en el gobierno indirecto, expropia-
ción de recursos naturales, desplazamientos masivos de poblaciones,
guerras y tratados desiguales, diferentes formas de apartheid y asimi-
lación forzada, etcétera. Mientras la lógica regulación/emancipación es
impensable sin la distinción matriz entre el derecho de las personas y
el derecho de las cosas, la lógica de apropiación/violencia solo reconoce
el derecho de las cosas, de ambas cosas, humanas y no humanas. La
típica versión casi ideal de este derecho es la ley del «Estado Libre del
Congo» bajo el Rey Leopoldo II de Bélgica.15
13 De acuerdo a la bula «los indios son verdaderamente hombres y… no solo son capa-
ces de entender la fe católica, según nuestra información, ellos desean extremamente
recibirla». «Sublimis Deus» se encuentra disponible en <http://www.papalencyclicals.
net/Paul03/p3subli.htm>, y a ella se accedió el 22 de septiembre de 2006.
14 Como en el famoso caso de Ibn Majid, un experimentado piloto que mostró a Vasco de
Gama la ruta marítima desde Mombasa a la India (Ahmad, 1971). Otros ejemplos se
pueden encontrar en Burnett, 2002.
15 Diferentes visiones de esta «colonia privada» y del Rey Leopoldo pueden ser leídas en
Emerson, 1979; Hochschild, 1999; Dumoulin, 2005; Hasian, 2002: 89-112.
35
Existe, por lo tanto, una cartografía moderna dual: una carto-
grafía legal y una cartografía epistemológica. El otro lado de la línea
abismal es el reino de más allá de la legalidad y la ilegalidad (sin ley),
de más allá de la verdad y la falsedad (creencias, idolatría y magia
incomprensible).16 Juntas, estas formas de negación radical resultan
en una ausencia radical, la ausencia de humanidad, la subhumanidad
moderna. La exclusión es así radical y no existente, como subhumanos
no son candidatos concebibles para la inclusión social.17 La humanidad
moderna no es concebible sin la subhumanidad moderna.18 La nega-
ción de una parte de la humanidad es un sacrificio, ahí se encuentra la
condición de la afirmación de esa otra parte de la humanidad la cual se
considera a sí misma como universal.19
Mi argumento en este texto es que esto es tan verdadero hoy en
día como en el período colonial. El pensamiento moderno occidental
avanza operando sobre líneas abismales que dividen lo humano de lo
subhumano de tal modo que los principios humanos no quedan com-
prometidos por prácticas inhumanas. Las colonias proveyeron un mo-
delo de exclusión radical que prevalece hoy en día en el pensamiento y
práctica occidental moderna como lo hicieron durante el ciclo colonial.
Hoy como entonces, la creación y la negación del otro lado de la línea
son constitutivas de los principios y prácticas hegemónicas. Hoy como
entonces, la imposibilidad de la copresencia entre los dos lados de la
línea se convierte en suprema. Hoy como entonces, la civilidad legal y
política en este lado de la línea se presupone sobre la existencia de una
completa incivilidad en el otro lado de la línea. Guantánamo es hoy una
de las más grotescas manifestaciones de pensamiento legal abismal,
la creación del otro lado de la línea como una no área en términos po-
líticos y legales, como una base impensable para el gobierno de la ley,
36
los derechos humanos, y la democracia.20 Pero sería un error conside-
rar esto excepcional. Existen otros muchos Guantánamos, desde Iraq
hasta Palestina y Darfur. Más que eso, existen millones de Guantána-
mos en las discriminaciones sexuales y raciales, en la esfera pública y
privada, en las zonas salvajes de las megaciudades, en los guetos, en
las fábricas de explotación, en las prisiones, en las nuevas formas de
esclavitud, en el mercado negro de órganos humanos, en el trabajo in-
fantil y la prostitución.
Sostengo, primero, que la tensión entre regulación y emancipación
continúa coexistiendo con la tensión entre apropiación y violencia de
tal modo que la universalidad de la primera tensión no se contradice
con la existencia de la segunda; segundo, que líneas abismales conti-
núan estructurando el conocimiento moderno y el derecho moderno; y,
tercero, que esas dos líneas abismales son constitutivas de las relacio-
nes políticas y culturales basadas en Occidente, y de las interacciones
en el sistema mundo moderno. En suma, sostengo que la cartografía
metafórica de las líneas globales ha sobrevivido a la cartografía literal
de las líneas de amistad que separaron el Viejo del Nuevo Mundo. La
injusticia social global está, por lo tanto, íntimamente unida a la injus-
ticia cognitiva global. La batalla por la justicia social global debe, por lo
tanto, ser también una batalla por la justicia cognitiva global. Para al-
canzar el éxito, esta batalla requiere un nuevo tipo de pensamiento, un
pensamiento posabismal.
37
derecho de ser incluidas en el paradigma de la regulación/emancipa-
ción (Fanon, 1963, 1967; Nkrumah, 1965; Cabral, 1979; Gandhi, 1951,
1956). Por un tiempo, el paradigma de la apropiación/violencia parecía
tener su fin, y así hizo la división abismal entre este lado de la línea y el
otro lado de la línea. Cada una de las dos líneas globales (la epistemoló-
gica y la jurídica) parecían estar moviéndose de acuerdo con su propia
lógica, pero ambas en la misma dirección: sus movimientos parecían
converger en la contracción y en última instancia en la eliminación
del otro lado de la línea. Sin embargo, esto no fue lo que ocurrió, como
mostraron la teoría de la dependencia, la teoría del sistema-mundo, y
los estudios poscoloniales.22
En este texto, centro el análisis en la segunda sacudida tectónica
de las líneas globales abismales. Esta ha estado en curso desde la dé-
cada de los setenta y los ochenta, y avanza en dirección opuesta. Esta
vez, las líneas globales se están moviendo de nuevo, pero lo hacen de
tal modo que el otro lado de la línea parece estar expandiéndose, mien-
tras que este lado de la línea está contrayéndose. La lógica de la apro-
piación/violencia ha ido ganando fuerza en detrimento de la lógica de
regulación/emancipación. Hasta tal punto que el dominio de la regu-
lación/emancipación está no solo contrayéndose sino contaminándose
internamente por la lógica de la apropiación/violencia.
La complejidad de este movimiento es difícil de desvelar tal y como
se presenta ante nuestros ojos, y nuestros ojos no pueden ayudar es-
tando en este lado de la línea y mirando desde dentro hacia fuera. Para
captar la dimensión completa de lo que está aconteciendo uno requiere
un enorme esfuerzo de descentramiento. Ningún estudioso puede reali-
zarlo él solo, como un individuo. Incitando a un esfuerzo colectivo para
desarrollar una epistemología del Sur,23 conjeturo que este movimiento
está hecho de un movimiento principal y un contramovimiento subal-
terno. Al movimiento principal lo denomino el retorno de lo colonial y el
retorno del colonizador, y al contramovimiento lo llamo cosmopolitismo
subalterno.
22 Los múltiples orígenes y las posteriores variaciones de estos debates pueden ser exa-
minados en Memmi, 1965; Dos Santos, 1971; Cardoso y Faletto, 1969; Frank, 1969;
Rodney, 1972; Wallerstein, 1974, 2004; Bambirra, 1978; Dussell, 1995; Escobar,
1995; Chew y Denemark, 1996; Spivak, 1999; Césaire, 2000; Mignolo, 2000; Grosfo-
guel, 2000; Afzal-Khan y Sheshadri-Crooks, 2000; Mbembe, 2001; Dean y Levi, 2003.
23 Entre 1999 y 2002 dirigí un proyecto de investigación titulado «Reinventando la eman-
cipación social: Hacia nuevos manifiestos», en el cual participaron sesenta científicos
sociales de seis países (Brasil, Colombia, India, Mozambique, Portugal y Sudáfrica).
Los resultados principales serán publicados en cinco volúmenes, de los cuales tres
ya están disponibles: Santos (ed.) 2005, 2007 y Santos 2006b. Para las implicaciones
epistemológicas de este proyecto véase Santos (ed.) 2003b y Santos, 2004. Sobre las
conexiones de este proyecto con el Foro Social Mundial, véase Santos, 2006c.
38
Primero, el retorno de lo colonial y el retorno del colonizador. Lo
colonial es aquí una metáfora para aquellos que perciben que sus ex-
periencias vitales tienen lugar al otro lado de la línea, y se rebelan con-
tra ello. El retorno de lo colonial es la respuesta abismal a lo que es
percibido como una intrusión amenazante de lo colonial en las socie-
dades metropolitanas. Ese retorno adopta tres formas principales: la
terrorista,24 los trabajadores migrantes indocumentados25 y los refugia-
dos.26 De diferentes modos, cada una de estas formas lleva con ella la
línea global abismal que define la exclusión radical y la no existencia
legal. Por ejemplo, en muchas de sus previsiones, la nueva ola de leyes
antiterroristas y migratorias siguen la lógica reguladora del paradig-
ma de la apropiación/violencia.27 El retorno de lo colonial no requiere
necesariamente la presencia de este en las sociedades metropolitanas.
Es suficiente con que mantenga una conexión relevante con ellas. En
el caso de los terroristas, esa conexión puede ser establecida a través
de los servicios secretos. En el caso de trabajadores migrantes indocu-
mentados será suficiente con ser empleado en una de las centenares
de miles fábricas de explotación del Sur global,28 subcontratados por
corporaciones multinacionales metropolitanas. En el caso de los refu-
giados, la conexión relevante es establecida por su demanda de obtener
estatus de refugiado en una sociedad metropolitana dada.
Lo colonial que retorna es de hecho un nuevo colonial abismal. Esta
vez, el colonial retorna no solo en los territorios coloniales anteriores
sino también en las sociedades metropolitanas. Aquí reside la gran
transgresión, pues lo colonial del período colonial clásico en ningún
caso podía entrar en las sociedades metropolitanas a no ser por inicia-
tiva del colonizador (como esclavo, por ejemplo). Se está ahora entrome-
24 Entre otros véase Harris, 2003; Kanstroom, 2003; Sekhon, 2003; C. Graham, 2005, N.
Graham 2005; Scheppele, 2004a, 2004b, 2006; Guiora, 2005.
25 Véase Miller, 2002; De Genova, 2002; Kanstroom, 2004; Hansen y Stepputat, 2004;
Wishnie, 2004; Taylor, 2004; Silverstein, 2005; Passel, 2005; Sassen, 1999. Para la
visión de la extrema derecha, véase Buchanan, 2006.
26 Basándose en Orientalismo de Edward Said (1978), Akram (2000) identifica una nueva
forma de estereotipar, que llama neo-orientalismo, que afecta a la evaluación metro-
politana de asilo y refugio solicitada por las poblaciones que vienen del mundo árabe
o musulmán. Véase también Akram, 1999. Menefee, 2004; Bauer, 2004; Cianciarulo,
2005; Akram y Karmely, 2005.
27 Sobre las implicaciones de la nueva ola de legislación antiterrorista y migratoria, véase
los artículos citados en las notas 23, 24 y 25, e Immigrant Rights Clinic, 2001; Chang,
2001; Whitehead y Aden, 2002; Zelman, 2002; Lobel, 2002; Roach, 2002 (centrado en
el caso canadiense); Van de Linde et al., 2002 (centrado en algunos países europeos);
Miller, 2002; Emerton, 2004 (centrado en Australia); Boyne, 2004 (centrado en Alema-
nia); Krishnan, 2004 (centrado en la India); Barr, 2004; N. Graham, 2005.
28 Aquí me refiero a las regiones y países periféricos y semiperiféricos del sistema mundo
moderno, los cuales, tras la segunda guerra mundial, solían ser llamados el Tercer
Mundo (Santos, 1995: 506-519).
39
tiendo y penetrando en los espacios metropolitanos que fueron demar-
cados desde el comienzo de la modernidad occidental a este lado de la
línea y, además, muestra un nivel de movilidad inmensamente superior
a la movilidad de los esclavos fugitivos.29 En estas circunstancias, el
metropolitano abismal se ve a sí mismo atrapado en un espacio con-
traído y reacciona redibujando la línea abismal. Desde su perspectiva,
la nueva intromisión de lo colonial no puede si no ser conocida con la
lógica ordenante de apropiación/violencia. La época de la pulcra divi-
sión entre el Viejo y el Nuevo Mundo, entre lo metropolitano y lo colo-
nial, ha terminado. La línea debe ser dibujada tan cerca al rango como
sea necesario para garantizar la seguridad. Lo que solía ser inequívoco
para este lado de la línea es ahora un territorio sucio atravesado por
una línea abismal serpenteante. El muro israelí de segregación en Pa-
lestina30 y la categoría de «combatiente enemigo ilegal»31 son probable-
mente las metáforas más adecuadas de las nuevas líneas abismales y
la sucia cartografía a la que conduce.
Una cartografía sucia no puede si no conllevar prácticas sucias. La
regulación/emancipación está siendo cada vez más desfigurada por la
presión creciente y la presencia en su medio de la apropiación/violencia.
Sin embargo, ni la presión ni la desfiguración pueden ser completamen-
te comprendidas, precisamente porque el otro lado de la línea fue desde
el principio incomprensible como un territorio subhumano.32 De modos
muy diferentes, el terrorista y el trabajador migrante indocumentado
ilustran la presión de la lógica de apropiación/violencia y la inhabilidad
del pensamiento abismal para comprender dicha presión como algo
externo a la regulación/emancipación. Es cada vez más evidente que
la legislación antiterrorista mencionada, ahora promulgada en varios
países siguiendo la Resolución del Consejo de Seguridad de Naciones
Unidas33 y bajo una fuerte presión de la diplomacia estadounidense,
vacía el contenido civil y político de los derechos y garantías constitu-
40
cionales básicas. Como todo esto sucede sin una suspensión formal de
tales derechos y garantías, estamos siendo testigos de la emergencia de
una nueva forma de Estado, el Estado de excepción, el cual, contraria-
mente a las viejas formas de Estado de sitio o Estado de emergencia,
restringe derechos democráticos bajo la premisa de salvaguardarlos o
incluso expandirlos.34
Más en general, parece que la modernidad occidental solo puede
expandirse globalmente en la medida en que viola todos los principios
sobre los cuales históricamente se ha fundamentado la legitimidad del
paradigma regulación/emancipación a este lado de la línea. Los dere-
chos humanos son así violados con objeto de ser defendidos, la demo-
cracia es destruida para salvaguardar la democracia, la vida es elimi-
nada para preservar la vida. Líneas abismales están siendo trazadas
en un sentido literal y metafórico. En el sentido literal, estas son las
líneas que definen las fronteras como cercas35 y campos de asesinato,
que dividen las ciudades entre zonas civilizadas (más y más, comunida-
des bloqueadas)36 y zonas salvajes, y las prisiones entre lugares de con-
finamiento legal y lugares de destrucción brutal e ilegal de la vida.37
La otra rama del movimiento principal actual es el retorno del colo-
nizador. Esto implica resucitar formas de ordenamiento colonial tanto
en las sociedades metropolitanas, esta vez gobernando la vida de los
ciudadanos comunes, como en las sociedades en un tiempo someti-
das al colonialismo europeo. Es el caso más notable de lo que deno-
mino el nuevo gobierno indirecto.38 Está emergiendo como el Estado
que se retira de la regulación social y cuyos servicios públicos son
privatizados. Poderosos actores no estatales obtienen por lo tanto con-
41
trol sobre las vidas y bienestar de vastas poblaciones, sea el control de
la salud, la tierra, el agua potable, las semillas, los bosques, o la calidad
del medio ambiente. La obligación política que ata al sujeto legal al
Rechtstaat, el Estado moderno constitucional, que ha prevalecido en
este lado de la línea, está siendo reemplazado por obligaciones contrac-
tuales privatizadas y despolitizadas, bajo las cuales la parte más débil
está más o menos a la misericordia de la parte más fuerte. Esta última
forma de ordenar conlleva algunas semejanzas inquietantes con el or-
den de apropiación/violencia que prevalece al otro lado de la línea. He
descrito esta situación como el auge de un fascismo social, un régimen
social de relaciones de poder extremadamente desiguales que concede
a la parte más fuerte un poder de veto sobre la vida y el sustento de la
parte más débil.
En otra parte distingo cinco formas de fascismo social.39 Aquí me
refiero a tres de ellas, aquellas que más claramente reflejan la presión
de la lógica de apropiación/violencia sobre la lógica de regulación/
emancipación. La primera es el fascismo del apartheid social. Me refie-
ro a la segregación social de los excluidos a través de una cartografía
urbana que diferencia entre zonas «salvajes» y «civilizadas». Las zonas
urbanas salvajes son las zonas del estado de naturaleza de Hobbes, las
zonas de guerra civil interna como en muchas megaciudades a lo largo
del Sur global. Las zonas civilizadas son las zonas del contrato social
que se ven a sí mismas más y más amenazadas por las zonas salvajes.
Con el objetivo de defenderse, se convierten en castillos neofeudales,
enclaves fortificados que son característicos de las nuevas formas de
segregación urbana (ciudades privadas, propiedades cerradas, comu-
nidades bloqueadas, como mencioné anteriormente). La división entre
zonas salvajes y civilizadas se está convirtiendo en un criterio general
de sociabilidad, un nuevo tiempo-espacio hegemónico que atraviesa to-
das las relaciones sociales, económicas, políticas y culturales, y es, por
lo tanto, común a la acción estatal y no estatal.
La segunda forma es un fascismo contractual. Sucede en las situacio-
nes en las que las desigualdades de poder entre las partes en el contrato
de derecho civil (sea un contrato de trabajo o un contrato para la dispo-
nibilidad de bienes y servicios) son tales que la parte débil se rinde vul-
nerable por no tener alternativa, acepta las condiciones impuestas por
la parte más fuerte, pese a que puedan ser costosas y despóticas. El
proyecto neoliberal de convertir el contrato laboral en un contrato de de-
recho civil como algunos otros presagia una situación de fascismo con-
42
tractual. Como mencioné anteriormente, esta forma de fascismo sucede
frecuentemente hoy en día en situaciones de privatización de los servicios
públicos, tales como salud, bienestar, utilidades, etcétera.40 En tales ca-
sos el contrato social que presidió la producción de servicios públicos en
el Estado de bienestar y el Estado desarrollista es reducido al contrato
individual entre consumidores y proveedores de servicios privados. A la
luz de las, a menudo, manifiestas deficiencias de la regulación pública
esta reducción exige la eliminación del ámbito contractual de aspectos
decisivos para la protección de los consumidores, los cuales, por esta
razón, se convierten en extracontractuales. Demandando prerrogativas
contractuales adicionales, las agencias de servicios privatizados toman
las funciones de regulación social anteriormente ejercidas por el Estado.
El Estado, sea implícita o explícitamente, subcontrata estas agencias
para realizar estas funciones, y haciéndolo sin la participación efectiva
o el control de los ciudadanos se convierte en cómplice de la producción
social del fascismo contractual.
La tercera forma de fascismo social es el fascismo territorial. Tiene
lugar siempre que actores sociales con un fuerte capital patrimonial o
militar disputan el control del Estado sobre los territorios donde ellos
actúan, o neutralizan ese control cooptando o coercionando a las insti-
tuciones estatales y ejerciendo una regulación social sobre los habitan-
tes del territorio, sin su participación y en contra de sus intereses. En
muchos casos estos son los nuevos territorios coloniales dentro de los
Estados que en la mayoría de los casos fueron alguna vez sometidos al
colonialismo europeo. En diferentes formas, la tierra originaria toma-
da como prerrogativa de conquista y la subsecuente «privatización» de
las colonias se encuentran presentes en la reproducción del fascismo
territorial y, más generalmente, en la relación entre terratenientes y
campesinos sin tierra. Al fascismo territorial también están sometidas
poblaciones civiles que viven en zonas de conflicto armado.41
El fascismo social es una nueva forma de estado de naturaleza y pro-
lifera a la sombra del contrato social de dos modos: poscontractualismo
y precontractualismo. Poscontractualismo es el proceso por medio del
cual grupos sociales e intereses sociales que hasta ahora fueron inclui-
dos en el contrato social son excluidos de este sin ninguna perspecti-
40 Uno de los ejemplos más dramáticos es la privatización del agua y las consecuencias
sociales que conlleva. Véase Bond, 2000 y Buhlungu et al., 2006 (para el caso de Su-
dáfrica); Oliveira Filho, 2002 (para el caso de Brasil); Olivera, 2005 y Flores, 2005 (para
el caso de Bolivia); Bauer, 1998 (para el caso de Chile); Trawick, 2003 (para el caso de
Perú); Castro, 2006 (para el caso de México). Lidiando con dos o más casos, Donahue y
Johnston, 1998; Balanyá et al. 2005; Conca, 2005; Lopes, 2005. Véase también Klare,
2001; Hall, Lobina y de la Motte, 2005.
41 Para el caso de Colombia, véase Santos y García Villegas, 2001.
43
va de retorno: trabajadores y clases populares están siendo expelidos
del contrato social a través de la eliminación de derechos sociales y
económicos, por lo tanto se convierten en poblaciones descartables.
El precontractualismo consiste en bloquear el acceso a la ciudadanía
a grupos sociales que antes se consideraban a sí mismos candidatos
de ciudadanía y que tenían la razonable expectativa de acceder a ella:
por ejemplo, la juventud urbana que vive en los guetos de megaciuda-
des en el Norte global y el Sur global.42
Como régimen social, el fascismo social puede coexistir con la de-
mocracia política liberal. Más allá de sacrificar la democracia a las de-
mandas del capitalismo global, esto trivializa la democracia hasta tal
grado que ya no es necesario, o incluso ya no es conveniente, sacrificar
la democracia para promover el capitalismo. Esto es, por lo tanto, un
fascismo pluralista, es decir, una forma de fascismo que nunca exis-
tió. De hecho, esta es mi convicción, podemos estar entrando en un
período en el cual las sociedades son políticamente democráticas y so-
cialmente fascistas.
Las nuevas formas de gobierno indirecto también comprenden la
segunda gran transformación de la propiedad y el derecho de propiedad
en la era moderna. La propiedad, y específicamente la propiedad de los
territorios del Nuevo Mundo, fue, como mencioné al comienzo, el asun-
to clave que sostiene al establecimiento de líneas modernas, abismales
y globales. La primera transformación tuvo lugar cuando la propiedad
sobre las cosas fue extendida, con el capitalismo, a la propiedad sobre
los medios de producción. Como Karl Renner (1965) describe tan bien,
el propietario de las máquinas se convierte en propietario de la fuerza
de trabajo de los trabajadores que operan con las máquinas. El control
sobre las cosas se convierte en control sobre la gente. Por supuesto,
Renner pasó por alto el hecho de que en las colonias esta transforma-
ción no sucedió, toda vez que el control sobre las personas fue la forma
original de control sobre las cosas, lo último incluyendo ambas cosas,
humanas y subhumanas. La segunda gran transformación de la pro-
piedad tiene lugar, más allá de la producción, cuando la propiedad de
los servicios se convierte en una forma de control de las personas que
los necesitan para sobrevivir. La nueva forma de gobierno indirecto da
lugar a una forma de despotismo descentralizado, para usar la carac-
terización de Mamdani del gobierno colonial africano (Mamdani, 1996:
cap. 2). El despotismo descentralizado no choca con la democracia libe-
ral, sino que la hace cada vez más irrelevante para la calidad de vida de
poblaciones cada vez más grandes.
42 Un análisis inicial y elocuente de este fenómeno puede ser leído en Wilson, 1987.
44
En las condiciones del nuevo gobierno indirecto, más que regular el
conflicto social entre los ciudadanos, el pensamiento abismal moderno
está llamado a suprimir el conflicto social y a ratificar el Estado sin ley
a este lado de la línea, como siempre había sucedido al otro lado de la
línea. En la presión de la lógica de apropiación/violencia, el concep-
to exacto de derecho moderno —la norma universalmente válida que
emana del Estado y que es impuesta coercitivamente por este si es ne-
cesario— está por lo tanto mutando. Como una ilustración de los cam-
bios conceptuales en camino está emergiendo un nuevo tipo de derecho
al que se le denomina eufemísticamente derecho suave.43 Presentada
como la manifestación más benevolente de un ordenamiento de regula-
ción/emancipación, conlleva consigo la lógica de apropiación/violencia
siempre que relaciones de poder muy desiguales están involucradas.
Consiste en la conformidad voluntaria con el derecho. No sorprende
que esté siendo usado, entre otros dominios sociales, en el campo de las
relaciones capital/trabajo, y que su versión más realizada sean los có-
digos de conducta cuya adopción está siendo recomendada a las multi-
nacionales metropolitanas que establecen contratos de externalización
con «sus» fábricas de explotación a lo largo del mundo.44 La plasticidad
del derecho suave contiene intrigantes semejanzas con el derecho co-
lonial, cuya aplicación depende de los caprichos del colonizador más
que de otra cosa.45 Las relaciones sociales que ellos regulan son, si no
un nuevo estado de naturaleza, una zona crepuscular entre el estado
de naturaleza y la sociedad civil, donde el fascismo social prolifera y
florece.
En suma, el pensamiento abismal moderno, el cual, a este lado de
la línea, ha sido llamado a ordenar la relación entre los ciudadanos, y
entre ellos y el Estado, es ahora, en los dominios sociales con mayor
presión de la lógica de apropiación/violencia, llamado a lidiar con ciu-
43 En los últimos diez años se ha desarrollado una vasta literatura que teoriza y estudia
empíricamente formas noveles de gobernar la economía que confía en la colaboración
entre actores no estatales (firmas, organizaciones cívicas, ONG, uniones y demás) más
que en el arriba y abajo de la regulación estatal. A pesar de la variedad de etiquetas
bajo las cuales científicos sociales y estudiosos del derecho han nombrado a este en-
foque, el énfasis reside en la suavidad más que en la dureza, en la conformidad vo-
luntaria más que en la imposición: responsive regulation (Ayres y Braithwaite, 1992),
post-regulatory law (Teubner, 1986), soft law (Snyder 1993, 2002; Trubek y Mosher
2003; Trubek y Trubek, 2005; Mörth, 2004), democratic experimentalism (Dorf y Sabel
1998; Unger 1998), collaborative governance (Freeman, 1997), outsourced regulation
(O’Rourke 2003) o simplemente governance (Mac Neil, Sargent y Swan 2000; Nye y Do-
nahue 2000). Para una crítica, véase Santos y Rodríguez-Garavito 2005: 1-26; Santos
(ed.) 2005: 29-63; Rodríguez-Garavito, 2005: 64-91.
44 Véase Rodríguez-Garavito 2005 y la bibliografía ahí citada.
45 Este tipo de derecho es llamado eufemísticamente suave porque es suave para aquellos
cuyo comportamiento emprendedor quieren supuestamente regular (patrones) y duro
para aquellos que sufren las consecuencias de la no complacencia (trabajadores).
45
dadanos como no ciudadanos, y con no ciudadanos como peligrosos
salvajes coloniales. Como el fascismo social coexiste con la democracia
liberal, el Estado de excepción coexiste con la normalidad constitucio-
nal, la sociedad civil coexiste con el Estado de naturaleza, el gobierno
indirecto coexiste con el gobierno de la ley. Lejos de ser una perversión
de alguna legislación normal original, este es el diseño original de la
epistemología moderna y la legalidad, incluso si la línea abismal que
desde muy temprano ha diferenciado lo metropolitano de lo colonial ha
sido desplazada, convirtiendo lo colonial en una dimensión interna de
lo metropolitano.
Cosmopolitismo subalterno
A la luz de lo que acabo de afirmar, parece que, si no es activamente
resistido, el pensamiento abismal avanzará reproduciéndose a sí mis-
mo, no importa cómo de exclusivistas y destructivas sean las prácticas
a las que este dé lugar. La resistencia política de este modo necesita
ser presupuesta sobre la resistencia epistemológica. Como sostuve al
comienzo, no es posible una justicia social global sin una justicia cog-
nitiva global. Esto significa que la tarea crítica a seguir no puede ser
limitada a la generación de alternativas. De hecho, requiere un pensa-
miento alternativo de alternativas. Así, un nuevo pensamiento posa-
bismal es reclamado. ¿Es posible? ¿Se dan algunas condiciones que,
si son evaluadas adecuadamente, pueden ofrecer un cambio? Esta pre-
gunta explica el porqué presto especial atención al contramovimiento
que mencioné anteriormente como resultado del choque de las líneas
abismales globales desde la década de los setenta y ochenta: lo cual he
denominado cosmopolitismo subalterno.46
46
Esto conlleva una promesa real a pesar de su carácter bastante em-
brionario en el momento actual. De hecho, para captarlo es necesario
embarcarse en una sociología de las emergencias:47 en la amplificación
simbólica de muestras, de pistas, y de tendencias latentes que, a pesar
de incoadas y fragmentadas, dan lugar a nuevas constelaciones de sig-
nificado en lo que concierne al entendimiento y a la transformación del
mundo. El cosmopolitismo subalterno se manifiesta a través de iniciati-
vas y movimientos que constituyen la globalización contrahegemónica.
Consiste en el conjunto extenso de redes, iniciativas, organizaciones
y movimientos que luchan contra la exclusión económica, social, políti-
ca y cultural generada por la encarnación más reciente del capitalismo
global, conocida como globalización neoliberal (Santos, 2006b, 2006c).
Toda vez que la exclusión social es siempre producto de relaciones de
poder desiguales, estas iniciativas, movimientos y luchas son animadas
por un ethos redistributivo en su sentido más amplio, implicando la
redistribución de los recursos materiales, sociales, políticos, culturales
y simbólicos y, como tal, está basado en el principio de la igualdad
y el principio del reconocimiento de la diferencia. Desde el comienzo
del nuevo siglo, el FSM ha sido la expresión más realizada de globa-
lización contrahegemónica y de cosmopolitismo subalterno.48 Y entre
los movimientos que han sido partícipes en el FSM, los movimientos
indígenas son, desde mi punto de vista, aquellos cuyas concepciones
y prácticas representan la más convincente emergencia de pensamien-
to posabismal. Este hecho es el más propicio para la posibilidad de
un pensamiento posabismal, ya que las poblaciones indígenas son los
habitantes paradigmáticos del otro lado de la línea, el campo histórico
del paradigma de la apropiación y la violencia.
La novedad del cosmopolitismo subalterno radica, sobre todo, en su
profundo sentido de incompletud sin tener, sin embargo, ánimo de ser
completo. Por un lado defiende que el entendimiento del mundo en gran
47
medida excede al entendimiento occidental del mundo y por lo tanto
nuestro conocimiento de la globalización es mucho menos global que
la globalización en sí misma. Por otro lado, defiende que cuantos más
entendimientos no occidentales fueran identificados más evidente se
tornará el hecho de que muchos otros esperan ser identificados y que
las comprensiones híbridas, mezclando elementos occidentales y no
occidentales, son virtualmente infinitas. El pensamiento posabismal
proviene así de la idea de que la diversidad del mundo es inagotable y
que esa diversidad todavía carece de una adecuada epistemología. En
otras palabras, la diversidad epistemológica del mundo todavía está por
construirse.
A continuación presentaré un esquema general del pensamiento po-
sabismal, centrado en sus dimensiones epistemológicas, dejando a un
lado sus dimensiones legales.49
49 Sobre mis críticas previas a la epistemología moderna véase Santos, 1992; 1995: 7-55;
2001a; 2004; Santos (ed.) 2003b. Véase también Santos, Nunes y Meneses, 2007.
50 Gandhi es probablemente el intelectual-activista de los tiempos modernos que pensó
y actuó más consistentemente en términos no abismales. Habiendo vivido y experi-
mentado con extrema intensidad la exclusión radical típica del pensamiento abismal,
Gandhi no se aleja de su objetivo de construir una nueva forma de universalidad capaz
de liberar al opresor y a la víctima. Como Ashis Nandy insiste correctamente: «La visión
de Gandhi desafía la tentación de igualar al opresor en la violencia y de recuperar la es-
tima de uno mismo como competidor dentro del mismo sistema. La visión se construye
en la identificación con el oprimido que excluye la fantasía de la superioridad del estilo
48
El reconocimiento de la persistencia del pensamiento abismal es así
la conditio sine qua non para comenzar a pensar y actuar más allá de él.
Sin ese reconocimiento, el pensamiento crítico permanecerá como un
pensamiento derivado que avanzará reproduciendo las líneas abisma-
les, sin importar cómo de antiabismal se proclame a sí mismo. El pen-
samiento posabismal, por el contrario, no es un pensamiento derivado;
implica una ruptura radical con los modos occidentales modernos de
pensar y actuar. En nuestro tiempo, pensar en términos no derivados
significa pensar desde la perspectiva del otro lado de la línea, precisa-
mente porque el otro lado de la línea ha sido el reino de lo impensable
en la modernidad occidental. El ascenso del orden de la apropiación/
violencia dentro del orden de la regulación/emancipación tan solo pue-
de ser abordado si situamos nuestra perspectiva epistemológica en la
experiencia social del otro lado de la línea, esto es, el Sur global no im-
perial, concebido como la metáfora del sufrimiento humano sistémico
e injusto causado por el capitalismo global y el colonialismo (Santos,
1995: 506-519). El pensamiento posabismal puede así ser resumido
como un aprendizaje desde el Sur a través de una epistemología del Sur.
Esto confronta la monocultura de la ciencia moderna con la ecología de
los saberes.51 Es una ecología porque está basado en el reconocimiento
de la pluralidad de conocimientos heterogéneos (uno de ellos es la cien-
cia moderna) y en las interconexiones continuas y dinámicas entre ellos
sin comprometer su autonomía. La ecología de saberes se fundamenta
en la idea de que el conocimiento es interconocimiento.
49
y no un bárbaro en el siglo V a.C., un ciudadano romano y no un grie-
go en el siglo I de nuestra era, un cristiano y no un judío en la Edad
Media, un europeo y no un salvaje del Nuevo Mundo en el siglo XVI, y
en el siglo XIX, un europeo (incluyendo a los europeos desplazados de
Norte América) y no un asiático, congelado en la historia, o un africano,
que ni siquiera es parte de la historia. Sin embargo, la copresencia ra-
dical también presupone la abolición de la guerra, la cual, próxima a la
intolerancia, es la negación más radical de la copresencia.
La ecología de saberes y
la diversidad inagotable de la experiencia del mundo
Como una ecología de saberes, el pensamiento posabismal se pre-
supone sobre la idea de una diversidad epistemológica del mundo, el
reconocimiento de la existencia de una pluralidad de conocimientos
más allá del conocimiento científico.53 Esto implica renunciar a cual-
quier epistemología general. A lo largo del mundo, no solo hay muy
diversas formas de conocimiento de la materia, la sociedad, la vida y
el espíritu, sino también muchos y muy diversos conceptos de lo que
cuenta como conocimiento y de los criterios que pueden ser usados
para validarlo. En el período de transición en que estamos entrando, en
el cual las versiones abismales de totalidad y unidad de conocimiento
todavía resisten, probablemente necesitemos un requisito epistemoló-
gico general residual para avanzar: una epistemología general de la im-
posibilidad de una epistemología general.
50
Saberes e ignorancias
El contexto cultural dentro del cual la ecología de los saberes está
emergiendo es ambiguo. Por un lado, la idea de la diversidad sociocultu-
ral del mundo ha ido ganando aceptación en las últimas tres décadas, y
eso debería favorecer el reconocimiento de la diversidad epistemológica
y la pluralidad como una de sus dimensiones. Por otro lado, si todas las
epistemologías comparten las premisas culturales de su tiempo, quizás
una de las premisas del pensamiento abismal mejor establecida todavía
hoy en día es la creencia en la ciencia como la única forma válida y exacta
de conocimiento. Ortega y Gasset (1942) propone una distinción radical
entre creencias e ideas, tomando las últimas para referirse a la ciencia
o la filosofía. La distinción descansa en el hecho de que las creencias
son una parte integral de nuestra identidad y subjetividad, mientras
que las ideas son exteriores a nosotros. Mientras que nuestras ideas
se originan desde las incertidumbres y permanecen ligadas a ellas, las
creencias se originan en la ausencia de duda. Esencialmente, esta es
una distinción entre ser y tener: nosotros somos lo que creemos, pero
tenemos ideas. Un rasgo característico de nuestro tiempo es el hecho
de que la ciencia moderna pertenece a ambos reinos, el de las ideas y
el de las creencias. La creencia en la ciencia excede ampliamente cual-
quier cosa que las ideas científicas nos permitan realizar. Por lo tanto,
la relativa pérdida de confianza epistémica en la ciencia que impregnó
toda la segunda mitad del siglo XX fue paralela a un auge de la creencia
popular en la ciencia. La relación entre creencias e ideas con respecto
a la ciencia, ya no es una relación entre dos entidades distintas sino
que es una relación entre dos modos de experimentar socialmente la
ciencia. Esta dualidad significa que el reconocimiento de la diversidad
cultural en el mundo no necesariamente significa el reconocimiento de
la diversidad epistemológica en el mundo.
En este contexto, la ecología de saberes es básicamente una con-
traepistemología. El ímpetu básico tras su emergencia es el resultado
de dos factores. El primero de estos es la nueva emergencia política de
gentes y visiones del mundo al otro lado de la línea como compañeros de
la resistencia global al capitalismo: es decir, la globalización contrahe-
gemónica. En términos geopolíticos estas son sociedades en la periferia
del sistema mundo moderno donde la creencia en la ciencia moderna es
más tenue, donde los enlaces entre la ciencia moderna y los diseños
de la dominación imperial y colonial son más visibles, y donde otras
formas de conocimiento no científico y no occidental prevalecen en las
prácticas diarias. El segundo factor es la proliferación sin preceden-
tes de alternativas, las cuales, sin embargo, no son ofrecidas conjun-
tamente bajo el paraguas de una única alternativa global. La globaliza-
51
ción contrahegemónica sobresale en la ausencia de una tal alternativa
no singular. La ecología de saberes persigue proveer una consistencia
epistemológica para un pensamiento propositivo y pluralista.
En la ecología de los saberes, los conocimientos interactúan, se entre-
cruzan y, por tanto, también lo hacen las ignorancias. Tal y como allí no
hay unidad de conocimientos, tampoco hay unidad de ignorancia. Las
formas de ignorancia son tan heterogéneas e interdependientes como
las formas de conocimiento. Dada esta interdependencia, el aprender
determinadas formas de conocimiento puede implicar olvidar otras y, en
última instancia, convertirse en ignorantes de las mismas. En otras pa-
labras, en la ecología de saberes la ignorancia no es necesariamente el
estado original o el punto de partida. Este podría ser un punto de llega-
da. Podría ser el resultado del olvido o del olvidar implícito en el proceso
de aprendizaje recíproco. Así, en un proceso de aprendizaje goberna-
do por la ecología de saberes, es crucial comparar el conocimiento que
está siendo aprendido con el conocimiento que por lo tanto está siendo
olvidado o desaprendido. La ignorancia es solo una condición descalifi-
cadora cuando lo que está siendo aprendido tiene más valor que lo que
está siendo olvidado. La utopía del interconocimiento es aprender otros
conocimientos sin olvidar el de uno mismo. Esta es la idea de prudencia
que subsiste bajo la ecología de los saberes.
Esto invita a una reflexión más profunda sobre la diferencia entre
ciencia como un conocimiento monopolístico y ciencia como parte de
una ecología de saberes.
52
plica desacreditar el conocimiento científico. Simplemente implica su
uso contrahegemónico. Ese uso consiste, por un lado, en explorar la
pluralidad interna de la ciencia, esto es, prácticas científicas alternati-
vas que han sido hechas visibles por epistemologías feministas54 y pos-
coloniales55 y, por otro lado, en promover la interacción e interdepen-
dencia entre conocimientos científicos y no científicos.
Una de las premisas básicas de la ecología de saberes es que todos
los conocimientos tienen límites internos y externos. Los límites inter-
nos están relacionados con las restricciones en las intervenciones del
mundo real impuestas por cada forma de conocimiento, mientras que
los límites externos resultan del reconocimiento de intervenciones alter-
nativas posibilitadas por otras formas de conocimiento. Por definición,
las formas de conocimiento hegemónicas solo reconocen límites inter-
nos; por lo tanto, la exploración de ambos, de los límites internos y
externos de la ciencia moderna tan solo pueden ser alcanzados como
parte de una concepción contrahegemónica de la ciencia. Esto es por lo
que el uso contrahegemónico de la ciencia no puede ser restringido solo
a la ciencia. Solo tiene sentido dentro de una ecología de saberes.
Para una ecología de saberes, el conocimiento-como-intervención-
en-la-realidad es la medida de realismo, no el conocimiento-como-una-
representación-de-la-realidad. La credibilidad de una construcción
cognitiva es medida por el tipo de intervención en el mundo que esta
permite o previene. Puesto que cualquier gravamen de esta intervención
combina siempre lo cognitivo con lo ético-político, la ecología de sabe-
res hace una distinción entre objetividad analítica y neutralidad ético-
política. Hoy en día, nadie pregunta el valor total de las intervencio-
nes del mundo real posibilitadas por la productividad tecnológica de la
ciencia moderna. Pero esto no debería evitar que reconozcamos el valor
de otras intervenciones del mundo real posibilitadas por otras formas
de conocimiento. En muchas áreas de la vida social, la ciencia moderna
ha demostrado una superioridad incuestionable con relación a otras
formas de conocimiento. Hay, sin embargo, otras intervenciones en el
mundo real que hoy en día son valiosas para nosotros y en las cuales
la ciencia moderna no ha sido parte. Está, por ejemplo, la preservación
54 Las epistemologías feministas han sido centrales en la crítica de los dualismos «clá-
sicos» de la modernidad, tales como naturaleza/cultura, sujeto/objeto, humano/no
humano, y la naturalización de las jerarquías de clase, sexo/género, y raza. Sobre
algunas contribuciones relevantes de las críticas feministas de la ciencia, véase Keller,
1985; Harding, 1986, 1998, 2003; Schiebinger, 1989, 1999; Haraway, 1992, 1997;
Soper, 1995; Fausto-Sterling, 2000; Gardey y Löwy, 2000. Creager, Lunbeck, y Schie-
binger, 2001, ofrecen una mirada útil, incluso si se centran en el Norte global.
55 Entre otros muchos véase Alvares, 1992; Dussel, 1995; Santos, 1995 y 2007; Santos
(ed.), 2003b; Guha y Martínez-Alier, 1997; Visvanathan, 1997; Ela, 1998; Prakash,
1999; Quijano, 2000; Mignolo, 2000; Mbembe, 2001 y Masolo, 2003.
53
de la biodiversidad posibilitada por las formas de conocimiento rurales
e indígenas las cuales, paradójicamente, se encuentran bajo amenaza
desde el incremento de las intervenciones científicas (Santos, Nunes y
Meneses, 2007). ¿Y no deberíamos ser sorprendidos por la abundan-
cia de los conocimientos, los modos de vida, los universos simbólicos
y las sabidurías que han sido preservados para sobrevivir en condicio-
nes hostiles y que están basados enteramente en la tradición oral? El
hecho de que nada de esto habría sido posible a través de la ciencia ¿no
nos dice algo sobre la misma?
En esto radica el impulso para una copresencia igualitaria (como
simultaneidad y contemporaneidad) y para la incompletud. Puesto que
ningún tipo de conocimiento puede dar explicación a todas las interven-
ciones posibles en el mundo, todos ellos son incompletos en diferentes
modos. Lo incompleto no puede ser erradicado porque cualquier des-
cripción completa de las variedades de conocimiento no incluiría ne-
cesariamente el tipo de conocimiento responsable para la descripción.
No hay conocimiento que no sea conocido por alguien para algún pro-
pósito. Todas las formas de conocimiento mantienen prácticas y cons-
tituyen sujetos. Todos los conocimientos son testimonios desde que lo
que conocen como realidad (su dimensión activa) está siempre refleja-
do hacia atrás en lo que revelan acerca del sujeto de este conocimien-
to (su dimensión subjetiva). Cuestionando la distinción sujeto/objeto,
las ciencias de la complejidad toman en consideración este fenómeno,
pero solo con relación a las prácticas científicas. La ecología de saberes
expande el carácter testimonial de los saberes para abrazar también
las relaciones entre conocimiento científico y no científico, por lo tanto
expandir el rango de la intersubjetividad como interconocimiento es el
correlato de la intersubjetividad y viceversa.
En un régimen de ecología de saberes, la búsqueda de la intersubje-
tividad es tan importante como compleja. Desde que diferentes prácti-
cas de conocimiento tienen lugar en diferentes escalas espaciales y de
acuerdo con diferentes duraciones y ritmos, la intersubjetividad tam-
bién exige la disposición para saber y actuar en diferentes escalas (in-
terescalaridad) y articulando diferentes duraciones (intertemporalidad).
Muchas de las experiencias subalternas de resistencia son locales o
han sido hechas locales y por lo tanto irrelevantes o no existentes por
el conocimiento abismal moderno: el único generador de experiencias
globales. Sin embargo, desde que la resistencia contra las líneas abis-
males debe acontecer en una escala global, es imperativo desarrollar
algún tipo de articulación entre las experiencias subalternas a través
de enlaces locales-globales. En orden a tener éxito, la ecología de los
saberes debe ser transescalar (Santos, 2001a).
54
Por otra parte, la coexistencia de diferentes temporalidades o dura-
ciones en distintas prácticas de conocimiento demanda una expansión
del marco temporal. Mientras las tecnologías modernas han tendido a
favorecer el marco temporal y la duración de la acción estatal, en tan-
to que administración pública y entidad política (el ciclo electoral, por
ejemplo), las experiencias subalternas del Sur global han sido forzadas
a responder tanto a la más corta duración de las necesidades inmedia-
tas de supervivencia como a la larga duración del capitalismo y el co-
lonialismo. Pero incluso en las luchas subalternas duraciones muy di-
ferentes pueden estar presentes. Como por ejemplo, la misma lucha de
campesinos empobrecidos por la tierra en América Latina puede incluir
tanto la duración del Estado moderno, por ejemplo, en Brasil, con las
luchas por la reforma agraria del MST, como la duración del comercio de
esclavos, cuando poblaciones afrodescendientes luchan para recuperar
los quilombos, la tierra de los esclavos fugitivos, de sus antecesores, o
todavía una duración más larga, la del colonialismo, cuando poblacio-
nes indígenas luchan para recuperar sus territorios históricos usurpa-
dos por los conquistadores.
55
contradicciones.56 Siempre que existan intervenciones del mundo real
que puedan, en teoría, ser implementadas por diferentes sistemas de
conocimiento, la elección concreta de la forma del conocimiento debe
ser informada por el principio de precaución, el cual en el contexto de
la ecología de saberes, debe ser formulado como sigue: la preferencia
debe ser dada a la forma de conocimiento que garantice el mayor nivel
de participación a los grupos sociales involucrados en su diseño, ejecu-
ción y control, y en los beneficios de la intervención.
Un ejemplo ilustrará los peligros de reemplazar un tipo de conoci-
miento por otro basado en jerarquías abstractas. En la década de los
sesenta, los sistemas de irrigación de los campos de arroz de Bali de
mil años de antigüedad fueron reemplazados por sistemas científicos
de irrigación promovidos por los partidarios de la Revolución Verde.
Los sistemas de irrigación tradicionales estaban basados en conoci-
mientos ancestrales y religiosos, y fueron utilizados por los sacerdotes
de un templo hindú-budista dedicado a Dewi-Danu, la divinidad del
lago. Estos sistemas fueron reemplazados precisamente porque se con-
sideraban basados en la magia y la superstición, el «culto del arroz»,
como fueron despectivamente llamados. Sucedió que su reemplazo tuvo
resultados desastrosos en los campos de arroz: las cosechas declinaron
más de un 50%. Los resultados fueron tremendamente desastrosos,
hasta el punto de que los sistemas científicos de irrigación tuvieron
que ser abandonados y tuvo que ser restablecido el sistema tradicional
(Lansing, 1987; Lansing, 1991; Lansing y Kremer, 1993).
Este caso también ilustra la importancia del principio de precau-
ción en lidiar con la cuestión de una posible complementariedad o con-
tradicción entre diferentes tipos de conocimientos. En el caso de los
sistemas de irrigación de Bali, la presupuesta incompatibilidad entre
dos sistemas de conocimiento (el religioso y el científico), ambos con-
cernientes a la misma intervención (irrigar los campos de arroz), resul-
tan de una evaluación incorrecta basada en la superioridad abstracta
del conocimiento científico. Treinta años después de la desastrosa in-
tervención técnica-científica, modelados por ordenadores —un área de
las nuevas ciencias— mostró que las secuencias del mantenimiento del
agua usadas por los sacerdotes de la divinidad Dewi-Danu fueron más
eficientes que cualquier otro sistema concebible, sea científico o de otro
tipo (Lansing y Kremer, 1993).
56
Ecología de saberes, inconmensurabilidad y traducción
Desde la perspectiva de las epistemologías abismales del Norte glo-
bal, vigilar las fronteras de los saberes relevantes es mucho más decisi-
vo que argumentar sobre las diferencias internas. Como consecuencia,
se ha realizado un epistemicidio masivo en los últimos cinco siglos, por
el que una inmensa riqueza de experiencias cognitivas ha sido perdida.
Para recuperar algunas de estas experiencias, la ecología de saberes
recurre a una traducción intercultural, su rasgo posabismal más ca-
racterístico. Imbuidas en diferentes culturas occidentales y no occiden-
tales, esas experiencias usan no solo diferentes lenguas sino también
diferentes categorías, universos simbólicos, y aspiraciones para una
vida mejor.
Las profundas diferencias entre conocimientos nos brindan la cues-
tión de la inconmensurabilidad, una cuestión usada por la epistemolo-
gía abismal para desacreditar la posibilidad misma de la ecología de sa-
beres. Una ilustración ayudará: ¿es posible establecer un diálogo entre
la filosofía occidental y la filosofía africana? Así planteado, la respuesta
no puede ser si no una respuesta positiva; tienen en común el hecho
de que ambas son filosofías.57 Sin embargo, para muchos filósofos occi-
dentales y africanos, no es posible referirse a una filosofía africana por-
que hay solo una filosofía, cuya universalidad no es puesta en cuestión
por el hecho de que hasta ahora ha sido principalmente desarrollada
en Occidente. En África, esta es la posición adoptada por los filóso-
fos modernistas, como así son llamados. Para otros filósofos africanos,
los filósofos tradicionalistas, existe una filosofía africana, la cual, des-
de que está imbuida en la cultura africana, es inconmnensurable con
la filosofía occidental, y debería por tanto seguir su línea autónoma de
desarrollo.58
Entre estas dos posiciones están aquellas que defienden que no
existe una sino muchas filosofías y creen que el diálogo mutuo y el
enriquecimiento es posible. Estas posiciones son las que a menudo tie-
nen que afrontar los problemas de inconmensurabilidad, incompati-
bilidad o la no inteligibilidad recíproca. Consideran, sin embargo, que
la inconmensurabilidad no impide necesariamente la comunicación
y que incluso puede permitir insospechadas formas de complemen-
tariedad. Todo ello depende del uso de procedimientos adecuados de
traducción intercultural. A través de la traducción, llega a ser posible
57 Y el mismo argumento puede ser utilizado con relación a un diálogo entre religiones.
58 Sobre esta cuestión, véase Eze, 1997; Karp y Masolo, 2000; Hountondji, 2002; Coetzee
y Roux, 2002; Brown, 2004.
57
identificar preocupaciones comunes, enfoques complementarios y, por
supuesto, también contradicciones intratables.59
Un ejemplo ilustrará lo que está en juego. El filósofo ghanés Kwasi
Wiredu clama que en la cultura y el lenguaje de los Akan, el grupo étni-
co al cual pertenece, no es posible traducir el precepto cartesiano cogito
ergo sum (1990, 1996). Esto es porque no existen palabras que puedan
expresar esta idea. «Pensar», en Akan, significa «medir algo», lo cual no
tiene sentido aparejado con la idea de ser. Por lo tanto, el «ser» de «sum»
resulta también muy dificultoso para explicar por qué el equivalente
más próximo es algo como «Yo estoy ahí». De acuerdo a Wiredu, el loca-
tivo «ahí» «sería suicida desde el punto de vista de la epistemología y la
metafísica del cogito». En otras palabras, el lenguaje permite que ciertas
ideas sean explicadas, y otras no. Esto no significa, sin embargo, que
la relación entre la filosofía africana y la occidental tenga que terminar
ahí. Como Wiredu ha tratado de demostrar, es posible desarrollar ar-
gumentos autónomos con base en la filosofía africana, no solo sobre o
por qué esta no puede explicar el cogito ergo sum, sino también muchas
ideas alternativas que ella puede expresar y que la filosofía occidental
no puede hacerlo.60
59 En esta área, los problemas son a menudo asociados con el lenguaje, y el lenguaje
es, de hecho, un instrumento clave en propiciar una ecología de saberes. Como un
resultado, la traducción debe operar en dos niveles, el nivel lingüístico y el cultural. La
traducción cultural será una de las tareas más cambiantes afrontadas por los filósofos,
científicos sociales y activistas sociales en el siglo XXI. Abordo esta cuestión con mayor
detalle en Santos, 2004 y 2006a.
60 Véase Wiredu, 1997 y una discusión de su trabajo en Osha, 1999.
61 Sobre la sociología de las emergencias, véase Santos 2004 y 2006a: 87-126.
62 Desde una perspectiva diferente, la ecología de saberes busca la misma complementa-
riedad que el Renacimiento de Paracelso (1493-1541) identificado entre «Archeus», la
voluntad elemental en el germen y el cuerpo, y «Vulcanus», la fuerza natural de la ma-
teria. Véase Paracelso, 1989: 33 y el texto completo en «microcosmos y macrocosmos»
(1989: 17-67). Véase también Paracelso,1967.
58
nocimientos es posible consolidar un valor mayor o un concepto de
compromiso que es incomprehensible para los mecanismos positivistas
y funcionalistas de la ciencia moderna. De tal consolidación se desa-
rrollará una nueva capacidad para la maravilla y la indignación, capaz
de fundamentar una nueva teoría y práctica, no conformista, desesta-
bilizadora, y de hecho rebelde.
Lo que está en juego es la creación de un pronóstico activo basado
en la riqueza de la diversidad no canónica del mundo y de un grado de
espontaneidad basado en el rechazo para deducir el potencial desde
lo actual. En este sentido, los poderes constituidos cesan de ser un
destino y pueden ser confrontados de forma realista con poderes cons-
tituyentes. El asunto es, entonces, desfamiliarizar la tradición canónica
de las monoculturas del conocimiento, políticas y derecho, sin pararse
ahí, como si esa desfamiliarización fuese la única familiaridad posible.
La ecología de saberes es una epistemología desestabilizadora hasta
el punto que se compromete en una crítica radical de las políticas de
lo posible sin el rendimiento a una política imposible. Para la ecolo-
gía de saberes no es central la distinción entre estructura y agencia,
como es el caso de las ciencias sociales, sino la distinción entre acción
conformista y lo que yo he propuesto llamar acción-con-clinamen.63 Ac-
ción conformista es la práctica rutinaria, reproductiva y repetitiva que
reduce el realismo a lo que existe y precisamente porque existe. Para
mi noción de acción-con-clinamen tomo prestado de Epicuro y Lucrecio
el concepto de clinamen, entendido como el inexplicable «quiddam» que
altera las relaciones de causa y efecto, lo que es lo mismo, la capacidad
de desviación atribuida por Epicuro a los átomos de Demócrito. El cli-
namen es lo que hace que los átomos dejen de aparecer como inertes y
sean vistos con un poder de inclinación, un poder creativo, eso es, un
poder de movimiento espontáneo (Epicuro, 1926; Lucrecio, 1950).64 A
diferencia de lo que sucede en la acción revolucionaria, la creatividad de
la acción-con-clinamen no está basada en una ruptura dramática sino
en un viraje o desviación leve cuyos efectos acumulativos inciden posi-
blemente en las combinaciones complejas y creativas entre los átomos,
por lo tanto también entre seres vivos y grupos sociales.65
59
El clinamen no rechaza el pasado; por el contrario, asume y redime el
pasado al tiempo que se desvía de él. Su potencial para un pensamiento
posabismal reside en su capacidad para cruzar las líneas abismales. El
acontecimiento de la acción-con-clinamen es en sí mismo inexplicable.
El rol de una ecología de saberes al respecto será necesariamente iden-
tificar las condiciones que maximizan la probabilidad de tal aconteci-
miento y, al mismo tiempo, definir el horizonte de posibilidades dentro
de las cuales el viraje «operará».
La ecología de saberes está constituida por sujetos desestabiliza-
dores, individuales o colectivos, y es, al mismo tiempo, constitutiva
de ellos. Eso es, una subjetividad dotada con una especial capacidad,
energía, y voluntad para actuar con clinamen. La construcción social
de tal subjetividad debe suponer experimentar con formas excéntri-
cas o marginales de sociabilidad o subjetividad dentro y fuera de la
modernidad occidental, esas formas que han rechazado ser definidas
según criterios abismales.
Conclusión
La construcción epistemológica de una ecología de saberes no es
tarea fácil. Como conclusión propongo un programa de investigación.
Podemos identificar tres grupos principales de preguntas. Estas están
relacionadas con la identificación de saberes, con los procedimientos
para relacionar unos y otros, y con la naturaleza y evaluación de las in-
tervenciones del mundo real posibilitadas por ellos. La primera pregunta
da lugar a una serie de cuestiones que han sido ignoradas por las epis-
temologías modernas del Norte global: ¿Desde qué perspectiva pueden
ser identificados los diferentes saberes? ¿Cómo puede el conocimiento
científico ser diferenciado del conocimiento no científico? ¿Cómo po-
demos distinguir entre los varios conocimientos no científicos? ¿Cómo
distinguir el conocimiento no occidental del conocimiento occidental?
Si existen varios saberes occidentales y varios saberes no occidentales,
¿cómo distinguimos entre ellos? ¿Cuál es la configuración de los cono-
cimientos híbridos que mezclan componentes occidentales y no occi-
dentales?
La segunda dimensión para investigar da lugar a las siguientes pre-
guntas: ¿Qué tipos de relaciones son posibles entre los distintos sa-
beres? ¿Cómo distinguir inconmensurabilidad, incompatibilidad, con-
tradicción y complementariedad? ¿De dónde viene la voluntad para
traducir? ¿Quiénes son los traductores? ¿Cómo elegir los compañeros
y los asuntos para la traducción? ¿Cómo formar decisiones comparti-
60
EPISTEMOLOGÍA FEMINISTA:
Diana Maffía
Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género
Universidad de Buenos Aires
Introducción
1.Las mujeres como sujeto de la ciencia
2.Las mujeres como objeto de la ciencia
3.Género y ciencia
4.Feminismo, postmodernismo y postcolonialismo
Introducción:
Aunque la ciencia -tanto en su acepción antigua de conocimiento racional teórico, como en la
moderna ilustrada basada en la confrontación experimental de los datos- ha sido una empresa
casi exclusivamente masculina, siempre se ha ocupado de las mujeres como objeto de sus
investigaciones. Y el resultado ha sido invariablemente una justificación para negar nuestra
capacidad de pensar, y con ello de participar en los aspectos más valorados de la vida pública
(la ética, la política, el conocimiento, la justicia).
La expulsión de las mujeres en la ciencia (como en las otras construcciones culturales
humanas) tiene un doble resultado: impedir nuestra participación en las comunidades
epistémicas que construyen y legitiman el conocimiento, y expulsar las cualidades
consideradas “femeninas” de tal construcción y legitimación, e incluso considerarlas como
obstáculos. No sólo las mujeres, por cierto, han quedado fuera de estas comunidades. Muchas
masculinidades subalternizadas por una subjetividad hegemónica también fueron expulsadas
(no hay más que pensar en varones indígenas y afrodescendientes para comprobarlo)
(MAFFÍA, 2005 a).
Así, el conocimiento que se erige como principal logro humano y como visión universal y
objetiva del mundo, expresa el punto de vista que las feministas llamamos “androcéntrico”: el
del varón adulto, blanco, propietario, capaz. Las propias instituciones que estos varones crean,
legitiman y justifican la falta de condiciones indispensables del resto de los sujetos para
participar en ellas: nos niegan racionalidad, capacidad lógica, abstracción, universalización,
objetividad, y nos atribuyen condiciones a las que les restan cualquier valor epistémico:
subjetividad, sensibilidad, singularidad, narratividad (MAFFÍA, 2005 c).
Así, es difícil ver la relación entre las mujeres y la ciencia de otro modo que como una
conjunción forzada de dos categorías definidas históricamente (por el pensamiento patriarcal)
para no unirse. La construcción cultural de la ciencia hace de ella una empresa con ciertas
características determinadas, que superpuestas a la construcción social de los géneros dan el
resultado bastante obvio de que se trata de una empresa masculina.
Quizás uno de los motivos que explican que a casi veinte años del desarrollo de la
epistemología feminista, sus críticas no hayan penetrado suficientemente las comunidades
científicas, sea que es vista como una ideología o una crítica social por fuera de los métodos
legitimados por la ciencia misma para evaluar conocimientos. En lo personal, creo que la
ciencia debe considerarse en su doble aspecto de proceso y producto, y que ambos son
sexistas. Hay un sexismo, que ha sido brillantemente señalado por muchas epistemólogas, en
las teorías científicas (producto); hay otro en la composición y exigencias de pertenencia y
méritos, en las comunidades científicas (proceso). El desafío del feminismo consiste en
mostrar el vínculo entre ambos, y señalar que una mayor apertura en las comunidades
conducirá, si no a un cambio radical en el conocimiento, al menos a una ciencia menos
sesgada (y por lo tanto, si se desea, más genuinamente “universal” si apelamos a los propios
objetivos de la ciencia misma). Este vínculo respaldaría las exigencias políticas del
feminismo, más allá de la cuestión jurídica de la igualdad de oportunidades y de trato.
Sin embargo y a pesar de tantos obstáculos, debe admitirse que desde sus inicios la ciencia ha
hablado de las mujeres, y que algunas (escasas) mujeres han participado de las actividades
científicas. Estos dos modos de inclusión de las mujeres en la ciencia (como objeto y como
sujeto de la misma) deben ser explicados en los estudios de género. Comenzaremos por el
papel de las mujeres como sujeto de conocimiento, tomando la ciencia como paradigma.
El ideal moderno de desarrollo científico ha sufrido en la segunda mitad del siglo XX duros
embates por parte de la sociología y la historia de la ciencia. Particularmente a partir de los
años '70, la supuesta neutralidad de los saberes fue puesta en duda a la luz de una lectura
política del cientificismo, releído como una actitud conservadora de defensa de los privilegios
del statu quo. La sociología del conocimiento sacó a la luz la clase social, color y raza -con
sus correspondientes intereses ideológicos- de los científicos, y la historia de la ciencia hizo
porosa la evolución de las teorías, poniendo el acento en la ciencia como proceso y actividad
más que en el producto de tal actividad. Sacar el quehacer científico de la abstracción y
encarnarlo en tiempo y espacio, situó tal saber en coordenadas de convivencia con múltiples
valores que lo influían y se dejaban influir por la ciencia.
Pero aún los más agudos análisis del sesgo ideológico o valorativo que el investigador
imprime a su producto, en los comienzos de la sociología del conocimiento ni siquiera rozan
la cuestión del sexismo en la ciencia. Inexorablemente, sin embargo, el avance del
movimiento feminista, el creciente (aunque insuficiente) número de mujeres científicas y la
crítica filosófica a la ciencia han confluido con el desarrollo de la historia de la ciencia hecha
por mujeres. Hay que pensar que la década del '70 también es la del feminismo político, el
afianzamiento de las mujeres en las universidades (a la que sólo se les permitió el acceso a
fines del siglo XIX), y a los programas de doctorado (a partir de los '60). Es desde estas
posiciones de autoridad discursiva que las mujeres han empezado a construir su propia
historia, también como científicas (SCHIEBINGER, 1987).
La historia (y la filosofía) de mujeres en ciencia es una disciplina relativamente reciente, pero
podemos ya distinguir diversos abordajes conceptuales: el primero procura echar luz sobre
aquellas mujeres cuyas contribuciones científicas han sido negadas por las corrientes
dominantes de historia de la ciencia. El segundo complementa el anterior, analizando la
historia de la participación de las mujeres en las instituciones de la ciencia, especialmente
enfocando el limitado acceso de las mujeres a los medios de producción científica y el status
dentro de las profesiones. El tercero se interesa por el modo en que las ciencias (sobre todo
médicas y biológicas) han definido la naturaleza de las mujeres. El cuarto analiza la
naturaleza masculina de la ciencia misma, y procura develar las distorsiones en las mismas
normas y métodos de la ciencia que han producido la ausencia histórica de mujeres de
cualquier rol significativo en la construcción de la ciencia moderna.
Estos abordajes conceptuales, a su vez, pueden encararse desde tres puntos de vista diferentes:
uno conservador que afirma que las mujeres simplemente no pueden hacer ciencia tan bien
como los hombres, que algo en su naturaleza física, psicológica e intelectual las incapacita
para producir ciencia. El segundo, que suele llamarse liberal, ve la ausencia de mujeres en la
ciencia como una cuestión de acceso a la educación y el empleo, y propugna la integración de
las mujeres a través de medidas de acción afirmativa. El tercero, un punto de vista radical ,
sostiene que no es suficiente para las mujeres ser científicas si la ciencia va a continuar como
hasta el presente: la tarea de abrir la ciencia a las mujeres debe estar acompañada de una
disposición al cambio. La pregunta que se hace desde esta postura radical es: ¿deben las
mujeres moldear sus valores y métodos para acomodarse a la ciencia, o la ciencia moldeará
sus métodos y prácticas para acomodarse a las mujeres? (HARDING, 1986)
El primero de los abordajes señalados, el que consistía en echar luz sobre las contribuciones
de las mujeres a la ciencia, es el que tiene más relación con la historia de mujeres. Y aunque
la historia de mujeres en ciencia, como disciplina, es un fenómeno de mitad de los '70, la
cuestión de la presencia de las mujeres en las diversas disciplinas no es nueva. Hoy se puede
observar un avance teórico importante, que se inició con la recolección enciclopédica de
figuras del pasado, el análisis sociológico de la situación de las mujeres en el sector científico
y tecnológico, la producción de biografías y autobiografías que permitieron evaluaciones
cualitativas, sobre todo de las barreras informales para el avance de las mujeres, hasta los
estudios mucho más sofisticados producidos por las historiadoras de la ciencia recientemente.
Si vamos a reseñar la actividad de las mujeres en ciencia, debemos tener en cuenta que cada
una de estas modalidades tiene aportes positivos y riesgos.
Muchos de los trabajos sobre mujeres científicas encajan en el molde de "historia de grandes
hombres", sólo sustituyendo mujeres por hombres. Estos estudios biográficos ubican los
logros de Marie Curie, por ejemplo, dentro del mundo masculino, demostrando que las
mujeres han hecho contribuciones importantes a la corriente principal de la ciencia. Sin
embargo el enfoque reposa sobre la mujer como excepcional, la mujer que desafía las
convenciones para reclamar una posición prominente en un mundo esencialmente masculino.
Uno de los problemas con este enfoque de la historia es que retiene las normas masculinas
como medida de excelencia. Podríamos ubicar estos trabajos dentro de las proclamaciones del
"feminismo de la igualdad" . Las teóricas de esta corriente del feminismo elaboraron la
distinción entre sexo y género (el sexo como lo biológico, el género como la forma cultural de
la que se lo reviste en cada momento histórico-social) en un esfuerzo por minimizar la
polarización entre masculino y femenino. No hay diferencias biológicas sino culturales, que
reducen a la mujer al ámbito de las emociones y dificultan su acceso a la esfera objetiva (y en
ella a la ciencia). Las feministas de la igualdad han tenido éxito en hacer retroceder la forma
de discriminación explícitamente basada en el género, pero hoy subsiste el control social bajo
formas de discriminación más sutiles.
El problema del sexismo en ciencia no ha sido sólo, ni principalmente, el de establecer
diferencias entre hombres y mujeres, sino fundamentalmente la jerarquización de esas
diferencias, siempre desventajosas para el mismo género y que dio respaldo a una desigual
repartición de los roles sociales. Ser feminista, por lo tanto, no implica necesariamente negar
la diferencia aceptando la jerarquización, sino que podría denunciarse el sexismo (y esto hace
principalmente el feminismo de la diferencia) desde la preocupación por echar luz a las
características de la naturaleza femenina, y la atención puesta en una nueva forma de
valoración diferente a la que la cultura patriarcal impuso sobre esas características.
Las mujeres no sólo son discriminadas sino también segregadas: marginadas a tareas
rutinarias y lejos de la creatividad teórica. Las excepciones funcionan como una advertencia
de que no hay barreras si nos esforzamos lo suficiente, y ayudan a preservar la institución
científica sin cambios. No basta ser historiadora o escribir sobre mujeres para que nuestros
escritos sean feministas. El género biográfico en ciencia puede ser profundamente
conservador, y aún reaccionario, si no está alentado por un compromiso para promover los
valores de las mujeres como un aspecto esencial de la experiencia humana y para luchar por
una nueva visión de la ciencia que pueda incorporar esos valores.
Un ejemplo en esta última dirección lo ofrece Evelyn Fox Keller (FOX KELLER 1987) en su
inteligente y sutil biografía sobre la premio Nóbel Bárbara McClintock, en la que describe la
vida de esta científica como una dualidad de éxito y marginalidad. Mientras el éxito afirma su
legitimidad como científica, su marginalidad nos da la oportunidad de examinar el papel y el
destino del/la disidente en el desarrollo del conocimiento científico. Fox Keller nos transmite
el sentimiento de marginación que la misma McClintock conserva, aún después de haber sido
laureada por su descubrimiento de la trasposición genética (el descubrimiento de que los
elementos genéticos pueden moverse de una forma aparentemente coordinada y pasar de un
puesto cromosómico a otro). McClintock se considera marginada del mundo de la biología
moderna, no por ser mujer sino por ir contra la corriente, filosófica y metodológicamente.
Fox Keller trata de aislar las concepciones que tenía McClintock sobre la naturaleza, la
ciencia y la relación entre mente y naturaleza. Procura mostrar tal concepción no como una
desviación de la concepción convencional, sino en su propia coherencia interna. Y en su
núcleo advierte un respeto a la diferencia y a la complejidad que tiene consecuencias para la
cognición y la percepción. McClintock cree que centrarse primordialmente en clases y
números anima a quien investiga a pasar por alto la diferencia, a llamarla "una excepción, una
aberración, algo que contamina".
Ver algo que aparentemente no se adecúa significa para McClintock un desafío para encontrar
el modelo multidimiensional más amplio en el que sí se adecúe. Los granos anómalos de maíz
no evidenciaban el desorden o la ausencia de ley, sino un sistma de orden más amplio, que no
se puede reducir a una sola ley. La diferencia invita a una forma de compromiso y
entendimiento en que lo individual sea preservado.
Como dice Nelly Schnaith "No se trata de hacer un alegato por lo irracional, de alentar una
entronización pseudoreflexiva de la categoría de misterio. Pero tampoco conviene restar
importancia al velo que cubre nuestras más avanzadas incógnitas. Por eso /.../ se les hace
justicia incluyéndolas en la perspectiva del pensar y del saber no como un límite del
pensamiento y del conocimiento sino como una de sus fuentes" (SCHNAITH 1990)
No se trata de sustituir una estrechez mental por otra, ni de complementar perspectivas
masculinas y femeninas, sino más bien de una transformación de las categorías mismas de
masculino y femenino, de mente y naturaleza. Buscando así una ciencia que permita la
multiplicidad, la supervivencia productiva de diversas concepciones del mundo y sus
correspondientes estrategias.
Una variante muy interesante del trabajo de epistemólogas e historiadoras de la ciencia es el
estudio de la mujer, ya no como sujeto de la ciencia sino como objeto. El modo en que la
ciencia ha descripto a las mujeres, lo femenino y la sexualidad, no tiene desperdicio. Sobre
todo las ciencias biomédicas nos han dicho cómo ser, cómo gozar, cómo parir, cómo sentir,
cómo (no) pensar, cómo enfermar y cómo morir. Todavía hoy nos cuesta vincularnos con
nuestro cuerpo sin su mediación. El trabajo crítico en este terreno ha permitido revisar teorías
muy sólidamente establecidas y que influyen en la vida cotidiana de las mujeres tanto como
en la determinación de su lugar social, político y jurídico.
Variantes del trabajo histórico y filosófico realizado por feministas, que nos han aportado y
nos seguirán aportando datos relevantes para ampliar la posibilidad de las mujeres de elegir la
ciencia y el conocimiento como proyecto de vida.
3. Género y Ciencia
Las contribuciones del feminismo a la epistemología son del último cuarto del siglo XX,
relativamente escasas en comparación con otros temas, y hay entre las pensadoras feministas
puntos de vista divergentes y hasta contradictorios sobre problemas centrales. Debemos
considerar por lo tanto dos tipos de diferencias: la diferencia de la perspectiva feminista en
relación al conocimiento tradicional, y la diferencia entre diversas posiciones feministas. Con
influencias de corrientes tradicionales de la filosofía, tanto analítica como continental,
diversos grados de sensibilidad a la crítica posmoderna y diversas posturas políticas
(elementos no siempre congruentes entre sí y con el feminismo) se abordan problemas
tradicionales como la objetividad y la justificación del conocimiento, poniendo atención en el
sujeto que lo produce.
Los hallazgos epistemológicos más fuertes del feminismo reposan en la conexión que se ha
hecho entre 'conocimiento' y 'poder'. No simplemente en el sentido obvio de que el acceso al
conocimiento entraña aumento de poder, sino de modo más controvertido a través del
reconocimiento de que la legitimación de las pretensiones de conocimiento está íntimamente
ligada con redes de dominación y de exclusión.
Evelyn Fox Keller y Helen Longino (KELLER & LONGINO 1996) señalan que hasta los '60
el punto de vista dominante de las ciencias era que el conocimiento científico consistía en
razonamiento lógico aplicado a datos observacionales y experimentales adquiridos por
métodos valorativamente neutros e independientes del contexto. Se creía también que la
aplicación de métodos científicos en el desarrollo del conocimiento de la naturaleza resultaría
en una explicación simple, unificada, de un mundo objetivo y determinado. En los '60, sin
embargo, el trabajo de muchos historiadores de la ciencia y filósofos de la ciencia de
mentalidad histórica (como Kuhn (KUHN 1962-1970), Feyerabend y Hanson) cambió
decisivamente esa visión. La observación científica, argumentaban, nunca es inocente, sino
que está siempre e inevitablemente influida por compromisos teóricos. Más aún, el desarrollo
del conocimiento científico no puede entenderse como una cuestión de acumulación, como la
adición de más detalles o más sofisticación teórica a una base estable. La estabilidad misma es
temporaria, está sujeta a periódicas rupturas en el curso de lo que Kuhn llama 'revoluciones
científicas'.
Helen Longino (LONGINO 1993) nota los paralelos entre los argumentos feministas y las
tendencias recientes en la filosofía crítica de la ciencia. Ambas convergen en la conclusión de
que no hay posición de sujeto pura o incondicionada. Longino argumenta que tal
reconocimiento requiere reconcebir el conocimiento como social, esto es, como el producto
de interacciones sociales entre miembros de una comunidad y de interacciones entre ellos y
los objetos de conocimiento implicados, antes que una cuestión de interacciones sólo entre un
sujeto individual y los objetos a conocer. La objetividad revisada debe involucrar no sólo
reconcebir las relaciones de los individuos con el mundo que buscan conocer, sino articular
apropiadas estructuras y relaciones sociales para los contextos de investigación dentro de los
cuales se persigue el conocimiento.
Cuando vinculamos género y ciencia, nos interesa discutir en especial las estrategias
metodológicas que permitan una reconstrucción feminista de la ciencia, no sólo del papel de
las mujeres como sujetos de producción de conocimientos, sino de los sesgos que el género
imprime al producto, a la teoría científica. Desocultar -sería la tarea-, quitar el velo que
esconde el sexo (masculino) de la ciencia. Precisamente este es el mérito principal de Londa
Schiebinger (1993): describir cómo los padres de la ciencia moderna incorporaron sus
prejuicios (no sólo de género, sino también de clase y raza) en sus investigaciones sobre la
ciencia y la historia natural; explorar el modo en que la raza, el género y la clase han dado
forma a las clasificaciones y descripciones científicas no sólo acerca de humanos sino también
de plantas y animales; mostrar cómo los científicos, como miembros privilegiados de la
sociedad, construyen imágenes y explicaciones de la naturaleza que refuerzan sus propios
lugares y valores culturales.
Hablar de una reconstrucción feminista de los saberes científicos es hablar de una
reinterpretación desde la perspectiva de género, y del aporte que desde ella pueda hacerse para
la emancipación de las mujeres. Para ello concebiremos la ciencia como una construcción por
parte de una comunidad, en la que influyen otras variables sociales además de los parámetros
disciplinarios, y cuyo producto no debe ser confinado para su estudio al desarrollo dentro de
la comunidad científica. Deben analizarse motivaciones y consecuencias del ejercicio de la
ciencia, la intervención de intereses no reducidos al impulso epistémico, los sesgos no visibles
por formar parte de los valores compartidos por la comunidad científica.
El científico (o la científica) son sujetos atravesados por determinaciones de las que no es
posible desprenderse, que es necesario reconocer, y que se vinculan a un sistema social más
amplio. Entre estas determinaciones, dirán las feministas, se encuentra el 'género' (es decir, la
interpretación que cada grupo social hace de las diferencias sexuales, los roles sociales
atribuidos en razón de este género, y las relaciones establecidas culturalmente entre ellos). Y
el desafío es demostrar de qué modo en el producto del trabajo de esta comunidad, producto
que ha pasado los controles intersubjetivos que asegurarían su neutralidad, se instala el
sexismo como un sesgo fortísimo.
Una historia internalista que meramente señale el progreso de una disciplina desde su
constitución hasta su expresión más refinada, difícilmente recoja los criterios que influyen
para integrar o modificar los contenidos de una teoría científica. Analizar la ciencia como un
producto humano, ponerla en su contexto social de producción, parece un camino obligado
para una historia de la ciencia que se proponga develar los modos sutiles en que los sesgos de
género han desviado a las mujeres de sus propósitos de conocimiento.
Es indiscutible, entonces, que tal reconstrucción debe ser externalista. La ciencia como objeto
de conocimiento y su reconstrucción se transforman en una tarea que necesariamente
resquebraja los límites académicos de la disciplina histórica. Tarea transdisciplinaria y
extremadamente compleja, plena de presupuestos filosóficos que deben ser discutidos,
complicada por cuestiones de psicología y sociología del conocimiento, encuentra sin
embargo en el feminismo expositoras notables entre las teóricas recientes.
El sesgo sexista de la ciencia no sólo proviene de que aún hoy las mujeres están bastante
ausentes de su construcción teórica y de que sus productos han generado una imagen de la
naturaleza femenina que contribuyó a su confinamiento social. También influye el papel
significativo que las políticas de género han jugado y juegan en la construcción de
conocimientos supuestamente neutrales y que el modelo de sujeto que la ciencia prescribe
contribuye a ocultar.
Una de las estrategias de la epistemología feminista para desarticular la aparente neutralidad
del investigador y develar el modo en que los intereses se filtran en la construcción de teorías
científicas, es el análisis del lenguaje de la ciencia. Se discute entonces su transparencia, su
aparente referencialidad directa, para mostrar en especial el uso de metáforas. Al desarticular
las metáforas usadas por científicos, quedan de manifiesto las analogías que revelan no sólo la
asunción acrítica sino incluso el refuerzo de ciertos valores sociales predominantes. Cuando
esos valores implican relaciones opresivas entre los géneros, la ciencia se pone al servicio del
control social.
Las metáforas sexuales no son ajenas a la ciencia. Es más, son propias del surgimiento de la
ciencia moderna, y de la meta-ciencia, ya que definen también la relación de la mente con el
mundo, de la ciencia con la naturaleza, y del dominio del conocimiento científico. A veces de
maneras sutiles, como cuando se llama "duras" a las ciencias más objetivas por oposición a
las "blandas" más subjetivas, en que implícitamente estamos invocando una metáfora sexual
en la que "dura" es masculino y "blanda" es femenino.
El lenguaje de la ciencia no es neutral. Se filtran en él valores y no es meramente descriptivo.
Por otro lado, tampoco es literal. Las metáforas rompen la ilusión de la mente científica como
espejo de la naturaleza. Cuando las metáforas tienen connotaciones sexuales, se filtra en la
aparente neutralidad de la ciencia, a través de diversos períodos, una persistente ideología
patriarcal.
En los años '70, las feministas introducen el concepto de "género" como una categoría
analítica, diferente del sexo biológico, que alude a las normas culturales y expectativas
sociales por las que machos y hembras biológicos se transforman en varones y mujeres.
Aunque a veces se omite (Simone de Beauvoir decía que "una no nace mujer, sino que llega a
serlo") conviene recordar que tampoco se nace varón. La ideología de género afecta a ambos,
pero influye de modo diferente, creando en los varones la convicción de que sus experiencias
expresan la humanidad (el "hombre" en sentido universal), mientras las de las mujeres
aparecen, incluso para sí mismas, como lo otro o lo diverso, la "diferencia".
La ideología de género no sólo genera estereotipos que afectan a varones y mujeres
individuales, también organiza nuestro mundo natural, social y cultural, generando estructuras
de interpretación incluso en ámbitos donde varones y mujeres no están presentes. A este rasgo
producido por las creencias culturales y no por los genes, lo llama Evelyn Fox Keller
(KELLER, 1991) "trabajo simbólico del género". En la epistemología feminista comienza a
usarse el concepto de género a fin de los ''70, cuando el acceso (bien que tardío) de las
mujeres a los ámbitos de educación superior permitió analizar los efectos de esta
incorporación, y mostró que no alcanzaba con tomar esferas tradicionalmente masculinas,
"añadir mujeres y batir" (KELLER, 1996).
Las imágenes tradicionales de género modelan el conocimiento científico de tal manera que
ciertos recursos cognitivos, emocionales y humanos que se han tildado de "femeninos" se han
perdido para la ciencia, o han sido excluidos. La ideología de género, así, no sólo debilita y
constriñe a las mujeres sino que también debilita y constriñe a la ciencia. Si analizamos con
esta óptica la historia de la ciencia, veremos que desde la modernidad se establecen
categorías que funcionan como definiciones muy básicas y son a la vez definidoras del género
(mente/naturaleza, racional/intuitivo, objetivo/subjetivo, etc). Y se observa el uso de
metáforas de género para definir una postura adecuadamente científica o para distinguir la
buena ciencia de la mala.
"Está suficientemente claro -dice KELLER, 1996- que la consideración de la mente como
activa y masculina, y de la naturaleza como pasiva y femenina, o de la objetividad y la razón
como rasgos masculinos, y de la subjetividad y el sentimiento (o intuición) como rasgos
femeninos, favorecen la exclusión de las mujeres de la ciencia, pero -y esta es la pregunta
importante desde la perspectiva de la ciencia- ¿qué efecto, si lo hay, tiene sobre la práctica
científica?" Esto significa preguntar qué efecto tiene la ideología de género que se desprende
del uso de las metáforas de género, sobre la ciencia misma. La pregunta encierra un
presupuesto, y es que el lenguaje utilizado influye en la representación cognitiva, y no sólo la
expresa.
Muchos filósofos y científicos no aceptan esta posición, al menos no para el lenguaje
científico (aunque podrían presentarse influencias de este tipo en discusiones meta-
científicas). El lenguaje de la ciencia representaría para ellos literalmente la realidad de la
naturaleza. Es precisamente esta literalidad la que diferencia el lenguaje de la ciencia del de la
literatura, y la que lo defiende de vaguedades e imprecisiones del lenguaje ordinario.
Quine, por ejemplo, sostiene que la metáfora es un requisito para la adquisición y el
aprendizaje del lenguaje, y que es un error pensar que el uso lingüístico común tiene un
carácter literal en su cuerpo principal y un carácter metafórico en sus adornos, pero preserva
sin embargo la literalidad de la ciencia: "El discurso congnoscitivo en su más cruda literalidad
es más bien, en gran medida, un refinamiento característico de los limpiamente cultivados
recintos de la ciencia. Es un espacio abierto en la jungla tropical, creado desembarazándolo de
tropos". Un ejemplo dado por el propio Quine: "La teoría molecular de los gases surgió como
una ingeniosa metáfora: la comparación de un gas con un vasto hormigueo de cuerpos
absurdamente pequeños. La metáfora resultó ser tan justa que fue declarada literalmente
verdadera , y se convirtió de inmediato en una metáfora muerta; los minúsculos cuerpos
fantaseados fueron declarados reales, y el término 'cuerpo' se extendió para abarcarlos"
(QUINE, 1978, subrayado mío). Sólo que Quine reserva el uso de metáforas para la frontera
filosófica de la ciencia, en épocas de cambios o crisis. Una vez aceptado el nuevo orden, se
abandonan las viejas metáforas y las nuevas "se declaran" literales.
Cuando las metáforas usadas en ciencia tienen connotaciones sexuales (y hay muchas
metáforas de este tipo), se filtra en la aparente neutralidad de la ciencia una persistente
ideología patriarcal. Pero si no vamos a rechazar el uso metafórico en ciencia, con los
presupuestos que arrastre, sino que sólo vamos a evaluarlo por su valor heurístico, lo que
debemos discutir es que este punto de vista androcéntrico -amén de perjudicar a las mujeres-
perjudica y empobrece a la ciencia misma.
Gemma Corradi Fiumara (FIUMARA, 1994) parece ir más allá, y señalar un estereotipo de
género en la misma aceptación o no de metáforas en ciencia. Por ejemplo, todavía no sabemos
cómo la metaforicidad se ha vuelto una 'metáfora' para toda dinámica no-literal de lenguaje
que se desarrolla fuera del vocabulario homogéneo de cualquier disciplina normal (en el
sentido kuhniano de 'ciencia normal'). Etimológicamente, el significado de 'metáfora' es
quizás más cercano al aspecto metabólico de nuestra vida orgánica. 'Metaforizar' significa
llevar un término más allá del lugar al que pertenece y así ligarlo con un contexto de otro
modo ajeno a él. A modo de una primera aproximación se podría sugerir que el lenguaje
literal puede referirse a algún vocabulario intra-epistémico mientras los usos no-literales del
lenguaje refieren a usos hermenéuticos inter-epistémicos.
Aceptar el uso metafórico, entonces -dice Fiumara-, supondría abandonar una relación sujeto-
objeto de separación por una de interrelación. Y en la teoría feminista esto está asociado con
la influencia de la psicogénesis masculina y femenina, y su influencia en los modos de
conocimiento canónicos en ciencia. Pero hay en los últimos años varios cambios en nuestro
discurso filosófico, ya no empezamos desde el lenguaje teórico como si las condiciones de
vida antecedentes fueran irrelevantes para su desarrollo .
Else Barth apunta críticamente que mucha de nuestra filosofía opera cognitivamente en un
estilo social-solipsístico 'en el cual los objetos físicos parecen ser de importancia como tales
pero donde no ocurre, o no es tomado en consideración , ningún contacto verbal u otro signo
de contacto entre humanos'.(BARTH 1991)
Conversamente, la investigación de Corradi Fiumara fue inspirada por una perspectiva sobre
la vida y el lenguaje que supone su recíproca interacción. "Cualquier concepto de la vida o del
lenguaje que no de cuenta de su interconexión -dice- probablemente no producirá más que
artefactos superfluos; éstos tienen poco que ofrecer a una cultura filosófica incipiente que
persigue la búsqueda de un lenguaje capaz de comunicación inter-epistémica. De hecho, si
pudiéramos no confiar más en la ubicación de un punto de partida arquimediano, entonces
podríamos optar más humildemente por una lógica de interdependencias".
Si nos resultara exagerada la afirmación de Fiumara, para quien la idea misma de literalidad
se corresponde con la psicogénesis masculina, siendo la metáfora una invitación a la
vinculación, propia de la psicogénesis femenina, podríamos revisar una expresión que parece
apoyar la idea de que el miedo a la metáfora y la retórica en la tradición empírica es un miedo
al subjetivismo -un miedo a la emoción y la imaginación, tradicionalmente asociadas a lo
femenino por oposición a la razón masculina. En 1666 afirma Samuel Parker "Todas aquellas
Teorías Filosóficas que son expresadas sólo en Términos metafóricos, no son Verdades reales,
sino meros productos de la Imaginación, vestidos ... con unas pocas palabras huecas llenas de
lentejuelas... Cuando sus disfraces extravagantes y lujuriosos entran en la Cama de la Razón,
... la profanan con Abrazos impúdicos e ilegítimos" (Censura Libre e Imparcial de la
Filosofía Platónica, citado por LAKOFF & JOHNSON 1980)
El uso de metáforas prefigura dos modos diferentes de concebir la relación de conocimiento:
como amor y como poder. Modos de hablar que a la vez expresan y refuerzan dos modelos de
construcción de la ciencia diferentes. Porque como dicen Lakoff y Johnson, la metáfora es
primariamente una cuestión de pensamiento y acción, y sólo derivadamente una cuestión de
lenguaje. Afirman que la verdad siempre es relativa a un sistema conceptual, y que cualquier
sistema conceptual humano es en muy gran medida de naturaleza metafórica.
Se oponen así a lo que llaman "el mito del objetivismo", al que consideran particularmente
pernicioso porque no sólo da a entender que no es un mito, sino que hace tanto de los mitos
como de las metáforas objetos de desprecio y desdén. Esta oposición, por si hiciera falta
aclararlo, no supone la aceptación de un subjetivismo radical, sino lo que estos autores llaman
la "alternativa experiencialista". Que la verdad es relativa a un sistema conceptual significa
que se basa en nuestras experiencias y las de otros miembros de nuestra cultura y está siendo
constantemente puesta a prueba por ellas en nuestras interacciones diarias con otras personas
y nuestro ambiente físico y cultural.
Para Lakoff y Johnson, el poder de la metáfora es que pueden crear realidades, especialmente
realidades sociales. Una metáfora puede así convertirse en guía para la acción futura. Estas
acciones luego se ajustarán a la metáfora. Esto reforzará a su vez la capacidad de la metáfora
de hacer coherente la experiencia. En este sentido, las metáforas pueden ser prefecías que se
cumplen.
Un ejemplo paradigmático del funcionamiento de las metáforas en ciencia, que tiene relación
directa con el género, se refiere al modo en que los biólogos estudiaron el proceso de
fertilización (lo analiza KELLER, 1996). Hasta épocas muy recientes, la célula masculina se
describía como "activa", "fuerte" y "autopropulsada", capaz de "penetrar" al óvulo, al cual
entrega sus genes y así "activa el programa de desarrollo". Por el contrario, la célula femenina
es "transportada", y "arrastrada" pasivamente a lo largo de la trompa de Falopio hasta que es
"atacada", "penetrada" y fertilizada por el esperma.
En un artículo de divulgación, destinado a discutir la relación entre lo real y lo imaginable, se
describía así el origen de nuestras vidas: "cualquiera de nosotros procede de un
espermatozoide victorioso de una loca carrera contra centenares de miles de competidores.
Por ello, cada uno de nosotros, improbabilísimo habitante de la realidad, tiene, en el mundo de
lo verosímil, una colosal multitud, no se sabe si envidiosa o compasiva, de fraternales
probabilidades frustradas" (WAGENSBERG, 1998). ¿Cuál es la meta de esa loca carrera? En
este discurso épico masculino, una meta que no permaneciera quieta en su lugar esperando al
victorioso, o que seleccionara por sí misma a los competidores, sería considerada indecorosa.
Se puede objetar que por chocante que nos parezca a las feministas este lenguaje pasivo para
referirse al óvulo, o incluso su desaparición del discurso relevante, si la confrontación con los
datos empíricos corrobora estas descripciones, merecerán seguir perteneciendo al cuerpo de la
biología. Y así fue durante muchos años. Precisamente es algo destacable la consistencia de
los detalles técnicos que confirman esta descripción: el trabajo experimental proporciona unos
razonamientos químicos y mecánicos acerca de la movilidad del esperma, de su adhesión a la
membrana celular y de su capacidad para llevar a cabo la fusión de la membrana. La actividad
del óvulo, en cambio, considerada inexistente, no requiere mecanismo alguno y por lo tanto se
presume que no se produce.
Actividad y pasividad son estereotipos tomados de los modelos culturales de género, que
obstaculizan nuevas hipótesis en ciencia, y refuerzan las barreras para la participación creativa
de otras miradas sobre el saber androcéntrico. No se trata solamente de permitir el ingreso de
mujeres a la ciencia, si ellas serán luego obligadas a no apartarse de las líneas de investigación
dictadas por los estereotipos de pasividad y actividad.
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