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IV Congreso Regional de Historia e Historiografía 2011

Eje: Sociedad, Estado y economía en América Latina (período colonial y mediados del
siglo XIX)

Coordinación: Inés Scarafía. Silvina Vecari

Título de la ponencia:

“Entre la Tribu y el Estado. Estrategias de supervivencia y opciones políticas de los


“oficiales” mocovíes de la frontera norte santafecina a mediados del siglo XIX”*

Autor: Aldo Gastón Green. UNL-FHUC Aldogaston_32@hotmail.com

Introducción

Resulta fácil hallar en los archivos documentales de mediados del S. XIX referencias a
regimientos y oficiales indígenas entre las fuerzas que guarnecían la frontera norte
santafesina. Estos indios pertenecían a las reducciones y la creación de las mismas, como
la formación de estos escuadrones aparecen en general, en los trabajos que las
mencionan, como simple producto de la imposición del Estado como parte de una política
de disciplinamiento tendiente a incorporar a los indígenas de alguna manera, frente a la
creciente necesidad de fuerza de trabajo o de soldados ante las continuas contiendas
bélicas. El funcionamiento de las fuerzas indígenas como auténticos regimientos militares
y de sus jefes como verdaderos oficiales empleados al servicio del Estado suele darse por
descontado.

Este trabajo se propone indagar sobre la organización sociopolítica y las características


del liderazgo entre los mocovíes de la época; sobre las relaciones de estos indígenas
reducidos con el Estado; y, particularmente, sobre la posición de los “oficiales” mocovíes.
Se intenta analizar la relación efectiva de estos indígenas que detentaban cargos militares
con el Estado y con sus propios grupos; sus estrategias de supervivencia, y las
posibilidades que conllevaba la elección abierta entre los intereses de la tribu y los del
Estado, cuando la contradicción entre ambos era tal que esta no podía eludirse.

*Investigación realizada en el marco del CAI+D Orientado ’08 “Alfabetización, lengua y cultura en las comunidades de
la etnia mocoví del centro y norte de la Provincia de Santa Fe: propuesta desde el enfoque (EIB).

1
Las tribus mocovíes.

A mediados del S. XIX, la unidad socio-política básica entre los mocovíes1 del Chaco
meridional era la banda, es decir, el conjunto de unidades familiares-domesticas,
generalmente emparentadas entre sí, que cohabitaban en una “toldería” liderada por un
cacique, y cuyo número de integrantes podía oscilar entre 20 y 70 personas 2. La alianza,
más o menos estable, de varias de estas bandas vinculadas por el parentesco y que
circunstancialmente podían compartir “tolderías” o asentamientos de mayor tamaño,
constituía la tribu, liderada por un cacique general o principal, que no era otro que el más
influyente de los cabecillas o “capitanejos” de los grupos locales que la integraban. Los
contornos de estas agrupaciones mayores, que podían alcanzar las 300 personas, eran
cambiantes, como fluctuantes las alianzas de las bandas que convivían en su interior3.

Si bien existía, claramente, un sentido de pertenencia a una entidad cultural y


lingüísticamente contrastante, los distintos grupos mocovíes no presentaron, a lo largo del
S. XIX, una política unificada frente al Estado, ni frente a otros pueblos indígenas vecinos
como abipones y tobas. Los límites étnicos constituían el marco, no excesivamente rígido,
dentro del cual se producían las alianzas entre las tribus y las bandas; pero eran estas
últimas las que definían de manera autónoma su política interna y externa.

1
Pueblo originario cuyo idioma ha sido clasificado dentro de la familia guaycurú, que comprende varios grupos: tobas,
abipones, mbayas, payaguas, etc. todos habitantes de la región chaqueña en época de la conquista europea.

2
Sobre las sociedades chaqueñas en general; Braunstein, J. “Muchos caciques y pocos indios. Conceptos y categorías
del liderazgo indígena chaqueño”, en Braunstein, J-Meichtry, N. editores “Liderazgo, representatividad y control social
en el gran Chaco” Editorial Universitaria de la U. N. del Nordeste, 2007. Sobre los mocovíes en particular; Citro, Silvia
“La fiesta del 30 de agosto entre los mocovíes de Santa Fe” UBA, 1ra ed. Bs. As. 2006; “Historia cultural”, en Gualdieri,
B-Citro, S. “Lengua, cultura e historia mocoví en Santa Fe” UBA, 1ra ed. Bs. As. 2006. Respecto del n° de familias y
personas que integran una banda; Nesis, F. “Los grupos mocovíes en el S. XVIII” Sociedad Argentina de Antropología,
Bs. As. 2005; que habla de “unidades de desplazamiento”, calcula 6-8 familias de 9 integrantes o mas reducidas (pág
63). Los escritores jesuitas del siglo XVIII y los documentos del siglo XIX permiten corroborar las cifras calculadas en el
texto.

3
La composición de la tribu del cacique Chitalin a mediados del s XVIII, sirve como ejemplo de cómo estaban
estructuradas estas agrupaciones; Chitalin, seguido por tres familias; Etepeglotin, por 8; Quebachin, por 9; Tomas
Capiacain, por 8; Nitiacaiquin, por 6; y Etemgaiquin, por 5 familias. Cada uno de estos grupos de familias constituía una
banda autónoma. El cacique principal de la tribu –en este caso Chitalin –no era necesariamente el cabecilla de la más
numerosa de las bandas aliadas. En Paucke, F. “Hacia allá y para acá. Una estada entre los indios mocovíes” U. N. de
Tucumán. 1942. Este modelo se repite en testimonios del S. XIX. El período de maduración de la algarroba era el
propicio para la reunión de los diversos grupos aliados en asentamientos mas amplios, es decir, para la reunión de la
tribu. (Nesis, F. ob. cit.; Gualdieri-Citro, ob. cit.).

2
Los caciques y “caciquillos” podían alcanzar gran influencia y capacidad de persuasión al
interior de sus propios grupos locales. Sin duda disfrutaban del respeto y la adhesión de
estos, pero no podían dar ordenes; “…la obediencia que los subalternos tributan a los
superiores es puramente nominal si es en tiempos de paz…” escribía el misionero Caloni
en la segunda mitad del siglo XIX. Debían velar por mantener la armonía en la toldería
pero no contaban para ello mas que con su prestigio y palabra: “En efecto –agrega Caloni
–si el cacique que gobierna la toldería quiere reprender a un súbdito por faltas cometidas,
escucha este la reprensión con mucha atención; pero inmediatamente se manda mudar a
otra toldería y se pone bajo la obediencia de otro cacique.”4 El cacique principal de la tribu,
tampoco contaba con un agregado de autoridad sobre los caciques de las bandas aliadas,
pues estos “…si les agrada le obedecen y sinó hacen todo lo contrario…”5

Intentar imponer su criterio de manera violenta no era una política recomendable ya que el
cacique no contaba con el monopolio del derecho al uso de la fuerza física. Si no
respondía a las expectativas de sus adherentes, éstos podían abandonarlo. Aunque las
bandas alcanzaban cierta estabilidad y continuidad en el tiempo, no era difícil que
individuos o incluso unidades familiares, pasaran de una a otra en la que tuvieran también
parientes. Si era la mayoría la que estaba en desacuerdo con el cacique, este podía ser
relegado dentro de su propio grupo.

La posición de cacique podía heredarse de padre a hijo, pero era adquirida con mayor
frecuencia, y en todo caso debía ser convalidada por ciertas cualidades personales.
Generosidad, elocuencia y habilidad en la guerra se señalan como las condiciones de
posibilidad para poder ser cacique en el caso de los mocovíes. 6 Caloni dice que el cacique
principal era “…casi siempre electo por la tribu entera, en ocasión de una reunión general
y después de un hecho de armas gloriosamente consumado…”7 Pero no se trataba de una
posición adquirida de una vez y para siempre; por el contrario, su prestigio y la capacidad
de influir en la política de su grupo estaban continuamente en juego. Esto explica, entre
otras cosas, la actitud que en general adoptaron los caciques al enfrentarse a las

4
Caloni, Vicente. Fr. “Apuntes históricos sobre la fundación del colegio de San Carlos y sus Misiones en la Provincia de
Santa Fe” Imprenta y Librería de Mayo, Bs. As. 1884. pág 83

5
Idem, pág 83.

6
Nesis, F. ob. cit. Gualdieri-Citro, ob. cit.

7
Caloni, V. ob. cit. Pág 83.

3
superiores armas de las fuerzas estatales que realizaron la conquista del Chaco a fines del
S. XIX.8

Influyentes hacia el interior de sus grupos, los caciques, eran los representantes de estos
hacia el exterior. Aunque en los documentos de la sociedad criolla, los que aparecen
haciendo la guerra o acordando la paz, son los caciques, en realidad no eran mas que el
nexo de sus grupos locales con el exterior y no hacían otra cosa que expresar la política
de estos; en toda empresa importante de guerra o paz, dice Caloni: “…es preciso el
consentimiento de su aristocracia, es decir: de aquellos que han manifestado poseer
mejores y buenos consejos en sus empresas…”9 Testimonios de los siglos XVIII y XIX
evidencian también la participación de las mujeres, especialmente de las ancianas, en la
toma de decisiones respecto a la política exterior de los grupos locales.

Si bien Caloni señala que en el campo de batalla la obediencia a los caciques era “ciega y
absoluta” el relato del cacique Pedro José sobre uno de los enfrentamientos que librara en
su juventud10, muestra que aun en medio de la campaña bélica había necesidad de
consensuar las decisiones.

El cuadro que, respecto de la organización social y política de los mocovíes, pinta el padre
Caloni para mediados del siglo XIX es idéntico al que puede reconstruirse a partir de los
relatos de otros misioneros, como Florián Paucke, para el siglo anterior, y nos remite; una
vez que podemos atribuir ciertos términos comunes en esos escritos como “aristocracia”,
“subalternos”, “superiores”, “súbditos”, etc. al bagaje cultural de sus autores; a las
descripciones que la moderna antropología nos brinda sobre la organización y el liderazgo
en este tipo de sociedades.11

8
Beck, H. “Relaciones entre blancos e indios en los territorios nacionales de Chaco y Formosa.1885-1950” Cuadernos
de Geohistoria Regional. Instituto de Investigaciones Geohistóricas. Resistencia, 1994; señala para los caciques
guaycurúes en general que enfrentaron a las fuerzas argentinas que conquistaron el Chaco a fines del s. XIX, que “…La
muerte de los caciques en casi todos sus enfrentamientos se explica por que los mismos ocupaban siempre un lugar en
la primera fila. Jamás dejaban de reclamar para sí el honor de exponer su vida por la tribu…” La opción sencillamente
era perder su posición de cacique.

9
Caloni, V. ob. cit. pág 83.

10
En Aleman, B. “Santa Fe y sus Aborígenes” 2da parte. Junta Provincial de Estudios Históricos, Santa Fe, 1997. pág
223.

11
Clastres, P. “La cuestión del poder en las sociedades primitivas” en: “Investigaciones en Antropología Política” Gedisa
editorial, 1ra. Reimpresión, Barcelona, España, 1996; y desde una perspectiva evolucionista: Service, E. “El hombre en
estado de naturaleza: la sociedad igualitaria” en: “Los orígenes del Estado y la Civilización” Alianza Universidad, 1ra.
Reimpresión 1984.

4
El avance del Estado. Las reducciones mocovíes

Desde mediados del s. XIX los grupos mocovíes; que habían escapado a la dominación
colonial española y resistido los primeros embates de los gobiernos post-revolucionarios,
manteniendo su independencia frente a la sociedad criolla; sufrieron la creciente presión
de parte de un Estado en conformación que contará con medios cada vez más eficaces
para sostener la política de expansión territorial que favorecerá, y al mismo tiempo será
impulsada, en cierta medida, por las posibilidades que irá ofreciendo la articulación
económica de Argentina con Europa.

Al norte de la frontera santafecina, especialmente, esto se tradujo en la realización, por


parte de fuerzas del estado central –sumadas ahora a las provinciales –de campañas
militares y asaltos a “tolderías” que, con sus saldos de indígenas muertos y cautivos,
fueron provocando el gradual retroceso de una frontera que por 300 años había
permanecido casi inmóvil, y la conversión de las antiguas tierras tribales en tierras fiscales.

Los mocovíes derrotados que lograban sobrevivir a las campañas militares iban formando
reducciones en la frontera o agregándose a las ya existentes, en algunos casos desde el
siglo anterior. En éstas, el Estado pondrá en juego diversas estrategias tendientes a lograr
un mayor control sobre ellos, que a su vez desplegaran las suyas, resistiéndose a la
pérdida total de su autonomía. En efecto, el sistema de reducciones no fue el simple
producto de una política del Estado, y el asentamiento de grupos locales y tribus mocovíes
en las mismas no implicaba una subordinación total a este.

Desde el siglo anterior las reducciones se habían revelado como alternativa eficaz ante
los costos y dificultades de una política exclusivamente bélica frente a los mocovíes y otros
pueblos guaycurúes, y el Estado intento implementar en ellas una serie de medidas
tendientes a facilitar la vigilancia y el control de los indios reducidos (establecimiento de
misiones religiosas, tímido impulso de la agricultura, etc.) Bonaudo y Sonsogni12 sostienen
que las políticas de “disciplinamiento” encaradas por el Estado en la segunda mitad del
siglo XIX respondían a la necesidad de lograr que los indios reducidos internalizaran
conductas que permitieran su incorporación a un mercado de trabajo rural, cuyas
demandas crecían al compás de la articulación con Europa. Sin embargo, fueron muy
raras las ocasiones en que se recurrió, en la zona, a la fuerza de trabajo de los indígenas,
y su establecimiento en reducciones en la frontera fue tolerado con dificultad por
estancieros y colonos que elevaban a los gobiernos continuas quejas sobre los
“desmanes” y “abusos” cometidos por ellos. Mientras en 1858, el coronel Du Graty
ordenaba disparar contra todo indio reducido que se alejara demasiado de los terrenos

12
Bonaudo, M. Sonsogni, E. “Cuando disciplinar fue ocupar (Santa Fe, 1850-90)” en Mundo Agrario, Revista de estudios
rurales, n° 1, 2do semestre 2000. Centro de Estudios Histórico Rurales. U. N. de La Plata.

5
que les fueran reservados13; algunos políticos pedían en la década del 70, su reubicación
mas al norte, y el general Obligado llego a plantear su traslado a la Patagonia.14 No era,
por lo tanto, la necesidad de aumentar el número de brazos disponibles para el trabajo en
la zona, la que impulsaba esas medidas de disciplinamiento; sino razones de seguridad en
los territorios que el Estado iba ocupando. Se trataba de controlar a esa población que,
habiendo sobrevivido a las matanzas, mantenía, aun dentro de las reducciones, cierta
hostilidad, constituyendo una amenaza para las estancias y colonias que se alzaban en
sus antiguas tierras. Mas allá de los discursos, lo único que interesaba de los indígenas a
las elites gobernantes, eran sus tierras. Todavía en 1885, el general Obligado recomienda
con toda crudeza a un subordinado no perder “…de vista el objetivo de sus operaciones
que es el de concluir con los mocovíes…”15

Los mocovíes, por su parte, acudían a las reducciones tras negociaciones y tratados con
religiosos u oficiales de frontera, como una forma de eludir las expediciones militares y las
matanzas que éstas producían en las tolderías, conservando al mismo tiempo cierta
autonomía. En las reducciones podían contar, además, con las raciones y regalos del
Estado y rehacer sus fuerzas. Desde la primera mitad del siglo, el estado mantuvo, aunque
de manera irregular, el sistema de raciones –a las remesas de yeguas para el consumo,
se sumaban en ocasiones alcohol, tabaco, yerba, jabón, vestuario, regalos especiales, etc.
–que constituyo una condición necesaria, aunque su sola presencia no fue determinante,
para la permanencia de los indígenas en las reducciones. Los documentos oficiales del S.
XIX; particularmente los de contaduría, en el caso del Estado provincial; que dan cuenta
de la cantidad y variedad de estos envíos, son incontables.16 Desde 1858, por otro lado, el
gobierno de la Confederación destino partidas especiales en el presupuesto para el
mantenimiento de las reducciones (alimentos, vestuario, etc.) como “Gastos con indios” 17 y

13
AGPSF, A. de G. T 17, 1858, F. 208

14
Wilde, J. M. “Santa Fe 1868-1880. Las fronteras.” Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe.
Revista n LIII, 1983
15
En Gallagher, E. “De puño y letra” Decodificación paleográfica. Cartas y documentos de General Manuel Obligado
desde 1876 a 1881. Museo Municipal de Arqueología y Paleontología de Reconquista. Reconquista, 2007, pág. 82.

16
AGPSF, Contaduría, T 69, 1845; leg 6, doc 8, 116, leña para indios amigos. T 72, 1846-47; leg 11, doc 183, cuchillos
para los indios; leg 12, doc 270, ropa y vino para los indios de las colonias. T 95, 1853; leg 6, doc 1293 vestuario para
indios de calchines. A de G, T 19, 1860; f 176.177, carne para consumo de los indios del norte. T 32, 1868; f 326, ropa
para indios reducidos.

17
Auza, N. T. “El Ejercito en la época de la Confederación, 1852-1861” Circulo Militar, Vol. 633-634, sep/octubre 1971.

6
unificada la República, los gobiernos centrales continuaron aportando para el mismo
objetivo.18

En tanto existiera la frontera, por otro lado, los grupos mocovíes podían retornar –y lo
hacían frecuentemente –a los montes del norte y por lo tanto a la hostilidad abierta frente
al Estado, si consideraban que las condiciones de vida en la reducción empeoraban.

Es decir que las reducciones fueron un producto complejo de la guerra de frontera; por un
lado posibilitaron nuevas formas de resistencia indígena y contribuyeron a evitar su total
exterminio, por el otro, fueron una vía que permitió al estado implementar medidas
tendientes a vigilar, controlar y desarticular definitivamente a los grupos derrotados,
aunque no sometidos totalmente.

La “militarización” de los mocovíes reducidos

En la medida en que los gobiernos lograban mantener conformes a los mocovíes


reducidos, podían contar además con su auxilio militar, tanto en las luchas civiles, como en
contiendas interestatales y en las campañas en contra de otros grupos indígenas.

La movilización casi continua de los mocovíes, como “indios de pelea” en las acciones
militares, respondió, sin embargo, más a sus propias orientaciones culturales que a una
política impuesta por el Estado, como se ha sostenido,19 ante la necesidad de brazos para
la guerra. Los mocovíes reducidos no fueron reclutados mediante coerción ni obligados a
combatir por los gobiernos, que más bien intentaron, cuando les fue posible –ya desde la
primera mitad del S. XIX – aprovechar en su beneficio el ethos belicoso de esas fuerzas
que no habían perdido aun todo su potencial bélico.

Al hablar de la “militarización” de las reducciones nos referimos, en este caso, no


simplemente al reclutamiento y movilización de los mocovíes para la guerra, ante una
supuesta falta de soldados, sino a los intentos del Estado por modificar su organización
tradicional; por imponer a esas fuerzas indígenas una organización de tipo militar que
permitiera encausarlas y favoreciera su control.

Aunque las reducciones constituían asentamientos de población indígena mas densos y


estables que las tolderías, se mantuvo en ellas la organización tribal. En las reducciones,

18
AGPSF. A. de G. T 33, 1868-1869, F, 1315: nota del Ministerio de Guerra y Marina, Bs. As. 14 de mayo de 1869 “…Al
Exmo Señor Gobernador de la Provincia de Santa Fe. Tengo el honor de acusar recibo de la nota de V. E. Fha 7 del
corriente, remitiendo la cuenta presentada por el Provedor a la frontera Norte de esa provincia por la provisión a las
tribus de los casiques Salteño, Tioti y Lucas en los meses de marzo y abril último, importando 10. 884 pesos mda
corriente; por cuya suma avia haber jurado contra este Ministerio…”

19
Bonaudo, M-Sonsogni, E. ob. cit.

7
por lo general, convivían no sólo diversos grupos locales, sino también miembros de
distintas tribus, como lo indica la presencia de más de un cacique principal en las mismas,
pero no se conformaron durante el siglo XIX unidades políticas mayores ya que cada uno
de los grupos que las habitaban conservaba su autonomía. Esta fragmentación política
dificultó el control por parte del Estado que tuvo que lidiar con diversidad de bandas y
caciquillos que no respondían a una autoridad común y que continuaban definiendo sus
políticas a partir de las obligaciones del parentesco, que ligaban a muchos de los indios
reducidos, racionados y “amigos” con los grupos “montaraces” como se denominaba
entonces a los indios de los montes del norte, enemigos de la sociedad criolla.

El Estado no se limito a vigilar y controlar a los indios de las reducciones, sino que
necesitaba neutralizar su potencial amenaza de manera definitiva y para eso debía
disolver la urdiembre de solidaridades y lealtades horizontales que conformaban las
bandas y las tribus.20 En ese sentido son notorios, desde mediados del S. XIX, los
esfuerzos del Estado por imponer en estos asentamientos una auténtica organización
militar, una forma de organización que disolviera los lazos sociales tradicionales y
transformara a la tribu en un cuerpo jerárquico fácilmente manejable, a los líderes
representativos en oficiales con poder de mando, y a los guerreros indígenas en
subordinados soldados.

Ya durante la primera mitad del siglo aparecen con frecuencia entre los documentos
oficiales, listas de revista de “lanceros”, “indios de pelea” o “indios auxiliares”
confeccionadas por los gobiernos a los efectos de entregar las “gratificaciones”, y
organizadas a la manera de escuadrones o compañías militares, encabezadas por
oficiales indígenas con diversos grados jerárquicos y seguidos de sus soldados.21

20
Un personaje de la época que actuó en el ámbito pampeano, Alfredo Ebelot, y que proponía civilizar a los indios
percibió con claridad este obstáculo; el objetivo podría lograrse “…sin dificultades cuando se haga desaparecer a ese
ser moral que se llama tribu. Es un haz bien ligado y poco manejable. Rompiendo violentamente los lazos que
estrechan sus miembros unos con otros, separándola de sus jefes, solo se tendrá que tratar con individuos aislados,
disgregados, sobre los cuales se podrá efectuar la acción” en: Ebelot, A. “Recuerdos y relatos de la guerra de fronteras”
Plus Ultra, Bs. As. 1968, pág 182. Con buenas intenciones propone repartir a los indios cautivos para el servicio entre
familias urbanas; política que también se implemento en Santa Fe con los mocovíes.

21
En 1854 el Cnel. Alfredo M. du Graty pasa revista por orden del Ministerio de Guerra de la Confederación a 200
“indios de pelea” con sus jefes y oficiales, solo en la reducción de San Pedro (Auza, T. ob. cit). En AGPSF, Copiador de
Notas del Gobierno, T, 46, 1862, Fs. 28-29, en un informe al Ministro de Guerra y Marina de la República, Gral. Juan A.
Gelli y Obes se señala entre las fuerzas de la frontera a 103 indios de San Pedro, 180 de San Javier y 54 de Santa Rosa
organizados en regimientos. En 1870, según el Depto. De Guerra y Marina de la Nación las fuerzas desplegadas en la
frontera norte de Santa Fe contaban con 142 Guardias Nacionales, 359 soldados del Ejército de Línea, y 225 indios de
pelea organizados en compañías (Aleman, B. ob. cit.).

8
Si el Estado no podía eludir a los representantes nativos en su negociación con los
grupos hostiles (nexo obligado impuesto por la sociedad india), tampoco podía prescindir
de ellos (por la influencia que eran capaces de ejercer) en su intento de controlar a los
reducidos. Aunque, en principio, se viera limitado a reconocer la posición de los lideres
seleccionados por las bandas y tribus, intentará al mismo tiempo su cooptación a través de
un trato preferencial como evidencian las “gratificaciones”, regalos y atenciones especiales
destinadas a los caciques y capitanejos de los grupos reducidos22. Pero en la tribu las
influencias podían cambiar mas rápido de lo que era deseable para el Estado, que al
mismo tiempo intentara sostener y reforzar la posición influyente de los líderes indios que
se muestren más amistosos reconociéndoles un lugar de privilegio en la estructura
jerárquica que busca imponer, mediante el otorgamiento de grados militares con los
uniformes, ascensos y sueldos correspondientes23. De esta manera contribuirá a aumentar
la capacidad de negociación de estos líderes en tanto interlocutores privilegiados para
canalizar las demandas de los indios; en enero de 1869, por ejemplo, se presentan ante
Francisco Romero, Juez de Paz de Santa Rosa “…el casique Rufino [que posee el cargo
de Comandante] y algunos otros oficiales reclamando justicia…”24 por el asesinato de un
indio y desavenencias con los colonos. En otras ocasiones el mismo Rufino Valdes 25
aparece encabezando junto a otros oficiales la solicitud de tierras para los indios de
Cayasta. Al mismo tiempo, en su papel de funcionarios, estos “oficiales” verán ampliadas
sus posibilidades de administrar información útil para sus grupos (convocatoria para el
reparto de las raciones, por ej.) y su capacidad redistributiva al ser los receptores de los
“vicios” (tabaco, bebida) y regalos del Estado.

Pero ¿hasta que punto estos cargos y uniformes –que conllevaban una responsabilidad
hacia el Estado –dotaban –mas allá del valor simbólico que pudieran representar –a los
caciques y capitanejos de un efectivo poder de mando cuando el propio Estado no podía
aun respaldarlos en el ejercicio de la coerción física? Su buen desempeño en los asuntos

22
AGPSF, Contaduría, T 69, 1845, Leg 6; entrega de una onza de oro para el alférez Martín Salteño; Leg. 7, Doc. 420, un
poncho de paño para el teniente de lanceros federales Tomas Merendemos. T 97, 1854, Leg. 1, Doc. 7, medicamentos
para el capitán Mariano Salteño de San Pedro, etc.

23
AGPSF, A. de G. T 33, 1868-1869, F. 780; nota de Nazario Ocampos al Ministro Gral. de Gobno. Dr. Dn Simón de
Iriondo, S José mayo 12 de 1868.”… El ifrascripto se dirije a S Sa con el objeto de proponer para Tente. 2° al individuo
Lorenzo Obelar y de Alferez á Pedro Cisterna ambos del Escuadron indígena de Calchines, y que han sido propuestos
por el Capitan Dn Francisco Romero por ser ellos los que desempeñaban en todo servicio al Capin Romero…”

24
AGPSF, A. de G. T, 34, 1869, F. 1126

25
Rufino Valdes, Cacique de los indios de Cayasta, con el grado de Capitán primero, de Comandante después, era hijo
del Cacique Ramón Valdez y Maria Alole; nacido en 1832, según acta de matrimonio con Celestina Coria del 12 de abril
de 1872. “Libro Primero de Matrimonios de la Parroquia de San Javier”, pág 83, Ac. 169.

9
externos del grupo, favorecido por el reconocimiento estatal, podía aumentar su influencia
y hacerlos ganar adherentes sin duda, pero ¿podía conferirles poder para dar ordenes,
cuando, después de todo, la banda no esperaba otra cosa de sus lideres? La movilización
militar permanente favorece la continuidad de las funciones guerreras de los caciques
“…aunque disciplinadas –asegura Citro –bajo los mandos militares republicanos…”26; pero
¿Hasta qué punto las listas de revistas de escuadrones indígenas, los nombramientos y
ascensos de sus oficiales y las órdenes impartidas a éstos por los gobiernos, que
aparecen en los documentos de mediados del S. XIX, reflejan el funcionamiento real de
estas fuerzas o constituyen, mas bien, una fachada tras la que continúan operando los
grupos locales, las obligaciones del parentesco y los liderazgos laxos? La desconfianza y
las quejas de los militares argentinos respecto de sus “subordinados” indígenas no eran
extrañas, como tampoco las alusiones mas o menos directas a la negligencia y lealtades
ambiguas de los “militares” indígenas. Sin embargo, ¿En que medida, podemos remitir
estas actitudes e incomprensión mutua a la persistencia de una manera antagónica de
entender y ejercer el liderazgo tras los títulos y grados militares?

Como una forma de aproximarnos a estas problemáticas –que forman parte de la cuestión
mas amplia de las relaciones entre tribu y Estado –trataremos de analizar la posición de
los indígenas que ocupaban cargos militares en los nuevos regimientos y recibían un
sueldo del Estado por ello, es decir de los “oficiales” indios, a partir de las peripecias de
algunos lideres en particular.

Los “comandantes” indios

En septiembre de 1867, seis indios de Calchines, que habían combatido en el regimiento


Blandengues de Belgrano, atacaron a cuatro obrajeros en la boca del arroyo Tragadero
frente a Corrientes y, matando a tres de ellos, se apoderaron de su embarcación con la
que descendieron por el Paraná27. El aparato estatal se puso inmediatamente en
funcionamiento para su búsqueda y la comunicación circuló efectivamente a lo largo de la
cadena jerárquica civil y militar. El capitán del puerto de Corrientes avisó a su homólogo de
Santa Fe y éste al Mtro. Gral. de Gobierno, que notificó al juez de paz de Santa Rosa de
Calchines, Manuel Mantaras. El 9 de octubre, finalmente, el comandante militar de San
Javier, Antonino Alzugaray confirmó a este último que los indios se encontraban en ese
punto y estaban identificados.28

26
Citro, S. “Las estéticas del poder entre los mocoví santafesinos” en: Braunstein, J-Meichtry, N. editores “Liderazgo,
representatividad y control social en el gran Chaco” ob. cit. pág. 189

27
AGPSF, A. de G. T 30, 1867, F. 541

28
AGPSF, A. de G. T 31, 1867, F. 441

10
A partir de ese momento se ponen de manifiesto las dificultades de las autoridades para
capturarlos; el propio Mantaras, al comunicar, el día 11, al Ministro Secretario Gral. de
Gobierno los resultados de sus diligencias le dice:

“Me tomo la confianza de prevenir al Sor Ministro que pa tomar á los asesínos esde
necesidad tomar medidas muy preventivas: al mandar una partida de ocho ó dies
hombres, será esponerlos á estos y a los del canton de aquel punto quizá sin resultado
alguno. es de suponer que aquellos malvados hallen apoyo en muchos otros y que antes
de entregarlos pelearán, o cuando menos le darán escape; esto motivará quizá un
alzamiento en gran numero de ellos…”29

La cautela para el uso de la fuerza policial no respondía, en este caso, a la crónica 30 falta
de elementos o de personal al servicio de los funcionarios, que pudieron reunir en esta
ocasión una fuerza en condiciones para prender a los matadores; tampoco, obviamente, a
las características de éstos (por muy peligrosos que pudieran ser); sino que evidencia la
persistencia de las lealtades tribales. Eran sobre todo éstas las que señalaban los límites
que tenía el Estado en esa época para afirmar su jurisdicción en esos territorios
fronterizos; aunque debía apresar a los matadores no era deseable enfrentar un
alzamiento general cuyo costo podía sospecharse.

En San Javier, había un “comandante” indio; Ventura Sisterna (o) Cisterna, los límites de
cuyo cargo se perciben en la imposibilidad de que fuera él mismo quien prendiera a los
indios que estaban refugiados entre “sus” soldados. Esto ni siquiera se contempla como
alternativa en las notas intercambiadas por los funcionarios públicos ¿que clase de
comandante militar no puede apresar o castigar a un subordinado indisciplinado?

Finalmente la reunión de una importante fuerza militar en combinación con los colonos,
como propone Mantaras, tampoco parece suficiente y el jefe militar de la frontera, Matias
Olmedo, que ha sido llamado a cooperar con el Juez de Paz de Calchines en la captura de
los indios opta finalmente por tenderles una trampa ya que según señala:

“… este asunto entre aquella clase de gente es delicado, tanto por ser fronterizos como
por estar rodeados, de dos colonias extranjeras, y á mas los Indios por condicion son

29
Idem, F. 439

30
Larker, José M. “Justicia de Paz, policía y delito en el Departamento Castellanos durante el proceso de construcción
del Estado Provincial Santafecino” XI Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Tucumán, septiembre de
2007.

11
noveleros, y al tomar la medida de prenderlos en San Javr podía traer un conflicto que
creo se debe evitar en las circunstancias…”31

El jefe militar planea llamar a los indios al cantón de Cayastacito con la escusa de
entregarles vestuario y apresar a los matadores en ese momento para remitirlos a la
capital. Para esto, la colaboración del comandante de los indios, Ventura Cisterna, quizá el
único que podía avisar a “sus soldados” que fueran a buscar vestuario sin despertar
sospechas, era imprescindible.

Sin embargo, las autoridades estatales muestran recelo también hacia el oficial indígena
ya durante la investigación: “… hice llamar al comte de los Indígenas D. Ventura Sisterna y
con el mayor disimulo le pregunte pr los individuos q trajeron la chata y me contestó que
estaban en este punto…” escribía Antonino Alzugaray32

A primera vista podría resultar extraño ese disimulo si se considera a Cisterna como
alguien que se hallaba desempeñando un cargo para el que había sido nombrado por el
Estado y por el cual recibía un salario. Pero su posición, debía tanto al reconocimiento de
éste, como a la adhesión que gozaba entre los suyos. No era raro que los “militares” indios
ocultaran o permitieran escapar a los hostiles que se refugiaban en las reducciones y en
general contaban con un expediente de escusas (falta de caballos, por ej.) para eludir las
“ordenes” de los gobiernos.

Finalmente Cisterna se puso de acuerdo con Alzugaray y Olmedo, pero su cooperación


con el gobierno en la aprensión de los matadores también debió ser encubierta. Si los
indios eran apresados en Cayastacito cuando iban con el resto a buscar ropa, Cisterna
podía aparentar no haber estado al tanto del asunto. Si su colaboración, en cambio,
quedaba en evidencia, no solo se jugaba su prestigio ante la tribu, sino, tal vez también, su
propia vida.

El exceso de negligencia en las funciones de comandante también podía acarrear


consecuencias. Dentro de las posibilidades existentes, el Estado intento reprimir a los
grupos locales reducidos que se mostraban abiertamente hostiles y fundamentalmente a
sus líderes y elementos más rebeldes. La finalización de la guerra del Paraguay y la
progresiva pacificación interna permitió al Estado consagrar sus fuerzas al ordenamiento
de los territorios fronterizos y a la expansión territorial que culminó con la anexión de los
territorios del Chaco. A partir de 1870, en que el General Manuel Obligado se hizo cargo
de la comandancia general de la frontera norte de la República, las políticas coercitivas
sobre los reducidos se fueron incrementando.
31
AGPSF, A. de G. T 30, 1867, F. 480

32
AGPSF, A. de G. T 31, 1867, F. 441

12
En enero de 1871, este militar comunico al gobernador de la provincia Mariano Cabal que
había depuesto al “capitanejo Juan Gregorio Chavarria” comandante de los indígenas de
San Javier –que en años anteriores había tenido importante participación como
intermediario en las negociaciones con caciques y grupos hostiles –por desobedecer a su
autoridad, mostrarse hostil hacia los jefes militares del punto, y haber enviado, con su hijo
Pablo, caballos del ejercito a bandas enemigas.33

Como podía esperar un jefe que se mostrara descaradamente hostil al Estado en esa
época, Juan Gregorio fue apresado por el ejercito junto a otros indígenas, algunos de los
cuales también tenían grados de oficiales –José D. Troncoso, Juanillo Valdez, el sargento
Bautista Felix Lanchi, Pedro Futí, Pedro Gaytan, Angelito Caraballo, Domingo Lanchi, y
Nicolas Nicarono –acusados de matar a colonos extranjeros y criollos 34 y Obligado pide
que se los remita al presidio de Martin García:“…pues el contacto de estos individuos con
la Tribu de San Javier es muy pernicioso, y su presencia allí es lo que ha obstado para que
esos indígenas se subordinen al orden y al trabajo. Dichos individuos son los que han
tenido ésta tribu en constante comunicación con los montaraces pues son indios gauchos
y volantes…”35.

Sin embargo, el aparato coercitivo funcionaba aun con limitaciones y Juan Gregorio logró
fugarse de Martín García. Por otro lado la posibilidad de la rebelión abierta, sino de toda la
reducción, al menos de algunos grupos locales permanecía latente mientras existiera la
frontera y los indios reducidos perseguidos por el Estado pudieran refugiarse entre sus
parientes de los montes del norte. No resultaba fácil destituir y mucho menos arrestar a un
oficial indio que contara con la adhesión de los suyos, como se quejaba el propio
Obligado, sin exponerse a motines y sublevaciones.36

Aunque no se produjo en este caso una rebelión general –en realidad nunca hubo, durante
el siglo XIX, un abandono total de la reducción de San Javier –y la banda de Chavarria
quedó aislada en su política de abierta hostilidad; sus miembros se sublevaron cuando
Juan Gregorio retorno a San Javier37 y se marcharon al norte donde en alianza con otras
bandas realizaron ataques sobre las colonias Eloisa, Galense y Alejandra.
33
AGPSF, A. de G. T 35, 1870-1871, Fs. 1843 y 1845. Juan Gregorio Chavarria o Sevají era nacido en Ispin, hijo de
Leoncito Sevají y Rosario Chavarria, según Acta de Matrimonio con María Assazquen de 24 de abril de 1865. “Libro
Primero de Matrimonios de la Parroquia de S. Javier”.Ac 89.

34
AGPSF, A. de G. T 35, 1870-1871, F. 1845

35
Idem, Fs. 1843-1844

36
Aleman, B. ob. cit. pág. 190.

37
Wilde, J. M. ob. Cit. pág. 79.

13
En 1872, también Ventura Cisterna se había alzado con su tribu (40-50 “indios de pelea”,
150-200 de “chusma”, en ese momento) y encabezo, junto a otros caciques, un ataque
sobre la recién fundada ciudad de Reconquista.38 Sin embargo en 1882 ha retornado a
San Javier, al parecer con su prestigio algo disminuido en tanto figura como “caciquillo”.
Varios años después, en 1906, Ventura Cisterna –ya sin su cargo de comandante –
aparece residiendo en Reconquista donde se le ha entregado un solar39. Pero no eran los
grupos los que seguían a sus caciques, sino estos los que debían seguir a sus grupos, y
para esta época Cisterna parece encontrarse bastante solo a juzgar por la distribución de
los escasos indios que se encuentran en esa población. El exceso de adhesión a la
política del Estado, podía desprestigiar a un jefe, convirtiéndolo en un “cacique” sin indios.

En marzo de 1867 se presentaba a Manuel Mantaras, D. Tomas Baldez o Valdes,


comandante de los indígenas de Cayasta40, para manifestar su renuncia al cargo. La
razón: “…El referido Comandante es hombre de orden, y en Cayastá, no falta quien lo
perturbe en su marcha, no pudiendo pr consiguiente cumplir con su deber…”41 Los indios
de Cayasta, especialmente los del grupo de Rufino Valdes, otro de los caciques, con cargo
de Capitán, solían esconder en sus casas a hostiles, y cuando el Comandante intento
castigar a uno de ellos por un delito “…Rufino le fue a la carga donde lo lastimo…”42

Un año antes Tomas Valdes había perseguido junto a sus seguidores a grupos de indios
que habían atacado la colonia de Helvecia, pero los medios y el respaldo del Estado no
eran lo suficientemente eficaces como para imponer el “orden” en su propia tribu. En las
circunstancias imperantes Tomas veía disminuir el crédito que poseía entre los suyos y
perdía posición frente a otros líderes.

“…El Sor Gobernador propietario está bien posesionado de las marchas tan males de
Roque y Rufino Baldez, este los quiere contener, y aquellos lo ultrajan, y aun Rufino hace
algún tiempo, acometió contra su persona; toda esta opocición, es motivada á que él

38
Aleman, B. ob. cit. Pág 130

39
Ruggeroni, D.-Gallagher, E. “Historia de la fundación de Reconquista” Municipalidad de Reconquista. Secretaría de
Cultura y Educación, Reconquista, 2006, pág 166. En 1887 el cacique Ventura Cisterna y su hermano Manuel Cisterna
poseen parcelas para quinta en esa localidad (pág 144)

40
A. G.P.S.F; A. de G., T 27, 1865, f. 509; nombrado, por decreto del Gobierno del 2 de junio de 1865, “Comandante
interino del Escuadrón de Indígenas de Cayasta”, del que era en ese momento Sargento Mayor. Tomas Valdes era hijo
de Pablo Valdes y Justa Capiaquí, según acta de matrimonio con Rita Laneten de 22 de octubre de 1856. “Libro Primero
de Matrimonios de la Parroquia de S. Javier” 1856-1889. F, 3.

41
AGPSF, A. de G. T 31, 1867, F. 433

42
AGPSF, A. de G. T 29, 1866, F. 274

14
referido comandte quiere reprimir tantos avusos y picardias q. alli se cometen, y aquellos,
los apoyan, contando pa. ello, con la protección de toda la Indiada…”43 comunicaba
Mantaras al gobierno.

La defensa inflexible de los intereses del Estado, como correspondía a su papel de


comandante fue disminuyendo el prestigio y la capacidad de influencia de Tomas Valdes
dentro de su tribu, y finalmente puso en riesgo su vida. Pero precisamente esto lo tornaba
inútil para el propio Estado en su papel de comandante de la reducción. La única opción
que le quedaba era renunciar a su cargo y abandonar el lugar.

Años después, en 1875, Tomas Valdes reaparece actuando como guía o baqueano en la
expedición que un grupo de colonos extranjeros liderados por Moore realizan a los
montes44 en persecución –entre otros objetivos –de Juan Gregorio Chavarria. El puesto de
comandante indígena en Cayasta era ocupado, mientras tanto, por el mismísimo Rufino
Valdes, denunciado porque protegía los intereses de la tribu.

Conclusiones

Aprovechando las orientaciones culturales de los mocovies que desde mediados del siglo
XIX se van instalando en reducciones en la frontera, sin someterse totalmente, el Estado
intenta encauzar en beneficio propio la belicosidad de las disminuidas pero aun peligrosas
fuerzas indígenas. La alianza con esas fuerzas; que definían sus lealtades sobre la base
de la pertenencia a la banda y las relaciones de parentesco y respondían sólo a liderazgos
laxos y efímeros; era, sin embargo, sumamente inestable y el Estado intentara
encuadrarlas y organizarlas para un mayor control. Para esto es indispensable avanzar
sobre la tribu; romper las lealtades y vínculos tradicionales; transformar a los “indios de
pelea” en auténticos regimientos o “compañías de lanceros” con sus jerarquías y cadena
de mando correspondientes.

En su intento por “militarizar” la organización de los mocovíes reducidos, el Estado no


puede eludir a los influyentes y representantes nativos. Durante buena parte de la segunda
mitad del siglo no puede imponer, destituir o reemplazar simplemente a los oficiales de los
escuadrones indios que intenta conformar, por fuera de las influencias tribales; sino que
debe cooptar a los caciques y capitanejos seleccionados por las tribus a través de sus
mecanismos tradicionales y convertirlos en “comandantes” y “oficiales” a su servicio.

43
Idem, F. 433

44
Aleman, B. ob. cit.

15
Sin embargo, el Estado no puede –en parte por las limitaciones de sus propios medios, en
parte por la posibilidad de resistencia indígena que implica la existencia de la propia
frontera –dotar a esos oficiales indios de un plus de autoridad ni respaldarlos en el
ejercicio de la coerción física. En la práctica, estos oficiales seguían siendo para sus tribus,
meros influyentes y portavoces de los intereses grupales. Mientras conservaran su
influencia entre los suyos y el reconocimiento por parte del estado constituían un nexo útil,
además de indispensable, entre ambas sociedades. No solo podían ayudar a controlar a
las indiadas, sino que con su prestigio podían intentar volcar la voluntad de estas a favor
de un gobierno. Al ser reconocidos como funcionarios del estado podían obtener ciertas
ventajas como negociadores o representantes de los intereses tribales. Sin duda obtenían
beneficios personales cuando las cosas marchaban bien y se hacían acreedores de la
generosidad del Estado y de la Tribu; pero su posición era precaria, como el equilibrio
entre las demandas de ambas sociedades.

Como comandantes tenían límites para mantener el orden entre los suyos, pero el exceso
de negligencia atraía la presión del Estado; por otro lado el exceso de demostraciones de
amistad y obediencia hacia este podía acarrear la desaprobación de la tribu.

Esta precariedad e inestabilidad característica de la posición de los oficiales indios los


obligaba a desplegar continuamente estrategias de supervivencia; el disimulo, la dilatación
de las acciones ordenadas por los gobiernos, las delaciones en secreto, las escusas, el
engaño; eran puestos en juego con mas o menos éxito, por los “militares” mocovíes.

Cuando la contradicción entre los intereses del grupo local o la tribu, y los del Estado era
tal que la toma de posición clara resultaba ineludible, los márgenes de acción se reducían
dramáticamente.

La adhesión irrestricta de los líderes indios a los intereses de la banda, en caso de


hostilidad, especialmente a medida que avanzaba la segunda mitad del siglo y el Estado
contaba con medios mas eficaces para imponerse, podía terminar con su “carrera militar”.
Mientras existió la frontera, podían retornar a los montes del norte en su rol de caciques
(fortalecido) y a la hostilidad abierta. Muchos de los caciques que encabezaban a los
grupos que resistieron las campañas de exterminio de fines del siglo habían sido oficiales
y comandantes de los regimientos indios de la frontera, como el mencionado Juan
Gregorio Chavarria. Por el contrario, la defensa abierta de los intereses del Estado podía
minar su prestigio, aislarlos y hacerles perder incluso el apoyo de sus propios grupos
locales. La perdida de la posición de cacique, en la medida en que el Estado no podía aun
sostener a un oficial en contra de la opinión de la tribu, significaba también la perdida de
su puesto de comandante.

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