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de conocimiento
Carlos Ruiz Encina1
En la discusión a que este evento nos convoca, quiero apuntar básicamente dos temas.
Para ello, hablo desde la sociología. El primer tema tiene que ver con las condiciones
sociales en que hoy se produce o se intenta producir conocimiento o comprensión
social; se trata de unas condiciones que siempre son variables y es preciso adentrarnos
en su especificidad actual. El segundo, se relaciona con las condiciones académicas en
las que realizamos ese esfuerzo, registrando sus adversidades, pero sin quedar atrapados
-como se dijo en la exposición anterior- en el Muro de los Lamentos, tratando de situar
las problemáticas que obstaculizan la producción de algunas formas de conocimiento o
comprensión social, y que en tanto problemáticas de nuestra labor, nos ha parecido en el
Departamento de Sociología en que trabajo, que es necesario organizarnos para
enfrentarlas, en tanto su resolución no es un problema reductible a unas estrategias
individuales de producción de conocimiento, actualmente muy en boga, acerca de la
panorama social.
Una primera constatación a realizar, estriba en el hecho de que ésta no es una etapa de
estabilidad de las estructuras sociales, sino que es más bien un ciclo de cambio
vertiginoso de dichas estructuras y eso produce ciertos desajustes culturales, muy
propios de estos ciclos de cambio, que plantean, a su vez, problemas concretos a los
esfuerzos de construcción de conocimiento social o del conocimiento sociológico, en
particular. Se trata de una situación que incide en los serios problemas de adecuación
que presentan los instrumentos, sobre todo teórico-metodológicos, a través de los cuales
se intenta dar cuenta de este ciclo de cambios. Un ejemplo, acaso más visible, lo
constituyen las encuestas. Más allá que algunas estén abiertamente mal construidas y,
por ejemplo, que sean meramente telefónicas y oculten sus tasas de rechazo -vamos a
dejar esos extremos de lado- ocurre que aquello que se hace bien, incluso los
instrumentos que utilizan las instituciones estatales con mayores presupuestos, como el
INE o algunos Ministerios, también tienen grandes dificultades. Un problema general de
estas encuestas es que hoy el individuo tiende a dar respuestas con estructuras culturales
que están desajustadas respecto de los cambios que se están midiendo pues, como es
sabido, los cambios culturales toman mucho más tiempo para definirse y establecerse
que otros cambios sociales, como aquellos económicos e institucionales tan agudos que
registra la historia inmediata chilena. Hacernos cargo de eso -que es a lo que quiero
llegar al final- es una cuestión que no está en el orden de las estrategias de indagación
individuales, a las que nos constriñen mayormente las políticas estatales de fomento a la
investigación, si no que necesitamos intentar buscar una respuesta institucional a estos
desafíos de la producción de conocimiento acerca de los cambios sociales recientes.
Menciono dos ejemplos muy breves al respecto, sin ánimo de extenderme. El primero,
es el nuevo mundo del trabajo. El trabajo hoy difiere radicalmente de lo que hace cuatro
o cinco décadas, entendíamos por trabajo, y el problema entonces es dar cuenta de ello.
Una primera reacción de las ciencias sociales fue minimizar esto y decir que el trabajo
ya no era un elemento fundamental en la construcción de la sociedad. Pero resulta que
1
Director del Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile.
es todo lo contrario, el trabajo presenta un nivel de ubicuidad inédito sobre la vida
cotidiana que nos dificulta ya diferenciar cuándo estamos trabajando y cuándo no, pues
trabajamos en la casa, trabajamos el fin de semana, trabajamos cuando estamos en
reuniones familiares, cuando estamos respondiendo el teléfono, etc. El trabajo se ha
hecho cada vez más omnipresente en la vida social actual. Sin embargo, se le pregunta a
un individuo en una encuesta “¿y usted dónde trabaja?, ¿cuánto trabaja?” y le cuesta
medir cuánto trabaja, incluso reconocer la diversidad de espacios y situaciones en que lo
hace, porque se produce un desplazamiento de las viejas fronteras entre lo privado y lo
público, que son traspasadas por las nuevas formas laborales, en términos de su
existencia social. Se trata de un cambio sociocultural gigantesco, que se traduce incluso
en cambios en los sistemas de personalidad y otros ámbitos de las relaciones sociales.
Este cambio en el mundo del trabajo, además, empieza a producir malestares
innombrados, mudos, malestares que no tienen representación, no sólo política (acaso
más apuntadas), sino también en las ciencias en general, y las ciencias sociales en
particular. Aquí hay un desafío entonces, y entiendo que éste, es uno de los temas que
también tenemos que conversar, el trabajo es un mundo que ha mutado sustancialmente.
Hay un hito, en este sentido, en el mítico y controversial informe del Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) del año 1998, titulado “Las paradojas de la
modernización”. Uno de los últimos de esa serie de registros que alcanzó a dirigir
directamente Norbert Lechner. Aquél informe apuntó un panorama de incertidumbre
que tenía lugar en pleno ciclo de crecimiento económico acentuado. Se trataba -en sus
propios términos- de diversas fuentes de malestar bajo el actual ciclo de modernización.
Una advertencia pionera, cuyo impacto político en las esferas gubernamentales, se
recordará, fue considerable. Resultó emblemático en esta línea de producción de
conocimiento acerca de los vertiginosos cambios de la sociedad chilena y los desajustes
socioculturales asociados a ello. Sin embargo, de algún modo fue una producción
interrumpida. No es sino hasta las revueltas sociales que se registran más de una década
después, que los empeños de comprensión al respecto vuelven a ponerse en marcha.
Este divorcio entre sociedad y política, incluso entre sociedad y Estado, estimula
procesos de desidentificación y hasta de descomposición social, de fragmentación tan
acentuada que constituye una fractura social que debiese preocuparnos. La
mercantilización aguda de la vida social, que individualiza en extremo la reproducción
de la vida social, privatiza esferas de la vida cotidiana -como las pensiones, la salud, la
educación, etc.- que antaño no estaban sometidas al mercado y resultaban susceptibles
de organizar a través de la participación de individuo en procesos asociativos, esto es,
desde la condición de individuo púbico. Una mercantilización que ha sido impulsada en
nombre de la libertad, pero en la cual se establece más bien una pérdida de soberanía del
individuo sobre su propia vida, y con ello una crisis de sentido, que opera en los vacíos
de la cultura política. ¿Qué hacen las ciencias sociales entonces ante estas cuestiones?
¿Y qué hacemos nosotros desde nuestras instituciones en particular?
Aquí podemos ir al segundo tema que planteaba al inicio, relativo a las condiciones
académicas en que se realiza la producción de conocimiento. El recién apuntado
informe del PNUD de 1998 alertaba tempranamente sobre estos enormes cambios
socioculturales, ante relatos sobre dicha transformación histórica de las últimas décadas
que enfatizaban más bien los elementos económicos y políticos. Aunque careció de
mayor continuidad, en momentos en que crece precisamente la demanda social, política
e institucional de registros e interpretaciones al respecto. Me interesa relevar el hecho
que la investigación que da lugar a dicho informe del PNUD se realiza como institución,
supone una indagación en la que se desempeñan un equipo considerable de
especialistas. Llamo la atención aquí en el carácter no sólo colectivo, sino institucional
de dicha investigación, en contraposición a las estrategias individuales de investigación
que hoy son estimuladas en estos campos de conocimiento por las políticas estatales en
boga, salvo contadas excepciones que, por lo demás, en ningún caso tienden más allá de
estimular redes asociativas entre investigadores, pero en ningún caso un desarrollo
institucional en la producción de conocimiento.
El PNUD pudo llevar adelante este empeño como institución, y no como una sumatoria
de estrategias individuales de investigación. Sin embargo, en las actuales condiciones de
autofinanciamiento que se imponen sobre nuestras universidades, esto resulta
completamente inviable. No es casual, entonces, que se impongan por doquier las
llamadas “estrategias de alcance medio” en la producción de conocimiento, las cuales
representan contribuciones indudables pero en ningún caso pueden abordar un estudio
de esas características.
Es con estas dificultades que lidiamos. Hoy existe un debate en las instituciones que
represento, que me parece relevante relevar, a saber, el problema de cómo recuperar una
orientación pública en la producción de conocimiento. En esta cuestión las
universidades estatales tienen que avanzar con liderazgo; incluso, en dirección a
recuperar un liderazgo perdido. Pues sucede que se privatizó la producción de
conocimiento durante el periodo autoritario, sobre todo con el desmantelamiento de las
antiguas estructuras universitarias públicas, y se desplazó a una serie de pequeñas
instituciones privadas, lo que hoy conocemos Think Tank y otras expresiones similares,
que están en la base de la construcción de una hegemonía tecnocrática sobre el debate
público. Con el advenimiento de la democracia, las universidades estatales no han
vuelto a detentar su espacio tradicional en la discusión pública y la producción de
conocimiento con tal finalidad, sino que han sido afectadas por políticas que reproducen
la fragmentación a la que fueron sometidas en el período autoritario.
Muchas gracias.