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Palabra: Misión

V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Documento de Aparecida.


“Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida” (Jn
14, 6).

INTRODUCCIÓN [1-18]

PRIMERA PARTE:
LA VIDA DE NUESTROS PUEBLOS HOY
[19-100]

CAPÍTULO 1 [20-32]
1. LOS DISCÍPULOS MISIONEROS
1.1 Acción de gracias a Dios (23-27)
1.2 La alegría de ser discípulos y misioneros de Jesucristo (28-29)
1.3 La misión de la Iglesia es evangelizar (30-32)

CAPÍTULO 2 [33-100]
2. MIRADA DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS SOBRE LA REALIDAD
2.1 La realidad que nos interpela como discípulos y misioneros (33-42)
2.1.1 Situación Sociocultural (43-59)
2.1.2 Situación económica (60-73)
2.1.3 Dimensión socio-política (74-82)
2.1.4 Biodiversidad, ecología, Amazonia y Antártida (83-87)
2.1.5 Presencia de los pueblos indígenas y afroamericanos en la Iglesia (88-97)
2.2 Situación de nuestra Iglesia en esta hora histórica de desafíos (98-100)

SEGUNDA PARTE:
LA VIDA DE JESUCRISTO EN LOS DISCÍPULOS MISIONEROS
[101-346]

CAPÍTULO 3 [101-128]
102-103
3. LA ALEGRÍA DE SER DISCÍPULOS MISIONEROS PARA ANUNCIAR EL EVANGELIO DE
JESUCRISTO
3.1 La buena nueva de la dignidad humana (104-105)
3.2 La buena nueva de la vida (106-113)
3.3 La buena nueva de la familia (114-119)
3.4 La buena nueva de la actividad humana
3.4.1 El trabajo (120-122)
3.4.2 La ciencia y la tecnología (123-124)
3.5 La buena nueva del destino universal de los bienes y ecología (125-126)
3.6 El Continente de la esperanza y del amor (127-128)

CAPÍTULO 4 [129-153]
4. LA VOCACIÓN DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS A LA SANTIDAD
4.1 Llamados al seguimiento de Jesucristo (129-135)
4.2 Configurados con el Maestro (136-142)
4.3 Enviados a anunciar el Evangelio del Reino de vida (143-148)
4.4 Animados por el Espíritu Santo (149-153)
CAPÍTULO 5 [154-239]
5. LA COMUNIÓN DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS EN LA IGLESIA
5.1 Llamados a vivir en comunión (154-163)
5.2 Lugares eclesiales para la comunión
5.2.1 La diócesis, lugar privilegiado de la comunión (164-169)
5.2.2 La Parroquia, comunidad de comunidades (170-177)
5.2.3 Comunidades Eclesiales de Base y Pequeñas comunidades (178-180)
5.2.4 Las Conferencias Episcopales y la comunión entre las Iglesias (181-183)
5.3 Discípulos misioneros con vocaciones específicas (184-185)
5.3.1 Los obispos, discípulos misioneros de Jesús Sumo Sacerdote (186-190)
5.3.2 Los presbíteros, discípulos misioneros de Jesús Buen Pastor
5.3.2.1 Identidad y misión de los presbíteros (191-200)
5.3.2.2 Los párrocos, animadores de una comunidad de discípulos misioneros (201-204)
5.3.3 Los diáconos permanentes, discípulos misioneros de Jesús Servidor (205-208)
5.3.4 Los fieles laicos y laicas, discípulos y misioneros de Jesús, Luz del mundo (209-215)
5.3.5 Los consagrados y consagradas, discípulos misioneros de Jesús Testigo del Padre (216-224)
5.4 Los que han dejado la Iglesia para unirse a otros grupos religiosos (225-226)
5.5 Diálogo ecuménico e interreligioso
5.5.1 Diálogo ecuménico para que el mundo crea (227-234)
5.5.2 Relación con el judaísmo y diálogo interreligioso (235-239)

CAPÍTULO 6 [240-346]
6. EL ITINERARIO FORMATIVO DE LOS DISCÍPULOS MISIONEROS
6.1 Una espiritualidad trinitaria del encuentro con Jesucristo (240-242)
6.1.1 El encuentro con Jesucristo (243-245)
6.1.2 Lugares de encuentro con Jesucristo (246-257)
6.1.3 La piedad popular como espacio de encuentro con Jesucristo (258-265)
6.1.4 María, discípula y misionera (266-272)
6.1.5 Los apóstoles y los santos (273-275)
6.2 El proceso de formación de los discípulos misioneros (276-277)
6.2.1 Aspectos del proceso (278)
6.2.2 Criterios generales
6.2.2.1 Una formación integral, kerigmática y permanente (279)
6.2.2.2 Una formación atenta a dimensiones diversas (280)
6.2.2.3 Una formación respetuosa de los procesos (281)
6.2.2.4 Una formación que contempla el acompañamiento de los discípulos (282-283)
6.2.2.5 Una formación en la espiritualidad de la acción misionera (284-285)
6.3 Iniciación a la vida cristiana y catequesis permanente
6.3.1 Iniciación a la vida cristiana (286-288)
6.3.2 Propuestas para la iniciación cristiana (289-294)
6.3.3 Catequesis permanente (295-300)
6.4 Lugares de formación para los discípulos misioneros (301)
6.4.1 La Familia, primera escuela de la fe (302-303)
6.4.2 Las Parroquias (304-306)
6.4.3 Pequeñas comunidades eclesiales (307-310)
6.4.4 Los movimientos eclesiales y nuevas comunidades (311-313)
6.4.5 Los Seminarios y Casas de formación religiosa (314-327)
6.4.6 La Educación Católica (328-330)
6.4.6.1Los centros educativos católicos (331-340)
6.4.6.2 Las universidades y centros superiores de educación católica (341-346)
TERCERA PARTE:
LA VIDA DE JESUCRISTO
PARA NUESTROS PUEBLOS
[347-546]

CAPÍTULO 7 [347-379]
7. LA MISIÓN DE LOS DISCÍPULOS AL SERVICIO DE LA VIDA PLENA
7.1 Vivir y comunicar la vida nueva en Cristo a nuestros pueblos (348-352)
7.1.1 Jesús al servicio de la vida (353-354)
7.1.2 Variadas dimensiones de la vida en Cristo (355-357)
7.1.3 Al servicio de una vida plena para todos (358-359)
7.1.4 Una misión para comunicar vida (360-364)
7.2 Conversión pastoral y renovación misionera de las comunidades (365-372)
7.3 Nuestro compromiso con la misión ad gentes (373-379)

CAPÍTULO 8 [380-430]
8. REINO DE DIOS Y PROMOCIÓN DE LA DIGNIDAD HUMANA
8.1 Reino de Dios, justicia social y caridad cristiana (382-386)
8.2 La dignidad humana (387-390)
8.3 La opción preferencial por los pobres y excluidos (391-398)
8.4 Una renovada pastoral social para la promoción humana integral (399-405)
8.5 Globalización de la solidaridad y justicia internacional (406)
8.6 Rostros sufrientes que nos duelen
8.6.1 Personas que viven en la calle en las grandes urbes (407-410)
8.6.2 Migrantes (411-416)
8.6.3 Enfermos (417-421)
8.6.4 Adictos dependientes (422-426)
8.6.5 Detenidos en cárceles (427-430)

CAPÍTULO 9 [431-475]
9. FAMILIA, PERSONAS Y VIDA
9.1 El matrimonio y la familia (432-437)
9.2 Los niños (438-441)
9.3 Los adolescentes y jóvenes (442-446)
9.4 El bien de los ancianos (447-450)
9.5 La dignidad y participación de las mujeres (451-458)
9.6 La responsabilidad del varón y padre de familia (459-463)
9.7 La cultura de la vida: su proclamación y su defensa (464-469)
9.8 El cuidado del medio ambiente (470-475)

CAPÍTULO 10 [476-546]
10. NUESTROS PUEBLOS Y LA CULTURA
10.1 La cultura y su evangelización (476-480)
10.2 La educación como bien público (481-483)
10.3 Pastoral de la Comunicación Social (484-490)
10.4 Nuevos areópagos y centros de decisión (491-500)
10.5 Discípulos y misioneros en la vida pública (501-508)
10.6 La Pastoral Urbana (509-519)
10.7 Al servicio de la unidad y de la fraternidad de nuestros pueblos (520-528)
10.8 La integración de los indígenas y afroamericanos (529-533)
10.9 Caminos de reconciliación y solidaridad (534-546)

CONCLUSIÓN [547-554]
13.…Cristo se manifiesta como novedad de vida y de misión en todas las dimensiones de la existencia
personal y social.
LA MISIÓN DE LA IGLESIA ES EVANGELIZAR
30. La historia de la humanidad, a la que Dios nunca abandona, transcurre bajo su mirada compasiva.
Dios ha amado tanto nuestro mundo que nos ha dado a su Hijo. Él anuncia la buena noticia del Reino a
los pobres y a los pecadores. Por esto, nosotros, como discípulos de Jesús y misioneros, queremos y
debemos proclamar el Evangelio, que es Cristo mismo. Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos
ama, […] está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación,
que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas. Los cristianos somos
portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras.

LLAMADOS AL SEGUIMIENTO DE JESUCRISTO


131. El llamamiento que hace Jesús, el Maestro, conlleva una gran novedad. En la antigüedad, los
maestros invitaban a sus discípulos a vincularse con algo trascendente, y los maestros de la Ley les
proponían la adhesión a la Ley de Moisés. Jesús invita a encontrarnos con Él y a que nos vinculemos
estrechamente a Él, porque es la fuente de la vida (cf. Jn 15, 5-15) y sólo Él tiene palabras de vida
eterna (cf. Jn 6, 68). En la convivencia cotidiana con Jesús y en la confrontación con los seguidores de
otros maestros, los discípulos pronto descubren dos cosas del todo originales en la relación con Jesús.
Por una parte, no fueron ellos los que escogieron a su maestro fue Cristo quien los eligió. De otra parte,
ellos no fueron convocados para algo (purificarse, aprender la Ley…), sino para Alguien, elegidos para
vincularse íntimamente a su Persona (cf. Mc 1, 17; 2, 14). Jesús los eligió para “que estuvieran con Él y
enviarlos a predicar” (Mc 3, 14), para que lo siguieran con la finalidad de “ser de Él” y formar parte “de
los suyos” y participar de su misión. El discípulo experimenta que la vinculación íntima con Jesús en el
grupo de los suyos es participación de la Vida salida de las entrañas del Padre, es formarse para asumir
su mismo estilo de vida y sus mismas motivaciones (cf. Lc 6, 40b), correr su misma suerte y hacerse
cargo de su misión de hacer nuevas todas las cosas.

139. En el seguimiento de Jesucristo, aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del Reino, el


estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor y obediencia filial al Padre, su compasión entrañable ante
el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su
amor servicial hasta el don de su vida. Hoy contemplamos a Jesucristo tal como nos lo transmiten los
Evangelios para conocer lo que Él hizo y para discernir lo que nosotros debemos hacer en las actuales
circunstancias.

144. Al llamar a los suyos para que lo sigan, les da un encargo muy preciso: anunciar el evangelio del
Reino a todas las naciones (cf. Mt 28, 19; Lc 24, 46-48). Por esto, todo discípulo es misionero, pues
Jesús lo hace partícipe de su misión, al mismo tiempo que lo vincula a Él como amigo y hermano. De
esta manera, como Él es testigo del misterio del Padre, así los discípulos son testigos de la muerte y
resurrección del Señor hasta que Él vuelva. Cumplir este encargo no es una tarea opcional, sino parte
integrante de la identidad cristiana, porque es la extensión testimonial de la vocación misma.

145. Cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y alegría que produce,
crece también el ímpetu de comunicar a todos el don de ese encuentro. La misión no se limita a un
programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo,
testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los
confines del mundo (cf. Hch 1, 8).

148. Al participar de esta misión, el discípulo camina hacia la santidad. Vivirla en la misión lo lleva al
corazón del mundo. Por eso, la santidad no es una fuga hacia el intimismo o hacia el individualismo
religioso, tampoco un abandono de la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales
y políticos de América Latina y del mundo y, mucho menos, una fuga de la realidad hacia un mundo
exclusivamente espiritual. (Relacionar con Gaudate et Exultate).

153. …la Eucaristía, es principio y proyecto de misión del cristiano.


163. En el pueblo de Dios, “la comunión y la misión están profundamente unidas entre sí… La comunión
es misionera y la misión es para la comunión”.

164. La vida en comunidad es esencial a la vocación cristiana. El discipulado y la misión siempre


suponen la pertenencia a una comunidad. Dios no quiso salvarnos aisladamente, sino formando un
Pueblo. Este es un aspecto que distingue la vivencia de la vocación cristiana de un simple sentimiento
religioso individual.

176. Toda auténtica misión unifica la preocupación por la dimensión trascendente del ser humano y por
todas sus necesidades concretas, para que todos alcancen la plenitud que Jesucristo ofrece.

210. Su misión propia y específica [laicos] se realiza en el mundo, de tal modo que, con su testimonio y
su actividad, contribuyan a la transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según
los criterios del Evangelio.

226. d) El compromiso misionero de toda la comunidad. Ella sale al encuentro de los alejados, se
interesa por su situación, a fin de reencantarlos con la Iglesia e invitarlos a volver a ella.

278. En el proceso de formación de discípulos misioneros, destacamos cinco aspectos fundamentales,


que aparecen de diversa manera en cada etapa del camino, pero que se compenetran íntimamente y se
alimentan entre sí:
a) El Encuentro con Jesucristo. Quienes serán sus discípulos ya lo buscan (cf. Jn 1, 38), pero es el
Señor quien los llama: “Sígueme” (Mc 1, 14; Mt 9, 9). Se ha de descubrir el sentido más hondo de la
búsqueda, y se ha de propiciar el encuentro con Cristo que da origen a la iniciación cristiana. Este
encuentro debe renovarse constantemente por el testimonio personal, el anuncio del kerygma y la
acción misionera de la comunidad. El kerygma no sólo es una etapa, sino el hilo conductor de un
proceso que culmina en la madurez del discípulo de Jesucristo. Sin el kerygma, los demás aspectos de
este proceso están condenados a la esterilidad, sin corazones verdaderamente convertidos al Señor.
Sólo desde el kerygma se da la posibilidad de una iniciación cristiana verdadera. Por eso, la Iglesia ha
de tenerlo presente en todas sus acciones.
b) La Conversión: Es la respuesta inicial de quien ha escuchado al Señor con admiración, cree
en Él por la acción del Espíritu, se decide a ser su amigo e ir tras de Él, cambiando su forma de pensar
y de vivir, aceptando la cruz de Cristo, consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida. En el
Bautismo y en el sacramento de la Reconciliación, se actualiza para nosotros la redención de Cristo.
c) El Discipulado: La persona madura constantemente en el conocimiento, amor y seguimiento
de Jesús maestro, profundiza en el misterio de su persona, de su ejemplo y de su doctrina. Para este
paso, es de fundamental importancia la catequesis permanente y la vida sacramental, que fortalecen la
conversión inicial y permiten que los discípulos misioneros puedan perseverar en la vida cristiana y en la
misión en medio del mundo que los desafía.
d) La Comunión: No puede haber vida cristiana sino en comunidad: en las familias, las
parroquias, las comunidades de vida consagrada, las comunidades de base, otras pequeñas
comunidades y movimientos. Como los primeros cristianos, que se reunían en comunidad, el discípulo
participa en la vida de la Iglesia y en el encuentro con los hermanos, viviendo el amor de Cristo en la
vida fraterna solidaria. También es acompañado y estimulado por la comunidad y sus pastores para
madurar en la vida del Espíritu.
e) La Misión: El discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de
compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anunciar a Jesucristo, muerto y
resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más necesitados, en una palabra,
a construir el Reino de Dios. La misión es inseparable del discipulado, por lo cual no debe entenderse
como una etapa posterior a la formación, aunque se la realice de diversas maneras de acuerdo a la
propia vocación y al momento de la maduración humana y cristiana en que se encuentre la persona.

331. La misión primaria de la Iglesia es anunciar el Evangelio de manera tal que garantice la relación
entre fe y vida tanto en la persona individual como en el contexto socio-cultural en que las personas
viven, actúan y se relacionan entre sí.
348. La gran novedad que la Iglesia anuncia al mundo es que Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre,
la Palabra y la Vida, vino al mundo a hacernos “partícipes de la naturaleza divina” (2 P 1, 4), a
participarnos de su propia vida. Es la vida trinitaria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, la vida
eterna. Su misión es manifestar el inmenso amor del Padre, que quiere que seamos hijos suyos. El
anuncio del kerygma invita a tomar conciencia de ese amor vivificador de Dios que se nos ofrece en
Cristo muerto y resucitado. Esto es lo primero que necesitamos anunciar y también escuchar, porque la
gracia tiene un primado absoluto en la vida cristiana y en toda la actividad evangelizadora de la Iglesia:
“Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Co 15, 10).

360. La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que
más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de
comunicar vida a los demás. El Evangelio nos ayuda a descubrir que un cuidado enfermizo de la propia
vida atenta contra la calidad humana y cristiana de esa misma vida. Se vive mucho mejor cuando
tenemos libertad interior para darlo todo: “Quien aprecie su vida terrena, la perderá” (Jn 12, 25). Aquí
descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la
entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión.

361. El proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su Padre. Por eso, pide a sus discípulos:
“¡Proclamen que está llegando el Reino de los cielos!” (Mt 10, 7). Se trata del Reino de la vida. Porque
la propuesta de Jesucristo a nuestros pueblos, el contenido fundamental de esta misión, es la oferta de
una vida plena para todos. Por eso, la doctrina, las normas, las orientaciones éticas, y toda la actividad
misionera de la Iglesia, debe dejar transparentar esta atractiva oferta de una vida más digna, en Cristo,
para cada hombre y para cada mujer de América Latina y de El Caribe.

363. La fuerza de este anuncio de vida será fecunda si lo hacemos con el estilo adecuado, con las
actitudes del Maestro, teniendo siempre a la Eucaristía como fuente y cumbre de toda actividad
misionera. Invocamos al Espíritu Santo para poder dar un testimonio de proximidad que entraña
cercanía afectuosa, escucha, humildad, solidaridad, compasión, diálogo, reconciliación, compromiso
con la justicia social y capacidad de compartir, como Jesús lo hizo. Él sigue convocando, sigue
invitando, sigue ofreciendo incesantemente una vida digna y plena para todos. Nosotros somos ahora,
en América Latina y El Caribe, sus discípulos y discípulas, llamados a navegar mar adentro para una
pesca abundante. Se trata de salir de nuestra conciencia aislada y de lanzarnos, con valentía y
confianza (parresía), a la misión de toda la Iglesia.

367. La pastoral de la Iglesia no puede prescindir del contexto histórico donde viven sus miembros. Su
vida acontece en contextos socioculturales bien concretos. Estas transformaciones sociales y culturales
representan naturalmente nuevos desafíos para la Iglesia en su misión de construir el Reino de Dios. De
allí nace la necesidad, en fidelidad al Espíritu Santo que la conduce, de una renovación eclesial, que
implica reformas espirituales, pastorales y también institucionales.

373. Conscientes y agradecidos porque el Padre amó tanto al mundo que envió a su Hijo para salvarlo
(cf. Jn 3, 16), queremos ser continuadores de su misión, ya que ésta es la razón de ser de la Iglesia y
que define su identidad más profunda.

380. La misión del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo tiene una destinación universal. Su
mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los
ambientes de la convivencia y todos los pueblos. Nada de lo humano le puede resultar extraño. La
Iglesia sabe, por revelación de Dios y por la experiencia humana de la fe, que Jesucristo es la respuesta
total, sobreabundante y satisfactoria a las preguntas humanas sobre la verdad, el sentido de la vida y de
la realidad, la felicidad, la justicia y la belleza. Son las inquietudes que están arraigadas en el corazón
de toda persona y que laten en lo más humano de la cultura de los pueblos. Por eso, todo signo
auténtico de verdad, bien y belleza en la aventura humana viene de Dios y clama por Dios.
Palabra: Misión

Exhortación apostólica Evangelii Gaudium

ÍNDICE
La alegría del Evangelio [1] . . . . . 3
I.
Alegría que se renueva y se comunica [2-8] 3
II.
La dulce y confortadora alegría de evangelizar [9-13] . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Una eterna novedad [11-13] . . . . . 10
III.
La nueva evangelización para la transmisión de la fe [14-18] . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Propuesta y límites de esta Exhortación [16-18] 16
CAPÍTULO PRIMERO
LA TRANSFORMACIÓN MISIONERA DE LA IGLESIA
I.
Una Iglesia en salida [20-24] . . . . . . . . . . 19
Primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar [24] . . . . . . . . . 21
II.
Pastoral en conversión [25-33] . . . . . . . . 23
Una impostergable renovación eclesial [27-33] 25
III.
Desde el corazón del Evangelio [34-39] 30
IV.
La misión que se encarna en los límites humanos [40-45] . . . . . . . . . 34
V.
Una madre de corazón abierto [46-49] . . 39
CAPÍTULO SEGUNDO
EN LA CRISIS DEL COMPROMISO COMUNITARIO
I.
Algunos desafíos del mundo actual [52-75] 44
No a una economía de la exclusión [53-54] 45
No a la nueva idolatría del dinero [55-56] . 47
No a un dinero que gobierna en lugar de servir [57-58] . . . . . . . . . . . . . 48
No a la inequidad que genera violencia [59-60] 49
Algunos desafíos culturales [61-67] . . . . . . 51
Desafíos de la inculturación de la fe [68-70] 57
Desafíos de las culturas urbanas [71-75] . . 59
II.
Tentaciones de los agentes pastorales [76-109] . . . . . . . . . . . . . 63
Sí al desafío de una espiritualidad misionera [78-80] . . . . . . . . . . . . . 64
No a la acedia egoísta [81-83] . . . . . 66
No al pesimismo estéril [84-86] . . . . 68
Sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo [87-92] . . . . . . . . . . . . . 71
No a la mundanidad espiritual [93-97] . . 75
No a la guerra entre nosotros [98-101] . . 79
Otros desafíos eclesiales [102-109] . . . 81

CAPÍTULO TERCERO
EL ANUNCIO DEL EVANGELIO
I.
Todo el Pueblo de Dios anuncia el Evangelio [111-134] . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
Un pueblo para todos [112-114] . . . . . . . . 90
Un pueblo con muchos rostros [115-118] . . 92
Todos somos discípulos misioneros [119-121] 96
La fuerza evangelizadora de la piedad popular [122-126] . . . . . . . . . . . . 99
Persona a persona [127-129] . . . . . . . . . . 102
Carismas al servicio de la comunión evangelizadora [130-131] . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105
Cultura, pensamiento y educación [132-134] 106
II.
La homilía [135-144] . . . . . . . . . . . . . . . . 108
El contexto litúrgico [137-138] . . . . 109
La conversación de la madre [139-141] . . 110
Palabras que hacen arder los corazones [142-144] . . . . . . . . . . . . . . 112
III.
La preparación de la predicación [145-159] 114
El culto a la verdad [146-148] . . . . 115
La personalización de la Palabra [149-151] 118
La lectura espiritual [152-153] . . . . 121
Un oído en el pueblo [154-155] . . . . 122
Recursos pedagógicos [156-159] . . . . 124
IV.
Una evangelización para la profundización del kerygma [160-175] . . . . . . 127
Una catequesis kerygmática y mistagógica [163-168] . . . . . . . . . . . . 129
El acompañamiento personal de los procesos de crecimiento [169-173] . . . . . . . 133
En torno a la Palabra de Dios [174-175] . 137
CAPÍTULO CUARTO
LA DIMENSIÓN SOCIAL DE LA EVANGELIZACIÓN
I.
Las repercusiones comunitarias y sociales del kerygma [177-185] . . . . . . . . 139
Confesión de la fe y compromiso social [178-179] 140
El Reino que nos reclama [180-181] . . 142
La enseñanza de la Iglesia sobre cuestiones sociales [182-185] . . . . . . . . . . 144
II.
La inclusión social de los pobres [186-216] 147
Unidos a Dios escuchamos un clamor [187-192] 148
Fidelidad al Evangelio para no correr en vano [193-196] . . . . . . . . . . . . 152
El lugar privilegiado de los pobres en el Pueblo de Dios [197-201] . . . . . . . . . 155
Economía y distribución del ingreso [202-208] 160
Cuidar la fragilidad [209-216] . . . . 164
III.
El bien común y la paz social [217-237] 169
El tiempo es superior al espacio [222-225] . 171
La unidad prevalece sobre el conflicto [226-230] 173
La realidad es más importante que la idea [231-233] . . . . . . . . . . . . 176
El todo es superior a la parte [234-237] . 177
IV.
El diálogo social como contribución a la paz [238-258] . . . . . . . . . . . 180
El diálogo entre la fe, la razón y las ciencias [242-243] . . . . . . . . . . . . 182
El diálogo ecuménico [244-246] . . . . . . . . 183
Las relaciones con el Judaísmo [247-249] . . 186
El diálogo interreligioso [250-254] . . . . . . 187
El diálogo social en un contexto de libertad religiosa [255-258] . . . . . . . . . 191
CAPÍTULO QUINTO
EVANGELIZADORES CON ESPÍRITU
I.
Motivaciones para un renovado impulso misionero [262-283] . . . . . . . . . . . . . . . . 196
El encuentro personal con el amor de Jesús que nos salva [264-267] . . . . . . . . . . . . . . . . 198
El gusto espiritual de ser pueblo [268-274] 202
La acción misteriosa del Resucitado y de su Espíritu [275-280] . . . . . . . . 207
La fuerza misionera de la intercesión [281-283] 212
II.
María, la Madre de la evangelización [284-288] . . . . . . . . . . . . 213
El regalo de Jesús a su pueblo [285-286] . . 214
La Estrella de la nueva evangelización [287-288] 216

10.« Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que
se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión» correspondencia con Documento
de Aparecida 360.

12. Si bien esta misión nos reclama una entrega generosa, sería un error entenderla como una heroica
tarea personal, ya que la obra es ante todo de Él, más allá de lo que podamos descubrir y entender.
Jesús es « el primero y el más grande evangelizador ». En cualquier forma de evangelización el
primado es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e impulsarnos con la fuerza de su
Espíritu. La verdadera novedad es la que Dios mismo misteriosamente quiere producir, la que Él inspira,
la que Él provoca, la que Él orienta y acompaña de mil maneras. En toda la vida de la Iglesia debe
manifestarse siempre que la iniciativa es de Dios, que « Él nos amó primero » (1 Jn 4,19) y que « es
Dios quien hace crecer » (1 Co 3,7). Esta convicción nos permite conservar la alegría en medio de una
tarea tan exigente y desafiante que toma nuestra vida por entero. Nos pide todo, pero al mismo tiempo
nos ofrece todo.

I. Una Iglesia en salida


20. En la Palabra de Dios aparece permanentemente este dinamismo de « salida » que Dios quiere
provocar en los creyentes. Abraham aceptó el llamado a salir hacia una tierra nueva (cf. Gn 12,1-3).
Moisés escuchó el llamado de Dios: « Ve, yo te envío » (Ex 3,10), e hizo salir al pueblo hacia la tierra de
la promesa (cf. Ex 3,17). A Jeremías le dijo: « Adondequiera que yo te envíe irás » (Jr 1,7). Hoy, en este
« id » de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión
evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva « salida » misionera. Cada cristiano
y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a
aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que
necesitan la luz del Evangelio.

33. La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del « siempre se ha
hecho así ». Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las
estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades. Una postulación de los
fines sin una adecuada búsqueda comunitaria de los medios para alcanzarlos está condenada a
convertirse en mera fantasía. Exhorto a todos a aplicar con generosidad y valentía las orientaciones de
este documento, sin prohibiciones ni miedos. Lo importante es no caminar solos, contar siempre con los
hermanos y especialmente con la guía de los obispos, en un sabio y realista discernimiento pastoral.

97. Quien ha caído en esta mundanidad mira de arriba y de lejos, rechaza la profecía de los hermanos,
descalifica a quien lo cuestione, destaca constantemente los errores ajenos y se obsesiona por la
apariencia. Ha replegado la referencia del corazón al horizonte cerrado de su inmanencia y sus
intereses y, como consecuencia de esto, no aprende de sus pecados ni está auténticamente abierto al
perdón. Es una tremenda corrupción con apariencia de bien. Hay que evitarla poniendo a la Iglesia en
movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a los pobres. ¡Dios nos libre
de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales! Esta mundanidad asfixiante se sana
tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros
mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios. ¡No nos dejemos robar el Evangelio!

181. Toda la creación quiere decir también todos los aspectos de la vida humana, de manera que « la
misión del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo tiene una destinación universal. Su mandato de
caridad abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes de la
convivencia y todos los pueblos. Nada de lo humano le puede resultar extraño »147. La verdadera
esperanza cristiana, que busca el Reino escatológico, siempre genera historia. Correspondencia con
Documento de Aparecida (29 junio 2007), 380.

265. Toda la vida de Jesús, su forma de tratar a los pobres, sus gestos, su coherencia, su generosidad
cotidiana y sencilla, y finalmente su entrega total, todo es precioso y le habla a la propia vida. Cada vez
que uno vuelve a descubrirlo, se convence de que eso mismo es lo que los demás necesitan, aunque
no lo reconozcan: « Lo que vosotros adoráis sin conocer es lo que os vengo a anunciar » (Hch 17,23). A
veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades
más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos
propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno. Cuando se logra expresar adecuadamente y con
belleza el contenido esencial del Evangelio, seguramente ese mensaje hablará a las búsquedas más
hondas de los corazones: « El misionero está convencido de que existe ya en las personas y en los
pueblos, por la acción del Espíritu, una espera, aunque sea inconsciente, por conocer la verdad sobre
Dios, sobre el hombre, sobre el camino que lleva a la liberación del pecado y de la muerte. El
entusiasmo por anunciar a Cristo deriva de la convicción de responder a esta esperanza ».

El gusto espiritual de ser pueblo


268. La Palabra de Dios también nos invita a reconocer que somos pueblo: « Vosotros, que en otro
tiempo no erais pueblo, ahora sois pueblo de Dios » (1 Pe 2,10). Para ser evangelizadores de alma
también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de
descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo
tiempo, una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su
amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que
esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo. Así
redescubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo
amado. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no
se entiende sin esta pertenencia.

269. Jesús mismo es el modelo de esta opción evangelizadora que nos introduce en el corazón del
pueblo. ¡Qué bien nos hace mirarlo cercano a todos! Si hablaba con alguien, miraba sus ojos con una
profunda atención amorosa: « Jesús lo miró con cariño » (Mc 10,21). Lo vemos accesible cuando se
acerca al ciego del camino (cf. Mc 10,46-52) y cuando come y bebe con los pecadores (cf. Mc 2,16), sin
importarle que lo traten de comilón y borracho (cf. Mt 11,19). Lo vemos disponible cuando deja que una
mujer prostituta unja sus pies (cf. Lc 7,36-50) o cuando recibe de noche a Nicodemo (cf. Jn 3,1-15). La
entrega de Jesús en la cruz no es más que la culminación de ese estilo que marcó toda su existencia.
Cautivados por ese modelo, deseamos integrarnos a fondo en la sociedad, compartimos la vida con
todos, escuchamos sus inquietudes, colaboramos material y espiritualmente con ellos en sus
necesidades, nos alegramos con los que están alegres, lloramos con los que lloran y nos
comprometemos en la construcción de un mundo nuevo, codo a codo con los demás. Pero no por
obligación, no como un peso que nos desgasta, sino como una opción personal que nos llena de alegría
y nos otorga identidad.

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL


AMORIS LÆTITIA
Palabra: Misión

121. Esto tiene consecuencias muy concretas y cotidianas, porque los esposos, « en virtud del
sacramento, son investidos de una auténtica misión, para que puedan hacer visible, a partir de las
cosas sencillas, ordinarias, el amor con el que Cristo ama a su Iglesia, que sigue entregando la vida por
ella ».

Palabra: Cristo

18. El Evangelio nos recuerda también que los hijos no son una propiedad de la familia, sino que tienen
por delante su propio camino de vida. Si es verdad que Jesús se presenta como modelo de obediencia
a sus padres terrenos, sometiéndose a ellos (cf. Lc 2,51), también es cierto que él muestra que la
elección de vida del hijo y su misma vocación cristiana pueden exigir una separación para cumplir con
su propia entrega al Reino de Dios (cf. Mt 10,34-37; Lc 9,59-62). Es más, él mismo a los doce años
responde a María y a José que tiene otra misión más alta que cumplir más allá de su familia histórica
(cf. Lc 2,48-50). Por eso exalta la necesidad de otros lazos, muy profundos también dentro de las
relaciones familiares: « Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la Palabra de Dios y la
ponen por obra » (Lc 8,21). Por otra parte, en la atención que él presta a los niños —considerados en la
sociedad del antiguo Oriente próximo como sujetos sin particulares derechos e incluso como objeto de
posesión familiar— Jesús llega al punto de presentarlos a los adultos casi como maestros, por su
confianza simple y espontánea ante los demás: « En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis
como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño,
ese es el más grande en el reino de los cielos » (Mt 18,3-4).

15. Bajo esta luz podemos recoger otra dimensión de la familia. Sabemos que en el Nuevo Testamento
se habla de « la iglesia que se reúne en la casa » (cf. 1 Co 16,19; Rm 16,5; Col 4,15; Flm 2). El espacio
vital de una familia se podía transformar en iglesia doméstica, en sede de la Eucaristía, de la presencia
de Cristo sentado a la misma mesa. Es inolvidable la escena pintada en el Apocalipsis: « Estoy a la
puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos » (3,20). Así se delinea una
casa que lleva en su interior la presencia de Dios, la oración común y, por tanto, la bendición del Señor.
Es lo que se afirma en el Salmo 128 que tomamos como base: « Que el Señor te bendiga desde Sión »

21. Jesús mismo nace en una familia modesta que pronto debe huir a una tierra extranjera. Él entra en
la casa de Pedro donde su suegra está enferma (Mc 1,30-31), se deja involucrar en el drama de la
muerte en la casa de Jairo o en el hogar de Lázaro (cf. Mc 5,22-24.35-43); escucha el grito desesperado
de la viuda de Naín ante su hijo muerto (cf. Lc 7,11-15), atiende el clamor del padre del epiléptico en un
pequeño pueblo del campo (cf. Mt 9,9-13; Lc 19,1-10. Encuentra a publicanos como Mateo o Zaqueo en
sus propias casas, y también a pecadoras, como la mujer que irrumpe en la casa del fariseo (cf. Lc
7,36-50). Conoce las ansias y las tensiones de las familias incorporándolas en sus parábolas: desde los
hijos que dejan sus casas para intentar alguna aventura (cf. Lc 15,11-32) hasta los hijos difíciles con
comportamientos inexplicables (cf. Mt 21,28-31) o víctimas de la violencia (cf. Mc 12,1-9). Y se interesa
incluso por las bodas que corren el riesgo de resultar bochornosas por la ausencia de vino (cf. Jn 2,1-
10) o por falta de asistencia de los invitados (cf. Mt 22,1-10), así como conoce la pesadilla por la pérdida
de una moneda en una familia pobre (cf. Lc 15,8-10).

27. Cristo ha introducido como emblema de sus discípulos sobre todo la ley del amor y del don de sí a
los demás (cf. Mt 22,39; Jn 13,34), y lo hizo a través de un principio que un padre o una madre suelen
testimoniar en su propia existencia: « Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus
amigos » ( Jn 15,13). Fruto del amor son también la misericordia y el perdón. En esta línea, es muy
emblemática la escena que muestra a una adúltera en la explanada del templo de Jerusalén, rodeada
de sus acusadores, y luego sola con Jesús que no la condena y la invita a una vida más digna (cf. Jn
8,1-11).

Relación de Cristo con la Iglesia. (nn. 71,72, 73,121, 229,325).


144. Jesús, como verdadero hombre, vivía las cosas con una carga de emotividad. Por eso le dolía el
rechazo de Jerusalén (cf. Mt 23,37), y esta situación le arrancaba lágrimas (cf. Lc 19,41). También se
compadecía ante el sufrimiento de la gente (cf. Mc 6,34). Viendo llorar a los demás, se conmovía y se
turbaba (cf. Jn 11,33), y él mismo lloraba la muerte de un amigo (cf. Jn 11,35). Estas manifestaciones
de su sensibilidad mostraban hasta qué punto su corazón humano estaba abierto a los demás.

182. Ninguna familia puede ser fecunda si se concibe como demasiado diferente o « separada ». Para
evitar este riesgo, recordemos que la familia de Jesús, llena de gracia y de sabiduría, no era vista como
una familia « rara », como un hogar extraño y alejado del pueblo. Por eso mismo a la gente le costaba
reconocer la sabiduría de Jesús y decía: « ¿De dónde saca todo eso? […] ¿No es este el carpintero, el
hijo de María? » (Mc 6,2-3). « ¿No es el hijo del carpintero? » (Mc 6,2-3). « ¿No es este el hijo del
carpintero? » (Mt 13,55). Esto confirma que era una familia sencilla, cercana a todos, integrada con
normalidad en el pueblo. Jesús tampoco creció en una relación cerrada y absorbente con María y con
José, sino que se movía gustosamente en la familia ampliada, que incluía a los parientes y amigos. Eso
explica que, cuando volvían de Jerusalén, sus padres aceptaban que el niño de doce años se perdiera
en la caravana un día entero, escuchando las narraciones y compartiendo las preocupaciones de todos:
« Creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día » (Lc 2,44). Sin embargo a
veces sucede que algunas familias cristianas, por el lenguaje que usan, por el modo de decir las cosas,
por el estilo de su trato, por la repetición constante de dos o tres temas, son vistas como lejanas, como
separadas de la sociedad, y hasta sus propios parientes se sienten despreciados o juzgados por ellas.

289. El ejercicio de transmitir a los hijos la fe, en el sentido de facilitar su expresión y crecimiento, ayuda
a que la familia se vuelva evangelizadora, y espontáneamente empiece a transmitirla a todos los que se
acercan a ella y aun fuera del propio ámbito familiar. Los hijos que crecen en familias misioneras a
menudo se vuelven misioneros, si los padres saben vivir esta tarea de tal modo que los demás les
sientan cercanos y amigables, de manera que los hijos crezcan en ese modo de relacionarse con el
mundo, sin renunciar a su fe y a sus convicciones. Recordemos que el mismo Jesús comía y bebía con
los pecadores (cf. Mc 2,16; Mt 11,19), podía detenerse a conversar con la samaritana (cf. Jn 4,7-26), y
recibir de noche a Nicodemo (cf. Jn 3,1-21), se dejaba ungir sus pies por una mujer prostituta (cf. Lc
7,36-50), y se detenía a tocar a los enfermos (cf. Mc 1,40- 45; 7,33). Lo mismo hacían sus apóstoles,
que no despreciaban a los demás, no estaban recluidos en pequeños grupos de selectos, aislados de la
vida de su gente. Mientras las autoridades los acosaban, ellos gozaban de la simpatía « de todo el
pueblo » (Hch 2,47; cf. 4,21.33; 5,13).

BULA DE CONVOCACIÓN
Misericordiae Vultus
1. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su
síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret.
El Padre, « rico en misericordia » (Ef 2,4), después de haber revelado su nombre a Moisés como « Dios
compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad » (Ex 34,6) no ha cesado de dar
a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la « plenitud del
tiempo » (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido
de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr Jn
14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de
Dios.

8. Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima
Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en
plenitud. « Dios es amor » (1 Jn 4,8.16), afirma por la primera y única vez en toda la Sagrada Escritura
el evangelista Juan. Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su
persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona gratuitamente. Sus relaciones con las
personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia
los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo
de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión.

11. El misterio de Cristo ... me obliga al mismo tiempo a proclamar la misericordia como amor
compasivo de Dios, revelado en el mismo misterio de Cristo. Ello me obliga también a recurrir a tal
misericordia y a implorarla en esta difícil, crítica fase de la historia de la Iglesia y del mundo (Retoma
Dives in Misericordia de Juan Pablo II n. 15).

15. No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si dimos de
comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si
dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cfr Mt 25,31-45). Igualmente se
nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de
soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los
niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser
cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier
forma de rencor o de odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios
que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros
hermanos y hermanas. En cada uno de estos “más pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se
hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga ... para que
nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras de san
Juan de la Cruz: « En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor”.

16. En el Evangelio de Lucas encontramos otro aspecto importante para vivir con fe el Jubileo. El
evangelista narra que Jesús, un sábado, volvió a Nazaret y, como era costumbre, entró en la Sinagoga.
Lo llamaron para que leyera la Escritura y la comentara. El paso era el del profeta Isaías donde está
escrito: « El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena
Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad
a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor » (61,1-2). “Un año de gracia”: es esto lo que el
Señor anuncia y lo que deseamos vivir. Este Año Santo lleva consigo la riqueza de la misión de Jesús
que resuena en las palabras del Profeta: llevar una palabra y un gesto de consolación a los pobres,
anunciar la liberación a cuantos están prisioneros de las nuevas esclavitudes de la sociedad moderna,
restituir la vista a quien no puede ver más porque se ha replegado sobre sí mismo, y volver a dar
dignidad a cuantos han sido privados de ella. La predicación de Jesús se hace de nuevo visible en las
respuestas de fe que el testimonio de los cristianos está llamado a ofrecer. Nos acompañen las palabras
del Apóstol: « El que practica misericordia, que lo haga con alegría » (Rm 12,8).

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
GAUDETE ET EXSULTATE
Tu misión en Cristo [19-24]

20. Esa misión tiene su sentido pleno en Cristo y solo se entiende desde él. En el fondo la santidad es
vivir en unión con él los misterios de su vida. Consiste en asociarse a la muerte y resurrección del Señor
de una manera única y personal, en morir y resucitar constantemente con él. Pero también puede
implicar reproducir en la propia existencia distintos aspectos de la vida terrena de Jesús: su vida oculta,
su vida comunitaria, su cercanía a los últimos, su pobreza y otras manifestaciones de su entrega por
amor. La contemplación de estos misterios, como proponía san Ignacio de Loyola, nos orienta a
hacerlos carne en nuestras opciones y actitudes. Porque «todo en la vida de Jesús es signo de su
misterio», «toda la vida de Cristo es Revelación del Padre», «toda la vida de Cristo es misterio de
Redención», «toda la vida de Cristo es misterio de Recapitulación», y «todo lo que Cristo vivió hace que
podamos vivirlo en él y que él lo viva en nosotros».

25. Como no puedes entender a Cristo sin el reino que él vino a traer, tu propia misión es inseparable
de la construcción de ese reino: «Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia» (Mt 6,33). Tu
identificación con Cristo y sus deseos, implica el empeño por construir, con él, ese reino de amor,
justicia y paz para todos. Cristo mismo quiere vivirlo contigo, en todos los esfuerzos o renuncias que
implique, y también en las alegrías y en la fecundidad que te ofrezca. Por lo tanto, no te santificarás sin
entregarte en cuerpo y alma para dar lo mejor de ti en ese empeño.

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